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viernes, 14 de abril de 2023

La pintura "Beato Pedro González "Telmo"", de Lucas Valdés, en la Iglesia de la Magdalena

      Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Beato Pedro González "Telmo"", de Lucas Valdés, en la Iglesia de la Magdalena, de Sevilla.   
   Hoy, 14 de abril, se conmemora en Tui, en la región de Galicia, en España, Beato Pedro González "Telmo", presbítero de la Orden de Predicadores, que trató de ser tan humilde como en el pasado había deseado la gloria, y se entregó a ayudar a los más menesterosos, sobre todo a los marineros y a los pescadores (1246) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
   Y que mejor día que hoy para ExplicArte la pintura "Beato Pedro González "Telmo"", de Lucas Valdés, en la Iglesia de la Magdalena, de Sevilla.
    La Real Parroquia de Santa María Magdalena [nº 16 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 60 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la calle Cristo del Calvario, 2 (aunque la entrada habitual se efectúa por la calle San Pablo, 12); en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
    La Real Parroquia de Santa María Magdalena, ocupa desde 1810 la iglesia del antiguo convento de San Pablo, que había sido una de las instituciones religiosas más antiguas de la ciudad, ya que los dominicos se instalaron en Sevilla a raíz de la conquista de Sevilla por Fernando III. Una vez conseguido el permiso real, construyeron una iglesia de la que ningún testimonio queda y que debía de presentar un carácter arquitectónico de estilo gótico. Esta iglesia se conservó hasta su hundimiento en 1691, planteándose de inmediato su reconstrucción, que corrió a cargo del arquitecto Leonardo de Figueroa; las obras concluyeron en 1709. Desde esta fecha hasta 1715 se realizó una amplísima labor de ornamentación pictórica en sus muros, labor que, mayoritariamente, realizó Lucas Valdés, siguiendo un amplio y prolijo programa iconográfico que venía a exaltar  la grandeza y milagros de la Orden dominica.
Presbiterio
   El punto de partida de toda la labor ornamental se inicia en el presbiterio del templo al que, inicialmente, se le dio un significado eucarístico, al estar presidido en sus muros laterales por dos enormes lienzos que realizó Lucas Valdés, entre 1710 y 1715, con temas alusivos a ceremonias y sacrificios en el templo de Jerusalén. Los temas de estas pinturas son David llevando el Arca de la Alianza al Templo y La inauguración del Templo de Jerusalén después de su reconstrucción. Esta última pintura lleva una inscripción que, traducida, señala que la gloria de este templo reconstruido sería más grande que la que tuvo el primero, en una clara alusión a que la nueva iglesia barroca de los dominicos de San Pablo superaría la magnificencia de la antigua iglesia gótica arruinada.
   Los elementos decorativos en las paredes de este presbiterio, realizados en mármoles de abultado relieve, complementan su simbología al mostrar representaciones del sol, la luna y las estrellas, que aluden a la Virgen María. De esta manera, con un sentido eucarístico y mariano, quedaba subrayada la solemnidad de este espacio.
   La primera intervención de pintura mural del presbiterio aparece en el arco toral que se abre sobre el altar mayor, donde, en los laterales, se representan en pequeños medallones La imposición de los estigmas a Santa Catalina de Siena y La comunión de Santa Inés de Montepulciano. Ambas son santas dominicas y al pie de las cuales figuran dos inscripciones. Bajo Santa Catalina puede leerse: EGO ENIM ESTIGMATA DOM/NI IESU IN CORPORE MEO PORTO (Yo tengo impresas en mi cuerpo las señales del Señor Jesús); procede esta frase de la Epístola de San Pablo a los Gálatas, 6, 17. Santa Inés de Montepulciano lleva la siguiente inscripción: ECCE AN- GELI ACESSERUNT ET MINISTRABANT EI (y he aquí que se acercaron los ángeles y le servían) tomada de Mateo 4, 11. En el centro de este arco toral figuran las representaciones de las Santas Justa y Rufina que llevan las siguientes inscripciones: HAEC EST VERO FRATERNITAS QUAE NON QUAM POTUIT VIOLARI CERTAMINI (Verdaderamente ésta es la fraternidad que nunca pudo violarse en una disputa), texto que procede del Breviario romano en las fiestas de los mártires Juan y Pablo y que se encuentra bajo Santa Justa. Santa Rufina lleva una inscripción, que continúa el texto anterior, que señala: QUAE EFFUSO SANGUINE SECUTAE SUNT DOMINUM (Éstas, derramada su sangre siguieron al señor), alusiva esta frase al martirio ambas santas. 
