Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Cádiz, déjame ExplicArte los principales monumentos de la localidad de El Puerto de Santa María (I), en la provincia de Cádiz.
Entre salinas, viñas y arboledas El Puerto de Santa María despide al río Guadalete fundido ya con las aguas de la Bahía de Cádiz. En un emplazamiento privilegiado, sus orígenes pueden rastrearse desde el siglo VIII a.C. tartésico, aun cuando los vestigios de poblamientos arranquen desde el Paleolítico Inferior. De los yacimientos que dan fe de ello, más de cincuenta al momento en la campiña inmediata, destaca sobremanera el conjunto conocido como Doña Blanca, al pie de la Sierra de San Cristóbal, junto a la torre o atalaya así llamada, que es construcción medieval del siglo XV, aunque reconstruida a mediados del siglo XIX.
De este importante yacimiento ha surgido el Parque Arqueológico Phoenix Mediterranea, donde podemos visitar una vasta necrópolis, un poblado del período calcolítico, canteras excavadas en la roca, de donde se extrajeron sillares para las construcciones próximas durante la Baja Edad Media y Renacimiento y hasta ocho superposiciones urbanas con abundancia de testimonios en la ciudad excavada que autentifica la realidad histórica del Portus Menesteus citado por Estrabón e, incluso, la hipótesis de que aquí pudiera haber tenido lugar la primera fundación fenicia de Gadir.
Este asentamiento sería abandonado en torno al siglo III a.C. en beneficio de la fundación promovida por Cornelio Balbo el Joven, el Portus Gaditanus, en el actual espacio urbano portuense, frente a Gades, el Cádiz de hoy.
Uno y otro puerto son, pues, el origen del Puerto de Santa María que, en época musulmana, sería llamado Al-Qanatir, denominación que viene a significar «los arcos» o «los canales», términos relacionables con la arquería de un puente o acueducto o con los canales de las marismas inmediatas.
Es conquistada por Alfonso X el Sabio en 1264. Villa señorial al poco, en 1368 pasa a depender de la Casa de Medinaceli que dispondrá así de un importante puerto pesquero y comercial, lo cual, en relación con la importancia de la vecina Cádiz, hará necesaria la erección de defensas costeras en previsión de las incursiones de piratas y flotas enemigas, destacando en ello el Castillo de Santa Catalina, inicialmente tan sólo una torre cilíndrica o atalaya.
En el siglo XVIII, en 1729, la nueva Dinastía de los Barbones incorpora la ciudad a la Corona. Cobra mayor importancia el tráfico colonial, aumenta la población y se configura su esencial fisonomía urbana, y aún humana, imagen que el siguiente siglo terminará por componer. Esta faz histórica persiste hoy, caracterizada por una arquitectura popular y urbana de fachadas encaladas, cierras y balconadas de forja tradicional y por sus numerosos palacios, además de bodegas, alternando los estilemas barrocos con las premisas neoclásicas.
Durante el último tercio del siglo XX la localidad no ha cejado en su crecimiento urbano que ha extendido el caserío radialmente hacia las localidades próximas, ello sin descuidar la protección del casco antiguo, preservando y, en su caso, rehabilitando con sumo cuidado tan singular legado patrimonial (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
Su territorio responde a una topografía ondulada, incluso en el entorno inmediato de su litoral, oscilando entre la cota 0 y los 30 metros. Su marco físico se caracteriza por combinar en su territorio las marismas con el campo dunar, la sierra de San Cristóbal y la campiña. A ello habrá que sumar el aprovechamiento de las magníficas condiciones que ofrece la desembocadura del rio Guadalete como puerto natural.
Casco Antiguo en suave ladera, con una ligera pendiente noreste- sureste que no llega a los 15 metros de desnivel.-
Sistema planificado con trazado a cordel, desarrollado tradicionalmente hasta el siglo XVIII, conformado por manzanas regulares, rectangulares o cuadradas, con cuatro fachadas a viario, jerarquizadas según la importancia del mismo, y sin patio único de manzana. Convergencia de los dos ejes longitudinales interiores en el acceso norte del Casco histórico.
Las calles son rectas de ancho constante por tramos, paralelas y perpendiculares al río Guadalete, en cuyo borde se desarrolla un paseo arbolado y una zona portuaria, hoy en gran parte trasladada a la margen izquierda.
Dos ejes longitudinales c/ Larga y c/ Cielo, paralelos al rio y convergentes conforman la principal estructura viaria que se completa en este mismo sentido con la calle Ribera del Rio. Los dos primeros confluyen en la antigua entrada desde Jerez, tensionado uno por la Iglesia Mayor Prioral y otro por el Castillo.
En sentido transversal vierten al viario de la ribera del rio otras vías de menor entidad que sólo en algunos casos permeabilizan en su totalidad el casco en sentido NW, SE y que precisamente conforman áreas homogéneas de evolución histórica. Son la c/ Valdés, c/ San Francisco y c/ Luna, que constituían el Tránsito hacia el rio desde los antiguos caminos de Rota y Sanlúcar.
