Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Málaga, déjame ExplicArte los principales monumentos (Recinto monumental de la Alcazaba, Real Colegiata de Santa María la Mayor, Termas Romanas, Arco de los Gigantes - Mirador de las Almenillas, Muralla de la plaza del Carmen, e Iglesia del Carmen) de la localidad de Antequera (II), en la provincia de Málaga.
Dentro del conjunto murado de la medina islámica se distinguen dos recintos diferenciados más o menos conservados.
El primero estaría ocupado por la Alcazaba, que se desarrolló en todo el coronamiento del cerro, ocupando una superficie de unas 1,57 hectáreas. Un segundo anillo bajaría desde la Puerta de la Villa, conocida hoy como Arco de los Gigantes, para continuar hacia el Postigo del Agua y la Puerta de Málaga, donde se emplazó la Ermita de la Virgen de Espera. Desde este punto volvería a unirse con la Torre Blanca, que pertenece ya al recinto de la Alcazaba.
La torre más importante de todo el recinto es la que se denomina como Torre del Homenaje, conocida popularmente como Reloj de Papabellotas. Su planta es rectangular, midiendo sus lados exteriores 16,75 y 17,70 metros, lo que la convierte en una de mayor anchura de entre todas las torres andalusíes, solo superada por la Calahorra de Gibraltar y la Torre de Comares en la Alhambra. Entre las estancias del interior, hay varias de planta rectangular y cubiertas con bóvedas esquifadas de ladrillo recubiertas con estuco bastardo. Sobre esta torre se construyó en 1582 un templete campanario renacentista para albergar la campana de la ciudad.
En los siglos siguientes a la caída del Imperio Romano la ciudad de Antikaria languideció, por lo que no se vuelven a tener noticias de ella hasta el siglo XI, concretamente en un poema de Samuel ibn al- Nagralla, visir judío del rey Badis de Granada. Un siglo después, a mediados del XII, al-Idrisi relata que Antequera estaba despoblada, pero no yerma. Será después de 1248, tras la conquista de Sevilla por el rey Fernando III, cuando comience a reforzarse, como plaza estratégica para la defensa del reino granadino (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Declarado Monumento Nacional, la mayor parte de las murallas conservadas datan de la primera mitad del siglo catorce y en su construcción se utilizaron materiales de la época romana.
El castillo, fortaleza o alcazaba de "Papabellotas", es un conjunto fortificado de la Antequera musulmana, y que fue probablemente levantado sobre restos romanos. Su fecha de construcción exacta es desconocida, mencionándose por primera vez en el siglo doce.
Tras continuas refriegas, entre cristianos y musulmanes, sufre gran deterioro. Cuando el Rey Fernando Tercero en 1248 conquista Sevilla, se hace necesario el reforzamiento de la plaza y se construye gran parte de la cerca pues Antequera queda como plaza militar estratégica en la frontera para la defensa del sultanato granadino.
Lo que tradicionalmente se conoce como castillo o fortaleza de Papabellotas consiste en dos grandes torres unidas por lienzo de muralla en la que se observan además dos pequeñas torres de construcción semicilíndrica y semicuadrada.
La torre más importante de todo el recinto, es la del Homenaje, conocida popularmente como Reloj de Papabellotas, de planta angular, es una de las mayores torres entre las musulmanas andaluzas. Sobre ella se construyó en el año 1582, un templete campanario en piedra y ladrillo de estilo manierista para cobijar la campana mayor de la ciudad.
Unida por un lienzo de muralla a esta torre, está la conocida como Torre Blanca que sorprende por la perfección técnica demostrada en su fábrica de sillería. Particularmente interesantes son sus bóvedas de ladrillo, unas de medio cañón y otras esquifadas.
Toda la zona de la antigua alcazaba comprendida entre estas dos torres y el lienzo que las une, hasta la Plazas de los Escribanos y de Santa María, se encuentra en la actualidad bellamente ajardinada. Dentro de ella destacan entre otros restos arqueológicos, un aljibe de ladrillo (Diputación Provincial de Málaga).
La institución colegial nació bajo la iniciativa segundo obispo de Málaga D. Diego Ramírez de Villaescusa de Haro. Tras consultar a los Reyes Católicos y una vez aprobada por Julio II la bula de erección, en febrero de 1503, el prelado firmó la fundación el 17 de septiembre de 1504, constituida en la parroquia de Santa María de la Esperanza. La visita previa a la ciudad de Antequera y a sus tres parroquias había servido para que el obispo advirtiese las circunstancias demográficas y económicas favorables para el desarrollo del proyecto. Los restos de una primitiva fábrica aún pueden verse en el lateral de la Colegiata. El edificio definitivo cambió la orientación, consiguiendo desarrollar la idea de fachada monumental, que aún hoy es emblema artístico de la ciudad. A partir de aquí, y durante sus cuatro siglos de existencia, la Colegiata desempeñó una excepcional labor cultural como centro de atracción y foco de difusión artística, propiciando la formación y la creación literaria y musical de renombrados humanistas, poetas y maestros de capilla del Siglo de Oro.
