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miércoles, 23 de agosto de 2023

Los principales monumentos (Puerta del Arroyo; Catedral; y Alcázar-Mezquita y baños árabes) de la localidad de Jerez de la Frontera (II), en la provincia de Cádiz

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Cádiz, déjame ExplicArte los principales monumentos (Puerta del Arroyo; Catedral; y Alcázar-Mezquita y baños árabes) de la localidad de Jerez de la Frontera (II), en la provincia de Cádiz.

     
Puerta del Arroyo
     El arco o puerta del Arroyo es uno de los vestigios de los nuevos postigos que se abrieron en la muralla jerezana siglos después de su construcción y con anterioridad a la época almohade, motivo por el cual fue conocido durante mucho tiempo como Puerta Nueva. El Arco del Arroyo fue levantado en el año 1500, con posterioridad fue reformado en 1588 bajo el reinado de Felipe II y reedificado en 1763.
    Adosada a la parte izquierda de la puerta, se encuentra una de las capillas más diminutas de la ciudad, la de la Virgen de la Antigua. Esta capillita inició su construcción en el año 1719 y presenta las características propias de la arquitectura barroca jerezana, pilastras adosados, baquetón mixtilíneo y entablamento con entrantes y salientes. Tuvo altar con una imagen pintada de la Virgen, y posee una pequeña dependencia anexa. En 1837, tras la desamortización de Mendizábal, fue vendida, quedando desde entonces cerrada y abandonada, En la última reforma efectuada en el Arco del Arroyo hace unos años se restauró pero continuando sin uso alguno.
   Esta puerta, enmarcada en los restos de la vieja muralla, junto con su evocadora ermita, la nueva plazoleta  surgida de los solares resultantes de la demolición de edificaciones que se situaban sobre el muro, junto a las bodegas de Domecq y González Byass, han dado como resultado un pintoresco rincón en una zona monumental muy frecuentada por el turismo. Para completar la belleza del este singular enclave de la ciudad queda aún pendiente de reurbanizar un proyecto de ordenación de la bodega Domecq y sobre todo el gran desnivel que linda con González Byass que actualmente ofrece un aspecto poco acorde con el entorno.
    La zona del Arco del Arroyo una vez urbanizada al completo  podría convertirse en un gran reclamo turístico, tanto por sus construcciones, como por su enclave, su historia y su sabor. Espacios similares los encontramos, por ejemplo, en Sevilla donde, junto a la Catedral, se alza el arco del Postigo con su capillita de la Pura y Limpia, abierta al culto, sus típicos mesones, sus tiendas de artesanías, su puesto de churros y sobre todo su trasiego de sevillanos y visitantes por tan emblemático lugar del barrio del Arenal. Como este lugar existen muchos otros en nuestros pueblos y ciudades de Andalucía, espacios que uniendo la historia, la monumentalidad y el pintoresquismo se convierten en atractivo para nativos y visitantes, estampa de una Andalucía que se resiste a perder sus señas de identidad.
    En las vísperas de un nuevo 28 de febrero, en el Arco del Arroyo se une mucho a la Andalucía de siempre, ya dejó escrito el recordado poeta Diego Campoy, con su destacado lirismo, al definir este enclave jerezano como pura artesanía saturada de clásico tipismo, naturaleza pródiga en sensibilidades de espíritu y arrebol forjado en plumaje albo de cisne enamorado en la noche tejida de candores (Artículo publicado en Jerez Información el 27 de febrero de 2010)

Catedral
     Colegial hasta que en 1980 el papa Juan Pa­blo II creó la diócesis de Jerez-Asidonia, se trata del templo de mayores dimensiones de la ciudad y cabeza del obispado.
     En su construcción in­tervinieron desde el siglo XVII al XIX diversos arquitectos, que, si bien introdujeron pequeñas modificaciones, continuaron las trazas originales dadas por Diego Moreno Meléndez en 1695. El tem­plo se asienta sobre el espacio que ocuparía la mezquita mayor aljama del Jerez musulmán y posteriormente la primitiva colegiata de los siglos XV-XVI; de ambas construcciones nada queda en la actualidad a excepción del primer cuerpo del campanario.
     Tras la iniciación de las obras por parte de Moreno Meléndez hasta 1700 y la lenta continuación a partir de esta fecha de Rodrigo del Pozo, fueron reanudadas en 1715 gracias al patrocinio del cardenal de Sevilla Manuel de Arias y Porres con la dirección de Ignacio Díaz y supervisión de Diego Antonio Díaz, maestro mayor de obras del arzobispado hispalense. Tras ellos, abovedada ya la mayor parte del templo, intervino Juan de Pina entre 1749 y 1778 que volteó la bóveda central y levantó el tambor de la cúpula. Las trazas de ésta, que concluyó Miguel de Olivares en 1773, se debieron al arquitecto Torcuato Cayón de la Vega.
