Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero

Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

   Otra Experiencia con ExplicArte Sevilla :     La intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla" , presentado por Ch...

domingo, 20 de agosto de 2023

Los principales monumentos de la localidad de Jerez de la Frontera (I), en la provincia de Cádiz

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte la provincia de Cádiz, déjame ExplicArte los principales monumentos de la localidad de Jerez de la Frontera (I), en la provincia de Cádiz.
     Situada sobre la margen izquierda del río Guadalete, Jerez de la Frontera atesora, como resultado de su milenaria historia, un patrimonio artístico y monumental de primera magnitud, cuyas tempranas muestras encontramos en sus murallas y otros restos islámicos de época almohade, cuando Jerez se convirtió en una de las ciudades fuertes de Andalucía occidental. Durante la Reconquista, fue ciudad fronteriza, lo que le imprimió su particular carácter, y tras la Batalla del Salado en 1340 y la toma de Algeciras cuatro años después, se produjo la definitiva conquista del área del Estrecho, quedando la frontera con el reino nazarí de Granada lo suficientemente alejada como para permitir que Jerez se convirtiese en la mayor población existente entre Sevilla y Málaga y centro económico, agrícola, comercial y político de un amplio entorno. A partir de entonces, maestros canteros cordobeses comenzaron a levantar las iglesias bajo planteamientos estéticos ligados al gótico hispano-languedociano de órbita burgalesa, pero frecuentemente en híbrido maridaje con elementos de tradición mudéjar de progenie al­mohade.
     Posteriormente, mediado ya el siglo XV, la hispano-borgoñona Catedral sevillana comen­zó a ejercer una notable influencia en los diseños de la Cartuja y de las nuevas iglesias parroquiales de San Miguel y Santiago, dependencia estilística que continuaría durante todo el siglo XVI. Ya en este siglo el Renacimiento, acompañado siempre de pervivencias góticas, aparece en los repertorios decorativos que llenarían los paramentos de los edificios, acompañados también de estructuras menores como portadas clásicas adinteladas, frisos y pilastras. La nobleza comenzó a construirse casas «a la antigua» que introducían el nuevo repertorio formal y conceptual del Renacimiento que eclosionó con contundencia en torno al último tercio de la centuria en obras como la sacristía de San Miguel, la portada exterior de la Cartuja o el Cabildo municipal.
     Los talleres locales de escultura comenzaron a adquirir entidad durante estos años, en los que ya eran capaces de satisfacer la demanda de las poblaciones vecinas. El caso más destacado fue el de los maestros Jerónimo de Valencia y Cristóbal Voisín, autores de la espléndida sillería coral de los padres cartujos y de otros trabajos para la ciudad y su entorno.
     La terminación de los templos góticos permitió que, desde finales del siglo XVI, se fuese renovando su mobiliario, vistiéndose sus cabeceras con grandes retablos. Ya en el XVII, se­rían las fábricas más poderosas las que promoverían los trabajos más notables, como fueron los casos del espléndido retablo mayor de la parroquia de San Miguel, en el que trabajaron Juan Martínez Montañés y José de Arce; y el del temprano retablo salomónico de la Cartuja, en el que trabajaron Alejandro de Saavedra, José de Arce y Francisco de Zurbarán, que dejó en una ciudad carente de tradición pictórica una de sus mejores series. A través de la escultura de estos retablos, el flamenco José de Arce fue el responsable de la introducción en la escultura jerezana de las novedades del barroco europeo, con toda su carga de monumentalidad y dinamismo, que serían seguidas con posterioridad por escultores como Francisco de Gálvez, autor de importantes conjuntos escultóricos de fachadas y retablos de la ciudad. Sin embargo, la aludida renovación del siglo XVII también propició que se levantasen ex-novo, y con una grandiosidad antes inexistente, distintas estancias auxiliares, como sacristías, salas capitulares, campanarios o portadas.
     En estas construcciones será donde maestros como Domingo Fernández y su hermano Antón Martín Calafate asumieron el repertorio formal del manierismo de órbita sevillana, aunque con un marcado sello personal. Durante la segunda mitad del siglo XVII, Diego Moreno Meléndez fue responsable de la renovación del repertorio formal de la arquitectura jerezana. Este maestro, autor de las trazas de la colegiata, retomó soluciones ornamentales presentes en edificios góticos de la ciudad, que introdujo en sutil combinación con los motivos más genuinamente barrocos de tradición vignolesca, como sucede en la torre-fachada de la parroquia de San Miguel. La construcción de numerosas casas y palacios durante el siglo XVIII puso de manifiesto la bonanza económica y el incremento del peso social de la burguesía ennoblecida, cuyos hitos más destacados fueron los palacios de los Dávila en la Calzada del Arroyo, y de los marqueses de Montana y de Villapanés, con portadas, patios y escaleras de enfático diseño barroco.
