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jueves, 13 de abril de 2023

La Capilla de San Hermenegildo de la Catedral de Santa María de la Sede

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la Capilla de San Hermenegildo, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     Hoy, 13 de abril, Memoria, en Tarragona, ciudad de Hispania, San Hermenegildo, mártir, que, siendo hijo de Leovigildo, rey arriano de los visigodos, se convirtió a la fe católica por medio de San Leandro, obispo de Sevilla. Recluido en la cárcel por disposición del rey, al haberse negado a recibir la comunión de manos de un obispo arriano, el día de la fiesta de Pascua fue degollado por mandato de su propio (586) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
     Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Capilla de San Hermenegildo, de la Catedral de Santa María de la Sede, de Sevilla.
     La Catedral de Santa María de la Sede  [nº 1 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 1 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la avenida de la Constitución, 13; con portadas secundarias a las calles Fray Ceferino González, plaza Virgen de los Reyes, y calle Alemanes (aunque la visita cultural se efectúa por la Puerta de San Cristóbal, o del Príncipe, en la calle Fray Ceferino González, s/n, siendo la salida por la Puerta del Perdón, en la calle Alemanes); en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo.  
     En la Catedral de Santa María de la Sede, podemos contemplar la Capilla de San Hermenegildo [nº 047 en el plano oficial de la Catedral de Santa María de la Sede]; Ésta es la advocación de la capilla funeraria que perteneció al cardenal Cervantes, titular de Ostia, por lo que ha recibido los nombres de "del Cardenal", "del señor Serbantes" y "de los Arzobispos", pues ésta fue una de las tres capillas alineadas y contiguas donde se enterraron arzobispos en la iglesia vieja: don García Enríquez Ossorio (en la de San Clemente) y don Femando Álvarez de Albornoz (en la de san Pedro)(Alfonso Jiménez Martín, Cartografía de la Montaña hueca; Notas sobre los planos históricos de la catedral de Sevilla. Sevilla, 1997).
      Sobre su arco de acceso hay una vidriera con cuatro obispos, obra de Enrique Alemán, en 1478. Preside el interior un retablo realizado por el ensamblador Manuel García de Santiago en 1752. La imagen principal es una escultura de San Hermenegildo, obra de Bartolomé García de Santiago, padre del autor del retablo. A ambos lados de la mesa de altar figuran dos esculturas de Santiago el Mayor y Santiago el Menor, esta última atribuida a Pedro Millán y fechable hacia 1500. El sepulcro del cardenal Cervantes, que ocupa el centro de la capilla, fue realizado en 1458 y es una de las mejores obras de Lorenzo Mercadante de Bretaña. Entre las pinturas que adornan esta capilla destacan Las Bodas de Caná, la Cena de Baltasar y Salomé con la cabeza del Bautista, obras del siglo XVII debidas al flamenco Frans Francken II (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
   La Capilla de San Hermenegildo es obra del arquitecto Juan Normán (Jean Normant), entre 1449 y 1453.   
Sepulcro del Cardenal D. Juan de Cervantes 
     Este maravilloso sepulcro del Cardenal Cervantes, se halla en la Capilla de San Hermenegildo, es de tipo tumuliforme, con la figura yacente sobre el aparato mortuorio de los funerales «corpore insepulto».
     El Túmulo lleva en sus cuatro frentes el escudo car­denalicio, sostenido por ángeles, seis figuras en los án­gulos y centros, con otras tantas representaciones leoninas en los mismos lugares del basamento.
     El yacente está revestido de pontifical con Mitra, Palio, Casulla, Túnica, Tunicela, guantes y báculo; tres almohadones sostienen la cabeza, ricamente paramentados, y la facies es impresionante, posiblemente tomada del natural o de mascarilla cadavérica, ya que la obra fue inmediata a la defunción del Arzobispo.
     Riquísimos los bordados, trabajados en el alabastro con pormenores y virtuosismo, cual de si blanda cera se tratase; ya Angulo destacó el estilo eyckiano de los mismos. En la Mitra se representa la Anunciación y en la tira de imaginería de la casulla, diversos santos no fácilmente identificables.
