Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Cádiz, déjame ExplicArte los principales monumentos (Basílica Menor Nuestra Señora de los Milagros; Museo Municipal; Sala Hospitalito; Casa Palacio de los Leones; Convento de Santo Domingo; Fundación Rafael Alberti; y Convento de la Concepción) de la localidad de El Puerto de Santa María (III), en la provincia de Cádiz.
La Iglesia Mayor, con la advocación de Santa María de los Milagros, levantada en un lugar extramuros de la desaparecida cerca medieval de la población, es el santuario que sustituye al de la primitiva iglesia o Castillo de San Marcos. Esta iglesia desaparecida es anterior a la actual, la cual se comienza a levantar con el patrocinio ducal en el siglo XV, trabajando el citado maestro sevillano Alonso Rodríguez. Sería de tres naves, con crucero poco acusado, capillas laterales y ábside de planta pentagonal. Amén de la planta, lo más significado de la misma es la no concluida portada gótica de los pies, la del Perdón, cuyo estilo y labor de cantería se relaciona con el modelo de fachada del coetáneo monasterio de la Victoria. Con el hundimiento de la nave central a comienzos del siglo XVII y tras informes de maestros venidos de fuera, como el jiennense Juan de Aranda Salazar, quien a la sazón intervenía en la Catedral de Jaén, la fábrica tendría una reedificación sustancial en la que se distingue el cantero jerezano Antón Martín Calafate, director de la obra en 1647, y cuyo proyecto, a su vez, también sería continuado a su muerte por el maestro mayor Francisco de Guindos a partir de 1659. Éste, seguramente atento al proyecto de Calafate, conservará prudentemente el carácter gótico preexistente al cubrir la poderosa nave central con bóvedas de crucería. Mantiene la estructura goticista de arbotantes externos bien visibles y renuncia a un cimborrio y balaustrada proyectados por Calafate. Los sufragios de las cofradías impulsan también la obra de una nueva capilla para el Sagrario, a los pies de la iglesia y en el lado de la epístola, así como la capilla de las Ánimas y la Sacristía Mayor. Prácticamente terminado el templo en la década de 1660, el maestro Pedro Mateos de Grajales, asesorado por Felipe Sánchez Niño y Felipe de Santiago, inicia en 1676 las obras del coro, construcción situada al gusto de las catedrales hispanas en el centro de la nave central, abierto por el crucero y provisto de una reja del mismo siglo, frente al altar mayor y ocupando todo el espacio que señalan los pilares del segundo tramo de la nave central. A la iglesia, que todavía sufrirá alguna reforma, ya clasicista, en especial tras el terremoto de 1755, se accede por la que pasa a ser funcional o ritualmente su portada principal, la del Sol. Es un elaborado compendio de estilos, muy recargado de ornamentación, pues denota la obra plateresca del siglo XVI, cuya traza podemos relacionar con la autoridad del sevillano Martín de Gainza, con relieves que obedecen a programas iconológicos marianos, y una culminación barroca en el frontón ondulado, abierto por dos óculos a los lados de un relieve de Dios Eterno y coronado con las tres virtudes teologales de la Fe, Esperanza y Caridad, mientras las cuatro cardinales asientan sobre los estribos del muro a uno y otro lado de la portada, iconografía trentina sin relación con los relieves de la mis ma. En el centro, bajo el gran arco, campea en su hornacina la imagen de la Virgen de los Milagros sobre el Castillo, en su doble condición de patrona del Puerto y del templo.