     Ya desde finales del siglo XVII, pero sobre todo a partir de los primeros años del XVIII, la producción local de retablos y esculturas fue adquiriendo cotas de mayor calidad, sur­giendo tallistas y escultores -Agustín de Medina y Flores, Diego Roldán, Francisco Cama­cho de Mendoza y su hijo José de Mendoza, etc.- que lograron asumir la mayor parte de los encargos de Jerez y su entorno, produciendo un crecido número de imágenes, retablos, cajoneras y alguna sillería de coro, además de obras en piedra de calidad para las portadas de los templos. Los retablos de estos años desarrollaron el «barroco estípite» con un sesgo estético dependiente en buena medida de la escuela sevillana y mediado ya el siglo artistas como Matías Navarro, Andrés Benítez, Rodrigo de Alva y Jácome Vaccaro lograron implan­tar las novedades del rococó.
     Un aspecto destacado del panorama artístico del siglo XVIII en Jerez es el extraordinario desarrollo de la platería, que si bien había contado con esplendidas muestras de su pujanza durante la centuria precedente, fue en ésta cuando la Congregación de San Eloy, fundación del último tercio del XVII, se estableció con sistema de marcaje propio, alcanzándose en la ciudad casi noventa artistas dedicados a la plata, entre maestros, oficiales y aprendices, destacando los talleres de Pedro Moreno de Celis, Marcos Espinosa de los Monteros y Fran­cisco Montenegro.
     Fue José de Vargas, como primer arquitecto de la Academia de San Fernando de Madrid, quien, a finales del siglo XVIII, aportó un marcado giro hacia las nuevas formas del neoclasicismo, tal como ponen de manifiesto sus obras, especialmente la nueva fachada del Palacio de Camporreal y la Pescadería Vieja. Este viraje estilístico tuvo su paralelo en la arquitectura religiosa a través de la irrupción de los arquitectos de la Catedral de Cádiz, como quedó de manifiesto en el nuevo lenguaje academicista que adoptó la entonces colegiata en el cerramiento de su cúpula y en sus estancias anejas. Durante estos años, la disminución de escultores llevó en alguna ocasión a encargar las obras en talleres foráneos de prestigio, como el del malagueño Fernando Ortiz, aun barroco, o el del valenciano José Esteve Bonet, quien introdujo las novedades estéticas del academicismo en su producción para el Convento de Capuchinos y la Cartuja.
     Desde las primeras décadas del XIX, Jerez se había convertido en una de las más avanzadas y cosmopolitas ciudades de España, gracias a la industrialización y el comercio interna­cional de sus afamados vinos, lo que propició el desarrollo, ya en la segunda mitad del siglo, de destacadas muestras de arquitectura del hierro y edificios «de importación», como el llamado Recreo de las Cadenas, que convivían con las obras de corte más clásico que levantaban arquitectos como el valenciano José Esteve y López, quien, desde 1854, desempeñó el cargo de arquitecto municipal.
     Tal vez fruto de esta apertura de la ciudad fue el que la pintura, disciplina apenas presente en su historia, comenzase a contar con algunos pinceles de valía. La historia había comenzado con la figura de Juan Rodríguez «El Tahonero» en los primeros años del siglo XIX, pero será en la segunda mitad cuando, a través de los certámenes pictóricos de la Sociedad Económica de Amigos del País, se generó un incipiente movimiento local en torno a la pintura, que alcanzaría su cenit con la creación de la Academia de Bellas Artes de Santo Domingo, en la que recibieron sus primeras lecciones los pintores jerezanos más destacados de esta segunda mitad de siglo, Germán Álvarez de Algeciras, Salvador Sánchez Barbudo y José Gallegos Arnosa.
     Para concluir hay que señalar que durante el primer tercio del siglo XX se levantaron un crecido número de edificios de variada estilística, fiel reflejo de la convivencia durante estos años de arquitectos continuistas de la línea clasicista precedente con otros que introducirían en la ciudad las corrientes ecléctica, modernista, regionalista e incluso racionalista, siendo Francisco Hernández-Rubio y Gómez y Fernando de la Cuadra e Irízar las figuras más im­portante de este panorama arquitectónico, en el que también participaron -principalmente en relación con la construcción de nuevos complejos bodegueros- arquitectos de la talla de Aníbal González, Teodoro de Anasagasti, Eduardo Torroja o Miguel Fisac (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).   
     El vino, el cante flamenco, el caballo, la alegría y el señorío constituyen las notas más singulares de esta deslumbrante ciudad, alzada en la ribera del Guadalete, sobre un dorado alcor de la campiña gaditana, a sólo once kilómetros del Atlántico.