     La obra está firmada: «Lorenzo Mercadante de Bretaña entalló este bulto». Respecto a su cronología, consta documentalmente que la figura del Prelado se obraba en 1453 y 1454 y en 1458 el resto de la com­posición.
     Aparte de las perfecciones en dibujo, modelado y talla, y de sus valores iconográficos, la obra tiene un sen­tido testimonial de extraordinario interés por cuanto nos enlaza con el renacimiento eyckiano, que tuvo en Borgoña y en Flandes, las fuentes nutricias del arte de la modernidad, distintas del renacimiento clásico italiano.
     La documentación y estudio de este sepulcro, ha permitido identificar otras obras catedralicias.
Santiago el Menor
     Se halla situado en el altar de la Capilla de San Hermenegildo.
     Se le identifica por el palo o garrote nudoso, con que sufrió martirio el Apóstol. Cabeza muy hermosa, de barba larga, ropaje enjuto y sostenido por los brazos, en cascada por el lado derecho zigzagueante por el opuesto.
     Es de piedra policromada, aunque repintada. Parece que formó parte del cimborrio que cubría el crucero catedralicio arruinado en 1511 y por ello atribuida a Pedro Millán, quien en 1506 se comprometió a ejecutar 28 esculturas para dicho lugar, aunque se desconoce las que ejecutó. Sería, pues, la única salvada de la destrucción. Entiendo que puede adjudicarse a dicho maestro, en atención a su dibujo, modelado y talla; comparativamente, también en relación con la tarea de dicho imaginero.
Santiago el Mayor
     Se halla en el altar de la Capilla de San Hermenegildo.
     Es de madera policromada, mayor del natural y corresponde al comedio del siglo XVI.
Retablo y esculturas de la capilla de San Hermenegildo
     Está situada en el costado meridional del templo, entre las de San José y de la Virgen de la Antigua.
     El retablo, discreto, se compone de banco, cuerpo y ático. El cuerpo se divide en tres calles, separadas por estípites; en la caja central el Titular y entre los soportes un Santo con Mitra y pluvial, y una Santa con há­bito benedictino y maqueta de edificio en la mano izquierda (Santa Gertrudis?, Santa Brígida?) En el ático, relieve representando a la Virgen con el Niño entregando el escapulario a San Simón Stock y varios ánge­les. Es obra de Manuel García de Santiago y se fecha hacia el comedio del siglo XVIII.
     Interesante la imagen Titular (en madera ricamente policromada, con arreos militares, manto y símbolos del martirio -hacha y grilletes-), ejecutada por Bartolomé García de Santiago, del propio tiempo.
     En esta misma Capilla se hallan el sepulcro del Cardenal Cervantes y las esculturas de los dos Santiagos, estudiados en sus correspondientes lugares (José Hernández Díaz, Retablos y esculturas, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1991).
     Gran interés por su rareza iconográfica muestra la representación de Santa Librada que figura en la capi­lla de San Hermenegildo. Es obra de la segunda mitad del siglo XVII, probablemente de escuela sevillana, que muestra a la Santa crucificada, transformada en hombre y llevando poblada barba. En la parte superior izquierda y en segundo plano aparece un cantor con un laúd que interpreta loas en honor de Santa Librada.
   Frans Francken II nació en Amberes en 1581, siendo hijo de un pintor con su mismo nombre en cuyo taller se formó. Desde los diecisiete años trabajó como maestro pintor, obteniendo siempre sus obras una ex­celente acogida de mercado, que le permitió el poder disfrutar de una considerable fortuna; murió en Amberes en 1642. En la Catedral se conserva un interesante conjunto pictórico de este artista que muestra un aceptable nivel de calidad, tanto por su empeño compositivo como por la buena técnica que el artista empleó en su realización.
   En la capilla de San Hermenegildo figura una representación de Las Bodas de Caná, que muestra la  característica habilidad de Francken II para descubrir con pormenor los numerosos aspectos particulares que se integran en la escena, como son los alimentos y la vajilla que figuran sobre la mesa o los variados detalles del vestuario de los protagonistas. El virtuosismo descriptivo que Francken II emplea le permiten transformar el contenido de sus escenas, que pasan de un inicial carácter religioso a presentar un sentido prácticamente profano. De esta pintura de Las bodas de Caná, existen versiones similares en el Museo de los Agustinos de Toulouse, en la Iglesia del Salvador de Dijon, y en el Museo de la Universidad de Yale.
