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martes, 4 de junio de 2024

Los principales monumentos de la localidad de Antequera (I), en la provincia de Málaga

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Málaga, déjame ExplicArte los principales monumentos de la localidad de Antequera (I), en la provincia de Málaga.
Datos geográficos
     Comarca de Antequera
     Superficie: 817 km2
     Altitud: 577 m
     Latitud: 37º 01'  -  Longitud: -4º 33'
     Distancia a Málaga capital: 51'5 km
Datos demográficos
     Población: 41.178
     Gentilicio: Antequeranos
Ayuntamiento
     c/ Infante Don Fernando, 70, 29200
     952708100 - 952703750
     Pocos lugares pueden presumir de tener un patrimonio histórico-cultural como el de Antequera. Enclavada en el corazón de Andalucía, esta ciudad aglutina más de medio centenar de monumentos y enclaves arqueológicos de extraordinaria relevancia.
     Pasear por Antequera es sumergirse en su pasado. Una gloriosa historia que le dejó en herencia palacetes, iglesias y conventos de los más variados estilos, junto a una fortaleza musulmana y un conjunto prehistórico declarado Patrimonio de la Humanidad. El municipio cuenta además con uno de los más sorprendentes parajes naturales de la provincia de Málaga, El Torcal.
     En Antequera no puedes perderte sus monumentos:
     La Real Colegiata de Santa María la Mayor es el edificio más representativo de la arquitectura religiosa de Antequera. Fue construida en el siglo XVI y está considerada el primer edificio renacentista de Andalucía.
     De la misma época datan la Colegiata de San Sebastián, con su singular mezcla de estilos, las iglesias de San Juan, Santa María de Jesús y del Carmen, así como el Real Monasterio de San Zoilo. Este último alberga en su interior valiosas obras de arte.
     Entre los templos erigidos en los siglos XVII y XVIII, destacan las iglesias de San Miguel, Santiago, San Pedro y los Capuchinos. Pero en todos los casos sufrieron reformas posteriores. Otras muestras del arte eclesiástico de Antequera son las iglesias de Nuestra Señora de Loreto y San Juan de Dios, hermosos ejemplos del arte barroco. De similar estilo son los templos de los conventos de Belén, Madre de Dios de Monteagudo y San José.
     Antequera cuenta también con numerosos conventos fundados entre los siglos XVI al XVIII. Destaca el de Santo Domingo, con un bello artesonado mudéjar. Merecen también una visita los conventos de San Agustín, la Victoria, la Trinidad, la Encarnación, Santa Eufemia y las Catalinas.
     Dos capillas tribuna y el convento de Nuestra Señora de los Remedios, patrona de la ciudad, completan el catálogo de monumentos religiosos de la capital de la comarca de Antequera.
     Paseando por la ciudad, se pueden contemplar además cerca de una decena de casas señoriales de entre los siglos XVI y XVIII. En este periodo se construyó el Hospital de San Juan de Dios y el Pósito. Se trata de dos de los edificios civiles más sobresalientes de Antequera, junto a la Plaza de Toros, inaugurada en 1848, y el Palacio Consistorial, instalado en un antiguo convento.
     De la arquitectura nobiliaria, destaca el palacio de los Marqueses de la Peña de los Enamorados y el de la Marquesa de las Escalonias. En el Palacio de Nájera se puede visitar el Museo de la Ciudad. Su obra principal es el Efebo de Antequera, una emblemática escultura romana.
     Legado de la época musulmana es la Alcazaba. Aunque fue erigida en el siglo XI, parte de las murallas, la Torre de Papabellotas y la Torre Blanca fueron construidas posteriormente. A través del paseo de las barbacanas, se llega hasta las proximidades del Arco de los Gigantes, del año 1585. Y justo detrás, se levanta el Mirador de las Almenillas.
     Antequera posee además tres puertas monumentales (las de Granada, Estepa y Málaga), varios yacimientos arqueológicos, una decena de espacios museísticos y cinco salas de exposiciones. El Museo de la Ciudad, el Taurino y el de Santa Eufemia son algunos de los más interesantes.
     Capítulo aparte merece el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO dada su espectacularidad y su magnífico estado de conservación. Excepcional ejemplo de las construcciones megalíticas, el dolmen de Menga tiene seis mil años de antigüedad. Es un enorme sepulcro de galería con un corredor delimitado por grandes losas que conduce a una cámara sepulcral. Los dólmenes de Viera y El Romeral completan el conjunto prehistórico (Diputación Provincial de Málaga).
      Su término municipal, el más extenso de la provincia de Málaga, 810,39 km2, engloba, además de la
ciudad de Antequera, doce pedanías y diseminados: Bobadilla Pueblo, Bobadilla Estación, Cañadas de Pareja, Cartaojal, Colonia Santa Ana, La Higuera, La Joya, Las Lagunillas, Los Llanos, Los Nogales, Puerto del Barco, Villanueva de Cauche y una entidad local autónoma, Villanueva de la Concepción.
     «Corazón de Andalucía», «ciudad de Arte» o «la ciudad de las iglesias blancas y gongorinas», en palabras de Gerardo Diego, son algunos de los calificativos que definen la privilegiada situación estratégica y la significativa imagen histórico-artística de Antequera.
     La presencia de población íbera en el municipio, entre los siglos VII y VI a. C., queda atesti­guada por los restos arqueológicos diseminados. Los hallazgos encontrados, a pesar de lo fragmentario, son indicio de las características comunes de su hábitat: pequeños núcleos de población dispersa situados en elevaciones para aprovechar las cualidades defensivas naturales, reforzadas con murallas. Es el caso de los recintos fortificados de Peñanegra, Cortijo Catalán, Cortijo Guerrero y Cerro del Castillo, a los que hay que sumar los primeros asentamientos de Singilia Barba y Torre del Cuchillo, la necrópolis de La Hoya, y la fase ibérica de Aratispi (Villanueva de Cauche).
