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sábado, 21 de mayo de 2022

La Ermita de la Virgen del Castillo, en Lebrija (Sevilla)

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Ermita de la Virgen del Castillo, en Lebrija (Sevilla).
     Hoy, sábado 21 de mayo, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado
        Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Ermita de la Virgen del Castillo, en Lebrija (Sevilla).
     La Ermita de la Virgen del Castillo, se encuentra en la calle Cuesta del Castillo, 15; en Lebrija (Sevilla).
     Iglesia de estilo mudéjar edificada en el tercer cuarto del siglo XIV. Consta de tres naves, compartimentadas en tres tramos por arcos de herradura apuntados, que apean sobre pilares de sección rectangular con las esquinas achaflanadas. Presenta triple cabecera plana con capillas de planta cuadrada que se comunican con las naves a través de arcos de medio  punto, en el caso de las laterales, y de un arco apuntado, en el caso de la central. Las naves se cubren por medio de una techumbre de madera mudéjar, restaurada en 1717 y modernamente, la capilla mayor con una bóveda de arcos diagonales y la de la cabecera derecha con una bóveda esquifada sobre trompas. A ambos lados de las naves laterales se hallan dos capillas de planta cuadrada que se abren a través de un arco apuntado, la situada en la nave izquierda, y de un arco peraltado la del lado contrario. La puer­ta se sitúa a los pies de la nave central y está con­ figurada por medio de un arco de herradura apuntado, realizado en ladrillo.
     El retablo mayor, realizado en 1637, consta de banco y dos cuerpos de tres calles. En 1751 se transformó la hornacina central y el sagrario, sustituyéndose asimismo algunos de los lienzos que desde un principio lo integraban. En la hornacina central se sitúa la Virgen del Castillo, imagen de madera policromada del último tercio del siglo XIV a la que posteriormente se le super­puso un candelero. En las calles laterales aparecen los lienzos de la Anunciación y la Visitación, de 1637; de la Huida a Egipto y la Presentación en el templo, de 1751; y de la Inmaculada, copia moderna de Murillo. Asimismo figuran en el presbiterio dos esculturas de la segunda mitad del siglo XVII que representan a San Roque y Santo Domingo. En la cabecera de la nave derecha se sitúa un retablo re­compuesto con elementos de finales del siglo XVIII en el que aparecen las esculturas de San Pedro, del siglo XVII, y de dos santos obispos, del XVIII. En esta misma nave se hallan una escultura de San Francisco de Asís, del siglo XVII, aunque muy repintada, y otra del Crucificado, imagen articu­lada de la segunda mitad del siglo XIV. En la cabecera de la nave izquierda, decorada con pin­turas murales de mediados del siglo XVIII, se encuentra el primitivo camarín del retablo mayor, fechado como él en 1637. Contiene las esculturas de Santa Catalina y de San Pedro, de la segunda mitad del XVII. A los pies de la nave central se halla un lienzo de San Cristóbal firmado y fechado en 1853 por Antonia Rodríguez y Alba y en la sacristía se conserva una interesan­te colección de exvotos pintados, del siglo XIX (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
    La Iglesia de Santa María del Castillo se encuentra situada en la parte más elevada de la localidad muy próxima a las ruinas del antiguo castillo. Desde todos los puntos de la población destacan las distintas volumetrías de este edificio totalmente encalado.
     Exteriormente se muestra como una iglesia de líneas muy sencillas, con una simple portada a los pies donde se abre una puerta central bajo un arco de herradura apuntado enmarcado por un alto alfiz.
     Es una iglesia de estilo mudéjar edificada en el tercer cuarto del siglo XIV. Cuenta con planta de cajón con cabecera plana. El edificio cuenta de tres naves divididas en tres tramos separados por arcos de herradura apuntados que cabalgan sobre pilares rectangulares achaflanados y enmarcados por alfiz. Presenta triple cabecera plana con capillas de planta cuadrada que se comunican con las naves a través de arcos de medio punto, en el caso de las laterales y arco apuntado en el caso de la central. Las naves se cubren por medio de una techumbre de madera de estilo mudéjar, la central a dos aguas de par y nudillo y las laterales a una o de colgadizo, que fueron restauradas en 1717. La capilla mayor se cubre con bóveda de arcos diagonales y la del lado del Evangelio mediante una bóveda esquifada sobre trompas con decoración de lacería mudéjar. La sacristía se encuentra aledaña a la cabecera del templo y se encuentra cubierta por bóveda de cañón con arcos fajones. En el tercer tramo de la nave del Evangelio se abre una capilla que se une al cuerpo de la iglesia mediante un arco apuntado, mientras que la capilla del segundo tramo de la nave de la Epístola lo hace mediante un arco peraltado.