     En la misma capilla de San Hermenegildo se encuentra una pintura de Salomé con la cabeza del Bautista, igualmente  obra de  Francken II, que muestra también una pormenorizada descripción, tanto en los aspectos de ambientación general como en los detalles y aspectos particulares que se integran en la escena (Enrique Valdivieso, La pintura en la catedral de Sevilla, siglos XVII al XX, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1991).
   En la nave lateral de la Epístola, sobre la Capilla de San Hermenegildo, podemos contemplar la vidriera realizada por Enrique Alemán hacia 1478-1479, y que representa a cuatro santos obispos, dispuesta en cuatro vanos alargados terminados en forma de arco lobulado con sus claraboyas, con unas medidas de 7'80 x 3'30 mts. 
   En el interior de la propia Capilla de San José, podemos contemplar la vidriera realizada en 1819, y que representa los atributos de San Hermenegildo, dispuesta en un vano alargado terminado en forma de arco apuntado, con unas medidas de 5'50 x 2'40 mts. (Víctor Nieto Alcalde, Las vidrieras de la Catedral, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir. Sevilla, 1991).
   Reseñar también la tumba del Almirante Juan Mathe de Luna (+1337), remodelada y colocada aquí en 1848, y algunas pinturas de la escuela sevillana, del siglo XVII: en el centro superior, "Virgen de la Antigua"; en el lateral izquierdo "Santa Engracia de Zaragoza"; y en el lateral derecho "Santa Rufina".
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Hermenegildo, mártir;
     Hijo de un rey visigodo de España que se había sumado a la herejía arriana, se convirtió al catolicismo y rechazó la comunión de manos de un obispo arriano.
     A causa de tal rechazo, en 586, su padre lo hizo encarcelar en Sevilla y decapitar luego, de un hachazo.
     Canonizado por el papa Sixto Quinto en 1585, es uno de los patrones de Sevilla. Parte de sus reliquias fueron trasladadas al palacio de El Escorial por Felipe II.
ICONOGRAFÍA
     Tiene como atributos una corona real y un cetro, insignias de su origen; cadenas y un hacha, instrumentos de su martirio.
     A sus pies, el obispo arriano que intentó sin éxito hacerle abjurar de su fe, lleva la hostia (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
San Hermenegildo en la Historia de la Iglesia de Sevilla
     San Hermenegildo, hijo del rey Leovigildo, vino a Sevilla como gobernador de la Bética y aquí, convencido por su esposa y san Leandro, abandonó el arrianismo y pasó al catolicismo. Sublevado contra su padre fue encarcelado. Murió degollado en Tarragona al negarse a recibir la comunión de manos de un obispo arriano en la pascua del año 585.
     Hasta el reinado de Teudis (531-548) no se sentirá en la Bética de una manera más real la presencia del dominio visigodo, hasta ese momento, con su capital situada en Tolosa, bastante alejada para ejercer una influencia eficiente. La población bética, y en concreto Sevilla, formada por hispano-romanos, de habla latina y de religión católica, vivían en una tierra generosa y fértil que les proporcionaba un alto nivel de vida. Precisamente Teudis casó con una noble hispano-romana, gracias a la cual, o mejor dicho, a la fortuna y tierras de su suegro, pudo reclutar en un cierto momento un ejército de dos mil lanceros.
     Esta preeminencia social le llevó al trono a la muerte de su antecesor Amalarico. Es Teudis el primer rey godo que vive ya permanentemente en España, en Barcelona y Sevilla.
     Pero una amenaza se cierne desde África. El imperio bizantino, bajo el reinado de Jus­tiniano (527-565), alimenta la esperanza de restaurar bajo su cetro el imperio romano perdi­do. El general Belisario ha derrotado a los vándalos de África y ha anexionado su territorio al imperio. Los bizantinos se hallan al otro lado del Estrecho, dispuestos a la ocupación de España. Teudis, en un ataque por sorpresa, tomó Ceuta. Pero un domingo, confiados inocentemente por el descanso dominical, fueron atacados por los bizantinos y derrotados. Poco después fue asesinado Teudis en su palacio (no se sabe dónde, tal vez Barcelona, Toledo o Sevilla) y le sustituye Teudiselo, un general libidinoso que duró en el trono un año y medio, muerto, éste sí, en su palacio de Sevilla mientras celebraba un banquete.
