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lunes, 26 de agosto de 2024

La pintura "La muerte del maestro", de Villegas, en la sala XII del Museo de Bellas Artes

 
   Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "La muerte del maestro", de Villegas, en la sala XII del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.        
     Hoy, 26 de agosto, es el aniversario del nacimiento de José Villegas Cordero (26 de agosto de 1844), así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura "La muerte del maestro", de Villegas, en la sala XII del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
     El Museo de Bellas Artes, antiguo Convento de la Merced Calzada [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
   En la sala XII del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "La muerte del maestro", de José Villegas Cordero (1848 - 1921), realizado entre 1880-1910, siendo un óleo sobre lienzo en estilo costumbrista, con unas medidas de 3,30 x 5,05 m., y procedente de la adquisición de la Junta de Andalucía, en 1996.
   Esta escena de gran dramatismo representa el trágico momento que sucede a la muerte de un torero en la plaza. La composición está distribuida en dos partes, la mitad izquierda, donde yace el difunto sobre la cama mientras un sacerdote reza en la cabecera, y la derecha, donde se distribuye la cuadrilla del torero muerto. Destaca la expresividad en los rostros y actitudes de los miembros de la cuadrilla que muestran la desolación y desesperación ante la muerte del maestro. La obra es muy interesante desde el punto de vista temático ya que introduce una novedad dentro del género taurino y es su concepción como un gran cuadro de historia pero prescindiendo de la retórica propia de éstos. En cuanto a su técnica y estilo, aporta logros espaciales y lumínicos, así como gran calidad de matices del color que el autor fue perfilando a lo largo de los casi veinte años que tardó en su terminación.
     Villegas Cordero inició el lienzo durante los primeros años de la década de los ochenta y lo presentó al público en 1893. Tras varios años realizando pequeños cambios y retoques presentó la obra definitiva en 1910.
     El origen del lienzo es la cogida de Bocanegra durante la corrida que tuvo lugar en la plaza de toros de Sevilla en 1880 (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
   Célebre en vida y pronto olvidado es frase que puede aplicarse a la circunstancia de la fama de muchos pintores. Uno de ellos es Villegas quien después de conocer la gloria en vida pasó a ser ignorado durante mucho tiempo, hasta que en las últimas décadas ha vuelto a recibir la atención que sus méritos artísticos merecen.
   Nacido en Sevilla en 1844 y fallecido en Madrid en 1921, Villegas repartió su formación entre Sevilla y Madrid. A los veinte años marchó a Roma, que había de ser para él la ciudad definitiva en su vida tanto en sus aspectos artísticos como en los humanos. En sus primeros años de estancia en la capital italiana se esforzó en aprender y perfeccionar su formación, para después sentar plaza de pintor de categoría y hacerse una clientela de carácter internacional que fue adquiriendo sus pinturas sin reparar en el precio. Su carrera en Roma culminó con el nombramiento de director de la Academia española; años más tarde en Madrid fue nombrado director del Museo del Prado, cargo que desempeñó hasta 1918.
   La temática pictórica tratada por Villegas es muy amplia y con técnica magistral recreó temas históricos, escenas costumbristas, retratos y paisajes. Entre sus pinturas de tema histórico destaca un amplio conjunto que tiene como ámbito a Venecia, ciudad de la que supo extraer numerosas evocaciones del pasado. En Venecia transcurrieron numerosas estancias de Villegas y allí obtuvo una fecunda inspiración para recrear escenas que evocan el esplendoroso pasado de la ciudad. Al lado de escenas historicistas Villegas también plasmó temas que proceden del ámbito hispano, siendo un excepcional pintor de temas taurinos y también de asuntos vinculados al carácter popular.
   Un conjunto de dieciséis obras de Villegas se guardan en el Museo de Sevilla. La mayoría de ellas fue legada por Dª Lucía Monty, viuda del pintor quien había guardado los retratos que a lo largo de su vida le había realizado su marido. Es ésta una colección espléndida porque en ella y a través de los años el artista había empleado sus mejores virtudes técnicas junto con su más profundo sentimiento (Enrique Valdivieso González, Pintura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Biografía de Manuel Fuentes Rodríguez "Bocanegra", personaje en el que se inspiró la obra reseñada;
     Manuel Fuentes Rodríguez, "Bocanegra". (Córdoba, 21 de mayo de 1837 – Baeza, Jaén, 21 de junio de 1889). Torero.
     Algunas fuentes dan marzo como su mes de nacimiento. Hijo del banderillero Manuel Fuentes, Canuto, de niño entró a formar parte de una cuadrilla infantil de toreros formada por Antonio Luque, Camará.