En el interior de éste, amén de la variada pintura que se distribuye a lo largo de sus paredes y dependencias, destaca poderosamente la capilla del Sagrario, a los pies de la nave de la epístola, en la que resplandece un frontal o retablo de plata labrado en 1685 por el mejicano José de Medina a instancias de un donante local, el capitán Juan Camacho Jaina, quien había sido alcalde mayor de ciudad virreinal de San Luis de Potosí. Se trata de un imponente panel profusamente labrado, sobre unas gradas de hacia 1699 para apoyo de candelería y del sagrario tabernáculo. Encima, una peana sobre ménsulas sostiene cruz o manifestador y, en la misma vertical, arriba, un rombo con la representación cristífera de un sol radiante y, abajo, el sagrario. La corona sobre el retablo, también de plata, es adición neoclásica de José de Piñero y José de Viera en 1805 en sustitución de una concha sostenida por dos águilas que remataba el conjunto. Éste se completa con el frontal, a modo de banco, y, más adelantada, una barandilla de treinta balaustres, todo también de similares fechas y distintos donantes. Entre otras obras también es de interés el ángel lamparero de cedro que cuelga del arco toral que divide en dos secciones la capilla, tradicionalmente atribuido a la Roldana pero, con mayor probabilidad, obra jerezana de comienzos del XVIII, así como un cuadro de un Nazareno de final del siglo XVII, objeto de devoción traído desde la antigua ermita de los Milagros. A continuación, la capilla de San Antonio o de la Oración en el Huerto, antiguamente de Santa Teresa, más conocida por el nombre de su fundador, el comendador don Benito de Benavides; ofrece un retablo hispano-flamenco del siglo XVI con hermosas pinturas representando en el primer cuerpo los temas pasionales del beso de Judas, la oración en el Huerto, la vía dolorosa y Cristo atado a la columna; en el segundo un San Jerónimo y la estigmatización de San Francisco y, en el ático, un San Antonio de Padua, un Descendimiento y otro santo más.
La imagen de bulto, en el camarín, representa a San Antonio Abad y el relieve bajo la clave del arco un Padre Eterno. Siguen la Capilla de las Ánimas, con retablo barroco del siglo XVII al estilo del hispalense Bernardo Simón de Pineda y una imagen de San Miguel próxima al de los Roldanes, la puerta del Sol, la capilla de San José, con retablos de la segunda mitad del XVIII, capilla bautismal, del Ángel de la Guarda, puerta del Perdón, capilla de Santa Rita y, ya en el lado del evangelio, la del Santo Entierro o de la Soledad. En su retablo dieciochesco se disponen las veneradas imágenes de un Cristo yacente, figura de sereno dramatismo, tal vez del final del XVI, que resulta de la adaptación de un crucificado con los brazos articulados hecha por el escultor portuense J. Bottaro en 1925.
La talla de candelero de la Virgen de la Soledad, muy similar a la de los servitas de Madrid, fue encargada por Isabel de Valois en 1565 a Gaspar Becerra, el artífice del retablo de la Catedral de Astorga y seguidor en sus años de formación romana de Miguel Ángel Buonarotti. La imagen, con motivo de los daños que ocasionaba la ocupación francesa en el Puerto durante la Guerra de la Independencia, fue rescatada desde su lugar original, el monasterio de la Victoria, terminando en esta capilla. Continúan la del Cristo de la Misericordia, donde hay una Señora de la Piedad del círculo del escultor genovés Maragliano, activo por estas tierras, la del Nazareno que, en su retablo moderno, neobarroco, alberga dos expresivas tallas de San Juan Evangelista, hecha por el imaginero sevillano Pedro Roldán en 1662, y del Nazareno, imagen jerezana de comienzos del XVIII y la capilla de la Virgen del Rosario o de los Valera. Ya en la cabecera, en paralelo por disposición y prestancia al espectáculo del Sagrario, se impone la presencia de la Capilla de la Patrona, la Madre de Dios de los Milagros y de la Santa Misericordia, Virgen de los Milagros o, como en las Cantigas de Alfonso X el Sabio, Santa María del Puerto. El retablo plenamente barroco de la primera mitad del siglo XVIII con camarín en cuyo interior y cobijada por una hornacina posterior, se manifiesta la imagen de la Virgen. Ésta es una talla gótica del siglo XIII a la que posteriormente se daría el color moreno al rostro, siguiendo la tradición de las vírgenes negras, y se la vestiría y ornamentaría al modo de las imágenes de candelero. Del cuerpo original hoy sólo se conserva el rostro, parte de la cabeza y cabellera y cuello, siendo las manos un añadido. En la misma capilla hay una interesante colección de exvotos populares.
