Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Huelva, déjame ExplicArte los principales monumentos (Iglesia de Santa Cruz; Convento de María Auxiliadora; Ermita de Nuestra Señora de la Peña; e Iglesia de Santa Bárbara) de la localidad de Puebla de Guzmán, en la provincia de Huelva.
Ubicación
Situado a 221 metros de altitud y a 61 Km de Huelva, este pueblo de bellos paisajes pertenece al Partido Judicial de Valverde.
Reseña histórica breve
Existen testimonios de la existencia de cultura prerrománica (primer milenio a. C.) en la tumba del Cerro La Longuera y lápidas e inscripciones romanas en la actual ermita de la Virgen de La Peña, promontorio rocoso donde también hay evidencia de la presencia musulmana.
Estos primeros pobladores se dedicaban a una explotación minera reconocible en las actuales minas de Sta. Barbara, Herrerías y Cabeza del Pasto. La riqueza minera abandonada, se explota de nuevo a finales del siglo XIX. La riqueza de estas minas en manganeso, cobre y pirita, compensaban la insuficiencia del campo e hicieron aparecer nuevos poblados mineros.
Al abandonar, de nuevo, la minería, se buscan alternativas en el sector industrial y en la agricultura de regadío. Una innovación importante es la siembra de flores, creándose la cooperativa SCA Andévalo Flor.
Patrimonio cultural y artístico
La riqueza arquitectónica de la Puebla es extensa y extraordinaria.
Destacan la Iglesia Parroquial de la Santa Cruz, de principio del s. XVI, construida sobre las ruinas del castillo de Alfayat, con torre barroca rematada de azulejos. En el interior se pueden contemplar la Inmaculada de Alonso Cano, s. XVII.
A 4 Km, en la cima de una colina la Ermita de la Virgen de la Peña, s. XV, construida, sobre los restos de una fortaleza musulmana, en el Cerro del Águila, mirador natural desde el que podemos contemplar este hermoso paraje con antiguos molinos de viento. Cercano, se encuentra otro mirador La Divisa desde el que, en días claros, se ve el mar.
Fiestas y tradiciones
La Romería de la Virgen de la Peña, con la subida la Cerro del Águila, el último domingo de abril.
Las Fiestas de la Virgen de la Caridad, que se celebra el segundo domingo del mes de agosto.
Novena de la Virgen de la Peña, en los meses de septiembre y octubre.
Recursos económicos y sociales
En el ganado destacan el ovino y porcino. En la actividad forestal, los campos de jara y eucaliptos, se aprovechan para obtención de esencias para farmacias y cosmética. También existen destilerías de anisados, secadero de jamones y cotos de caza menor y de caza mayor.
Podemos encontrar artículos de guarnicionería de Esteban Ponce y de Teresa Gómez. También se pueden adquirir jamones y embutidos de cerdo ibérico en el secadero de Ntra. Sra. de la Peña y anís o aguardiente en las destilerías de Antonio Ponce e Hijos y en la destilería Gómez.
Gastronomía
Una de las especialidades es la caldereta, se consume durante todo el año pero sobre todo durante la Romería de la Virgen de la Peña. Las turmas y gurumelos se preparan de diversas maneras: en tortillas, revueltos...
Otros preparados son las poleás, las migas, los embutidos.
Se sitúa la Puebla de Guzmán al oeste de la comarca, en una penillanura rodeada de algunas elevaciones entre las que destaca el Cerro de la Peña. Como sucede en toda la comarca del Andévalo, los primeros signos de presencia humana en su territorio se remontan al Calcolítico, con necrópolis como la del cerro «La Longuera». Sin embargo, los testimonios arqueológicos se intensifican de manera sustancial en época romana, cuando se inició la explotación minera de su rico subsuelo. Durante el periodo de la dominación islámica, el citado «Cerro de la Peña» adquirió un marcado protagonismo, siendo nombrado en numerosas crónicas tanto por su valor estratégico como religioso. A mediados del siglo XIII, tras la reconquista cristiana, debió surgir el primitivo núcleo urbano en torno a la dehesa y posterior castillo de Alfayat. Poco más se sabe de este primitivo caserío que, a finales del siglo XIV, era nombrado como la «alquería de Juan Pérez». Desde 1369 pasó a ser dominio de los Guzmanes quienes, a mediados del siglo XV, concedieron franquicias y exenciones fiscales para favorecer el poblamiento de la zona. En este contexto, el 3 de febrero de 1481, aparece documentalmente por primera vez el nombre de la Puebla de Guzmán.