La autoría o autorías arquitectónicas de la iglesia es una incógnita. No obstante, la documentación prueba la participación de Pedro López desde 1532, Diego de Siloe, desde 1539 hasta 1542, probable autor de la fachada, el dominico fray Martín de Santiago, y Diego de Vergara, maestro mayor de la colegial a partir de 1544, cuya dirección es evidente en la capilla mayor y la capilla de las Piñas.
La iglesia articula su diáfana planta basilical en tres naves cubiertas con armaduras mudéjares del siglo XVI, la de la Epístola reconstruida fielmente hacia 1980. Las crujías se estructuran mediante soberbias columnas jónicas acanaladas, sobre las que apoyan cinco arcos de medio punto decorados con perlas góticas. La altura mayor de la nave central se consigue con un cuerpo de arcos de descarga a modo de triforio ciego. La capilla mayor, con un gran desarrollo en profundidad, cubre su planta rectangular con bóveda gótico-renacentista sobre trompas, con nervios dispuestos en forma de estrellas y círculos. La Sacristía Mayor se abre al presbiterio con una destacada portada manierista, comunicando interiormente con la Sacristía Menor, abierta a la nave lateral. La disposición de las capillas que dan a las naves laterales no sigue un esquema simétrico ni presentan una imagen unificada en el tiempo, dadas las sucesivas intervenciones. En la nave del Evangelio se abren la capilla Bautismal, a los pies, y la de las Ánimas, con bóveda semiesférica decorada con yeserías dieciochescas; en la de la Epístola, destacamos la capilla de las Piñas, posible intervención de Vergara, cuya planta rectangular se cubre con una compleja articulación de dos tramos de cañón casetonados a ambos lados de un espacio coronado por linterna, en cuya bóveda se trazan diafragmas calados por óculos.
En esta iglesia existe una singular simbiosis entre la impronta gótica y un precoz estilo renacentista. El abandono del primitivo proyecto gótico, visible en la cabecera, en la inspiración para la fachada y en algunos elementos decorativos, propició que el templo se convirtiera en el ejemplo más temprano de construcción renacentista en Andalucía, dada la cronología de las obras (1514-1550), haciendo de la modernidad, la monumentalidad y la calidad del diseño sus más destacados atributos. Al exterior, la fachada principal, de sillares, presenta la disposición característica de las catedrales góticas italianas que dejaban sentir el peso de la tradición romana. Tres calles separadas por contrafuertes cobijan otras tantas portadas con arcos de medio punto, organización que se repite a escala triunfal en los nichos superiores. La mayor anchura de la calle central y la altura de su portada se compensan con la estilización de los arcos triunfales laterales. Sobre una balaustrada ciega se eleva el ático mediante triple perfil triangular recortado, alojando el central una serliana. Completa la silueta una serie de pináculos decorados con bolas. Los recursos plásticos y decorativos, que en las iglesias italianas se apoyaban, además de en los elementos arquitectónicos, en el juego polícromo de sillares y mosaicos, sufren en el templo antequerano un proceso de depuración, al ajustarse a suaves entrantes y salientes y a una decoración contenida, a base de elementos geométricos, óvalos, tondos, veneras y roleos, ya manieristas. El carácter renacentista proviene entonces del ejercicio arquitectónico de imprimir mesura, equilibrio entre las partes y el todo y un ritmo, extraídos del vocabulario clásico. Una única torre de ladrillo se levanta en el lado derecho con adiciones del siglo XVII. En el ábside destacan los contrafuertes y el remate de la cornisa, a base de jarrones manieristas.