     Sube al trono Agila (549-554), que va a sentir los primeros brotes independentistas de los hispano-romanos del Sur. Córdoba se le hizo fuerte y no le prestó obediencia. Agila marchó sobre ella y cometió una profanación que indignó los sentimientos católicos de la población hispano-romana de la ciudad: la profanación del sepulcro del mártir san Acis­clo. Indignados los cordobeses, se levantaron contra la expedición de Agila, que derrotó. Agila huyó refugiándose en Mérida.
     Esta situación de debilidad en que se encontraba el rey godo, que no sólo perdió a su hijo, sino también el tesoro real y gran parte de su ejército, fue aprovechada por un noble llamado Atanagildo. Asentado en Sevilla, solicitó ayuda de los bizantinos, quienes vieron así la ocasión de pasar el Estrecho. Con la ayuda bizantina, Atanagildo obtuvo una resonante victoria en los campos de Sevilla sobre las huestes enviadas por Agila (552). Continuaron durante tres años las campañas guerreras, en que los godos se destrozaban en rivalidades internas con la complacencia de los bizantinos. Entonces, los partidarios  del rey Agila lo asesinaron en marzo de 555 en Mérida y proclamaron a Atanagildo. Pero cuando éste quiso alejar a los bizantinos de España porque ya habían cumplido su misión, era demasiado tarde. Habían ocupado una amplia franja costera que iba desde Sevilla hasta Cartagena. Atanagildo, convertido ya en rey de los godos, hubo de tomar a la fuerza la ciudad de Sevilla y empujar el dominio de los bizantinos un poco hacia el este, más allá de la ciudad de Carmona.
     Atanagildo fijó su residencia en Toledo, perdiendo Sevilla, por su situación fronteriza con los bizantinos, la capitalidad del reino. Contra todo pronóstico en los reyes godos, murió en su propia cama (567), aunque dejó el reino arruinado. Le sobrevivió su viuda Gogswintha, que realizará en esta historia un extraño papel.
     A Atanagildo le sigue Liuva (567-572), que asocia al trono muy pronto a su hermano Leovigildo (568-586). Y llegamos así a un momento excepcional de la historia de España y de la historia de la Iglesia de Sevilla. Leovigildo, Hermenegildo, Leandro de Sevilla, tres figuras para un momento clave en el ritmo de la historia patria: arrianismo o catolicismo, ¿qué religión predominará en el nuevo Estado?.
     Leovigildo -considerado por Isidoro de Sevilla y Juan de Bíclaro como un gran rey, a pesar de ser para ellos un adversario político- se encontró con una Hispania debilitada, aprisionada en el mediodía por la presencia bizantina, al norte por la Francia merovingia, al noroeste por el reino suevo, convertido al catolicismo, y al sur con la resistencia de las ciudades de la Bética.
     Su afán restaurador le llevó a concebir una Hispania única bajo un mismo credo religioso, el arrianismo, que profesaba el pueblo godo desde que se convirtió al cristianismo en el siglo IV bajo esta modalidad herética, que no reconocía la divinidad de Jesucristo y destruía así la Trinidad de Dios. Al mismo tiempo casó, tal vez por razones de estado, con Gogswintha, viuda de Atanagildo. Leovigildo combatió a los bizantinos, a los que arrebató importantes plazas. En la campaña de 572 se apoderó de Córdoba, que tanto hizo sufrir a Agila, y tras ella vinieron a su obediencia las demás ciudades del sur. Después marchó al norte, donde doblegó a los vascones y se apoderó de Cantabria. Cuando se hallaba en guerra con los suevos de Galicia, algo ocurre en la Bética que distrae su atención. Su hijo Hermenegildo se ha sublevado en la Bética y se ha declarado independiente.
