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jueves, 29 de agosto de 2024

El desaparecido Convento de la Purísima Concepción de San Juan de la Palma (Concepcionistas Franciscanas)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el desaparecido Convento de la Purísima Concepción de San Juan de la Palma (Concepcionistas Franciscanas), de Sevilla
     Hoy, 29 de agosto, Memoria del martirio de San Juan Bautista, a quien el rey Herodes Antipas retuvo encarcelado en la fortaleza de Maqueronte, en el actual Israel, y al cual mandó decapitar en el día de su cumpleaños, a petición de la hija de Herodías. De esta suerte, el Precursor del Señor, como lámpara encendida y resplandeciente, tanto en la muerte como en la vida dio testimonio de la verdad (s. I) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy para Explicarte el desaparecido Convento de la Purísima Concepción de San Juan de la Palma, de Concepcionistas Franciscanas, de Sevilla.
     El desaparecido Convento de la Purísima Concepción de San Juan de la Palma, se encontraba en en el Barrio de la Feria, del Distrito Casco Antiguo, en en el interior de la manzana conformada por las calles plaza San Juan de la Palma, calle Feria, calle Mengíbar, y calle Espíritu Santo, con fachada principal a la calle Feria.
Introducción.
     Sor Mª de los Dolores Castro, "cuadragésima abadesa del dicho convento, que hoy se llama de la Concepción junto a San Juan de la Palma", y que ella dice fue "el primero y más antiguo de los fundados en Sevilla de esta Orden" -franciscanas concepcionistas-, fue sin duda una mujer muy notable. A ella se debe el "Libro de fundación del Convento de la Purísima Concepción de S. Juan de la Palma", manuscrito, con fecha de 1790. Lo escribe "apenada de que se haya perdido la memoria de los principios del convento", y se sirve "de las casi inteligibles escrituras del archivo", escrituras que advierte existen (naturalmente cuando ella las recoge) y las citará para que "si gustais, hagais cotexo". Es decir, es una verdadera investigadora. Su trabajo, dice, fue largo, ya que maneja pergaminos "de más y otros de 300 años".
     Aunque termina su obra en 1790, todavía añade algunas noticias -de 1791 a 1798-, y aparte de eso hace una copia -exacta- de su libro que debe ser posterior, pues está escrito con letra más igual y renglones más espaciados de más fácil lectura, pero al que faltan las adiciones y un curioso índice alfabético que ella denomina "tabla de las cosas notables de estos 4 libros por el abecedario", señalando las páginas de la obra en que se encuentran. En esta "tabla" demuestra una capacidad de síntesis realmente asombrosa, si pensamos además que no eran tiempos en que las mujeres pudieran cultivar su inteligencia. Para poner un ejemplo, la letra A nombra a Antonia Tremiño, y dice así de ella: "8ª abadesa. Mandó labrar los claustros, patio, torre, primer dormitorio y el coro. Después fundó el convento de las Vírgenes y, acavado, se volvió a ser tersera vez abadesa de esta casa". Al final pone la página dedicada a esta abadesa. Está tan bien hecha esta tabla que en pocas líneas nos resume toda la historia en unas palabras: Casa; las que se fueron comprando; Convento: distintas etapas en las que se labró; Fundación: 1º del emparedamiento, luego del convento y a continuación resume y da páginas de las nuevas que se hacen por religiosas de este convento: Osuna, Lebrija, y en Sevilla la del convento de las Vírgenes, y la intervención en la Con­cepción de S. Miguel y el Socorro: Su relato de la fundación del convento de las Vírgenes y la intervención de monjas de S. Juan de la Palma en el de la Concepción de San Miguel, nos han sido utilísimos, ya que de ambos conventos se ha perdido el archivo.
     Sor Mª de los Dolores muere en 1825, exactamente el 9 de enero, con 80 años, y naturalmente, al final de su libro, la nueva cronista hace su elogio. Nos la describe como "de un entendimiento raro en mujer", y dice que "las luces que Dios le dio fueron cultivadas con la gran afición a leer que toda su vida tubo, aún a su avanzada edad", y añade "pero lo que la hizo mucho más ilustre fue su virtud, pues fue observantísima de su regla y constituciones, extremada en el voto de pobreza, mui celosa del culto divino", "devotísima de María Santísima" y "muy retirada de seglares".
     Salvo esta merecida nota de elogio a Sor Mª Dolores, poco más se va a escribir en su "libro". La nueva cronista, que creemos fue Dña. Carmen Cisneros, porque las últimas notas tienen la misma letra con la que ella pone su nombre en la lista de abadesas en el año 1835, con mucha modestia califica a su talento de "demasiado corto" para "echarse a cronista" y espera que "alguna vez" "haya quien sea más capaz de hacerlo". No ocurre así, por lo que fatalmente perdemos la fuente directa de noticias en los últimos años de existencia del convento: desde 1835 a 1868, en que fue suprimido.
     Naturalmente, a la hora de redactar su historia, seguimos fielmente el libro de Sor María Dolores Castro, del que sólo citaremos las páginas que contengan las noticias a nuestro juicio más importantes, para que, como ella dice, "si gustais hagais cotexo". Advertimos al que esto quiera hacer que, por su más fácil lectura, hemos manejado el que creemos fue copia del original, y que sólo citaremos éste en las noticias posteriores a 1790, es decir, las adiciones a la redacción original, o si nombráramos algún dato recogido en la "tabla", redactada por Sor Mª Dolores.
     En cuanto a las fuentes bibliográficas, sólo las citaremos si contradicen las noticias dadas por nuestra cronista, pues ella nos parece fuente más fiable por manejar los docu­mentos antiguos. O. de Zúñiga, en concreto (del que prácticamente beben todos los autores posteriores), confiesa recoger datos de Morgado, y está claro que también sigue el libro del P. Herrera, única historia antigua de la orden, a la que nuestra cronista, en algún caso, coge en error y lo demuestra.
     Sí nos son muy útiles los datos recogidos por los au­tores que escriben después de 1835, por ser los únicos que existen de los últimos años del convento.
Fundación e Historia del convento hasta el último tercio del  siglo XVI.
     Dña. Leonor de Ribera, nacida "por los años 1428", hija menor de D. Juan Vázquez, del linaje de Perafán de Ribera, al morir su padre, decide dejar la casa en que vivía, en la calle S. Vicente, y trasladarse "a una suya propia", junto a la iglesia de S. Juan de la Palma, en la plaza de este nombre.
     Hacia el año 1459, compra una casa contigua a la de Dña. Leonor, una viuda llamada Dña. Ana de Santillán, quien había decidido fundar un emparedamiento en su propia casa, situada en la calle Arrayán, collación de Omnium Sanctorum, pero que no lo puede hacer allí por no tener acceso directo a la parroquia, "como era obligado", "para abrir tribuna, confesonario y una bentanica para comulgar". Esta casa que compra Dña. Ana lindaba con la iglesia "casi toda" y también con "unas atahonas" que entonces eran de Juan de Castañeda, y por la sacristía "dividíase" de la casa en que vivía retirada Dña. Leonor de Ribera. Ambas señoras deciden unirse en el empareda­miento, que ya se llama de S. Juan de la Palma, y pronto se les van uniendo más mujeres que desean llevar vida retirada, haciendo las funciones de superiora de todas Ana de Santillán, aunque no fuese nombrada formalmente.
     A los pocos años de vivir unidas, Dña. Ana de Santillán, acompañada de varias emparedadas, sale a fundar Sta. Paula, donde muere 11 años después.
     Dña. Leonor compra a Dña. Ana de Santillán la casa del emparedamiento, y consigue que la "fábrica" de S. Juan de la Palma le ceda "por 40 mrs. de tributo perpetuo", "un pedazo que corría a lo largo de su sacristía", "como de una escasa vara de ancho", con lo que une la casa que había sido de Dña. Ana de Santillán con la suya propia. Esta escritura se otorga en 14 de febrero de 1474. Nuestra cronista dice que este es el "primer sitio donde se echaron los fundamentos a la obra de esta ciudad santa" y señala que el callejón entonces formado para unir las dos casas todavía existe cuando ella escribe "con un humilde bovedado, que une la celda que linda con la iglesia y sacristía de S. Juan al que ahora se llama patio del torno".
     Comienzan a entrar muchas jóvenes, entre ellas una sobrina de la fundadora, llamada Leonor Esquivel, que adopta el apellido materno para llamarse como su tía. Para dar mayor rigor y orden a la casa, decide Dña. Leonor profesar en la tercera orden de S. Francisco. El emparedamiento toma el nombre de Sta. Isabel.
     Pronto y dado que las casas primitivas quedan estrechas, al crecer el número de las emparedadas constante­mente, van a hacerse nuevas agregaciones al núcleo primitivo.
     El 16 de octubre de 1479 se toma posesión de un corral y un solar. El corral lindaba con las dos casas del emparedamiento, y en él se labran las celdas y coloca la puerta. Este corral estaba situado en la Plaza de S. Juan y llegaba a un callejón en el que se pone el torno, en un patio en el que se hace una pila. En cuanto al solar, se  deja de momento baldío, y años más tarde el convento labrará en él 4 casas, que por descuido se van a perder, salvo una. Esta compra, que se hace por trueque de unas tahonas que el convento poseía en la collación de S. Andrés, incluye también el permiso para traer agua al emparedamiento desde la pila, entonces existente en la plaza de S. Juan, por vía subterránea y a través del corral. También se hace una huerta, que no durará muchos años, pues tendrá que utilizarse cuando se labre la iglesia, todavía innecesaria ya que el emparedamiento tenía tribuna a la de S. Juan.
     A los 10 años de "governar" la casa, es decir, en 1484, Dña. Leonor, con 55 años, dona todos sus bienes "a las religiosas del convento y las que les sucedieren", entre ellos, el señorío de Tablada, heredado de su padre, D. Juan Vázquez Ribera, una huerta con viñas y tierra calma, situada a orillas del río Guadaira, el emparedamiento "con todos los reparos e edificios que yo en ellas fice e mas la casa que compré de la priora de Sta. Paula, e la huerta que de nuevo se fizo" incluso dona todo lo que dentro de la casa  "se tiene por propio mio, un breviario, e retablo, e angeles, e un caliz de plata sobredorada, e un santoral..." (todo esto, aunque no había iglesia estaba en un oratorio, donde se rezaba el oficio divino). La única condición que impone es "que sus hijas emparedadas que hoy día son y serán, recen e fagan rezar en la dicha casa las oras divinas e nocturnas". Siguiendo el ejemplo de la fundadora, las demás donan también bienes.
     Para agrandar nuevamente el convento, se compran nuevas casas, "frente al emparedamiento" y "en el callejón", y se pide a la ciudad, poder hacer un arco entre ellas y el emparedamiento, para pasar por alto de unas casas a otras y hacer en las añadidas un dormitorio alto, menos húmedo que el que tienen. Esta petición se tramita el año 1496, y el 24 de febrero de 1497 los "alcaldes alarifes" visitan el lugar, y dan su parecer favorable a la petición, con condición que, en cuanto a su altura, fuese "capaz de pasar devaxo un hombre a caballo, con su lanza al hombro libremente, y en­ cuanto a su anchura, dándole proporcionada fortaleza, tuviese la que las señoras gustasen".