     El aspecto exterior de la catedral es el de una obra gótica, que como trasunto barroco de la catedral de Sevilla, incorpora contrafuertes y arbotantes que reciben los empujes de sus escalonadas naves. La fa­chada principal denota las cinco naves con las que cuenta el templo, teniendo tres portadas, la principal de mayor tamaño y dos laterales. La portada principal se halla inserta entre las dos cajas de escalera de acceso a las bóvedas; se compone de un arco de medio punto casetonado que cobija una imagen de la Inmaculada del escultor José de Mendoza, de hacia 1738. A un lado y otro, dos columnas de orden compuesto sobre plinto sostienen un entablamento sobre el que se dispone el grupo escultórico de la Transfiguración llevado a cabo por José de Mendoza entre 1737 y 1739; estas figuras de gran calidad de ejecución estuvieron policromadas originalmente por Diego de Mendoza, hermano del autor.
     Las portadas laterales, a un lado y otro de la principal, concluidas en lo arquitectónico en 1725, son de dintel recto enmarcadas por pilas­tras almohadilladas y frontones semicirculares. En éstos se encuentran relieves de la Natividad en el lado de la epístola y la Epifanía en el del evangelio, sobre los frontones aparecen sibilas re­costadas. La calidad de estas esculturas contrasta con la de las existentes en la portada central y aunque fueron concertadas con José de Mendoza debieron de ser ejecutadas por su taller en el primer tercio del siglo XVIII.
     Las portadas del crucero son casi gemelas; am­bas se enmarcan por columnas de orden compuesto, los vanos se flanquean por pilastras de orden jónico y están remarcados por baquetón mixtilíneo que acogen sobre el dintel el emblema del cardenal Arias, promotor de la obra.
     En la parte superior, dentro del frontón curvo que remata las portadas se encuentran sendos frontones triangulares que acogen los relieves de la Visitación, en la portada del lado del evangelio y la Anunciación en la de la epístola; ésta además se ve flanqueada por las esculturas de Santo Domingo y San Francisco, mientras que a un lado y otro del relieve de la Visitación se encuentran las imágenes de San José y Zacarías. En la parte superior, sobre ambos frontones circulares aparecen figuras de virtudes recostadas y coronándolo todo el escudo del cabildo.
     El programa escultórico debió de ser realizado a partir de los años 40 del siglo XVIII por José de Mendoza y su taller.
     La torre, exenta del templo, es en su parte inferior obra gótica de finales del siglo XV, hecho que ejemplifican las tracerías cegadas del segundo cuerpo; los cuerpos superiores son obras de los siglos XVI y XVII y la linterna fue rehecha en el siglo XVIII por Juan de Pina. El reducto es obra de Miguel de Olivares, que lo ejecutó asistido por Bartolomé Ximénez, siguiendo planos que Torcuato Cayón de la Vega había dado en 1772.
     Al interior, el templo  cuenta con cinco naves de alturas escalonadas; la nave central se distri­buye a partir de pilares en los que se asientan medias columnas de orden gigante que soportan una voluminosa cornisa de la que nacen las bóvedas; éstas son de crucería simple y cuentan con una rica decoración de hojarasca tallada en piedra en sus plementos. Las naves laterales, se cubren asimismo con crucería simple, si bien sus nervios se prolongan en baquetones adosados a los pilares a la manera gótica.
     El altar mayor de la hoy catedral es producto de las lamentables intervenciones llevadas a cabo a lo largo del siglo XX. En la década de los sesenta, el arquitecto José Menéndez-Pidal trasladó el coro del tercer tramo de la nave central al quinto, estableciendo un nuevo altar bajo la cúpula. En esta reforma se perdieron muchos elementos como rejas, vía sacra, etc., además de haberse desmantelado el altar mayor, un templete en mármol que había sido realizado por Francisco Hernández-Rubio en 1896. Aún peor si cabe fue la reciente reforma del año 1999, cuando se despedazó el coro, reinstalándose sus cerramientos pétreos en ubicaciones inadecuadas y sólo parte de la sillería en el último tramo de la nave central. Esta sillería coral, de estilo barroco, fue llevada a cabo durante la segunda mitad del siglo XVIII. Las sillas bajas fueron he­chas por Bernardo Serrano entre 1757 y 1768, mientras las de estilo rococó de la parte alta son obra de Jácome Vaccaro en 1778. Son muy interesantes los relieves escultóricos de once de los respaldos de las sillas altas realizados por éste  último. La central representa la Transfiguración, a su derecha la Visitación, el Sueño de San José, la Anunciación y Jesús con la Samaritana; las del lado izquierdo representan la Epifanía, la Huida a Egipto, la Curación de la Hemorroisa y Cristo tentado en el desierto. Perteneciente al coro, el facistol, que actualmente se encuentra desplazado de su lugar original, es obra del siglo XVIII. 