En general, todo el Conjunto Histórico se desarrolla en manzanas cerradas con cuatro fachadas a viario, jerarquizadas según la importancia del mismo. El primitivo núcleo da lugar a las manzanas más pequeñas y regulares. Su parcelario es menudo y las parcelas ocupan la totalidad de la manzana. Poseen una superficie media de unos 200 m2 aunque existen excepciones. Son bastante alargadas y su proporción fondo/frente es de 3/1 o 4/1 aproximadamente.
Hacia el W las manzanas aumentan en superficie cortándose sus lados en ángulos diversos al dar a la ribera del Guadalete. La forma de sus parcelas es producto de la diversa ocupación producida por edificios destinados al Comercio de Indias, así como de actividades y equipamientos ligados al mismo.
La zona SW y el límite del C.H. hacia Jerez contiene manzanas grandes y regulares destinadas en su mayor parte a la industria bodeguera. Sus parcelas responden al Ensanche del Campo de Guía y a la extensión del casco hacia Jerez, son por tanto de grandes dimensiones y su ocupación es mucho menor que las correspondientes a uso residencial.
Básicamente en este Conjunto Histórico se pueden diferenciar tres sectores o áreas homogéneas: el Barrio Alto, el Barrio Bajo y el Ensanche de Campo de Guía.
La tipología de arquitectura doméstica más representativa responde a una organización con una o dos crujías paralelas a fachada, hasta llegar a un patio central y repetición del esquema hasta la trasera con un patio de ventilación. Si las dimensiones lo permiten, la edificación rodea al patio central, en caso contrario se prescinde del mismo, y se origina una tipología entre medianeras, con pequeños patios de ventilación y estancias que muchas veces carecen de la misma.
Destacaremos dos tipos bien diferenciados:
- Las Casas Palacio o Solariegas se construyen bajo la tipología de casa patio de dos o tres plantas, con una crujía paralela a fachada donde se sitúa el zaguán que da acceso al patio. Disponen también de un jardín trasero al que vierte la fachada posterior.
- La Casa Rural que responde a una casa de una planta con un gran patio central, propio de las casas de labranza, alrededor del cual se sitúan las distintas dependencias.
- Una tipología específica es La Bodega, que se desarrolla con naves en una planta, equivalente a tres alturas, con cubrición de teja a dos aguas. Estas naves ocupan generalmente el perímetro de la manzana, dejando amplios espacios abiertos en el interior a modo de almijares y que en algunos casos se han ajardinado.
El trazado urbano arranca del siglo XIII, momento de su repoblación. Su trama, bastante regular, ha estado condicionada por la presencia del mar, el rio Guadalete y el viento de Levante. Aunque sus principales calles quedan definidas en el siglo XVII, su estructura urbana no se configurará definitivamente hasta la siguiente centuria con la instalación de numerosas bodegas que motivarán el ensanche del Campo de Guía en el primer tercio del siglo XIX. Las sucesivas expansiones urbanísticas de nuestro siglo apenas han modificado la traza del Conjunto Histórico.
El Puerto de Santa María se persona con singularidad propia en todos los capítulos de su historia, destacando por su nobleza urbanística que lleva el sello común de los señorial, lo marinero y lo mercantil.
Son notables sus vestigios protohistóricos romanos y paleocristianos, en la época musulmana fue bastión de la bahía gaditana. Alfonso X, siendo consciente de su importancia geográfica la repobló concediéndole privilegios.
En el Renacimiento y el Barroco el esplendor de la ciudad fue en auge acreditándolo así su urbanismo actual y la monumentalidad de sus palacios, casas, iglesias y edificios dotacionales.
La paulatina pero constante desaparición de valioso ejemplares de su arquitectura, en nombre de una mal entendida modernidad, hicieron urgente su declaración patrimonial (Guía Digital del Patrimonio Digital de Andalucía).
Acunada en la desembocadura del Guadalete, esta bella ciudad de larga historia ofrece el esplendor de su castillo, de las casas nobles y de los templos, la magnificencia de sus playas y de sus bodegas, y un ambiente jovial y colorista.
Historia
Restos encontrados en el yacimiento de El Aculadero dan fe del poblamiento de la zona desde, al menos, el paleolítico inferior. La fundación de la ciudad, no obstante, aparece envuelta en la nebulosa de la leyenda. Se dice que, tras la guerra de Troya, el caudillo ateniense Manestheo vagó durante años por el Mediterráneo hasta que alcanzó la desembocadura del Guadalete, donde erigió una pequeña villa que fue llamada El Puerto de Menestheo. Por supuesto, fenicios y griegos habitaron estas costas, como lo pone de relieve el yacimiento de Doña Blanca, con materiales que datan del siglo IX a.C.
Posteriormente, pasó a manos romanas y, tras la conocida invasión, a las de los visigodos. En el año 711, cayó en poder de los musulmanes, quienes la llamaron Alcanatif, que viene a significar «puerto de las salinas». 559 años más tarde, es decir, en 1260, Alfonso X la conquistó para los cristianos, dándole el nombre de Santa María del Puerto. Poco después pasó a formar parte del señorío de Medinaceli.