     La escritura concediendo la licencia se firma ese mismo día 24 de febrero de 1497. Enseguida se hace el arco y se labran nuevos dormitorios, alto y bajo, quedando el  convento en posesión de todas las casas que daban a la plaza de S. Juan, excepto una, situada junto a una callejuela que atravesaba de la plaza a la calle "del Horno de las Tortas" -hoy Espíritu  Santo- y que se comprará más tarde.
     Entre 1490 y 1500, llegan a Sevilla noticias de la fundación en Toledo, por la M. Beatriz de Silva, de la Orden­ concepcionista. Dña. Leonor piensa "en tomar el hábito de esta religión", pero espera prudentemente, pues por las "contradicciones" existentes, muere la M. Beatriz antes de conseguir la aprobación de su regla, cosa que conseguirá una sobrina llamada Dña. Felipa, del Papa Julio II en el año 1511. Este mismo año, Dña. Leonor suplica y consigue que el Papa le conceda profesar la misma regla y constituciones que las concepcionistas de Toledo, y, "antes de concluirse el año 1511, toma el hábito, cuando contaba "más de 80 años". Dos años más tarde, en 1513, prestan obediencia al Arzobispo, Fray Diego de Deza, quien da el báculo de abadesa primera y perpetua a Dña Leonor en cuanto ésta profesa, recibiendo luego ella la profesión de todas sus hijas.
     Así queda formado el convento de Sta. María de la Concepción de S. Juan de la Palma, siendo uno de los más antiguos de España y el primero de Sevilla.
     Una vez constituido el convento y, para ajustar el edi­ficio a la nueva regla, hacía falta labrar iglesia. Para hacerlo se comprarán unas casas y, aunque está ya casi terminada en 1514, al morir la fundadora a finales de este año, la familia. Ribera decide que se entierre en la iglesia de S. Juan de la Palma, donde tenían "capilla y entierro". Se sabe que se enterró "bajo la capilla del Sagrario", pero al haber mudado ésta de sitio, se ha perdido la memoria de dónde están sus cenizas.
     La segunda abadesa será Dña. María Esquivel, sobrina de la fundadora. Durante su mandato, en 1518, "concluida la iglesia y un pequeño coro a ella, se estrenó con la posible solemnidad". No se hace retablo, sino que "acomodóse... el retablito y demás cosas que dexo prevenidas nuestra fundadora", ya que "por entonces, no se pudo hacer mas". La planta de la iglesia será la definitiva, aunque más tarde se elevarán sus muros y prácticamente se hará nueva.
     Este mismo año 1518 se compra otra casa (por trueque con otra del convento) que lindaba con la iglesia recién estrenada, "para hacer paso a ella labrando un patio y claustros", que aunque mayor que el antiguo (el del torno) "no dexó de ser humilde". De esta casa toma posesión el convento el 21 de diciembre y enseguida se hace la obra "para que fuese cómodo el paso al coro y otras oficinas de que no estaban proveídas del todo".
 
Dña. Beatriz Esquivel, sobrina de la fundadora, es elegida abadesa (1522) y lo será durante treinta años, por sucesivas reelecciones, hasta 1552 en que muere cuando cumplía su décimo mandato. Durante él hará nuevas ampliaciones. La primera en 1528, comprando unas casas que estaban frente a la portería del convento, en el callejón, y toma a tributo -que se redime cien años después- otra que era "de la fábrica de S. Juan (la parroquia) y que estaba en medio de las compradas". Una vez tomada posesión de ellas, "la prudente abadesa manda labrar un arco por devaxo de tierra e atrabesase hasta la primera casa y, desvaratada esta, con dos compañeras se labraron las enfermerías altas y vaxas que oy tenemos de desente tamaño, horno y cuarto de amacijo, aunque pequeño". El horno y "cuarto de amacijo" se amplían en 1568 "quando se labró la puerta de la obra" -por ella entraban los materiales y salían los escombros de las obras-, pero mientras no se hace esta nueva puerta y ampliación, el sitio sobrante se emplea para hacer una pequeña casa, con cuya renta se paga el tributo a la iglesia de S. Juan.
     También la abadesa "señora Esquivel" se ocupa de mandar hacer libro de Protocolo, numera el caudal del convento y manda también hacer libro de caja, en el que hizo apuntar "aun las cosas mas menudas de alaxas del convento". Este último libro "aún subsiste" cuando se escribe el de fundación que manejamos, pero el de Protocolo se perdió -dice la cronista- "pocos años ha", y añade que su numeración se mantiene hasta 1618 "en que habiendo hecho a toda costa un primoroso libro de Protocolo" -todavía existente-, se cambia la numeración, con el consiguiente enredo.
     Al morir en 1552 doña Beatriz Esquivel habían muerto ya todas las sobrinas de la fundadora. Se elige entonces por abadesa a la que había sido su vicaria Doña Ana Clavijo, y, durante su mandato, en 1555 se encarga un órgano nuevo que cuesta "79 ducados de oro mas los organos viexos"; nos dicen que esta abadesa "era afectísima a la música".
     En 1563 "estuvo muy fatigada esta comunidad por falta de agua", ya que sólo tenían la que venía de la pila de la plaza de S. Juan -muy escasa- y los pozos de las diversas casas que el convento había ido añadiendo pues, aunque había varios de ellos de agua dulce, era muy trabajoso sacar el agua, y ésta poco fiable para beber. Este mismo año, "tratávase de acomodar el convento de Montesion", y sus frailes necesitaban "incorporar algunas casas inmediatas a la primera de su fundación, pero tenían la dificultad que en medio de las compradas, había una propia del convento de la Concepción de S. Juan, que también era dueño de un tributo perpetuo de 10.600 maravedíes impuesto sobre tres casas colindantes con Montesión".
     Los frailes dominicos quieren comprar todos estos bienes, pero la comunidad del de S. Juan de la Palma decide no vender y sí hacer un trueque: piden a cambio una paja de agua de las dos que poseían los frailes y que les sobraba "por ser corta la comunidad". Una vez de acuerdo ambos conventos, se firma la escritura el uno de marzo de 1563. En ella los frailes ceden a las monjas media paja de agua de cada una de las que tienen, pero éstas han de hacer las cañerías a su costa. Luego de firmado el trato, los frailes piden más, "que fue a raro tiempo", y hay que darles los cien ducados de oro que piden, "porque como esta comunidad estimava en tanto el tener agua, no hizo aprecio de los costos", que fueron en total  "quinientos ducados de oro y sin obra".
     Otra paja de agua se trae al convento en 1631, con permiso de su propietario, Marqués de Villanueva del Río. Esta agua venía "por la cañería de la puerta de Carmona a las casas principales que éste poseía en la collación de S. Juan". En la cañería tenía también parte D. Jerónimo Burón, quien da paso con tal que las obras sean a costa del convento. El gasto de la obra fue de 10.073 reales y 18 maravedíes, "sin el valor de la pila, que no se apunta".
     Aunque nuestra cronista no da la fecha exacta, veremos más tarde que es en el año 1575 cuando se hace el retablo mayor que denomina "el viejo", para distinguirlo del definitivo que se hace "muchos años después". Este retablo lo costea el padre de un joven difunto, llamado Juan de Alcalá, "devotísimo de la Inmaculada Concepción", "que tenía por costumbre, como lo tenía el hijo, de rezar en dicha iglesia'', y "reparando que el altar mayor no tenía desente retablo, por estar muy maltratado el antiguo" -se refiere al heredado de la fundadora que procedía del primitivo oratorio del emparedamiento-, se compromete a hacerlo a su costa a cambio de que la comunidad le permita enterrar a su hijo en la bóveda de la capilla mayor y donde también se había hecho sepultar otro devoto de la Virgen, llamado Lucas Pinelo.
     Pedidas las debidas licencias al prelado por la abadesa Dña. Catalina de Padilla y sus monjas, se firma la escritura por la que Juan de Alcalá se compromete a hacer el retablo "que se ajustó en más de 400 ducados", a cambio de lo cual se le concede enterrar a su hijo en la bóveda de la capilla mayor y la comunidad se compromete a conservar la sepultura de su hijo y de Lucas Pinelo en el mismo sitio si alguien, más adelante, "quisiera comprar la capilla mayor", cosa que sucederá. No se describe este retablo donado por Juan de Alcalá, sólo al hablar del definitivo se nos da alguna noticia de su donación y dónde se colocan algunas de sus imágenes.
Doña Antonia Tremiño, la abadesa constructora. 
     Nuestra admirada cronista, Sor Mª Dolores Castro, califica a esta antecesora suya como "de espíritu varonil". Fuerte debió tenerlo quien acomete la construcción ¡de dos conventos! (éste y el de las Vírgenes), hace la obra con rapidez y, según nos dicen, consigue además que a pesar de ella no bajen mucho las rentas del convento.
     Elegida abadesa en 1577, decide hacer "patio" y "claustro", "proporcionados a un convento que por el número de sus religiosas devía tenerlos magníficos, junto con una torre y dormitorio, todo de igual proporción". Esta obra se había pensado hacer muchas veces, pero no se hacía "porque la temían todas las preladas". En ella se emplean "unas atahonas lindantes con el primer emparedamiento" y dos casas, a los lados de ellas, que el convento había ya comprado. Estaban arrendadas, pero con la condición de "bolver al convento si necesitase labrar en ellas". Por eso, en 1578, los inquilinos "pagan sólo un tercio" de la renta y la abadesa llama a "los más hábiles albañiles de la ciudad": Hernán Martín Menacho y Cristóbal de Cuéllar.
     Todavía se conservaban en el convento, cuando se escribe el libro de fundación, gran parte de los presupuestos y cartas de pago de esta obra que nuestra cronista recoge meticulosamente.
     Sabemos que Hernán Martín y Cristóbal de Cuéllar cobran 157.400 y 170.694 maravedíes respectivamente por los azulejos que colocan en el coro (cobran por la colocación de cada uno tres maravedíes) y que la obra de albañilería del claustro, dormitorio y lavadero se ajusta en 900 ducados, que se pagan en tres tercios. Por el enladrillado de claustros (alto y bajo) se paga 1.130.430 maravedíes y por azulejos 620.295, a los que hay que añadir los de "alrededor del patio y la pila", cuya colocación se paga a dos maravedíes y medio por unidad, incluyendo en este apartado los que se ponen en una pequeña capilla, "casi toda de primo­rosos azulejos y con una imagen de la Purísima", la cual "por el mal gusto de quien gobernó", se quita años más tarde.
     El solado del patio, cuesta 310.002 maravedíes y poner los azulejos de la escalera 200.072.
     Sabemos también que la obra de albañilería se termina en enero de 1581.
     En cuanto a los maderos, se compran algunos en Sevilla y el resto vienen de Baeza y Villafranca de Córdoba, "por el río, hasta ponerlos cabeza abaxo en el desaguadero de Sevilla". Cuestan 100.310 reales, más otros 100.644 de porte.
