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sábado, 6 de noviembre de 2021

El Retablo de la Virgen del Buen Consejo, anónimo, en la Iglesia de la Magdalena

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Retablo de la Virgen del Buen Consejo, anónimo, en la Iglesia de la Magdalena, de Sevilla.  
     Hoy, sábado 6 de noviembre, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado.
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte el Retablo de la Virgen del Buen Consejo, anónimo, en la Iglesia de la Magdalena, de Sevilla.  
     La Real Parroquia de Santa María Magdalena [nº 16 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 60 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Cristo del Calvario, 2 (aunque la entrada habitual se efectúa por la calle San Pablo, 12); en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
     En el muro del Evangelio se sitúa el retablo del XVIII con la Virgen del Buen Consejo, talla de mediados del siglo XX que realizó Sebastián Santos (Manuel Jesús Roldán, Iglesias de Sevilla. Almuzara, 2010).
     Formando parte del programa retablístico original con el que se dotó el renovado templo conventual de San Pablo de Sevilla, está el que actualmente tiene como advocación principal a Nuestra Señora del Buen Consejo, representada en un relieve que ocupa la hornacina del cuerpo principal. El resto del retablo se organiza en banco, cuerpo principal con tres calles y triple ático formado por sendas hornacinas. La articulación arquitectónica se lleva a cabo mediante columnas salomónicas de seis espiras que sostienen un entablamento reducido a la cornisa que avanza y retrocede respecto del plano del retablo, siguiendo el juego de volúmenes definido por los soportes y hornacinas.
    Originalmente, el retablo parece que estuvo dedicado a la beata Juana de Aza, madre de Santo Domingo de Guzmán. Esta identificación deriva del relieve que ocupa la hornacina central del ático, donde aparece la figura de una santa de la orden que yace frente a un altar en presencia de un ángel, si bien faltaría el perro con la antorcha, elemento claramente identificable de su iconografía. Sea como fuere, el retablo se completa con esculturas de otras santas igualmente dominicas en el ático y las santas Bárbara y Catalina de Alejandría a los lados de la hornacina principal.
    Ocupando la hornacina principal del retablo que hoy lleva su nombre, se encuentra el relieve que representa a la Virgen del Buen Consejo, ejecutado en madera, estofado y policromado por Sebastián Santos Rojas en 1950. Se trata de una advocación muy antigua originaria del área del Lazio y basada en un icono venerado en la localidad de Genazzano, desde donde se propagó, tomando gran predicamento, hasta el punto de ser reconocida por Pío IX al introducirla en la letanía del Santo Rosario y por Pío XII al tomarla como patrona de su pontificado, motivo este por el que aparece en este retablo. La imagen evidencia la deuda con la estética propia de los iconos, si bien ha sido suavizada y reinterpretada acorde a los rasgos formales propios de su creador, quien aprovechó la cabeza del niño para retratar a su propio hijo (Pedro Manuel Martínez Lara, en web oficial de la Real Parroquia de Santa María Magdalena).
     Placa moderna de madera tallada y policromada, embutida dentro de un retablo antiguo de la nave lateral izquierda. Representa, en fino bajorrelieve de muy poco fondo, a la Virgen y el Niño, efigiados solamente de busto, con sus rostros muy próximos. Obra del eximio escultor contemporáneo Sebastián Santos, quien parece haber estado atento aquí a sugerencias del renacimiento italiano, claro que interpretadas bajo un prima personal. En todo caso, merece contarse entre sus piezas más atractivas. Mide 90 x 80 cms. Año 1950 (Juan Martínez Alcalde, Sevilla Mariana, repertorio iconográfico. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1997). 
Conozcamos mejor la sobre el Significado y la Iconografía de la Virgen con el Niño
     Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad
     Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
     En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nom­bre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques.
     Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
     Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres.
     Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
     Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
     En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
     No debe insistirse con las representaciones de la Virgen en el arte paleocristiano de las catacumbas, porque se trata de imágenes de culto sin carácter individual. Un fresco de la catacumba de Priscila representa a la Virgen sentada con el Niño Jesús en los brazos. Pero el tipo más corriente es el de la Virgen orante (Maria orans) de pie, con los brazos extendidos, que pueden simbolizar indistintamente  al alma en oración o a la madre de Cristo.
     El arte bizantino ha adoptado gran número de tipos originales de la Panagia o Theotokos, tanto más interesantes por cuanto pasaron a continuación, tal cuales o con variantes, al arte medieval de Occidente.
   Esos diferentes tipos pueden clasificarse en tres categorías: Vírgenes de Majestad, Vírgenes de Ternura, Vírgenes de Intercesión.
     La Panagia Platytera, es decir, de vientre más «ancho» que el empíreo, es la ilustración de un texto Litúrgico de san Basilio donde se dice que Dios ha creado el vientre de la Virgen lo bastante vasto como para contener a Cristo encarnado. También se la llama Blacherniotissa, porque su icono era venerado en Constantinopla, en la iglesia de los Blachernes.
     De pie, con los brazos extendidos, recuerda a la Virgen orante de las catacumbas; pero se distingue porque lleva fijado sobre el pecho un medallón, o tondo, con la imagen de Cristo Emmanuel: se la puede definir como la Orante madre.
     Este tipo se hizo corriente en la pintura de iconos rusos, donde la Platytera se denomina con el nombre de Znamenie (Virgen de La Aparición). 
 En cambio no ha penetrado bastante en Occidente, salvo en Venecia donde se la encuentra en el bajorrelieve de mármol del siglo XIII de la iglesia de S. Maria Mater Domini, y en el siglo XIV, en un retablo de Somine da Cusighe (Academia de Venecia) en que la Panagia está transformada en Virgen de misericordia que abriga bajo los pliegues de su manto a los miembros de una cofradía de penitentes. 
     La Panagia Hodigitria o Virgen Conductora. Es la «Conductora», la que muestra el camino (grechodos). De pie, lleva sobre el brazo derecho al Niño bendecidor.
   Este tipo deriva de un icono atribuido a san Lucas, que era venerado en una iglesia de Constantinopla donde se reunían los hodeges o guías de viajeros, y ha tenido una extraordinaria fortuna en Occidente pues sobre este modelo se concibieron la mayoría de las Vírgenes góticas.
   La Panagia Nikopoia. Es la «Virgen que da la victoria», Nuestra Señora de las Victorias. Se la llama­ba, también en griego, Kyriotissa. De pie o sentada en actitud hierática, rigurosamente frontal, presenta al Niño Jesús con las dos manos.
   La actitud y el gesto de la Nikopoia se encuentran en las Vírgenes de Majestad occidentales.
El trono de Salomón
   Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
   Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
   Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
   A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
   La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones. 
    El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
   Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
   A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien aca­ricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
   Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
   A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
   Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero
 (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la historia de la Sabatina como culto mariano
     Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual.  
       Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos. En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.  
     De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe.
       El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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Más sobre la Iglesia de la Magdalena, en ExplicArte Sevilla.

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