     Buena parte de estos poblados indígenas pervivieron más allá de la ocupación de estas tierras interiores por parte de Roma. La romanización del territorio debió tener en algunos de estos primitivos establecimientos un objetivo a conquistar o un punto de partida sobre el que continuar. Es muy probable que las cualidades estratégico-defensivas del Cerro del Castillo siguieran siendo efectivas en el oppidum romano, germen, a su vez, de la posterior alcazaba árabe que ha llegado a nuestros días. E igual debió ocurrir con la zona en la que después se levantaría Singilia Barba. No obstante, una de las repercusiones más trascendentales de la ocupación romana de este espacio fue el gran impulso urbano materializado en importantes ciudades y villas de explotación agrícola repartidas por su suelo. La organización territorial emprendida en el siglo I a. C. por Octavio Augusto en la provincia Baetica, situó Anticaria (Antequera), Singilia Barba (Cortijo el Castillón) y Oscua (Villanueva de la Concepción) en el Conventus Astigitanus y Aratispi (Villanueva de Cauche) en el Conventus Gaditanus. La red via­ria que unía las costas malagueñas con Corduba (Córdoba), Hispalis (Sevilla) e Iliberris (Granada) pasaba por estos núcleos, facilitando la comunicación entre ellos y de éstos con el resto de la provincia, siguiendo la vía natural del valle del Guadalhorce. En las laderas del Cerro del Castillo, guarnecido en su parte más alta por un recinto militar fortificado, se extendía Antikaria. Por el momento, la única muestra material de envergadura que atestigua su existencia es el complejo de las termas de Santa María, a los pies de la Colegiata que le da nombre (s. I-IV d.C.). No obstante, durante mucho tiem­po se creyó que el germen de la actual Antequera se encontraba en Singilia Barba, declarada Zona Arqueológica en 1996. La ciudad, situada al noroeste de Antikaria, sobre un núcleo prerromano, fue un importante centro urbano comercial y económico en época alto-imperial, ostentando la categoría de municipium, dotado de muralla, trazado ortogonal, foro, alfares, teatro y necrópolis con tumbas de sillares. Los alrededores de los enclaves urbanos constituyen en esta fase histórica lugares predilectos para el establecimiento de villas de carácter semiurbano y dedicación diversa. Las termas, conocidas como «Carnicería de los Moros», atestiguan la existencia de una suntuosa villa junto al río de la Villa, a unos dos kilómetros de Antikaria. El conocimiento sobre este importante componente de la Antequera romana continúa nutriéndose con importantes hallazgos, como el de la Villa de la Estación, declarada Zona Arqueológica en 2006, al norte del municipio, excavada aún parcialmente. Se trata de un importante centro residencial, agrícola y comercial, que dominaba por su privilegiada situación la vega antequerana; a su riqueza patrimonial contribuye el destacado conjunto de mosaicos que pavimenta sus estancias y numerosas piezas de mármol y bronce (Museo Municipal). Por su parte la villa y necrópolis de las Maravillas (Bobadilla ), de finales del s. II hasta el último cuarto del VI d.C., formarían parte del territorio rural del municipium de Singilia Barba, a juzgar por la adscripción del sepulcro monumental a una familia de esta ciudad. Un paralelismo lo encontramos en el poblado y necrópolis tardo-romanos de la Angostura. Las riquezas naturales del municipio fueron objeto de una intensiva explotación, a través de la producción, elaboración y comercialización agrícolas, principalmente del aceite, producto básico de la zona. La numerosa nómina de centros canalizadores de estas labores, Ga­llumbar, o el localizado en Aratispi, atestigua su trascendencia económica y vital.
     La pervivencia de muchas de estas instalaciones y núcleos poblacionales hasta los siglos VI y VII está siendo corroborada por las excavaciones arqueológicas, que empiezan a esclarecer los denominados
«siglos oscuros» de la historia de Antequera. La población hispano romana que habitaba Antikaria, vinculada ahora al Estado Bizantino, protege su área de influencia con castella, pequeñas fortalezas de planta cuadrada, uno de cuyos rastros podemos vislumbrar en el Cerro del Castillo o en la vecina localidad de Mollina. El descubrimiento reciente, en el límite norte de la ciudad, carretera de Córdoba, de un poblado bizantino con viviendas, fortines y canteras, ocupado entre los siglos V y VI d.C., muestra la preocupación por defender esta frontera del impulsó visigodo. No obstante, la presencia visigoda en la ciudad, durante el siglo VII, y debido al retroceso urbano, ha dejado escasos restos materiales, localizados en el mismo Cerro del Castillo, como la inscripción relativa a una edificación eclesial: el dintel visigodo de la Colegiata de Santa María la Mayor. 
   En la primera etapa musulmana del territorio antequerano, desde mediados del siglo VIII al siglo X, se asiste a un relativo abandono del Cerro del Castillo y al auge de otros enclaves más seguros, como el de la Peña de los Enamorados, activo hasta época califal, o los asentamientos de Singilia Barba, Belda o Archidona, mejor fortificados, así como a una recuperación de las antiguas villas romanas de explotación. Posible muestra de esta pervivencia periférica es la existencia de una importante mezquita en la vega antequerana (cortijo de las Mezquitas), con una probable cronología de los siglos X-XI, incoado BIC, considerada hasta la fecha como la mayor edificación rural de este tipo en Al-Andalus. En los mismos siglos, el Cerro del Castillo refuerza su carácter defensivo con un primer anillo amurallado con destacados elementos, como las Torres del Homenaje y Blanca y dos torreones de flanqueo en el suroeste, recientemente descubiertos. Este anillo se engloba en un segundo perímetro amurallado, de los siglos XI y XII, que triplicaba la extensión de Medinat Antaqira y se convertiría en objetivo prioritario de la política militar durante los siglos siguientes, con hitos como la puerta de las Bastidas, la torre albarrana de la Estrella o la puerta de Málaga. Este carácter militar y jurisdiccional se vería reforzado con otros elementos de fortificación y vigilancia repartidos por el territorio, como la torre de Gonzalo Hernández, la torre Hacho, la Torre de los Árboles, la Torre del Cuchillo, el castillo de Cauche o el de Jevar.