     La puerta principal se sitúa a los pies de la nave central y está configurada por medio de un arco de herradura apuntado, realizado en ladrillo. La espadaña se encuentra situada en el muro testero de la cabecera. Consta de un solo cuerpo con un vano de medio punto enmarcado por alfiz, rematándose el conjunto por un pequeño chapitel con remates piramidales.
     Es una iglesia de estilo fundamentalmente mudéjar, su construcción se llevó a cabo hacia el siglo XIV sobre una antigua mezquita islámica que existía en el interior del propio recinto fortificado.
     En un principio fue un arquitectura exenta, de tres naves separadas por ejes de arcos de herradura apuntada, cabecera plana, y tripartita y dos accesos, a los pies y el lado del evangelio. Con posterioridad se fueron incorporando de manera progresiva dependencias aledañas destinadas al guarda o santero, nuevas capillas, etc.
     Fue restaurada y modificada posteriormente en los siglos XVI y XVIII. Las primeras obras de reforma son del siglo XVI (renovación de cubiertas, adosamiento e construcciones, etc.). En el siglo XVII se hace reformas puntuales y el embellecimiento interior con la incorporación del retablo de la Capilla Mayor y otros elementos muebles. En el siglo XVIII se añaden dos capillas laterales y el cuerpo
de ingreso situado junto a la nave del evangelio.
     En el siglo XIX se produce un profundo deterioro, con caída puntual de paños en la nave de la epístola. Su arreglo supuso la elevación de la techumbre de esta nave.
     En el año 2003 se hizo una restauración integral del inmueble (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     La Ermita de Nuestra Señora del Castillo es uno de los ejemplos más representativos de la arquitectura religiosa mudéjar en Andalucía Occidental. Prueba de ello es su declaración como Monumento Histórico Artístico desde la temprana fecha de 1931.
     Curiosamente al ingresar en el templo uno siente esa impresión inicial de estar en una mezquita. Pero lo cierto es que, desde el principio, se trató de una obra levantada por los pobladores cristianos hacia la segunda mitad del siglo XIV.
     La primera elección fue escoger la ubicación dentro de la fortificación medieval. El castillo estaba entonces en pleno funcionamiento como recinto militar, con personal y guardas asignados de manera permanente. El espacio elegido fue un ámbito libre de edificaciones, junto al borde de la antigua plaza de armas, al encontrarse la zona oriental ya urbanizada con distintas dependencias desde época islámica.
     La segunda tarea fue remodelar el terreno para asentar el edificio. Para ello, y ajustándose por el flanco sur a la proximidad de la muralla de la fortificación, hoy desaparecida, se acometieron acciones de recrecido y nivelación hasta obtener un espacio lo suficientemente amplio y llano como para ubicar la nueva construcción.
     El edificio no ha soportado grandes transformaciones a lo largo de la historia. Su planta original, casi idéntica a la actual, responde a un tipo basilical, con tres naves separadas por ejes de arcos de herradura apuntados que descansan sobre pilares achaflanados de ladrillo. Su cabecera era plana y tripartita, con tres ámbitos independientes destinados a presbiterio, sacristía y capilla secundaria. En el centro, la capilla mayor o presbiterio concentra en su estructura y alzado la mayor parte de los elementos de ascendencia gótica. Entre ellos destaca la bóveda de arista y el esbelto arco apuntado que la separa de la nave de culto. Respecto a las dos capillas laterales, en ambos casos se separan del resto de la nave mediante arcos de medio punto, pero mientras en lado del evangelio se remata con una bóveda ochavada de lacería simple de fuerte influjo almohade, la de la epístola presenta una bóveda baída con pinturas al fresco ya de la Edad Moderna.
     Las entradas originales fueron siempre dos: la primera, emplazada a los pies de la nave principal, alberga un fuerte influjo islámico al incorporar, de nuevo, como elemento protagonista el arco de herradura apuntado enmarcado por un alfiz. La segunda, situada en el centro del lado del evangelio, se halla desde el siglo XVIII muy modificada respecto a la composición inicial, con una portada concebida en resalte al estilo gótico de la época. 
   No en balde, el templo se erige como un ejemplo de simbiosis cultural entre el mundo islámico y cristiano. Desde la elección de los materiales de construcción hasta la mayoría de las soluciones arquitectónicas son deudoras de una herencia musulmana largamente arraigada en nuestra tierra. Esta combinación magistral de estilos artísticos va más allá de la interesante y fructífera convivencia de ideas, enviándonos un mensaje subliminal inequívoco: el triunfo de la fe cristiana. Su materialización se plasma en la elección de los elementos de ascendencia gótica para el lugar protagonista del templo, la capilla mayor o el presbiterio.