  La principal preocupación de la Orden dominica fue la predicación de la fe cristiana para difundirla por todo el orbe. Por ello, no ha de sorprender que la decoración de la bóveda que cubre el presbiterio sea una representación del Triunfo de la Fe, cuya extensión universal se proyecta sobre las cuatro partes del mundo que figuran en las pechinas, sobre las que descansa dicha bóveda. Son representaciones de Europa acompañada de un caballo blanco, Asia con un pebetero y un dromedario, América armada con arco y flechas y acompañada de un cocodrilo y África que aparece con un león.
   En el casquete de la bóveda, y en su centro, bajo un baldaquino, aparece de pie La Fe flanqueada por los arcángeles San Miguel y San Rafael. La Fe sostiene la cruz y levanta hacia lo alto un cáliz con la Sagrada Forma. En los laterales se disponen dos balconadas con ángeles trompeteros que resaltan su triunfal aparición. Sobre la balaustrada dos ángeles muestran pal­mas y ramas de olivo, mientras que otro, en la parte superior, sostiene una antorcha encendida que alude a la luz que proporciona la Fe.
   Flanqueando este fingido espacio arquitectónico se encuentran los dos principales santos dominicos, que son Santo Domingo y Santo Tomás de Aquino. El primero, Santo Domingo, muestra un pliego escrito en el cual aparece la siguiente frase: PESTEM FUGAT HAERETICAM NOVUM PRODUCENS ORDINEM (Pone en fuga a la peste herética creando un nuevo orden); este texto procede de un himno a Santo Domingo. Santo Tomás enseña un libro abierto en cuyas páginas señala este texto: ERRORUM PULSO NUVI SOLIS RADIUM (Rechazada la oscuridad de los errores por el rayo del nuevo sol); este segundo texto está extraído de un himno a Santo Tomás. También es de advertir que a los pies de ambos santos aparecen, en posiciones convulsas y agitadas, figuras alegóricas de las herejías vencidas.
   En las paredes de este presbiterio figuran también, representados de cuerpo entero, algunos de los principales santos de la Orden dominica, formando una serie que se complementará después con los que aparecen en los pilares del crucero. Los que figuran aquí son: San Pedro, mártir de Verana, San Juan, mártir de Colonia, San Gonzalo de Amarante y San Antonino. En los frentes de los soportes que dan al crucero aparecen otros religiosos como San Pío V, San Alberto Magno, San Benedicto XI y San Agustín Gazoto. Luego, en los pilares de la nave, se encuentran otros ocho santos dominicos identificados por sus rótulos como San Jacinto, San Jacobo de Merania, San Vicente Ferrer, San Ambrosio Sacedonio, San Raimundo de Peñafort, San Pedro González Telmo, San Luis Beltrán y San Enrique Susón.
   Pues bien, los pilares del crucero se encuentran decorados con las imágenes de los más importantes santos que ha dado la orden dominica, entre ellos Beato Pedro González "Telmo", que lo encontramos en el pilar de la derecha (muro de la Epístola) más cercano a la nave de la Iglesia, mirando hacia la capilla mayor, en la parte inferior, con el hábito dominico, sujetando con la mano derecha un candelabro con tres luces, y con la mano izquierda porta la maqueta de un barco (Enrique Valdivieso, Pintura mural del Siglo XVIII en Sevilla, en Pintura Mural Sevillana del Siglo XVIII, Fundación Sevillana Endesa, 2016).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía del Beato Pedro González "Telmo", presbítero;
     Nació en la villa de Frómista, cerca de Palencia, por el año 1180 de padres muy cristianos y de familia distinguida. Fue bautizado en la parroquia de San Martin y le impusieron el nombre de Pedro González, aunque después será cambiado por Telmo, ya que todos los que de una u otra manera trabajan en el mar lo tomarán como Patrón y poderoso Intercesor ante el Señor. Estudió en la Universidad Palentina -tan famosa entonces- y pronto llamó la atención por sus cualidades para los estudios, en los que se le veía progresar a pasos de gigante.