Entre 1483 y 1486 -otros dicen que entre 1490 y 1491-, vivió en ella Cristóbal Colón, embarcado en los preparativos de su viaje americano. En el Puerto de Santa María, Colón entró en contacto con el marino Juan de la Cosa, quien puso a su servicio, además de sus conocimientos como piloto, la Santa María, nao de su propiedad. Corrían tiempos de prosperidad para la villa. En 1500, Juan de la Cosa culmina en ella el primer mapamundi de la historia. Los siglos XVI y XVII son de continuo progreso. La ciudad se constituye en base de las galeras reales y sede de la Capitanía General de la Mar Océana. Una importante burguesía comercial abre casa en ella, atraída por la potencia de los intercambios con el Nuevo Mundo, y sus calles se llenan con el continuo ajetreo de multitudes heterogéneas.
En 1729 y 1730, Felipe V, el primero de los Borbones, planta aquí su residencia veraniega. Por estas fechas, con la caída del comercio americano, se produce un importante declive del que no se recuperará hasta el siglo XX, primero, a través de la industria bodeguera, y más tarde, a partir de la sexta década del siglo, con la aparición del turismo de masas.
Gastronomía
La situación geográfica de la ciudad reúne en su cocina, bien que no en partes iguales, los productos del mar y los del campo. Con los ricos pescados de la bahía y de los esteros -rapes, lenguados, pescadillas, lisas, zapatillas, doradas, etc.- se elaboran platos de tanta tradición como el rape al pan frito; la pescadilla al escandillo, cocida con pimientos, tomates y cebolla; los chocos con papas; y, sobre todo, el caldillo de perro, una sopa de pescado, generalmente pescadilla, cuyo nombre procede de la Reconquista, cuando los cristianos llamaban perros a los musulmanes, que eran quienes la preparaban y la consumían. Con productos del campo se hace la piriñaca, un picadillo de tomate, pimiento y cebolla excelente para acompañar pescados asados; también la berza de tagarninas y cardillos, que no lleva carne, pero sí morcilla y tocino; y el ajo caliente, una especie de gazpacho de invierno.
Ahora bien, lo mejor de El Puerto de Santa María son los mariscos, de manera especial las gambas y los langostinos, y los vinos, en sus distintas variedades, todas ellas acogidas a la Denominación de Origen Jerez-Xeres-Sherry.
Como postres, aparte de las ricas y abundantes frutas de sus huertos, son famosos el tocino de cielo, la tarta Imperial y, de manera especial, las poleás, especie de gachas que se acompañan con miel o con meloja.
Fiestas
El carnaval, en febrero, inunda las calles de la ciudad del jolgorio colorista propio de todas las poblaciones de la bahía gaditana. La Semana Santa tiene especial interés, tanto por la singularidad de las imágenes, como por determinadas ceremonias especialmente emotivas. Una de ellas consiste en la despedida que el Cristo de los Afligidos realiza ante la Virgen a la entrada de la capilla del Hospital el Lunes Santo. La otra se lleva a cabo el Martes Santo, durante la procesión del Dolor y Sacrificio, cuando los hermanos cargan por turnos los pasos con la ayuda de unos cayados que hacen sonar rítmicamente. La feria de Primavera, en el mes de mayo, ofrece una íntima relación con la tradición vinícola de la ciudad. El 16 de julio tiene lugar en el Guadalete la procesión nocturna de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. En agosto se celebra la Semana Náutica Internacional. El 8 de septiembre, por último, es el día de la Virgen de los Milagros, patrona de la ciudad.
Visita
El Puerto de Santa María es una ciudad potente, luminosa, con una vida intensa y variopinta no sólo en verano, cuando las playas están en su apogeo, sino a lo largo de todo el año. En los últimos decenios ha tenido un crecimiento espectacular, que la ha convertido en una pequeña capital alegre y bulliciosa.
Independientemente de sus magníficas playas, que se extienden a lo largo de 22 km de litoral, sus principales atractivos se sitúan en el casco histórico. En él se concentran la mayor parte de sus bellísimos monumentos, el grueso del comercio y los bares y sitios de diversión más característicos y concurridos. Un buen lugar para iniciar la visita es la plaza de toros, alrededor de la cual hay un gran aparcamiento en el que puede dejarse el automóvil, si es este el medio que se usa para llegar a la ciudad.
La plaza de toros de El Puerto de Santa María es una de las más famosas de España y también de las más bellas. Tanto la portada como las arquerías que se abren a lo largo del muro exterior recuerdan los antiguos coliseos romanos. Se inauguró el día 5 de junio de 1880, con una corrida lidiada por Antonio Carmona, Gordito, y Rafael Molina, Lagartijo. Famosísima es la frase de El Gallo, que decía que quién no había visto torear en la plaza de El Puerto no sabía lo que era una tarde de toros, frase que luce en un azulejo colocado en la fachada. Interiormente, la plaza está formada por un polígono regular de 60 lados, en el que, a modo de anillos, se ubican las gradas, los palcos, los tendidos y el ruedo propiamente dicho, cuyo diámetro es de 60 m. Tiene una capacidad de 12.000 espectadores.
Por encima de la de toros, se sitúa la plaza del Ave María, en la que se encuentra el colegio de San Luis Gonzaga, centro de enseñanza jesuita donde hizo sus primeros estudios Rafael Alberti. Este colegio formó en su día parte del convento de San Francisco, que estuvo en activo desde principios del siglo XVI hasta su desamortización en 1835. En la plaza hay un monumento a la escritora Fernán Caballero. La iglesia del colegio, hoy parroquia de San Francisco, es de tres naves, tiene una preciosa capilla mayor y en ella se conservan dos magníficas imágenes talladas por Juan de Mesa: San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier.