  Las columnas de mármol para los claustros alto y bajo se ajustan con los maestros cortantes Sebastián de Larra y Juan de Villafranca. Por el costo, sabemos que proyectan 20 columnas "con sus bazas y capiteles galanos" pero que luego, para que el claustro no sea cuadrado, se le añaden 2 más. Sin incluir el precio de estas 2 últimas cuestan 390 ducados de oro las del claustro bajo y 250 las del alto. La­s columnas deben ser "de mármol de filiabre'', y serán de "tercia de ancho" las de las esquinas del claustro bajo y la­ otras "entre tercia y quarta". Su altura "10 palmos y medio con baza y capitel".
     Las del claustro alto, del mismo mármol, pero "de una cuarta de grueso, y de altura, 9 palmos y medio, más media vara en "baza y capitel" y con "la demacía de 3 dedos".
     No se conservaba ya, la carta de pago del "varandaxe" de los claustros, aunque se nos dice que "según el grueso" que tiene "sería a muchos miles". Las barandas del claustro, junto con los hierros de diversas ventanas, los hacen Diego Fernández y Antonio García.
     Hay que pagar también los extras: se hace más ancho de lo pensado el dormitorio, y el arco que se añade en el patio, lavaderos, etc., que suman casi 80.000 reales más.
     "También en la iglesia hubo que trabajar": ahora se sube la altura de sus muros y "pusieron azulexos y se hicieron distintos encalados". Se nos dice que con esta obra -que no es la definitiva- "no tuvo la perfección  de ahora".
     Todavía se harán, además, tres pequeñas casas en el te­rreno sobrante, para arrendar. En estas casas, años más tarde, se formará un segundo dormitorio.
     Nos habla también nuestra cronista de una torre, de la que dice que "aunque no hallo noticia alguna", se hizo, dice "cuando el primer dormitorio". Lo deduce de su situación: "pues parte está devaxo de dicho dormitorio" y "la puerta que de él cae al coro baxo lo muestra bien claro", pero añade que "no se sabe quien fue el arquitecto ni cuanto costó todo".
     En la obra se gasta la dote de Dña. Ana Farfán, quien "profesó en el año 1579", pero nuestra amiga se pregunta a cuánto "accendería" el total de lo gastado en ella y calcula que "ni con dos tantos más de lo apuntado pudo satisfacerse". Concluye la descripción de lo hecho en esta abadía así: "llamóse el sitio labrado en este tiempo casa grande, y verdaderamente lo es".
     En el año 1583 -debía ser también abadesa Dña. Antonia Tremiño, porque lo era en 1586 cuando sale a fundar el convento de las Vírgenes- D. Pedro de la Barrera funda una capellanía en la iglesia del convento "donde se mandó enterrar". Lo hará en "la bóveda del altar de las Vírgenes", que en tiempos de la cronista "no subsiste", pero por tradición se cree que esta bóveda está "debajo del altar del Evangelista".
El siglo XVII.
     Nuestra cronista, que divide su libro en cuatro partes, dedica lo que ella llama libro tercero al siglo XVII, y lo califica de "fatal para la comunidad, como feliz el antecedente". Sin embargo no lo fue tanto desde el punto de vista artístico, ya que en él se hará el nuevo y magnífico retablo mayor, se rehará la iglesia y delante de ella se forma una plazuela, para que luzca más su fachada. También tienen lugar las últimas incorporaciones de casas al convento.
     La fatalidad de que nos habla, es sobre todo de orden espiritual: "desfigurose la observancia... olvidose la regla,... hizo cada una de su celda casa que governaba como muy señora,... ignorose hasta el devido orden de rezar el oficio divino,... y no buscando en nada de este manejo el Reyno de Dios, no estuvo este Señor obligado a dar lo ofrecido a los que le buscan, permitió el mal govierno de los mayordomos, unos, dexavan perder los numeros de dificil cobranza, otros, gastavan lo que adquirían de los fáciles en sus propios usos", y, como consecuencia, "empezó la escasez"  y "faltaron las dotes por no entrar tantas monjas". La causa de todo este cúmulo de desgracias no es otro para ella que "haber dexado entrar a el claustro la propiedad maldita, tan enemiga de Dios" (se refiere a la propiedad particular). No lo discutimos, pero sin duda debió influir en la decadencia, que comienza en los últimos años del siglo, por una parte, el excesivo número de religiosas -en 1670 nos dice que había 14 novicias "y en el coro no cabían las monjas a rezar el oficio divino"-, lo cual, unido al número de seglares que por diversos motivos se retiraban a vivir al convento, debía hacer la comunidad prácticamente ingobernable; y, por otra, la decadencia general del país, que no dudamos tuvo que notarse hasta dentro de los conventos.
     La primera abadesa del siglo es Dña. Guiomar de Rivera. La eligen en 1603, y ya lo había sido del convento de la Concepción de S. Miguel, a donde fue mandada para aleccionar a su comunidad en la regla concepcionista. Durante el mandato de esta abadesa, en el año 1604, D. Rodrigo de Tapia de Vargas "caballero poderosísimo y aún más virtuoso que rico" -era correo mayor y caballero veinticuatro­- propone a la abadesa se le adjudique la capilla mayor. Como patrono, se encargaría él de adornarla y "hacer un primoroso retablo". Ofrece además fundar capellanías y "un patronato de 400 ducados de renta anual perpetua, para dotar doncellas de su linaxe y otras, a falta, que fuesen religiosas en este convento en dote de 10.200 ducados, siendo las primeras en entrar cuatro hijas suyas".
     Aunque en todo se "llega a un acuerdo con la comu­nidad, y se firma un contrato el 12 de febrero de 1604, después de obtener licencia del prelado, Cardenal Fernando Niño de Guevara y del Visitador del convento, no se llevará a cabo la fundación del patronato, aunque sí entrarán en el convento tres de sus hijas: Dña. Rufina, Dña. Cons­tanza y Dña. Jacinta (de la única que no quedan noticias es la cuarta prevista, Dña. Luisa).
     Sobre la capilla mayor, se especifica en la escritura de compromiso que se le permitiría "hacer bóveda, y trasladar a ella los huesos del dicho su padre", pero respetando las de Juan de Alcalá y Lucas Pinelo, "dexándole sus bóvedas, una en medio de otra al lado de la peana del altar mayor", sin embargo "la de esotro lado" -donde se enterraba la comu­nidad- se la cedían a él. La comunidad tampoco se opondría, "si los herederos de dichos señores se las cediesen a el dicho Rodrigo de Tapia", quien había de poner "lozas, armas y retablo". Pero ni él, ni sus sucesores, podrían poner "vultos de piedra en el pavimento y cuerpo de la  capilla mayor, aunque les vendiesen las otras sepulturas y fuese toda suya".
     En cuanto al retablo, se le prohíbe poner en él "figuras seglares con avitos profanos", y se le exige que "las armas que pusiese, fuesen en partes y en tamaño que no hiciesen indecencia" y "en todo arreglado al dictamen que era o fuese a el tiempo de la obra".
     El señor Visitador manda a dos maestros para que "apreciasen" la capilla. Estos son "Belmondo Resta, que era maestro mayor del Arzobispado, y el otro, Alonso Van­delvira maestro de fábrica de la Lonja". Su parecer será que, aunque el precio debería ser sesenta mil ducados, el hecho de haber en ella ya dos sepulturas "le quitava la quarta parte de su valor", y con otros inconvenientes (una medianía de la pared) "le dieron sólo de justo precio 30.150 ducados".
     Llegadas las partes a un acuerdo, se firma la escritura, y por ella la comunidad permite que D. Rodrigo de Tapia pueda poner túmulos en la pared, quitar el retablo, del que le hacen donación "porque pusiera otro nuevo, permitiendosele poner rexa y avrir una o dos puertas a la calle, de las que el tuviese llave y las de la rexa, que tambien pueda abrir ventanas a la calle, y cuanto gustase en adorno de la capilla, teniendola bien reparada". También, de su cuenta, tendrá que sacar los huesos de la bóveda y ponerlos en el cuerpo de la iglesia y "mazizar un pozo que habia en dicha capilla".
     Se firma la escritura el 12 de febrero de 1604 y añade nuestra cronista que no cabe duda que D. Rodrigo hizo uso de la licencia de abrir puerta a la calle, puesto que "el postigo que ha poco se cerró, por no tener la seguridad correspondiente'', lo demuestra. Tampoco dice que haya duda alguna sobre si se hizo el retablo, y aunque al describirlo extensamente no lo hace, al hablar del retablo anterior, donado por Juan de Alcalá, nos dice que "las armas de los Tapias, a un lado y otro puestas con igual talla y dorado a el altar, muestra haberse hecho todo a un tiempo". No sabemos si Rodrigo de Tapia se llevó el retablo "antiguo", que le donaron, pero de él quedaron en el convento tres santos -no especifica cuáles- aunque sí que "nada hermosos" y "de madera corruptible", e incluso se ignora si estos santos eran "de la devoción de Juan de Alcalá" o éste "acomodó los que habria del antecedente, que dexó nuestra fundadora". Estos tres santos se colocan en el coro alto. Procedente también del retablo antiguo, y en el mismo coro se coloca "una imagen de Ntra. Señora", que califica de "prodigiosísima".
     D. Rodrigo de Tapia murió antes incluso de haber pagado lo que había ofrecido por la capilla mayor, y será su viuda, Dª María de Mella, la que en 1610 otorgue escritura a favor del convento imponiendo un tributo sobre sus bienes, "que eran muchos". Al año siguiente "redimió 10.200 ducados" y no consta otra cosa ni en protocolos ni en cuentas.
     También en tiempo de la abadesa Dª. Guiomar de Rivera se compra la única casa de la plazuela de S. Juan que quedaba por incorporar al convento. La vende por 30.000 ducados el 7 de diciembre de 1605 su dueña, Dª Inés de Nebreda, y la compra incluye una calleja "que venía de la calle del Horno de las Tortas -Espíritu Santo hoy- a la plaza". Esta calleja la había comprado en 1575 un anterior dueño de la casa al Ayuntamiento -"rematóse públicamente" por 30 ducados- y el motivo de la venta había sido que por ser la "dicha calle" un muladar perjudicaba a la vivienda. Al comprar la casa -que se paga la mitad "del arca de las llaves" y la otra tomando un tributo-, se cierra la puerta que da a la plazuela, y en ella se labran algunas celdas y el noviciado, "y a todo se le da entrada" por el lado de las enfermerías, "sirviendose del paso que por vaxo del callejon hizo labrar Dª Beatriz Esquivel y por el lado que se unía a los antiguos dormitorios, por un callejon que se hizo agostando las seldas que se labraron en el sitio de estas" -deben ser las enfermerías-.
     A la obra hecha ahora se le denomina "casa nueva", y fue poco consistente. Sólo después de setenta años se hunde el noviciado con gran susto de la comunidad, que afortunadamente no sufre daños personales por estar reunida rezando  maitines.
