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sábado, 25 de enero de 2020

El Atril de "La Conversión de San Pablo", de Francisco de Alfaro, del Altar Mayor, en la Sacristía Mayor, de la Catedral de Santa María de la Sede

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Atril de "La Conversión de San Pablo", de Francisco de Alfaro, del Altar Mayor, en la Sacristía Mayor, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.     
   Hoy, 25 de enero, Solemnidad de la Conversión de San Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, en la actual Siria, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino y lo eligió para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo (c. 67) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para ExplicArte el Atril de "La Conversión de San Pablo", de Francisco de Alfaro, del Altar Mayor, en la Sacristía Mayor, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.
      En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Sacristía Mayor [nº 091 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; No ha cambiado de nombre desde su construcción. En el siglo XVII tenía dos altares, uno del "Calvario" y otro de San Miguel (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
      En la Sacristía Mayor de la Catedral de Santa María de la Sede, encontramos un atril, realizado para el altar mayor, manierista de base rectangular con dos ménsulas invertidas en los laterales y en el centro cartela con querubines realizado por Francisco de Alfaro en madera y plata mediante el cincelado y el repujado con unas medidas de 53,5 x 64,8 x 37,2 cms. En la parte frontal, (plano inclinado), la decoración se distribuye en tres calles. Las laterales, muy estrechas, están ocupadas por hornacinas con ángeles cantores. La central, de grandes proporciones, está ocupada por un cuadrado con un círculo. En el interior de éste aparece la Conversión de San Pablo, encontrándose en los ángulos del cuadrado las cuatro virtudes Cardinales. En la zona superior, una pequeña cartela con el escudo del Cabildo Catedral sujetada por dos ángeles. Se remata por un frontón curvo partido en cuyo centro aparece una cartela con la giralda. En los laterales las figuras de dos ángeles recostados. En el reverso, una cartela rectangular, con el escudo del Cabildo, rodeada y flanqueada por roleos vegetales y dos angelotes. Las patas terminan en pequeñas ruedas.
   El 22 de noviembre de 1593 el Cabildo acuerda reemplazar los dos atriles de madera policromada que existían en el altar mayor. El 5 de Julio de 1594 se realiza el contrato con Francisco de Alfaro, con las mismas disposiciones que para el tabernáculo. En 1596 se realiza la tasación de los atriles.(Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
   El Atril de "La Conversión de San Pablo", cuyo autor es Francisco de Alfaro, fue contratado el 5 de julio de 1594, y tasado en 1596, realizado en plata en su color y plata sobredorada, mediante el cincelado y repujado, con unas medidas de 532 mm. de alto, 648 de ancho y 372 de profundidad, midiendo el medallón central 204 mm. diámetro. Su peso es de 95 marcos, 4 onzas y 5 ochavadas (21.982 gs.), y su coste fue de 403.836 maravedís. Fue restaurado por Tomé Gómez en 1653, Luis de Acosta en 1664, Juan Laureano de Pina en 1689, Laureano del Rosal en 1705, y Manuel Guerrero en 1739.
   Fue realizado entre 1594 y 1596 por el cordobés Francisco de Alfaro y representa en el núcleo central el tema de la Conversión de San Pablo. Forma pareja con otro atril dedicado al tema apocalíptico del Cordero sobre el Libro de los Siete Sellos.
   El 22 de noviembre de 1593 el Cabildo metropolitano acordaba reemplazar los dos atriles de madera policromada que tenía en el altar mayor y, aprovechando que Alfaro era el Maestro Platero de la Iglesia, decide encargarle otros nuevos que hiciesen juego con el tabernáculo.
   El contrato se establece el 5 de julio de 1594 y sus cláusulas repiten las mismas disposiciones formuladas en la escritura del tabernáculo, con quien mantienen un proceso constructivo análogo. Su sensibilidad, en cambio, resulta mucho más sobria al prescindir de las columnas salomónicas y revelan mejor el potente clasicismo desplegado por este platero en la recta final de su vida tras los contactos que sostuvo con el arte de Francisco Merino.
