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viernes, 20 de diciembre de 2019

La pintura "Santo Domingo de Silos", de Juan del Castillo, en la Iglesia de San Benito abad

     Por Amor del Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santo Domingo de Silos", de Juan del Castillo, en la iglesia de San Benito abad, de Sevilla.     
  Hoy, 20 de diciembre, conmemoración, en el monasterio de Silos, en la región de Castilla, en España, de Santo Domingo, abad, el cual, siendo ermitaño, restauró después este monasterio que estaba relajado, introdujo allí la disciplina y favoreció día y noche la alabanza divina (1073) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
    Y que mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Santo Domingo de Silos", de Juan del Castillo, en la Iglesia de San Benito abad, de Sevilla.
   La Iglesia de San Benito abad, se encuentra en la calle San Benito, 2; en el Barrio de La Calzada, del Distrito Nervión.
   En la nave de la epístola de la iglesia de San Benito abad, encontramos el magnífico óleo barroco sobre lienzo atribuido a Juan del Castillo (1593-1657) y que representa a Santo Domingo de Silos al que se le aparece la Santísima Virgen María con el Niño Jesús en brazos, rodeada de ángeles. El Santo aparece arrodillado con la Cruz de Cristo, con los atributos pasionistas, en su mano, y a quien le llega la leche de la Santísima Virgen.
Conozcamos mejor la Vida, Leyenda, Culto e Iconografía de Santo Domingo de Silos
   Es un santo español del siglo XI, así llamado a causa del célebre monasterio benedictino de Silos en Castilla la Vieja, del cual fuera abad entre 1047 y 1073. En principio había sido prior de San Millán de donde fue expulsado por el rey de Navarra.
   Se lo invocaba para liberar a los prisioneros en manos de los moros (habría liberado milagrosamente, después de su muerte, a más de trescientos) y también para el buen alumbramiento de las mujeres aquejadas de dolores de parto.
   Se lo representa  como abad mitrado y con el báculo (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Santo Domingo de Silos, personaje representado en la obra reseñada;
     Santo Domingo de Silos (Cañas, La Rioja, c. 1000 – Santo Domingo de Silos, Burgos, 20 de diciembre de 1073). Abad benedictino (OSB), restaurador del monasterio de Silos.
     Nació alrededor del año mil, sin que se pueda precisar exactamente la fecha, en el seno de una familia modesta dedicada a la ganadería. No perteneció al linaje de los Manso, como han repetido muchos de sus biógrafos, basados en una lectura errónea de un texto de Gonzalo de Berceo. En su mocedad cuidó del rebaño paterno, pero pronto se dio a los estudios con la finalidad de ordenarse de presbítero. Desempeñó el ministerio sacerdotal en su pueblo durante año y medio, pero transcurrido este tiempo marchó a la soledad como ermitaño. Su primer biógrafo, Grimaldo, que fue discípulo de Domingo, no logró arrancarle el secreto del lugar de su retiro, pero una tradición que se remonta al siglo XIII lo sitúa en una cueva junto a Laguna de Cameros (La Rioja).
     Año y medio estuvo Domingo retirado en el desierto antes de solicitar su ingreso en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, que para entonces practicaba ya la Regla de San Benito. Nada se sabe de sus primeros años en la vida monástica hasta que fue nombrado, en fecha desconocida, prior del Monasterio de Santa María de Cañas, dependencia de San Millán en su pueblo natal, que encontró desprovista de todo. Dos años dedicó Domingo a su restauración, consagrando la iglesia como colofón de sus esfuerzos.
     Durante su estancia en Cañas falleció su madre, a la que, se ignora por qué razón, Domingo negó los últimos auxilios aunque consintió enterrarla en sagrado.
     El éxito de la restauración de Santa María de Cañas movió al abad y a los monjes de San Millán a reclamar la vuelta a la casa madre de Domingo, que fue nombrado prior o prepósito, cargo que debió de desempeñar después de 1036 y antes de 1041. La responsabilidad del prior era grande en una comunidad tan numerosa como la emilianense y con un abad al que sus obligaciones hacían estar casi todo el tiempo fuera del cenobio. Por eso no extraña que sea Domingo y no el abad quien deba hacer frente a las pretensiones abusivas del Rey de Navarra, don García.
      El Monarca se presentó en San Millán exigiendo la entrega de bienes para paliar sus propias necesidades, pero Domingo se negó rotundamente a entregar al Rey lo que, en virtud de las leyes eclesiásticas, era inalienable.