     Motivos domésticos y no políticos impulsaron a Leovigildo a enviar a su hijo a la Bética como gobernador de la misma. Resultó que Hermenegildo casó, allá por el año 579, con la princesa franca Ingunda, de religión católica, hija de Sigeberto, rey de Austrasia (561-575) y de Brunekhilda, hija de Atanagildo y Gogswintha. Por tanto, la joven princesa Ingunda era nieta de Gogswintha, que la recibió en la corte toledana con todos los honores. Pero pronto la guapa princesa cayó en desgracia ante los ojos de Godswintha, quien según una crónica medieval era «tuerta del cuerpo y del alma».
     Godswintha, ferviente arriana, destilaba un anticatolicismo visceral y comenzó a odiar a la princesa Ingunda por ser católica. Su afán por convencerla y hacerla bautizar de nuevo bajo el rito arriano no dieron resultado. Gregorio de Tours relata los golpes que le infligió hasta hacerle sangre y la orden de ser arrojada a la piscina bautismal. Juan de Bíclaro es más comedido. Resuelve este asunto con estas dos palabras: domestica rixa, pelea de familia.
     Leovigildo, para evitar mayores males en su propia casa, envió la joven pareja a Sevilla, lejos de Toledo. Hermenegildo, asociado al trono con su padre, venía a la Bética con poder autonómico. En Sevilla se topó con una figura de extraordinaria talla: su recién consagrado arzobispo Leandro. Y las prédicas del buen arzobispo y los consejos de su esposa, convencieron a Hermenegildo, que abjuró del arrianismo y se convirtió al catolicismo, bautizándose con el nombre de Juan.
     Leovigildo, que luchaba por conseguir la unidad política y religiosa de la península bajo la fe arriana, ve que la cosa se le complica ahora con su hijo. La persuasión paterna y las llamadas al orden no surten efecto. Esto enfurece a Leovigildo que comienza una nueva persecución religiosa. Masona, obispo de Mérida, es desterrado. Lo mismo le ocurre a Leandro, que partió hacia Bizancio para interesar al emperador Mauricio de la situación de la Bética. Hermenegildo se hace fuerte en Andalucía y se proclama rey. Así lo atestiguan monedas de la época que conmemoran este hecho. La rebelión se ha consumado. Las tropas de Leovigildo llegan a las puertas mismas de Sevilla. Ya han tomado Osset (actual San Juan de Aznalfarache) y se aprestan a tomar Sevilla. Hermenegildo entrega la custodia de su esposa Ingunda y de su hijo pequeño Atanagildo a los bizantinos. Cuando Sevilla cae, Hermenegildo huye a Córdoba donde acosado se acoge al asilo de una iglesia. Corría el año 584. Su hermano Recaredo le persuade que se entregue a su padre. Así lo hace y, de prisión en prisión, un buen día del año 585 muere en Tarragona decapitado por su verdugo Sisberto al negarse a recibir la comunión de manos de un obispo arriano. Su esposa Ingun­da y su hijo son enviados a Constantinopla por mar. Pero ella muere en un puerto de África y el niño pequeño, huérfano de padre y madre, se pierde en la corte imperial bizantina. Brunekhilda, madre de Ingunda, se preocupa por la suerte de su nieto y escribe a la empe­ratriz Constantina de Bizancio: «He perdido a mi hija; ya no me queda más que esta dulce prenda de su ternura. ¡Que no se pierda!... ¡Que mi aflicción por la muerte de mi yerno se alivie con la liberación de mi nieto!». Pero del pequeño nunca más se supo.
     No tuvo Hermenegildo buena prensa de sus contemporáneos. El mismo san Leandro, que lo convirtió, dio de esa guerra razón al padre y no al hijo. El lusitano Juan de Bíclaro, obispo de Gerona, y contemporáneo de estos hechos, escribe en su Crónica, año 579, que «reinando Leovigildo en una tranquila paz, una querella familiar perturba la seguridad de los adversarios. Pues en el mismo año su hijo Hermenegildo, asumiendo la tiranía a causa de la facción de la reina Godswintha, después de haberse rebelado, se encierra en Sevilla, e hizo que las demás ciudades y castillos se rebelasen juntamente con él contra su padre. Este hecho fue peor que una invasión de enemigos, tanto para los godos como para los romanos de España». Esta Crónica la culmina Juan de Bíclaro en el cuarto año del reinado de Recaredo, lo que podría indicar que su concisión o su silencio acerca de este tema podía estar motivado por no desagradar a Recaredo.