La siguiente centuria fue especialmente próspera, lo que se pone de manifiesto en un sostenido crecimiento demográfico que llegó hasta mediados del siglo XVII, momento en que quedó interrumpido por la Guerra con Portugal. En el año de 1796, Carlos IV concede a la Puebla de Guzmán el título de villa. A principios del siglo XIX las tradicionales actividades agropecuarias comenzaron a alternarse con las explotaciones mineras -de manganeso, cobre, pirita y plomo- cuyo máximo apogeo se alcanzaría a finales de ese siglo y principios del XX.
En 1645, por voluntad personal del duque de Medinaceli, se construyó sobre la cima del monte sobre el que se extiende el pueblo un fuerte abaluartado, con el fin de defender a sus vecinos de los saqueos de los portugueses. Al frente de las obras estuvo el Barón de Santa Cristina, concluyéndose en 1666. Sin embargo, no tuvo el efecto esperado pues, este mismo año, tropas enemigas entraron en la población saqueándola. En el siglo XVIII la fortaleza fue objeto de numerosos informes y proyectos de remodelación que, en su mayoría, nunca llegaron a ponerse en ejecución o quedaron reducidos simplemente a intervenciones parciales. Hoy apenas quedan algunos restos visibles de él (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
Pequeña villa minera y ganadera del Andévalo, situada sobre una pequeña loma de tintes rojizos a la que cercan encinas y eucaliptos.
Gastronomía
Cocina fuertemente enraizada en los productos del campo y de gran sabor serrano con la presencia sobresaliente de los derivados del cerdo. Magníficos embutidos de elaboración completamente artesanal se dan cita en la mesa puebleña en la que, de todas formas, el plato más genuino es la caldereta de cordero. Dulces tradicionales son las rosas, a base de huevo, harina y miel, y las tortas, en sus variantes de azucaradas o abizcochadas. El anís del lugar pone adecuado broche a la comida.
Fiestas
En torno al último domingo de abril se celebra la romería a la Virgen de la Peña, que atrae a una buena cantidad de romeros de toda la provincia de Huelva. En ella celebran los mozos el célebre baile de las espadas. Un momento muy interesante del festejo es cuando llega el momento del Sermón de súplica, durante el que se escoge a los nuevos mayordomos.
Coincidiendo con el segundo domingo de agosto tiene lugar la feria.
Visita
La población, de pequeñas casas rojas, se estira suavemente elevándose hacia el edificio de la iglesia parroquial de la Santa Cruz, que se levanta en la parte más alta, en el lugar en el que un día se levantaba el castillo árabe de Alfayat. Precisamente la iglesia se construyó durante el siglo XVI embutida en el castillo, aunque la obra de entonces fue casi enteramente destruida durante la guerra civil de 1936.
El templo actual fue reconstruido tras la contienda, destacando por su elemental sencillez y por el recuerdo de lo árabe que, desde la lejanía, despiertan su blancura y sus cúpulas de media naranja. En su interior guarda un interesante monumento al Santísimo Sacramento, que se expone el Jueves y el Viernes Santo.
Alrededores
Aproximadamente a unos 4 km de la villa de Puebla de Guzmán en dirección a Tharsis, en la cima del cerro del Águila, donde estuvo en su época el castillo del Águila, de origen musulmán, se encuentra el santuario de la Virgen de la Peña.
Se trata de un gracioso edificio de planta en forma de cruz, con artesonado de madera noble y cúpula policromada de media naranja en el crucero. Dos hermosas vidrieras narran la leyenda de la aparición de las imágenes de la Virgen de la Peña y de la de Piedras Albas al pastor Alonso Gómez, origen y punto de partida de la actual romería (Rafael Arjona. Guía Total, Andalucía. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005).
Por un plano conservado, datable en 1666, sabemos que la iglesia de la Puebla poseía ya entonces una estructura muy similar a la que presenta hoy, con una torre adosada a la fachada de los pies, un cuerpo de tres naves separadas por columnas de mármol, probablemente de origen genovés, una armadura de madera como cubierta de la nave central y un presbiterio de enorme volumen y altura -aunque no poseía la anchura del actual- sobre el que se situaba una pequeña espadaña que avisaría de los oficios a los vecinos del sector oeste de la población.