     La firme actitud de Domingo no doblegó el ánimo de don García, que logró del abad la destitución del prior y su envío al monasterio de Tres Celdas, dependencia emilianense. No contento con ello, el Monarca navarro siguió exigiendo a Domingo la entrega de unas pretendidas donaciones anteriores, por lo que el monje no tuvo más recurso que buscar asilo en la Corte del rey Fernando de Castilla.
     Inmediatamente, Domingo fue nombrado por el Monarca castellano abad del Monasterio de San Sebastián de Silos, antiguo cenobio fundado a finales del siglo ix o principios del x, pero al que las algazúas (razias) de Almanzor habían reducido a una extrema miseria. Es muy probable que Domingo tomara posesión del cargo el 24 de enero de 1041, y en él perseverará hasta su muerte.
     A partir de este momento, Domingo dedicará todos sus esfuerzos a la restauración material y espiritual de Silos. Contará para ello con la ayuda regia, manifestada en diversas donaciones, y poco a poco otros monasterios de menor entidad, como el de San Miguel de Montesinos, se irán integrando en la comunidad silense. En 1067, Sancho II dona al monasterio de Silos el de Santa María de Duero, y para entonces la comunidad silense se regía ya por el código benedictino.
     La muerte de este Rey en Zamora, en 1072, se consideró en Silos como alevosa y no dudaron en acusar directamente a Alfonso VI como autor del regicidio.
     Quizás por ello el nuevo monarca inaugura al año siguiente una larga serie de donaciones reales a favor de San Sebastián, que le tuvo a partir de entonces como uno de sus más insignes bienhechores.
     De la restauración material llevada a cabo por Domingo apenas queda nada. Amplió la iglesia de una sola nave preexistente y la convirtió en una pequeña basílica de tres naves, pero es muy improbable que comenzara las obras del actual claustro románico. En cambio, aún quedan testimonios del impulso que dio al scriptorium monástico, produciendo obras de alta calidad, como el ejemplar de las Etimologías isidorianas, obras del presbítero Ericonus, rematado el 24 de agosto de 1072 (hoy en la Bibliothèque Nationale de France, N.a.l. 2169).
     Como era habitual en los abades de su tiempo, Domingo participó en destacados acontecimientos eclesiales, como el Concilio de Coyanza (1055), la traslación de los restos de los santos Vicente, Sabina y Cristeta desde Ávila al cercano monasterio de San Pedro de Arlanza (hacia 1062) o la deposición de las reliquias de san Isidoro en León (1063). La documentación conservada permite afirmar que Domingo iba al menos una vez al año a Burgos, estampando su firma en donaciones regias o particulares junto a los obispos y abades del reino.
     Domingo murió en Silos el 20 de diciembre de 1073. Fue enterrado en un sepulcro antropomorfo junto a la puerta de la iglesia, al exterior, según la costumbre vigente entonces, pero muy pronto (el 5 de enero de 1076) fue exhumado y colocado en un nuevo sepulcro en el interior de la nave del Evangelio, lo que suponía una canonización en toda regla. Desde entonces recibió culto, convirtiéndose su sepulcro en un importante centro de peregrinación durante los siglos XII y XIII. Durante toda la Edad Media fue muy invocado como redentor de cautivos, pero a partir del siglo XVI los monjes divulgarán su fama como abogado de los felices partos, devoción que se ha mantenido hasta hoy. Su nombre fue incluido en el martirologio romano el 9 de mayo de 1733, con ocasión de la nueva traslación de sus restos a la urna de plata donde hoy reposan (Miguel C. Vivancos Gómez, OSB, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de Juan del Castillo, autor de la obra reseñada;
     Juan del Castillo, (Sevilla, c. 1590 – c. 1655). Pintor.
     Escasas noticias se poseen sobre la biografía de este artista, desconociéndose con precisión las fechas de su nacimiento y de su muerte. La primera referencia documental que de él se conoce data del año 1611 cuando ingresa en la congregación del Santísimo Sacramento de la casa Profesa de la Compañía de Jesús en Sevilla. El segundo testimonio sobre su existencia aparece en 1615, cuando se casa con María Francisca Pérez, siendo entonces vecino de la parroquia del Salvador.
     A partir de este año, se conocen noticias que le sitúan, siempre en Sevilla, al frente de un obrador en el que en 1624 y 1625 ingresan sendos aprendices, coincidiendo con unos momentos en que habitaba en la parroquia de San Andrés.