     Con la conquista cristiana de la ciudad, en 1410, capitaneada por el Infante D. Fernando, se inicia una nueva etapa de su historia, en la que se va forjando la imagen patrimonial que la define hoy. La Antequera renacentista y barroca tiene en sus numerosas iglesias, conventos, palacios y bienes muebles, preciados testimonios materiales de ese esplendor. Su casco antiguo está declarado Conjunto Histórico desde 1973 (Rosario Camacho Martínez [dirección], Aurora Arjones Fernández, Eduardo Asenjo Rubio, Francisco J. García Gómez, Juan Mª Montijano García, Sergio Ramírez González, Francisco José Rodríguez Marín, Belén Ruiz Garrido, Juan Antonio Sánchez López, y María Sánchez Luque. Guía artística de Málaga y su provincia. Tomo II. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).  
     Su llanura es uno de los elementos integrantes de la depresión Penibética, delimitada al Norte por la Sierra de Yeguas, al Sur por la de Abdalajís, al Este por el pasillo de Archidona y al Oeste por la altiplanicie de Ronda. La población se desarrolla en la falda y al pie de los Cerros del Castillo -origen de la Ciudad, con restos del recinto amurallado musulmán y de la Vera-Cruz, sobre una zona amesetada.      
     Sus altitudes más significativas son: el Castillo, 563 m.; el Cerro de la Cruz, 571 m.; y la Plaza de San Sebastián, 515 m. Todo ello lo configura en un emplazamiento estratégico desde el punto de vista topográfico y de comunicaciones en el que confluyen las principales conexiones de la mitad sur de Andalucía.
     Las calles que rodean el castillo poseen cierta reminiscencia del trazado musulmán. Son de disposición radial y de gran pendiente, adaptándose a las curvas de nivel y escalonándose cada 8 ó 10 metros, medida de la anchura de las parcelas. 
     De entre ellas destaca por su singularidad el Callejón de la Estrella, cubierto, estrecho y tortuoso, típico de una medina musulmana; las calles Herradores, Colegio y Río se ajustan a las curvas de nivel al Norte del Castillo; y la calle Málaga transcurre a media ladera sobre el río. El resto son, cuando menos, onduladas, con dos mallas superpuestas: una radial, con dos centros claros, San Sebastián y el Portichuelo, y otra longitudinal, en dirección Oeste- Este (San Miguel y El Carmen). El resto de la población se ordena con una estructura ligeramente ortogonal, con calles espaciosas en proporción a la altura de los edificios.
     Las manzanas de mayores dimensiones se encuentran en la intersección de las tramas de las zonas Alta y Baja, que a veces aparecen subdivididas en manzanas menores por calles secundarias o adarves.
     Morfológicamente se aprecia una clara diferencia entre la Zona Alta (Barrio de San Juan., San Miguel y El Carmen), organizada alrededor del Portichuelo, y la Zona Baja (El Centro). Hacia el norte el Ensanche del Barrio de la Cruz se caracteriza por su malla rectangular.
     La tipología residencial más numerosa es la de casa unifamiliar popular, de dos o tres plantas, crujías paralelas a la fachada y patio interior al que dan todas las dependencias. Con ella coexisten un buen número de casas palacio de interés. En los barrios cercanos al Portichuelo la altura de las viviendas suele reducirse a una o dos plantas.
     Desde finales del XVIII queda consolidada la ciudad que se conoce hoy. La renovación del centro urbano se realiza desde el siglo XIX, en el que se sustituyen la mayoría de las viviendas de dos plantas por tres. El Centro Histórico ocupa la mayor parte del núcleo consolidado hasta los años 40 de nuestro siglo, en él que se produce la transformación de mayor impacto, al cambiar el uso de las viviendas de unifamiliar a plurifamiliar, y al unirse parcelas y ocuparse casi en su totalidad. No obstante, estos impactos han sido absorbidos por la trama existente que no presenta excesivos problemas de infraestructuras y equipamiento, aunque corre grave peligro lo que queda de la ciudad heredada (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Esta bella, antigua y artística población, cuajada de monumentos, se sitúa en las leves alturas de un ribazo desde el que domina su feraz vega, a espaldas del misterioso Torcal y frente a la no menos noble y bella peña de los Enamorados.
Historia
     Antikaria, es decir, antigua, la denomina­ron los romanos hace 2.200 años, lo que da idea de su antigüedad. Estuvo poblada, como mínimo, desde comienzos de la Edad del Bronce y llegó a ser un poderoso bastión en tiempos de los cartagineses. Los árabes la llamaron Madina Antaqira, pero bajo su dominio la ciudad careció de relevancia, aunque siguió siendo un poderoso bastión militar, especialmente guarnecido tras la caída de Sevilla y Jaén, en el siglo XIII. Desde luego, al infante de Castilla, Fernando, le costó Dios y ayuda conquistarla, aunque por fin lo consiguió el 16 de septiembre de 1410 y fue apodado desde entonces el de Antequera. Poco después de la conquista cris­tiana, se inicia el despegue urbanístico y demográfico de la ciudad, que llegó a ser en el siglo XVI una de las más importantes de Andalucía, singular foco de humanistas y poetas que fueron muy influyentes en la literatura del momento. La producción agrícola ya era la base de su economía, situación que, con una mecanización intensa en la fértil vega, se mantiene hoy, pero a la que se ha añadido un importante desarrollo industrial, así como una presencia del turismo en continuo crecimiento.
Gastronomía
     La porra antequerana, variación del salmo­rejo, el gazpachuelo, las migas y la ensalada de cardos constituyen los primeros platos de la mesa de Antequera, fundamentada prácticamente en los productos del campo. A ellos hay que añadir, como continuación, el chivo pastoril, el conejo a la cortijera o el escabeche de pescado. El bienmesabe, dulce de almendra de origen mudé­jar, es el postre por excelencia, al que se le suelen unir los mantecados.
Artesanía
     Actualmente se trabajan el mueble de madera y la forja; se confeccionan trajes regionales y, en los últimos tiempos, ha aparecido una pequeña industria textil artesanal que produce jarapas, mantas y tapices.