La obra de esta iglesia, si nos atenemos al análisis de los elementos ornamentales de la portada de cantería, a las columnas del interior y sus capiteles y a los pocos elementos de madera subsistentes, integrados en el cancel, podría datarse a fines del siglo XVI o inicios del XVII. La conciencia de poseer un edificio robusto y valioso se reflejaba ya en 1645 en el informe de Francisco de Rada, cuando comenta los inconvenientes de ejecutar obras importantes de fortificación en el recinto por el riesgo de dañar lo que él llama «una excelente iglesia». De hecho, las fortificaciones llevadas a cabo hacia 1666 por el Barón de Santa Cristina, no llegaron a realizar modificaciones en el templo. En efecto, un plano del conjunto, hecho por el ingeniero Carlos Voysin en 1735, refleja aún la misma situación que en el siglo anterior.
Entre 1748 y 1757 se llevan a cabo proyectos de remodelación de la fortaleza y de la propia iglesia, algunos de los cuales, como el de Francisco Muñoz, maestro de fábricas del Arzobispado, ya plantea la necesidad de rehacer la cabecera del templo. Aún más ambicioso en dimensiones era el proyecto de los ingenieros Antonio de Gaver y José Barnola quienes, además, proponen, con el objetivo de dar mayor firmeza a la nueva cabecera, no fabricar una bóveda semiesférica en el crucero sino emplear tramos de bóvedas de medio cañón con lunetos, solución que finalmente se desecha. La nueva cabecera sí que alcanzaba, a diferencia de la primitiva, la anchura completa del buque de la iglesia y sería construida con un hermetismo exterior y una cubierta de azotea que la convertía en la torre vigía de todo el recinto. Las obras serían ejecutadas por Diego de Luna e informadas finalmente por Pedro de Silva.
A la austeridad militar de su aspecto exterior, se correspondió también una decidida sobriedad en su interior, que concuerda con el lenguaje clasicista de los ingenieros militares más que con el ornamentado barroco de los arquitectos diocesanos, como puede comprobarse en otros templos no fronterizos de la comarca. No obstante, parece que es el proyecto de Muñoz el que se ejecuta. En él indica que, a los cinco pares de columnas existentes, es preciso añadir un nuevo par y los cuatro pilares en que se sustenta la bóveda del crucero. El terremoto de 1755, acaecido en pleno proceso de las obras, acarrearía cambios de última hora particularmente perceptibles en la torre campanario. Posiblemente en los últimos años del siglo XVIII se taparon los artesonados con bóvedas, como se hizo en otros templos de la comarca.
Los sucesos de la Guerra Civil provocaron una total ruina en las tres naves de la iglesia, cuando se incendia en julio de 1936. La reconstrucción se hace con el proyecto del arquitecto onubense José María Pérez Carasa, quien adopta un criterio de reconstrucción literal a pesar de la total destrucción. José Álamo, maestro de obras de Gibraleón, será el constructor. Manuel Costa, cantero portugués, talla de nuevo las 16 columnas con sus basas y capiteles y se reconstruyen los arcos y muros superiores elevando las cornisas un metro por encima de la altura primitiva. Se hacen de nuevo las cubiertas y las bóvedas de la nave y se sanean las de la cabecera que habían resistido el incendio.
Preside el presbiterio un retablo mayor de estuco repintado, de estilo neoclásico, muy popular, de la primera mitad del siglo XIX, en una de cuyas hornacinas se encuentra una escultura de la Inmaculada Concepción, de madera policromada, obra anónima sevillana del siglo XVII vinculable al círculo de Alonso Cano. El centro de la bóveda de este ámbito, se decora con una yesería muy plana con una cruz patriarcal, emblema de la parroquia.
Apoyado en el pilar izquierdo del crucero se halla un púlpito de forja barroca.
Pasando a las naves del templo, en la de la izquierda, encontramos una pequeña escultura de San Rafael, de finales del siglo XVIII y en la de la derecha, la imagen de vestir de la Virgen de la Caridad, obra de Manuel Pineda Calderón, de 1948, y un Jesús Nazareno de talla, del imaginero Antonio León Ortega. También conviene destacar en este ámbito, un juego de sillones de carpintería popular barroca, que debieron realizarse para el presbiterio y otro más con asiento y respaldo de cuero tachonado en bronce.
La capilla sacramental esta decorada con un zócalo de azulejos pintados neobarrocos, de talleres trianeros, de la primera mitad del siglo XX.