En las tres calles que, en perpendicular, llevan desde la plaza de toros al Guadalete, se encuentran algunas de las grandes bodegas que dan fama a la ciudad, edificios muy sencillos al exterior, pero de una solemnidad sagrada, como templos, en el interior, todas ellas incluidas en la Denominación de Origen Jerez-Xeres-Sherry. En la calle los Moros, por ejemplo, está Osborne; en Valdés, 501, y en la esquina de la misma calle, pero ya en la avenida de la Bajamar, Gutiérrez Colosía; en Bolos, a la que se entra desde Fernán Caballero, se encuentra Grant.
Si se baja por Fernán Caballero, se alcanza la bella plaza ajardinada de El Polvorista, con el monumento que Javier Tejada esculpiera en honor a Rafael Alberti. En esta plaza se levantan algunas de las casas palacio que todavía se conservan en la ciudad. Una de ellas es la del cargador a Indias Reinoso Mendoza, del siglo XVIII, barroca y actual sede del Ayuntamiento. Otra, es la conocida como casa de las Cadenas, construida en el siglo XVII para vivienda del que fuera también cargador a Indias Juan Vizarrón.
Al borde de la plaza, pero ya en la calle Micaela Aramburu, está la antigua lonja, un notable edificio barroco del siglo XVIII conocido como El Resbaladero.
Este último edificio hace esquina con la calle Sol, subiendo por la cual se alcanza el castillo de San Marcos*, notable edificación medieval perfectamente conservada, tras su restauración en 1940, y uno de los monumentos más característicos de El Puerto.
Declarado Monumento Nacional en 1920, antes que el castillo, en este lugar se levantaba una mezquita califal, que Alfonso X cita en sus Cantigas y de la que subsisten como elementos originales el mihrab, bellísimo; el muro de la qibla; los suntuosos arcos de herradura que componían sus tres naves, junto con los pilares y las columnas que a ellos se adosan; parte de las bóvedas, y un par de inscripciones cúficas que estaban en el desaparecido alminar. Tras la conquista cristiana de la ciudad, el propio Alfonso X procede a la ampliación de este edificio a costa del patio, a la fortificación del mismo y a su consagración con el nombre de iglesia de Santa María. El nombre de castillo de San Marcos, como se lo conoce actualmente, data de finales del siglo XIV y principios del XV.
Su aspecto externo resulta formidable. Construido a base de cantería labrada y ladrillo, ofrece los muros almenados y un conjunto de ocho airosas torres, entre las que sobresale la del homenaje, en la que se encuentra el ábside del templo cristiano. En este ábside, poligonal y cubierto con bóveda ojival de nervios, en una pequeña hornacina, se venera una imagen gótica de la Virgen que se encontraba en la ermita de Santa María de Sidueña. Esta imagen sustituyó a la de la Virgen de los Milagros, entronizada aquí desde la conquista cristiana bajo la invocación de Santa María y trasladada posteriormente a la iglesia prioral.
En la misma plaza del Castillo se encuentra el convento de la Purísima Concepción, de monjas franciscanas concepcionistas, que data de comienzos del siglo XVI y fue uno de los primeros que erigió la orden que fundara en Toledo Beatriz de Silva (1424-1491). La edificación actual corresponde a las profundas reformas llevadas a cabo en el siglo XVIII. La iglesia, que al exterior muestra dos portadas barrocas, tiene una sola nave con bóveda de cañón y cúpula de media naranja sobre pechinas en el crucero. Lo mejor del templo es el retablo del altar mayor. En un barroco sumamente elegante, consta de banco, cuerpo articulado en tres calles mediante estípites y ático. Fue donado al convento en 1757 por el cargador a Indias Jacinto José de Barrios. Preside el conjunto en su camarín una imagen de la Inmaculada de la escuela de Martínez Montañés. La sacristía tiene un zócalo de azulejos sevillanos del siglo XVIII con motivos florales. Y en el claustro, consistente en un cuadrado con arquerías de medio punto, hay una fuente de 1737 excavada en el suelo, bajo una escalinata.
Por encima de este convento, en la calle de su nombre, se encuentra la Fundación Pedro Muñoz Seca, ilustre comediógrafo portuense, de estruendoso humor, autor, entre otras muchas obras, de la famosísima La venganza de don Mendo. Concebida como casa museo, muestra, en la que fuera vivienda de su familia, numerosos materiales y objetos del autor, contando con biblioteca, sala de lectura y sala de audiovisuales.
Prácticamente al lado de aquí, en el número 25 de la calle Santo Domingo, en la casa que lo vio nacer, tiene su sede la Fundación Rafael Alberti, luminoso poeta y pintor de larga trayectoria. La visita resulta muy interesante por el amplio muestrario de objetos y documentación sobre Alberti que se exhibe.
A la vuelta de la fundación, en el número 1 de la calle Pagador, ya prácticamente en la plaza de España, está el Museo Municipal, ubicado en otra casa palaciega portuense y con un contenido que abarca dos secciones, Bellas Artes y Arqueología.