     En Córdoba toreó por primera vez en 1852, con quince años, como banderillero. Al año siguiente ya intervino como matador en un festejo celebrado en esa misma plaza. En 1855 y 1856 siguió como subalterno a las órdenes de José Rodríguez, Pepete, y, en 1857, hizo lo propio con Manuel Domínguez, con quien avanzó muchos peldaños en su profesión. Estuvo seis años en la cuadrilla de Domínguez, quien en ocasiones le permitía, como entonces era costumbre, estoquear algunos toros. Su maestro le concedió la alternativa el 31 de agosto de 1862 en El Puerto de Santa María, con reses del marqués de Tamarón.
     José María de Cossío recoge la noticia aparecida en el semanario taurino madrileño Boletín de Loterías y de Toros, que reseña que Manuel Domínguez sólo pudo estoquear dos toros, segundo y tercero, “no pudiendo matar el quinto por haberse lastimado la mano derecha con la espada al matar el tercero. Bocanegra, pues, mató el día de su alternativa cuatro toros de un modo admirable”. El toro de la ceremonia se llamó Recobero.
     Confirmó el doctorado en Madrid el 5 de mayo de 1864. Curro Cúchares le cedió el toro Romito, de la ganadería de José de la Peña. En Madrid ya había estoqueado dos toros, el 16 de junio de 1861, en una corrida en la que, sin ser matador, actuó como sobresaliente de Julián Casas, Salamanquino, y Manuel Domínguez.
     Explica Cossío que la aparición en la fiesta del cordobés Rafael Molina, Lagartijo, una de las figuras históricas del toreo, perjudicó a Bocanegra, pues “Córdoba entera colocó en un segundo plano a éste para exaltar a aquél, que, con su toreo de arrogancias, flexible, ameno, armonioso y vibrante, venció al de maneras secas, precisas y duras”, de Bocanegra. Durante los siguientes años toreó con normalidad, aunque no tuvo excesivo cartel en Madrid.
     Según Cossío, “atacado de una enfermedad venérea, un día que toreaba una vaca en el corral del matadero de Córdoba, hubo de arrojarse a una pila de agua para no ser cogido, y, complicada la dolencia con el baño, le sobrevino un mal a la vista, no pudiendo torear las temporadas de 1869, 1870 y parte de 1871”. Reapareció el 24 de junio de ese año en El Puerto de Santa María, y el 19 de abril de 1872 tuvo una gran tarde en Sevilla, a pesar de su obesidad y limitaciones físicas.
     El 16 de junio de 1889 toreó por última vez en Madrid, sustituyendo a Frascuelo en la corrida de Beneficencia.
     Según Pérez López, “Bocanegra al primero le toreó en corto y bien, mató de media intentando recibir y tres descabellos, palmas. En el quinto, desconfiado y sin lucimiento, mató de dos estocadas malas y tuvo división de opiniones. Hizo poco en la brega y dirección de lidia”. Manuel Fuentes lidió un toro de Manuel García Aleas y otro, el último, de Agustín Solís, de nombre Rosquillero. Sus compañeros de cartel fueron Lagartijo, Vicente Pastor y Guerrita.
     Cuatro días después, el 20 de junio, acudió como espectador a una novillada en Baeza (Jaén). El cuarto toro, Hormigón de nombre, salió muy difícil y Bocanegra pidió permiso a la presidencia para bajar al ruedo a ayudar a los principiantes. Al hacer un quite, fue perseguido por el toro y, al no poder entrar en el burladero, resultó cogido, provocándole una cornada muy extensa, con grandes destrozos intestinales, de la que falleció al día siguiente.
     Mariano del Todo Herrero escribió en la revista La Lidia: “No era Bocanegra un torero fino, elegante y alegre, como suele darlos con frecuencia la ciudad de los califas; pero le sobraba en cambio serenidad y aplomo en sus buenos tiempos y valentía siempre; y aun en el declive de sus facultades físicas le hemos visto faenas tan magistrales y preciosas” (José Luis Ramón Carrión, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Conozcamos mejor la Biografía de José Villegas Cordero, autor de la obra reseñada;
   José Villegas Cordero (Sevilla, 26 de agosto de 1848 – Madrid, 10 de noviembre de 1921). Pintor.