Ya en la sacristía, a la que se accede por unas puertas de carpintería de talla popular barroca, que fueron donadas después de la Guerra por un feligrés, se conserva un lienzo de Cristo crucificado con la Magdalena, del siglo XVIII, junto a algunas piezas de orfebrería de interés, como son un cáliz de plata sobredorada de estilo rococó realizado en el año 1787 por el platero sevillano Gargallo y un ostensorio del mismo estilo y época (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
Se observan restos de la muralla que poseyó este castillo, junto con la torre cuadrada.
La Iglesia Parroquial de Santa Cruz se encuentra situada en lo alto de una loma y hacia ella se dirigen las principales calles del pueblo. Fue construida en el interior del castillo de Alfayat. La obra de esta iglesia podría datarse a finales del siglo XVI o principios del XVII.
Entre 1748 y 1757 se llevan a cabo proyectos de remodelación de la fortaleza y de la propia iglesia, algunos de los cuales ya plantea la necesidad de rehacer la cabecera del templo. La nueva cabecera alcanzaba la anchura completa del buque de la iglesia.
Las obras serían ejecutadas por Diego de Luna e informadas por Pedro de Silva.
Un incendio en 1936, ya en la Guerra Civil, provoca la ruina del templo, teniendo que ser reconstruido, aunque se mantuvieron las ideas originales. La reconstrucción se hace con el proyecto del arquitecto José Mª Pérez Carasa, quien adopta un proyecto de reconstrucción literal, a pesar de la total destrucción.
Por un plano conservado de 1666 sabemos que la Iglesia Parroquial de Santa Cruz poseía ya entonces una estructura muy similar a la que presenta hoy. La iglesia se divide en tres naves mediante columnas de mármol, sobre basamento de ladrillo. La nave central se cubre mediante secciones de bóveda de cañón con lunetos, y las laterales con bóvedas de crucería en las laterales. La cubierta original era de artesonado. El coro, situado a los pies, era de madera de castaño, con dos campanilletes, y cerrado por una verja de hierro forjado, igual que el púlpito. El presbiterio posee gran volumen y altura y sobre él se situaba una pequeña espadaña. La iglesia posee una torre adosada a la fachada de los pies.
A la austeridad de su aspecto exterior se correspondió también una gran sobriedad interior.
La fortificación de Puebla de Guzmán se construyó alrededor de la iglesia parroquial, al igual que se hizo en Paymogo, y obedeció al empeño del Duque de Medinaceli en defender la villa como plaza principal del Andévalo en detrimento del Castillo de Gibraleón. El encargado de dirigir las obras, por la muerte de Juan Bautista Corballino, fue el barón de Santa Cristina. En 1666 el fuerte estaba terminado. Disponía de planta pentagonal irregular con cinco baluartes. Dentro del recinto fortificado se situaba la parroquia de la villa y la ermita de la Sangre.
Terminada la guerra con Portugal, Octaviano Menni ponía de relieve la escasa funcionalidad de esta estructura defensiva y se pronunciaba a favor de atender mejor a Paymogo como plaza más adelantada. En 1725 Fovet propuso, no obstante, la fortifcación de toda la villa para no situar la plaza más fuerte del Andévalo en primera línea de la frontera, aunque tan ambicioso proyecto no vio la luz. A mediados del siglo XVIII en la fortificación se habían construido unos cuarteles y almacenes adosados al interior de la muralla sur y un polvorín dentro de la iglesia, probablemente con motivo de los conflictos hispano- lusos que tuvieron lugar durante la Guerra de Sucesión. Entre 1753 y 1757 se acometieron unas reformas según proyecto del ingeniero militar José Barnola y de Antonio de Gaver. Se modificó el trazado de las murallas y baluartes situados al nordeste, dejando un mayor espacio para la iglesia y mejorando la eficacia de los baluartes.
También se diseñó un patio de acceso al interior de la iglesia, un nuevo emplazamiento exterior para el polvorín, un segundo piso sobre los cuarteles de la tropa y unas dependencias para la guarnición adosadas al muro sur de la iglesia, cubiertas mediante bóvedas de cañón. La reforma más importante fue la construcción del nuevo presbiterio cubierto con una bóveda de media naranja apoyada sobre cuatro pilares. A la parte superior se accede mediante una escalera de caracol adosada a una de las esquinas de la cabecera, de forma que sobre la azotea se pudiera batir el territorio circundante mediante fuego de mosquetes (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Situado, en origen, a las afueras de la población, se encuentra hoy integrado en el tejido urbano. Fue fundado en torno a 1720 -año del que datan las primeras reglas- por monjas de la Orden Tercera de San Francisco, quedando dedicado a Nuestra Señora de los Milagros. A mediados del siglo XIX se encontraba en ruina, aunque fueron hechas reformas en la década de 1880 y permaneció abierto hasta 1936. Durante la Guerra Civil quedó abandonado, volviéndose a ocupar en 1939 por una comunidad de monjas salesianas durante 15 años, pasando entonces a denominarse convento de María Auxiliadora.