     El mundo y el porvenir, digamos también la suerte, le acompañaban. Los honores y los honoríficos cargos van sucediéndose uno tras otro: Doctorado universitario, Canónigo, Deán del Capitulo de Palencia... Parece que a la sombra de su tío todo le sale bien. ¿No pensará también su tío en que sea su sobrino quien le suceda en el obispado de Palencia? Pero otros eran los designios de Dios. El Señor se sirvió de un hecho, al parecer infantil y sin importancia alguna, para hacerle cambiar de ruta como hizo cambiar a Saulo en Pablo, camino de Damasco. También Telmo iba montado en un brioso caballo cuando, tratando de hacer una de sus gracias ante el público para llamar la atención, el caballo de un salto lo derribó bruscamente y cayó sobre un lodazal manchando aquellos vistosos vestidos de rica seda que vestía vanidosamente Se avergonzó al verse hecho una calamidad ante toda aquella gente que reía, se burlaba y hacía chascarrillos a su costa... "¿Cómo es posible esto?", se preguntó. Y allí mismo decidió cambiar de vida. Acudió presuroso a la puerta del convento de religiosos dominicos que había en la ciudad y pidió ser admitido a la Orden tomando el nombre de Fray Pedro... Con gran gozo de su alma hizo el noviciado y emitió los votos religiosos.
     Llamaba la atención por su humildad y celo apostólico. Parecía un niño y encerraba un horno de fuego en su corazón. La obediencia le destinó a misionar por los pueblos, a predicar con fuego la Palabra de Dios. Recorrió muchas ciudades de España y Portugal dejando siempre atónitos a cuantos le contemplaban por el fuego que brotaba de sus labios y por la austeridad de vida que le acompañaba. 
     El Señor empezó a obrar por su medio toda clase de milagros en mar, tierra y aire. Cuantos se encomendaban a su poderosa intercesión notaban muy pronto su valioso auxilio. Parece ser que de aquí provino el patronazgo sobre el mar y sus hombres, a pesar de que quizá nunca lo surcó ni fue hijo de marineros. Para él el mundo era un mar de calamidades y había que trabajar para salir airosos de este mar embravecido con el ejemplo de la vida, evitando el pecado y practicando la virtud. Buen patronazgo para los hombres de mar, tierra y aire. Los grandes de su tiempo, reyes, obispos y otros príncipes le invitan a que les acompañe en sus correrías o misiones. Fray Pedro —Telmo para sus protegidos después— solo desea hacer el bien a todos y gastarse por Dios y por sus hermanos. Agotado y lleno de méritos muere en Tuy el 15 de abril de 1246 (www.aciprensa.com).
Conozcamos mejor la Biografía de San Telmo, presbítero;
     Pedro González, San Telmo, (Frómista, Palencia, c. 1190 – Tuy, Pontevedra, c. 1246). Dominico (OP), asceta, confesor real, predicador, santo.
     Una de las familias nobles que había en Frómista en el siglo XII eran los Gundisalvi. Es decir, los descendientes de González, cristianos viejos y cumplidores y con una buena posición económica. En esa familia nació Pedro González. No se conoce con exactitud la fecha de nacimiento. Teniendo en cuenta otros datos que aparecen en su vida, lo más lógico es que se produjera hacia 1190. Su educación comenzaría en la propia familia aprendiendo las primeras letras, las oraciones y los primeros rudimentos de la fe cristiana.
     Dada la condición y posibilidades de su familia, es casi seguro que tuviera un preceptor particular. Esa formación se completaría en la escuela monástica de los benedictinos. Allí estudiaría la Gramática, Dialéctica y Retórica, y a continuación la Aritmética, Geometría, Astronomía y Música. Concluidos esos estudios, el alumno con cualidades era considerado apto para estudiar en centros superiores.
     Le enviaron a la recién constituida Universidad de Palencia, tanto por su fama, su proximidad geográfica, como porque el obispo de la ciudad, Tello Téllez de Meneses, era tío suyo. En ese tiempo ya se enseñaba allí la Teología. El alumno que aprobaba los estudios quedaba capacitado para enseñar y ejercer cargos eclesiásticos y con poder para resolver litigios. La formación estaba orientada principalmente hacia el ministerio pastoral. Sus conocimientos de Biblia, Teología y Leyes le capacitaban para ejercer en la iglesia Catedral, donde trabajó con otros clérigos y llegó a canónigo. Quiso celebrar su nombramiento con una gran fiesta. Con sus mejores ropas y montado en un caballo ricamente enjaezado quiso recorrer la ciudad. El caballo se desbocó y le derribó en un lodazal. Oyó burlas y comentarios jocosos. Esto le ayudó a reconsiderar su vida y a darle un nuevo rumbo.