La plaza de España es un espacio amplio y luminoso, muy transitado y lleno de color, en el centro del cual hay un triunfo dedicado a la Inmaculada Concepción, erigido en los años cincuenta del siglo pasado. En uno de los testeros se levanta la monumental iglesia mayor prioral de Santa María de los Milagros*, magnífico templo construido inicialmente en el siglo XV, siguiendo las pautas del estilo gótico, aunque prácticamente rehecho en el siglo XVII como consecuencia del hundimiento de la nave central. De la primera etapa sobresale, al exterior, la inacaba portada del Perdón, a los pies del templo, de estilo gótico tardío. Ya a la reforma corresponde la puerta del Sol, entrada actual al templo, una gran fachada retablo muy decorada con elementos platerescos y barrocos, compuesta por un gran arco ciego de medio punto entre altas columnas, en cuyo tímpano figura una imagen de la Virgen de los Milagros asentada en un castillo, el de San Marcos, circunstancia que revela su patronazgo sobre la ciudad y sobre el templo.
La iglesia posee tres plantas, la central más alta, con bóveda de crucería y con el coro a la altura del crucero, frente al altar mayor, separadas las tres por arcos de medio punto de gran envergadura sobre pilares cruciformes. El interior rebosa de importantes tesoros artísticos. En el presbiterio, sobre el altar mayor, se alza un baldaquino monumental de mármoles jaspeados, formado por ocho columnas corintias que sustentan una cúpula de media naranja. Es de estilo neoclásico y fue colocado aquí en 1807 en sustitución de un retablo del siglo XVI muy deteriorado por el paso del tiempo. En la cabecera de la nave del evangelio se sitúa la capilla de la Virgen de los Milagros, cuyo frente lo ocupa un magnífico retablo barroco del siglo XVIII, detrás del cual se abre el camarín en el que se exhibe la Virgen. Santa María del Puerto, como la llama Alfonso X en sus Cantigas, es una escultura gótica de bulto redondo del siglo XIII a la que más tarde se tiñó de negro y se vistió hasta convertirla en imagen de candelero. En la cabecera de la nave de la epístola se encuentra la capilla del Sagrario, cuyo frontal lo ocupa un formidable retablo de plata labrada, obra mexicana realizado por José Medina en 1685 y donada al templo prioral por el capitán portuense Juan Luis Camacho Jaina.
Todas las capillas restantes tienen interés. La de Benavides, a continuación, llamada así por su fundador, tiene un buen retablo gótico-flamenco con muy buenas pinturas. La de las Ánimas, a su lado, tiene un espléndido retablo barroco del siglo XVII de la escuela del sevillano Bernardo Simón Pineda, habiéndose atribuido a Pedro Roldán o a su hija la imagen del Arcángel San Miguel. La de San José, al otro lado de la puerta del Sol, tiene un buen conjunto de retablos rococó del siglo XVIII. Sigue la capilla bautismal y, ya en los pies, la del Santo Ángel de la Guarda y, al otro lado de la puerta del Perdón, la de Santa Rita. A partir de ésta, en el muro del evangelio aparece en primer lugar la del Santo Entierro, que guarda las imágenes de un Cristo yacente, adaptación de un Crucificado del siglo XVI realizada en 1925 por el escultor local Juan Hottaro, siendo la talla de la Virgen de la Soledad una obra de Gaspar Becerra, de la segunda mitad del siglo XVI. Siguen la del Cristo de la Misericordia; la del Nazareno, cuya talla de San Juan Evangelista se debe a Pedro Roldán, quien la talló en 1662, siendo la de Jesús Nazareno del siglo VIII, anónima, de algún taller jerezano; y la de la Virgen del Rosario, también llamada de los Valera, por sus fundadores.
En la misma plaza de España se encuentra también la capilla de la Aurora, sede la cofradía de la Humildad, en la que se guardan las tallas de los titulares, el Cristo de la Humildad y Paciencia y la Virgen del Desconsuelo, ambas anónimas y del siglo XVII.
De la plaza de España parte, hacia el río, la peatonal calle Luna, cuajada enteramente de comercios, como la mayoría de las de esta zona. Parte también la calle La Placilla, perpendicular a Luna, en la que se encuentra la casa de los Leones, magnífico palacio portuense, así llamado por los relieves que coronan las pilastras de la portada, sin duda, el más característico de la ciudad y uno de los más brillantes ejemplos de todo el barroco civil gaditano. Lo mandó construir para su residencia Jacinto Díez de Celis, un comerciante cántabro, de Torrelavega, de los muchos que se asentaron en la ciudad tras el traslado a Cádiz de la Casa de Contratación. La obra debió estar concluida hacia 1780. La planta baja fue ocupada por comercios y el entresuelo por inquilinos. El propietario se reservó la planta alta. Actualmente sigue siendo de propiedad particular, habiendo sido adaptada para apartamentos turísticos. En ella se ha instalado además una exposición permanente de distintos elementos artísticos y urbanísticos visitable por el público en general. La fachada es realmente portentosa. Se compone de tres plantas, situándose en el centro la portada, a manera de gran retablo de sillería de tres cuerpos. El bajo lo ocupa el acceso, un vano a dintel coronado por un delicado dosel. Encima, entre sendas columnas salomónicas, una hornacina en la que figura la imagen de la Virgen de Caldas. El tercer cuerpo se abre con un espléndido balcón mixtilíneo con rejería ondulante. Interiormente, la vivienda se nuclea alrededor de dos patios. En el principal destacan los arcos rebajados sobre columnas de base cuadrada y friso labrado que dejan paso a la escalera.