La iglesia es un edificio de una sola nave, cubierta con un artesonado neomudéjar labrado en 1987 y cabecera constituida por un tramo de planta cuadrada, cubierto con media naranja sobre pechinas y otro semicircular con cuarto de esfera. Su acceso se realiza por dos vanos adintelados situados en el costado lateral derecho, decorados ambos con un simple recercado que, en el principal, se remata en un gran cornisón. También a los pies de este lado se sitúa una espadaña de un solo cuerpo y dos vanos semicirculares, coronada por un frontón triangular partido.
La sacristía, el claustro y otras dependencias monacales se adosan al costado izquierdo de la iglesia. El claustro es un pequeño espacio cuadrangular de doble altura formado, en planta baja, por arcos rebajados sobre gruesos pilares y, en la superior, por simples vanos rectangulares. Todo el conjunto responde a un lenguaje barroco de gran sobriedad, que otorga al edificio gran sencillez y elegancia.
Preside el presbiterio un retablo de estilo rococó popular, del último tercio del siglo XVIII, hoy muy repintado, que contiene varias imágenes de serie, modernas, a excepción de un pequeño Cristo crucificado, de talla, datable en la segunda mitad del siglo XVI y el relieve de la Inmaculada Concepción en el ático, de la época del retablo.
Incrustada en el pavimento, bajo la mesa de altar, se encuentra una placa de mármol con una inscripción relativa al enlosado de la iglesia en 1887, momento en que también debió colocarse el zócalo de azulejos levantinos que decora las paredes de la nave.
El resto de las imágenes son de serie, a excepción de la Virgen de los Dolores, obra de José Sanjuán Navarro de 1937 y un cuadro de San Francisco en éxtasis, firmado por Bartolomé Magro, copia de un original de Zurbarán que se encuentra en la Universidad de Cádiz.
Por último, en la sacristía, se conserva, en mal estado, otro pequeño Cristo crucificado, de madera policromada, del siglo XVII (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
El antiguo Convento de María Auxiliadora, en Puebla de Guzmán (Huelva), se encuentra situado ocupando una manzana en pleno centro de la población, con fachada a la calle Cantarranas. El inmueble responde a la tipología característica de la arquitectura conventual, que consta de iglesia, claustro, dependencias alrededor de éste y zona de huerta.
El estilo es barroco, sobrio y austero, totalmente acorde con su función, traduciendo fielmente las reglas de pobreza y humildad de las beatas franciscanas a las que se debe la existencia del inmueble.
La iglesia es de una sola nave, cubierta con un artesonado neomudéjar y cabecera constituida por una trama de planta cuadrada, cubierto con media naranja sobre pechinas y otro semicircular con cuarto de esfera. Su acceso se realiza por dos vanos adintelados, situados en el costado lateral derecho, decorados ambos con un simple recercado que, en el principal se remata en un gran cornisa. También a los pies de este lado se sitúa una espadaña de un solo cuerpo y dos vano semicirculares, coronado por un frontón triangular partido. En su interior situado a los pies del templo, se encuentra el coro alto con dos vanos que lo iluminan, sustentado por un arco de medio punto muy rebajado y una columna de hierro en su parte central.
Toda la parte inferior de la iglesia, exceptuando la de los pies y la cabecera, conserva un zócalo de azulejos con motivos geométricos y forales posiblemente realizados en Portugal a mediados del siglo XIX. La solería, de mármol blanco y negro, se data por una inscripción existente bajo la mesa del altar en 1887. En el lado izquierdo del altar abre una puerta que comunica con la sacristía, de planta cuadrada, en la que se encuentra el único acceso existente a las dependencias conventuales.