     ¿Le pasó lo mismo a san Isidoro? Este, sin embargo, escribe años después de la muerte de Recaredo, pero su actitud parece igualmente contraria al príncipe rebelde. En su Crónica escribe: «Los godos, divididos en dos bandos, a causa de Hermenegildo, se matan mutuamente». Y en su Historia Gothorum: «Venció, asimismo, después de someterle a un asedio, a su hijo Hermenegildo, que trataba de usurparle el mando». Para san Isidoro, Hermenegildo no fue santo de su devoción, y en la medida de lo posible trató de silenciarlo en escritos.
     Sólo el papa Gregorio Magno (590-604), amigo personal de san Leandro, contrasta con los testimonios anteriores, y en sus Diálogos glorifica a Hermenegildo como mártir y verdadero autor de la conversión  de los godos.  Sin embargo, unos años después, tras el concilio toledano, en su felicitación a Recaredo, silencia el nombre de Hermenegildo y hace recaer sobre Recaredo toda la gloria de la conversión de los godos.
     Es fuera de la Península donde a Hermenegildo se le considera mártir. Beda el Venerable (672-735) sigue en su Crónica a Gregorio Magno y considera a Hermenegildo como mártir. Pero en la Península, ni en las actas del concilio III de Toledo ni en los libros litúrgicos de la época posterior, aparece alusión alguna de san Hermenegildo mártir. Hay que situarse ya en el siglo XII, donde en la Historia Silense, en copia literal de los Diálogos de Gregorio Magno, aparece la versión  de un Hermenegildo mártir y, por tanto, santificado. Esta versión se afianza progresivamente en la España de la Reconquista. Alusiones a este tema aparecen en el Cronicón de Lucas de Tuy, llamado el Tudense, (nacido en León en la segunda mitad del siglo XII), en De rebus Hispaniae del arzobispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada (+1247), en De preconiis Hispaniae de Gil de Zamora, y la coronación de esta tesis al ser recogida por Alfonso X el Sabio en su Crónica General. San Hermene­gildo no tuvo culto general hasta la época de Felipe II. El 14 de abril de 1585, mil años después de su muerte, fue canonizado por el papa Sixto V.
     Orlandis ofrece el siguiente juicio sobre el silencio o reticencia de las fuentes visigodas en torno a la figura de Hermenegildo. «Estos historiadores escribieron sus obras en las primeras décadas de la época visigodo-católica. La unidad religiosa se había logrado ya, por la conversión al Catolicismo de Recaredo y de los godos arrianos. En este nuevo contexto parece patente que razones de alta política impedían en España presentar a Hermenegildo -según hacían los «Diálogos» de Gregorio Magno- como el precursor en la fe de su hermano Recaredo, que había permanecido siempre fiel a Leovigildo y de éste había heredado la corona; ni considerar tampoco la rebelión romano-católica  de la Bética como un antecedente glorioso de la conversión de los gothi del reino, que la habían combatido y dominado con las armas. Esta fue seguramente la razón de que San Isidoro, en su Historia Gothorum pase como sobre ascuas en lo referente  a las luchas entre Hermenegildo y su padre, que despacha escuetamente en ocho palabras, y que al escribir en los «Varones ilustres» la biografía de su hermano Leandro no haga la menor alusión a sus relaciones con el príncipe católico. Esta parece ser también la causa del silencio, todavía más llamativo en torno a Hermenegildo en el Concilio III de Toledo, pese a que la solemne homilía ante la gran asamblea la pronunció San Leandro, que había convertido y bautizado en Sevilla a Hermenegildo y gestionado luego en Constantinopla la ayuda del Imperio. Parece claro que, a la hora de la conversión de los godos, el nombre  de Hermenegildo tenía más de recuerdo inoportuno que de precedente glorioso, para los artífices de aquella página extraordinaria de la historia española».
