Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Federico Rubio, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 30 de agosto, es el aniversario del nacimiento (30 de agosto de 1827) de Federico Rubio, por lo que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Federico Rubio, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle Federico Rubio es, en el Callejero Sevillano, es una vía que se encuentra en el Barrio de San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo; y va de la confluencia de las calles Mármoles, y Muñoz y Pabón, a la confluencia de las calles Madre de Dios, Fabiola, y Aire.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos.
En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
Desde el s. XVI era conocida como Dormitorio del Monasterio de Madre de Dios porque a ella daban los del convento; en 1713 ya es conocida como de la Soledad por un retablo callejero de la Virgen de esta advocación, denominación que conservará hasta 1900 en que, a petición de los estudiantes de la Escuela de Medicina, se cambió por el de Federico Rubio (1827-1903), cirujano, fundador de la citada Escuela e hijo adoptivo de la ciudad. Estrecha y rectilínea hubo de ser conformada por la construcción del muro de la Judería, que corría por ella en casi toda su longitud y, más tarde, del convento de dominicas de Madre de Dios a finales del s. XV (Madre de Dios) que ocupaba la acera de los impares. Estuvo empedrada en el s. XVII y fue readoquinada sobre firme de hormigón en 1939; actualmente sigue adoquinada. La acera de losetas de cemento es muy estrecha e incómoda para los peatones. Fue dotada de alumbrado eléctrico en 1942, que ahora luce en farolas adosadas tipo gas. La edificación de la acera izquierda está formada por muros laterales y traseros del Centro Español de Nuevas Profesiones, el convento y la Escuela Universitaria de Graduados Sociales (hoy CICUS); la acera derecha está constituida por dos casas de patio en los extremos y edificios de apartamentos de tres y cuatro plantas. Destaca la casa del s. XVIII en donde está instalado el Instituto Británico con fachada en chaflán a Aire. amplio apeadero y patio de columnas; fue construida para el caballero Ibarburu, cuyas armas luce en la fachada. Se encuentra en buen estado de conservación.
Fue vía de comunicación frecuente entre San Nicolás y el centro monumental, y dada su estrechez, motivo de queja de los vecinos y transeúntes por cerrar el paso con tareas de carga y descarga. Tuvo siempre carácter secundario y así González de León (1839) la describe como "'sola, triste y sin casas". En 1724 fue testigo de la procesión cívica que organizó el cabildo secular con motivo de la entronización de Luis I; el cortejo llegó hasta allí para recoger al alférez mayor de la ciudad que tenía en ella su casa. En 1868 algunos vecinos, junio con otros muchos del sector, se unieron a la solicitud de demolición del convento de Madre de Dios y la construcción en su lugar de un mercado de abastos. La enseñanza del inglés en el Instituto Británico y la proximidad de la Escuela Universitaria de Graduados Sociales, junto con el Centro Español de Nuevas Profesiones, contribuyen a animar la calle a determinadas horas del día. Cuenta con pocas viviendas. En la casa esquina a Mármoles se ha instalado recientemente una galería de arte y en otra tiene su sede la Hermandad de la Candelaria [Salvador Rodríguez Becerra, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Federico Rubio, 14. Esta casa perteneció en el siglo XVIII a don Lorenzo Ignacio de Ibárburu y Bilbao, caballero de Santiago, cuyas armas se encuentran en la fachada principal. Es un edilicio de dos plantas. La portada se encuentra en el chaflán formado en la esquina con calle Aire; está flanqueada por pilastras dóricas y sobre ella un balcón con pilastras jónicas y frontón partido con el escudo de armas. Todo el conjunto está guarnecido por un gran tejaroz. La entrada actual consta de un amplio apeadero con galería cubierta, desde la que se pasa al patio de columnas con arcos de medio punto en planta baja y balcones en la superior, y fuente de mármol en el centro. En uno de los frentes del patio se encuentra la escalera, que consta de dos tramos y se cubre con artesonado mudéjar. Dos salas están, también, cubiertas con artesonados [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Biografía de Federico Rubio, personaje a quien está dedicada esta vía;
Federico Rubio y Galí, (El Puerto de Santa María, Cádiz, 30 de agosto de 1827 – Madrid, 31 de agosto de 1902). Médico y político.