Muy cerca de esta casa, en la plaza de su nombre, se encuentra el mercado de abastos, dando a la calle Ganado. Hacia arriba, esta calle se cruza con Zarza, en cuyo número 53, en pleno barrio alto, del que leyendas recientes hablan de fantasmas y aparecidos, tiene su sede el Bodegón de Obregón*, la taberna más antigua de El Puerto y, probablemente, la más peculiar, sede también de una de las bodegas artesanales más prestigiosa de la ciudad, las Bodegas Obregón, S.L., cuyos vinos no cesan de recibir premios en certámenes internacionales.
Hacia abajo, es decir, hacia el río, la calle Ganado lleva a la plaza de la Herrería, singular cruce de caminos y uno de los centros del tapeo y de la vida nocturna. De aquí, hacia la izquierda, arranca la célebre ribera del Marisco, cuyos bares, especialmente la marisquería de Romerijo, están llenos desde bien tempranito por la mañana hasta bien entrada la noche, durante prácticamente todo el año.
A la derecha está la plaza de las Galeras, con la fuente del mismo nombre, barroca, de 1735, construida por Bartolomé Mendiola, que abastecía de agua a la ciudad, a los barcos y a otras poblaciones vecinas. Aquí está también el embarcadero del que parte el Adriano III, vaporcito que lleva a Cádiz cruzando la bahía. Al lado mismo de la fuente y del embarcadero se encuentra el hospital de San Juan de Dios, cuya fundación se remonta, al menos, a 1492, como hospital de la Santa Misericordia, aunque su ubicación en este sitio data de 1679. Mucho tiempo después, ya en el siglo XIX, la institución fue transferida a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, de la que recibe el nombre actual. Dicha orden llevó a cabo una reforma en profundidad en 1916. La iglesia tiene una sola nave con bóveda de cañón y cúpula de media naranja sobre pechinas en el teórico crucero. Entre otras imágenes, se guarda aquí la de Jesús de los Afligidos, un Cristo con la cruz a cuestas de principios del siglo XVIII y talla genovesa.
De la plaza de las Galeras parte la calle Luna, a la que llega Misericordia, en la que se levanta el convento de las Esclavas. La orden fundada por la santa Rafaela María del Sagrado Corazón se instaló aquí en 1923, pero la edificación es mucho más antigua: concretamente, ésta fue la primera sede que tuvo en El Puerto el ya citado hospital de la Misericordia, manteniéndose en ella hasta 1659. Con posterioridad y hasta 1874, perteneció igualmente a la Orden de San Juan de Dios.
La portada de la iglesia es manierista. El interior es de tres naves separadas por arcos de medio punto. Llama la atención el zócalo perimetral de azulejos primorosamente decorados. Son de factura sevillana y datan de 1923. En el conjunto del templo, sobresale ampliamente el retablo del altar mayor, una hermosa composición barroca en cuya calle central figuran sucesivamente, de abajo arriba, una Piedad del siglo XVII, de autor anónimo, pero de muy buena mano, un Crucificado tallado en Granada y, como reminiscencia del paso de su orden por el lugar, un San Juan de Dios, flanqueado por los arcángeles san Rafael y san Miguel.
Enfrente de la plaza de la Herrería, siguiendo la margen del río, se extiende el parque Calderón, uno de los mejores jardines de la ciudad y el más antiguo, con sus espléndidos senderos de palmeras y el aire romántico y ensoñador que le proporciona la proximidad del río.
Cruzando la calle por el extremo del parque y entrando por Javier de Burgos, se alcanza la calle Virgen de los Milagros, más conocida como Larga, aproximadamente a la altura de la plaza de Isaac Peral, una más de las muchas y hermosas con las que El Puerto cuenta. Caminando hacia levante, la calle Larga se une a Cielo en la amplia plaza de los Jazmines, ajardinado espacio en el que se levantan el arco de la Trinidad y una estatua del Corazón de Jesús de 1927.
Al lado mismo de esta plaza de los Jazmines, en la calle Toneleros, está la sede de las Bodegas Terry, otra de las importantes de la ciudad, bajo el novedoso Parque del Vino, a la derecha del cual, en dirección a la estación del ferrocarril, al lado del parque que lleva su nombre, se sitúa el monasterio de la Victoria, tristemente célebre durante mucho tiempo por servir de ubicación al penal del Puerto, hito doloroso en la mitología folclórica nacional y que fue clausurado en 1981. El monasterio se construyó entre 1504 y 1517 bajo el patronazgo de los duques de Medinaceli, don Juan de la Cerda y Doña Mencía Manuel, con el propósito nunca cumplido de instalar en el su panteón. En el citado año 1517, los duques donaron la edificación a fray Marcial de Vizines, provincial de los frailes mínimos de San Francisco de Paula, quienes establecieron en él su sede. Tras el expolio llevado a cabo por las tropas de Napoleón y la Desamortización de Mendizábal, el monasterio fue un centro de estudios teológicos, seminario jesuita, hospicio y cárcel, existiendo en la actualidad un proyecto para su rehabilitación y adaptación para un centro cultural de usos múltiples.