     En 1630, Juan del Castillo contrajo matrimonio en segundas nupcias con Catalina Suárez de Figueroa y en años sucesivos aparece trabajando en colaboración con otros artistas sevillanos, como Juan de Uceda, Pablo Legot y Alonso Cano. Hacia 1645 debió de contraer matrimonio por tercera vez con Mariana de Morales, puesto que al año siguiente se bautizó una hija suya en la parroquia de San Pedro. La última referencia documental sobre su vida data de 1650, debiendo de morir algunos años después. La formación artística de Juan del Castillo hubo de realizarse en el ambiente artístico sevillano de principios del siglo XVII, hacia 1605-1610. En estos momentos se produjo en Sevilla la confluencia de dos estilos contrapuestos; el primero fue el manierismo, que venía practicándose en la ciudad desde décadas anteriores y el segundo el naturalismo, introducido fundamentalmente por el flamenco Juan de Roelas a partir de 1604; de esta confrontación salió triunfante el estilo naturalista que se impuso de forma decidida en el ambiente artístico local. Fue en este ambiente de contrastes artísticos en el que se formó Juan del Castillo, quien de alguna manera hubo de conocer el espíritu creativo del clérigo Roelas, al cual debió de adscribirse con indudable entusiasmo. No se sabe el nombre del maestro de Castillo, pero sí puede intuirse que debió de formarle en la práctica de una pintura realista y amable, puesto que desde sus primeras pinturas se advierte en ellas la presencia de personajes dotados de una notoria expresividad y también de sentimientos y afectos que proceden de la existencia cotidiana. Se desconoce también el año en que Castillo realizó su examen de maestría y abrió un obrador en el cual con el tiempo fue discípulo el joven Bartolomé Esteban Murillo, siendo esta relación profesional uno de los mayores méritos que actualmente nos ofrece la trayectoria artística de Castillo. En este sentido, hay que señalar que se carece de referencias documentales que testifiquen la relación de maestro y discípulo entre Castillo y Murillo, aunque sí se posee la referencia que proporciona Antonio Ascisclo Palomino, el biógrafo de los pintores españoles del siglo XVII, quien señala que, en efecto, Murillo efectuó su aprendizaje con Juan del Castillo. Por otra parte, en las obras juveniles de Murillo se advierte claramente la influencia del estilo pictórico del que, en efecto, debió de ser su maestro. También refuerza esta suposición el hecho de que Murillo fue primo político de Castillo, y que, por lo tanto, esta relación familiar pudo traducirse en la vinculación artística entre ambos pintores.
     Los primeros testimonios de la actividad de Juan del Castillo se localizan en Carmona (Sevilla), población en la que se encuentran bastantes obras suyas y que podría justificar alguna relación no conocida con este pueblo. Allí en la iglesia de Santa María se conserva un retablo dedicado a la Virgen de la Encarnación en la que aparecen santos de cuerpo entero que representan a San Sebastián, San Miguel Arcángel, San Antonio con el Niño, San Roque, San Juan Bautista, Santo Domingo y una escena de El nacimiento de Cristo. Este conjunto pictórico es probablemente obra temprana de este artista y puede fecharse en torno a 1610, en años inmediatos a la finalización de su aprendizaje; en los santos antes mencionados aparecen fisionomías ensimismadas y frágiles con expresiones amables y delicadas.
     Una obra de Castillo, fechada en 1612, aunque no firmada, se conserva actualmente en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla procedente de la antigua casa profesa de los jesuitas, en cuya congregación del Santísimo Sacramento había ingresado el pintor en 1611. La pintura representa una Alegoría eucarística en la que Cristo, acompañado de san Ignacio de Loyola y san Juan Evangelista, consagra su cuerpo y su sangre. Referencias documentales del año 1620 nos informan que en esta fecha Castillo contrató las pinturas del antiguo retablo de la iglesia del convento del Espíritu Santo de Sevilla, actualmente conservado en la parroquia de la población de Brenes.
     En esta obra, que sería realizada por Castillo cuando contaba aproximadamente con treinta años de edad, se advierte que el artista ha alcanzado ya su madurez creativa, traducida en una mejora de la expresividad corporal de los personajes y también en la intensificación a favor de la belleza de sus rasgos físicos. Las pinturas de Castillo que actualmente figuran en dicho retablo son Santa Inés con Santa Catalina, San Ignacio con San Francisco Javier, San Jerónimo, San Antonio y San Agustín; en el ático se representa La Anunciación con figuras separadas del arcángel San Gabriel y de La Virgen.
     Hacia 1620 debió de realizar también Castillo la Aparición de Cristo atado a la columna a Santa Teresa, que se conserva en un retablo lateral de la iglesia del convento del Espíritu Santo de Sevilla, cuya ejecución debió realizar al tiempo que el retablo antes mencionado. Destaca en la pintura el buen estudio anatómico que Castillo realiza de la figura desnuda de Cristo y que evidencia que este pintor fue uno de los primeros artistas sevillanos preocupados por el estudio de la anatomía efectuado a través de modelos directos.