Era hijo de José Rubio y Lubet, abogado de la Real Audiencia de Sevilla y de Trinidad Galy Montaño. De este matrimonio nacieron cinco descendientes, tres mujeres y dos varones. Su hermano José fue abogado y masón; Federico muy probablemente también. El padre era un destacado liberal “exaltado” amigo de Riego, circunstancia ésta que condicionaron poderosamente la infancia y juventud de Federico. La persecución de liberales condenó a su familia a traslados, destierros y penuria económica. Medina Sidonia (1829), Vejer de la Frontera (1829), Jerez de la Frontera (1830) mientras su padre era desterrado a Morón de la Frontera, El Puerto de Santa María (1832-1840) con la familia ya reorganizada, y finalmente Cádiz donde su padre instaló un bufete, fueron sus lugares de residencia durante los primeros trece años de vida.
La experiencia vital de su niñez estuvo impregnada de una fuerte carga de inestabilidad e inseguridad por estas razones políticas no siempre fáciles de entender por un niño, a lo que hay que sumar la desagradable experiencia escolar de una enseñanza memorística, repetitiva y cargada de castigos corporales. En este sentido, sólo había escasas diferencias entre los frailes de Santo Domingo, la escuela de Diego Choquet de Isla, la de Domingo Fartos, las Escuelas Pías de la Aurora o las clases que en el Convento de San Juan de Dios impartía Santiago Castellanos Galea, a las que sucesivamente asistió entre 1830 y 1840. Trasladado a Cádiz se matriculó en Colegio de San Pedro, donde recibió las enseñanzas del masón Pedro O’Cruley y en el que terminó sus estudios de bachillerato obteniendo el título de bachiller en Artes con la calificación de sobresaliente. Federico Rubio en el verano de 1842, tras descartar por imposibles otras opciones, se inclinó por estudiar Medicina en el Colegio Nacional de Medicina y Cirugía ubicado en Cádiz —Facultad de Ciencias Médicas desde mayo de 1844 y Facultad de Medicina y Cirugía al siguiente año— a pesar de no despertar en él ni en su padre entusiasmo alguno.
Entre los cursos 1842-1843 y 1849-1850 realizó sus estudios médicos. En 1843 alcanzó el bachillerato en Filosofía y terminó el curso preparatorio con la calificación de sobresaliente, hecho que se repetiría en todos los cursos. En junio de 1848, al terminar el quinto curso, obtuvo con aprobado por unanimidad en grado de bachiller en Medicina y Cirugía y en junio de 1850 ante un tribunal constituido por los profesores Andrés Azopardo Fabre, Francisco Flores Moreno, Rafael Ameller Romero, Vicente Domínguez Daza y Juan Ceballos Gómez alcanzó el grado de licenciado en Medicina y Cirugía; el de doctor no lo lograría hasta septiembre de 1870 en la Escuela Libre de Medicina y Cirugía de Sevilla que había fundado en 1868 y de la que era profesor. Durante el período de licenciatura recibió las enseñanzas, además de los más arriba mencionados, de José María López y López, Manuel José de Porto y Zepillo, José Benjumeda y Gens, José Gabarrón y Lozano, José García de Arboleya, José de Gardoqui y Paino Valladares, Federico Benjumeda Fernández, Ignacio García de la Mata y Pino y Antonio García de Villaescusa, pero éstos eran ya unos años en los que la llamada “escuela médica gaditana” había empezado a languidecer, si bien, aún se encontraba a una distancia respetable con relación al resto de las universidades españolas. De todos estos profesores de Federico Rubio se podrían considerar como sus “maestros” a Domínguez Daza, director de Trabajos Anatómicos y la persona que le apoyó para que alcanzase el nombramiento de ayudante suyo en 1845, y García de Villaescusa, su maestro de Cirugía. Durante estos años su penuria económica trató de compensarla realizando diversas actividades, unas más ajustadas a su condición de estudiante de Medicina y otras más alejadas: el puesto de ayudante le proporcionó 1400 reales anuales; un año antes de terminar su carrera inició la publicación por entregas de un inconcluso Manual de Clínica Quirúrgica (1849- 1850) e impartió clases de Esgrima en el Colegio San Felipe Neri y en el gimnasio de Manuel Elers. Todas estas actividades le proporcionaron recursos económicos para costearse los estudios y ayudar a su familia.
En el verano de 1850 se desplazó a Sevilla y en septiembre de este año opositó a una plaza de cirujano en el Hospital Central con resultado adverso a sus intereses.
