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jueves, 10 de diciembre de 2020

La pintura "Santa Eulalia", del taller de Zurbarán, en la sala VI del Museo de Bellas Artes

       Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Santa Eulalia", del taller de Zurbarán, en la sala VI, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     Hoy, 10 de diciembre, Memoria de Santa Eulalia, virgen y mártir, que, según se cuenta, en Mérida, población de Lusitania, hoy en España, siendo aún joven no dudó en ofrecer su vida por confesar a Cristo (304) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y qué mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Santa Eulalia" del taller de Zurbarán, en la sala VI del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala VI del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Santa Eulalia", obra anónima del taller de Zurbarán (1598-1664), siendo un óleo sobre lienzo en estilo barroco, pintado hacia 1640-50, con unas medidas de 1,73 x 1,03 m., y procedente del Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, depositado el 12 de marzo de 1920.
   Representa a una sencilla joven de cuerpo entero, de frente, arqueada en un leve escorzo. Lleva el libro, atributo de su fe y el hacha encendida, uno de los instrumentos de su martirio. Es de notar la belleza conseguida en la volumetría del plegado de los paños.
   La devoción a esta santa virgen y mártir tiene su origen en el siglo VI. Probablemente Zurbarán recoge para la correspondiente representación iconográfica el relato popular basado en la fervorosa tradición conservada a través de la relación del obispo Recemundo ya que con toda seguridad se trata de Santa Eulalia de Mérida.
   Esta virgen, por defender su fe, con sublime heroísmo, padeció un atroz martirio: le fueron desgarradas las carnes con garfios y uñas y a continuación quemada con hachas encendidas, según refiere el poeta Prudencio, su historiador y biógrafo más antiguo (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
   Muchas fueron las series de Santas que se pintaron en Sevilla a lo largo del segundo tercio del siglo XVII y ciertamente Zurbarán realizó algunas de ellas, hoy dispersas e incompletas. Pero desgraciadamente la serie de Santas que conserva el Museo no es de Zurbarán y ni siquiera puede señalarse que sean obras de su taller. En el actual conocimiento que tenemos sobre la pintura sevillana de esta época permite pensar que pertenecen a uno de los anónimos imitadores de Zurbarán, que siguen fielmente su estilo, con menor talento y habilidad técnica. Los imitadores del artista realizaron este tipo de pinturas con insistencia, dado que la demanda del público hacia ellas era constante y debido también a que el precio que cobraban estos maestros secundarios no era excesivo.
   Realizadas para ser colocadas en la parte alta de los muros de las iglesias, estas series de santas que solían tener ocho componentes se repartían en igual número en cada lado de las naves formando un cortejo que simulaba dirigirse hacia el altar mayor.
   Esta serie no fue nunca mencionada en el pasado y el primero que lo hizo fue el escritor Félix González de León en 1884, cuando al describir el Hospital de la Sangre, de donde procede, mencionó "ocho cuadros situados en alto, de Francisco de Zurbarán que de cuerpo entero representan ocho santas vírgenes... en los que el autor se esmeró en los ricos y recamados ropajes que llaman la atención de todos el que los mira". Ciertamente algunas de las santas llevan trajes con profusión de bordados minuciosamente reproducidos, pero sabemos que este menester de copiar telas con precisión es justamente el que realizaban siempre en los talleres los discípulos del maestro, reservándose éste siempre las partes más creativas.
   Hay que señalar además que el autor de esta serie debió de ayudarse de colaboradores, puesto que en las pinturas se advierten tipos físicos y técnicas de diferente personalidad que hacen muy superiores unas pinturas con respecto a otras. Si en algo se pudiera dudar sobre la no pertenencia a Zurbarán de estas pinturas, un atento examen de sus rostros duros e inexpresivos en su mayoría evidencia una excesiva torpeza a la que Zurbarán jamás descendió. Por otra parte, el examen de las manos de las santas termina por reflejar una inferioridad técnica que Zurbarán nunca practicó, ya que justamente en la ejecución de este tipo de detalles sobresalió con su enorme calidad.
   La presencia de este conjunto de santas en la iglesia del Hospital de la Sangre está justificada por su carácter protector y milagrero y al mismo tiempo por el ejemplo de aceptación del dolor en el momento de su martirio (Enrique Valdivieso González, Pintura en Museo de Bellas Artes de Sevilla, Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de Santa Eulalia, virgen y mártir;
   El Martirologio español diferencia dos santas con este nombre: Eulalia de Mérida y Eulalia de Barcelona, que en verdad son una sola, como lo prueba la identidad de su leyenda y el hecho de que las fiestas de ambas, originalmente, se celebraban el mismo día.
   La santa de Mérida, en Extremadura, fue la primera en aparecer, está probada a partir del siglo IV, por un himno de Prudencio, en tanto que los primeros indicios de la Eulalia catalana proceden del siglo VII.
   A decir verdad, las dos homónimas son igualmente improbables desde el punto de vista histórico. La leyenda de santa Eulalia está copiada de las atribuidas a las jóvenes mártires santa Inés de Roma y santa Fe de Agen. Al igual que éstas, habría sufrido el martirio a los doce años.