   Su estructura arquitectónica es muy sencilla. Se distribuyen en tres calles, ocupando el núcleo central un medallón con la representación de la escena de la conversión de San Pablo (y la apocalíptica del Cordero sobre el Libro de los Siete Sellos, en el otro atril con el que hace pareja), cuyos temas dan nombre a los atriles. Además ambos asuntos están enmarcados por cuatro Virtudes inscritas en las enjutas, que en el atril del Cordero son las Teologales y en el de la Conversión las Cardinales. El repertorio iconográfico se completa con la presencia de ángeles cantores en las hornacinas abiertas en las calles laterales.
   Tanto su dispositivo arquitectónico, como su iconografía y el repertorio ornamental hicieron fortuna en el Arzobispado y posteriormente Alfaro volvería a repetirlos, aunque a escala inferior, para la parroquia sevillana de San Juan, de Marchena.
   Al igual que el tabernáculo han sufrido varias restauraciones, aunque los apliques que presentan no son tan ostentosos como la gran peana realizada en 1671 por Luis de Acosta que sustenta al sagrario. En 1663 el platero Tomé Gómez refrescaba su dorado y aderezaba la armadura de madera, en 1664 volvía a restaurarlos Luis de Acosta y en 1689, 1705 y 1739, respectivamente, lo hacían Juan Laureano de Pina, don Laureano del Rosal y don Manuel Guerrero (Jesús M. Palomero Páramo, La Platería en la Catedral de Sevilla, en La Catedral de Sevilla. Ed. Guadalquivir. Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Pablo, apóstol;
HISTORIA Y LEYENDA
   San Pablo, quien después de Jesús es la mayor figura de la historia del cristianismo, era un judío helenizado de la Diáspora, nacido en Tarso, capital de Cilicia, y naturalizado ciudadano romano.
   Al igual que el patriarca Abraham, que en principio se llamó Abram, él también llevó dos nombres sucesivos.
   El día de su circuncisión recibió el nombre Saulo (deseado), que llevara el primer rey de Israel. Pero después de su conversión adoptó el nombre lati­no Paulus (pequeño), ya por humildad, a causa de su endeble apariencia, ya por rendir homenaje al procónsul romano de Chipre, Sergius Paulus, quien lo había escuchado con simpatía.
   Por lo tanto, era judío por su origen étnico, griego por su cultura y romano por su nacionalidad.
   Se lo ha calificado de apóstol impropiamente, porque no conoció a Jesús ni jamás formó parte del Colegio apostólico, ni siquiera después de la trai­ción de Judas. Pero se lo asimiló muy pronto a los discípulos. En los Salterios ilustrados se lo compara con Benjamín, como el último en llegar, y el más joven de los apóstoles. Los Padres de la Iglesia lo llaman la Boca de Cristo (Tostomatou Khristou), el heraldo de la fe.
   Dicha asimilación está justificada, no sólo porque ha sido «llamado» por Cristo en el camino de Damasco, sino porque en tal sentido ha tenido un papel fundamental en la difusión del cristianismo entre los gentiles es decir, entre los pueblos paganos. A dicho título merece el mote de Apóstol de los Gentiles (Volkerapostel).
   Más aún, él ha sido el verdadero fundador del cristianismo como religión universal, separada del judaísmo. Convirtió a Cristo, quien era sólo el Mesías de los judíos, en el Salvador del mundo; y a una religión estrechamente nacio­nalista en otra ecuménica, al transplantarla al mundo griego y romano.
***
   Su vida se divide en tres fases de desigual importancia:
l. Un período de encarnizada hostilidad contra los cristianos, hasta su Conversión sobre el camino de Damasco.
2. Su predicación en la cuenca del Mediterráneo oriental.
3. Su martirio en Roma.
1. Antes de la conversión
   Se ignora la fecha de su nacimiento en Tarso; hacia el año 3 según algunos, hacia el 10 de acuerdo con Renan. Su formación intelectual fue rabínica y al mismo tiempo helénica: escribía en mala lengua griega, sobrecargada de hebraísmos.
   Después de haber estudiado en Jerusalén bajo la dirección del rabino Gamaliel, el fariseo, se habría destacado por su odio contra los discípulos de Cristo.