Se enfrentaron tres gaditanos —Rubio, Cayetano Álvarez-Ossorio Perea y Manuel Hoyos-Limón Sánchez— y el tribunal en primer lugar y la Junta de Beneficencia después concedieron la plaza a Ossorio, el opositor que menos méritos y más impericia mostró públicamente, pero que contaba con fuertes apoyos políticos. La difusión pública de lo ocurrido tuvo una favorable repercusión en la vida profesional de Federico Rubio, quien a partir de ese momento fue ganando prestigio en Sevilla y formando una clientela privada que le permitió vivir desahogadamente.
Entre agosto y septiembre de 1854 Federico Rubio tendría su primera experiencia política, disfrutando de un cargo público. Con veintisiete años entró a formar parte del autoproclamado Ayuntamiento Constitucional nacido de un proceso insurreccional, pero no logró conseguir acta de concejal en las elecciones celebradas a comienzos de octubre. En estos años el pensamiento político de Federico Rubio es bastante difuso: juró fidelidad a Isabel II, defendió el “orden” público y se movió en círculos demócratas y republicanos.
Parece ser que la persecución política que sufrió durante los gobiernos de la Unión Liberal tuvo más que ver con su participación en la organización y vertebración de estos grupos políticos —llegó a ser presidente del Partido Demócrata en 1865— que con su pertenencia a un Ayuntamiento surgido de un proceso revolucionario. A comienzos de la década de 1850 contrajo matrimonio con María de la Paz Chacón Santervas; hacia 1853 nació Sol, su única hija, enviudó en 1855 y contrajo más adelante segundas nupcias con María Díaz Quelle. Al constituirse el Colegio de Médicos de Sevilla en mayo de 1856 formó parte de su Junta directiva con el cargo de diputado segundo, y tal acontecimiento puede considerarse como un indicador del grado de ascenso social alcanzado en Sevilla tras sólo cinco años de residencia.
Como otros demócratas, fue detenido en 1859, exiliándose y regresando a Sevilla en 1860. Este exilio político, como luego el de 1864, lo utilizó para completar su formación médico-quirúrgica. En la primera de estas fechas trabajó en Londres junto al cirujano William Fergusson y en la segunda, tras una breve estancia en Montpellier, residió en París ampliando su formación con Alfred Velpeau en el Hospital de la Charité, con Auguste Nélaton en el Hospital Saint- Louis, con Pierre Paul Broca en el Hospital Necker y asistió a los cursos de microscopía que impartió el venezolano Eloy Carlos Ordóñez. Tras Francia se desplazó al Instituto de Fisiología de Breslau que dirigía Johannes Evangelista Purkinje completando su formación histológica. La década 1851-1860 es muda editorialmente hablando.
Hasta 1874 Federico Rubio —excluidos los cortos períodos de exilio político— vivió en Sevilla, primero en la calle Pedro Niño, n.º 1, y después en San Fernando, n.º 36. Durante este período de tiempo continuó con su trabajo político en el seno del Partido Demócrata, para decantarse en la Revolución de 1868 por el Partido Demócrata Republicano Federal, del que llegó a ser presidente del comité sevillano.
Por otra parte son años en los que Federico Rubio polemiza: en el terreno quirúrgico con Juan Creus y Manso en relación con las resecciones llamadas subperiósticas (1861) y en el “filosófico” con un tal “Ferrando” (1863-1864). Desde el punto de vista editorial son años muy dinámicos, en los que publicó artículos en diversas revistas médicas tales como La Crónica Medica (Sevilla), de la que era redactor, o El Siglo Médico (Madrid). Años más tarde sería muy crítico con su artículo, afortunadamente inconcluso, “Conversación sobre el cáncer”, publicado en esta última entre 1862 y 1863. Federico Rubio participó muy activamente en la preparación de la Revolución de Septiembre de 1868, formó parte de la Junta provisional revolucionaria de Sevilla, cargo que fue renovado por sufragio en las elecciones celebradas en octubre, alcanzando la vicepresidencia. Rubio tiene el perfil de los demócratas revolucionarios sevillanos: nacidos en la década de 1820 fuera de Sevilla, pertenencia a familia pequeño burguesa de tradición liberal y sin grandes medios económicos.
La revolución favoreció el desarrollo de los proyectos científicos y políticos de Federico Rubio. Por iniciativa suya y al amparo de una nonata legislación sobre la libertad de enseñanza la Junta creó la Escuela Libre de Medicina y Cirugía de Sevilla, cuna del especialismo médico en España, con lo que materializaba parte de sus inquietudes por el estado de la enseñanza.