   Hijo de un modesto barbero, José Villegas recibió una sumaria educación orientada en su adolescencia hacia la pintura, pese a la oposición paterna, ya que su progenitor no veía futuro para su hijo en el ejercicio de dicha actividad. En 1862 entró como aprendiz en el taller de José María Romero pintor de retratos de la burguesía y aristocracia sevillana y también creador de escenas costumbristas y de pinturas religiosas; al mismo tiempo, se inscribió como alumno de la escuela de Bellas Artes sevillana donde destacó enseguida merced a sus innatas dotes artísticas. Convencido de la angostura de los criterios artísticos que se impartían en dicha escuela, Villegas aspiró muy pronto a marcharse a Madrid para complementar su formación, lo que llevó a cabo en 1867, después de cuatro años de estudios sevillanos. En Madrid acudió de inmediato al Museo del Prado donde se entusiasmó con el arte de Velázquez, al que se dedicó a copiar con especial delectación. La pincelada suelta y espontánea reflejada sobre todo en las postreras obras velazqueñas y también su sentido de la luz y del color le subyugaron especialmente y contribuyeron a elevar su técnica de forma muy sensible.
   Después de una breve estancia madrileña, Villegas regresó a Sevilla, pero lo hizo ya con la idea determinada de abandonar pronto su ciudad natal para viajar a Roma donde aspiraba a culminar sus conocimientos y a iniciarse en el ejercicio de la pintura con grandes pretensiones. Tras otra breve estancia en Madrid, donde siguió copiando en el Prado a los grandes maestros de la historia de la pintura, tomó camino de la ciudad eterna.
   La estancia de Villegas en Roma se inicia a mediados de 1868 y allí fue bien recibido por artistas españoles como Eduardo Rosales, que le ofreció compartir su estudio y que un año después, al regresar el maestro madrileño a España, pasó a ocupar él solo. El tener estudio propio en Roma, facilitó la carrera artística de Villegas, quien muy pronto intentó alcanzar una fama pareja a la que allí disfrutaba Mariano Fortuny, a quien admiraba profundamente y a quien había conocido años antes en Madrid.
   Muy pronto Villegas obtendría en Roma la recompensa a sus aspiraciones, puesto que enseguida encontró a coleccionistas y anticuarios que se interesaron por sus obras, lo cual le permitió forjar una clientela internacional que compraba directamente sus pinturas en su estudio a precios satisfactorios, que se elevaban a medida en que sus creaciones eran premiadas en las sucesivas exposiciones internacionales a las que se fue presentando. Todo ello movió a los principales marchantes parisinos a ofrecerle ventajosos contratos para trabajar para ellos. Villegas siguió residiendo en Roma aplicándose desde entonces al ejercicio de una pintura de moda en aquellos momentos, generalmente de pequeño formato, ejecutada con una técnica preciosista en la que trataba temas históricos, escenas costumbristas, paisajes o retratos. 
   La muerte de Fortuny en 1874 le convirtió en el pintor español más popular en Roma, merced, sobre todo, a que en 1898 fue nombrado director de la Academia Española de Bellas Artes de esta ciudad, perdurando su prestigio allí hasta su regreso a España en 1901. Al regresar a Madrid fue nombrado director del Museo del Prado y también de inmediato académico de Bellas Artes de San Fernando. En la capital se incorporó al mundo literario y artístico, convirtiéndose en una de las principales figuras de la intelectualidad, al tiempo que se le consideró el pintor de moda. En efecto, la alta sociedad madrileña y especialmente las damas suspiraban porque Villegas llegase a inmortalizarlas en retratos, elevándose notablemente su prestigio cuando, primero en 1902 y luego en 1906, retrató al monarca Alfonso XIII. En los últimos años de su vida Villegas padeció una afección visual que le apartó de la práctica de la pintura desde 1918 hasta la fecha de su muerte en 1921.
   La producción pictórica de Villegas es muy numerosa y en ella trató todos los géneros pictóricos como los temas de historia, el paisaje, escenas costumbristas, casacones y retratos. En el ámbito de la pintura de historia han de citarse obras relevantes como La Paz de las Damas y La última entrevista entre Don Juan de Austria y Felipe II, obras ejecutadas en 1879. Dentro de la retórica habitual que todos los artistas españoles de esta época introducían en la pintura de asunto histórico, Villegas se destaca por su esfuerzo en obtener en sus obras una máxima naturalidad en la descripción de los gestos y actitudes de los personajes. Al mismo tiempo, fue minucioso y preciso en la descripción arquitectónica de los escenarios de sus obras, de los vestuarios y de los objetos. Notable es en su producción la escena que representa a Pietro de Aretino en el taller de Tiziano, ejecutada en 1890 en homenaje al gran maestro de la pintura veneciana del Renacimiento. Villegas sintió siempre una especial predilección por la ciudad de Venecia, a la que viajó en numerosas ocasiones y en la que permaneció durante largas estancias que le proporcionaron numerosos temas de inspiración. Su mejor pintura de tema veneciano es El Triunfo de la Dogaresa, ejecutada en 1892 y que es un entusiasta homenaje a la elegancia y belleza de la figura femenina. Otras composiciones con argumento veneciano son La fiesta de las Marías y La procesión del redentor.