Desprovista de culto, la Colegiata, declarada BIC con categoría de Monumento en 1944, se ha recuperado como un polifacético espacio cultural. Precisamente, el patrimonio que alberga actualmente proviene de las exposiciones celebradas en ella. En la capilla mayor se exhibe, desde 2002, una réplica de Antonio Ibáñez del baldaquino, erigido en 1578-1580, de autoría anónima, aunque posible traza de Antonio Mohedano, con intervenciones del cantero Francisco de Azurriola y el pintor Juan Vázquez de Vega, que fue trasladado a la parroquia de San Pedro. En la capilla Bautismal destacamos la pila de San Salvador, una singular pieza en barro cocido y vidriado, del siglo XV, el dintel visigodo del siglo VII, con inscripción conmemorativa de la fundación de una iglesia dedicada a San Pedro, y una escultura anónima de San Juan Bautista, del siglo XVI. En la cabecera de la nave del Evangelio, lienzo de San Antonio de Padua, réplica de Ribera, del siglo XVII. En la nave de la Epístola, la capilla de las Piñas muestra un notable lienzo de la Virgen de la Palma, de Antonio Mohedano, y sendas imágenes anónimas del siglo XVI de Santa Lucía y Santa Eufemia. Distintas piezas pictóricas y escultóricas completan el resto de las capillas del templo (Rosario Camacho Martínez [dirección], Aurora Arjones Fernández, Eduardo Asenjo Rubio, Francisco J. García Gómez, Juan Mª Montijano García, Sergio Ramírez González, Francisco José Rodríguez Marín, Belén Ruiz Garrido, Juan Antonio Sánchez López, y María Sánchez Luque. Guía artística de Málaga y su provincia. Tomo II. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
Se construyó este magnífico templo entre los años 1515 y 1550, sin que se conozca el autor del primitivo proyecto que después fue continuado por distintos arquitectos, entre ellos Diego de Vergara.
El interior responde al tipo de iglesia columnaria que, salvo en esta diócesis, no abunda en Andalucía. Presenta planta basilical con tres naves separadas por columnas de orden jónico sobre las que danzan arcos de medio punto decorados de pomas o perlas; para hacer más alta la nave central se superponen arcos de descarga a manera de falso triforio ciego.
Las tres naves se cubren de armaduras de madera mudéjares, siendo la central rectangular, con abundante decoración de lazo, y las laterales ochavadas y similar decoración.
La capilla mayor, de planta rectangular en profundidad, se cubre con crucería gótico-mudéjar y presenta ventanas de tipo florentino. Su traza se debe a Diego de Vergara.
La fachada principal responde al modelo de arco triunfal romano y está considerado -junto a la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda- como las dos únicas fachadas totalmente compuestas del Renacimiento andaluz.
El templo de Santa María la Mayor se empezó a construir en 1514, es decir, a los diez años de la fundación canónica de la Colegiata en 1504, por Bula de Julio II e iniciativa del obispo Ramírez de Villaescusa. En 1540 se había gastado en la fábrica treinta mil ducados, prosiguiéndose la obra hasta mediados de siglo, fecha en la que finalizó (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Edificio de importancia capital dada la modernidad respecto a su fecha de construcción (entre 1514 y 1550), es considerado como la primera iglesia realizada con sentido renacentista en Andalucía aparte de su más que evidente monumentabilidad. Está declarado Monumento Nacional.
Se trata de una obra excepcional por sus proporciones en la que coexisten diversos criterios de estilo: se plantea en estilo gótico y se termina haciendo un edificio renacentista. En ella intervinieron, entre otros, los maestros Pedro López y Diego de Vergara.
Su fachada, realizada totalmente en piedra de sillería donde se emplearon sillares procedentes de la antigua ciudad romana de Singilia, está articulada en principio como las catedrales góticas italianas, con tres calles separadas por contrafuertes en cada una de las cuales se abre una puerta, siendo mucho mayor la central. Sin embargo, analizando sus elementos individualmente, responde al estilo renacentista.
El interior, hoy prácticamente vacío de retablos y demás elementos ornamentales, aparece como un bello salón columnario. Se trata de una planta basilical en la que las tres naves quedan separadas por imponentes columnas de orden jónico sobre las que se desarrolla una danza de cinco arcos de medio punto decorados con perlas al estilo gótico de los Reyes Católicos. La nave central presenta mayor altura que las laterales siendo casi el doble de ancha que éstas.
La capilla Mayor, de planta rectangular, se cubre con bóveda gótico-mudéjar. El resto de las capillas responden a tipos y épocas diferentes siendo la más interesante, la del Sagrario en la Nave de la Epístola que conserva una preciosa decoración ya cercana al manierismo.
Especial atención merecen las tres armaduras mudéjares que cubren las naves construidas antes de mediar el siglo dieciséis. La central está considerada como una de las más bellas de Andalucía
(Diputación Provincial de Málaga).
El yacimiento arqueológico presenta un enorme interés desde el punto de vista científico ya que se trata del descubrimiento "in situ" de los primeros vestigios de la ciudad romana de Antikaria, así como la documentación arqueológica de los primeros pobladores en el cerro sobre el que se expande la ciudad actual.
Al interés histórico hay que añadir el carácter monumental de los restos exhumados, destacando los pavimentos de mármol, pavimentos de opus spicatum, opus figlinum, construcciones realizadas con sillería de arenisca, diversas piscinas y la documentación de tres mosaicos.