La zona conventual, actualmente muy deteriorada, se organiza entorno a un claustro de espacio cuadrangular de doble altura formado, en planta baja, por arcos rebajados sobre gruesos pilares y, en la superior, por simples vanos rectangulares. Todo el conjunto responde a un lenguaje barroco de gran sobriedad, totalmente acorde con su función, traduciendo fielmente las reglas de pobreza y humildad de las beatas franciscanas a las que se debe la existencia del inmueble, sin menoscabo de su calidad arquitectónica, que otorga al edificio de gran sencillez y elegancia.
Tras el claustro se encuentra la zona de huerta del convento, destinado al cultivo de productos para el
autoabastecimiento de la comunidad. en dicho espacio se encontraba tanto una alberca como un pozo.
El edificio estuvo abierto hasta 1936 en que se cerró, volviéndose a ocupar el 6 de septiembre de 1939 tras una rehabilitación de urgencia por una comunidad de religiosas salesianas, pasando a denominarse convento de María Auxiliadora, permaneciendo ocupado durante quince años, hasta que el progresivo deterioro del edificio obligó a su abandono.
Existe en el Ayuntamiento de Puebla de Guzmán un escrito con registro de entrada de 19 de julio de 1986 en el que los vecinos del pueblo firmantes exponen entre otras cosas que el convento de la calle Eustaquio Carbajo es propiedad de la iglesia y que consta de capilla, claustro ya derrumbado y terreno de huerta ya abandonado, no reúne las condiciones de salubridad, seguridad y ornato público por la desmesurada inclinación del campanario, porque el interior ha sido destinado a albergar animales incomprensiblemente y porque la fachada está en condiciones deprimentes.
En esta situación permaneció hasta el año 1987, encontrándose desplomados los techos del convento, los muros ruinosos, el huerto abandonado y algo mejor la iglesia, aunque con evidentes signos de ruina. Una parte del solar fue cedido para la construcción de un centro de día para la tercera edad y promovido por don Santiago Delgado, párroco de la localidad, encabezando a un grupo de entusiastas colaboradores, se procedió a la rehabilitación de la iglesia, como lo atestigua una losa en el coro de ésta que dice :«Se restauró esta capilla en el año mariano de 1987», siendo bendecida poco después por el Excmo. Sr. Obispo de Huelva, don Rafael González Moralejo.
Las noticias más antiguas que se tienen del Convento de María Auxiliadora corresponden a las recogidas en su libro de reglas, en este se refiere al convento como Beaterio de la Orden Tercera de San Francisco de Nuestra Señora de los Milagros. Se trata de uno de los escasos ejemplares de libros de reglas llegados íntegros hasta nuestro tiempo, por ello hay que destacar su importancia documental. El 12 de abril de 1740 estas constituciones recibieron la aprobación del arzobispo Luis de Salcedo y Azcona, con una licencia se erigió también el Beaterio. Más tarde fueron ampliadas y retocadas en algunos puntos por las que se aprobó el 25 de julio de 1748.
Son otras las fuentes documentales que recogen datos históricos y mencionan al Beaterio de la Puebla de Guzmán, enumerándose a continuación y en orden cronológico las más importantes. En las reglas generales del Catastro de Ensenada del 12 de diciembre de 1755 se recoge en la respuesta 39 referida a La Puebla de Guzmán: "... que solo hay un beaterio en que hay catorze beatas, demantienen de limosna...". Esta información se obtuvo en el pueblo el 1 de octubre de 1751.
Del año 1756 encontramos una serie de documentos relacionados con la fundación de una capellanía en la iglesia del beaterio siguiendo las instrucciones que dejó en el testamento Beatriz Jiménez Vera. Del año 1758 existe un informe en el que se mencionan las distintas cofradías de la villa y la poca formalidad de la administración de las cuentas de la cofradía de la Orden Tercera de San Francisco. En el libro de traslaciones de dominicos y arrendamientos de las fincas urbanas encontramos dos ventas de casas a tributo del año 1779 de Manuel Mora Mora y Francisco de la Rosa al beaterio, la primera en la calle de las Peñas lindando con el arroyo y la segunda en la calle de Otero.
Dos documentos nos informan del estado ruinoso en que se encuentra la iglesia del beaterio a mediados del siglo XIX.
Como lo atestigua una loza situada en el altar, la iglesia se soló en el año 1887, siendo ministra del beaterio Sor Catalina de la Purificación Domínguez. De nuevo encontramos una prueba del mal estado del beaterio en un texto con fecha del 9 de mayo de 1888. Del 26 de julio de 1934 es el documento donde las hermanas del beaterio dejan constancia de su precaria situación y de la intención de vender una casa junto al huerto para poder subsistir. El edificio estuvo tras diversas vicisitudes abierto hasta 1936 en que se cerró, volviéndose a ocupar el 6 de septiembre de 1939, tras una rehabilitación de urgencia, por una comunidad de religiosas salesianas, pasando a denominarse convento de María Auxiliadora, permaneciendo ocupado durante quince años hasta que el progresivo deterioro del edificio obligó a su abandono.