   A los pies del templo, se encuentran dos nuevos espacios creados tras la última intervención. Se trata de los dos últimos tramos que han sido inexplicablemente cegados con los neoclásicos muros de cerramiento del antiguo coro que diseñó Torcuato Cayón y labró Jácome Vaccaro en 1778. La capilla así creada en el lado de la epístola, antiguo baptisterio, sirve ahora de sacris­tía, y en ella se conserva una cajonera rococó de la segunda mitad del siglo XVIII y un lienzo de Cristo con la cruz de Joaquín Domínguez Béc­quer de 1844. La capilla de Ánimas también ha sido cerrada con otro de los lados del cerramien­to del coro.
     En ella destacan su zócalo de mármoles intarsiados realizado en 1765 y el retablo de Ánimas, una pieza barroca en piedra de 1756, cuya pin­tura original con la representación de las ánimas del purgatorio se encuentra en la sacristía menor. Aloja actualmente este retablo un interesante crucificado de tamaño académico del siglo XVII, que se ha relacionado con el círculo de José de Arce. También en esta nueva capilla se halla el pequeño retablo del trascoro, una obra de Jácome Vaccaro de 1778 que alberga una pintura de San Cristóbal.
     Adosados al muro de este lado del evangelio se encuentran además los altares de San Juan Nepomuceno, en el segundo tramo, obra probable de Jácome Vaccaro de hacia 1765, cuya imagen titular se conserva en el Tesoro del templo. En el tercer tramo se encuentra el altar de San Pedro, un  retablo rococó del tercer cuarto del siglo XVIII, también de Vaccaro.
     Tras el crucero, se sitúa un retablo de ánimas que procede del desaparecido Convento de la Vera Cruz. Se trata de una pieza barroca de la primera mitad del siglo XVIII que contiene, entre dos estípites, un relieve que representa a San Francisco alado redimiendo las ánimas del Pur­gatorio, atribuido al escultor Francisco Cama­cho de Mendoza. Junto al retablo de ánimas se encuentra el de Jesús Caído, neoclásico, de finales del siglo XVIII, aunque el lienzo que contiene es obra del siglo XVII.
     En el lado del evangelio de la cabecera se conservan dos retablos de estípites de la primera mitad del siglo XVIII reformados por Jácome Vaccaro en 1778. En esta fecha se les dotó a ambos de decoración de rocalla y sendos pabellones en saco y yeso. El de menor tamaño albergaba la imagen de San José, escultura que hoy se halla sobre un pilar del crucero y en su lugar se encuentra la imagen de la Virgen del Socorro, copatrona de la ciudad procedente de la desaparecida iglesia de San Agustín; se trata de una imagen del siglo XVI aunque se advierten en ella intervenciones posteriores. El retablo del Cristo de la Viga, fue realizado por el entallador Agustín de Medina y Flores en 1741 para la capilla del Cristo en la antigua colegiata, en 1756 se trasladó al nuevo templo y en 1778 fue renovado por Jácome Vaccaro.  La imagen  del Cristo de la Viga es una talla de crucificado de reminiscencias góticas que ha sido atribuido al escultor Francisco de Heredia en 1532, aunque también habría sido retocado por Vaccaro en el siglo XVIII. La cabecera del lado de la epístola la preside el retablo de la Inmaculada, una obra de la segunda mitad del siglo XVII quizás obra de los hermanos Fernando Delgado y Bernardo Martín de la Guardia. Es de un solo cuerpo dividido en tres calles por columnas salomónicas. Las esculturas laterales de San Juan Bautista y San Sebastián, patronos del cabildo colegial, son obras de Remando Lamberto de 1592. El ático lo preside una pintura de la Asunción atribuida a Pablo Legot. La hornacina central la ocupa una imagen de 1900 de San Juan Grande realizada por el escultor Damián Pastor; la imagen de la Inmaculada, obra de Vaccaro de 1782, originaria de este retablo, se asienta sobre una peana de ángeles del siglo XVII en uno de los pilares junto al presbiterio.
     Adosados al muro de la epístola se encuentran algunos retablos de escaso mérito; cabría destacar el neoclásico, de los años veinte del siglo XIX, que alberga la pintura de San Caralampio, obra de Juan Rodríguez García, hijo de Juan Rodríguez «El Tahonero». Junto a éste se ubica el antiguo retablo del Señor de la Flagelación, un altar del tercer cuarto del siglo XVIII, atribuido a Jácome Vaccaro, que acoge la imagen sedente de la Virgen de Belén, una talla de mediados del siglo XVII, atribuida a Alonso Martínez y procedente del desaparecido Convento de Belén. Jun­to a este retablo, se conserva la pila bautismal desplazada del primitivo baptisterio. Se trata de una pieza de mármol de mediados del siglo XVI, donada a la antigua colegiata por el canónigo Fernando Flores.