En cuanto a la capilla mayor cabe decir que, habiendo sido ocupado todo el testero por un retablo del siglo XVI, dado su deterioro ya en el siglo XVIII, fue sustituido a partir de 1807 por el tabernáculo neoclásico de mármoles jaspeados que centra el altar mayor. Es obra del maestro Ángel Fernández, sobre proyecto de Bartolomé Ojeda Matamoros. Las esculturas, dos ángeles en adoración, los cuatro evangelistas y, coronando la cúpula, la Fe, son de la mano del académico gaditano Cosme Velázquez, también de igual fecha. Enfrente queda el púlpito de hierro forjado, adosado a uno de los pilares. Tras los muros del altar mayor están la capilla de San Pedro y la Sacristía de Guindos, con su recia bóveda de crucería, centrada por una sólida mesa de jaspe y amueblada por una cajonería encargada al artífice Juan de Ubises en 1694. Aquí se custodian ternos y platería de interés de distintos siglos y estilos. En cuanto al coro, la sillería, de nogal y cedro, con dos cuerpos de bancos y los escudos de Medinaceli presidiendo el frente principal, que dicen es obra de Juan Bautista Vázquez «El Joven» de comienzos del siglo XVII (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
El arquitecto tracista del edificio fue Alonso Rodríguez, maestro mayor de la catedral hispalense, al menos desde 1498.
La planta diseñada por Rodríguez era de tres naves con crucero ligeramente acusado y ábside pentagonal. A ambos lados se fueron abriendo capillas basadas en fundaciones y capellanías de nobles portuenses.
Con el tiempo la planta fue deteriorándose, y a principios del siglo XVII, se hundió la nave mayor, pereciendo varias personas. Se trajeron entonces de Sevilla a distintos maestros que dieron su parecer sobre la reedificación del edificio. En 1647 se le ofrece la dirección de las obras de la iglesia a Antón Martín Calafate, cantero jerezano que traza un templo de tres naves, aprovechando la estructura gótica original de sus muros exteriores, ábsides y capillas.
El proyecto de Calafate presentaba cubiertas de bóvedas de cañón con lunetos en las naves, y en el crucero un cimborrio sobre pechinas con la representación de los cuatro evangelistas. Exteriormente diseñó una balaustrada con pedestales rematados en jarras. Sin embargo, tras el fallecimiento de éste y el nombramiento como maestro mayor de Francisco de Guindos se introducen varios cambios; las bóvedas de cañón pasan a ser de crucería, suprimiéndose el cimborrio trazado. Guindos consigue llevar la fábrica a su conclusión gracias, principalmente, a la ayuda económica de algunas cofradías, construyendo de ese modo las capillas del Sagrario y de Animas, y la Sacristía Mayor.
El acceso al templo se hacía a través de dos portadas exteriores. A los pies se abre la del Perdón de estilo gótico. En esta fachada se levanta el campanario, obra del maestro mayor Diego Moreno.
En la fachada lateral se ubica la portada actual de entrada denominada del Sol, atribuida al arquitecto Martín de Gainza, profusamente decorada en época barroca, presentando un primer cuerpo con arco de medio punto flanqueado por dobles columnas sobre las que se apoya un entablamento y friso. El intradós del arco de acceso presenta una ornamentación a base de casetones. En el segundo cuerpo, a modo de tímpano, se abren tres hornacinas. Remata la portada un frontón con cornisa ondulada y las esculturas teologales.