Fiestas
     La Semana Santa ofrece particularidades que le confieren una personalidad singular. Los pasos llevan varales y son portados a hombros y con horquillas para las paradas; los porteadores reciben el nombre de hermanacos. En las procesiones existe la figura del campanillero de lujo, un niño menor de ocho años vestido de terciopelos que hace sonar una campanilla para avisar del movimiento del paso. Una de las ceremonias más llamativas es la de correr la vega, que consiste en subir algunos de los tronos a la carrera por la pendiente en cuya cumbre se sitúa su iglesia. El 18 de mayo se celebra la procesión del Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas, patrón de la ciudad. Agrogant es una feria agrícola y ganadera que tiene lugar en mayo y viene celebrándose desde 1856. De mucho antes data la Feria Real de Agosto, hacia la mitad del mes, cuyo origen se remonta a 1748. Tiene dos escenarios, el de día, en el casco histórico, y el de noche, en el recinto ferial de las proximidades de la plaza de toros. El 8 de septiembre es el día de la Virgen de los Remedios, patrona de Antequera, de la que se dice que su imagen fue llevada a la ciudad por el apóstol Santiago. El 16 de septiembre se sigue procesionando la imagen de Santa Eufemia, que fue la primera patrona de la ciudad.
VISITA
La calle Infante don Fernando
     En los últimos años, Antequera se ha convertido en una gran ciudad. El casco urbano se ha extendido hacia el llano, bajando desde las alturas en la que se encuentra la ciudad histórica. Un lugar inmejorable para iniciar la visita es la plaza de toros, situada en la parte baja, frente al paseo Real y la puerta de Estepa. Rodeada de espléndidos jardines, la plaza de toros guarda en su planta alta un Museo Taurino lleno de curiosidades.
     Aquí comienza la alameda de Andalucía, al final de la cual se entra en Infante don Fernando, que lleva hacia el corazón del casco histórico. Al comienzo de esta calle, aparece la iglesia de San Juan de Dios, templo barroco construido a caballo entre los siglos XVII y XVIII con proyecto del arquitecto Melchor de Aguirre y cuyo principal interés se encuentra en la profusa decoración de blancas yeserías de su interior, que adquiere características imborrables en la cúpula sobre pechinas del crucero.
     Hacia la mitad de la calle, se alcanza la iglesia de los Remedios, en la que se guarda la imagen de la patrona de Antequera, la Virgen del mismo nombre que perteneció al convento de Franciscanos Terceros. En la fachada, precedida de un compás, destaca la bellísima espadaña de piedra, así como el pórtico con tejaroz formado por tres arcos de medio punto que apean en colum­nas toscanas. El interior es de cruz latina, con tres naves y capillas laterales, la central con bóveda de medio cañón con arcos fajo­nes dobles. Muros y bóvedas, incluida la cúpula del crucero, muestran una cargada decoración de pinturas al temple con distintos motivos. Éstas, junto con la poderosa máquina del retablo mayor, dan al templo el carácter fuertemente barroco que no tiene por su arquitectura, de un manierismo ama­ble y elegante. En el retablo mayor, posiblemente el más bello de Antequera, construido en el primer tercio del siglo XVIII, están la imagen de la Virgen de los Remedios y, en el ático, el impresionante altorrelieve de Santiago apóstol a caballo en el momento de entregar la imagen de la Virgen a fray Martín de las Cruces -un franciscano del convento-, tal y como cuenta la leyenda.
     Al lado de esta iglesia, se sitúa el Ayuntamiento, en la que fuera sede del convento hasta su desamortización. De éste se conserva aún el patio y la escalera principal. El primero es un magnífico claustro de 25 m de lado, de dos plantas con fábrica de ladrillo rojo, el inferior a base de arcos sobre colum­nas toscanas y el superior con balcones, todo en estilo manierista. La fachada, aparentemente barroca, es de 1953. Enfrente de estas dos edificaciones se alza la casona manierista de los Pardo, uno de los muchos palacios con los que cuenta la ciudad. Éste tiene tres plantas, de sobria y elegante composición, con huecos simétricos cuyas rejas responden a la forja antequerana. Otro de estos palacios puede verse a la vuelta del Ayuntamiento, en la calle de la Tercia. Se trata de la casa del Conde de Pinofiel, bella pieza barroca construida en 1762 por Juan Navarrete, transformada recientemente en un hotel de lujo. \
     En la calle Infante don Fernando, un poco más arriba, está la iglesia de San Agustín, templo de una sola nave que formó parte del antiguo convento de San Agustín y que presenta la particularidad de tener la portada a los pies del muro de la Epístola. Aunque ha sufrido numerosas reformas, aun muestra la bóveda gótica de aristas de la capilla mayor. Sin embargo, en la actualidad, lo más interesantes es la abundante decoración a base de yeserías barrocas, en la que se embute una importante serie de lienzos con escenas de la vida de San Agustín.
La plaza de San Sebastián*
     La calle Infante don Fernando es una de las principales de la Antequera histórica. Calle señorial, con casas que ofrecen un aire noble, incluso las más modernas. Esta calle desemboca en la plaza de San Sebastián, que, sin perder su nobleza, constituye el corazón del barrio del Coso Viejo, uno de los más carac­terísticos de la ciudad, laberinto de callejuelas con casas de dos o tres plantas, blancas en su mayoría y con profusión de huecos en las fachadas. La plaza constituye un bellísimo conjunto arquitectónico, en el que se ensamblan a la perfección las casas particulares con la fuente renacentista que labró el granadino Baltasar de Godros en 1545, el arco del Naza­reno, del siglo XVIII y la colegiata de San Sebastián. Este templo, en cuya construcción participó el arquitecto Diego de Vergara, data del siglo XVI y muestra una hermosa fachada renacentista organizada en tres cuerpos, en el último de los cuales aparece el escudo del emperador Carlos I.
La plaza del Portichuelo*
     En la cuesta de la Paz, que parte de la plaza de San Sebastián, se encuentra la iglesia de Santo Domingo, que perteneció al antiguo convento del mismo nombre, templo muy reformado que aún conserva la armadura mudéjar de la nave central adornada con una brillante policromía en rojo, azul, oro y blanco. El retablo de la capilla mayor, máquina imponente del siglo XVIII, acoge la imagen de vestir de la Virgen de la Paz, obra del antequerano Miguel Márquez García, de 1815.