     Las vidrieras de los vanos del templo son obras francesas realizadas en Tours (Francia), en los años ochenta del siglo XIX; las de la nave central y del crucero representan el apostolado; sobre los testeros de la nave del evangelio y la epístola, un «Ecce Homo» y la Inmaculada respectivamente; en los pies del templo se encuentran San Miguel, la Visitación y la Encarnación. Los canceles del crucero y los remates de los canceles de los pies son obras barrocas contratadas en 1780 a Manuel Ruiz Gallardo. El órgano que se adosa, tras la última reforma, sobre el dintel de la puerta principal, es obra de 1850 del organero inglés John Bishop.
     El Sagrario está situado en el testero de cabecera de la segunda nave de la epístola, fue llevado a cabo a partir del último tercio del siglo XVIII y concluido en 1801, aunque no adquirió sus funciones propias hasta 1820. Exteriormente presenta fachada de estilo neoclásico, articulada por pilastras jónicas y está dotada de un ingreso independiente que data de 1868. Su traza se ha atribuido a Juan de Bargas y presenta planta rectangular en dos tramos divididos por pilas­tras adosadas de orden corintio y bóvedas vaí­das. Su primitivo altar mayor, neoclásico y obra de Manuel Rodríguez Barreño, de entre 1822 y 1824, conserva -aunque en la Sala de Sesiones-­ el lienzo que lo presidía, una obra de Juan Rodríguez «El Tahonero» con la representación del Buen Pastor. También obra suya es el tondo del Cordero Místico, en la parte superior del testero. La configuración actual del altar responde a la renovación llevada a cabo en 1892 por la mar­quesa de Domecq D'Usquain, quien mandó desmontar el retablo para instalar el templete neomedieval, hecho en Toulouse (Francia), que hoy se conserva. Muy interesante es el tabernáculo, una obra del segundo tercio del siglo XVIII, donado en 1771 por María Josefa López de Padilla. Se trata de una obra del platero jerezano Pedro Rendón, de 1756, cuya puerta es una obra de platería mexicana de mediados del siglo XVIII, encargada por un notario del Santo Oficio. Con­tiene en sus paramentos la escena de Jesús en el desierto y la imagen de San Antonio de Padua.
     Las dependencias auxiliares, conjunto de estancias, que quedó inconcluso, fueron trazadas por Pedro Ángel Albisu a finales del siglo XVIII. Se encuentran tras el testero de la cabecera y se accede a ellas a través de una portada neoclásica llevada a cabo por  Miguel de Olivares en 1779 y labrada en mármol por Simón Tintorel y Pedro Vaccaro. A Jácome Vaccaro corresponden el relieve superior, que representa la Transfigura­ción y las esculturas de los apóstoles Pedro, Juan, Santiago y Pablo. La Antesacristía es una sala cuadrada cubierta por bóveda vaída, sus obras fueron dirigidas por José de Vargas. Aquí se conservan las imágenes en mármol de Carrara de los cuatro evangelistas, procedentes del templete del altar mayor desaparecido; son obras del escultor Angelo Rocca, de 1907. En los muros se conservan además dos obras del pintor Antonio de Lara, el Descendimiento y Jesús Camino del Calvario, copias de Franz Franken; un lien­zo de San Lorenzo, firmado por el Tahonero en 1810 y una pintura de Santa Catalina de Juan Rodríguez García de mediados del siglo XIX. A derecha e izquierda de la antesacristía se hallan dos estancias gemelas, cuadradas y cubiertas por bóvedas vaídas; la sacristía menor, a la derecha, donde se hallan algunos ternos y textiles de va­lor y la sala del Tesoro, a la izquierda.
     La Sacristía Mayor fue concluida en 1816 por Pedro Ángel Albisu; se trata de una sala cuadrada cubierta por bóveda vaída en cuyos ángulos se encuentran  cuatro cabezas de león realizados por Cosme Velázquez en 1817. Las cajoneras son obra de Manuel Rodríguez Barreño de 1818. Muy interesante es el Apostolado y el Salvador situados en la parte alta de los muros; éste fue llevado a cabo por los seguidores de Zurbarán, Bernabé de Ayala y los hermanos Miguel y Francisco Polanco. También se conservan un Descendimiento de principios del siglo XVII, un Santo Tomás de Aquino, también de comienzos del siglo XVII del círculo de Clemente de Torres. Otras dos obras son la Inmaculada de mediados del siglo XVII, atribuida a Pedro Núñez de Villavicencio y un interesante crucificado de finales del siglo XV, de pequeño tamaño, del círculo de Pedro Fernández Alemán.
