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martes, 7 de enero de 2020

El relicario de San Juan de Ribera, anónimo, en el Tesoro (Contaduría Baja), de la Catedral de Santa María de la Sede


      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el relicario de San Juan de Ribera, en el Tesoro (Contaduría Baja), de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla
  Hoy, 7 de enero (en la Archidiócesis de Sevilla, ya que en las restantes diócesis se celebra el 6 de enero) Memoria, en la ciudad de Valencia, en España, de San Juan de Ribera, obispo, que ejerció también funciones de virrey. Fue muy devoto de la Santísima Eucaristía, defendió la verdad católica y educó al pueblo con sus sólidas enseñanzas (1611) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy para ExplicArte el relicario de San Juan de Ribera, en la Sala de Ornamentos - Tesoro (Contaduría Mayor) de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza del Triunfo, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.  
   En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar el Tesoro - Contaduría Baja [nº 093 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; Esta sala, acabada en 1581, ha sido denominada, sin cambiar de función hasta mediados del siglo XIX, "Casa de Cuentas" y "Contaduría Mayor"; por su uso posterior, desde 1922 al menos, y hasta 1992 se le ha denominado "Sala de Ornamentos". En la actualidad, y desde 1993, es el lugar donde se expone una fracción del "Tesoro" de la catedral (Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).  
   En el Tesoro (Contaduría Baja) de la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar el Relicario de San Juan de Ribera, pieza de plata y vidrio, de 51 x 14 cms, cincelada y repujada realizada en estilo neoclásico en el siglo XIX, desconociéndose su autoría. Sobre una base de planta circular con decoración vegetal, perlas a modo decontario, se levanta el vástago o astil con nudo que repite la misma decoración. La caja que contiene la reliquia es de forma de templete alargado con astil, decorado con acantos neoclásicos y flores, quedando cerrado mediante un cristal. Como remate, un sol que posee un cáliz entre llamas, libro y tiara, y culminando en una cruz. Posee sello de lacre de un cardenal, dando como auténtica la reliquia (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Conozcamos mejor la Biografía de San Juan de Ribera;
     San Juan de Ribera, (Sevilla, c. 1532 – Valencia, 6 de enero de 1611). Santo, patriarca de Antioquía, obispo de Badajoz, arzobispo de Valencia, teólogo, canonista y virrey de Valencia.
     Juan Enríquez de los Pinelos nació en Sevilla, a finales del año 1532, hijo natural de Pedro Enríquez y Afán de Ribera y Portocarrero, marqués de Tarifa, duque de Alcalá, virrey de Cataluña (1554-1558) y de Nápoles (1558-1571), y de la dama Teresa de los Pinelos, perteneciente a una rica familia de comerciantes.
     Muy pronto perdió a su madre, por lo que pasó a residir en el domicilio paterno (el palacio conocido como Casa de Pilatos), donde recibió su primera formación.
     Tuvo tres hermanas, Catalina, Inés y María, nacidas de otras madres.
     Destinado al estado clerical, en 1536 obtuvo su padre la dispensa del defecto de nacimiento para que pudiera acceder a las órdenes sagradas. El 22 de mayo de 1543 recibió la tonsura en la sevillana iglesia de San Esteban y en 1544 fue enviado a estudiar Cánones en la Universidad de Salamanca. Una vez concluidos dichos estudios, cursó Teología, materia que oyó de eximios profesores, como Domingo de Soto y Melchor Cano, entre otros, y en la que se licenció el 31 de mayo de 1557. Pocos días antes (8 de mayo) se había ordenado de subdiácono, recibiendo después, en fechas desconocidas, las órdenes mayores del diaconado y presbiterado. Durante sus años salmantinos trabó contacto con san Juan de Ávila, san Pedro de Alcántara y una serie de jesuitas y dominicos seguidores de la reforma tridentina; y compró una gran cantidad de libros (entre ellos las obras completas de Erasmo, textos de los santos padres y de acreditados teólogos, así como las mejores ediciones críticas de la Biblia), con los que iniciaría una importante biblioteca que, a su muerte, superaba ampliamente los dos mil volúmenes. Como aspiraba a una cátedra, pasó a enseñar Teología en la Universidad salmantina en calidad de auxiliar, hasta que, a instancias de su padre, fue nombrado obispo de Badajoz (27 de mayo de 1562) por el papa Pío IV, a presentación de Felipe II.