   Si no participó, al menos habría asistido a la lapidación del diácono protomártir san Esteban, cuidando las ropas de los verdugos.
   La historicidad de dichos episodios es muy dudosa. Puede que Saulo, abocado a la persecución del Mesías, descendiente de David, sea una simple réplica de Saúl del Antiguo Testamento, quien persiguió a David. Además, el relato de los Hechos de los Apóstoles, está desmentido por el propio san Pablo, quien declara formalmente, en Gálatas 1: 22, que antes de su conversión «...era, por tanto, personalmente desconocido para las iglesias de Cristo en Judea».
2. Su Apostolado
   Un día, cuando hacia el año 35 iba desde Jerusalén hacia Damasco, fue deslumbrado por un rayo, desmontado del caballo, y creyó oír la voz de Jesús que le decía: «Saulo, Saulo,¿por qué me persigues?» Fue cegado y al mis­mo tiempo iluminado: Caecatus illuminatus est.
   Para Renan y para los críticos racionalistas, esta visión, o más bien esta audición fulgurante que determinó la conversión de Saulo, se explica por el calor cegador del mediodía que, junto con la fatiga de la marcha, habría provocado un principio de oftalmia y una alucinación. Saulo habría sido víc­tima de una insolación.
   Sea como fuere, pasó bruscamente del papel de perseguidor al de celador del cristianismo. Un cristiano de Damasco, Ananías, fue el instrumento de su curación: de los ojos de Saulo cayeron escamas, símbolo de la fe que triunfó sobre su ceguera.
   A partir de entonces comenzó su vida de misionero itinerante, siempre activo. Después de haber predicado en Damasco, donde se vio obligado a evadirse en un cesto descendido desde lo alto de la muralla con la ayuda de una polea, a causa de la irritación de los judíos que lo consideraban un apóstata y le tendieron una trampa, fue a Jerusalén para tomar contacto con Pedro y los demás apóstoles para quienes resultaba sospechoso a causa de su pasado.
   Después, en el año 42 se dirigió hacia Antioquía, la gran ciudad siria que entonces era la tercera ciudad del mundo, y que fue la cuna de la Iglesia de los gentiles.
   Junto a Bernabé, de origen chipriota, quien lo presentara a los apóstoles, se dirigió a Chipre. Allí cegó al mago Barjesús o Elimas, quien azuzaba en su contra al procónsul Sergio Paulo (Sergius Paulus).
   Luego predicó el Evangelio en Asia menor, en Antioquía de Pisidia, en Iconio (Konia o Konich, Anatolia) y Listra en Licaonia. Fue en esta última ciudad donde Pablo y Bernabé curaron a un paralítico y los creyeron, a uno el dios Hermes y al otro Zeus, y debieron rechazar con indignación el sacrificio que los sacerdotes quisieron ofrecerles, como si fuesen dioses.
   Una última campaña, hacia 49, lo condujo a Grecia, primero a Filipos, Tesalia, capital de Macedonia, y luego a Atenas, donde vio un altar consagrado al Dios desconocido y predicó en el Areópago; a Corinto, donde per­maneció dos años. De vuelta en Éfeso, se rebelaron en contra suya los plateros que fabricaban miniaturas de plata de los templos de Artemisa, porque su prédica contra la fabricación de ídolos amenazaba el negocio del gremio. De vuelta en Jerusalén fue amenazado de muerte por los judíos y pudo es­capar gracias a la policía romana que lo mantuvo en prisión en Cesarea du­rante dos años.
3. San Pablo en Roma
   En el año 60, finalmente, embarcó hacia Roma, pero naufragó en la costa maltesa donde escapó a la picadura de una víbora.
   Según Tertuliano, habría padecido martirio en Roma al mismo tiempo que san Pedro. Pero al ser ciudadano romano (civis romanus), tuvo el privilegio de ser decapitado con un hacha, mientras que san Pedro fue crucifica­do como un esclavo.
   Su decapitación habría tenido lugar al sur de Roma, en el sitio donde se edificó la iglesia de las Tres Fuentes (Tre Fontane), porque su cabeza, al re­botar tres veces contra el suelo, hizo brotar tres fuentes.