     El Patio de los Naranjos, inconcluso, fue levantado por José Esteve y López en 1885. Su fuente central se corona con la imagen del Salvador, obra de Angelo Rocca de principios del siglo XX y copia de la que originariamente coronaba el «cogollo» barroco del antiguo altar mayor. En uno de los lados se conserva también un relieve en piedra de la Adoración de los Pastores del siglo XVIII, procedente del desaparecido Convento de Belén.
       La pieza más extrema se encuentra dividida en dos alturas, correspondiendo la superior a la Biblioteca y la inferior, dividida a las Salas Capitular y de Sesiones. La Sala Capitular conserva parte de la sillería coral de la parroquia de San Lucas, en la que destacan los relieves de los evangelistas y el apostolado, atribuidos a Diego Roldán. Preside la sala una pintura de la Inma­culada de escuela sevillana de finales del siglo XVII. También se conserva una pintura de San Esteban de El Tahonero de hacia 1822.
     En el Salón de Sesiones se conservan varias obras de El Tahonero, un Buen Pastor, que procede del antiguo retablo del sagrario, un San Caralampio y el lienzo oval del Resucitado, que en origen presidía la Sala Capitular.
     La Biblioteca, en la parte superior, conserva un importante fondo bibliográfico, en su mayor parte procedente de la donación de 1793 del que fue obispo de Mallorca y Sigüenza, el jerezano don Juan Díaz de la Guerra. De los cuatro mil volúmenes, además del monetario, se conservan la mitad de los fondos. De entre todos  destaca el Missale Maioricense, un códice miniado, realizado en vitela en Venecia por Juan Eymerich y Lucantonio de Giunta en 1506. Cabe también destacar la interesante colección de cartas en clave del Cardenal Cisneros a su secretario, que da­tan de 1516.
     El Tesoro conserva un grupo interesante de obras de pintura, escultura y orfebrería. Se en­cuentra además en esta sala el trascoro en piedra, obra de Torcuato Cayón de la Vega a la que ya nos referimos. En lo relativo a la pintura se conserva una Inmaculada del primer cuarto del siglo XVII, obra de Francisco Pacheco procedente de la donación Díez Lacave. También de gran calidad es la pintura de Francisco de Zurbarán denominada la Virgen Niña, que representa a la Virgen en meditación, esta obra se encuentra en este templo desde 1756, año en que llegó con la donación de Catalina de Zurita y Riquelme. Del siglo XVI es la pintura de la Virgen de Guía, procedente del antiguo Convento de San Agustín.
     En el capítulo de la escultura, destaca la denominada Virgen del Voto, una talla pequeña de escuela sevillana del siglo XVII que ocupaba anteriormente el altar mayor. De singular interés son el crucificado llamado «de Bertemati», una escultura de pequeño tamaño de escuela castellana del siglo XVII, y las dos imágenes de San José, una del círculo de Cristóbal Ramos y otra de escuela napolitana, ambos del siglo XVIII. Del escultor Jacome Vaccaro se conserva asimis­mo dos esculturas, un Niño Jesús que en origen coronaba el facistol y un San Juan Nepomuceno procedente de un retablo de la iglesia.
     En cuanto a las piezas de platería que conser­va el tesoro, merecen ser destacadas las de origen americano. El manifestador, obra anónima mexicana del siglo XVIII, procede, como el citado tabernáculo del sagrario, de la donación de doña Josefa López de Padilla. También mexicanas son unas interesantes lámparas de los años treinta del siglo XVIII del platero Diego Gon­zález de la Cueva. De orfebres jerezanos son un grupo de atriles, portapaces y cetros de Francisco Montenegro, del siglo XVIII. A Eusebio Pa­redes corresponde la arqueta del monumento, obra barroca de 1792. La custodia procesional del Corpus Christi sigue los diseños que dieron en 1947 Aurelio Gómez Millán y Cayetano Gon­zález, habiendo estado su ejecución a cargo de Manuel Gabella Baeza; se trata de una custodia de torre que fue estrenada en 1952, siendo costeada por Ignacio de Soto Domecq (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).   
     Es un templo de planta cuadrangular, dividido en cinco naves por gruesas pilastras, más una sexta nave que es el llamado transepto. En la intersección de la nave mayor y del transepto se alza la cúpula octogonal que se asoma a la nave por amplísimo anillo y se corona con un cupulín. Sobre las aristas del octógono hay hermosas estatuas pétreas, de tamaño mayor al natural y que representan a los santos doctores de la Iglesia.