     De inmediato tomó posesión de su diócesis, donde desarrolló una intensa labor pastoral, de acuerdo con el espíritu del Concilio de Trento: nada más llegar, efectuó la visita pastoral y en marzo de 1565 celebró un sínodo diocesano, al que seguiría otro en el mes de diciembre, convocado para ejecutar los decretos del Concilio de la provincia eclesiástica compostelana, que había tenido lugar en Salamanca durante los meses de septiembre y noviembre de dicho año, y en el que Ribera había participado indicando remedios prácticos para la reforma del estado episcopal.
     Impulsó las misiones populares, con predicadores reclutados entre las filas de los seguidores de san Juan de Ávila y desplegó personalmente una amplia acción misionera, predicando más de ciento cincuenta sermones, administrando por su propia mano los sacramentos, dedicando a obras de caridad las rentas del obispado, observando el deber de residencia y reduciendo notablemente el número de servidores de su palacio. Aunque en 1563 y 1566 asistió a los autos de fe de los alumbrados de Llerena, un inquisidor lo consideró sospechoso de alumbradismo, por su relación con algunos espirituales. De hecho, mantuvo relación epistolar con fray Luis de Granada (quien le pondría en contacto con san Carlos Borromeo), así como con san Ignacio de Loyola, san Francisco de Borja y santa Teresa de Jesús.
     Entre tanto, en 1565 su padre había intentado que fuera trasladado al Obispado de Málaga, mas no pudo conseguirlo. Mejor suerte tendría en 1568, cuando quedó libre la mitra de Valencia al morir el arzobispo Fernando de Loaces. Felipe II pensó en Ribera para cubrir la vacante, pues la labor desarrollada en Badajoz le avalaba para afrontar con acierto, a pesar de su juventud, los retos que aquella sede presentaba, en especial la aplicación de la reforma tridentina y la evangelización de los moriscos. Por lo pronto, Pío V le asignó el título de patriarca de Antioquía (30 de abril de 1568), que tenía el difunto Loaces, elogiando a Ribera como “lumbrera de toda España, singular ejemplo de virtud y de bondad, dechado de gloriosas costumbres y santidad”. Aunque el prelado se resistió al cambio de sede, el Monarca logró convencerle y presentó su nombre al Papa, quien el 3 de diciembre de dicho año le nombró arzobispo de Valencia. El 16 de febrero de 1569 tomó posesión por procurador, y el 20 de marzo entró en la diócesis, dando inicio a un pontificado de cuarenta y dos años que marcaría profundamente la historia religiosa, cultural y aun política de Valencia.
     De inmediato acometió la reforma de la Universidad, cuya visita le había encargado el Monarca. Movido por un exceso de celo, removió por la fuerza de sus cátedras a algunos profesores de Teología, que consideraba ineptos, y pretendió que se reconociera la enseñanza de esta materia que impartían los jesuitas en su colegio de San Pablo de Valencia. El arresto del rector y de los profesores que se opusieron a sus reformas desencadenó una violenta campaña de difamaciones contra su persona, que tuvo que acallar la Inquisición arrestando a medio centenar de alborotadores y procesando a algunos de ellos. Alarmado por los jurados de la ciudad del Turia, Felipe II desautorizó a su visitador, ordenando que los profesores depuestos fueran restituidos en sus cátedras, por lo que la reforma universitaria naufragó. Las amarguras de esta disputa le impulsaron a presentar su dimisión al Papa y a solicitar al Monarca su traslado al Obispado de Córdoba, pero Pío V le escribió animándole a perseverar.
     Mayor éxito tendría en la reforma pastoral, en la que concentró todas sus fuerzas, dada la penosa situación religiosa de la diócesis, apenas paliada por los pontificados de santo Tomás de Villanueva y Martín Pérez de Ayala. Instrumentos para llevarla a cabo fueron la visita pastoral, los sínodos diocesanos, la fundación del colegio seminario de Corpus Christi y la reforma de los religiosos. Comenzó por la reforma del clero: apenas llegó a la diócesis, convocó a los sacerdotes en la parroquia de Santo Tomás e instituyó la costumbre de reunirlos cada año por Cuaresma, para tratar temas relativos a la ejemplaridad de su vida y al ejercicio del ministerio. Celebró siete sínodos diocesanos (en 1578, 1584, dos en 1590, 1594, 1599 y 1607), dedicados por lo general a la reforma de clero —que consideraba base de la reforma diocesana—, los cuales dictaron breves pero eficaces disposiciones.
     Al igual que en Badajoz, fue por delante con su ejemplo personal, predicando a menudo y desempeñando en ocasiones, como si fuese un simple cura, las más humildes tareas parroquiales.