Historia
Un largo proceso
     El actual término jerezano estuvo poblado desde las más remotas épocas del paleo­lítico. El núcleo de Gibalbín, ligeramente por encima de Jerez, debió formarse en la edad de los metales y es muy posible que incluso llegara a estar amurallado. Más significativo resulta el nombre de Asta, pues se trata ya de una ciudad en toda regla, incardinada en la órbita de la fabulosa Tartesos, cultura que florecería por buena parte de la tierra andaluza en el periodo comprendido entre los años 1000 y 500 a.C. y que, coincidiendo con los albores del dominio del Mediterráneo por parte de Cartago, sería relevada por la mucho más elemental y grosera de los turdetanos.
          Es la época en que griegos y fenicios se suceden en el establecimiento de facto­rías costeras que facilitan el comercio con los naturales, y es la época, también, de la formación de los grandes mitos anda­luces, como los que se refieren al rey tartesio Gerión, poderoso gigante alado de tres torsos y tres cabezas al que Hércules robó sus toros después de darle muerte. Es la época en la que, dentro mucho más de la historia que de la leyenda, reluce el nombre de Argantonio, venerable monarca que mantuvo estrechas relaciones con los griegos, a los que facilitó la fundación de Mainake, en la costa malagueña.
     Muchas otras leyendas y acontecimientos más o menos históricos planean sobre el territorio jerezano, un territorio en el que a partir del 206 a.C. harían su aparición las legiones romanas. No le fue fácil a Roma la conquista de estas tierras. Primero tuvo que derrotar y expulsar a los cartagineses, y a continuación imponerse a los naturales. La mencionada ciu­dad de Asta había pasado a ser Asta Regia y sus habitantes, los turdetanos, opusie­ron una feroz resistencia, que se exten­dió hasta el 187 a.C., año en que el ejér­cito romano se apoderó de ella, no sin que su general, Cneo Antonio, perdiera la vida en la batalla. Algún tiempo después, en la guerra entre César y Pompeyo, Asta Regia se inclinó por el bando del segundo, lo que le costó una nueva conquista, en esta ocasión por parte de César, con enorme daño para su población. La romanización, sin embargo, produjo grandes bienes para toda la zona. Un largo periodo de paz permitió la reactivación del comercio, que, desde tiempo inmemorial, estas gentes habían mantenido con todas las tierras del Mediterráneo, centrado ahora en la gran metrópolis del Lacio. De nuevo las quillas de los animosos navíos volvieron a ascender por el Guadalete para llenar en el puerto de El Portal sus bodegas con toda clase de productos, entre los que sobresalían el aceite, los cereales, las salazones de pescado y el famoso garum. También el vino, cuya producción debía remontarse a la época de los fenicios, quienes introdujeron el cultivo de la vid. Para entonces, ya debía de existir Jerez. Los cronistas de la época repiten en varias ocasiones el nombre de Ceret, un enclave de gran riqueza, con base en la agricultura, que se encontraba en el sitio que ocupa la actual ciudad, aunque es cierto que las noticias son cosas y los silencios dema­siado prolongados y sorprendentes. 
   De la Edad Media a la actualidad Jerez no entra propiamente en la Historia hasta la llegada de los musulmanes. Ellos le dieron el nombre del que pro­cede el actual, Xerez, haciéndola formar parte de la cora de Shiduna, la actual Medina Sidonia.
     Ya antes se había producido la caída del Imperio romano y la conquista del territorio por las tribus visigóticas, circunstancia que sumió a la zona en un estado de continúa inestabilidad semejante al del resto de la Península. Tras la batalla del Guadalete, en el 711, los musulmanes engrandecieron la ciudad, la amu­rallaron, fundaron mezquitas, levantaron palacios y, aunque tenían prohibido el consumo de alcohol, no dejaron de elaborar el vino, con la excusa de su uso medicinal. A lo largo de 537 años Jerez perma­nece en la órbita islámica, primero formando parte del califato de Córdoba y, más tarde, tras la descomposición de éste, de las taifas de Málaga y de Sevilla. Luego, tras el paso de almorávides y almohades, la ciudad cae definitivamente en manos de los cristianos en 1264, día de San Dio­nisio, que se convierte gracias a este hecho en su patrón. Jerez, no obstante, perma­nece en la frontera, de ahí su apelativo, sufriendo diversos ataques por parte de los mahometanos, que van disminuyendo a medida que la conquista cristiana se va adentrando en el reino de Granada. Pero no por ello se establece la paz, ya que entonces hace su aparición la rivalidad entre los duques de Arcos y los de Medina Sidonia. La nobleza jerezana se divide en banderías, unos, los de Arriba, con su casas solariegas en los alrededores del alcázar, y los otros, los de Abajo, por la puerta Real. No obstante, es también ésta la época en que empieza a fraguarse el poderío económico de la ciudad, un poderío basado en la agricultura y, de modo muy particular, en el cultivo de la vid y en la elaboración del vino.