   En verdad no existe ningún documento preciso acerca de su martirio, que los Hechos de los Apóstoles no mencionan. Es posible que fuera ejecutado hacia 64, perdido entre la multitud de víctimas de Nerón.
   La leyenda de su Descenso al infierno está relatada en la Visio sancti Pauli, prototipo del Purgatorio de san Patricio y del Viaje de san Brandano. San Miguel, que le sirvió de guía, le mostró el puente de la prueba, la rueda infernal, el abismo sellado con siete sellos... Al final de su exploración, pidió a Cristo que extendiese a los réprobos el beneficio del descanso dominical.
CULTO
   Asociado con san Pedro en el culto que se profesa a los dos Príncipes de los apóstoles, san Pablo es el segundo patrón de Roma, ciudad que le dedicó la basílica de San Pablo extramuros (San Paolo fuori le mura) y la iglesia de las Tre Fontane.
   La iglesia abacial de Cluny y la orden cluniacense en su totalidad se pusieron bajo la protección de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Entre las iglesias francesas que están puestas bajo su advocación, pueden citarse la aba­día de Cormery, en Turena y Saint Paul de Varax (Ain).
Patronazgos medievales
   En la Edad Media numerosas corporaciones fueron puestas bajo su patro­nazgo.
   Era venerado al mismo tiempo por los clérigos y por los laicos, los teólogos y los caballeros. La espada de su decapitación, que es su atributo habitual, hizo que lo confundieran con un caballero romano, aunque él nunca portara ar­mas. Cuando en la misa se leen las Epístolas de san Pablo, escribió el litur­gista Guillaume Durand en su Rational, «los caballeros permanecen de pie en su honor, porque fue caballero».
   La espada que tiene como atributo le deparó la devoción de los bruñidores. La de los fabricantes de cuerdas se explica, ya porque según los Hechos de los Apóstoles (18: 3), tenía como oficio tejerte las de tiendas con pelos de cabra de Cilicia, y a por un juego de palabras acerca de su conversión, cuando las cuerdas se fabricaban por conversión o torción del cáñamo, ya porque escapara de Damasco en un cesto suspendido de una cuerda.
   El cesto, instrumento de su evasión, le habría valido además el patronazgo de los cesteros. A este título, los cesteros de Origny en Thiérache (Aisne) lo veneraban con el nombre de san Pablo de los cesteros.
   Por el hecho de haberse salvado de un naufragio en Malta, y también del veneno de una víbora, se lo invocaba contra las tormentas y contra las ser­pientes venenosas. Los charlatanes venecianos, llamados uomini della casa di san Paolo, que pretendían llegar desde Malta, vendían como antídoto tierra que decían extraída del sitio donde san Pablo fuera picado por una víbora. Sus víctimas, ingenuamente, creían que esos terrones malteses eran el mejor re­medio contra las picaduras de serpientes (gegen Schlangenbiss). 
   En el Delfinado lo creían capaz de preservar del miedo, a causa de un juego de palabras con el vocablo paou, que en el dialecto del lugar significa al mismo tiempo Pablo y miedo.
   No obstante, san Pablo nunca fue un santo popular, al contrario de san Pedro, cuya imagen paternal de portero del Paraíso gustaba más al pueblo, la altanera severidad de san Pablo mantenía a los fieles a distancia, tal como prueba la relativa pobreza de su iconografía, sobre todo en el arte cristiano primitivo. Es evidente que el lugar que ocupa en el arte no guarda proporción con la importancia fundamental que ha tenido en la difusión del cris­tianismo.
San Pablo, la Reforma luterana y la Iglesia anglicana
   En el siglo XVI el culto de san Pablo experimentó un aumento de popularidad, pero al precio de una transformación radical que nadie había previsto. El apóstol de los gentiles a quien el papado se había complacido en asociar con san Pedro desde la fundación de la Iglesia romana, fue anexionado por la Reforma, y, por decirlo así, descatolizado. Los luteranos no se limitaron a reemplazar a san Martín de Tours por Martín Lutero; además, opusieron el apóstol san Pablo -quien predicaba la justificación por la gracia- al apóstol san Pedro.