     Leovigildo murió en Toledo en la primavera de 876 y le sucedió pacíficamente su hijo Recaredo. Su primer acto de gobierno fue liquidar a Sisberto, verdugo de su hermano Hermenegildo (Carlos Ros, Sevilla Romana, Visigoda y Musulmana, en Historia de la Iglesia de Sevilla. Editorial Castillejo. Sevilla, 1992).
Conozcamos mejor la Biografía de San Hermenegildo;
     San Hermenegildo (?, c. 564 – Tarragona, 585), mártir y santo.
     Es importante destacar que las fuentes para el conocimiento de la vida de Hermenegildo son escasas y en general claramente partidistas. Juan de Bíclaro e Isidoro, por el lado español, sólo se refieren a él para tratar de la conjura contra su padre y, sorprendentemente, ignoran los motivos religiosos de su muerte.
     El papa Gregorio Magno, en su libro de los Diálogos, trata de él como de un auténtico mártir, asesinado por negarse a recibir la comunión de manos arrianas. Gregorio de Tours, por su parte, detalla todas las circunstancias de su vida, sin olvidar los aspectos políticos y religiosos que se confunden en su trágica muerte.
     Se supone que Hermenegildo nació hacia el año 564, de la primera mujer de Leovigildo, asociado al trono desde el año 567 por su hermano Liuva y único Soberano tras la muerte de éste el año 573. Hacia el año 570 Leovigildo, al quedar viudo, desposó a Goswinta, viuda del rey Atanagildo. Hermenegildo casó el año 579 con una nieta de Goswinta, de nombre Ingonda, de religión católica. Su abuela intentó convertirla al arrianismo, llegando incluso a los malos tratos y a rebautizarla a la fuerza. Leovigildo, a fin de procurar la paz, alejó a la joven pareja de Toledo, encomendando a Hermenegildo el gobierno de la Bética con residencia en Sevilla. Allí, por influencia de su mujer y del obispo católico, san Leandro, se convirtió al catolicismo, lo que provocó las iras de su padre y madrastra. Fue llamado a la Corte de Toledo, pero el príncipe se negó, declarándose así en rebeldía.
     Hermenegildo, dispuesto a defender su nueva fe, pero también sus intereses políticos, buscó la ayuda de los bizantinos por el sur y de los suevos por el norte, lo que equivalía a declarar la guerra civil. Logró pronto el apoyo de ciudades como Mérida o Cáceres, pero Leovigildo contraatacó pronto. El año 580 convocó un concilio arriano en Toledo que suprimió la obligación de los católicos a rebautizarse, caso de convertirse al arrianismo, con lo que procuraba así atraerse al partido católico. Al ver el poco resultado de ésta y otras medidas de tolerancia, procedió contra los obispos católicos, deportando a muchos de sus sedes.
     En el plano militar recuperó Cáceres y Mérida el año 582, poniendo sitio a Sevilla, donde se había hecho fuerte su hijo. Dos años resistió la ciudad, pero, ante la imposibilidad de seguir aguantando el asedio, Hermenegildo huyó a Córdoba, donde fue hecho prisionero por su padre. Leovigildo lo desterró a Valencia, de donde debió de intentar huir hacia el reino franco.
     Capturado de nuevo y encarcelado en Tarragona, se negó a recibir la comunión de manos arrianas en la proximidad de la Pascua del año 585, aun sabiendo que éste era el único medio de congraciarse con su padre. En la misma cárcel fue asesinado por un tal Sisberto.
     Incomprensiblemente, la Iglesia española, aun después de la conversión al catolicismo de Recaredo, hermano de Hermenegildo, estableció una auténtica conjura de silencio sobre su figura. Su culto aparece a partir del siglo viii fuera de España e incluso es el único santo occidental venerado en el sinaxario de la Iglesia armena, pero en la Península Ibérica hay que esperar hasta el siglo xii para encontrar manifestaciones de un culto litúrgico. El papa Sixto V extendió en 1586 su culto a toda España y Urbano VIII introdujo su nombre en el Calendario de la Iglesia universal en 1636. Su fiesta se celebra el 13 de abril, día supuesto de su muerte, aunque sin fundamento alguno (Miguel C. Vivancos Gómez, OSB, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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