En el seno de su Escuela serviría la Cátedra de Clínica Quirúrgica y al mismo tiempo obtendría su doctorado. En el terreno de la política alcanzaría la condición de diputado en las elecciones a Cortes Constituyentes —legislatura 1869-1870— de enero de 1869 y en Madrid desarrollaría una febril actividad en su trabajo parlamentario: asistencia a debates y votaciones, pertenencia a comisiones, proposiciones, interpelaciones, propuestas de enmiendas al proyecto de Constitución y otras leyes. Sería nuevamente elegido diputado en la legislatura de 1871, pero de inmediato se produciría su renuncia. En las elecciones generales de 1872 alcanzó un puesto de senador —nuevamente por la circunscripción de Sevilla— para la legislatura de 1872-1873, pero en esta ocasión su actividad política fue de menor entidad, para recuperarse durante la Primera República tratando de contribuir a la resolución de los múltiples problemas planteados dentro del republicanismo sevillano desde su condición de republicano conservador. Durante cuatro meses y diez días —entre julio y noviembre de 1873— fue enviado extraordinario y ministro plenipotenciario del Gobierno de la República ante la Corte de San Jorge. Carecía de experiencia diplomática, pero tenía prestigio científico y pedigrí republicano. Fracasó en su intento de reconocimiento de la República por parte del Gobierno de la Gran Bretaña, fracasó en su búsqueda de apoyos económicos para el de Madrid y consiguió frenar la adquisición de armas de procedencia inglesa por parte de los carlistas. Antes de regresar a España efectuó un viaje científico a Estados Unidos visitando centros hospitalarios de Chicago, Filadelfia y Nueva York. En 1883, tras una reclamación, se le incluiría en el escalafón diplomático con la categoría de embajador y ministro plenipotenciario de 1ª clase.
En 1874 fijó definitivamente su residencia en Madrid, abandonó la política activa durante la Restauración y se dedicó a la práctica médica privada, convirtiéndose en el médico de la alta burguesía y la aristocracia madrileña, llegando a cobrar sumas respetables por sus intervenciones, muchas de las cuales tenían un alto grado de atrevimiento. Posiblemente, su intervención más conocida sea su participación en la junta de médicos que dictaminó la situación clínica de la reina María de las Mercedes en junio de 1879.
Su ingreso en la Real Academia de Medicina de Madrid en 1874, electo desde mayo de año anterior, fue un acto de reconocimiento a su tarea como médico; Rubio respondería participando activamente en sus sesiones literarias, impartiendo el discurso en la sesión inaugural (1890) o dando los discursos de recepción a otros académicos (a Manuel Prieto y Prieto en 1877 y Eulogio Cervera Ruiz en 1900). Por otra parte fue constante su presencia en actividades congresuales: asistió al Congreso Médico Andaluz de Sevilla (1876), al Congreso Regional de Ciencias Médicas de Cádiz (1879), al Congreso Médico Internacional de Sevilla (1882), al II Congreso de Ciencias Médicas de Barcelona (1888), al X Congreso Internacional de Medicina de Berlín (1890), al Congreso Hispano- Portugués de Cirugía (1898) o al IX Congreso Internacional de Higiene y Demografía de Madrid (1899).
Federico Rubio sintonizó en Madrid con el ambiente intelectual abierto que representaba Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, de cuya primera Junta directiva formó parte.
Durante esta etapa madrileña fue fundador de tres instituciones que, con sus peculiaridades y problemas tras su muerte, sobrevivieron al fundador hasta 1936. Todas nacieron con un objetivo general renovador tanto en el campo de la formación médica —su gran preocupación de siempre— como en el terreno asistencial. Considerándolas por orden cronológico, la primera fue el Instituto de Terapéutica Operatoria en el Hospital de la Princesa (1880) para la enseñanza de la alta cirugía, y ello tras fracasar algunos proyectos iniciales más de acuerdo con su ideología liberal. En este sentido el apoyo oficial otorgado por el círculo de amistades de Rubio fue fundamental. Este Instituto se convirtió en el segundo núcleo de cristalización del especialismo médico en España, pero por su carácter central y capitalino más poderoso que el sevillano.
En octubre de 1896 fue trasladado a un complejo de nueva planta —integrado por seis o siete pabellones— construido en la Moncloa con fondos procedentes, en su mayor parte, de una subscripción pública, que no fueron suficientes para cubrir el valor total de la obra.