Su estado de conservación es medio, encontrándose afectado sobre todo por agentes naturales (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Este Complejo Termal, situado a los pies de Santa María la Mayor, fue descubierto por casualidad en el verano de 1988. Se puede fechar en torno a mediados del siglo primero.
La edificación, de gran robustez, está realizada a base de grandes sillares y piletas recubiertas de mortero hidráulico. El exterior se reviste de mármoles.
También ha sido encontrado un gran mosaico polícromo cuyo medallón central representa una divinidad marina y que puede datar del siglo tercero.
La importancia de estos restos reside más en el hecho de que viene a confirmar la existencia del asentamiento urbano de Antikaria que hasta el momento sólo se conocía por fuentes escritas (Diputación Provincial de Málaga).
El Arco de los Gigantes se abre en un muro de más de dos metros de grosor realizado en mampostería, en el que se sitúan inscripciones latinas relativas tanto a la propia Anticaria como a otras ciudades romanas que existieron en sus inmediaciones (Singilia, Nescania, Osqua,...) y cuatro grandes lápidas en las que se desarrolla una dedicatoria al rey Felipe II.
El vano, en forma de medio punto, está compuesto por dovelas alargadas de piedra arenisca cuya clave se resalta situando en ella un relieve con un jarrón de azucenas. Éste, junto al castillo y el león de la cornisa superior, conforman el escudo de la ciudad, que se ofrece a la vista en la cara externa, abierta a la plaza Alta o de la Feria.
Sobre la cornisa se conservan los restos de una escultura romana de Hércules, que dio otro de los nombres con que se designó a la Puerta, además del de Arco de los Gigantes, alusivo a las estatuas de gran tamaño que en ella hubo. El conjunto ha tenido con el paso del tiempo varias reestructuraciones, retirándosele y reponiéndose luego alguno de los elementos adosados en el momento de su construcción.
Construido en sustitución de la denominada Puerta de la Villa o de la Estepa por el estado ruinoso en el que se encontraba por el corregidor Don Alonso Rodríguez de San Isidro, se mandó realizar la denominada Puerta de Hércules o Arco de los Gigantes, siendo corregidor Don Juan Porcel Peralta, caballero de la Orden de Santiago hacia 1585.
El autor de la traza, el mismo que de las casas capitulares, fue el arquitecto Francisco de Azurriola, dirigiendo las obras el maestro alarife Francisco Gutiérrez, colaborador habitual de Azurriola. Durante el siglo XVI, la ciudad alta va a continuar siendo el centro representativo, político, pues allí se ubicaba la plaza mayor, y religioso, con la presencia de la colegiata de Santa María, pues en esos momentos esta área estaba recibiendo importantes reformas urbanas. La plaza de Santa María presidida por la primitiva colegial, única plaza de la ciudad antigua, era de trazado estrecho e irregular, por lo que el cabildo del 31 de junio de 1502 vio la necesidad de ensancharla, utilizando dos tiendas que serían demolidas. En 1509, siendo corregidor de la ciudad el licenciado Ruy Gutiérrez Escalante se hizo en ella una labor importante de urbanización y ornato. Se amplió nuevamente la Plaza y se iniciaron las obras de la Cárcel, Audiencia y Casas del Cabildo, esta última traza del arquitecto Francisco de Azurriola. Estos edificios situados junto a la Puerta de la Villa fueron demolidos inútilmente entre 1819 y 1826. Las reales cédulas van a continuar decretando la mejora de la ciudad en tiempos de Carlos V hasta Felipe II, en 1585, cuando se mande construir el Arco de los Gigantes. Aunque la mayoría de sus elementos decorativos han desaparecido, podemos conocer los elementos que formaban parte por las descripciones conservadas o por las imágenes, como la existente en la Iglesia de Santo Domingo, perteneciente al cuadro de "La Epidemia", cuya idea general de la disposición de los elementos es bastante aproximada a los textos. En el mencionado cabildo del 7 de mayo de 1585 se acordó la erección en honor de Felipe II de este arco de triunfo, decorándose con todas las inscripciones y esculturas halladas en Antequera y las proximidades. Se calcula alrededor de cuarenta y cuatro el número de textos incorporados al arco. Lo cierto es que muchas de éstas no pudieron trasladarse bien por formar parte de otro edificio o por el lamentable estado, decidiéndose copiar esos textos a otras lápidas, lo que nos hace pensar en la poca fiabilidad de algunas de ellas. La unión de las lápidas y figuras romanas junto a los emblemas de la ciudad, escudo, castillo y jarrón, evidenciaba el deseo de la municipalidad de reencontrarse con un pasado clásico. De esta forma, la puerta era resignificada desde todos sus ámbitos, ocultando de esta manera la dominación musulmana, primero con la destrucción de la primitiva puerta de origen árabe, y en segundo lugar el sentido y significado de la puerta como un elemento que había de cambiar la imagen de este sector de la ciudad (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Data del siglo dieciséis y fue levantado sobre una antigua puerta nazarí y en el que se pueden observar estatuas e inscripciones romanas.