El beaterio de la Orden Tercera de San Francisco data de los primeros años del siglo XVIII, aunque la consolidación del inmueble duró prácticamente hasta el siglo XX, sufriendo a lo largo de estos años diversas intervenciones en lo ya construido y agregándose nuevas construcciones acorde con la función que desempañaban las monjas que lo habitaban (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
A pocos kilómetros de la Puebla de Guzmán, en la cumbre del cerro que llaman del Águila, se alza el santuario de la Virgen de la Peña.
Se trata de un pequeño templo de planta de cruz latina, que cubre su única nave con una armadura de madera, el crucero, con media naranja sobre pechinas y los brazos y el presbiterio, con bóvedas de cañón. En su perímetro se adosan varias capillas, dependencias de servicios y pórticos que se usan los días de la romería, que al menos desde el siglo XVII se celebra en este lugar.
Posiblemente, el origen de este santuario pueda remontarse a época medieval. No obstante, el edificio actual es el resultado de varias y sucesivas intervenciones documentadas desde el siglo XVII y el aspecto del conjunto que hoy podemos contemplar se debe a las obras de mediados del siglo XX, al igual que su decoración interior.
El presbiterio está presidido por un retablo barroco tallado en 1711 por Juan de Valencia y dorado por Alonso Sánchez, que fue muy reformado en 1960, con motivo del quinto centenario de la aparición de la Virgen y de nuevo retocado en 1992 por Antonio Díaz Fernández. El ático contiene un pequeño crucificado neogótico.
La Virgen de la Peña es una escultura en madera policromada de mediados del siglo XVI, restaurada tras la Guerra Civil por el tallista sevillano Francisco Rodríguez. En 1949 fue nuevamente intervenida por el escultor Antonio Cano Correa, con quien colaboró en las labores de policromía Sebastián García Vázquez. Por último, Sebastián Santos Rojas, en 1971, completó el bulto redondo y renovó por completo su policromía.
En un muro de la nave cuelga un lienzo donde se representa a Jesús Nazareno, obra del siglo XVII con marco de la época (Manuel Jesús Carrasco Terriza, Juan Miguel González Gómez, Alberto Oliver Carlos, Alfonso Pleguezuelo Hernández, y José María Sánchez Sánchez. Guía artística de Huelva y su provincia. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2006).
A unos cuatro kilómetros de la Puebla de Guzmán, en la cumbre del cerro que llaman del Águila, se alza el Santuario de la Virgen de la Peña.
Se trata de un pequeño templo de planta de cruz latina, de una sola nave cubierta por armadura de madera parhilera. El crucero se cubre con media naranja sobre pechinas y los brazos y el presbiterio con bóvedas de cañón.
Al fondo, en la capilla mayor, se abre el camarín de la Virgen de la Peña, en el centro de un retablo que entallara en 1711 Juan de Valencia, bastante reformado después de los estragos de la guerra civil, posteriormente reformado en 1960 y, por último en 1.992 por obra de Antonio Díaz Fernández.
En su perímetro se adosan varias capillas, dependencias de servicios y pórticos que se usan los días de la romería que se celebra en este lugar al menos desde el siglo XVII.
La virgen de la Peña es una escultura de madera policromada. Mide 0,93 metros de alto y es una obra anónima sevillana de mediados del siglo XVI.
Posiblemente el origen del santuario puede remontarse a época medieval. No obstante, el edificio actual es el resultado de varias intervenciones documentadas desde el siglo XVII, y el aspecto del conjunto que hoy contemplamos se debe a las obras de mediados del siglo XX, al igual que la decoración interior.
El santuario es sin duda el primer foco de interés del municipio, pues su valor religioso y cultural, une el hecho de ser un hito geográfico desde el que se obtienen inmejorables vistas de todo el campo del Andévalo y de gran parte de la provincia (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Se trata de una iglesia de una planta rectangular con nave única de cuatro tramos iguales separados por arcos fajones, cubierta por bóvedas rebajadas de escayola en lugar de bóvedas tabicadas de ladrillo empleadas en la cubierta de las viviendas.