     Para actuar el decreto tridentino sobre los seminarios y formar un clero selecto que asegurase la reforma del pueblo, fundó en 1583 el colegio seminario de Corpus Christi, donde “se creassen sugetos en virtud y letras” que fuesen “buenos sacerdotes”.
     Gregorio XIII aprobó la fundación en 1584, dando inicio las obras dos años después y concluyéndose en 1604. Comprendía dicha fundación una primorosa capilla, donde se celebrasen los “oficios divinos reformados” según las normas tridentinas. Para ambas instituciones, que puso bajo la advocación del Corpus Christi, redactó sendas constituciones, por las que todavía se rigen. Igualmente, apoyó la reforma del clero regular, corrigiendo abusos, impulsando iniciativas reformadoras, introduciendo en la diócesis a los capuchinos y fundando las agustinas descalzas.
     Para la reforma del pueblo, Ribera realizó al menos once visitas pastorales. Como él mismo exponía en el informe de la visita ad limina que envió a Roma en 1610, acostumbraba “cada año salir a visitar por la diócesis tres o quatro meses, reconosciendo las necesidades de las iglesias y de los pueblos”, amén de tener “quatro visitadores, los quales andan a temporadas también por la diócesis visitando, de manera que dentro de un biennio por la mayor parte queda visitado todo el arçobispado”. Su supuesta responsabilidad en la represión del erasmismo valenciano ha sido fehacientemente desmentida, mostrando cómo en materia de espiritualidad el patriarca hizo gala de un tolerante equilibrio, siendo más un reformista que un contrarreformista, caracterizado por el fomento de la religiosidad devocional popular y por una calculada y ecléctica ambigüedad.
     Felipe III le nombró virrey y capitán general de Valencia, cargos que ejerció con acierto de octubre de 1602 a febrero de 1604, reprimiendo con energía el bandidaje y la corrupción, actualizando la administración de justicia y reduciendo los oficiales de la misma, para mejorar su eficacia.
     Por lo que respecta a los moriscos, el punto más controvertido de su biografía, el patriarca comenzó alentando con optimismo la evangelización de éstos, para lo cual reeditó con ampliaciones el catecismo de su antecesor Pérez de Ayala, aumentó la red parroquial en los lugares de moriscos y financió a los rectores. Pero en 1582, al constatar el fracaso de sus esfuerzos evangelizadores, comenzó a solicitar la intervención estatal para forzarles a abandonar sus prácticas islámicas, señalando la expulsión como remedio más eficaz del problema, pues, a su juicio, “son moros, no moriscos, y además enemigos internos”. Desde entonces, requirió constantemente la expulsión a través de memoriales dirigidos a Felipe II y a su sucesor Felipe III, donde anunciaba sublevaciones y peligros si no se procedía a ella. Aunque fue ajeno a la decisión de expulsarlos, que se tomó en el Consejo de Estado (4 de abril de 1609) sin su conocimiento, y aunque trató de frenarla en tierras valencianas, para evitar los perjuicios económicos que se derivaban para el reino, lo cierto es que sus argumentos fueron utilizados por el duque de Lerma para forzar la sentencia real.
     Aquejado de un “catarro al pecho” (neumonía aguda), murió en olor de santidad en sus aposentos del colegio de Corpus Christi, el día 6 de enero de 1611. Fue beatificado por Pío VI (18 de septiembre de 1796) y canonizado por Juan XXIII (12 de junio de 1960).
     Es obligado destacar el exquisito e importante mecenazgo que el patriarca desarrolló en el campo de las artes, pues para él trabajaron los pintores Luis de Morales, Gaspar Requena, Francisco Ribalta, Juan Sariñena, Antonio Ricci, Nicolás Borrás, Antonio Estela, Bartolomé Matarana y otros. Compró obras de El Greco, F. Zuccaro, G. Baglione, V. Campi, S. Pulzone, M. Venusti, G. B. Novara, y muchos más; encargó copias de Caravaggio, F. Barocci, A. del Sarto y un largo etcétera, con las que embelleció su colegio y capilla de Corpus Christi, haciendo de este edificio uno de los monumentos más emblemáticos de Valencia, e influyendo decisivamente en la orientación de la pintura valenciana del Siglo de Oro. Recientemente se han editado sus sermones, permaneciendo inéditas todavía la mayor parte de las eruditas anotaciones que escribió en los márgenes de sus Biblias, así como los apuntes de las clases de Teología que recibió en Salamanca (Miguel Navarro Sorní, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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