La iglesia muestra una preciosa portada gótica compuesta por dos robustos machones labrados con finos baquetones rematados en pináculos. El interior tiene una sola nave cubierta con bóveda de terceletes que se convierte en estrella en el presbiterio, capillas laterales y coro alto a los pies. Junto a la iglesia, se conserva el claustro, cuadrado, de grandes dimensiones, con arquerías ojivales en la planta baja, apoyadas en poderosos contrafuertes calados en su parte inferior para permitir el paso de una persona. La estructura de la planta alta, más delicada, prueba su construcción posterior, ya en tiempos renacentistas.
Alrededores
Al nordeste de la ciudad, al pie de la sierra de San Cristóbal, de cuyas canteras se han extraído las piedras de un buen número de edificios de la región, se extiende el Parque Arqueológico Phoenix Mediterránea*, un auténtico museo arqueológico de más de 400 ha de extensión que, entre otros vestigios interesantísimos, acoge la ciudad fenicia del Castillo de Doña Blanca, del siglo IX a.C., primera fundación fenicia en la bahía gaditana; una necrópolis; un poblado prefenicio de la Edad del Cobre; así como restos turdetanos, romanos, musulmanes y de distintas industrias líticas, todo ello en un marco que por sí solo ya merece su visita.
A la izquierda de la desembocadura del Guadalete se extiende la magnífica playa y urbanización de Valdelagrana.
A la derecha de la desembocadura, pasada la playa de la Puntilla, se encuentran Puerto Sherry y la urbanización de Vista Hermosa, con las playas de Santa Catalina y Fuentebravía (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).
Las casas nobles, los amplios espacios, la plaza de toros, la luz, el Guadalete, las playas, el Atlántico constituyen los principales hitos de esta gran ciudad de orígenes griegos y sabor antillano.
Historia
La fundación de la ciudad se atribuye al caudillo ateniense Menestheo, el cual, navegando por el Mediterráneo tras la Guerra de Troya, alcanzó estos lugares erigiendo una pequeña villa a la que llamó El Puerto de Menestheo. Desde luego, fenicios y griegos visitaron sus costas y vivieron y comerciaron al amparo de su puerto, como refleja el yacimiento arqueológico de Doña Blanca, que data del siglo VIII a.C. Más tarde pasó a manos romanas y, tras la correspondiente invasión, a las de los visigodos.
En el año 711, tras la derrota de don Rodrigo, el último rey godo, cae en poder de los árabes, quienes la llamaron a partir de entonces Alcanatif, que quiere decir "puerto de las salinas". Alfonso X la conquista para la causa cristiana en 1260, cambiándole el nombre por el de Santa María del Puerto. En las Cantigas a Nuestra Señora, el rey Sabio relata varios milagros que la Virgen María obra en la ciudad, la cual, poco después, entra a formar parte del señorío de Medinaceli. Entre 1483 y 1486 vivió en ella Cristóbal Colón, por entonces embarcado en los preparativos de su viaje americano. Aquí entra en contacto con Juan de la Cosa, quien pone a su servicio, además de sus conocimientos como piloto, la Santa María, nao de su propiedad. En 1500, Juan de la Cosa termina, ya de regreso de sus viajes, el primer mapamundi de la historia.
Durante los siglos XVI y XVII, la ciudad conoce un extraordinario progreso. Se constituye en base de las galeras reales y sede de la Capitanía General de la Mar Océana. Una importante burguesía comercial abre casa en ella y sus calles conocen el variopinto ajetreo de una multitud heterogénea.
El siglo XVIII y, sobre todo, el XIX constituyen una época de progresivo declive. Finaliza el comercio americano y las sucesivas guerras y revoluciones la afectan profundamente. Ya en el siglo XX, con el comercio del vino, inicia una recuperación que la aparición del turismo en la década de los años sesenta se ha encargado de acentuar.
Gastronomía
Los productos de la mar y de la tierra se reúnen con sabiduría en la cocina portuense, produciendo platos tradicionales como el rape al pan frito, los lenguados con fideos, la dorada a la sal, el caldillo de perro, (una sopa de pescado cuyo nombre procede de la Reconquista cuando los cristianos llamaban perros a los árabes, que eran quienes la tomaban), la piriñaca, un picadillo de tomate, pimiento y cebolla excelente para acompañar pescados asados, o las tagarninas esparragadas.
Por encima de todo, en el Puerto sobresale el extraordinario marisco de la bahía, principalmente las gambas y los langostinos, que los portuenses saben cocer como nadie y que se comen acompañados de los magníficos vinos de la tierra, acogidos a la denominación de origen Jerez-Xeres-Sherry.
Artesanía
Aunque se han perdido muchos oficios de tipo artesanal, hoy día se encuentran aún artesanos que se dedican a la producción de cestería de caña, esparto y palma, toneles para el vino, tejidos de redes para la pesca y cerámica.
