Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Hotel Las Casas de la Judería, de Sevilla.
El Hotel Las Casas de la Judería se encuentra en la calle Santa María la Blanca, 5 (aunque también tiene accesos en la barreduela Dos Hermanas, calle Archeros, calle Verde, y calle Sanclemente); en el Barrio de San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo.
El Hotel Las Casas de la Judería se encuentra en la calle Santa María la Blanca, 5 (aunque también tiene accesos en la barreduela Dos Hermanas, calle Archeros, calle Verde, y calle Sanclemente); en el Barrio de San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo.
Traspasar las puertas de este hotel, implica sumergirse en una Sevilla desconocida para muchos. Sus 134 habitaciones, todas diferentes, se entremezclan entre ellas, a través de más de sus 40 patios, jardines, túneles y laberínticas callejuelas interiores. Pasear por el interior del hotel, es volver a vivir lo que fue esta ciudad siglos atrás: Fuentes, estatuas, pedestales, columnas, solerías y un buen conjunto de muebles de la época, ánforas, botijos, antiguas murallas, etc., dan la sensación de estar en un auténtico museo.
El Hotel Las Casas de la Judería ocupa 27 casas sevillanas de estilo tradicional comunicadas mediante diversos pasadizos y patios. El establecimiento tiene una decoración de estilo clásico y alberga una piscina en la azotea, un spa y varios patios típicos andaluces.
El Hotel Las Casas de la Judería está ubicado en uno de los barrios de Sevilla que más fielmente conservan la fisonomía de aquella ciudad que, en palabras de Fray Tomás de Mercado, pasó de ser apéndice de Europa a centro del mundo. A ello ha contribuido decisivamente la labor restauradora llevada a cabo por el Sr. Duque de Segorbe durante los últimos 30 años para adaptar a uso hotelero el caserío que se ha ido progresivamente agregando al núcleo originario del hotel, en un proceso que aún no se ha cerrado y que esperamos no completar nunca. Esta tarea rehabilitadora ha perseguido, sin duda, asemejar el confort de las habitaciones que se iban incorporando, pero sin olvidar que el objetivo último, lo que imprimía al Hotel su carácter, era desvelar la ciudad histórica mediante el respeto escrupuloso de la diversidad arquitectónica preexistente. Así, a través de discretas conexiones que respetan la esencia e intimidad de cada espacio, creemos haber logrado fundir, en seductora armonía, arquitectura aristocrática con arquitectura popular.
Acostumbrados como estamos a describir la ciudad contemporánea mediante sistemas de correspondencias entre distritos de arquitectura homogénea y categorías socioeconómicas, olvidamos que cualquier conjunto histórico, y este de la antigua judería en el que se inscribe nuestro hotel no es una excepción, es la proyección en el espacio de relaciones sociales complejas y cambiantes en el tiempo. Excepto el barrio de Santa Cruz, reinventado a principios del siglo XX como suma de lo que se suponía era la arquitectura típica andaluza, un tipismo que devolvía el reflejo del espejo que ofrecían los viajeros románticos, la trama urbana de la Judería ha conservado las trazas que fue adquiriendo durante los periodos medieval y moderno, e incluso de épocas anteriores, trazas que nos revelan una sociedad que yuxtaponía, en un mismo espacio, jerarquías socioeconómicas y socio-jurídicas con otros marcos de integración social como podían ser el linaje, las clientelas, o las corporaciones, todo ello inserto en una clara dimensión religiosa en el que la vecindad -hoy diríamos ciudadanía- se reservaba a los cristianos, quedando el resto de religiones sujetas a fueros especiales.