El Arco de los Gigantes o Puerta de Hércules se levanta en 1585 en sustitución de la puerta musulmana conocida como de Estepa o de La Villa.
Esta construcción es muestra del interés de la ciudad por legitimar su renacentismo a través de los vestigios romanos aparecidos en el suelo. Por ello, una vez levantada, se insertan todas aquellas estatuas y lápidas latinas que habían aparecido en las ciudades romanas próximas. Su traza, se debe al arquitecto Francisco de Azurriola y su construcción, al maestro alarife de la ciudad Francisco Gutiérrez.
El Arco, que se abre en un muro de más de dos metros de grosor, presenta una altura de siete metros. Su coronamiento fue hasta el siglo diecinueve bastante aparatoso ya que, tenía una gran hornacina flanqueada de dos aletones, en la que había una enorme estatua romana de Hércules. La jarra de azucenas de la clave, así como el castillo y el león de la cornisa, conforman el escudo de la ciudad.
En 1909 se desposeyó al Arco de los restos romanos que conservaba y no es hasta 1984 cuando se acomete la reconstrucción del torreón inmediato y la reposición de cuatro grandes lápidas en las que se desarrolla la dedicatoria latina al rey Felipe Segundo. Un año después, termina su remodelación con los restos de la estatua original de Hércules, la mayoría de las inscripciones latinas y un réplica del relieve romano que se sitúa sobre el jarro de azucenas y que le dan su actual aspecto (Diputación Provincial de Málaga).
El recinto amurallado de la ciudad data de la época almohade (finales del siglo XII y principios del siglo XIII). Los almohades construyeron un recinto amurallado completo «ex novo», que es el que hoy podemos apreciar. Estas murallas eran de tapial y todavía en algunos tramos se puede apreciar el ancho de las tablas que sirvieron para encofrarlas. El aspecto de la ciudad musulmana (Madinat Antaqira) era el de una ciudad media, con un recinto intramuros de 65.000 metros cuadrados, con unas murallas blancas que se disponían en dos recintos.
Posteriormente, en el siglo XIV, los nazaríes realizan un programa de revestimiento de estas murallas con mampostería, dotándolas de la apariencia pétrea que poseen hoy (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
La presencia de la orden de Carmelitas Calza dos en Antequera se remonta a 1512, cuando la llegada de dos frailes supuso la fundación conventual, en principio en una ermita cedida por la municipalidad. No era un lugar cualquiera. La ermita de San Sebastián el Viejo, cuya fábrica se sustituiría con las instalaciones conventuales, había sido erigida en el lugar que las crónicas relacionaban con el campamento del Infante Don Fernando durante el cerco impuesto a los musulmanes en 1410. El imponente buque de la iglesia, con sus alturas escalonadas, domina la orografía escarpada por el río de la Villa, oteando el camino hacia Granada y la cercana cumbre del Cerro del Castillo, en el que ya se había construido la parroquia de Santa María. A finales del siglo XVI las obras del templo y del desaparecido convento ya debían haber comenzado, aunque aún de forma incipiente, puesto que en 1597 sólo eran utilizables la capilla mayor y parte de la casa. La iglesia fue adquiriendo su fisonomía actual progresivamente con las intervenciones de los siglos XVII y XVIII, a las que hay que sumar la demolición en el siglo XIX del convento y la tapia del compás. Esta última circunstancia dibuja en planta, y hacia el exterior, una falta de simetría, al estrechar el lado de la Epístola, que recibía las instalaciones conventuales. El diseño general responde al modelo de iglesia de una sola y diáfana nave, capilla mayor cuadrada, precedida de un gran arco triunfal y una serie de capillas laterales, que se abren como espacios independientes entre sí. Igualmente autónoma se concibió la capilla de la Soledad en 1720, un añadido a los pies de la iglesia con una integridad espacial muy marcada, al poderse diferenciar un presbiterio y una nave.
La iglesia fue declarada BIC con categoría de Monumento en 1976.