     En 1609 se piensa en hacer un segundo dormitorio. El que había, "alto y vaxo", no era suficiente para el gran número de religiosas. Se hará en unas casas -tres- propias del convento que estaban "junto al coro" y arrendadas "por dos vidas". Hay que cancelar contratos pagando a los arrendatarios, y en 1610 se labra el dormitorio "de adentro". En la fábrica del dormitorio se gasta la dote de Dª Inés de Zamudio.
Reedificación de la iglesia en 1625.
     "Apenas tomó el váculo", Dª Isabel María Montalván, en 1625, "se halló la iglesia condenada, eran sus paredes antiguas y se abrieron por tres o cuatro partes, con cuyo motivo amenazava una gran ruina". Para rehacerla necesitaban licencia del prelado. Ocupaba la sede -vacante- el canónigo y visitador D. Luis Melgarejo, quien antes de con­cederla "pide noticia de las rentas del Convento y dinero que había en arcas". Dado que las rentas coincidían prácticamente con sus gastos (se especifican incluso los gastos en leña, aceite y vinagre), piden que se les permita sacar del arca "tres dotes que ay en ella, a más de 3.000 ducados, que el convento estava para recibir como acreedor de los vienes de D. Rodrigo de Tapia y su mujer, por el tributo que debían­ pagar al convento por la capilla mayor y entierro".
     Por orden del Visitador, serán Miguel de Zumárraga "maestro de la Santa Iglesia", y Diego Gómez,  "que lo era de los Conventos del arzobispado'', los encargados de dictaminar la obra que debía hacerse.
     Todavía en tiempos de la cronista "subsistía" en el ar­chivo el "mapa que formaron ambos". Hoy no se conserva este plano, pero del dictamen que dieron, y nos resumen, se deduce que la iglesia fue prácticamente rehecha.
     En la capilla mayor dicen que "era preciso desenvolver la armadura, porque estavan los estribos y tirantes sueltos", y "que deviendo estar dicha capilla mayor superior del cuerpo de la iglesia, era menester subirla, reduciendola a media naranja, pues no tenia, si no es la iglesia igual". En lo que quedaba "se devia hacer un cañon de sintas para asentar el retablo del altar mayor". También se "devian reducir lo pilastrones y arco toral a forma cuadrada".
     En el cuerpo de la iglesia y coro, también era preciso "desenvolver la armadura" porque tenía "las tirantas suelta y algunas quebradas" y "combenia, para la perfeccion de la obra, lebantar las paredes una bara, dexando las paredes donde oy estan y allí señalava el mapa'', "volver a texarlo todo y hacer ocho buhardas, cuatro a cada lado". Luego nos dice que las buhardas "quedaron reducidas a cuatro por todas".
     También había que hacer "el cañón de la iglesia y coro y enlucirlo de talla según el dicho mapa", "hacer la portada de la calle, adornada de arquitectura con las correspondientes puertas y la cornisa que resistiese el ala del texado" y "encalar el templo por fuera a imitación de cantería".
     Toda la obra se tasa en ocho mil ducados "en tres de septiembre de 1625 a los que hay que añadir el costo de materiales" y "las demasías" (cornisas de dentro de la iglesia, adorno de ésta "fachada del coro y capilla mayor de yeso vaciado y poner las rejas de los coros").
     Conseguida la licencia del Visitador -que la da con la condición de que "lo principal de la obra se dexase para la primavera"- se emprende ésta y se paga totalmente antes del final de 1629, aunque se había estipulado pagarla en dos veces, en los años 1629 y 1630.
     Terminada la obra, la priora Dª Isabel María decide que no está bien la portada de la iglesia en una calle "que por su poca anchura acostumbraba a estar, por lo común, poco limpia" y decide hacer plaza delante de ella. Para ello tiene el convento que comprar cuatro casas y derribarlas. Una de ellas, pequeña, era "de la fábrica de S. Juan" (se refiere a la parroquia de S. Juan de la Palma) y se la cambia el convento "por dos propias y grandes", por lo que "conocida la demasía", se redimen ahora dos antiguos tributos (uno se pagaba desde la fundación del emparedamiento). Otra de las casas que pertenecía al convento -desaparecido luego- de­ Sta. María de Gracia, se consigue pagando "un crecido tributo". Las otras dos, pertenecientes a una capellanía, se consiguen imponiendo otro tributo. Además, hay que compensar a los inquilinos, que tenían las casas "de por vida". Con todo esto, además de lo que pagó, el convento "quedó gravado perpetuamente en 43.360 maravedíes anuales" y pierde "dos buenas fincas". La plaza, medida el 7 de junio de 1628, da un total de 59 varas de largo, y 19 y cuarta de ancho. De ellas "las 15 1/4" eran propias del convento y el resto era el antiguo callejón.
La Virgen de Alonso Cano.
     "Ay tradición de que estando formando la primorosa portada de la iglesia, pasó por la plazuela el racionero Alonso Cano, célebre estatuario para el siglo en que vivió y para todos los que ha quedado su memoria. Traía el disgusto de haber formado una imagen de la Purísima Concepción de piedra, para verificar que con toda clase de materiales era igual la habilidad suya. Pedía un precio proporcionado a lo grande de la obra y quisieron los que habrían de pagar reducirlo a menos. No estaba él hecho a este estilo, sino que todos embidiasen a el que fuese tan feliz que el quisere trabajarle alguna pieza, estimado tanto hasta del Monarca, que siendo un hombre sin estudios de letras divinas ni humanas, lo hizo Prevendado por que no se destraviase a entender a otros negocios que el de formar imagenes perfectas, ya divinas, ya humanas, aunque creo fue a las primeras toda su aplicación. Enfadado pues vastamente, pasó donde travaxavan los oficiales del convento, paróse a mirarlos, parecióle vien la idea y ocurriósele que no acaso habia sucedido el lanze de su desazón. Pensó y dixo que castigaría a quien regateava sus obras, que se le proporcionase sitio, pues la Señora, segun su titulo quería, venir a vuscar a sus Hixas, a quienes el desde luego la donava. Llegó a la comunidad la noticia, agradeciéronla  sumamente y asi que estuvo concluida la labor de la puerta y nicho para la Señora, se colocó en el. Púsole Alonso Cano su nombre a el pie, para que constase a los venideros haber sido el su autor".
     Añade Sor Mª Dolores de Castro que quienes ven de cerca "la señora que preside el altar mayor afirman que es de la misma mano, que se conoce formada por el propio Racionero", aunque dice no consta, e insiste que "si se ve que es igual a la de la puerta", y tiene "el mismo arte de talla y gentileza". También dice que no consta si fue regalo o se pagó, pues no halla ningún dato en las escrituras antiguas, ya que "el apuntar aún las cosas mas singulares parecía ocioso a aquellas señoras que compusieron la comunidad". Aunque en la descripción  de iglesia y retablo  mayor daremos cumplidos datos sobre ambas Inmaculadas, adelantamos ya que "la Señora" que presidía el altar mayor no fue obra de Alonso Cano, como suponía la cronista. Pero no iba descaminada, pues lo era de Felipe de Ribas, discípulo de Juan de Mesa, pero colaborador de Alonso Cano.
     La obra se concluye en 1629, siendo reelegida priora el año anterior Dña. Isabel Montalván para que sea ella misma quien la termine. A pesar de que aún vivía un hijo del patrono "todo el costo de la obra corrió por el convento". Y al poner la nueva solería a la iglesia "quedan cubiertas las dos bóvedas que estaban en la peana del altar mayor y sólo queda sin novedad la de Juan de Alcalá, "que tenía loza", ignorándose ya si la familia de los Tapia siguió enterrando aquí a sus parientes.
     La última incorporación de casas al convento se hará en 1632. Se trata de una casa propia del Hospital de S. Bernardo, "enteramente unida al convento y por la puerta de la calle frente de la espalda de la capilla mayor". Con esa casa se agranda "el cuarto del amacijo" y se hace un jardín para recreo de las religiosas y en él se pone en 1636 "el arca del agua para repartimiento del convento".
     "Hechos pues el jardín" y "acomodado el amacijo", "labró la prelada -lo era Dña. Constanza María de Rivera- sus seldas para ella y sus sobrinas, dándole el nombre a todo el sitio, la casa del jardín'', que se une al convento por un arco que se hace "por el vaxo" en el callejón, en la parte que lindaba con la capilla mayor. Este arco, "no tan bien labrado como el primero", se hace sin ninguna oposición "porque estavan dentro de la clausura todas las casas que el tal callejón tenía y sin mas habitaciones que las dos puertas del convento". Con él queda lo añadido "muy cerca del claustro".
     Años más tarde -19 de julio de 1643- Dña. Constanza María "aquieta su ánimo" intentando disminuir "las cargas que impuso al convento con su obra", y hace un trato con su prima Dña. Juliana de Ayala consistente en cederle a sus hijas, después de muerta, las celdas "que había labrado para sí, a cambio de unas acciones". A pesar de ello y sin que esté muy claro el motivo, "el tributo se paga" -quiere decir, se sigue pagando en tiempos que se escribe la crónica- pero "moderóse algo lo crecido de la cantidad en que se tomaron dichas casas a causa de haberse probado engaño hecho al convento".
     Otras nuevas casas, situadas en la calle Horno de las Tortas -Espíritu Santo-, e incorporan al convento por testamento de Dña. Margarita Buter el 15 de abril de 1659. Lindaba con otras compradas "a principios de siglo".
     También por estos años se incorpora una casa, situada en la plazuela de la iglesia, "en una callexa que iba desde ella a la calle del Horno de las Tortas" -que hoy, añadimos nosotros, no tiene salida a ella-. Esta casa, perteneciente a la "fábrica de San Juan de la Palma", la había tomado a tributo "de por vida" el padre de una novicia, Dña. Antonia Navarro, para "ponerle a su hija celda tan cómoda como primorosa". Queda incorporada definitivamente al convento porque no fue reclamada por la iglesia de S. Juan. Para incorporarla, se le cierra la puerta de la calle y se le abre otra al jardín del convento.