Uno de estos fueros especiales era el de la comunidad judía. La Judería sevillana se situaba al lado del Alcázar sobre una superficie de unas dieciséis hectáreas, segregada del resto de la ciudad mediante una muralla -algunos de cuyos restos se pueden todavía ver en la actual calle Fabiola- que a través de las actuales calles de Mateos Gago, Fabiola, Madre de Dios, San José, Conde de Ibarra, Plaza de las Mercedarias, Vidrio, y Armenta, unía la muralla almohade -que también tenía función de acueducto- con la del Alcázar. No parece que hubiera judíos en la Sevilla que capituló ante las tropas del rey Fernando III en 1248, pero pronto, bajo la protección real, la aljama sevillana se convirtió en la segunda comunidad hebrea del reino, después de la de Toledo, reuniendo unas cuatrocientas familias. Además, en ella vivieron algunos personajes que desbordan la historia local, como los almojarifes (Contadores Mayores) de los reyes de Castilla, Samuel Leví que lo fue del Rey don Pedro, o su sobrino Yuçaf Leví que lo fue del hermanastro de aquél, Enrique II, y que han dado nombre a la actual calle Levíes. Este esplendor va a durar poco más de un siglo, pues, en 1391, el pueblo de Sevilla, enloquecido por la prédica del arcediano de Écija, Ferrán Martínez, asaltó con violencia la judería robando y matando.
Nunca más recuperaría su esplendor la antigua judería, en ella sólo quedaron algunas pocas familias dispersas que se fueron progresivamente concentrando cerca del Alcázar o incluso en su interior, en el Corral de Jerez, buscando la protección real, o en la calle Verde, al abrigo del poder de los Zúñiga, hasta que el decreto de expulsión de 1483 para el reino de Sevilla y de 1492 para todo el reino de Castilla, arroje, a todos los que no consintieron convertirse, hacia tierras del Imperio Otomano, fundamentalmente Tesalónica y Constantinopla, donde constituirán comunidades que calcan la estructura jurídico-administrativa de las juderías españolas y que aunque utilizan el hebreo como lengua oficial, el castellano medieval domina sin rival en la enseñanza, la justicia, la prédica e incluso en la literatura. En homenaje a este periodo histórico hemos nombrado a la casa marcada en el plano con la letra M, Casa de Mosé Bahari, por ser la única del complejo hotelero de la que conocemos el nombre del judío que la poseyó.
Sobre este espacio yermo se establecieron las actuales parroquias de Santa María de las Nieves -vulgarmente conocida como la Blanca- San Bartolomé Nuevo y Santa Cruz con el ánimo de repoblarlo con población cristiana. La iglesia de Santa María la Blanca se consagró, ese mismo año de 1391, sobre el solar de la antigua sinagoga que el rey Alfonso X había donado a los judíos en 1253. Surge así el templo actual, con portada gótica y estructura mudéjar, muy reformado, a lo largo de todo el siglo XVII, gracias a las donaciones realizadas por el canónigo don Justino de Neve, -el mismo benefactor del Hospital de los Venerables- con la construcción de las capillas bautismal y sacramental, la reforma de la capilla mayor y la construcción de las bóvedas de las naves decoradas con el programa iconográfico que hoy podernos ver. La misma suerte corrió otra de las sinagogas, hoy templo de San Bartolomé, cuyas trazas actuales se deben al arquitecto José Echamorro que trabajó en ellas a caballo entre los siglos XVIII y XIX. Entre ambas collaciones de San Bartolomé y Santa María la Blanca se extiende hoy el Hotel Las Casas de la Judería, teniendo como frontera natural que lo separa del Barrio de Santa Cruz, la calle de Santa María la Blanca. Esta calle que fue arteria principal de la judería desemboca en la plaza del mismo nombre, principal centro de sociabilidad de la aljama, por ser su único gran espacio abierto.
Sevilla, quizás como ninguna otra ciudad española, refleja también en su entramado urbano la Historia de un espacio mucho más vasto al que se incorpora, primero un reino, el de Castilla, que se transforma repentinamente en Imperio a principios del siglo XVI, y, que, a inicios del XIX, apenas puede aspirar a constituirse en nación. Esta ampliación y contracción, de reino a imperio y de imperio a nación, del espacio político en el que Sevilla se insertaba con un papel protagonista va a afectar profundamente, en todos los órdenes, a la sociedad sevillana y, por tanto, a su urbanismo.