     Los siglos XV, XVI y XVII verán cómo los vinos jerezanos invaden los mercado europeos y americanos, generando una enorme riqueza que detentarán, de un lado, los nobles, y de otro, los industriosos comerciantes ingleses, holandeses y flamencos que se instalan en la ciudad.
     La situación permanece más o menos estable durante el siglo XVIII, con la peculiaridad de que en la sociedad jerezana establecen dos estratos inamovibles: de una parte, la alta burguesía encerrada en sí misma y detentadora de la mayor parte de la riqueza y, de la otra, la gran masa del campesinado, condenada prácticamente a sobrevivir.
     Esta situación va generar conflictos que estallarán dramáticamente durante los siglos XIX y XX, y que culminaran en e1 trágico enfrentamiento civil de 1936 que se inició con el golpe militar del general Franco y abarcó a todo el país. La posguerra fue dura y larga y, como en el resto del territorio español, Jerez no inicia su recuperación hasta entrados los años sesenta, proceso que se acelerará de manera extraordinaria tras el establecimiento de la Democracia.
     Hoy, la ciudad presenta un aspecto envidiable, se ha modernizado sin volverle la espalda a sus raíces: nuevas y formidables avenidas han extendido el casco urbano mediante la construcción de barriadas con la arquitectura más actual; los viejos olores de las grandes bodegas continúan dominando el aire, pero ahora se mezclan con una amplia gama de actividades que ponen en los servicios su principal acento; el turismo es cada día más abundante, favorecido por la mejora de las comunicaciones y, en especial, por el aeropuerto; y el futuro, en fin, aparece despejado, como hacía mucho tiempo que no lo estaba.
Gastronomía
     La economía de Jerez sigue teniendo una base importante en la agricultura. Ahora bien, el mar, el océano Atlántico lo tiene sólo a 11 km de distancia. Esta situación favorece que en la cocina jerezana se unan casi por igual los productos de la tierra y los del mar, produciendo una serie de platos característicos que, en realidad, no tienen demasiado de propiamente autóctonos, como pueden ser la cola de toro, el rape a la marinera, el puchero, la berza o los riñones al Jerez.
     Por supuesto, la ciudad posee un importante número de restaurantes en los que pueden encontrarse perfectamente elaboradas una variada gama de especialidades de la cocina nacional e internacional. Ahora bien, en la mesa jerezana el producto que brilla por encima de todos, con una personalidad única e inconfun­dible, es el vino, en sus distintas gamas y variedades.
Fiestas
     El 23 de enero, San Antón, es el día de la llamada Bendición de los caballos, fiesta hoy completamente laica que tiene lugar en el parque González Hontoria y consiste en una espectacular exhibición de caballos y enganches.
     El carnaval, en febrero, gana adeptos cada año y, aunque no tiene la potencia que el de la capital, sí que pone de manifiesto la gracia que adorna a los jerezanos. La cabalgata, es, sin duda, su principal atractivo.
     Poco después, la Semana Santa es una de las más brillantes de Andalucía, tanto por la abundancia y la calidad de las imágenes que salen a la calle, como por los itinerarios por los que discurren las procesiones y por la gran participación popular. El Miércoles Santo es una de las jornadas más importantes. Ese día hacen su estación de penitencia las hermandades de la Salud, el Prendimiento y la Flagela­ción, resultando particularmente emotiva la entrada de la Virgen de la Amargura en la calle Medina.
     A caballo entre febrero y marzo viene celebrándose un magnífico Festival Flamenco, que a lo largo de unas dos semanas reúne los mejores espectáculos, en número que ronda la cincuentena, conferencias, cursos y una amplia gama de actividades a las que acuden aficionados de todos los rincones del mundo.
     En mayo se celebra la Feria del Caballo, cuyos orígenes se remontan al siglo XIII, inmediatamente después de la conquista de la ciudad por parte de los cristianos. Declarada de Interés Turístico Internacional, es una hermosa feria que sienta su real, de nuevo, en el parque González Hontoria, pero cuyo luminoso colorido se expande por toda la ciudad. En este mismo mes tiene lugar el Gran Premio de España, perteneciente al Campeonato del Mundo de Motociclismo, que reúne a decenas de miles de moteros venidos de toda Europa. Entre septiembre y octubre ven la luz una serie de celebraciones festivas que se reúnen bajo el nombre genérico de Fiestas de Otoño, plagadas de actos culturales y lúdicos y que suele tener determinados momentos descollantes, como La Merced, el 24 de septiembre, día de la Patrona de la ciudad; las Fiestas de la Vendimia, hacia finales de septiembre o primeros de octubre, dependiendo de cómo venga la cosecha, con la Pisa de la primera uva, y la Cabalgata del vino; y en torno a San Dionisio, patrón de la villa, la Semana Internacional del Caballo, que suele culminar con una monumental parada hípica por el centro de la ciudad.