     Sus cubiertas con bóvedas de crucería sencillas en las naves laterales y de una gran riqueza decorativa en la central y el crucero, combinan elementos del barroco dieciochesco con otros neoclásicos bajo estructura propia del gótico. Entre otras dependencias de interés destaca el Sagrario, distribuido en dos tramos, cubierto por bóvedas vaídas y la sacristía a la que se accede por una gran portada de estilo neoclásico, formada por columnas pareadas.
     El templo tiene tres fachadas, todas ellas con columnas corintias y gran profusión de bajorrelieves tallados en la piedra.
     La más espectacular es la fachada principal que realza su aspecto por encontrarse en alto y a la que se ha de acceder por escaleras. Esta fachada posee tres puertas adinteladas con óculos circulares y una rica amalgama de columnas y decoraciones barrocas. El ingreso al templo se hace por cinco puertas, tres en la fachada principal y dos en las laterales, teniendo además en el lado de la Epístola otra entrada al Sagrario de estilo neoclásico.
     El edificio es todo de piedra procedente de la Sierra de San Cristóbal, salvo las bóvedas de las naves laterales, que son de rosca de ladrillo.
     Del templo anterior, derruido en 1695, solamente queda la torre campanario separada del templo y que se organiza en dos cuerpos: el inferior obra del siglo XV, de estilo gótico-mudéjar y superior, realizado por Juan Pina en el siglo XVIII.
     La antigua Colegiata o Iglesia Colegial de Jerez de la Frontera, elevada a la dignidad catedralicia en 1980, es hoy su catedral. La Catedral se alza sobre una primitiva mezquita que fue posteriormente la Iglesia del Salvador. Es una construcción del siglo XVII, en la que se mezclan los estilos gótico, barroco y neoclásico.
     En el año 1695 se acometió la obra de la nueva Catedral encargándosele las trazas al maestro mayor de obras de Jerez, Diego Moreno Meléndez por parte del Cabildo Colegial. La obra se prolongó a lo largo de más de ochenta años, hasta que la totalidad del templo se bendijo el 6 de diciembre de 1778, habiéndose puesto al culto la mitad del templo el 16 de junio de 1756. Directores de las obras fueron los maestros Ignacio Díaz de los Reyes, Juan de Pina y Miguel de Olivares, que actuó bajo las órdenes de Torcuato Cayón de la Vega. Del templo anterior, derruido en 1695, solamente queda la torre separada del templo y que se organiza en dos cuerpos: el inferior obra del siglo XV, de estilo gótico-mudéjar y el superior, realizado por Juan de Pina en el siglo XVIII.
     La larga obra del templo fue costeada en su gran parte por los reyes de España Carlos II, Luis I y Carlos III. Contribuyeron también los papas Inocencio XIII y Benedicto XIII con la llamada gracia "de las misas alcanzadas" (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     En la plaza de la Encarnación, donde se levanta el templo de San Sal­vador, erigido catedral en 1980 por el papa Juan Pablo II, momento en que la ciudad se convirtió en sede de la diócesis Jerez-Asidonia. Se trata del mayor templo de la ciudad, un conjunto arquitectónico compuesto además por el reducto del Cardenal Bueno Monreal y de la torre, exenta y situada al pie de una escalinata. En el lugar en el que se levanta el templo se encontraba la mezquita aljama o mayor de los musulmanes.
     Elevado sobre una plataforma, a la que se llega a través de una ancha escalinata, presenta un aspecto imponente, con una mezcla de estilos que van desde el gótico al grecorromano y al renacentista. A los pies, muestra tres portadas, dos laterales de factura sencilla y una central, mucho más complicada, con abundancia de columnas, imágenes y relieves que se reparten por el entablamento y los intercolumnios. Tiene otras dos portadas a los lados del crucero.
     El interior se organiza en cinco naves escalonadas en altura. La nave central lleva gruesos pilares con medias colum­nas corintias de orden gigante adosadas, sobre los que carga una amplia cornisa a partir de la cual asciende la bóveda. Tanto ésta como las de las naves laterales son de crucería. En el siglo XX el templo ha sufrido diversas intervenciones bastante controvertidas que han alterado tanto el altar mayor como el coro y algunas de las capillas. Entre éstas, destaca la capilla de Ánimas por el valioso retablo labrado en piedra, así como por un Crucificado del siglo XVII, atribuido al círculo de José de Arce. Junto al crucero, en el lado del evangelio, figura otro interesante retablo de ánimas, gran relieve en el que, bajo la Trinidad, se ve a san Francisco alado sacando, junto a dos ángeles, las almas del purga­torio. En la cabecera de este mismo lado aparecen dos retablos. En el más pequeño se venera a la Virgen del Socorro, copatrona de Jerez. Aquí está también el Cristo de la Viga, impresionante crucificado de estilo gótico tardío atribuido a Francisco de Heredia, quien debió tallarlo hacia 1532.