     Siguiendo por la calle Pasillas, se alcanza el palacio del Marqués de las Escalonías, con su bella fachada organizada en dos plan­tas y ático, cuya portada es un notable ejem­plo del manierismo andaluz y, al mismo tiempo, por su concepción como fachada-armazón, muy antequerana. El palacio tiene un bellísimo patio con tres galerías superpuestas en un solo ala que van a dar a un romántico jardín de resonancias islámicas.
     La calle Álvaro de Oviedo lleva hasta la plaza del Portichuelo, uno de los sitios más populares de Antequera. Aquí se localiza la deliciosa capilla-tribuna de la Virgen del Socorro, una de las que existieron en el camino que recorría la antiquísima Cofradía de Arriba, utilizada, probablemente, como lugar de parada para algún acto de tipo teatral de los que se acostumbraban a realizar en este tipo de pro­cesiones. La capilla muestra una arquitectura al mismo tiempo compleja y popular, con dos plantas de galerías abiertas y un ático cerrado. El uso de la piedra y el ladrillo, la disposición de los arcos -de medio punto pero diferentes-, el enfoscado y pintado a la cal, todo le da un personalísimo sabor mudéjar que la con­vierte en pieza única no sólo de la arquitectura antequerana, sino aun de la española. Al lado de esta capilla se encuentra la iglesia de Santa María de Jesús, edificio que perteneció al colegio de Santa María de Jesús, fundado por los franciscanos. Su construcción data de comienzos del siglo XVII, pero ha sufrido numerosas reformas, la principal tras la invasión francesa, en que se cambió incluso su orientación, pasando a ser capilla mayor la anti­gua del Socorro, con su gran bóveda de media naranja, decorada al estilo barroco.
La colegiata de Santa María la Mayor*
     Subiendo por la cuesta Real se llega a la iglesia de San Juan, construida en el siglo XVI y en cuya capilla de Ánimas se guarda el Cristo de la Salud y de las Aguas. Pero, desde la plaza del Portichuelo, lo mejor es tomar la calle Herradores, al final de la cual se alcanza el famoso arco de Los Gigantes, o puerta de Hércules, levantado en 1585 para sustituir a la musulmana puerta de Estepa y cuyo autor fue Francisco de Azurriola. Se entra así en la parte más grandiosa de Antequera, la plaza de Santa María, donde se localizan la alcazaba y la colegiata de Santa María la Mayor. De la alcazaba que levantaron los árabes, actualmente cerrada por trabajos de restauración, se conservan parte de las murallas y algunas torres, de las que sobresalen la de la Estrella, la torre Blanca y, especialmente, la del homenaje, a la que los antequeranos lla­man Papabellotas, coronada desde 1582 por un templete renacentista que cobija la campana de la ciudad. La colegiata es un templo de gran envergadura, el primero de estilo renacentista que se construyó (1514-1550) en Anda­lucía, teniendo aún elementos del gótico tardío en que se comenzó. Es portentosa la fachada, a base de sillares de piedra y divida en tres altas calles. El interior presenta planta basilical, con tres naves separadas por poderosas columnas jónicas, sobresaliendo la capilla mayor, cubierta con bóveda gótico-mudéjar con nervios en estrella. Carece de ornamentación, ya que se encuentra cerrada al culto, utilizándose en la actualidad para la celebración de conciertos y otros actos de tipo cultural. 
La plaza de las Descalzas 
     Saliendo por el arco de los Gigantes y tomando la calle Colegio, se alcanza la igle­sia del Carmen, situada en el borde de un escarpe, cuya construcción data de principios del XVII. Tiene una sola nave con capillas laterales independientes y es especialmente admirable la cubierta mudéjar decorada con lacerías.
    Bajando por la cuesta de los Rojas, se alcanza la preciosa plaza de las Descalzas, con su fuente en el centro y sus grandes magnolios, a la que da el convento de San José, de carmelitas descalzas, fundado en 1632. La iglesia, que data de 1734, tiene una espléndida fachada barroca rematada por un gran frontón triangular. Guarda estimables pinturas y es muy apreciable el retablo mayor, barroco, en el que llama la atención la profusa utilización del estípite. El convento da cobijo en la actualidad al magnífico Museo de las Descalzas*, que reúne en sus cuatro salas un importante patrimonio sacro y artístico con obras como una Dolorosa de las varias que Pedro de Mena realizó en su taller de Málaga; una Virgen de Belén, atribuida a Luisa Roldán, o un Niño Jesús Pastorcito, atribuido a Salcillo. Al lado de la iglesia, pero ya en la calle Carrera, está el palacio de los Marqueses de la Peña de los Enamo­rados, del siglo XVI, aunque muy reformado posteriormente, con dos torreones en los extremos de la gran fachada, en la que se abren siete ejes de huecos protegidos con la reja de forja característica de Antequera.
La plazuela de Santiago
     Un poco más abajo, en la misma calle Carrera, se sitúa el convento de la Victoria, antiguo de frailes mínimos, hoy ocupado por las teresianas. La iglesia muestra una portada levantada a base de sillería de piedra en la que pilastras de orden gigante articulan tres amplias calles. El interior muestra una planta muy compleja basada en el octógono y el hexágono, y abigarrada decoración de molduras y yeserías. La calle Carrera desemboca en esta plazuela barroca en la que confluyen la igle­sia de Santiago, con su frágil y delicada fachada coronada por una airosa espadaña y con una especie de capilla-tribuna en la que está la entrada, y el macizo convento de Santa Eufemia, de monjas mínimas, fundado en 1601, cuya iglesia se concluyó en 1763. 
     El convento de Belén está en la calle del mismo nombre, que desemboca también en esta placita. Actualmente lo ocupan monjas clarisas, pero fue fundado por los carmelitas descalzos. Su fachada es muy sencilla, a base de piedra y ladrillo. Tiene planta de cruz latina, con una cúpula de grandes dimensiones en el crucero, y muestra una profusa decoración barroca en la que sobresale el color azul. Entre las obras que guarda, hay que destacar un San Bruno, de José de Mora, en el altar mayor.