Tras los descubrimientos colombinos, Sevilla se convierte en la metrópoli que une el Viejo y el Nuevo Mundo. Como dato anecdótico, pero significativo de la importancia que tendrá para estas collaciones el nuevo papel de la ciudad, hemos de señalar que los primeros indios que llegan a Europa se albergan en Santa María la Blanca, en alguna de las casas del Duque de Béjar. La ciudad experimenta un doble proceso de crecimiento y de transformación. Crecimiento tanto vertical, mediante la conquista de los antiguos soberados medievales, como horizontal, construyendo arrabales extramuros u ocupando las calles mediante la construcción sobre adarves (barreduelas o callejones sin salida) tan numerosas en la ciudad medieval, - representados y recuperados para el complejo hotelero por los espacios que hemos designado como Patinillos del Adarve, Adarve Perdido y Casa del Pozo Adarve- o atravesándola con soberados "que dicen encubiertas'', en un proceso que ha llevado a considerar a Don Antonio Domínguez Ortiz que este espacio, hoy público, era entonces concebido como una especie de "res nullius" del que todos intentaban apropiarse. Transformación, porque, al abrirse la ciudad al mundo, llegan a ella nuevas formas de concebir los límites que dividen los espacios de sociabilidad pública y privada, lo que conduce a labrar portadas, reformar patios y construir fachadas. Frente a la arquitectura islámica que trata de ocultar a las miradas ajenas la riqueza de la arquitectura interior aparecen ahora -en un ahora que podríamos llevar hasta la actualidad- nuevos modelos que persiguen, muy al contrario, mostrar la condición de su propietario. Es el momento en que el Marqués de Tarifa construye la actual fachada de la Casa de Pilatos, siguiéndole otros muchos, en un proceso en el que la alta nobleza lleva la voz cantante, pero, muchos otros, hacen los coros, lo que hará decir, en 1547, al cronista Pero Mexía "de diez años a esta parte se han hecho más ventanas y rejas que en los treinta años de antes" y a las ordenanzas reiterar, en 1632, una prohibición medieval "No es bien descubrir hombre casa ajena, y por ende, si alguno quisiere fazer en su casa alguna finiestra (ventana) por donde entre la lumbre y cerca de aquellas casas hay otras. [...] debe hacer tamaña finiestra que no saque la cabeza por ella". Todavía en los sobrios muros del Convento Dominico de Madre de Dios, fundado en 1472, y sito en la calle San José, es posible intuir e imaginar el aspecto de la ciudad medieval. Por el contrario, la actual fachada del Palacio de Altamira, superpuesta a la construcción medieval original de los duques de Béjar, aunque reformada, nos permite adivinar el punto de llegada de dicha evolución.
Este palacio separado de nuestro Hotel por el callejón de Dos Hermanas, tiene su origen en las casas que el rey Enrique III donó al Justicia Mayor de Castilla, Don Diego López de Zúñiga, Señor de Béjar, tras el asalto de la judería en 1391. Sobre dichas casas que podemos imaginar ricas por haber pertenecido a Yuçaf Pichón, uno de los Almojarifes de Enrique II, levantó, Don Diego, una construcción mudéjar, hoy casi oculta por las obras realizadas en los siglos XVII y XVIII, por las reformas introducidas a lo largo del S. XIX para adaptarlo a casa de vecindad y por la desafortunada rehabilitación efectuada por la Junta de Andalucía para su uso como una de las sedes de la Consejería de Cultura. Este palacio que tuvo un precioso jardín renacentista que sólo conocemos por los planos que se conservan en la sección nobleza del Archivo Nacional, pasó de los Duques de Béjar a una rama segundona de esta Casa, los marqueses de Villamanrique, que a su vez entroncaron en la de Altamira, razón por la cual se conoce bajo este nombre. A este linaje de Zúñiga perteneció también el palacio, marcado en el plano con la letra C y llamado de los Zúñiga en el que hoy se sitúa la recepción del hotel, y el piano bar, denominado, por esta razón, Salón del Marqués de Villamanrique.