     Decidió entrar en la recién fundada Orden de Predicadores.
     Ya existía el Convento de San Pablo de Palencia, fundado por el mismo santo Domingo en 1219. Fue una decisión personal y meditada. Era un hombre con una buena posición eclesiástica y con un futuro prometedor. Conocía la vida y el ideal de los frailes. Podía haber elegido otro camino. Sin duda se sintió atraído por la pobreza evangélica, el rezo solemne en comunidad, el estudio constante de la verdad revelada y luego predicada frecuentemente al pueblo, aun en forma itinerante. Le atraía y estaba preparado. No faltó quien le quiso disuadir desaconsejando el cambio.
     Un día, hacia 1220, se presentó a la puerta del convento pidiendo ser admitido en la comunidad. Los frailes le recibieron con alegría e ilusión. Le conocían.
     Desde el principio se adaptó perfectamente a las reglas de la vida religiosa cumpliéndolas con escrupulosidad.
     Superó la prueba del noviciado e hizo la profesión religiosa. Se propuso imitar a santo Domingo, especialmente en la oración y la predicación allí donde sus superiores le enviasen. Nacía así el predicador itinerante que fue durante toda su vida. Pasados cuatro o cinco años, salió de la ciudad para predicar en otras partes. Recorrió la diócesis de Palencia y otras de Castilla, León, Navarra, País Vasco, Aragón y Cataluña. Quedan testimonios de su paso por ellas en los conventos de la Orden. Predicaba en ambientes populares y en otros más reducidos y selectos. Los temas de predicación eran los normales de la época, una mezcla de cuestiones apocalípticas y adoctrinamiento moral de los oyentes para lograr el arrepentimiento y alentar a la práctica de las virtudes cristianas, temer y amar a Dios. Tenía dotes especiales para llegar al corazón de sus oyentes.
     Su fama llegó hasta la Corte del rey Fernando III. Quiso que le acompañara en sus campañas de reconquista en Andalucía como confesor suyo y para el servicio religioso y pastoral de sus soldados. Era una guerra alentada y bendecida por los Papas, que concedieron indulgencias de cruzada. Creían cumplir así la voluntad de Dios. El Rey esperaba que sus sermones mejoraran cristianamente y enardecieran a su ejército y que sus devotas oraciones ayudaran a conseguir la victoria. Los oyentes eran distintos y bastante más difíciles de convertir y mejorar que los que había tenido hasta entonces. Había soldados bien dispuestos que le tenían por un santo y seguían sus consejos y otros más disolutos para quienes el fraile devoto era un pesado objeto de sus bromas y chanzas. Durante el tiempo que sirvió al Ejército tuvo que sufrir con paciencia muchas murmuraciones y falsos testimonios, especialmente por parte de algunos nobles, que llegaron a tenderle una trampa, en la que no cayó, con una mujer pública. No cayó en ella.
     La campaña militar fue larga. Hubo muchos momentos de relajación y desaliento. El ambiente castrense no le gustaba. Cumplió lo mejor que pudo con sus obligaciones acatando la voluntad de sus superiores religiosos y civiles. No es extraño que internamente desease abandonar aquel ambiente. Tuvo que esperar hasta que acabó aquella campaña.
     Cuando las conquistas de Jaén y Córdoba estuvieron consolidadas, dejó la vida castrense para dedicarse otra vez a las misiones populares. La etapa siguiente sería en Asturias, Galicia y norte de Portugal.
     En Galicia se identificó plenamente con el carácter del pueblo gallego. Especialmente allí dejó el recuerdo imborrable de su predicación, de sus virtudes y de sus milagros. Es la etapa más fecunda y mejor conocida de su vida.
     Santiago de Compostela era ya un concurridísimo centro de peregrinación y por ello un sitio ideal para el ministerio de la predicación a nacionales y extranjeros.