Según recoge la historiografía tradicional ya en el siglo XIII se constata la existencia de un templo donde hoy se ubica la Iglesia Mayor. Sin embargo, la documentación existente nos lleva hasta el siglo XV, momento en que se construye una iglesia bajo la advocación de la Virgen de los Milagros patrocinada por el Duque de Medinaceli (Guía Digital del Patrimonio Digital de Andalucía).
El Museo Arqueológico Municipal es, desde 1982, el centro público local encargado de conservar, restaurar y difundir los más destacados bienes arqueológicos, artísticos y etnográficos del Patrimonio Histórico Portuense.
Sección de Arqueología
En Paleontología destacan los restos de cetáceos, escualos y bivalvos procedentes de El Manantial (Terciario final), así como mandíbulas y defensas de Elephans Meridionalis y Mastodontes de La Florida (Pliopleistoceno).
Los depósitos prehistóricos comprende el yacimiento de El Aculadero, (Paleolítico Inferior Arcaico), considerado entre los más antiguos de Europa. También restos materiales de las culturas del Paleolítico Medio y Postpaleolítico, hallados en las playas de la Puntilla y Levante.
Del Neolítico-Calcolítico se exponen restos hallados en Cantarranas y Las Viñas, poblados del tercer milenio a.C., y primera población sedentaria de la zona.
La Edad del Bronce Final, "tartéssico", del último milenio, refleja un poblamiento intenso, así como relaciones culturales con talasocracias del mediterráneo Oriental. La Torre de Doña Blanca y su necrópolis, Las Cumbres, destacan por su importancia histórica. La primera es un tell con hallazgos de seis niveles de población que van del s. VIII a finales del s. IV a.C. abarcando materiales arqueológicos del periodo fenicio orientalizante del Mediterráneo Occidental. De la Necrópolis cabe destacar el túmulo nº 1, con tumbas de incineración del s. VIII a.C. La zona costera refleja un intenso comercio de los siglos V y IV, como muestran los restos que se exponen.
La romanización aparece en la campiña y en la costa, con alfares de ánforas, villas agrícolas y necrópolis rurales, como la de Las Viñas, del s. I al IV d.C.
La cultura visigoda se presenta en los hallazgos de la finca El Barranco, con restos de necrópolis y hábitat.
De época medieval, el Museo cuenta con restos de alquerías árabes de los siglos XII y XIII.
Desde el s. XVI al XIX, los fondos arqueológicos reflejan las relaciones comerciales de El Puerto con América.
Esta sección se compone fundamentalmente de obras pictóricas de artistas locales contemporáneos.
Entre estas obras destacan las de Francisco Lameyer (1825-1877), pintor romántico en cuyos temas está presente el ambiente africano y oriental, al mismo tiempo que el costumbrismo andaluz. Entre ellas destaca un dibujo con el título "Saqueo e incendio de Roma".
De Eulogio Varela (1868-1955) se cuenta con temas tradicionales como "El baile" o "El estudio de Berruguete", como su colección de "ex libris" y dibujos modernistas, de cuyo estilo es digno representante en sus ilustraciones, grabados y acuarelas. Atisbos modernistas ofrecen también la obra de Enrique Ochoa (1891-1977), llamado en su tiempo "el pintor de música", que está presente en esta sección con las obras "Señora con mantilla negra", "Pobre poeta" o "El enano", entre otros.
De los artistas coetáneos cuentan los fondos museísticos con obras de Rafael Alberti (1902), que experimenta un resultado muy personal combinando la pintura y la poesía en sus "Liricografías". Ricardo Summers "Serny" (1908) participa del tema femenino: "Reposo" o "Flores blancas"; y de las escenas de carnaval, en el pastel o grabados con el título "Carnaval". De Juan Lara (1921-1995), portador de un realismo tradicional, se muestra una representación de sus acuarelas, como la de tema árabe "La morita de los pajaritos". En cuanto al insigne artista Manolo Prieto (1912-1991), el Museo posee una interesante muestra de sus más representativos bocetos de carteles, así como, una serie de medallas de temas eróticos. La Escultura estructuralista de Fernando Jesús (1924), pintores que poseen un estilo preciso y riguroso que dominan los temas locales con detalle.