     La catedral tiene una buena biblioteca, donada en su mayor parte por el jerezano Juan Díaz de la Guerra, que fue obispo de Mallorca y de Sigüenza. Entre sus fondos destaca una colección de cartas cifradas del cardenal Cisneros dirigidas a su secretario y el Missale Maioricense, precioso códice realizado en Venecia en 1506. El tesoro es también muy rico. En él sobre­salen, entre las pinturas, una Inmaculada de la escuela de Murillo y, más aún, la Vir­gen Niña, de Zurbarán (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008). 

Alcázar-Mezquita y baños árabes
     El conjunto monumental del Alcázar comprende el ángulo Sur del intramuros jerezano sobre una zona elevada. Se trata de un conjunto murado articulado por torres que encierra varias edificaciones de diversa cronología, estilo y función. Los orígenes del recinto se remontan a mediados del siglo XI, fecha en que la ciudad juró fidelidad a la taifa de Arcos y de cuya época sólo se conservan algunos cimientos y pozos. La mayor parte de los vestigios arquitectónicos, son ya de época almohade, cuando este recinto sirvió de residencia al wali del rey musulmán de Sevilla. A partir de 1255, con la primera conquista de la ciudad y posteriormente tras 1264 con la definitiva toma de Jerez por parte cristiana, el Alcázar pasó a propiedad del rey de Castilla y comenzó a ser habitado por un alcaide. En 1470, el marqués de Cádiz acometió reformas en los edificios y las murallas creando un nuevo foso y erigiendo una nueva torre.
     A partir de 1478, en que los Reyes Católicos desalojaron a don Rodrigo Ponce de León del Alcázar,  éste cayó en una etapa de decadencia y abandono que duró hasta que en el siglo XVII Felipe IV concedió a perpetuidad la alcaidía a la familia Villavicencio, que lo repararon y adaptaron como residencia palaciega.
     Los Villavicencio permanecieron en el recinto hasta 1926, en que la familia lo cedió a Salvador Díez, que realizó igualmente algunas reformas dirigidas por el arquitecto Teodoro de Anasagasti. Las primeras excavaciones y restauraciones no llegaron sin embargo hasta 1970, cuando el arquitecto José Menéndez-Pidal intervino en la iglesia de Santa María del Alcázar. A partir de 1995, por iniciativa municipal se vienen acometiendo nuevas restauraciones y estudios arqueo­lógicos que llegan a la actualidad.
     De entre las torres que componen el conjunto merecen ser destacadas la torre Octógona, una construcción almohade del siglo XII de planta octogonal, que presenta decoración de arquillos ciegos en la parte superior. En el ángulo contrario se encuentra la torre del Rayo, también del periodo islámico y junto a ella la de Ponce de León, una construcción cristiana levantada hacia 1471 por iniciativa del marqués de Cádiz, don Rodrigo Ponce de León, alcaide del alcázar en esos momentos.
     Esta torre, que estuvo en origen separada del resto del alcázar por un foso sobre el que se dispondría un puente levadizo, constituía un «donjon» o torre del homenaje con varias salas, hornos y cocinas. En el costado noroeste, intra­muros de la ciudad, se conserva la puerta más antigua de las conservadas; se trata de un arco de herradura de cantería, con despiece de sillares e impostas de mármol.
     En el lado contrario se encuentra la llamada puerta del Campo, situada bajo la torre del Mirador y desarrollando en su interior un pasillo en recodo, cubierto con bóveda de cañón. Ya del siglo XVII, y fruto de las intervenciones llevadas a cabo por la familia Villavicencio, es la portada de acceso al patio de armas.
     Uno de los elementos más interesantes que albergan los muros del Alcázar es la Capilla de Santa María del Alcázar. Ésta, en su mayor par­ te corresponde con la antigua mezquita palatina almohade que tras la Reconquista cristiana sería convertida en iglesia cristiana.
     Se trata de una planta cuadrada cubierta por una interesante bóveda de ocho paños sobre cuatro trompas en los ángulos. En el frente sudeste se encuentra el reconstruido nicho del mihrab y a cada lado, las trompas presentan en su interior pequeñas cúpulas, lo que justifica que se trata del muro de la quibla.
      La capilla presenta otros elementos que en su mayor parte fueron reconstruidos o son fruto de la creación de José Menéndez-Pidal en los años setenta del siglo XX; el patio descubierto delantero, identificable como de las abluciones, el alminar; cuadrado y con escalera alrededor de un machón central y el pórtico, de arcos de herradura sobre pilares ochavados.