   La Iglesia anglicana hizo otro tanto. De ahí que la catedral de la City de Londres se pusiera bajo su advocación, con la intención de eclipsar, a causa de la altura y la majestad de su cúpula, a la basílica papista de San Pedro de Roma.
   A partir de entonces, el papado se desapegó de san Pablo, comprometido por los elogios de Lutero y casi sospechoso de herejía. El arte de la Contrarreforma salido del concilio de Trento, lo puso en el Index.
ICONOGRAFÍA
   Según lo que san Pablo dice de sí mismo en sus Epístolas, y a juzgar por el nombre latino que adoptó, Paulus, el pequeño, era de cuerpo esmirriado, y de una estatura por debajo de la media. Según parece, le cayeron en suerte todas las desgracias y desventajas físicas: era calvo (capite calvo), legañoso, con nariz ganchuda (nasus inflexus), patizambo... Habla de «una espina clavada en su carne», lo que ha hecho conjeturar que estaba afectado por una enfermedad nerviosa o quizá una oftalmia purulenta.
   La iconografía religiosa no ha tenido en cuenta estos datos. Salvo el inglés Hogarth, quien lo encaramó en una silla, los artistas hicieron de ese abor­to epiléptico y patituerto un gigante majestuoso que se apoya en una espada. Sólo retuvieron su calvicie. Además, debe señalarse que dicha característica con frecuencia se ha sacrificado a la necesidad de idealización del arte clásico: Rafael y Lesueur creyeron su deber dotar al predicador de Atenas y de Éfeso con una abundante cabellera. Siempre se lo ha representado con barba.
   En el arte cristiano primitivo sólo tiene como atributos genéricos un libro o un rollo (volumen).
   Su atributo personal es una espada, instrumento de su martirio. Este emblema apareció en su iconografía hacia el siglo XIII, mucho más tarde que la llave de san Pedro.
   La espada suele aparecer desenvainada, aunque algunas veces ha sido vuelta a la vaina (gladius in vagina).
   De manera excepcional, por ejemplo en los ciclos de los Apóstoles, de Peter Vischer, en el relicario de san Sebaldo de Nuremberg, y en el de Tilman Riemenschneidei; en la capilla de Wurzburgo, está representado con dos espadas, ya por analogía con las dos llaves de san Pedro, ya porque una de las espadas haya sido considerada como emblema de la palabra de Dios y la otra como el instrumento de su martirio.
   En su condición de patrón de los cesteros (San Pablo de los cesteros), se lo re­presenta con un canasto tejido, instrumento de su evasión de Damasco.
La Conversión de Saulo
   Corintios: 1: 15; 8: Hechos de los Apóstoles, 9: 1, 9; 22: 12 -19.
   Saulo, quien se dirigía a Damasco para expulsar a los discípulos de Jesús, fue cegado al mediodía por un rayo. Oyó una voz que le dijo: «¿Saulo, Saulo, por qué me persigues?» (Saule, Saule, quid me per sequeris?).
   Resulta inexacto hablar de la Conversión de san Pablo, puesto que él adoptó el nombre latino Pablo (Paulus) después de su conversión.
   El vocablo Visión no es menos inadecuado, puesto que Saulo no vio a Cristo, sólo creyó oír su voz, como Moisés oyera la de Yavé en la Zarza ardiendo y el cráter del Sinaí. No obstante, se asimila esta audición a las Apariciones de Cristo resucitado a los apóstoles. 
 También se emplea la expresión Vocación con el objeto de asimilarlo a los apóstoles, aunque sólo haya oído el reproche de Cristo sin verle, puesto que es­taba ciego.
   Los Hechos de los Apóstoles no aclaran si iba a pie o a caballo. San Agustín dijo que iba a pie, y es así como está representado en los mosaicos bizantinos. El arte de Occidente casi siempre lo supone a caballo.
   Las representaciones de Saulo desmontado derivan de las del Orgullo (Superbia) en el ciclo de los Vicios, inspirado por la Psicomaquia medieval. Los artistas pueden optar entre dos momentos: Saulo cayendo o ya derri­bado en el suelo, a los pies del caballo (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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