De otra parte destacan grabados de Antonio Ribera, ilustrados con poemas de R. Alberti y del escultor Pablo Serrano, dedicado al poeta.
Esta sección cuenta asimismo con cuadros y tallas de pequeño formato, de carácter religioso e histórico, de autores desconocidos de los s. XVII al XX. Entre los primeros cabe destacar algunos retratos de monarcas y un "San Sebastián" del s. XVII.
Sus fondos están compuestos por bienes materiales de nuestro pasado prehistórico e histórico (Ayuntamiento de El Puerto de Santa María).
El edificio, de características neoclásicas con claros tintes barrocos afrancesados, posee una interesante iglesia de planta cuadrada y ábside poligonal exento que según las crónicas no se llegó a finalizar quedando su construcción a la altura de las cornisas. A pesar de ello, se intuye que el templo debía ser de tres naves, siendo la central más alta que las laterales. Su portada estuvo adornada con mármoles de Málaga. En ella se superponen tres cuerpos en los que se percibe la sencillez de lo clásico en el primero, y el adorno de lo barroco, en el segundo. El tercero consta de una hornacina en la que se halla una imagen de la Virgen de los Milagros.
El patio interior está constituido por una galería de arcadas de alto puntal apeada sobre columnas toscanas de mármol, y un segundo cuerpo con almohadillados y vanos enmarcados en líneas quebradas, ejemplo de armonía entre lo nuevo y lo tradicional.
En el piso superior existe una sala abovedada en cuyo centro surgen cuatro columnas toscanas, sobre alto pódium, que sirven de soporte a las bóvedas y dan esbeltez y riqueza al conjunto. Posee una escalera de barandales de cedro torneado cuyo hueco está adornado con techumbre plana de ostentosas yeserías, un marco decorado con rocallas en la pared al frente y puttis en los ángulos de dicha cubierta. En las salas del edificio abundan las azulejerías trianera y valenciana.
Esta obra hospitalaria para mujeres y casa de asilo para niñas huérfanas fue fundada el 12 de septiembre de 1750. Fue uno de los primeros edificios de España y quizás el único que tenía por objeto el socorrer a mujeres desde su niñez hasta proporcionarles trabajo. De su primer emplazamiento en la calle de las Cruces, se trasladaría a este edificio, ubicado en la calle Zarza, esquina a la de Granado. Sus obras comenzaron en junio de 1753.
En el último cuarto del siglo XIX, este edificio fue cedido por el estado para instrucción pública (Guía Digital del Patrimonio Digital de Andalucía).
La nueva Sala Hospitalito, ubicada en el Barrio Alto de la Ciudad conforma la extensión museográfica del actual Museo Arqueológico Municipal.
El tránsito hacia la alta Edad Media en El Puerto de Santa María está representado como en el resto de la Península Ibérica, caracterizado por una dispersión del hábitat rural y la disgregación de los conjuntos urbanos establecidos y consolidados en el mundo antiguo tardorromano.
El registro arqueológico de la cultura centroeuropea visigoda está basada en la penetración de las corrientes culturales de los territorios bárbaros, los nuevos ritos funerarios fundamentados en rituales arrianos y la proliferación de la vida netamente rural, sobre los mismos asentamientos tardorromanos de la Edad Antigua.
En El Puerto de Santa María tanto en la ubicación actual como el área campesina agropecuaria, se han hallado varias necrópolis cuyos ajuares responden a inhumaciones con armas de hierro, dagas, puntas de flechas, hebillas y broches de cinturones, de cobre y bronce, cuyos caracteres centroeuropeos están presentes en todos los estilos y símbolos religiosos y civiles. La Finca de El Barranco próxima a la laguna de Terry y en los trabajos de restauración de la Ermita de Santa Clara a cargo de la Escuela Taller, se descubrieron y documentaron dos necrópolis netamente visigodas con objetos arqueológicos expuestos en la Sala Alcanatir.