Muy vinculado a este traslado se encuentra el segundo de los grandes logros institucionales de Federico Rubio: la creación en 1896 de la Escuela de Enfermeras Santa Isabel de Hungría. Rubio había colaborado a que en España se resolvieran los grandes problemas que impedían el desarrollo de la cirugía en el siglo XIX, a saber, el control del dolor gracias a la anestesia, el control de las hemorragias por medio de la hemostasia y el control de las infecciones quirúrgicas por la cirugía antiséptica y aséptica. Pues bien, esta nueva cirugía exigía un nuevo escenario, el quirófano, en el que necesariamente tenía de estar presente una enfermería de carácter técnico adecuadamente formada y a ello respondió la creación de esta primera escuela laica y burguesa, aunque no carente de elementos disciplinarios autoritarios y orientación clerical.
No llama la atención que en el mes de marzo de 1899 apareciera el primer número de la Revista Iberoamericana de Ciencias Médicas fundada por Federico Rubio, su tercer objetivo institucional. Su nacimiento hay que enmarcarlo en un momento de fuerte impulso regeneracionista —en el que Hispanoamérica estaba muy presente— y dentro del movimiento documental europeo. Rubio pretendió aglutinar la ciencia médica española y la de los países americanos a través de una revista de calidad que fuera un nexo de unión entre dos continentes con tradiciones culturales comunes. Estos intereses hispanoamericanistas no alcanzaron cotas altas, en parte, como consecuencia de la gran debilidad de aquel mundo: un indicador de esta aseveración es el bajo número de trabajos originales publicados en la revista por autores sudamericanos. En este sentido, la revista se convirtió exclusivamente en el órgano de expresión del Instituto Rubio y, muerto éste, aún se debilitó más la conexión iberoamericana. Como no podía ser de otra manera, Rubio utilizó su revista para vehiculizar la mayor parte de su producción entre 1899 y 1900, siendo los dos años siguientes prácticamente mudos desde un punto de vista editorial.
Federico Rubio estaba en posesión de la Gran Cruz de Isabel la Católica, la de Alfonso XII, pertenecía a la Orden del Cristo de Portugal y era miembro honorario del Royal College of Surgeons of England. De este último se encontraba muy satisfecho por su carácter estrictamente profesional. En junio de 1900 diversas instituciones celebraron los actos de homenaje con motivo de la celebración de sus Bodas de Oro con la profesión médica: la Revista Portuense y los Anales Médicos Gaditanos le dedicaron respectivamente un número monográfico, las Facultades de Medicina de Cádiz y Sevilla celebraron actos públicos, la prensa en general se hizo eco de la efeméride, múltiples comisiones le visitaron en su domicilio de Madrid y el Ayuntamiento de Sevilla lo nombró Hijo adoptivo y rotuló una calle con su nombre. Poco antes de su muerte la reina regente María Cristina le ofreció un título nobiliario, el de marqués de El Puerto de Santa María, que respetuosamente Federico Rubio rehusó.
La salud de Federico Rubio sufrió un proceso de deterioro muy evidente a partir de 1901 con agravamiento en la primavera del siguiente año. Falleció en Madrid, en el domicilio de su hija Sol en la calle Barquillo, el 31 de agosto de 1902, y fue enterrado “católicamente” dos días más tarde en el panteón construido en la capilla del Instituto en la Moncloa.
Sobre Federico Rubio se construyó a principios del siglo XX un discurso mitificador que no ha hecho más que crecer con el paso del tiempo, hasta que su figura ha dejado de tener vigencia social y ha pasado definitivamente al mundo de los historiadores. Lo que no eran más que hechos habituales se elevaron a la categoría de extraordinarios y las miserias, presentes en toda vida que sólo pretenda ser humana, apenas sí se percibieron por sus contemporáneos y biógrafos posteriores. Bueno, sabio, hombre ejemplar, genio original, trabajador infatigable, maestro de sabios, patriarca de la medicina española, sacerdote de la ciencia, gloria nacional, príncipe de la cirugía, son algunos de los epítetos que se le han dedicado. Es decir, un compendio de valores burgueses con los cuales la clase médica española se identificaba y legitimaba.
Sánchez de la Cuesta, uno de sus biógrafos, en 1949 le disculpó por su compromiso político, que calificó de “inútil distracción”, al romper con la política activa y dedicarse exclusivamente a la medicina. Entre tanto halago da la impresión de que no se podía ser tan grande siendo solamente un burgués, pero es lo que fue y lo que nunca aceptó dejar de ser (Juan Luis Carrillo Martos, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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La calle Federico Rubio, en detalle:
Galería Rafael Ortiz
Casa Hermandad de la Candelaria
Centro Español de Nuevas Profesiones
Instituto Británico
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