     Otro elemento de interés, que conserva el Alcázar, son los llamados baños árabes. De origen almohade del siglo XII, han llegado hasta nuestros días tras haber tenido diversas funciones, como iglesia, escuela o vivienda. Se trata de una construcción realizada en ladrillo que cuenta con varias salas originalmente destinadas a aguas frías y calientes entre las que cabe destacar la sala templada, cubierta con bóveda ochavada sobre trompas.
     Otras salas son las destinadas a calderas y a guardar la leña, el pozo, así como la noria y el aljibe.
     Destacan en todo el conjunto restos de pinturas que en origen decorarían todos los paramentos. Junto a los baños y sobre el lienzo de muralla, se conservan restos de una construcción neoclásica levantada por José de Vargas a finales del siglo XVIII.
     También cercana a los baños, junto a la torre octógona, se encuentra la sala de las Conchas; se trata de la única construcción originaria del palacio almohade.
     Es un pabellón de planta cuadrada cubierto por bóveda de arista de ocho paños sobre pechinas; desde esta sala se accede a sendas alcobas a través de arcos de herradura con alfiz.
     En el centro del recinto del Alcázar se halla el Palacio de los duques de San Lorenzo de Vallermoso, una obra levantada a partir de 1661 tras haber tomado posesión del Alcázar Bartolomé de Villavicencio. 
   El grueso de la obra data de la segunda mi­tad del siglo XVII, aunque también continuaron las reformas durante la centuria siguiente, hasta alcanzar un notable grado de sofisticación palaciega, hasta el punto de que llegó a albergar un teatro doméstico para la representación de óperas. Del siglo XVIII son las reformas visibles del lado Sur, como el balcón corrido y la decoración barroca que presenta (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).   
     El Alcázar de Jerez de la Frontera es el elemento fundamental de las fortificaciones de la ciudad. Ocupa en ellas el ángulo sureste y es el punto más prominente y estratégico. Las obras principales habría que datarlas en época almohade, a juzgar por la cubrición, aunque algunos vestigios aislados permiten asignarle mayor antigüedad.
     El alcázar propiamente es un recinto cuadrangular adosado a las murallas que debió contar con al menos 11 torreones defensivos, incluidos la torre principal o del homenaje y la torre, hoy llamada, octogonal y antes "del oro". Se conocen tres puertas de acceso: al norte, al este y al sur.
     La construcción es sencilla, pero, aparte de los muros, apenas cuenta con otras defensas más allá de una barbacana y las dos torres almenadas: De entre éstas, la Torre Octogonal, es memorable en los anales jerezanos por haberse alzado en ella, por vez primera, el estandarte real de Castilla, y la otra, llamada Torre del Homenaje, que se adorna con la torres reales y el blasón de los Ponce de León.
     Este alcázar fue testigo de las hazañas de su alcaide Garci-Gómez Carrillo y del alférez Fortún de Torres (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).     
     Enfrente de la catedral, sobre un leve altozano, única altura que existe en la ciudad, se sitúa, muy bien conservado, el antiguo alcázar de los mahometanos. Aunque existen vestigios, incluso romanos, puede afirmarse que la edificación actual es casi enteramente almohade. Fue residencia de los walíes y reyezuelos agarenos y, más tarde, en tiempos cristianos, del alcaide de la ciudad.
     El conjunto del alcázar, incluida la extensa explanada en la que se asienta la edificación, ofrece un aire sereno y majestuoso. En el ángulo sur se destaca la poderosa torre Octogonal, almenada y con decoración de arquillos ciegos en el último tramo. En el lado opuesto se encuentra la torre del Rayo. A su lado está la de Ponce de León, levantada en el siglo XV por el marqués de Cádiz cuando se apoderó de la ciudad. Estuvo separada del resto de la edificación y contó con un foso que el marqués llenó de agua, cuyas filtraciones estuvieron a punto de afectar a los cimientos de la construcción. Hacia el centro se sitúa la torre del Homenaje, por donde se entra actualmente al recinto. Igualmente almenada, en ella se produjeron diferentes hechos memorables, como la defensa que de ella hizo el alcaide Garci Gómez junto con otros cien caballeros tras la conquista inicial de la ciudad.
     Lo mejor del interior es la capilla de Santa María, una antigua mezquita musulmana reconvertida en oratorio cristiano, verdadera maravilla arquitectónica a la que Alfonso X, lleno de asombro, prohibió tocar ni siquiera una piedra. Tiene una sola nave octogonal cuyos muros, con fábrica de ladrillo, soportan una bóveda con linterna y una ventana por cada una de sus caras. El muro frontero a la puerta es la qibla, y en él se encuentra el mihrab, minúscula capillita también octogonal desde la que el imán dirigía las oraciones. El alcázar conserva también los baños originales, de factura más que notable, almohades y con salas para el agua fría, caliente y templada (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

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