   Conducida ante el gobernador romano, se negó a incensar a los ídolos. Para colmo de audacia, los pisoteó y escupió ante el gobernador.
   Los hagiógrafos la hacen pasar por una inverosímil escalada de suplicio que no habría podido resistir un atleta, ni mucho menos una débil muchachita de esa edad: después de flagelada fue rociada con aceite hirviente y desgarrada con ganchos de hierro. Además, habrían espolvoreado sal sobre sus heridas y quemado sus tiernos pechos con antorchas. Cuando la colocaron desnuda sobre una hoguera, sus largos y dispersos cabellos se encendieron de manera  que pareció rodeada de llamas.
   Pero como no tenía culpa alguna que reprocharse, el fuego no la dañó, ella bebía las llamas y el verdugo debió cortarle la cabeza. Una paloma blanca como la nieve salió de su boca inocente. Según otra versión, una espesa capa de nieve cubrió su cuerpo y la envolvió con una blanca mortaja.
CULTO
   En España se la veneró muy pronto, sobre todo en Barcelona, cuya catedral está puesta bajo su advocación y cuyas reliquias fueron solemnemente transferidas a un mausoleo de mármol de Carrara en 1339. En Palma de Mallorca hay una iglesia dedicada a ella.
   En el Mediodía francés es igualmente popular. Allí su culto se introdujo partir del siglo XI, gracias a las cruzadas contra los moros. Es la patrona de Elne, en el Rosellón, y tiene una iglesia dedicada en Burdeos. 
   El más antiguo monumento de la literatura francesa, después de los Serments de Strasbourg (Juramentos de Estrasburgo), es la Cantilène de sainte Eulalie (Cantar de santa Olalla [Eulalia]), compuesta en la época en que las reliquias de la santa fueron trasladadas a Barcelona.
   La «buena doncella, aún más bella de alma que de cuerpo» era invocada por facilitar los partos.
ICONOGRAFÍA
   Sus atributos son la cruz en aspa o de San Andrés, o una pequeña cruz rematada en un disco y la palma del martirio. Una paloma escapa de su boca (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la Biografía de Santa Eulalia;
     Santa Eulalia de Mérida, (Mérida, Badajoz, 292 – c. 304). Mártir y santa.
     Desde el 284 el emperador Diocleciano pone fin a la crisis política con la Tetrarquía o “gobierno de cuatro emperadores”, con la que se otorgan las provincias hispanas a Maximiano. Eulalia nace en el seno de una familia patricia hacia los primeros meses del año 292.
     El primer documento lírico-histórico conservado es el Peristephanon de Aurelio Prudencio Clemente (348-410), quien compone el himno III para ser recitado en Emérita hacia el año 400, a pocos años del martirio, que debió de ser sobre el año 304. Desde la estrofa tercera a la octava describe su eximia santidad, su amor a la castidad, su desprecio de la vida matrimonial, su despego a los juegos pueriles y su ansia de dar la vida por Cristo. Por último, afirma que sus progenitores la llevaron a una villa rural para preservarla de la persecución. Eulalia sale de noche, se presenta ante los lictores y se entabla un diálogo, que termina rechazando a los falsos dioses. En el foro sufre dos tormentos —los garfios y la hoguera—, como pena capital.
     Sobre la historicidad de la muerte y sepultura compone con gran lirismo el vate calagurritano “De allí sale rauda impetuosa paloma, que más blanca que la nieve abandonó la boca de la mártir y subió hacia los astros. Era el espíritu de Eulalia, puro, ligero y tenue” (estrofa 33). Sobre la cámara sepulcral se alzaría un templo en la ciudad (versos 186-200). También el autor hispanorromano alude a su culto en los himnos IV y XI, dedicados a san Hipólito y a los mártires de Zaragoza, respectivamente.
     Testimonios elocuentes del culto a la mártir son san Agustín (420), Hidacio, obispo de Chaves (c. 378 y 469), san Isidoro de Sevilla (560) y san Gregorio de Tours (538). Es en la época visigoda cuando tiene el oficio propio litúrgico, según se conoce por el Missale mixtum y Breviarium gothicum secundum regulam S. Isidori, donde se ensalza el doble martirio, rojo y blanco, como mártir y virgen.
     Con el esplendor del culto se compuso el Acta martirial o Passio por los años 586, cuyo texto más antiguo es el del siglo viii, que se conserva en la Biblioteca de Turín (I, V, 3). La Passio Eulaliae mártiris fue escrita para satisfacer la piedad, tal vez por un monje del monasterio de Toledo y sus destinatarias las monjas del monasterio del Santo Mario. En estas actas apócrifas se puede leer el nombre del padre, llamado Liberio; la villa rural a la que fue invitada por una hermana; el sacerdote Donato y el confesor Félix le acompañan en el retiro y en la oración; y la jurisdicción de Calpurniano, preese o gobernador de Mérida. La mayor controversia la ha suscitado la localización de la villa, que la denomina Porciano o Ponciano, y que los historiadores ubican en cuatro sitios diferentes: junto a Aldea Moret (Cáceres), Santa Olalla de Cala (Huelva), Villafranca de los Barros y Lobón (Badajoz).