Otro de los linajes cuyo asentamiento en la ciudad se remonta al periodo de la reconquista es el de los Padilla, al que perteneció la zona donde se ubica la Conserjería del Hotel, señalada con la letra L y que, por ello, hemos bautizado respectivamente con los nombres de Palacio, Jardín y Patinillo de los Padilla. Estas grandes Casas, poco numerosas, que se habían enriquecido prestando servicios militares a la Corona, ora en la reconquista, ora en las guerras civiles medievales, van abandonando Sevilla para fijar su residencia en la Corte, ya sea por ser ésta origen de toda merced, en un proceso que el absolutismo monárquico del s. XVII aceleró, o, simplemente, porque su linaje había entroncado, fruto de matrimonios endogámicos, con algún otro superior residente en Madrid. El espacio social e incluso físico que dejan será progresivamente ocupado por una nobleza antigua de inferior rango o por otra de nuevo cuño de origen nacional o extranjero pero, en general, enriquecida en el comercio con Indias. Tal es el caso de la familia Pedrosa que compra a Felipe IV el señorío de Dos Hermanas, elevado, bajo Carlos II, a marquesado. La que hemos llamado Casa Grande del Callejón perteneció a estos marqueses de Dos Hermanas que dieron su último nombre a espacio, otrora denominado Calle del Arquillo, por el arco que une el palacio del Duque de Béjar -hoy de Altamira- con la casa que hemos bautizado como Casa del Jurado por haber pertenecido, a mediados del s. XVI, a un tal Francisco de Medina que ocupaba este cargo del concejo (ayuntamiento) sobre el que recaía fundamentalmente el abasto de la ciudad.
No era este Francisco de Medina el único cargo del Concejo que habitó en lo que hoy es complejo hotelero, pues, por los padrones del siglo XVIII, sabemos que en la casa rotulada con la letra J vivió un caballero veinticuatro, nombre con el que se denominaba a los regidores del Concejo de Sevilla y que, por ello, hemos convenido en bautizar como Casa del Veinticuatro. Aunque el reino de Sevilla estaba representado en Cortes por dos procuradores electos entre los caballeros veinticuatro y los jurados, no pensemos tampoco en personajes excesivamente poderosos, sino en una especie de mesocracia equiparable con la baja nobleza, pues las necesidades pecuniarias de la monarquía en el siglo XVII condujeron a la compraventa de estos cargos, lo que generó una inflación de los mismos y, por ende, el desinterés por ellos de las grandes familias vinculadas de antiguo al gobierno de la ciudad.
En los cambios sociales que experimentó Sevilla entre los siglos XVI y XVII tuvo un papel fundamental la atracción que ejerció hacia un considerable número de inmigrantes tanto del resto de España como de Europa. Entre esta heterogénea masa humana cabría distinguir dos grupos: en primer lugar, uno muy numeroso, de entre cuya muy diversa procedencia destacan las zonas más deprimidas de Francia (Cantal, Limousin, etc.), para emplearse en los oficios más humildes (aguador, buhonero, etc.) y que suelen habitar, junto con los sevillanos de similar condición, en corrales de vecinos, espacios representados en el Hotel por el denominado Corral de las Flores, señalado en el plano con el número 6, al que pertenecía la Casa del Corral, marcada con la letra D, y por la Casa de la Dama, posteriormente transformada en populoso corral de vecinos como casi todas las demás casas del conjunto que comentamos; en segundo lugar, otro menos nutrido, también de muy diverso origen, dominando el genovés, entre los que destacan los Mañara y los Bucarelli (uno de cuyos miembros llegó a ser Virrey de México) que vienen a comerciar con Indias y que compran o construyen magníficas casas-palacio.