La plaza del Coso Viejo*
     Antequera conserva muchos espacios de gran belleza en los que se mantiene presente el colorido de la memoria histórica. Esta plaza, llamada también de las Verduras, por haber albergado en su día un mercado de hortalizas, es uno de ellos. Ha sido renovada recientemente y ahora tiene en el centro una estatua ecuestre del infante don Fernando y al fondo una fuente que representa los cuatro elementos tradicionales señalados por la filosofía: el agua, el fuego, el aire y la tierra. A esta plaza dan también el convento de Santa Catalina de Siena, de monjas dominicas, conocidas como las Catalinas, y el palacio de Nájera.
     El convento data del siglo XVII y su fundación se debe al canó­nigo antequerano Francisco de Padilla y Alarcón. La iglesia se terminó en 1670, pero fue sustituida por la que se ve hoy en 1735. Se trata de un templo muy sencillo, de una sola nave, muy sugerente de cara al exterior gracias a las celosías que cubren los huecos superiores y a la torre que se alza en la esquina, junto a la cabecera. Dentro aparece decorada con abundantes yeserías, que se acentúan y se vuelven más complicadas en la cúpula del antepresbiterio. El retablo del altar mayor es una pieza barroca de finales del siglo XVIII, en cuyo camarín figura la imagen de la Virgen del Rosario.
     El palacio de Nájera, obra del siglo XVIII, ofrece una espléndida estampa, con su torre mirador, propia de las construcciones antequeranas, obra de Nicolás Mejías, y la solemne traza del resto de la fachada. En el interior conserva un magnífico claustro de planta cuadrada formado por arcos de medio punto de ladrillo sobre columnas toscanas, en la planta inferior, y un cuerpo de ventanas en la superior. Monumental es también la cúpula cuajada de yeserías que cubre la caja de escalera. En este palacio se encuentra el Museo Municipal, en el que se exhiben piezas tan importantes como el Efebo de Antequera, bronce romano de un muchachito desnudo, de 1,54 m, fechado en el siglo I de nuestra Era, o un San Francisco de Asís tallado por Pedro de Mena, así como varias obras del pintor Cristóbal Toral que, aunque nacido en Torre Alháquime (Cádiz), en 1940, se considera antequerano, ya que en Antequera vivió hasta 1959.
La plaza de San Francisco
     En la calle Calzada, que une la plaza de las Descalzas con esta de San Francisco, se encuentra la casa del Barón de Sabasona, del siglo XVIII, notable por el delicado manierismo de su fachada, construida en ladrillo visto, salvo la portada que está hecha con sillares de piedra blanca y negra.
     En la plaza, suntuosa y una de las mayores de la Antequera clásica, está el Real Monasterio de San Zoilo, franciscano, fundado por los Reyes Católicos en 1500. La iglesia, de estilo gótico, muestra un compás almenado, más allá del cual se alza la fachada, de piedra arenisca, cuya portada consiste en un arco carpanel con arquivoltas enmarcado por dos pilastras cajeadas de estilo dórico. Dos espadañas, de construcción ligeramente posterior, alegran la vista con su airosa levedad. Del interior sobresale la cubierta mudéjar de la nave central, así como la capilla de la antigua Cofra­día de Flagelantes, con su bóveda estrellada, situada a los pies de la nave del Evangelio. Un elemento curioso es la enorme cabeza situada en la clave del arco toral, más allá del cual la capilla mayor deja ver su bóveda de crucería. En el camarín del altar mayor de esta capilla se encuentra la imagen de Jesús Nazareno de la Sangre, atribuida a Pablo de Rojas. Interesante también es el Santo Cristo Verde, un Crucificado gótico-renacentista del siglo XVI, atribuido a Jerónimo Quijano, que se encuen­tra en la capilla del Comulgatorio, primera de la nave del Evangelio.
El convento de la Trinidad
     En la calle Maderuelos, al lado de la plaza de San Francisco, puede verse la casa de los Colarte, que llama la atención por la caliza roja del Torcal con la que se construyó el cuerpo inferior de la portada, un amplio dintel enmarcado entre columnas toscanas sobre altos plintos. Bajando desde la plaza por la calle Santa Clara, se descubre la capilla tribuna de la Cruz Blanca, otra de las capillas de este tipo que, como la del Portichuelo, jalonaron el casco antequerano.
     Enfrentado a ella, se levanta el convento de la Trinidad, fundado por los trinitarios descalzos en 1637, cuya iglesia tiene una amplia fachada coronada por un frontón triangular, con dos grandes aletones en los extremos y la espadaña en el lado izquierdo. El interior es muy amplio, con planta de cruz latina, gran cúpula de media naranja en el crucero y coro alto a los pies. Un incendio producido en 1935 destruyó el retablo mayor y gran parte de la imágenes. El que se ve en la actualidad sigue el diseño de Francisco Palma, mostrando las imágenes de San Juan de Mata y San Félix de Valois, fundadores de la Orden. Muy relevante es la sacristía, realizada por el alarife antequerano Cristóbal García. De planta rectangular, se cubre con bóveda de cañón separada entramos por arcos perpiaños trilobulados y en ella resalta la decoración orientalizante.
     Aquí mismo, en la calle de su nombre, se sitúa la iglesia de San Pedro, hermoso templo de carácter renacentista que muestra aún reminiscencias góticas, como, por ejem­plo, la bóveda de crucería de su nave central apeada sobre imponentes pilares de piedra. Son interesantes los trece lienzos que se distribuyen por el retablo de la capilla mayor, al igual que el de la Virgen del Silencio que se encuentra a los pies de la nave del Evangelio.
El convento Madre de Dios de Monteagudo
     Esta notable edificación, una de las construcciones religiosas más interesantes de Antequera, se encuentra en la calle Lucena, que parte hacia arriba desde la Cruz Blanca. Su construcción se realizó entre los años 1747 y 1761, siguiendo el proyecto de Cristóbal García para las monjas agustinas. El exterior del edificio, alzado en un elegante barroco con reminiscencias mudéjares, muestra un sorprendente juego de volúmenes formado por la torre campanario y la cúpula de la capilla mayor. El interior del templo es uno de los más bellos de Antequera en este estilo. Tiene una sola nave, con coro alto y bajo a los pies, separada en cuatro tramos por pilastras toscanas en la que apean bóvedas de estructura irregular. Sorprenden dos aspectos, la combina­ción de superficies planas y cóncavas, y la cúpula de la capilla mayor, formada por un anillo quebrado apoyado en cuatro pechinas y sobre el que se levanta una triple estructura cóncava de considerable altura. La imagen de la Virgen de Monteagudo, talla de José Medina, de mediados del siglo XVIII, preside el altar mayor, de estilo neogótico.