     En fechas que pueden oscilar en torno a 1625 Juan del Castillo debió de intervenir en la realización de las pinturas del retablo mayor de la iglesia del convento de Santa Isabel de Sevilla, que estaba destinado a narrar la vida de san Juan Bautista. Lamentablemente este conjunto no se ha conservado completo y sólo dos obras que representan El nacimiento de San Juan y San Juan Bautista Niño han subsistido en la actualidad. Llama la atención en estas pinturas el tratamiento y descripción de las figuras infantiles, que constituyen un claro precedente en fondo y en forma de las obras que con este tema realizará en el futuro su discípulo Bartolomé Esteban Murillo. Igualmente constituye un claro precedente de Murillo la pintura que representa la Virgen con el Niño y que se conserva en una colección particular de Carmona; en esta obra se advierten con claridad los rasgos dulces y ensimismados de los personajes celestiales que Castillo supo configurar de manera totalmente personal.
     También en 1625, puesto que están documentadas en dicho año, Castillo realizó las pinturas que figuran en los retablos de la Virgen del Rosario y del Descendimiento que se encuentran en la iglesia parroquial de Santa Ana de Sevilla, obras que en el presente ofrecen un deficiente estado de conservación.
     En torno a 1630 puede situarse la ejecución por parte de Castillo de una Santa Gertrudis que pertenece a la iglesia de San Bernardo de Sevilla, y de dos versiones muy parecidas de la representación de Santo Domingo en Soriano que se guardan respectivamente en el convento de Madre de Dios de Sevilla y en la iglesia de Santo Domingo en Osuna. Muestran estas obras una mayor perfección en el dibujo que las ejecutadas en décadas anteriores y, al mismo tiempo, son testimonios de una relación muy intensa que Castillo hubo de tener con la Orden de los Dominicos para la cual trabajó repetidas veces a lo largo de su vida.
      De fecha avanzada, puesto que se datan en 1633, son las pinturas que Castillo realizó para un retablo colateral en la iglesia de San Alberto de Sevilla, donde representó a los Cuatro evangelistas en las calles laterales y la Coronación de la Virgen en el remate.
     Hacia 1635 Castillo debió trabajar nuevamente para el convento de Santa Isabel de Sevilla, para donde realizó un retablo colateral en el que representó La adoración de los Reyes, mientras que en el remate dispuso un Descanso en la huida a Egipto, pintura ésta que puede considerarse como una de las mejores composiciones que ejecutó a lo largo de su vida. En efecto, los personajes de la Sagrada Familia que protagonizan dicha escena presentan expresiones amables y sonrientes pocas veces superadas en su producción.
     El conjunto pictórico más importante que realizó este artista a lo largo de su vida fue ejecutado en 1636 para el desaparecido retablo de la iglesia del convento de Montesión en Sevilla, cuyas obras se encuentran actualmente en el Museo de Bellas Artes de dicha ciudad.
     Las pinturas de este retablo están dedicadas a narrar la vida de la Virgen y por ello su lienzo principal estaba dedicado a narrar el episodio de La Asunción; en los laterales se disponían La Visitación, La Anunciación, La Adoración de los Pastores y La adoración de los Reyes, mientras que en el ático se disponía una Coronación de la Virgen, que no se ha conservado.
     En este conjunto de obras se aprecia el más alto nivel de calidad alcanzado por este artista en toda su producción.
     De 1637 es La Aparición de la Virgen a San Ignacio realizada para la antigua iglesia de Santiago en la población de Carmona y al año siguiente, en 1638, ejecutó otro notable conjunto pictórico, esta vez en el antiguo retablo de la iglesia de San Juan de la Palma de Sevilla, conservado actualmente en la iglesia de San Juan de Aznalfarache. Éste es el último gran retablo que se conoce de Castillo y estaba destinado a narrar episodios de los santos Juanes. Así en él se conservan escenas de El nacimiento de San Juan Bautista, San Juan bautizando a Cristo, La predicación de San Juan Bautista, El Martirio de San Juan Evangelista y San Juan Evangelista en Patmos.
     A la producción final de Juan del Castillo pertenece una serie de lienzos entre los que pueden citarse La Virgen con el Niño, de colección particular en La Palma del Condado, San Juan Evangelista en la iglesia de la O de Sevilla y San Juan Niño servido por dos ángeles de colección particular en Cádiz, obra de la que se conserva una versión reducida en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Estas dos últimas obras citadas muestran con evidencia que Castillo pudo ser el maestro de Murillo, puesto que inciden en la descripción de temas con protagonismo infantil, aspecto que éste elevaría en décadas posteriores a niveles prácticamente insuperables (Enrique Valdivieso González, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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