     En 1679, "ya había años que estava la vida particular vien introducida, aunque todavía tenía algún uso la cosina del convento", y, en 1682, "iban ya tan frias las gentes en la devoción en esta casa, que pocas vestían el ávito". Era abadesa "la señora Pineda", pero a pesar de ser mujer eficaz, no puede evitar que el convento tenga deudas y sufra escaseces. La situación es crítica en octubre de 1691, pues "lle­garon los atrasos de rentas al mayor extremo, executaban los acreedores las mas de las fincas, porque todas estavan obligadas a un sinfin de tributos". La situación se hace tan extrema que tienen que pedir "a el Prelado alimentos, a que seguía poner administrador a las rentas y quedar concursado el convento". Hay "mas de 80 monjas", y nuestra cronista insiste en que esta decadencia económica es consecuencia "de la decadencia de la observancia religiosa y total olbido de la regla", dando detalles de la pérdida casi total de la vida comunitaria, llegando a suprimir la comida en común, "gus­tando mas de recivir cada una su importe para disponer de él a su advitrio". Solamente en días muy señalados se reúnen a comer en el refectorio: el domingo de Ramos "la abadesa, su vicaria, la maestra de novicias y la vicaria de coro"; el jueves Santo, "las dos mas antiguas y la dicha vicaria de coro, sirviéndoles la abadesa, vicaria y maestra, llebando la comida guisada, unas y otras de sus seldas, en que habia mucha vanidad y desorden...". Se suprime el velo e incluso el hábito se reduce sólo a la saya. El convento está lleno de criadas de servicio y seglares "que entravan cuantas querían". A pesar de todo, y de que había muchas jóvenes y "hermosísimas", nunca llegó a producirse ningún escándalo. Pero como consecuencia de todo este desconcierto dejan de entrar nuevas religiosas "porque los prelados no davan licencia" y "en estos veinticuatro años se desiso aquella lucídisima comunidad", y ya nunca "volvió a su primer ser". Para colmo de males se cae ahora el noviciado. Aunque no hay desgracias personales, los cascotes tiran tres casas que la comunidad tenía enfrente, no pudiendo rehacerlas por las malas condiciones económicas  del momento.
El siglo XVIII.
     Nuestra ilustrada abadesa dice que en los primeros trienios del siglo no hubo noticia alguna importante en el­ convento, aunque sí muchas para la historia de España, destacando "la pérdida irremediable de Gibraltar", en la guerra de sucesión.
     En este siglo se vuelve a la observancia primitiva de la regla y también se soluciona "el penoso estado económico". Nos cuenta cómo la  prelada y el administrador deciden hacer una serie de "convenios" para salir de deudas y con mucha gracia añade que "el principal les pareció que devía ser con el Purgatorio, pues no cumpliéndose las capellanias, era el dévito de misas crecidisimo". Para arreglar esta cuestión se consigue una "Bula de componenda" con fecha 12 de marzo de 1705. Arreglado este asunto se van llegando a acuerdos con los acreedores y las sucesivas preladas "que van entrando" se ocupan "de desahogar el convento de tanta pensión de deudas". También, al disminuir el número de religiosas, son mucho menores los gastos. Añade que el entonces administrador, D. Juan Martínez del Toro, hombre sensato, ayuda mucho a mejorar la situación. No todos los administradores lo hacen tan bien. En 1717 hay graves problemas: en cinco meses "no se recivió cosa alguna", y la comunidad recurre al Prelado -lo era el Cardenal Arias-, quien viendo que la administración fallaba no sólo en este convento, sino en otros muchos, "mandó se pusiesen en todos claverías". Este nuevo modo de administrarse comienza a funcionar el 1º de enero de 1719. Y es ahora cuando los pagos se ponen al día e incluso "se pudieron poner corrientes todos los tributos perpetuos".
     Al morir un antiguo capellán, D. Diego Palacios, su sustituto insta a la comunidad para que rece  mejor, lea, cumpla la regla y vuelva al primitivo hábito. Poco a poco, va consiguiendo sus objetivos.
     También se harán obras en el convento. En 1730, uno de los ingenieros que vienen en la comitiva de los reyes Felipe V e Isabel de Farnesio durante su estancia en Sevilla, observa al entrar en la iglesia que el retablo mayor estaba a punto de caerse "por haber flaqueado los arrimos que lo sostenían". No era muy visible el daño, porque el retablo estaba "tan junto a la pared que no tenía paso por detrás". El arreglo lo hace D. Luis Vilches, y se retira además el retablo de la pared "dexando detrás las correspondientes subidas". Cuesta la obra 40.028 reales y 28 maravedíes, inclu­yendo en esta cifra el costo de las rejas del presbiterio: 840 reales y 22 maravedíes.
     En 1731, Dña. Catalina de Rivera arregla a su costa, para ella y su hija, monja en el convento, las celdas de "la casa del jardín", y en 1739 se arregla toda la pared del convento que da al callejón, porque amenazaba ruina. Aprove­chando esta ocasión se varía el torno, puerta reglar y otras dependencias (se deshace la capilla de azulejos), "quedando mucho de ello de peor fábrica que tenía".
     Por estos años, la comunidad queda reducida a 21 monjas y una lega, y se decide hacer "vaxa de dotes". Con ello la comunidad vuelve a crecer, aunque nunca volvió a ser tan numerosa como había sido en épocas pasadas.
     Dña. María Agustina González es elegida como abadesa en 1766, y "halló por muy distintas casualidades muy em­peñado el convento". Esta abadesa debió ser ya conocida de nuestra cronista, quien nos dice que logró desempeñarlo todo "sin guardar respecto a los seculares", y añade "oh Dios, y cuánto hizo esta buena abadesa en favor de sus hixas".
     Y ya llega el momento en que Sor Mª Dolores narra su propio mandato como abadesa. Elegida en 1787, le llegan noticias del convento de las Vírgenes -fundación de una "'gran muger, Dña. Antonia Termiño", "abadesa que fue de este"-, de que allí han decidido volver a la vida en común, y observancia primitiva. Nuestra priora, también lo desea y consulta a su comunidad -de 33 que hay, firman 32 el memorial que se manda al Arzobispado pidiendo volver a ella-. Este da su aprobación, y sin tardanza se emprenden las obras necesarias. "Hizose una hermosa cocina, con agua de pie y todos acomodos, compúsose el refectorio, se hizo paso por sima del callejón, siendo este el tercero y suma­mente preciso. Quedó muy cómoda la enfermeria, concurrió la piadosa devoción de las religiosas a el adorno de estas piezas con muebles de sus seldas, estando muy gustosas mientras las vían mas desnudas, otras, ayudaron con su peculio para la obra". Esta comienza el 28 de mayo y termina el 12 de septiembre de 1789.
     Se decide comenzar la vida en común el día de la Pu­rísima Concepción, y tres días antes salen todas las seglares, doncellas y sirvientas, quedando sólo una pupila y dos madres de religiosas ya de avanzada edad. Entran seis legas "libertándolas del trabajo del lavado, que es el más fuerte", y así emprende el convento una nueva andadura. Los resultados del nuevo orden no se hacen esperar, y no sólo en lo espiritual, pues "la clavería, donde se tenía atrasos, ha seguido y sigue con mayor desahogo que antes".
     Y aquí termina la historia del convento narrada por Sor Mª Dolores de Castro. Sólo añade, a partir de 1790 y hasta 1798, las nuevas profesiones, comenta la vida de religiosas que fallecen estos años y da cuenta de una obra en la enfer­mería para agrandarla en 1792.
Siglo XIX: Ultimas noticias y supresión en 1868.
     Ya hemos comentado que salvo la anotación de las su­cesivas abadesas, profesiones y muertes, se interrumpe el relato de la vida del convento. Sólo hay dos excepciones: la nota laudatoria de nuestra cronista y otra en la que se da cuenta de que, debido a la invasión francesa, el convento "tuvo precisión" de vender la plata el año 1812. Añade la nueva cronista la lista de religiosas que donaron "después" "varias alhajas, quitándoselo de lo suyo por obsequio de S.M. y a los santos". La lista es larga y no nos parece oportuno transcribirla, ya que no se describen los objetos donados y por otra parte nada queda de todo ello; sólo diremos que se donan varios cálices, un copón, diademas para las imágenes de los Santos Juanes, coronas para una Virgen y un Jesús Nazareno, y "rayos de plata" para la imagen "de Nuestra Madre, la principal", es decir, la titular del convento. Ambas notas están escritas con la misma letra que hemos identificado como de la abadesa número cua­renta y cinco, que lo es el trienio 1835-1837.
     Justamente es este último año en el que, por orden del Gobierno, se reúnen con la Concepción de S. Juan las religiosas del convento de las Vírgenes. Pero no se escribe nada sobre este hecho ni sobre los acontecimientos posteriores.
     González de León nos dice que el 4 de agosto de 1840, debido a un terremoto queda la iglesia inutilizada, por lo que se habilita para iglesia un dormitorio interior al que se le abre una puerta a la calle. Este dormitorio se divide con una reja para hacer de coro y en el altar principal se coloca la Virgen de piedra de Alonso Cano, que anteriormente estaba en una hornacina sobre la puerta de la iglesia. En una nota añade que la iglesia se reedificó durante la impresión de su libro y está "en uso y con mejoras", dejando, después de la obra la imagen de Alonso Cano en el coro bajo.
     Tassara es quien nos da la noticia de la extinción del convento. Lo hace diciendo que, "por obra y gracia de la Junta Revolucionaria", las monjas son llevadas a Sta. Inés. Con la incautación del convento se pretende abrir una calle entre las plazas de S. Juan de la Palma y de Mengíbar (esta última se llamaba anteriormente de la Concepción y era la que había hecho la comunidad para mejorar la entrada de la iglesia). El proyecto no llegó a realizarse. También nos dice que las monjas se trasladan después al convento concepcionista de Arcos. No apunta la fecha de traslado, pero ya es­taban allí en 1919, cuando escribe el libro.
     Sabemos que se llevaron consigo su retablo mayor. Parece que el retablo se lleva por carecer aquel convento de él, pese a que la comunidad por medio de su Vicario contrata en 1637 uno con Luis de Figueroa, que llevaría seis lienzos de Zurbarán. No debió realizarse ya que sólo hay una noticia de un cuadro atribuido a este pintor con el tema de la Anunciación, que "pudo venir" del convento de Sevilla. Llevan también consigo la Virgen de Alonso Cano, que colocan en el coro bajo de su nuevo convento, y sin duda su archivo. Pero no terminó aquí su éxodo. En 1927 la comunidad del convento de la Encarnación de Arcos se une a la del también convento concepcionista de Lebrija. No hay ninguna noticia de si todavía vivía entonces alguna religiosa procedente del convento sevillano.
     Sí sabemos que el retablo mayor -sin duda porque el convento de Lebrija tenía uno propio- es llevado a Prado del  Rey, donde está, aunque sin imágenes. Sabemos también, por la actual comunidad de Lebrija, que llevan allí la Inmaculada de madera, de Ribas, y la de piedra de Alonso Cano, así como varios relieves del altar mayor que venden. Las dos Inmaculadas se las trae, por las buenas, a Sevilla, el Cardenal Ilundáin para la parroquia de la Concepción, donde la de Ribas, colocada en el altar mayor, se pierde en un incendio. Todavía sigue allí, sobre la portada, en una hornacina, la Virgen de Alonso Cano. Sufrimos al verla deteriorada por la contaminación. ¿No sería posible devolverla a sus monjas, o al  menos,  colocarla dentro de la iglesia, después de ser debidamente restaurada?
Descripción del edificio.
La iglesia.
     "Era mediana de un solo cañon o nave angosta y cortada por un tercio con rejas bajas y altas para los respectivos coros de las monjas". Responde por lo tanto al tipo cajón, y puesto que los coros cortaban la nave, su portada era lateral. Portada e iglesia fueron obra de Juan Segarra y el maestro albañil Antonio Rodríguez, a quienes la abadesa y monjas otorgan escritura -el 15 de marzo de 1629- de haber terminado la obra de ambas y se comprometen a pagar lo que resta de los 56.106 reales en que se contrató, en los plazos estipulados.