Una de estas casas, elegante ejemplo del renacimiento civil sevillano, situada en la Calle Levíes, es el Palacio de Miguel de Mañara comprado, a principios del XVII, por su padre don Tomás de Mañara y Colonna, cargador de Indias. Don Miguel de Mañara es el personaje que simboliza la mentalidad del barroco sevillano o mejor dicho de la Contrarreforma, cuyo principio esencial es la justificación por las obras que se traduce en la práctica de la Caridad. Estos principios que condujeron a don Miguel a destinar toda su fortuna a los pobres y a construir el Hospital de la Santa Caridad para atender a pobres y enfermos, derivaron, en otros muchos casos, en la realización de donaciones testamentarias a la Iglesia. Si ya entonces la presencia en el barrio de las instituciones eclesiásticas como propietarias era notable, por haber sido las principales beneficiarias de la expulsión de los judíos, por esta vía, dicha presencia se incrementará durante los siglos XVII y XVIII hasta alcanzar proporciones extraordinarias. En nuestro complejo hotelero sabemos, por los padrones de los siglos XVII y XVIII, -estudiados, por encargo del Sr. Duque de Segorbe, para una investigación del Hotel y del barrio en que se inscribe- que fueron propietarios de la Casa del Cabildo con su patio y Patinillo, de la Casa de los Cartujos, de la Casa del Convento de Madre de Dios y de la Casa del Convento de Santa Clara y de otras a las que hemos preferido denominar de otra manera, apoyándonos en distintos argumentos.
Por esos mismos padrones conocemos que a fines del S. XVIII habitaron en la casa marcada por la letra P unos profesores de música, y, por ello, bautizada como Casa de los Músicos y en la señalada con la N un escribano del número, por ello denominada Casa del Escribano.
Las dificultades de navegación en el Guadalquivir y la presión de los grandes comerciantes extranjeros provocarán el progresivo traslado de la cabecera de la Carrera de Indias de Sevilla a Cádiz. La economía sevillana, muy maltrecha desde mediado el S. XVII por los catastróficos efectos demográficos de la peste de 1649, experimentará con ello un lento proceso de decadencia y "agrarización" que se completará con la pérdida de las colonias americanas en el primer tercio del S. XIX. A través de los padrones podemos ver como los corrales de vecinos, antaño ocupados por gentes de muy diversos oficios y orígenes empiezan a llenarse, a fines del XVIII, fundamentalmente con población jornalera. En el siglo XIX, en estas collaciones que en otros tiempos llegaron a tener una población artesana muy activa, apenas encontramos pequeños oficios como el que ejercía la persona que habitaba la Casa del Relojero o el que ocupaba a quien vivía en la Casa del Tallista. La Casa de la Vaquería y el Patio de la Vaquería son un símbolo de este proceso, pues esta actividad se practicó, hasta hace no mucho tiempo, en estas casas que otrora habían pertenecido a la Santa Caridad (Hotel Casas de la Judería).
Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte el Hotel Las Casas de la Judería, de Sevilla. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.Más sobre la calle Santa María la Blanca, en ExplicArte Sevilla.
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Página web oficial del Hotel Las Casas de la Judería: www.lascasasdelajuderiasevilla.com.
Página web oficial del Hotel Las Casas de la Judería: www.lascasasdelajuderiasevilla.com.
El Hotel Las Casas de la Judería, al detalle:
A - Casa del Jurado
A - Casa del Jurado
B - Casa del Cabildo
C - Palacio de los Zúñiga
D - Casa del Corral
E - Casa del Relojero
F - Casa del Tallista
G - Casa de la Caridad
H - Casa de la Vaquería
I - Casa del Pozo Adarve
J - Casa de la Dama
K - Casa del Veinticuatro
L - Casa de los Cartujos
M - Palacio de los Padilla
N - Casa de Mosé Bahari
O - Casa del Escribano
P - Casa del Convento de Madre de Dios
Q - Casa de los Músicos
R - Casa del Convento de Santa Clara
1 - Desayuno - Piano-Bar
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