Un capítulo de especial significación es el de las cubiertas. El presbiterio, construido en la década de los veinte del siglo XVII, y contratado a los maestros Francisco Barrientos, Cristóbal Ramírez y Juan Muñoz Bustamante, se cubre con bóveda de media naranja rematada en linterna, soporte para una exquisita decoración de yeserías manieristas a base de cintas trabadas, con un gran sentido de la proporción y el ritmo, y los escudos de los patronos en las pechinas. Mención aparte merece el impresionante artesonado mudéjar de la nave, concluido en 1614, cuya decoración se despliega sobre todo en el almizate, recorrido por un complejo diseño de lacerías, estando los faldones ocupados por dos bandas de estrellas. Por su parte, la capilla de la Soledad cubre la nave con bóveda de medio cañón rebajado y fajones, y el presbiterio con bóveda semiesférica.
La sencillez de la fachada de los pies, paliada inicialmente con pinturas murales, queda interrumpida por la portada. Su diseño manierista se compone con un medio punto entre medias columnas toscanas, rematado por frontón curvo y partido con el escudo de la orden en el tímpano. La pequeña espadaña, elevada a los pies de la capilla de la Soledad, es una sencilla construcción de ladrillo, que cumple funciones de campanario desde que en 1883 fuera demolida la torre del Gallo.
El importante patrimonio retablístico de la iglesia comienza en la capilla mayor. La magnificencia y significación de este espacio no pueden entenderse sin la maquinaria arquitectónica y escultórica creada expresamente para tal fin, articulada a través de tres retablos, que sirven de soporte para un programa iconográfico de exaltación del Carmelo, desplegado de una forma deslumbrante. La obra está considerada como uno de los conjuntos más interesantes de la retablística barroca andaluza del siglo XVIII. Particularmente destacado es el retablo mayor. Su ensambladura, una complicada articulación de hornacinas dispuestas entre estípites de orden gigante y potentes molduraciones de movido perfil, además de cornisas, elementos adoselados, nervaduras y peinetón de contorno mixtilíneo, está realizada en madera sin dorar; esta circunstancia redunda en el efecto sorpresivo al contrastar el color natural del material con la policromía de los elementos figurativos que pueblan la pieza. La parte arquitectónica es diseño y ejecución del maestro antequerano Antonio Primo. Para la iconografía del conjunto, al menos trabajaron dos talleres: las imágenes de San Juan Bautista, San Elías, San Eliseo, dos Santos Pontífices y dos obispos, más los relieves en óvalo con bustos de santas carmelitas, y la Virgen y el Salvador del banco del retablo, se deben probablemente al escultor José Medina, mientras que la mayoría de los ángeles y los arcángeles del cascarón parecen de Diego Márquez. De un anónimo tallista del XVIII es la Inmaculada que guarda el manifestador. Hay que pensar que esta tramoya barroca servía, además, para embocar el camarín que se abre detrás con contorno mixtilíneo, sobria decoración de yeserías y rica pintura mural cargada de emblemas y elementos simbólicos. La imagen de la Virgen del Carmen, que se eleva bajo un templete dorado, es del siglo XVII, siendo repolicromada en la centuria siguiente.
La equipación del espacio presbiterial se completa con dos retablos colaterales. En el del lado del Evangelio, dedicado a San Elías, el lenguaje rococó del último tercio del siglo XVIII abunda en los efectos teatrales al coronar el ático con un grupo escultórico, cobijado bajo un dosel, en el que el profeta es arrebatado por el carro de fuego ante la mirada de un San Eliseo arrodillado y arrobado. San Elías aparece de nuevo como imagen de vestir en la hornacina central, flanqueado por dos santos carmelitas, obras coetáneas al retablo. Con un esquema similar, el del lado de la Epístola, consagrado al Ecce-Homo, parece más tardío al invadir la rocalla toda la superficie, resultando más armónico en proporciones y distribución iconográfica. El camarín está considerado como una de las mejores piezas del rococó antequerano. El espacio hexagonal con entrepaños cóncavos se cubre con cúpula cuya plementería repite el mismo perfil; muy rica es la decoración de la bóveda conformada por dos anillos: el primero, abierto con claraboyas cuatrilobuladas con un relieve del Padre Eterno, y el segundo, con los excelentes relieves policromados que representan de medio cuerpo a San Joaquín, San Elías, La Virgen del Carmen, San José, Santa Ana y San Juan Bautista. Este programa ha sido atribuido a Diego Márquez y Vega, al igual que las esculturas de San Elesbán y Santa Ifigia, santos carmelitas negros de Etiopía, apoyados en las repisas de los interestípites. La imagen titular un Ecce-Homo arrodillado, que se eleva sobre un trono-templete poblado de angelitos portantes de símbolos pasionistas, es una importante pieza del primer tercio del siglo XVIII.
Al conjunto se suma el capítulo pictórico que desde los muros laterales del presbiterio redunda en el discurso de exaltación de la orden. No podemos olvidar asimismo el púlpito situado en el arco toral de esta capilla mayor, pieza singular realizada por Miguel Márquez García en 1799.