     En la misma calle, un poco más arriba, está el solemne palacio del Marqués de Villadarias, casa barroca de la primera mitad del siglo XVIII, cuya portada es la más monumen­tal de las que se levantaron en Antequera en esta época. Tiene tres cuerpos. En el inferior, cuatro columnas toscanas enmarcan el dintel al tiempo que sostienen la amplia base de una balconada con el vano enmarcado, en esta ocasión, por pilastras cajeadas. Del interior, tan monumental como la fachada, lo mejor es el patio, a base de arcos de ladrillo sobre colum­nas, y la escalera, singularmente la bóveda elíptica sobre pechinas.
     Curioso es el edificio del cine Torcal, que se ubica en la calle Diego Ponce, un poco más abajo del convento. Fue construido por el arquitecto Antonio Sánchez Estévez en 1934 siguiendo el estilo racionalista, tan en boga en la época, con claras aportaciones del Art Decó, lo que da idea de que Antequera no se que­ daba atrás ni siquiera en años tan difíciles como aquellos.
     En la misma calle, puede verse una de las últimas obras del arquitecto sevillano Aníbal González, realizada en 1928: la casa de los Serrailler, magnífico ejemplo de la arqui­tectura de tipo regionalista, con los grandes miradores enrejados de su fachada, construida en ladrillo visto, y el bellísimo patio de tres plantas, de un andaluz señorial, delicado y noble, a base de arcos abiertos sobre colum­nas en la planta baja, balcones de medio punto en la primera y dinteles en la superior, todo con preciosa molduración y un uso preciso del azulejo trianero.
ALREDEDORES
     Saliendo de la ciudad por la carretera N 331, se alcanzan, en seguida y sucesivamente, los dólmenes de Viera, Menga y El Rome­ral, espectaculares construcciones megalíticas, de unos 4.500 años de antigüedad. Hacia el sur de Antequera, saliendo por la avenida de la Legión, que puede tomarse desde la alameda de Andalucía, a unos 10 km, se llega a El Torcal, formidable mon­taña kárstica declarada Parque Natural en 1978. El conjunto se compone de unas 1.200 ha y en él se encuentran formaciones casi milagro­sas, como las de el Tornillo, la Pera, el Mono o el Sombrero, y miradores como el del Tajo de la Venta o el de Diego Monea. La señalización es muy clara. Hay buenas áreas para aparcar y existe un Centro de Visitantes que, aunque en este momento está cerrado por trabajos de reforma, funciona perfectamente. En él puede conseguirse toda la información necesaria para realizar la visita y a partir de él existen varias rutas de baja dificultad que pue­den ser recorridas a pie. Merece la pena hacerlo: el paisaje es sobrecogedor y además puede disfrutarse de una flora muy rica y de una amplia fauna; es posible ver buitres, águi­las perdiceras y reales, y halcones peregrinos. 
     Tomando la autovía del 92, dirección Sevilla, a unos 20 km se encuentra la laguna de Fuente de Piedra, de agua salobre, una de las mayores de la Península, con más de 1.300 ha, declarada Zona de Protección Especial para las Aves por la Comunidad Europea en 1988 y Reserva Natu­ral por la Junta de Andalucía en 1989. Es incon­table el número de especies acuáticas que aquí anidan, pero la más llamativa es la de los flamencos, que llegan a reunirse por millares y que constituyen un espectáculo realmente asombroso. En el Centro de Visitantes de Cerro del Palo, al que se llega fácilmente desde el pueblo de Fuente de Piedra, suministran información suficiente acerca del espacio, así como de los caminos que pueden recorrerse y de los observatorios desde los que pueden contemplarse las aves a placer (Rafael Arjona. Guía Total, Málaga. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005)
     A los pies de la sierra del Torcal y frente a la peña de los Enamorados, esta prehistórica y noble ciudad muestra al viajero la notable riqueza de su patrimonio artístico.
Historia
     Restos funerarios con una antigüedad supe­rior a los 4.500 años prueban el poblamiento organizado de la ciudad, al menos, desde comienzos de la Edad del Bronce. Fue fortaleza cartaginesa y los romanos la denominaron Antikaria, que quiere decir "ciudad antigua". Durante la época árabe su nombre varió levemente, pasó a llamarse Antaqira. En 1410 fue conquistada por el infante de Castilla, Fernando, que tras esta acción fue llamado "el de Antequera", el mismo que, años más tarde y tras el famoso Compromiso de Caspe, llegó a ser rey de Aragón con el nombre de Fernando I.
     Tras el dominio árabe se produce una rápida expansión demográfica y urbanística que se prolonga hasta mediados del siglo XVI. Alrededor de la colegiata de Santa María la Mayor surgió un importante foco de humanistas y poetas de gran influjo en la literatura barroca.
     Igualmente de este periodo son la mayoría de los edificios monumentales tanto religiosos como civiles, cuya construcción se paraliza en el siglo XVIII, quedando la ciudad con el aspecto que prácticamente tiene hoy.
     En el siglo XIX, la burguesía agraria propició la creación de un núcleo industrial de tejidos que, sin embargo, se abandonó pronto para regresar a la tradicional agricultura. Hoy, Antequera es principalmente una ciudad agrícola, pero con una fuerte presencia industrial y de servicios.
Gastronomía
     Fundamentalmente de carácter agrícola, tiene como entradas frías el ajoblanco y la porra, una variación del salmorejo. Platos fuertes lo constituyen las papandujas de bacalao, las migas, los maimones y las patas, guiso de patas de cerdo con garbanzos y otros productos de la huerta. Como postres, los mantecados y el bienmesabe, dulce de almendra de origen mudéjar
Artesanía
     Son tradicionales los faroles de hierro y de vidrio, los bordados conventuales y los trajes regionales.
Fiestas
     La Semana Santa goza de un brillante esplendor. Hay procesiones durante toda la semana. Uno de sus momentos culminantes tiene lugar en la noche del Viernes Santo en la Plaza de San Sebastián, donde se produce la despedida entre las hermandades del Dulce Nombre de Jesús y la de la Santa Cruz en Jerusalén.
     Durante la segunda semana de agosto se celebran las Fiestas de la Recolección que atraen a un gran número de visitantes.
     Entre los actos festivos destacan el Concurso Hípico Nacional, el mercado de ganados y las corridas de toros.
     El 8 de septiembre tiene lugar la festividad de la patrona, Nuestra Señora de los Remedios.
     El Carnaval, prohibido durante la época franquista, cuenta en la actualidad con una amplia participación del vecindario.
Vida urbana
     El flamenco y los toros son dos de las grandes aficiones de los antequeranos. Alrededor de la plaza de toros, precisamente, se va extendiendo la ciudad moderna y el comercio que aún hoy se sitúa sobre todo a lo largo de la calle Infante don Fernando y sus proximidades.
     La juventud tiene un buen lugar de encuentro en la Casa de la Cultura, domiciliada en la calle Carreteros, con importantes actividades de cine, música, teatro, etc. durante todos los días de la semana.
VISITA
     En lo más alto de la ciudad se levanta el conjunto formado por la alcazaba árabe y los restos de muralla. De las torres que se conservan sobresalen la de la Estrella y la Torre Blanca y sobre todo la del homenaje, a la que los antequeranos llaman Papabe­llotas, coronada desde 1582 por un templete que cobija la campana de la ciudad.
     En la parte inferior de los jardines del castillo, en la plaza de los Escribanos se encuentra el bellísimo conjunto monumental formado por la colegiata de Santa María la Mayor* y el arco de los Gigantes. La cole­giata es un poderoso templo de 1550 formado por tres naves de columnas jónicas con cubierta mudéjar. Es de destacar la espléndida fachada renacentista y la bóveda gótico-mudéjar de la capilla mayor. El arco, desde el que se contempla una espléndida vista de la ciudad, se levanta frente a la colegiata y como continuación de la muralla. Es obra de Francisco Azurriola y fue dedicado por los antequeranos a Felipe II en 1585. En él se colocaron numerosas lápidas y esculturas romanas encontradas en los alrededores de la ciudad.
     El barrio del Coso Viejo* es uno de los lugares más característicos de Antequera. Laberinto de callejuelas, con las tradicionales casas antequeranas de dos o tres plantas, blancas y con profusión de huecos en la fachada, principalmente balcones.
     Se llega a él bajando del castillo por la Cuesta de San Judas y la de los Zapateros, ambas escalonadas.
     La parroquia de San Sebastián* se levanta en la plaza de su nombre, formando junto con la fuente renacentista, el arco del Nazareno y algunas casas particulares uno de los conjuntos más interesantes del urbanismo de la ciudad. La iglesia fue construida en el siglo XVI y posee una hermosa fachada renacentista con portada abocinada y torre barroca de cuatro cuerpos, el primero de base cuadrada y los restantes circulares de ladrillo rojo terminados en un pináculo de cerámica vidriada con un giraldillo.
     A su espalda aparece la iglesia de la Encarnación, del siglo XVI, con un buen artesonado mudéjar.
     En la plaza ajardinada del Coso Viejo, que da nombre al barrio, se encuentra el Museo Municipal, antiguo palacio de Nájera, singular edificio del siglo XVII del que sobresale la espléndida torre mirador. Guarda este museo una amplia colección de obras arqueológicas e históricas, entre las que cabe destacar el Efebo de Antequera*, bronce romano del siglo I encontrado en tierras de la vega.
     En la calle del Infante Don Fernando se encuentra el Ayuntamiento*, antiguo convento de Padres Terceros, en él sobresale el claustro, construido a finales del siglo XVII, y la escalera, terminada en 1745. La fachada, aunque aparentemente barroca, es de 1953. 
     Junto a él se alza la iglesia de los Remedios, que en su día fue la iglesia del convento y que está dedicada a la patrona de Ante­quera. Obra del siglo XVII, posee planta de cruz latina con dos capillas laterales.
     Un rincón del máximo interés por ser exponente de la Antequera más pura es la plaza del Portichuelo*, situada a la derecha y algo más abajo del castillo. Se construyó hacia mediados del siglo XVIII y recibe su nombre de la capilla-tribuna de la Virgen del Socorro, llamada popularmente El Portichuelo, construcción de estilo barroco mudéjar.
     En esta plaza hay que señalar también la iglesia de Santa María de Jesús, sencilla y blanca, con nidos de cigüeñas en su campanario, y un edificio con columnas de ladrillo visto y las juntas pintadas de blanco, claramente singular.
ALREDEDORES
     A unos 13 km por la carretera de Villanueva de la Concepción se halla el extraordinario conjunto pétreo del Torcal.
     En las proximidades de la ciudad, a los pies de la Cuesta del Romeral, por la Carretera N 331, se localiza un conjunto megalítico de extraordinaria importancia, formado por tres grandiosos dólmenes.
     El dolmen de Menga* es el más antiguo y el mayor de los tres. Data del año 2500 a.C. y se trata de una especie de cueva artificial construida con enormes bloques de piedra de hasta 180 toneladas que forman una galería de 25 m de largo por 6,5 m de ancho y 2,70 m de alto, en cuyo extremo hay una cámara sepulcral.
     El dolmen de Viera es aproximadamente 100 años más moderno que el anterior y está compuesto por una larga galería al final de la cual se encuentra la cámara sepulcral consistente en un cubo de 2 m de arista.
     El dolmen del Romeral, finalmente, es del año 1800 a.C. Más complejo que los dos anteriores, sus muros son de mampostería, posee cámara funeraria circular de 5,20 m de diámetro y camarín de ofrendas, además del corredor. La bóveda de falsa cúpula, de influencia oriental, es la primera de este tipo que se construye en Europa (Rafael Arjona. Guía Total, Andalucía. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005).
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