Dispone de una cabecera plana, sin ábside visible al exterior y cubierta a dos aguas. La entrada, porticada, está rematada con espadaña lateral, el coro se sitúa a los pies de la iglesia, y está construida en mampostería enlucida, con gruesos muros apoyados en contrafuertes visibles desde el exterior y que se prolongan en el interior formando unas peculiares capillas.
Hay que destacar que conserva todos los elementos ornamentales originales: en el interior, la imagen de Santa Bárbara y los ángeles que la acompañan, la pila bautismal y su cruz de hierro, las vidrieras, el sagrario y el vía crucis; en el exterior, la veleta y cruces de las fachadas, así como el farol de la plaza de la iglesia, inspirado en los tradicionales cruceros de los pueblos andaluces.
Alejandro Herrero plasma en ella su teoría sobre el barroco de la región, empleando sus formas y sus materiales, resaltando la importancia del hierro forjado por su arraigo y tipismo contrastando con el blanco de la iglesia.
El interior del edificio es sencillo, en una conjunción perfecta de tradición y modernidad, sin retablo, como debieron ser las antiguas ermitas rurales de los siglos XV-XVIII, que se encuentran en la provincia.
La iglesia de Santa Bárbara se construye a mediados del siglo XX por Alejandro Herrero Ayllón, el cual se implica en todo el proceso no solo constructivo, sino también en el artístico. Se encarga personalmente de elegir los elementos ornamentales y complementarios de la iglesia, y a través de sus notas sabemos que los divide en dos grupos: la empresa se encargaría directamente de la campana, la mesa del altar, el sagrario, los candelabros, los confesionarios y la pila bautismal; y el INV junto con Alejandro Herrería se encargaría de la cruz campanil o veleta, de la fachada posterior, el crucifijo, la imagen del altar, los ángeles, la cruz del agua bendita, las vidrieras, y dudosa la pila de agua bendita. Esta parte, la que él controla, se la encarga al catedrático de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla, Santa Isabel de Hungría, Antonio Cano Correa.
En un principio, lo previsto era una cruz de piedra para la fachada principal y otra de hierro para la fachada trasera, pero el efecto del hierro sobre el cielo azul y la belleza de la misma inclinan al arquitecto a desechar la cruz de piedra, colocándose en su lugar otra de hierro similar a la anterior. Así pues, encarga dos cruces iguales y la veleta.
Si cuidado tuvo con el diseño y materiales de las cruces, con mayor motivo se interesa por el resultado de la imagen de Santa Bárbara. En este punto se produce la interferencia de D. Carlos Sundheim, que va al estudio a llevarle una fotografía de Santa Bárbara, muy barroca. Antonio Cano, le comenta al arquitecto que él la reinterpretará para adecuarla a su obra, pero no pudo hacer mucho, pues la esposa de D. Carlos la quería lo más parecida a la fotografía para que no perdiera carácter ni devoción, pues otra cosa ya no sería lo que todos estaban acostumbrados a ver.
La respuesta de Herrero fue, una vez más, contundente, ya que reservó una parte del presupuesto de la obra prevista una suma importante para que se realizara la imagen de Santa Bárbara al ¿estilo Cano¿.
También se implica el arquitecto en la compra de las lámparas de la iglesia, pero no encuentra lámparas a su gusto, ni en Sevilla, ni en Madrid ni en Córdoba, por lo que estudian la posibilidad de comprar una que les satisfaga y hacer aquí las réplicas, probando antes qué tal quedaban. Dado que las lámparas utilizadas finalmente no se parecen en nada a las que constan en los documentos como propaganda de las empresas consultadas, posiblemente el diseño de las lámparas fuera realizado por el arquitecto o el escultor, siguiendo la línea de diseño de todo el conjunto: materiales tradicionales, adaptados a una estética sencilla y contemporánea. Sin embargo, no se puede constatar, al no existir testimonios documentales que lo confirmen.
Respecto a la elaboración del vía crucis, Alejandro Herrero le manda el dibujo, y le consulta la posibilidad de hacerlo en Herrerías. En la última estación irían tres cruces, en las restantes una sola. Decidiendo entre ambos lo adecuado de que la pared frontal vaya picada y en un color rojo ladrillo, porque como la figura estaba entonada en un azul verdoso, quedaría muy bien.
En definitiva, la construcción de la capilla desvela que el arquitecto la concibe como un proyecto integral, pensado desde el principio como un todo (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
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