Los paramentos de la nave central se unen al festejo carmelita y mariano como soporte de una decoración variada. Los entrepaños se ocupan con seis retablos pendientes de finales del XVIII con óleos de santos de la orden y sus árboles simbólicos. Los tramos altos se reservan para hornacinas, ocupadas por esculturas, hoy desaparecidas, que alternan con grandes composiciones pictóricas con escenas de la vida de la Virgen y profetas, de la primera mitad del XVII, enmarcadas con yeserías manieristas que semejan ensambladuras, rematando cresterías de jarrones, bolas y pirámides. Las enjutas del arco toral se ocupan con sendos lienzos que representan con inusitada monumentalidad a la Encarnación, con las figuras de la Virgen y San Gabriel, atribuidas a Mohedano.
En el lado del Evangelio se sitúa la capilla del Nazareno cuya imagen titular, atribuida a Diego Márquez, parece una versión del siglo XVIII del Nazareno de la Sangre de San Zoilo. En la capilla del Sagrario se encuentra una significativa escultura de San José, atribuida a José de Medina; a los lados las imágenes de Santa Eufemia, del XVIII, y una Inmaculada del XVII, y en el banco del retablo los bustos de San Pedro y San Pablo, del mismo siglo; la capilla acoge una importante talla sevillana de la segunda mitad del XVII, procedente de la desaparecida parroquia de San Salvador, antigua mezquita del Castillo; esta capilla se decora con un destacado ciclo de pinturas al temple que cubre sus paredes y la bóveda de arista, entre los que sobresalen La adoración de los Reyes y La adoración de los Pastores. La capilla de la Virgen de la Piedad está presidida por una imagen sedente de esta advocación, de escuela granadina del siglo XVII, flanqueada por las esculturas de un Niño Jesús Pasionario, obra antequerana de finales del XVIII y una Inmaculada del XVII.
El lado de la Epístola abre el espacio inmediato al presbiterio a la capilla de la Virgen de la Quinta Angustia, grupo escultórico transformado a comienzos del siglo XIX por Miguel Márquez, y en el mismo retablo, las imágenes de los santos Cosme y Damián, del siglo XVII. Una talla de vestir de Santa María Magdalena de Pacis centra la siguiente capilla, cuyo retablo está coronado por una valiosa Inmaculada de escuela sevillana, de estilo montañesino, del primer cuarto del siglo XVII; la vida de la santa titular se ilustra en los muros de la capilla con dos pasajes pictóricos atribuidos a Bartolomé de Aparicio. La capilla más notable del templo se dedica a la Esclavitud de Nuestra Señora de la Soledad, Quinta Angustia y Santo Entierro de Cristo, asociada a la Cofradía del mismo nombre, cuya fundación es mucho más antigua, pues sus primeras constituciones fueron aprobadas en 1568, y procesiona sus imágenes el Viernes Santo. La capilla es poseedora de un rico patrimonio artístico. El retablo principal, de finales del siglo XVII, abre su reducida hornacina-camarín a la imagen de vestir de la Virgen de la Soledad, bella Dolorosa del siglo XVIII, atribuida a Miguel Márquez, jalonada por las esculturas de San Juan y la Magdalena, coetáneas del retablo; el Niño Jesús que corona el ático es pieza del siglo XVIII. Una de las obras más notables de la capilla es la Virgen del Socorro, que en origen ocupaba la capilla del Sagrario en la desaparecida mezquita-parroquia de San Salvador, y después pasó a Santa María; se trata de una pieza anónima, realizada en el paso del siglo XV al XVI como producto «industrial», pues técnicamente es un vaciado en pasta vegetal, dorado y policromado, sobre armazón de madera, con la parte posterior plana, siendo del siglo XVII las carnaciones y estofados. La existencia de varias imágenes de este tipo repartidas por Andalucía y Castilla avala la tesis de que posiblemente eran imágenes que los Reyes Católicos regalaban a personalidades o ciudades distinguidas. El resto de retablos de esta capilla son de la segunda mitad del siglo XVIII, como el de San Nicolás de Bari, al estilo de la retablística antequerana del setecientos, cuyo banco está ocupado por un Cristo Yacente, interesante imagen del segundo tercio del siglo XVI, anterior Crucificado cuyos brazos articulados permitían originalmente la dualidad; la fijación de los brazos en el siglo XVIII y su repolicromado determinaron la iconografía definitiva. La imagen se procesiona en una Urna, excelente pieza de estilo rococó, realizada por el artista antequerano Miguel Rodríguez Guerrero en 1773. Otras piezas notables de la capilla son un lienzo de San Francisco de Asís, atribuido a Mohedano, una copia de un Calvario del Tintoretto, escenas de la vida de Santa María Magdalena de Pacis, posibles obras de Bartolomé de Aparicio, y un Crucificado de marfil del siglo XVII. Del ajuar de la Soledad destaca asimismo el paso de palio, de estilo dieciochesco y bordados del XIX, y la peana de «pirámide», interesante pieza rococó.