El caballo
     Jerez de la Frontera no puede entenderse sin estos dos pilares sobre los que, junto al del vino, se alza lo más representativo y auténtico de su personalidad. Antes que el vino incluso, ya estaban los caballos. Ágiles y veloces, sobre sus lomos galopa­ban los jinetes tartesios cuando llegaron los fenicios. A los griegos les entusiasmaban: ahí está para demostrarlo el testimonio del general e historiador Jenofonte, allá por el siglo IV a. C. Poblaban toda Anda­lucía, pero por circunstancias que resulta difícil, cuando no imposible, explicar, la afición por estos nobles brutos fue en Jerez donde más ampliamente se desarrolló.
     Al cruzarlo con el que ellos traían, los musulmanes contribuyeron a fijar un primer genotipo jerezano, el conocido caballo árabe español, que aún se sigue criando, corto de tronco y cuello, largo de cañas, de vivo carácter y notable porte, aunque sin grandes velocidad ni resistencia.
     En el siglo XVI, tres siglos después de la conquista cristiana, los monjes de la cartuja de la Defensión dieron un paso más al realizar un nuevo cruce, el de uno de estos caballos hispanoárabes con otro de origen alemán. El resultado fue el caballo cartujano, un poderoso animal y, sin embargo, ágil, rápido, elegante, bellísimo y, lo mejor de todo, extraordinariamente dotado para la obediencia y, por lo tanto, para la doma. Este soberbio caballo extendió por medio mundo la fama de Jerez. Hasta la ciudad acudían para hacerse con algún ejemplar emisarios de los grandes señores de Europa.
     Sin embargo, aún quedaba por dar un último paso, al menos hasta la fecha. Lo dieron dos hermanos jerezanos que ejercían el siempre misterioso oficio de herre­ros en los comienzos del siglo XIX: cruzaron un viejo macho cartujano con una percherona harta de traquetear por los caminos acarreando mercancías de un lado a otro. El cruce resultó tan mágico como la profesión de los hermanos, y de la yegua nacieron dos potrillas, un macho y una hembra, ambos singulares, pero principalmente el potro, de unas cualidades y belleza como no se había visto en yeguada alguna de Jerez. De este potro, que recibió de sus amos el miserable nom­bre de Esclavo, no se sabe por qué, puede decirse, sin temor a error, que proceden en la actualidad los más briosos caballos de las cuadras jerezanas.
     Durante el siglo XX, la tremenda afi­ción de Jerez hacia el caballo ha quedado plasmada en dos acontecimientos que revelan la calidad de esta afición: la celebración de la Semana del Caballo, cuya primera edición se llevó a cabo en 1954, y la fundación, en 1973, de la Real Escuela de Arte Ecuestre, en el palacio de Abran­tes o de las Cadenas, lugar en el que puede verse desde entonces el espectáculo Así bailan los caballos andaluces, que se ha representando en el mundo entero.
El flamenco
     El flamenco llegó, sin duda, después. Nadie sabe realmente cuando hizo su aparición por primera vez, aunque las indu­dables influencias semitas que en sus melis­mas se detectan permiten remontar sus orígenes a tiempos muy lejanos.
     De cualquier modo y descubran lo que descubran los investigadores, de lo que no cabe duda es de que el flamenco cons­tituye la primera y más singular expresión de la cultura autóctona andaluza, o lo que es lo mismo, es andaluz y nada más que andaluz. Afirmado este primer axioma, de lo que tampoco dudan los investiga­dores es de que el cante flamenco inició su andadura y empezó a crecer en el triángulo formado por las ciudades de Cádiz, Jerez y Sevilla, es decir, que Jerez de la Frontera, de la que ahora se trata, es una de las cunas indudables del flamenco.
     Actualmente, es famosa en todo el mundo la bulería jerezana, un cante festivo que los gitanos de San Miguel y Santiago interpretan de un modo único espectacular, cante al que Jerez dedica un festival anual que pone de bote en bote la plaza de toros y que dura una noche entera allá por el mes de septiembre. Pero no son sólo las bulerías; palos o cantes, que vienen a ser lo mismo, de tradición jerezana pueden considerarse también la toná, la siguirilla, la soleá y el tango, en los que la personalidad de los cantaores jerezanos sale a relucir desde la más profunda hondura.