     También aparecieron otras actas apócrifas, desgraciadamente perdidas, que cargaron las tintas en los tormentos: el potro, el plomo derretido y la muerte en cruz. No obstante, los nuevos pasionarios no son actas procesales sino libros litúrgicos o parenéticos que se leían en la ocurrencia de su aniversario dentro del oficio nocturno y alguna vez en la misa. Consecuentemente aquellos están ligados a la historia del culto.
     Cuando Gregorio VII suplanta la liturgia hispana por la romana el año 1080 aparecen los legendarios mozárabes, que recogen los milagros de obispos, confesores, monjes y ascetas para ser utilizados como lectura espiritual, y algunas veces contenían pasiones de mártires. Tal es el caso del Acta S. Eulaliae Virginis et Martyris Emeritensis in Hispania; ex MSS. Legendariis Asturicensi, et Segoviensi et edito Hispalensi, la cual es extraída del antiguo pasionario tanto en el contenido como en la forma, llegando a ser en gran parte una transcripción fiel del texto latino. Idéntica composición se repite en las seis sucintas lecturas hagiográficas de los breviarios locales en rito romano durante la Baja Edad Media al extraerse los datos y formas de los antiguos legendarios. Así se constata en el Breviario Pacense (1529) y Evorense (1549). A partir de Trento las lecturas hagiográficas del II Nocturno se inspiran más en la antigua Passio, según se lee en el Códex santiaguista (1572), Apendix Hispanus (siglo xvii) y los propios diocesanos según la reforma de Pío X (1917).
     Por último, los falsos cronicones de los siglos XVI y XVII aumentan las brumas de la leyenda. Bernabé Moreno de Vargas señala el suplicio dentro de la ciudad, donde hoy está el mal llamado “hornito de Santa Eulalia”. El año 1617 reedificó este hornito, y por la proximidad a la basílica se creyó que era el lugar del suplicio. El obelisco de la Santa Eulalia y el humilladero (1612) conservan su memoria.
     Tras este excursus puede que se entremezclen leyenda y devoción popular, pero un hecho históricamente comprobado es que Eulalia nació, vivió y murió en Mérida y que a pesar de su corta edad se convierte en heroína de todo un pueblo. La crítica más severa reduce los datos históricos a su patria y al hecho del martirio.
     La más antigua iconografía de la santa es la del mosaico de San Apolinare Nuovo en Rávena (siglo VI) y los frescos de la iglesia del Santo Cristo de la Luz en Toledo (siglo XII), entre otros.
     En plena Edad Media aparecen los desdoblamientos: se habla de la “Eulalia romana” y de “Eulalia de Barcelona”. A partir del siglo XVI se entabla una larga controversia hasta nuestros días, aún no del todo resuelta. Al menos los relatos de las actas se entresacan de la mártir emeritense.
     La supuesta compañera Julia por primera vez aparece en las actas eulalienses del siglo VII y sigue en toda la literatura en que se inspira aquélla. En el Martirologium Hyeronimianum se comprueba que la mención del 10 de diciembre era: Et in Spanis Eulalie virginis; esta mención pasó al manuscrito epternacense cambiada: Et in Spanis Juliae virginis. De aquí pasa a los martirologios de Beda, Adón, Ursuardo y de todos los hagiógrafos aceptándose como nombre de nueva santa para Mérida.
     Las recientes excavaciones llevadas a cabo en el subsuelo del templo durante los años 1990 y 1992 dejan al descubierto diversas edificaciones: una casa romana en el lugar (siglos I-III), que se convertiría en necrópolis cristiana (siglo IV) y en basílica dedicada a la mártir (siglos V-IX) hasta el año 875, en que los musulmanes la convierten en fábrica. Reconquistada la ciudad por Alfonso IX de León en 1230, debió de ser reconstruido un templo tan emblemático, a pesar de carecer de documentos sobre el suceso.
     Los hallazgos de los arqueólogos permiten confirmar que bajo el actual templo, en las antiguas edificaciones, estuvieron enterrados los restos de santa Eulalia. Por tanto, su sepulcro es lugar de peregrinaciones, como lo confirman el diácono emeritense Paulo (siglo VII), Hidacio (siglo V) san Gregorio de Tours (siglo VI) y san Fructuoso (siglo VII). Con la invasión agarena las reliquias de la santa se ocultan.
     Diversos autores las localizan en Barcelona, Elna, Oviedo o Mérida. Esta última hipótesis no ha podido confirmarse en los recientes trabajos arqueológicos.
     No parece desecharse la idea de la posesión de una reliquia de santa Eulalia por la catedral de Oviedo.
     La noticia proviene del obispo Pelayo, cuando afirma que el cuerpo fue trasladado a Oviedo por el rey Silo en el año 775. Una arqueta del siglo xi regalada por Alfonso VI guarda, junto a varios huesos, una bolsa con cenizas de la santa. El 10 de diciembre de 1976 el cabildo capitular ovetense dona a la ciudad de Mérida la segunda vértebra cervical, la “axis” (Teodoro A. López López, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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