En la sacristía, a las piezas de platería -hostiario de la primera mitad del siglo XVII, copón de fines del XVIII- se suma el mobiliario de los siglos XVII -mesa central de mármol rojo- y XVIII -cajonera y armario de ornamentos- y numerosas obras pictóricas y escultóricas, como San Pedro en el Desierto y La Fuente de la vida dando agua a los fundadores de las órdenes religiosas, lienzos del siglo XVII, y los bustos en barro de Dolorosa y Ecce-Homo del XVIII (Rosario Camacho Martínez [dirección], Aurora Arjones Fernández, Eduardo Asenjo Rubio, Francisco J. García Gómez, Juan Mª Montijano García, Sergio Ramírez González, Francisco José Rodríguez Marín, Belén Ruiz Garrido, Juan Antonio Sánchez López, y María Sánchez Luque. Guía artística de Málaga y su provincia. Tomo II. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
La iglesia tiene una planta irregular con una nave central cubierta con una armadura mudéjar y unas capillas laterales que se adosan a ella. Tiene coro elevado a los pies en forma de U sobre bóveda rebajada.
A través del arco triunfal se accede al presbiterio, cuadrado, estructurado también con recuadros siguiendo el ritmo de la nave. Se cubre con bóveda semiesférica sobre pechinas. Otras obras ya barrocas, se realizaron en la Iglesia, que se centran en el presbiterio y en una capilla independiente. Es de destacar el retablo mayor, obra de José de Medina, en el que se abre un camarín hexalobulado.
La portada es de mampostería enlucida, tiene un arco de medio punto enmarcada por columnas toscanas con basamento de mármol. Sobre la fachada existe una espadaña muy sencilla de ladrillo.
La Iglesia de Nuestra Señora del Carmen está situada en la Plaza del Carmen en la parte más alta de la ciudad. Es lo único que se conserva de lo que fue Convento de Religiosos Carmelitas Descalzos. Fundado hacia 1513 y terminado a mediados del siglo XVII, debió su apogeo en el siglo XVIII hasta la exclaustración, en que fue abandonado y demolido por su mal estado de conservación a finales del siglo pasado, conservándose únicamente la iglesia, después de importantes obras de consolidación (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Declarado Monumento Histórico-Artístico Nacional, en la actualidad sólo se conserva la iglesia. En su interior se observan magníficos retablos barrocos.
Construida entre 1583 y 1663, esta iglesia, que perteneció a la Orden de los Carmelitas Calzados fue concebida, en principio, como templo conventual. Presenta en la actualidad, una fachada muy simple cuyo elemento más relevante es su frontal manierista.
El trazado de la iglesia sigue con algunas variaciones el modelo de iglesia morisca granadina, de una sola nave, capilla mayor muy definida y capillas laterales independientes. En el siglo dieciocho se le añade, a los pies, la nave de la Cofradía de la Soledad.
En su interior destaca el importante artesonado mudéjar de tipo rectangular con decoración de lazo que cubre la nave principal. Pero lo que acentúa su majestuosidad son sus tres enormes retablos, particularmente el central, cargado de santos de la orden carmelita y angelotes policromados que contrastan con la parte propiamente arquitectónica que no llegó a dorarse como sin duda proyectó en principio su autor Antonio Primo. Este retablo es considerado por su belleza y significación, como uno de los más interesantes ejemplos de la retablística barroca andaluza del siglo dieciocho y sirve de embocadura al camarín central de rica policromía que guarda, dentro de un dorado templete, la antigua imagen de la Virgen del Carmen.
En los retablos colaterales, terminados en su dorado y policromía, señalaremos especialmente el camarín de planta hexagonal del lado de la Epístola dedicado a la imagen arrodillada de Ecce Homo pudiendo ser definido como la pieza más refinada que produjo el rococó en Antequera.
A la nave central se abren seis capillas independientes donde por no prolongarnos más destacaremos sólo algunos detalles como la primitiva imagen de la Virgen del Socorro de finales del quince y que según la tradición regalaron los Reyes Católicos a la ciudad, o la imagen de la Virgen de la Soledad, hermosa Dolorosa de vestir del siglo dieciocho (Diputación Provincial de Málaga).
Más sobre la provincia de Málaga, en ExplicArte Sevilla.
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