     Incontables son los cantaores nacidos en Jerez, la inmensa mayoría gitanos, pero también payos. Las noticias más alejadas se remontan al siglo XVIII, fecha en la que, al parecer, y en esto hay pocas dudas, ya estaban fijados la mayoría de los palos, al menos los más importantes, los más jondos. A esta época pertenecen el fabuloso Tío Luis, el de la Juliana, creador de la toná grande; Tía María, a la que apodaban la Jaca; Tía Salvaora, y los Tíos Vicente y José, apodados Macarrón, cabeza de una dinastía que al día de hoy se extiende por el tiempo casi sin interrupción hasta la bailaora Juana la Macarrona. Varias son las figuras que destacan en el siglo XIX, entre ellas María la Regalá, Tío Manuel Purgante, Tío Mateo, La Sandita, Juanelo o El loco Mateo, pero será a caballo de este siglo y el veinte cuando surjan dos de los cantaores más importantes de todos los tiempos, don Antonio Chacón (1869-1929), el único cantaor de flamenco que ha tenido tratamiento de don, tal era la personalidad de este enorme payo, y Manuel Torre (1878-1933), apodo que el gitano Manuel Soto Loreto heredó de su padre, a quien, por su altura, llamaban el Torre.
     Las grandes figuras no han dejado de sucederse a lo largo del siglo XX. Ahí están, entre un interminable abanico, los nombres de José Soto, José Cerero, Tía Anica la Piriñaca, El Borrico, El Agujeta, La Paquera, conocidísima del gran público desde los años cincuenta por sus temperamentales bulerías, y, ya en la actuali­dad, José Mercé, seudónimo por el que todo el mundo conoce a José Soto Soto. La dedicación de Jerez al cante se plasma, además de en el Festival de Flamenco y en la Fiesta de la Bulería, ya comentados, en las actividades de las numerosas peñas que existen; en el Centro Andaluz de Flamenco, institución que reúne, entre otras muchas cosas, unas excelentes biblioteca y fonoteca, con grabaciones antiquísimas; en la cátedra de Flamencología; y en la monumental Ciudad del Flamenco que se está construyendo y que albergará el Centro Europeo de Música Andalusí. Pero más aún que todo eso, lo mejor es que el flamenco se sigue viviendo en Jerez a diario. Paseando, principalmente, por los barrios de Santiago y San Miguel, es seguro que el visi­tante escuchará en más de una ocasión una voz cadenciosa entonando unas bulerías, o toda una fiesta flamenca particular organizada para amenizar un bautizo, una boda o cualquier otra ceremonia familiar. Esta circunstancia se multiplica en determinados momentos del año, como por ejemplo la Navidad, en que no son pocas las familias que pasan la noche can­tando y bailando alrededor de la candela en los patios de las casas de vecindad (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).  
        Notable ciudad, famosa por sus vinos y sus caballos, asentada en las proximidades del río Guadalete, a sólo 12 km del Atlántico.
Historia
     Cuando en el año 711 de nuestra era el ejército de Tarik destruyó al del último rey godo, don Rodrigo, en el cercano Guadalete, Jérez, aunque con otro nombre, debía ser ya una ciudad consolidada, pero sólo a partir de la conquista árabe se tiene constancia fidedigna de ella. Desde el principio, los árabes la llamaron Xerez, la u rbanizaron, la ampliaron, fundaron mezquitas y palacios y, auque el Islam lo prohíbe, bebieron el vino que producían sus ya abundantes vides. El 9 de octubre de 1264, día de San Dionisio, patrono de la ciudad desde entonces, pasó ésta definitivamente a poder de los cristianos, por conquista de Alfonso X el Sabio. A partir de entonces y, sobre todo, a partir de 1492 con el fin de la Reconquista y el descubrimiento de América se produce una expansión de la ciudad, que se acentúa cuando a partir del siglo XIX se fundan la mayoría de las bodegas actuales.
Gastronomía
     Los productos de interior se unen con los del mar en una cocina selecta que, si bien tiene poco de propiamente autóctono, disfruta de una gran calidad y un enorme buen gusto en la combinación de los distintos elementos. Platos como el arroz con langostinos, el lenguado con salsa de setas, el rape a la marinera, la cola de toro o la bro­cheta de langosta constituyen ejemplos determinantes de un saber hacer que ha terminado haciéndose tradicional.
     Mención aparte merece el vino jerezano, famoso en todo el mundo y que, entre otros muchos, ha sido alabado en sus obras por artistas tan distintos como Shakespeare, Víctor Hugo o Pío Baroja.