   El subyugante ambiente urbano de la ciudad de Venecia fue también motivo de inspiración para Villegas, quien plasmó allí atractivos paisajes como El canal de la Zatera, La Ca d’Oro, La iglesia de la Salute y El ponte della Paglia.
   Sin duda, la modalidad pictórica que más renombre proporcionó a Villegas fue la de asuntos costumbristas, con la que alcanzó un notable éxito de crítica y de público y la que fue adquirida con entusiasmo por su clientela. La moda por temas de inspiración española estuvo en boga en Europa en el último tercio del siglo XIX y Villegas alcanzó con ella un excepcional resultado, merced a la calidad y el virtuosismo que plasmaba en este tipo de pinturas. Esta circunstancia le permitió ejecutar con prodigalidad numerosos temas protagonizados por toreros, bailaoras, pícaros o mendigos que por su acertada descripción fueron intensamente valorados. Al tiempo que temas de raigambre hispana, Villegas realizó también con gran fortuna temas populares de inspiración italiana, que igualmente interpretó con singular acierto. De esta índole son obras como La fiesta del quince de agosto en Nápoles y Al mercado en las cuales recrea especialmente hermosos prototipos femeninos que muestran un sentido elegante y refinado en su expresividad.
   Bien relacionado con los altos estamentos eclesiásticos de Roma, Villegas alcanzó a captar en varias ocasiones escenas protagonizadas por personajes pertenecientes a las jerarquías superiores de la Iglesia, como obispos o cardenales. En estas obras, que tuvieron una gran acogida entre la clientela, destacan La antesala de su Eminencia y El cardenal penitenciario. También con asunto religioso representó escenas que describen ceremonias o procesiones como La fiesta de las palmas en San Juan de Letrán que puede ser considerada como una de las mejores obras que el artista realizó en Roma.
   De forma inevitable Villegas incidió en la práctica de pintura de “casacones”, puesto que la clientela seguía demandando este tipo de obras; en esta modalidad su obra maestra es la representación de El bautizo del nieto del general, seguida de otra denominada El barbero de Sevilla. También siguiendo la moda vigente en su época, realizó representaciones de carácter orientalista, que recreó gracias a la experiencia visual que tenía de este ámbito y que obtuvo en un viaje a Marruecos que había realizado en su juventud. Como ejemplo de este tipo de pinturas puede señalarse La tienda del vendedor de babuchas.
   Uno de los temas hispanos de mayor éxito dentro del repertorio de Villegas fue el taurino, que recreó en obras como El descanso de la cuadrilla, Toreros en la capilla de la plaza, Toreros en la taberna y sobre todo La muerte del maestro, obra de grandes dimensiones de la cual realizó dos versiones diferentes (en 1893 y en 1910).
   Otras pinturas de inspiración popular fueron El jaleo, Los monaguillos, Matilde la gitana, Soledad la cantaora y Encarna. En todas estas pinturas Villegas supo captar atractivos modelos que recrean progresivamente una técnica fluida y diestra que hace lamentar que no se dedicase a una pintura más comprometida y trascendente, circunstancia que le hubiera otorgado un puesto de mayor preeminencia entre los artistas que marcaron la transición entre el siglo XIX y el XX.
   Muy notable, aunque minoritaria dentro de su producción, fue su dedicación al retrato, que practicó en repetidas ocasiones ejecutando varias versiones de su propio autorretrato y pintando también a su esposa Lucía Monti y a otros personajes familiares. Numerosos clientes quisieron también ser efigiados por Villegas, destacando entre ellas Las señoritas de San Gil y el Marqués de Polavieja, en el ámbito aristocrático, aunque quizás su mejor retrato fue el de Pastora Imperio, rebosante de gracia y desenfado.
     En los últimos años de su vida, Villegas se sintió captado por el espíritu artístico del simbolismo, al que llegó sin duda con notable retraso; sin embargo, con este espíritu artístico, llegó a concebir en los últimos años de su vida un magno proyecto en el que intentó reflejar la trascendencia del ser humano y los impulsos que mueven sus acciones y sentimientos. Todo ello lo recogió en su Decálogo, conjunto de doce pinturas en las que representó los diez mandamientos de la ley de Dios más un prólogo y un epílogo. En estas pinturas aparecen el hombre y la mujer, generalmente al desnudo y vinculados a la naturaleza, logrando efectos de una gran belleza que refuerzan el contenido narrativo de estas escenas (Enrique Valdivieso González, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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