     No hay más descripción de esta iglesia que la ya apuntada. Sólo Ponz y Arana de Varflora califican la portada de "razonable". Nuestra ilustre abadesa la había denominado "primorosa". Sobre ella, en la clave del arco y en una hornacina, estuvo situada la imagen de la Inmaculada, obra indiscutida de Alonso Cano, hasta 1840, cuando un terremoto deja la iglesia inservible. Sabemos que al reconstruirla "y con muchas mejoras", no se vuelve a colocar allí, sino en el coro, pero ignoramos si se modificó algo más en la portada y templo. También González de León da noticia que, cuando el terremoto, se encontraron en las paredes bellísimos frescos que estaban cubiertos y obscurecidos". Nada hemos sabido de ellos a través de la historia del convento: ni cuándo se pintaron, su autor o cuándo se cubrieron. Recordemos que la iglesia se edifica entre 1514-1518, y Dña. Ana Termiño, la abadesa constructora, hacia 1580 eleva sus muros, pone azulejos y hace distintos encalados. Puede ser entonces cuando se "encalan", o bien Miguel de Zumárraga cuando refuerza las paredes "abiertas por tres o cuatro partes".
CAPILLA  MAYOR
     "Separada por un grande arco" y cubierta "con su media naranja". Por la historia del convento sabemos que esta cubierta fue parte de la obra de Miguel de Zumá­rraga.
RETABLO MAYOR
     Hubo tres en su larga historia. El primero fue el "retablito" que había en el oratorio de la época de la fundadora, Dña. Leonor de Ribera, que "acomodóse" a la iglesia cuando se termina en 1518. El segundo, contratado por Juan de Alcalá el 3 de diciembre de 1575, fue obra de Juan de Oviedo el viejo (arquitectura), Gaspar del Águila (escultura) y Antonio de Arfián y Cristóbal Ortega (pintura). Constaba de banco, "con tableros llanos para que se pinten retratos", dos cuerpos, de tres calles, el primero del orden jónico y el segundo corintio, situándose en la calle principal del primer cuerpo "una ymagen de ntra. señora de la limpia concebicion de mas de medio relieve" y en las calles laterales, "dos figuras -sin especificar- de mas que medio re­lieve". En el segundo cuerpo "en sus tres tableros figuras de mas que medio relieve" -sin más detalles- y en el ático, "encima de la calle de enmedio un dios padre que a de tener en las manos un xpo. crucificado ofreciéndolo al mundo". Ya hemos constatado que dicho retablo se le dona a D. Rodrigo de Tapia -ignoramos si se lo lleva- cuando se compromete a hacer por su cuenta el tercer y definitivo retablo mayor, pero quedan en el convento la Inmaculada -calificada de "prodigiosísima"- que lo presidía y "tres santos más", aunque nuestra fuente informativa ignora si alguno de ellos procedía del primer retablo, donado por la fundadora. Hoy nada se conserva de todo ello.
     El definitivo retablo es conocida obra de Felipe de Ribas. Ya hemos dicho que se conserva -pese a noticias contrarias- aunque sin sus medallones, vendidos a particulares durante su estancia en Lebrija, y su figura central una magnífica Inmaculada que perece en un incendio aquí en Sevilla. Fue contratado el 4 de marzo de 1638. No lo comentamos más extensamente por estar exhaustivamente estudiado y fotografiado.
     El banco y sagrario de este retablo lo contratan Matías de la Cruz y Francisco de Ocampo el 24 de febrero de 1604. No deja de sorprender que mientras banco y sagrario se contratan en 1604, no se haga el retablo hasta 1638. Quizás la prematura muerte de Rodrigo de Tapia hizo que el proyecto se retrasara.
OTROS RETABLOS
     Sólo dos se nombran por los diversos autores que describen la iglesia: los dedicados a los Santos Juanes Bautista y Evangelista. Sabemos la autoría del retablo e imagen del Evangelista: Juan Martínez Montañés hará "la talla y escultura y ensamblaje" y el portugués Vasco Pereira el dorado y estofado. Ambos firman contrato el 24 de enero de 1602. Cobraron por la obra -desaparecida hoy- 600 y 500 ducados respectivamente. De él destacan los autores ya citados "sus buenos relieves y figuras, mientras que del dedicado al Bautista",  "sus buenas  pinturas".
     En el lugar donde estaba colocado el retablo de Evangelista, hubo anteriormente otro, dedicado a las "Vírgenes" (Sta. Justa y Rufina). Sor Mª Dolores Castro, cronista del convento, afirma que este altar "no subsiste" en 1790, cuando ella escribe, pero dice saber por tradición, ser la bóveda "debajo del altar del evangelista" la que en 1583 adquiere D. Pedro de la Barrera para su enterramiento situado en "la bóveda del altar de las Vírgenes''.
     Los autores del desaparecido retablo fueron Jerónimo Hernández (arquitectura) y Gaspar Núñez Delgado (escultura), quienes lo contratan con la "señora doña Marina de Morga, monja profesa" el 21 de mayo de 1586. Además de las santas titulares "de seis palmos" y "muy devotas y hermosas", llevaría "un san jerónimo de medio relieve revestido de cardenal, con sus insignias, muy devoto y hermoso". Todo en madera de borne y pino de Segura, por ciento treinta y cinco ducados.
      Se nos ocurre pensar si este retablo sería llevado a la fundación del convento de las Vírgenes -comenzada en 1586 pero realmente completada con la iglesia en 1588- o al menos se llevan las titulares -por serlo del nuevo convento- que se aprovecharían luego en el retablo mayor contratado en 1617 por Pedro de la Cueva con la abadesa.
El convento.
     "No es muy grande, pero no le faltan comodidades, patios claustrados, dormitorios, enfermería y demás puntos necesarios".
     Como, aunque muy deteriorado, convertido en casa de vecinos, llega prácticamente a nuestros días, quien lo visitó nos ha descrito sus dos claustros. El primitivo, más pequeño, de ladrillo mudéjar, muy parecido al de S. Isidoro del Campo. Debía ser el labrado en 1518 por Dña. María Esquivel, sobrina de la fundadora. El segundo, cuya obra y tamaño cuenta la cronista con todo detalle, se hizo en tiempos de la abadesa Dña. Ana Termiño hacia 1588; era de arcos sostenidos por columnas de mármol, con "barandaxe" de hierro en la parte alta.
     No tenemos noticias de la torre, "fortissima", que coronaba este claustro. Construida también en tiempos de esta abadesa "cuando los claustros y patio grande, a quien ase de más agraciada vista", y "vastamente alta". Creemos que no hubo otra en los conventos femeninos sevillanos salvo la del convento de las Dueñas, aunque al menos en este último caso, y a juzgar  por la descripción, debía tratarse de una airosa espadaña.
     Actualmente se ha edificado en el solar del antiguo convento un conjunto residencial. Subsiste el callejón donde se situaba la portería  -en un compás- y la puerta "de la obra", detrás de la iglesia de S. Juan de la Palma. En época del convento tenía -por concesión municipal del año 1497- tres pasos por alto y dos subterráneos, para comunicar el núcleo primitivo del emparedamiento con las casas de la plaza de S. Juan que acabaron perteneciéndole, mas las situadas al otro lado de esta estrecha calle, también poco a poco propiedad del convento, por lo que la calleja se cerraba de noche. Hoy es un pasadizo, encima del cual se han construido viviendas. Y no queda nada en absoluto del antiguo convento [Mª Luisa Fraga Iribarne, Conventos Femeninos Desaparecidos, Sevilla - Siglo XIX. Sevilla, 1993].
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Juan Bautista, precursor del Señor
EL ÚLTIMO DE LOS PROFETAS DE ISRAEL Y EL PRECURSOR DEL MESÍAS
   San Juan Bautista (en su traducción de los Cuatro Evangelios -1943-, Hubert Pernot sustituyó la denominación usual de San Juan Bautista por la de San Juan el Inmersor, pero la innovación no tuvo eco), el Precursor o, como dicen los griegos, el Prodromos del Mesías, es la "fíbula" viva que une el Antiguo con el Nuevo Testamento. Pertenece al reino de la Ley y al mismo tiempo al reino de la Gracia: ha vivido sub lege y sub gratia.
   Aunque su historia sea contada en el Nuevo Testamento, no se podría separar de los profetas de la Antigua ley: es el último y el más grande de la estirpe ¿Acaso el propio Cristo no lo ha llamado profeta y más que un profeta? "Hic est enim propheta et plus quam propheta." Pasa por ser la reencarnación del profeta Elías: "Delante del cual irá él, con el espíritu y la virtud de Elías", dice Lucas (1: 17).
   La piedad popular y el arte cristiano siempre le han reservado un lugar aparte de los apóstoles y de los santos. En la Coronación de la Virgen, del primitivo artista de Aviñón Enguerrand Quarton (1453), San Juan esta en las filas de los profetas, en el lado opuesto a San Pedro y a los apóstoles. En la Asunción del Libro de Horas de Étienne Chevalier, Jean Fouquet lo sitúa junto a Moisés. A principios del siglo XVI, en su pintura La Adoración de la Santísima Trinidad por todos los santos o de la Santísima (Allerheiligenbild) en el Museo de Viena, A. Durero, fiel a la tradición, sitúa a Juan el Bautista en la cohorte de los justos del Antiguo Testamento, junto a Moisés y el rey David.
   Pero si Juan Bautista es el último de los profetas, también es el primero de los mártires de la fe de Cristo. Merecería, más que el díácono Esteban, el título de protomártir. La Iglesia le rinde el mismo culto que a los santos. En la hagiografía ocupa un lugar análogo al de San Miguel, venerado como arcángel y como santo al mismo tiempo.
   Así se explica que pueda figurar dos veces en un mismo programa iconográfico, donde representa simultáneamente el Antiguo y el Nuevo Testamento. Es el caso de la portada de la iglesia de San Servais, de Maastrich, donde se encuentra en los dos derrames: a la izquierda, pisoteando a Herodes y a Herodías, y a la derecha, bautizando a Cristo en el Jordán.
HISTORIA
   La historicidad de San Juan ha sido discutida tanto como la de Cristo. Ciertos mitólogos lo identifican, como a Jonás, con el dios pez babilonio Oannes. 
  El historiador judío Josefo dice sólo que su predicación inspiraba gran esfervecencia en el pueblo, lo cual provocó su detención (Antigüedades judías, Lib. XVIII). Ese relato no concuerda con las fuentes cristianas.
   Brevedad de los Evangelios canónicos. Lo que las Sagradas Escrituras nos enseñan acerca de su vida puede resumirse en pocas palabras.
   Hijo del sacerdote Zacarías y de Isabel, prima de la Virgen María, recibió el nombre de pila Johanan o Jochanaan. Se retiró muy joven al desierto de Judea para llevar allí una vida ascética y predicar la penitencia. En Jesús, que se hizo bautizar por él en el Jordán, reconocía al Cordero de Dios, al Mesías anunciado por los Profetas. Ese acontecimiento capital habría ocurrido en el año 28.
