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miércoles, 14 de junio de 2023

Los principales monumentos de la localidad de Cádiz (I), en la provincia de Cádiz

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Cádiz, déjame ExplicArte los principales monumentos de la localidad de Cádiz (I), en la provincia de Cádiz.
           Sobre la fundación de las islas de Cádiz, he aquí lo que dicen recordar los gaditanos, que cierto oráculo mandó a los tirios fundar un establecimiento en las Columnas de Heracles... En la tercera expedición fundaron Cádiz, y alzaron el santuario en la parte oriental de la isla y la ciudad en la occidental..." Con estas palabras Estrabón recogía en el siglo I a.C. la tradición de la mítica fundación de Gadir, atribuida a Hércules y situada a finales del siglo XII a.C. Los testimonios arqueológi­cos no alcanzan una fecha tan elevada, aunque algunos descubrimientos recientes se acercan al siglo IX a.C.
     La ciudad debe su origen a la estratégica situación de la isla sobre la que se asienta, ya que está situada junto a la desembocadura del Guadalquivir y cercana a ricas zonas mineras. En el 206 a.C., coincidiendo con el final de la Segunda Guerra Púnica, Gadir, convertida desde entonces en Gades, firmó un tratado con Roma y pasó a su órbita, desempeñando tam­bién un importante papel comercial, similar o incluso superior al de los siglos anteriores. Algunos textos clásicos hacen referencia a esta prosperidad y en ellos también se destaca la presencia en su territorio del santuario de Melqart-Hércules, uno de los más famosos de la Antigüedad, al que acudieron destacados personajes como los Bárquidas y Julio César. Testimonios de esos tiempos son las extraordinarias piezas conservadas en el Museo de Cádiz y algunos restos arqueológicos localizados en el subsuelo de la ciudad, entre ellos el Teatro Romano.
     Tras una larga etapa oscura, Cádiz se convirtió durante la época almohade en una pequeña medina que en 1260 fue conquistada por Alfonso X el Sabio. El rey castellano concibió el proyecto de convertir a la ciudad en base de sus aspiraciones imperialistas en el norte de África y por este motivo la hizo cabecera de diócesis, erigiendo una catedral bajo la advocación de la Santa Cruz sobre las aguas. El recinto alfonsí, actual barrio del Pópulo, era de reducido perímetro, rodeado de murallas en tres de sus frentes, con una puerta en cada uno de ellos, y el castillo y la catedral situados en el cuarto, sobre el acantilado que se abría al mar. Con el tiempo los proyectos de Alfonso X quedaron muy mermados, la ciudad perdió el alfoz, que abarcaba extensas zonas de la Bahía, y sólo pudo vivir de los recursos que le ofrecían el mar y el comercio con el norte de África. Desde fechas muy tempranas se detecta la presencia de comerciantes extranjeros, sobre todo los genoveses, pues a partir del siglo XV Cádiz se va perfilando como un núcleo de auténtica burguesía mercantil, cuya mentalidad incidirá fuertemente en la configuración de la ciudad que ha llegado hasta nosotros. En el último tercio de este siglo pasó al poder señorial de los Ponce de León, situación que se mantuvo hasta 1493, cuando los Reyes Católicos, conscientes del papel que podía desa­rrollar tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, consiguieron su reintegración a la corona. A mediados del siglo XV la población había desbordado ya las primitivas murallas y se ex­tendía por dos arrabales que crecieron junto a las puertas Este y Oeste, mientras que frente a la puerta Norte se configuró un gran espacio abierto al mar, la actual plaza de San Juan de Dios, que pronto se convirtió en el eje de la vida ciudadana.
     El descubrimiento del nuevo continente fue de trascendental importancia para el desarrollo económico gaditano. Su puerto participó, desde los primeros momentos, de las relaciones entre la Península y América y de él partieron dos de los viajes de Colón. La presencia gaditana en el comercio americano siempre fue activa y, aunque en principio no logró ser la sede del monopolio comercial, llegó a tener un juez propio de Indias. Esta prosperidad fue la causante de los desgraciados acontecimientos que se produjeron en 1596, cuando un asalto de tropas anglo-holandesas destruyó la ciudad.
     Tras esta asolación nadie hubiera podido preveer el enorme despegue económico que se experimentó a lo largo del siglo XVII y mucho menos el hecho de que un siglo más tarde la población se hubiese multiplicado por veinte. Esta prosperidad tiene su base en el paulatino traslado de la actividad comercial con América desde Sevilla, especialmente acusada a partir de la paz con Holanda en 1646 y, sobre todo, tras la paz con Francia en 1659. Atraídos por la situación llegaron comerciantes de muchas procedencias, genoveses, venecianos, flamencos, holandeses, ingleses, franceses y otras gentes del reino como vascos, cántabros y catalanes.