     Durante la Edad Moderna, el templo recibirá retoques que alteraron de forma puntual su fisonomía. Es evidente que, como cualquier edificio que permanece en uso durante un período de tiempo tan prolongado, la Ermita se presenta hoy como resultado de múltiples actuaciones. El programa de reformas incluyó desde el deseo de mejorar y embellecer los las instalaciones con la incorporación de elementos decorativos acordes con los cánones estéticos de la época (altar mayor, retablos, cancelas, coro alto, etc.), hasta la necesidad de acometer arreglos que eviten la ruina (sustitución de cubiertas de madera), el levantamiento de nuevos cuerpos (capillas laterales y módulo de ingreso) o la reordenación espacial y funcional de distintos ámbitos (conversión de la antigua sacristía en capilla de culto y cierre de la entrada de los pies de la iglesia), entre otras cuestiones. nuevos cuerpos (capillas laterales y módulo de ingreso) o la reordenación espacial y funcional de distintos ámbitos (conversión de la antigua sacristía en capilla de culto y cierre de la entrada de los pies de la iglesia), entre otras cuestiones. Una especial mención merece la talla gótica de la Virgen del Castillo, patrona de la ciudad de Lebrija desde mediados del siglo XVII. Se define por ser una obra anónima de madera policromada, datada hacia el último tercio del siglo XIV por sus características formales, si bien se carece hasta la actualidad de documentación al respecto que avale su proceso de encargo y creación artística. Al igual que otras tallas similares, la imagen sufrió una transformación profunda en el siglo XVIII para adaptarla a las denominadas “imágenes de candelero”, donde solo queda escultóricamente visible las manos y la cara, eliminando (o “mutilando”) aquellas formas de la escultura que entorpecían a la hora de engalanar la imagen con ropajes, vestidos, mantos y alhajas...
     La Virgen del Castillo se ubica en la hornacina central del retablo mayor, de estilo barroco (1633), que consta de banco y dos cuerpos de tres calles que se articulan por columnas entorchadas. El camarín original, se puede contemplar hoy en la capilla lateral de la nave de la epístola, tras ser trasladado en 1751, junto al sagrario, a este cuerpo que hasta entonces había servido como sacristía. Cierra el historial constructivo del monumento la restauración del bien entre los años 2001 y 2003. El creciente estado de deterioro que amenaza el edificio y su incuestionable valor histórico, llevó al Excmo. Ayuntamiento de Lebrija, en colaboración con la Hermandad del Castillo, a embarcarse en la siempre difícil tarea de la recuperación de un bien patrimonial, cuyo resultado hoy podemos visitar (Ayuntamiento de Lebrija).
     La ermita de Ntra. Sra. del Castillo es uno de los ejemplos más representativos de la arquitectura religiosa mudéjar en Andalucía Occidental. Su edificación fue una obra cristiana levantada junto a la antigua plaza de armas del castillo hacia la segunda mitad del siglo XIV.  Prueba de ello es su declaración como Monumento Histórico Artístico desde la temprana fecha de 1931.
     El edificio no ha soportado grandes transformaciones a lo largo de la historia. Su planta original responde a un tipo basilical, con tres naves separadas por ejes de arcos de herradura apuntados que descansan sobre pilares achaflanados de ladrillo. Su cabecera era plana y tripartita, con tres ámbitos independientes destinados a presbiterio, sacristía y capilla secundaria.
     En el centro, la capilla mayor o presbiterio concentra en su estructura y alzado la mayor parte de los elementos de ascendencia gótica. Entre ellos destaca la bóveda de arista y el esbelto arco apuntado que la separa de la nave de culto. Respecto a las dos capillas laterales, en ambos casos se separan del resto de la nave mediante arcos de medio punto, pero mientras en lado del evangelio se remata con una bóveda ochavada de lacería simple de fuerte influjo almohade, la de la epístola presenta una bóveda baída con pinturas al fresco ya de la Edad Moderna.
     El templo se erige como un ejemplo de simbiosis cultural entre el mundo islámico y cristiano. Una especial mención merece la talla gótica de la Virgen del Castillo, patrona de la ciudad de Lebrija desde mediados del siglo XVII, obra anónima de madera policromada, datada hacia el último tercio del siglo XIV (Turismo de la Provincia de Sevilla).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e  Iconografía de la Virgen con el Niño;  
    Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad 
     Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
     En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nom­bre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques. 
     Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior. 
   Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres. 
     Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
     Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
     En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón

     Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
     Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
     Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
     A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
     La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.  
    El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
     Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
     A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien aca­ricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
     Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
     A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
     Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la historia de la Sabatina como culto mariano
    Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual.  Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos.  
     En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.
     De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe.  
      El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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