     Una respetable tradición incluye a santo Domingo entre los peregrinos y no desaprovechó la ocasión para fundar allí el Convento de Bonaval, después llamado de Santo Domingo. Evidentemente, san Telmo fue enviado allí por los superiores. Se presupone que había quedado libre de su compromiso con el Rey y el Ejército. El convento era el centro de su acción apostólicas. Sus compañeros en aquel tiempo fueron fray Pedro de las Marinas y fray Miguel González, ambos con fama de santos por aquellos lugares.
     Era costumbre que fuesen frailes experimentados. En las temporadas largas de predicación se albergaban en los hospitales para pobres y peregrinos o en las casas de los sacerdotes con cura de almas. En una de esas casas ocurrió una anécdota curiosa y un milagro. Él y su compañero llegaron a ella agotados y sedientos y pidieron algo de beber. El ama les dijo que sólo había en casa un poco de vino, pero que el párroco le había advertido muy seriamente de que no se lo diese absolutamente a nadie, por lo que pudiera pasar. Replicó el santo que Dios proveería. El ama les dio el vino encomendándose a Dios y se ausentó de casa temiendo la reacción del cura. Cuando volvió el sacerdote, pidió un trago de su vino. A1 ver el frasco se admiró de que estuviese lleno y de un vino muy bueno. Quiso saber lo sucedido. Se lo explicó el ama, tras lo cual fue a buscar al santo para ofrecerle su casa.
     Hospedado en la casa de un sacerdote de un pueblo de Lugo, sufrió la misma tentación que en Andalucía, esta vez con una criada de la casa, que entró en su cuarto y le pidió que la dejase dormir allí. El santo, con serenidad, extendió carbones encendidos por la habitación y se acostó pidiéndola que hiciera lo mismo; ella escapó aterrorizada y contó lo sucedido.
     Todos estos hechos acrecentaban su fama. El santoral de Tuy hace de él una clara descripción: cuerpo no muy grande, agradable a la vista, elegante, atractivo, de conversación agradable y tan equilibrado que se hacía querer de todos.
     En Galicia apareció en su madurez todo lo que el santo llevaba de peregrino y predicador itinerante.
     Después de sus sermones dedicaba todo el tiempo necesario para oír las confesiones de los pecadores arrepentidos y darles consejos más personales según sus circunstancias. Poco a poco se fue alejando de Santiago en dirección Sur. Sin proponérselo conscientemente, su destino final era la diócesis y ciudad de Tuy.
     Siguiendo el curso de río Miño llegó hasta Rivadavia.
     En el pueblo de Castrelo fue donde adquirió fama de constructor de puentes. Sus habitantes tenían un grave problema con las inundaciones del Miño. Era muy peligroso pasar de una parte a otra para realizar sus trabajos. Varias personas habían muerto ahogadas, por lo que se propuso construirles un puente seguro.
     Escribió al rey Fernando III pidiéndole ayuda.
     El Rey envió cartas a los nobles solicitando cooperación económica, sin que, según parece, la ayuda fuera demasiado generosa. El santo siguió adelante con el proyecto. Era una obra de envergadura y tenía que ser muy sólida por las características del terreno. Organizó a todos los habitantes y pusieron manos a la obra. Buscaron y acarrearon la piedra necesaria y otros materiales de construcción. E1 santo también trabajaba llevando piedras y mezclando la cal y la arena.
     Para la tradición popular el puente es obra de Dios, de san Telmo, de la ayuda de los nobles, del trabajo de los más humildes y de la generosidad de los peces pues cuenta el libro de la leyenda de la ciudad de Tuy, y lo corroboraron testigos, que los peces se ofrecían al santo y a su compañero cuando la pesca escaseaba.
      A pesar de estas tareas, san Telmo no desatendía su actividad apostólica ni su ascetismo. Predicaba a los trabajadores y por la noche se retiraba a alguna gruta para descansar un poco y hacer penitencia y oración.
     El lugar que más frecuentaba era un monte abrupto cercano al puente. Dos grandes rocas formaban una especie de cueva, y allí edificó una pequeña ermita.
     Cuando se terminó el puente, el santo se encaminó hacia Tuy. Fue el momento en que se adentró en tierras portuguesas. Llegó hasta Guimaraes y se hospedó en una casa hospital, como lo habían hecho otros dominicos que habían llegado hasta allí. Desplegó una gran actividad apostólica llegando hasta Braga, Oporto, Viana y Camiñas.