   Arrestado en el 29, en la fortaleza transjordana de Macarea o Macerón (Mekavar) por el tetrarcade Galilea Herodes Antipas, cuyo matrimonio con Herodías, que era su sobrina y su cuñada a la vez (Herodes no podía justificarse por la ley judía de los levitas puesto que Herodías tenía cuatro hijos de su primer matrimonio), se había atrevido a censurar, fue decapitado sin que Jesús interviniese para salvarlo.
   Sólo en Marcos y en Mateo encontramos el relato de la Pasión de Juan desde su detención hasta su decapitación. El cuarto Evangelio no hace ninguna alusión al hecho, y San Pablo calla al respecto.
   Las adiciones de los Apócrifos. Sobre ese delgado cañamazo bíblico la leyenda bordó innumerables anécdotas que inspiraron al arte cristiano durante siglos. 
   Los hagiógrafos desprovistos de imaginación recurrieron a otras fuentes mal disfrazadas. El evangelista Lucas ya había dado un ejemplo en tal sentido, contando el anuncio del nacimiento de San Juan Bautista según el modelo de los nacimientos de Isaac (Gen. 18: 10), de Sansón (Jue. 13:2) y de Samuel (I Rey. :1). El ángel Gabriel se apareció a Zacarías y le anunció el nacimiento de un hijo que se llamaría Juan. Zacarías, tan escéptico como la vieja Sara, respondió que era demasiado anciano, al igual que su mujer, como para creer en esta buena noticia. Para castigarlo por su incredulidad, el ángel le declaró que permanecería mudo hasta el día en que se realizara la promesa divina.
   La Virgen embarazada fue a visitar a su prima Isabel. Al acercarse Jesús, el niño se estremeció de alegría en el vientre de su madre.
   El mismo día de su nacimiento, contrariando la costumbre judía, recibió el nombre de Juan: tan pronto como su padre Zacarías, que hasta entonces permaneciera mudo, lo escribió sobre una tabla, recuperó la palabra; su lengua se liberó y se repuso de su largo silencio profetizando.
   De acuerdo con una tradición que se remonta Orígenes y a San Ambrosio, y que ha sido recogida por Pedro Comestor y por Jacopo de Vorágine en la Leyenda Dorada. el futuro precursor habría sido recibido en su nacimiento por la Virgen María. Buenaventura cuenta que María tomó en sus brazos al hijo de Isabel. El niño fijaba la mirada en ella como si hubiese comprendido quién era y cuando ella quiso devolverlo a su madre, él inclinaba la cabeza hacia la Virgen y sólo parecía encontrar placer en ella.
   Lucas no dice nada acerca de la infancia de Juan Bautista, pero los Apócrifos colman la laguna. Ahí se inventa la huida de Isabel con su hijo en el momento de la Matanza de los Inocentes, fuga poco motivada puesto que habitaban lejos de Belén.
   Retirado en el desierto (o en los bosques), Juan, vestido con una túnica de pelo de camello, se contenta con alimentarse de langostas (este alimento no tiene nada de anormal para un habilitante del desierto. Todavía en la actualidad los árabes comen sin asco alguno langostas secas, limpias de élitros, que se venden a espuertas en los mercados al aire libre o en los zocos. Han seguido "acridófagos". No obstante, numerosos comentaristas piensan que un asceta sólo podía ser vegetariano y pretenden que la palabra akrides ha sido traducida por langostas pero que debería interpretarse como brotes tiernos o frutas silvestres, quizás algarrobas , que en alemán se llaman Johannessbrotfrüchte -panes de San Juan-. Cf. Henri Grégoire, Les sauterelles de saint Jean-Baptiste, 1930. En inglés el algarrobo se denomina locust-tree, y las algarrobas locust-beans) y miel silvestre (locustae et mel sylvestre). Exhorta a la penitencia a sus discípulos, que lo toman por el Mesías, anunciándoles que el Reino de los Cielos está próximo.
   Después del Bautismo de Cristo deja de predicar. Como Natán censurando el adulterio de David, reprocha al tetrarca de Galilea Herodes Antipas el incesto con su cuñada. Para vengarse, Herodías aconseja a su hija Salomé, que había embrujado al tetrarca con su danza, que le pida como recompensa la cabeza de San Juan Bautista.
   Según el Evangelio de Nicodemo, habría precedido a Cristo en los Infiernos, donde habría servido de anunciador, igual que en la tierra.
   El profeta fue perseguido aún después de su muerte: se contaba que el emperador Juliano el Apóstata, para poner fin al culto que se le rendía, hizo desenterrar y quemar sus huesos.
   Puede advertirse lo que agregan los Apócrifos al relato de los Evangelios canónicos: la presencia de la Virgen en el nacimiento de Juan, la leyenda de la montaña que se abre frente a la madre y al niño, su descenso a los Infiernos donde precede y anuncia a Cristo, la incineración de sus reliquias.
   La ciencia moderna. El descubrimiento de los manuscritos hebreos en el desierto de Judá, al fondo de las grutas cavadas en los cantiles del mar Muerto, en 1947, ha renovado nuestro conocimiento de los orígenes del monacato cristiano. Sobre todo se descubrió que las prácticas y enseñanzas de los Esenios había ejercido profunda influencia en la predicación del Bautista. La traducción de los rollos del mar Muerto sin duda confirmará esta filiación espiritual.
CULTO
   San Juan Bautista es el primero en la jerarquía de los santos. Su primado es reconocido por la liturgia. En las Letanías se lo invoca inmediatamente después de los arcángeles, antes que a San José, esposo de la Virgen. En el Confiteor, su nombre es enunciado antes que el de San Pedro, príncipe de los Apóstoles. San Pedro Crisólogo lo glorifica como un superhombre, el igual de los ángeles: major homine, par angelis.
FIESTAS

   Por un privilegio excepcional, la Iglesia celebra el día de su nacimiento y el de su muerte: su Natividad es el 24 de junio, su Decapitación el 29 de agosto. Ahora bien, sólo hay otras dos Natividades inscritas en el calendario litúrgico, la del Mesías y la de la Santa Virgen.
   Antiguamente había incluso otra fiesta de San Juan Bautista, la de la Concepción de San Juan Bautista. Celebrada en Oriente, en el calendario romano ha sido reemplazada por la Visitación, que conmemora implícitamente la santificación de San Juan en el vientre de su madre.
   La fiesta de la Natividad de San Juan, fijada en junio, seis meses antes de la Natividad de Jesús, se llamaba en otros tiempos Navidad de verano. Durand de Mende nos enseña en su Rational (VII, 14) que entonces, como en la Nochebuena, se cantaba un doble oficio: el primero al anochecer y el segundo a medianoche.
   Más popular todavía, la Pasión o Decapitación, celebrada en agosto, reemplaza fiestas paganas que el cristianismo, consciente de la fuerza de su tradición, supo desviar en su provecho. Los fuegos encendidos en las cimas durante el solsticio de verano, después de la puesta de sol, se convirtieron en los fuegos de San Juan.
RELIQUIAS
   El culto de los santos generalmente está fundado en sus milagros y sus reliquias. Ahora bien, los judíos nunca han atribuido al Bautista un solo milagro y sus reliquias habrían sido reducidas a cenizas.
   Un panegirista de San Juan que escribiera en el siglo XII, se alegra de que éste no haya sido elevado al cielo como Cristo, la Virgen y San Juan Evangelista, porque si hubiese resucitado -agrega, ingenuamente- estaríamos privados de sus reliquias.
   A decir verdad, la historia de la combustión de los huesos de San Juan por órdenes de Juliano el Apóstata resultaba muy molesta porque parecía quitar a los santuarios de la cristiandad toda esperanza de conquistar las reliquias del primero de los santos. En verdad, quedaban las cenizas que los genoveses se jactaban de haber recogido. Pero se las arreglaron para sortear el obstáculo: se supuso que la combustión no había sido total y que un discípulo había conseguido sustraer al fuego huesos que fueron transportados a Alejandría y se difundieron y multiplicaron a través del mundo.
   Numerosas iglesias se disputaban la gloria y las ventajas de poseer las reliquias del Precursor. A causa de una confusión de nombre, se considera que la tumba de San Juan Damasceno en la mezquita de los Omeyas de Damasco contiene el cuerpo de San Juan Bautista.
   Los Juanistas o Caballeros de San Juan habrían recogido un brazo en su iglesia de Malta.
   Las pequeñas iglesias se contentaron, modestamente, con los dedos del Precursor. San Juan de Maurienne poseía su pulgar y San Juan del Dedo -en Bretaña- el índice, todavía más precioso, que señaló al Cordero de Dios a orillas del Jordán.
   El duque Juan de Berry legó a los cartujos de París el mentón y las sandalias de su santo patrón contenidos en un relicario de plata.
   Pero la reliquia más codiciada era la cabeza del decapitado que Constantinopla pretendía poseer en el monasterio de Studios.
   Sólo en Italia se conocían cinco ejemplares de su cabeza. En dos iglesias de Roma, S. Silvestre in capite y S. Juan de los Florentinos, en S. Lorenzo de Génova, en S. Marcos de Venecia y en la catedral de Anagni.
   A las pretensiones italianas se oponían las reivindicaciones francesas. En 1204, después de la cuarta Cruzada, un canónigo de Picardía habría llevado desde Constantinopla a Amiens la parte anterior de la cabeza de San Juan Bautista con la marca del cuchillo de Herodías. La parte posterior de la "cabeza del Señor San Jehan" había quedado en Constantinopla. San Luis la adquirió a precio de oro para la Sainte Chapelle; era la pieza más preciosa del tesoro, después de las reliquias de la Pasión.
   Otra cabeza (de otro San Juan), encontrada en 1014 y conservada en un magnífico relicario, atraía a los peregrinos a San Juan de Angély, en Saintonge (Calvino se burla en su Tratado de las Reliquias: "Los de Amiens se jactan de tener el rostro y la máscara que muestran hay una marca de una cuchillada sobre el ojo que dicen que le asestó Herodías. Pero los de San Juan de Angély los contradicen y muestra la misma parte."). Santa Verónica habría aportado a Bazas una "mappula" con la cual habría secado la sangre del Precursor en la prisión.
   En España, la iglesia de San Isidoro de León se jactaba de poseer la mandíbula del Precursor.
   A causa de esta multiplicación, a finales de la Edad Media se contaba doce cabezas y sesenta dedos del Bautista, lo cual es evidentemente excesivo. Pero como sólo se presta a los ricos, se han atribuido al Bautista huesos que pertenecían a sus homónimos, tales como San Juan de Edesa.
LUGARES DE CULTO
   La popularidad de San Juan está probada no sólo por el número paradójico de sus reliquias que parece haber tenido, como el fénix, el privilegio de renacer de sus cenizas, sino además por la multitud de iglesias puestas bajo su advocación.