     La primera preocupación tras el asalto fue la construcción de una serie de defensas. Ini­cialmente Felipe II encargó reforzar algunos de los puntos más vulnerables, pero pronto se planteó la fortificación de un amplio perímetro que permitiera el futuro desarrollo urbano, complejo proceso que no quedó culminado hasta bien entrado el siglo XVIII. De esta forma la ciudad se convirtió en una de las plazas fuertes más importantes del reino, adquiriendo el doble carácter de mercantil y militar. Las construcciones defensivas atrajeron a un buen número de ingenieros militares, que tuvieron especial importancia en los diseños arquitectónicos y urbanísticos de la ciudad. El desarrollo urbano de los primeros años del siglo se ajustó al trazado anterior, intensificándose las nuevas planificaciones en su segunda mitad. Durante este tiempo se van perfilando los rasgos característicos de la casa de los cargadores a Indias. En ella se unen en un solo edificio las dependencias comerciales, los almacenes y las oficinas, que se sitúan en el bajo y el entresuelo, las zonas de habitación en la planta principal, y las de servidumbre en una cuarta planta. Todas las dependencias se organizan en torno a uno o más patios: el vano de entrada se decora con portadas, que pueden llegar a alcanzar cierta monumentalidad, en ocasiones de mármoles importados de Génova, y la escalera es de tipo conventual.
     En el campo de la arquitectura religiosa la actividad de este siglo es también abundante. La mayoría de las iglesias y conventos gaditanos pertenecen a esta etapa, pues muchas órdenes establecieron aquí sus casas, como puente hacia el Nuevo Mundo. La presencia de ingenieros militares, como Alonso de Vandelvira, Juan de Oviedo, Cristóbal de Rojas y otros arquitectos menos conocidos, quedó plasmada en los distintos edificios que, desde el manierismo hasta el pleno barroco, se reparten por la trama urbana de la ciudad. Se do­cumentan también numerosos artistas de distintas procedencias, aunque en su mayoría lo fueron del círculo sevillano.
     De las primeras décadas conocemos, entre otros, los nombres de Andrés de Castillejos, Francisco de Villegas, Juan del Castillo o Pablo Legot. A mediados de siglo sobresalen Jacinto Pímentel, Alonso Martínez, José de Arce y el ensamblador Alejandro de Saavedra, quienes desarrollan una interesante labor en la que se define el camino hacia el pleno barroquismo. La presencia de algunas obras de Murillo, Cornelio Schut, Gómez Couto, Pedro Roldán y la breve presencia en la ciudad de su hija Luisa, consolidan este proceso durante la segunda mitad del siglo. También hay que contar con la aportación italiana, fundamentalmente genovesa, a través de las importaciones, algunas de reconocidos artistas, entre ellos los hermanos Orsolino y Andreoli, Ponsonelli, Frugoni, etc.
     El máximo esplendor de la ciudad comienza cuando en 1717 Felipe V traslada a ella la Casa de Contratación y Consulado de Indias. Durante este período la burguesía gaditana mantuvo en sus viviendas las características del siglo anterior, si bien con las modificaciones lógicas del cambio de gusto y situación pues al escasear los solares, se dispone de menos espacio. Entre las novedades destacan las grandes rejas rematadas por tejaroces de pizarra en los vanos y las complejas escaleras que abandonan el tipo claustral, generalizándose el uso de yeserías y decoraciones pintadas geométricas en fachadas e interiores. Elemento pecu­liar son las torres-miradores, cuya construcción se inicia en la centuria precedente, aunque será ahora cuando alcancen su máximo desarrollo.
     La arquitectura barroca  dieciochesca  de Cádiz sigue la evolución  andaluza, aunque puede detectarse en ella cierta precocidad, pues la tradición salomónica del siglo anterior fue prontamente superada y reemplazada por las tendencias lineales del llamado barroco-estípite,  que se vio impulsado por la presencia en la ciudad durante los primeros años del siglo de Jerónimo de Balbás. En los años centrales del siglo se incorpora la rocalla, que trae consigo un nuevo lenguaje decorativo de tendencias más sinuosas. El nacimiento de la Academia de Nobles Artes, en 1789, será el punto de arranque para la formación de un grupo de arquitectos que harán llegar a Cádiz las ideas estéticas de la Ilustración. Desde entonces a la ciudad barroca se superpondrá una fisonomía más uniforme, alentada por las nuevas normas estéticas y urbanísticas de inspiración clásica. En la arquitectura religiosa la princi­pal actividad se centra en torno a la construcción de la nueva catedral, que concebida con un espíritu plenamente barroco, según trazas del arquitecto Vicente de Acero, refleja en su dilatado proceso constructivo los cambios estéticos acaecidos durante el siglo.