     Se distinguen cuatro tipos básicos, todos con una graduación media de entre 15 y 16 grados y 5 años como mínimo de envejecimiento: el fino, de color amarillo, sabor seco y aroma penetrante; el oloroso, de color ambarino tostado, aroma intenso y amplio y sabor seco; el dulce, de color caoba, aroma muy afrutado y sabor dulce y pastoso, y el amontillado, de color ámbar, aroma punzante, recuerdos de avellana, seco, suave y lleno al paladar.
Artesanía
     La tonelería es el principal patrimonio arte­sano de la ciudad, en la que también se realizan trabajos en mimbre, cerámica, faroles y guarnicionería.
Fiestas
     La Semana Santa goza de un innegable esplendor, encarnado en la abundancia y calidad de los pasos que desfilan en las calles, pero también por la concurrencia de público y, sobre todo, por el gran número de saetas que acompaña la procesión. El Miércoles Santo, con la salida de las hermandades de la Salud, el Prendimiento y la Flagelación, adquiere un sobresaliente relieve, siendo especialmente emotiva la entrada de la Virgen de la Amargura en la calle Medina. En general, el mejor momento para presenciar los desfiles es el regreso a su iglesia y en las proximidades del tem­plo. En mayo se celebra la Feria del Caballo, cuyo origen se remonta nada menos que al siglo XIII.
     En la primera quincena de septiembre tiene lugar la Fiesta de la Vendimia, nacida en 1948 como homenaje y exaltación del vino, y en la segunda, la Virgen de la Merced, patrona de la ciudad.
Vida urbana
     Los barrios de San Miguel y de Santiago concentran la afición al cante flamenco, que junto con las bodegas y los caballos completa el trípode de los principales focos que atraen a los jerezanos. Lugares como la peña de los Toreros o la del Tío José de la Paula ofrecen actuaciones con asiduidad. Jerez es cuna de la bulería y el lugar donde han nacido la mayoría de sus mejores intérpretes. La calle Lancería, lugar de paso para casi todos los sitios, constituye el eje alrededor del cual se extiende la zona comercial, eje que se prolonga a través de la calle Larga y que se abre y se bifurca por la calle Corredera, por las plazas de Esteve, del Arenal, de la Yerba, del Progreso y por el dédalo de callejuelas de marcado sello histórico que las rodean o desembocan en ellas.
     Últimamente, fomentada por el Ayuntamiento, ha ido creciendo la afición por el motorismo y automovilismo. En el Circuito de Jerez, situado en las afueras, se celebran pruebas de los Campeonatos del Mundo de motociclismo y au­tomovilismo, a las que acuden apasionados del motor de toda España.
Visita
Caballos y bodegas
     En la avenida del Duque de Abrantes, en el llamado Recreo de las Cadenas, está la Real Escuela de Arte Ecuestre, en la que todos los jueves, a las 12 h se celebra el espectáculo Cómo bailan los caballos andaluces. El caballo, su cría y doma, de dilatadísima tradición, es uno de los elementos más característicos de la ciudad. Reciben el nombre de cartujanos porque, aunque eran ya famosos en tiempos de Alfonso X, fueron los cartujos, a partir del siglo XV, los que mediante cruces consiguieron la raza actual que, por otra parte, terminó de completarse mediante un nuevo cruce realizado por los hermanos Pedro y Juan Zapata en 1818.
     El otro elemento esencial son las bodegas. Hasta el siglo XVIII Jerez exportaba únicamente mosto. A partir de esta fecha los mercados internacionales comienzan a reclamar el vino hecho. Aunque ya había bodegas en el siglo XVII, es en este siglo cuando comienza una expansión que, en el número de establecimientos, alcanza su cénit en el siglo XIX. Aunque los avances de la ciencia han introducido novedades en el control de los procesos, en las temperaturas, en el embotellado, etc., la crianza del vino se sigue realizando en toneles de roble que reposan en grandes naves con suelo de tierra y elevadas arquerías sobre las que se sustenta la techumbre. La llamada Mezquita, de Domecq, es una de las más hermosas, aunque no se pueden olvidar las de Garvey, San Patricio, Las Copas (de González Byas)... Se pueden visitar de lunes a viernes por la mañana, directamente o concertando una cita por teléfono.
El casco histórico
     Desde la avenida del Duque de Abrantes a través de Divina Pastora y Sevilla, se alcanza la avenida del Marqués de Domecq, en la que se encuentra el palacio de éste y, sobre todo, el convento de Santo Domingo*, edificio gótico, de la época de la Reconquista, en el que destaca su precioso claustro. El casco antiguo de la ciudad, que ha sido declarado Monumento Histórico Artístico, se extiende desde aquí hacia el sur y hacia el oeste. Casi en todas las calles, aún en las zonas más populares, se levantan casas de gran empaque, la mayoría de los siglos XVIII y XIX y muchas de ellas con escudo nobiliario. En esta zona se concentra la casi totalidad de los monumentos y lugares de interés.