     Por fin se dirigió hacia Tuy como nuevo centro de su actividad apostólica. Llevaba el mismo celo y mucha más experiencia y madurez. Allí se incrementó su fama de profeta y hombre de Dios. Evangelizaba en toda la región. En una de esas correrías sucedió otro hecho milagroso. Un sacerdote de Bayona, muy amigo suyo, le hizo saber que estaba muy enfermo y que deseaba verle. Buscó al otro fraile y se hizo acompañar de un joven seglar. Aunque era tarde, se pusieron en camino sin haber comido. Sus compañeros comenzaron a sentir hambre. Al fin el joven comentó en voz baja, lejos del santo, que el buen hombre anciano no se preocupaba por comer y no le preocupaba que ellos estuviesen hambrientos. E1 santo se detuvo y les esperó. Cuando llegaron a su altura le dijo al joven: “Ya que tienes hambre, ve detrás de aquella roca y encontrarás comida para hoy”. Encontraron un jarro de vino y unos panes muy blancos. Comieron. El santo les mandó dejar las sobras detrás de la misma piedra.
     Comenzaron a caminar de nuevo, pero picados de la curiosidad se volvieron a mirar detrás de la piedra. Las sobras no estaban allí.
     San Telmo se detuvo algún tiempo a predicar en Bayona y sus alrededores. Acudía muchísima gente a sus sermones. Comenzó otra vez a construir puentes. En el de la Ramallosa se produjo un milagro. Estaba predicando a los trabajadores cuando estalló una gran tormenta. Los oyentes comenzaron a retirarse y buscar algún refugio. El santo les mandó que se quedasen allí tranquilos, pues Dios haría que no sufrieran ningún daño. Hizo la señal de la cruz en dirección a la tormenta, las nubes se separaron y apareció el sol donde ellos estaban. La tormenta siguió lejos de ellos.
     El hecho tuvo una gran repercusión.
     Comenzaron a fallarle las fuerzas. Predicando la Cuaresma en los alrededores de Bayona pidió que no le siguieran los ancianos, los enfermos y los débiles.
     Anunció también que su muerte estaba cercana y pidió que le encomendasen a Dios después de su muerte. Marchó hacia Tuy y su salud empeoró con unas fiebres malignas. Quiso ir a morir al Convento de Santiago. Se puso en camino, pero empeoró y tuvo que volver a Tuy. Se alojó en casa de un amigo, donde murió, hacia el año 1246. Llevaron su cuerpo en procesión, presidida por el obispo, a la Catedral y allí le dieron sepultura.
     Galicia vive mirando al mar y muchos gallegos trabajan y trabajaban en él. El santo se preocupó siempre de sus necesidades espirituales y temporales. Había vivido entre ellos largo tiempo y no es extraño, por tanto, que confiasen en él como patrono de las gentes del mar con el nombre de san Telmo. Dos hechos milagrosos serían el fundamento de ese patronazgo. Seis testigos fiables de la villa de Valençia declararon en el proceso que habían oído a sus padres y abuelos contar que, estando el santo en Tuy, no había barco en el río Miño para pasar a Valençia. El santo pasaba a la gente poniendo su capa sobre el río tantas veces como hiciera falta. Y luego se la ponía completamente seca.
     En la tradición portuguesa aparece otro hecho. Los marineros de una compañía portuguesa se presentan ante los nobles del rey Fernando III preguntando por fray Pedro González, que asistía a las tropas, pues les había salvado de un naufragio cierto asegurándoles que llegarían a salvo a su destino. Llevaban bastimento al ejército que combatía en Andalucía. Aseguraban que le habían visto y oído en la nave con su hábito, y que con su palabra había calmado la tempestad.
     Al regresar a Lisboa, contaron el hecho a todo el mundo. Ese patronazgo se extendió pronto al norte de España, Portugal y luego a América.
      El culto popular comenzó en seguida alimentado por los hechos milagrosos que empezaron a ocurrir en su tumba y con quienes se encomendaban a él. Empezó en su sepulcro y se propagó rápidamente, sobre todo en las regiones donde había predicado. La confirmación oficial llegó mucho más tarde, después de un voluminoso proceso, aprobado el 13 de diciembre de 1741 por el papa Benedicto XIV (Teodoro González García, OP, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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Más sobre la Iglesia de la Magdalena, en ExplicArte Sevilla.

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