Fiestas
El Carnaval, en febrero, goza del gran atractivo que tiene esta fiesta en toda la bahía gaditana. La Semana Santa, de gran interés, tiene dos momentos especialmente emotivos. El primero de ellos se produce cuando el Cristo de los Afligidos se despide de la Virgen a la entrada de la capilla del Hospital, el Lunes Santo. El otro durante la procesión del Dolor y Sacrificio, cuando los hermanos nazarenos, que en lugar de los clásicos capirotes llevan un velo que les cubre la cara, portan por turno los pasos con la ayuda de unos cayados que hacen sonar rítmicamente. La Feria de Primavera, en el mes de mayo, está íntimamente ligada con la tradición vinícola de la denominación Jerez-Xeres Sherry.
El 16 de julio se celebra la procesión marítima de la Virgen del Carmen, que tiene lugar por la noche en el río Guadalete. En agosto se celebra la Semana Náutica Internacional y el 8 de septiembre, la fiesta de la Virgen de los Milagros, patrona de la ciudad.
Vida urbana
Durante el día, la vida en la ciudad es tan intensa como se desee. El disfrute del mar en alguna de sus numerosas playas puede combinarse con la práctica de todo género de deportes, desde los náuticos -pesca, vela, windsurfing...- hasta el golf, el tiro al plato o la hípica. En el cerro de San Cristóbal, en dirección a Jerez, se encuentra el Parque Acuático, donde puede pasarse un día diferente.
El casco antiguo, desde la plaza de la Herrería a la Virgen de los Milagros, Muñoz Seca, Palacios, plaza de España, etc., reúne lo principal del comercio. En esta zona se encuentran también algunos de los estupendos restaurantes con los que cuenta la ciudad. Con la caída de la tarde comienza la animación. En primer lugar, en la Ribera del Marisco, frente al Parque Calderón y al río, hay una concentración de bares y tascas donde pueden degustarse los mariscos de la bahía. Tras la cena se puede disfrutar del ambiente que se desee; desde música romántica a la más actual que ofrecen las discotecas.
La playa de Valdelagrana es el centro principal de la animación nocturna, un lugar donde hay todo tipo de locales y ambientes y al que, en los últimos tiempos, le ha salido un competidor, el Centro Comercial Vistahermosa, a la entrada de la ciudad por la carretera de Rota, complejo de tipo andaluz con diversiones para todos los gustos. Pero si lo que se pretende es una noche de emoción, puede acudirse al casino Bahía de Cádiz, situado a 5 km en dirección a Jerez, donde puede disfrutarse del lujo, de una excelente cocina, de buena música y de la posibilidad de conseguir un sustancioso premio.
Visita
La ciudad antigua, situada a orillas del Guadalete, reúne los lugares más pintorescos e, históricamente, más atractivos. La plaza del Polvorista, donde se encuentra el Ayuntamiento, notable edificio que fue en su día el palacio de Imbrusqueta, puede ser un buen punto de partida para iniciar la visita.
La calle Fernán Caballero, seudónimo de la escritora Cecilia Böhl de Faber, lleva hasta la hermosa plaza de toros*, inaugurada en 1880 y con aspecto de coliseo romano, debido a su doble cuerpo de triples arcadas.
Por la calle de Santa Lucía se alcanza la plaza de España, donde se levanta la Iglesia Mayor Prioral*, dedicada a la Virgen de los Milagros, patrona de la ciudad. Es un notable edificio construido a partir del siglo XV, con modificaciones posteriores. En él se observa desde el estilo gótico de la puerta del Perdón, inacabada, hasta el barroco con caracteres platerescos de la bella puerta del Sol.
La calle Santo Domingo baja hasta la plaza de Alfonso el Sabio. Aquí, ocupando todo un lateral, se encuentra el magnífico castillo de San Marcos, una edificación árabe del siglo XIII extraordinariamente bien conservada, con elementos de carácter romano, visigodo y mudéjar. Fue torre vigía y en su interior se ubicó una mezquita, transformada en capilla cristiana después de la conquista, capilla que todavía subsiste. El Concejo Municipal lo utilizó como sede durante algún tiempo y en el siglo XIX vivió en él Cecilia Böhl de Faber que situó entre sus muros el escenario de dos de sus novelas.
En las proximidades, en la esquina de la calle Palacios con la de Aramburu de Mora, se sitúa el palacio de Medinaceli, antigua residencia del duque del mismo nombre, señor de El Puerto.
Aramburu de Mora desemboca, río arriba, en la plaza de las Galeras, denominada así porque de ella partían las galeras y galeones que se dirigían a América. Aún conserva una fuente de la época de la que se surtían de agua los barcos. Del pequeño muelle sobre el río parte un vaporcito, el Adriano III, que hace la travesía a Cádiz y que en verano realiza cruceros nocturnos por la bahía. La plaza de las Galeras es el punto de arranque de una de las zonas de mayor animación de la ciudad antigua, que tiene su epicentro en la popular plaza de la Herrería.
A partir de la desembocadura del Guadalete, a su izquierda, se extiende la magnífica playa de Valdelagrana, de fina arena dorada, que ha dado origen a una moderna urbanización. A la derecha de la desembocadura, más allá de la playa de la Puntilla, se encuentra Puerto Sherry, una urbanización de alto nivel con un magnífico puerto deportivo (Rafael Arjona. Guía Total, Andalucía. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005).
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