Arqueología Islámica Andalusí
La Alta Edad Media del Bajo Guadalete y El Puerto de Santa María está representada por la presencia de restos inmuebles y muebles de carácter arqueológico de origen islámico (Andalusí), que abarca un periodo temporal entre los siglos VIII a finales del siglo XIII (1275) y un largo asentamiento poblacional y cultural de las culturas islámicas, Emiral (Emiratos), Califal, Taifa y Almohade Andalusí.
El territorio que abarca el actual municipio de El Puerto de Santa María en época islámica se conformaba por una serie de alquerías o conjuntos de casas rurales defendidas por cerros y torres. Se distribuía así el hábitat disperso característico del mundo islámico en la Península Ibérica en todos los medios agropecuarios, agrupando huertas de regadío, pozos de agua, tierras baldías para el ganado, etc. hoy día conocidas nominalmente por los topónimos inscritos en las cartas de los repartimientos de los siglos XIV y XV, y conservadas en la campiña portuense: Alcanatir, Sidueña, Grañina, Campix, Vaina, Finogera...
En todos los antiguos restos de estructuras arqueológicas de las alquerías el Museo Arqueológico Municipal ha documentado el material arqueológico expuesto de esta época: ajuares de cocina, servicios de mesa, contenedores de agua y vino, armas defensivas y ofensivas, piezas lúdicas de ajedrez, etc. así como una magnífica losa sepulcral de origen meriní del siglo XIV, de la Colección de Luis Caballero. Para completar la Baja Edad Media, queda incorporado a la exposición restos arqueológicos y estratigráficos de los siglos XV a XVII, con una importante colección de vajillas de tradición morisca o mudéjar, procedente del Monasterio de la Victoria y excavaciones urbanas de la Plaza de Isaac Peral (Ayuntamiento de El Puerto de Santa María).
Sirve de modelo de estas viviendas barrocas la denominada Casa de la Placilla, construida en 1790, también denominada Casa de los leones, por los dos relieves de animales que coronan las pilastras de la portada bajo el balcón principal. La portada se anima con cortinajes figurados, una hornacina que albergaba una imagen de la Virgen de Caldas, enmarcada por semicolumnas torsas, todo ello entre dos pilastras, y arriba el balcón de perfil alabeado en su vuelo y enmarcado bizarramente (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
El edificio presenta una estructura de fachada-retablo propia del barroco, y tanto en su calle central y principal como en los laterales, posee motivos propios de este estilo, como el baldaquino, las columnas salomónicas y el frontón ondulado.
El recargamiento de la decoración, los relieves mixtilíneos de las ventanas, el dosel a modo de cortina que cubre la puerta de entrada y los entrantes y salientes de las cornisas y de toda la fachada en general, así como su consiguiente efecto de claroscuro, confieren a la fachada un estilo barroco puro y recargado.
La hornacina que se halla sobre la puerta, se encontraba ocupada por una imagen de la Virgen de la Escalada.
Remata el edificio una cornisa decorada por florones pétreos sobre basas decoradas por óculos de escasos relieves.
Destacar finalmente el enmarque de los balcones superiores a base de pilastras y líneas ondulantes.
En el interior posee un patio columnado y una amplia escalera de acceso a los pisos superiores, que se levantan alrededor de él en forma de galerías abiertas.
Podemos afirmar que el modelo más representativo de las casas barrocas de El Puerto de Santa María, es la construida por don Pedro Montes en 1790, denominada "Casa de la Placilla". Popularmente también se la conoce como "La Casa de los Leones", calificativo que debe a los dos relieves que posee sobre las pilastras que enmarcan la puerta de entrada bajo el balcón principal (Guía Digital del Patrimonio Digital de Andalucía).