     Jerez fue elevada a sede episcopal en 1980. Desde entonces la colegiata de San Salvador ha adquirido la categoría de catedral*. Se trata de un magnífico templo de cinco naves, construido entre 1695 y 1778 en los estilos gótico y rena­centista. En el crucero se eleva una robusta cúpula de media naranja sobre tambor octogonal, rematada por un linternón ciego. La decoración constituye una de las características más notables del edificio, sobresaliendo la de las fachadas. Las tres con que cuenta presentan el pórtico empotrado en la construcción, con columnas corintias y gran profusión de bajorrelieves tallados en la piedra. Algo más abajo de la catedral se abre la puerta del Arroyo, resto de la antigua muralla almohade que aparece también al final de la avenida del Azahar y la calle Chancillería. Por encima de la catedral se eleva el alcázar* árabe, en cuyo interior se conserva una mezquita, transformada en la iglesia de Santa María por Alfonso X el Sabio.
     La plaza del Arenal constituye hoy el centro geográfico y cosmopolita de Jerez. Desde ella, hacia el sur, se descubre la esbelta torre de la iglesia de San Miguel**. Es éste un templo muy bello levantado en su día extramuros de la ciudad, alrededor del cual se fue extendiendo un barrio que, con el tiempo, llegaría a contar con una fuerte presencia gitana: el barrio de San Miguel. Su edificación, de estilo gótico florido, data del siglo XVI. Tiene tres naves rematadas en tres ábsides cubiertos con bóvedas de crucería en estrella. El retablo mayor, uno de los mejores del autor, se debe a Martínez Montañés.
     Al otro lado de la plaza del Arenal, más allá de la calle Letrados, se alcanza la plaza de San Dionisio, arquitectónicamente la mejor de la ciudad. En ella se encuentran el antiguo cabildo municipal, edificio de 1575 en el que se combinan los estilos plateresco y mudéjar, y la iglesia de San Dionisio, hermoso templo mudéjar dedicado al patrón de la ciudad que guarda la imagen de Nuestra Señora del Mayor Dolor, del siglo XVII. Adosada a la iglesia se levanta una garbosa torre de 1400, conocida como torre del Reloj y de la Vela.
     Ya en el otro extremo del casco histórico, siguiendo por la calle Francos y luego por Oliva, en la plaza de su nombre se levanta la iglesia de Santiago, junto con la de San Miguel, pieza clave en la arquitectura histórica jerezana. Fue construida en el siglo XV y consta de tres naves en estilo gótico, siendo su planta rectangular y sin crucero. Son muy interesantes las portadas, sobre todo la principal, también del siglo XV, pero terminada en una torre de mediados del XVII.
     Caminando desde Santiago hacia el sur se accede a tres barrios que constituyen el espacio urbano más popular de Jerez: San Juan, San Lucas y San Marcos, nucleados en calles de resonancias medievales alrededor de las iglesias del mismo nombre (mandadas edificar por Alfonso X después de la conquista cristiana).
     Al lado de la plaza de San Mateo se sitúa la del Mercado, donde se encuentran el pala­cio Riquelme, del que sólo se conserva la fachada, y el Museo Arqueológico.
Alrededores
     A unos 5 km, en la ribera del Guadalete, se halla uno de los monumentos más interesantes de toda la provincia: La Cartuja*, declarada Monumento Histórico Artístico. La fundó en 1463 el caballero jerezano don Álvaro Obertos de Valero y Morla, con el nombre de Nuestra Señora de la Defensión. Posee dos bellísimas portadas separadas por un amplio patio. La de acceso es renacentista, construida en 1571 por Andrés Ribera; la otra, la del cenobio, es barroca, con gran profusión de columnas dóricas, relieves vegetales y un precioso rosetón embutido en el muro, simu­lando una balconada. La iglesia es de una sola nave, de estilo gótico, lo mismo que los claustros, perfectamente conservados gracias al cuidado de los monjes. La visita se limita al patio y la iglesia (horario iglesia: miércoles y sábados no festivos; las mujeres tienen vetada la entrada) (Rafael Arjona. Guía Total, Andalucía. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005).
     
     Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Cádiz, déjame ExplicArte los principales monumentos de la localidad de Jerez de la Frontera (I), en la provincia de Cádiz. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la provincia gaditana.

Más sobre la provincia de Cádiz, en ExplicArte Sevilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario