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viernes, 16 de agosto de 2024

Un paseo por la calle San Roque

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle San Roque, de Sevilla, dando un paseo por ella.    
      Hoy, 16 de agosto, en Lombardía, en Italia, Memoria de San Roque, que, nacido en Montpellier, en la región francesa del Languedoc, adquirió fama de santidad con su piadosa peregrinación por toda Italia curando a los afectados por la peste (c. 1379) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y qué mejor día que hoy para ExplicArte calle San Roque, de Sevilla, dando un paseo por ella
     La calle San Roque es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo; y va de la calle San Eloy, a la calle Bailén.  
     La  calle, desde  el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en  la  población  histórica  y en  los  sectores  urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las  edificaciones  colindantes  entre  si. 
     En  cambio, en  los  sectores  de periferia donde predomina la edificación  abierta,  constituida  por  bloques  exentos,  la  calle,  como  ámbito  lineal de relación, se pierde, y  el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
      La primera referencia a este topónimo se encuentra en un acta capitular de 1616. El nombre lo tomó  de un Hospital de San Roque allí ubicado. En realidad la denomi­nación de San Roque incluía también a la actual calle Herrera el Viejo y así puede verse todavía en los planos de Olavide (1771) y Lerena (1788). Este último espacio se designaba popularmente como callejuela o callejón de San Roque, hasta que en 1845 recibió un nombre propio (v. Herrera el Viejo).
     Se trata de una calle estrecha y sinuosa que discurre serpenteante hacia su final, aún más angosto. Desembocan en ella por la derecha, Herrera el Viejo y Rafael Calvo. En el pasado debió ser más estrecha, a juzgar por los proyectos de alineaciones y derribos que se redactan a principios de nuestro siglo (1907, 1908 y 1914). Está adoquinada, salvo en el tramo final que, como sus aceras, tiene losetas, a partir de la esquina de Rafael Calvo. Se ilumina con farolas sobre brazos de fundición adosados a las fachadas. Cumple una función preferentemente residencial, con algunas tiendas y bares en la esquina de San Eloy, donde se ensancha ligeramente a mo­do de plazoleta. Como nota curiosa, una información de prensa de 1855 recoge la protesta de los vecinos por las incomodidades de una carbonería situada justamente en ese lugar: "Los vecinos de la calle de San Roque nos suplican roguemos a los señores municipales que vean la manera más legal de ha­cer desobstruir el paso de la mencionada calle a la de San Eloy, interceptado casi continuamente por burros, ceras, ramas de lentisco y palancas y pesos y cuanto consigo lleva como requisito la operación de cargar y descargar carbón; operación que allí se hace todo el día y a todas horas enmedio de la calle, que unas veces está llena de polvo ne­gro, otras de estiércol de los asnos..." (El Porvenir, 29-XII-1855). 
     También protesta­ban los vecinos por la existencia de una pila (1872). En la actualidad abundan en la calle, como en toda esta zona próxima a la desaparecida estación de plaza de Armas, los establecimientos hoteleros, situados en las tradicionales casas de patio. Alternan las viviendas tradicionales sevillanas, con cancela, patio y cierro a la calle, con otras construcciones modernas, casi todas de los años 70 de nuestro siglo, edificadas tras los derribos de las primeras. Entre las más antiguas sobresalen las núms. 19 y 20, ésta última con un azulejo de San Francisco en su fachada. La núm. 22 daba acceso al antiguo Corral de las Flores. No se sabe cuál era la casa que cobijó al antiguo Hospital de San Roque y que, según González de León (Las calles de Sevilla, 1839), conservaba un cuadro en la pared [Rogelio Reyes Cano, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
San Roque, 18-22. Tres casas del siglo XVIII, de dos plantas e iguales en sus fachadas. En la del número  20  existe  un  azulejo de San Francisco. El número 22 da acceso al Corral de las Flores, que consta de dos plantas con galerías adinteladas sostenidas por pilares y pies derechos de madera con zapatas [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Roque
     Santo antipestoso del siglo XIV cuyas biografías, francesas o italianas, de carácter legendario, se remontan a finales del siglo XV. Puede decirse que "era más conocido por la devoción popular que por la historia de su vida". Algunos historiadores han llegado a sostener que su existencia era tan mítica como la de san Fuerte de Burdeos.
LEYENDA
   Nació en Montpellier hacia 1350 y habría venido al mundo con una pequeña cruz roja sobre el pecho. Quedó huérfano a muy temprana edad. Cuando murieron sus padres repartió la fortuna familiar entre los pobres y los hospitales, vistió hábito de peregrino y en 1367 se dirigió a Roma donde estu­vo tres años, hasta 1371.
   Al llegar a Acquapendente, en los Apeninos, encontró la ciudad devastada por la peste: asistió y animó a los enfermos a quienes curó haciendo la señal de la cruz sobre ellos.
   Al regresar de su peregrinación, en Plasencia sintió los primeros síntomas de la enfermedad. Una noche un ángel le advirtió que le había llegado la hora de sufrir. Aunque se sintió atravesado por el dolor, en vez de quejarse, dio gracias a Dios y se retiró en un bosque impenetrable para morir en soledad y no contagiar a nadie.
   Dios le envió un ángel consolador y curador para que lo asistiese en su soledad, el cual aplicó un bálsamo sobre su herida, y también hizo brotar  una fuente para que Roque pudiera aplacar su sed febril. Además, lo aprovisionó de alimentos: cada día, el perro de un señor de la región le llevaba un pan robado de la mesa de su amo. El perro proveedor tiene en esta leyenda la misma función que el cuervo que alimentó al profeta Elías y a san Pablo ermitaño.
   Restablecido, partió hacia Montpellier donde nadie pudo reconocerle, ni siquiera su tío. Fue denunciado como espía y lo encarcelaron. Un día, su carcelero lo encontró muerto, irradiando una luz sobrenatural.
   En verdad habría muerto en Lombardía (Angeria), hacia 1379.
   Esta leyenda parece copiada en parte de la de san Alejo, quien regresó de los Santos Lugares para morir en Roma como mendigo anónimo, bajo la escalera de la casa paterna.
CULTO
   El culto de «monseñor san Roque, verdadero preservador de pestilencia", se desarrolló tarde, incluso en Montpellier, cuya universidad en 1410 todavía se encomendaba a san Sebastián para hacer que cesara una epidemia de peste. Evidentemente, fue la competencia de un santo universal como, San Sebastián, invocado desde mucho tiempo antes contra las flechas de la  peste, quien postergó el progreso de la devoción a san Roque, aunque éste haya tenido sobre aquélla ventaja de haber curado apestados y de haber contraído él mismo esa terrible enfermedad.
   Hay dos hechos que explican la difusión del culto de san Roque en el siglo XV: la decisión del concilio de Ferrara, que amenazado por una epidemia de peste habría prescrito plegarias públicas para pedir la intercesión del  santo de Montpellier, y el traslado de una parte de sus reliquias a Venecia, en 1485.
   A partir de entonces, las cofradías de san Roque se multiplicaron en Francia, y también en Italia, donde llevan el título de Confraternita o Scuola di San Rocco. El teatro de los autos sacramentales también contribuyó a la popularidad de san Roque. En 1493 se puso en escena un Mystere de Monseigneur saint Roche (Misterio de monseñor san Roque). Una cofradía de san Roque tiene una capilla en la iglesia de los carmelitas de París.
   Este culto popular precedió a su canonización oficial. Fue recién en el siglo XV cuando el papa Gregorio XIII inscribió su nombre en el Martirologio, en el XVII cuando fue canonizado por el papa Urbano VIII.
Lugares de Culto
   En el sur de Francia se dedicaron numerosas capillas al "gentilhombre de Montpellier", al «glorioso san Roque», sobre todo en ocasión de las epidemias de peste de 1630 y de 1720. En París, Luis XIV colocó en 1653 la primera piedra de la iglesia de la calle Saint Honoré, destinada a reemplazar una capilla que se había vuelto demasiado pequeña. En Pontcarré en Brie, los peregrinos pasaban bajo el relicario de san Roque para preservarse del cólera.
   En Italia, Venecia adoptó a san Roque, cuyas reliquias se había procurado en 1485 porque estaba particularmente expuesta a la peste a causa de sus relaciones comerciales con Oriente, cuna de las epidemias. Se glorificaba al santo por haber salvado de la terrible enfemedad, mediante la señal de la cruz, a numerosas ciudades de Italia (multas Italiae urbes a morbo epidemiae signo crucis liberavit).
   El culto de san Roque está probado no sólo en Venecia sino en Portugal (Lisboa), en Alemania (Bingen), donde se realiza una peregrinación en su memoria a Rochusberg, y en Bélgica (Amberes y Huy). No obstante, la extensión del culto de san Roque permaneció limitada a Europa occidental, el Oriente cristiano nunca lo ha reconocido.
Patronazgos
   Algunas corporaciones lo habían adoptado como patrón: los marineros del Loira, los canteros y los empedradores, porque empleaban en su trabajo trozos de roca (roche).
   También se lo consideraba protector de los animales. El 16 de agosto, día de su fiesta, el sacerdote bendecía hierbas: jaramago (fr.: roquette), menta y poleo, que los campesinos mezclaban con el pienso del ganado para preservarlo de las enfermedades contagiosas.
   El culto de san Roque, vinculado con las epidemias de peste, no ha tenido una duración muy larga. Cuando la plaga se volvió más infrecuente y menos mortífera, la devoción al santo declinó. «Passato el pericolo, gabbato il Santo» Tanto más por cuanto san Roque no fue el último de los santos «antipestorosos», tuvo un temible competidor en san Carlos Borromeo, quien diera pruebas de una heroica devoción durante la Peste de Milán: la gloria del arzobispo de Milán, exaltado por el papado y la orden jesuita, eclipsó a la del humilde peregrino de Montpellier.
   San Roque conoció una provisional reanimación de su popularidad en el siglo XIX, con las epidemias de cólera de 1835 y 1854. Es la ley hagiográfica de la transferencia de especialidad lo que explica este fenómeno.
   El culto popular del santo amenazaba extenderse junto con la peste y el cólera, enfermedades de las que era el «preservador». Si sobrevivió en el campo fue porque pasó, por deslizamiento, desde las personas a los animales, a quienes protege contra las epizootias, y a la vid, que inmuniza contra la filoxera.
   Un indicio impresionante de esta decadencia, es que el nombre de pila Roch, que posiblemente haya sido en su origen un apellido: Roq, muy difundido en Montpellier, cayó completamente en desuso, a nadie volvió a ocurrírsele bautizar Roch a su hijo.
ICONOGRAFÍA
   San Roque es uno de los santos más fácilmente reconocibles de la iconografía cristiana. Su atuendo de peregrino, llamado sarrocchino, con sus accesorios tradicionales: bordón, cantimplora y zurrón, podrían hacer que se lo confunda con el apóstol Santiago o san Sebaldo, pero es el único peregrino que muestra en el muslo un bubón pestilente, que a veces venda un ángel, y además es alimentado por un perro que le lleva un pan en las fauces. El bubón, el ángel y el perro nutricio, tales son los atributos distintivos del santo patrón de Montpellier y de Venecia.
   A veces, aunque es infrecuente, lleva en la mano unas tarreñas o tablillas de leproso, atributo que comparte con el pobre Lázaro.
   En las imágenes más antiguas, san Roque está simplemente representado con el atavío tradicional de los peregrinos, el sombrero de ala ancha sobre el cual está aplicada la insignia de las llaves cruzadas que identifica al «romero» en camino hacia la Ciudad Eterna, mientras que la Santa Faz y las conchas recuerdan a otras dos peregrinaciones, a Jerusalén y a Santiago de Compostela. Además, lleva el bordón, la cantimplora y el zurrón.
   Con la mano descubre una úlcera (Pestbeule) que sus biógrafos sitúan en la ingle (peste inguinale), pero que por decencia los artistas trasladan más abajo, al centro del muslo.
   El ángel enfermero y el gozque aprovisionador se sumaron a su iconografía a partir del siglo XVI.
   El ángel que Dios habría enviado a san Roque en el bosque de Plasencia, para curarlo y confortarlo, aparece por primera vez hacia 1550, en un grabado que adorna la portada de su biografía.
   El santo se arrodilla para aplicar sobre la herida del apestado un bálsamo destinado a cicatrizarla mediante un pincel, o bien  la desinfecta con el líquldo contenido en un pequeño frasco. A veces, oprime el bubón con los dedos para extraer el pus.
   El perro de san Roque, tan popular como el cerdo de san Antonio, llamado gozque, aunque la palabra no tenga parentesco etimológico alguno con el nombre del santo, sólo se convierte en compañero inseparable de éste en la ima­ginería y las banderas de peregrinación del siglo XVI. A causa de una contaminación con la iconografía del pobre Lázaro, patrón de los «leprosos», a veces el perro lame la úlcera del leproso; pero en la mayoría de los casos, está acuclillado junto a él, y en sus colmillos sostiene el pan cotidiano roba­do a su amo. Así se diferencia del perro de santo Domingo (Domini canis) que tiene manchas blancas y negras, y que en las fauces lleva una antorcha encendida. En una xilografía alemana del siglo XV se yergue en dos patas. Con frecuencia, San Roque ha sido representado aisladamente, pero en los exvotos y retablos, al igual que en la imaginería popular, suele aparecer asociado con sus colegas «antipestosos» san Antonio, san Adrián, y sobre todo San Sebastián (tríptico de Jean Bellegambe en la catedral de Arras; estatua en la iglesia de Saint Riquier (Somme); boceles de la portada de Caudebec; tríptico de Cario Crivelli en la iglesia de San Giacomo dell' Orto, Venecia; postigo de grisalla  del tríptico del Tránsito de la Virgen, de Joos van Cleve, Pinacoteca Munich; políptico de los antonitas de Issenheim, Museo de Colmar).
   La mayoría de las pinturas que lo representan son cuadros votivos dedicados, que se encuentran en las capillas corporativas u hospitales (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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