La fundación del antiguo Convento de Nuestra Señora del Rosario, de la Orden de Predicadores de Nuestro Patriarca Santo Domingo de El Puerto de Santa María, hoy centro de enseñanza, se remonta a 1656. En esta fecha la casa ducal de Medinaceli aceptó la llegada y el asentamiento definitivo, en la ciudad, de la orden dominica.
Una orden religiosa estrechamente relacionada con la evangelización de América y que encontró en El Puerto un lugar idóneo para su asentamiento ya que, por entonces, El Puerto y la Bahía de Cádiz era uno de los enclaves principales vinculados del comercio con América, pasando a ser, años más tarde, cabecera de la flota a Indias.
El edificio construido gracias al patrimonio del duque de Medinaceli conserva buena parte de sus dependencias.
De su antigua fachada, situada en la calle San Bartolomé, hay que destacar el escudo de mármol de la orden de Santo Domingo, con la cruz floreada y el perro portando la antorcha. Una figura que representa la luz que Santo Domingo daría al mundo como guardián de la doctrina católica.
Conserva, la fachada, en la parte superior, dos relieves con las figuras de un hombre y una mujer, ambas ataviadas con capas de plumas y cargadas con grandes cestos sobre sus cabezas. Imágenes que, por sus rasgos, se pueden identificar con indios americanos.
El edificio, pese a la gran transformación que ha sufrido a lo largo de los siglos, conserva el antiguo claustro con su exquisita decoración y restos de la antigua iglesia, hoy desaparecida, y de la que se conserva la cúpula del crucero donde se ha instalado la biblioteca.
De la iglesia del convento sabemos que se comenzó a construir en 1698. El templo contaba con la puerta de acceso por la c/ Santo Domingo, de una sola nave, cubierta de bóveda de cañón y cúpula de media naranja y con cuatro altares laterales uno de ellos dedicado a Nuestra Señora del Rosario, titular del convento.
A partir del primer tercio del siglo XIX el antiguo convento del Rosario comenzó un profundo proceso de transformación para adaptarse a nuevos usos y funciones: fue sede del Ayuntamiento, de la Academia de Bellas Artes Santa Cecilia, instituto de enseñanza laboral, de bachillerato, y de enseñanza secundaria y bachillerato en la actualidad (Ayuntamiento de El Puerto de Santa María).
La Fundación Rafael Alberti tiene su sede en un edificio de dos mil metros cuadrados que contiene la donación hecha por Rafael Alberti y su primera esposa María Teresa León a la ciudad natal del poeta, uno de los máximos representantes de la Generación del 27.
En esta casa, en la que vivió de niño, hay depositada una colección de fondos que abarca un siglo de la historia de España: manuscritos, cartas, pinturas, documentos audiovisuales, distinciones, así como una magnífica biblioteca.
La Exposición Rafael Alberti: Un siglo de creación viva, inaugurada por los Reyes de España, muestra en un ameno recorrido cronológico la biografía del poeta que surge de los amplios paneles con fotos, dibujos y poemas caligrafiados.
En ellos, la mítica vida de Rafael Alberti, su obra literaria y pictórica, su irrenunciable compromiso político, sus treinta y nueve años de exilio en Francia, Argentina e Italia, quedan reflejados con rigurosa fidelidad. Desde su primer libro de poemas, Marinero en tierra (1924), hasta Canciones para Altair (1989) y su último volumen de memorias, La Arboleda perdida (1996), su obra ha sido ejemplo de una intensa vida dedicada con plenitud a la creación artística (Ayuntamiento de El Puerto de Santa María).
Este convento de clausura de monjas concepcionistas franciscanas fue uno de los primeros de la orden instituida por Beatriz de Silva, pues llegan al Puerto a comienzos del siglo XVI, tras comprar una casa en 1518 y acondicionarla para hospital de pobres. La fábrica actual procede de las reedificaciones desarrolladas en el siglo XVIII e, incluso, a comienzos del XX. La iglesia al exterior posee dos portadas barrocas, sólo aparentemente iguales, emparejadas como en el citado templo del Espíritu Santo.
En sus hornacinas se albergan una pequeña imagen de la Virgen con el Niño, del siglo XVI, ésta bajo un tímpano con un rostro de Dios Padre bendicente, de popular traza, y, la otra, un San Francisco. El interior es de una sola nave, cubierta por bóveda de cañón, con crucero y bóveda hemiesférica sobre pechinas. En el altar mayor hay un conjunto de azulejos de artistas sevillanos de 1540 y un magnífico retablo barroco estructurado por estípites en tres calles y ático, donado por el mercader local o cargador de Indias, Jacinto José de Barrios, en 1757. En la hornacina central, entre San Joaquín y Santa Ana, se venera una Inmaculada que sigue el modelo sevillano de Martínez Montañés. Otros retablos del siglo XVIII se disponen a lo largo del templo con imágenes de distinta cronología. La sacristía, bajo una vistosa bóveda de cañón con falsos lunetos, presenta paneles de azulejos de comienzos del siglo XVIII, policromados y con motivos florales, así como una cruz hecha con piezas de la escuela holandesa de Delft.
El claustro, un cuadrado de considerable tamaño con siete arcadas por lado, tiene una fuente fechada en 1737, rehundida en un hueco formado por diez gradas. Accediendo al coro alto, separado de la iglesia por un cancel de madera de similar fecha, aparecen, entre otras piezas, un Cristo atado a la columna, talla del final del siglo XVII que, en otro momento, ha estado expuesto en el expositor del retablo mayor, así como un retablo dieciochesco con una imagen de candelero de la Inmaculada Concepción. En su ajuar quedan piezas de platería de interés así como un bello crucificado de marfil (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
La iglesia del convento es de una sola nave cubierta con bóveda de cañón con lunetos y arcos fajones que apoyan sobre pilares y almohadillados. Sobre el crucero se levanta una media naranja con florón en el centro. A los pies se ubica el coro, al cual se accede por medio de dos puertas adinteladas, de sencilla estructura. Sobre un gran arco escarzano, se levanta el coro alto. Ambos coros quedan cerrados por magníficas rejas.
El convento tiene la peculiaridad de poseer dos portadas de cantería, una de entrada y otra de salida de feligreses, si bien una de ellas se halla actualmente cegada. La que hoy sirve de acceso, presenta vano adintelado con orejetas y ménsula en la clave, rematando en cornisa y volutas en los extremos. A ambos lados surgen otras dos especies de hornacinas, entre especies de balaustres. El conjunto queda perfectamente enmarcado con las dos columnas toscanas de orden gigante que flanquean el vano de ingreso, las cuales apoyan sobre pedestales y culminan en cornisa que, al centro adquiere la forma de un tronco triangular. La portada cegada, por su parte, presenta vano adintelado sobre columnas toscanas que apoyan sobre pedestales, rematando en una cornisa que da paso al segundo cuerpo. Aquí se abre una pequeña hornacina, flanqueada por estípites, culminando en frontón recto.
El claustro, de estructura rectangular, sigue las normas generales de estos recintos, formado por una doble galería que apoya sobre pilares de ladrillo, con arcos de medio punto en la inferior, y estructura adintelada en la superior. Interesante es la fuente ubicada en el centro, la cual posee estructura octogonal rehundida en el suelo.
La historia de este convento arranca del siglo XVI, como Hospital de la Concepción, cuyas obras se iniciaron en 1517 y, tras trece años de trabajos, fue inaugurado en 1530. Su fisonomía actual es el resultado de las reformas y ampliaciones realizadas durante los siglos XVII y XVIII, cuyo máximo exponente es la iglesia (Guía Digital del Patrimonio Digital de Andalucía).
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