   Roma no le consagró menos de ocho, la más célebre de las cuales es San Juan de Letrán, madre de todas las iglesias, "omnium ecclesiarum mater et caput", fundada por Constantino, el primer emperador cristiano. En Italia era, además, patrón de Génova, de Florencia -que estampaba en sus florines la imagen de San Juan Bautista- y de Turín, que le dedicó su catedral.
   En Venecia, la iglesia de San Giovanni Decollato se llama en dialecto San Zan Degola.
   En Francia, le están dedicadas numerosas catedrales, especialmente la de Lyon, sede del Primado de las Galias. Además, era venerado en Perpiñán, que le dedicó dos iglesias: San Juan el Viejo y San Juan el Nuevo, en Bazas; San Juan de Angély en Saintonge; San Juan del Dedo en Bretaña, San Juan de Maurienne en el Delfinado y la abadía de San Juan de las Viñas en Soissons.
   A ello hay que agregar que los baptisterios que en otros tiempos se levantaban junto a las catedrales, estaban obligatoriamente consagrados al Bautista: tal es el caso del baptisterio San Juan de Poitiers; de San Giovanni in Fonte, en Ravena, y los baptisterios de Parma, Pisa y Florencia. En Francia se los llamaba San Juan de las Fuentes o San Juan el Redondo, a causa de su planta circular.
   Numerosas órdenes religiosas o militares se vindican de San Juan Bautista: Los caballeros de San Juan de Jerusalén expulsados a Rodas por la reconquista musulmana, que luego pasaran a Malta; los cartujos, cuya devoción se repartía entre San Juan, patrón de los ascetas y San Bruno, fundador (Claus Sluter lo ha representado en la portada de la Cartuja de Dijon como patrón de los Cartujos, protegiendo a Felipe el Atrevido. La cartuja del Valle de la Bendición, fundada por el papa Inocencio VI en Villeneuve de Aviñón, originalmente estaba consagrada a San Juan Bautista; por ello los frescos de la capilla ilustran escenas de su vida. En España, Fernando Gallego pintó para la Cartuja de Miraflores un ciclo de la historia del Bautista) de la orden.
   En 1310, en Haarlem, se fundó una Encomienda de la orden de San Juan. Para ella fue ejecutado el gran retablo de Geertgen Tot sint Jans, uno de cuyos paneles se encuentra en el Museo de Viena.
CULTO POPULAR
   Numerosos santos nunca han recibido más que un culto litúrgico y, por así decir, oficial, pero San Juan Bautista es, por el contrario, el tipo del santo popular.
   Los fuegos de San Juan, las hierbas de San Juan (las verbenas) son una herencia del paganismo que sobrevive en el folklore cristiano.
   Las corporaciones y las cofradías se disputaban el patronato de tan poderoso intercesor: por ello su imagen es tan frecuente en los báculos procesionales de las cofradías.
   San Juan Bautista era el patrón de los sastres porque se vistió a sí mismo en el desierto; de los peleteros, a causa de la túnica de pelo de camello; de los fabricantes de cinturones, zurradores y talabarteros porque llevaba cinturón de cuero; de los cardadores de lana porque tenía un cordero como atributo.
   En Florencia había adquirido la clientela del Arte di Calimala, es decir, del gremio de comerciantes de paño francés.
   En memoria del festín de Herodes, era venerado por los posaderos. La prisión le valió la clientela de los pajareros porque también él había sido metido en una jaula y su decapitación la de los cuchilleros y afiladores porque le habían cortado la cabeza.
   A causa de su prisión y decapitación también era el patrón de los prisioneros y condenados a muerte. Las cofradías de la Misericordia que se habían fijado como misión acompañar a los condenados al suplicio y sepultarlos, habían elegido como emblema la cabeza de San Juan en una bandeja. Por eso la capilla de los Penitentes Negros de Aviñón, adosada a la prisión, está dedicada a San Juan Bautista, y los bajorrelieves de la fachada representan a dos ángeles que llevan su cabeza en una bandeja.
   Sin embargo, a primera vista se explica difícilmente, que también sea el patrón de cantores y músicos. En este sentido, es necesario recordar que los nombres de las notas de la escala han sido tomadas por el monje benedictino Guido d'Arezzo de un himno en su honor: ut (luego do), re, mi, fa, sol, la son las sílabas iniciales de los versos donde se lo celebraba, y la nota si está compuesta por la S y la I de San Juan (Sancte Iohannes), invocada al final de la estrofa.
   Como todos los santos populares, el Bautista era también un santo curador.
   La cabeza de San Juan en una bandeja (Johannischüsse) era objeto de una particular devoción por parte de los fieles que sufrían de migraña o jaqueca: se les presentaba la bandeja de San Juan, y a veces incluso se les colocaba su cabeza de metal hueco para "aspirar" la enfermedad.
   En Amiens, la cabeza de San Juan curaba la epilepsia (se llamaba a la epilepsia el mal de San Juan). En San Juan de las Viñas de Soissons, a donde los pacientes acudían en peregrinación, se lo invocaba contra las enfermedades de garganta, las anginas y los ahogos.
   En el Tirol, los campesinos conseguían la curación de los dolores de cabeza dando tres vueltas en torno al altar con una "Johannisschüssel" (algarroba). Arrojada al agua, la cabeza de San Juan ayudaba a a encontrar los cuerpos de los ahogados.
   A causa del Bautismo en el Jordán, tradicionalmente se consideraba a San Juan protector de las fuentes.
   En Rusia, los popes recomendaban abstenerse de todo fruto o legumbre, pera o calabaza cuya forma pudiera recordar la de la cabeza humana en el día de la fiesta de la Decapitación del Prodromo.
   Si a todas esas creencias populares se suma el hecho de que los nombres de San Juan y Juana eran extremadamente usuales en todos los países y que su empleo hacía que quienes lo eligieran se hicieran pintar bajo la protección de su santo patrón, se explica fácilmente la profusión de imágenes de San Juan en el arte cristiano.
ICONOGRAFÍA
   Tipos. La mayoría de los santos no tienen más que un tipo iconográfico. A nadie se le ocurriría representar un San Pedro o un San Pablo niños. Pero San Juan Bautista aparece en el arte cristiano, por el contrario, con dos aspectos diferentes: como niño y como adulto, como compañero de juegos del Niño Jesús y con los rasgos de un predicador ascético. Desde este punto de vista puede compararse con David, representado ya como joven pastor vencedor de Goliat, ya como rey coronado tocando el arpa.
San Juanito
   Fue el Renacimiento italiano el que popularizó el tipo del bambino de cabellos rizados jugando respetuosamente con el Niño Jesús bajo la tierna vigilancia de la Madona.
   El tema del pequeño San Juan asociado con el Niño Jesús no tiene fundamentos alguno en la Biblia, porque si hay que creer en el testimonio de San Juan Evangelista (1: 31), el Bautista habría dicho al ver a Jesús avanzar hacia él para ser bautizado en las aguas del Jordán: "Yo no le conocía".
   Pero se explica sin dificultad el atractivo que un tema semejante debía ejercer sobre los pintores de la maternidad y de la infancia. Según Botticelli, fue Leonardo da Vinci quien en su Virgen de las Rocas ha ofrecido el modelo más perfecto de esas Sagradas Familias ampliadas que luego inspiraron a Rafael (bastará recordar la Madonna della Tenda en la Pinacoteca de Munich; la Virgen del velo y la Sagrada Familia de Francisco I, en el Museo del Louvre) y a Murillo tantas obras maestras de gracia conmovedora.
   Señalemos sólo que desde el punto de vista iconográfico ese tema se presta a las variaciones más delicadas: San Juanito es ya el compañero del Niño Jesús al que entrega su cordero, ya el adorador de Aquél a quién, a la sazón, confusamente, siente "mayor que él" ¡Pero cuántos matices entre la camaradería y la adoración!
   Aunque los dos niños hayan nacido con algunos meses de intervalo, la diferencia de edades está muy marcada: Juan aparece siempre muy claramente como el mayor.
   Los artistas florentinos del Quattrocento representaron a San Juan adolescente con los rasgos de un efebo imberbe de nerviosa elegancia (Donatello, Verrocchio) o de gracia andrógina (da Vinci).
   En el siglo XVII, Murillo lo transformó en muchacho andaluz.
   En el siglo XIX, los escultores franceses Paul Dubois y Dampt enriquecieron el tema.
San Juan adulto
   Por encantador que resulte el tipo pueril o juvenil del Giovannino italiano, San Juan aparece en el arte cristiano casi siempre con los rasgos de un asceta demacrado "alimentado con langostas y miel silvestre", predicando la penitencia en el desierto de Judea.
   El arte realista de finales de la Edad Media y del Renacimiento lo representa de buena gana como un faquir esquelético, uno yogui hindú o un beduino nómada macilento y quemado por el sol, de barba descuidada y cabellos hirsutos.
   No obstante, ese San Juan ascético de origen oriental estuvo precedido por representaciones de tipo pastoral o sacerdotal en las manifestaciones paleocristianas de Ravena.
   Vestimenta. Según los Evangelios de Mateo (3, 4) y de Marcos (1, 6), está vestido con una túnica corta (exomis). Pero su vestidura característica es un sayo de pelo de camello (trikhinon himation) ajustado en la cintura mediante un cinturón de cuero. (Joannes erat vestitus pilis cameli et zona pellicea circa lumbos ejus.) En el arte pictórico del siglo XV, la piel de la cabeza del camello pende entre sus piernas. La piel manchada de un tigre que viste en un mosaico bizantino de Parenzo, en Istria, es una excepción. El sayo tejido con pelo de camello se reemplazó en Occidente con una piel de oveja o de cabra que le deja los brazos, las piernas y hasta una parte del torso desnudos. El palio púrpura que tiene encima en la escena de la intercesión del Juicio Final, alude a su martirio.
   Atributos. En el arte bizantino, está representado como un ángel con grandes alas (alígero). Esta concepción del Prodromo alado se remonta a una profecía de Malaquías (3:1): "He aquí que envío a mi mensajero para preparar mi camino, el ángel de la Alianza que deseáis." En el principio del Evangelio de San Marcos (1:2), se lo califica de mensajero celestial; no es otra cosa que la traducción literal de las palabras de Cristo que lo glorifica como "el igual de un ángel".
   En su mano, como los santos "cefalóforos", tiene una bandeja con su cabeza cortada: con frecuencia esa bandeja es reemplazada por un cáliz donde reposa como una hostia viva el Niño Jesús desnudo.
   Sus atributos son muy diferentes en el arte de Occidente. El más frecuente es el cordero cruciforme que presenta en un tondo, en un pliegue de su manto, apoyado sobre un libro o derramando su sangre en un cáliz, a sus pies. Ese símbolo es el que conviene más a un Precursor, puesto que saluda a Jesús diciendo: "He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo."
   Con frecuencia tiene una cruz de cañas en la que una filacteria lleva la inscripción: Ecce Agnus Dei. Un panal de miel alude a su alimento en el desierto.
   Por el índice elevado expresa, como el arcángel Gabriel, su misión de Anunciador (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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