     Se conocen algunos de los alarifes activos en Cádiz durante la etapa barroca del siglo, Blas Díaz, Juan López Algarín y Pedro Luis Afanador, quienes desarrollaron una intensa labor, tanto en arquitectura civil como religiosa. Mejor conocidos son los maestros que intervienen en la catedral, Vicente de Acero, Gaspar Cayón, Torcuato Cayón, Miguel de Olivares y Manuel Machuca. La obra de Torcuato Cayón refleja el tránsito del pleno barroco al incipiente clasicismo y su discípulo Torcuato Benjumeda fue el máximo representante de la arquitectura de la Ilustración en la ciudad. En lo que se refiere a las artes plásticas continúa la influencia sevillana y se cuenta con obras de sus mejores maestros, Clemente de Torres, Lucas Valdés, Domingo Martínez, José Montes de Oca, Pedro Duque Cornejo, Cayetano de Acosta y Benito de Hita y Castillo. A ellos se suma la importante presencia italiana, ahora no sólo con obras de importación, sino también con la actividad de un grupo de escultores que instalan aquí sus talleres; Francisco Galeano, Francisco María Maggio, Antonio Molinari o Domingo Giscardi, son algunos de los más representativos. También se documenta una esporádica presencia de los talleres levantinos con obras de Ignacio Vergara y José Esteve Bonet. Las últimas décadas del siglo, dominadas, igual que en arquitectura, por la llegada de las nuevas tendencias academicistas, cuentan con la actividad de una serie de artistas gaditanos, que más adelante consolidarán una escuela pictórica local. En este campo hay que destacar la presencia extraordinaria de algunas obras de Francisco de Goya. La escultura está protagonizada por la producción de Cosme Velázquez y José Fernández Guerrero.
     Comienza el siglo XIX en Cádiz con acontecimientos de carácter nacional, que dejarán huella, una huella imperdurable: la Guerra de la Independencia y la reunión de las Cortes Generales, que elaboraron la Constitución de 1812.
     El signo político que marcó el cambio de siglo se va a mantener durante toda la centuria y la ciudad estará ligada a todos los movimientos progresistas que fueron sucediéndose. Durante este período tienen lugar importantes reformas urbanísticas, como consecuencia de la desamortización de los bienes eclesiásticos y las posteriores mermas y derribos de varios conventos. En arquitectura, las primeras décadas del siglo continúan bajo el dominio de la estética ilustrada, protagonizada por la producción de Pedro Ángel Albisu y Torcuato Benjumeda, pero a partir de la tercera década se suceden cambios importantes, con la vuelta a lo decorativo y la introducción del eclecticismo. Este movimiento, conocido como estilo isabelino, ha dejado numerosos edificios repartidos por el casco urbano. Entre los nume­rosos arquitectos que desarrollaron su labor en este momento sobresale la personalidad de Juan de la Vega. Las artes plásticas centran su actividad en la pintura, que en principio continuó bajo los cánones de la estética neoclásica, con artistas como Victoria Martín del Cam­po, aunque ya en fechas muy tempranas comenzó la expansión de las tendencias románticas en los círculos intelectuales de la ciudad. Uno de los iniciadores de esta corriente en la pintura española fue Joaquín Manuel Fernández Cruzado.
     El siglo XX nace bajo el signo de la decadencia económica, derivada del desastre del 98, aunque el hecho de ser Cádiz capital administrativa y marítima posibilitó una serie de modestos proyectos urbanísticos y arquitectónicos. Durante las primeras décadas se derriba parte de las murallas para construir un nuevo puerto. El comienzo de la implantación del veraneo y los baños de mar hizo surgir, también por aquellos años, un área de recreo en la zona de Puerta de Tierra, que fue desapareciendo a partir de la postguerra, como consecuencia del aumento demográfico.
     A inicios de siglo, junto  a la pervivencia  de las corrientes arquitectónicas decimonónicas, llegarán algunos ecos de la estética modernista y el regionalismo, del que se cuenta con algunos proyectos, realizados por Juan Talavera. Los años centrales están protagonizados por la actividad de Antonio Sánchez Esteve, que incorpora las corrientes racionalistas al recinto urbano, mientras que durante la segunda mitad las empresas arquitectónicas han sido muy intensas y dirigidas sobre todo a la funcionalidad de la edificación. La pintura continuó en principio fiel a las corrientes historicista y costumbrista para, más tarde influenciarse por el colorido derivado del impresionismo. Sobresalen Felipe Abarzuza, Federico Godoy y Francisco Prieto. La escultura local es prácticamente inexistente, por lo que los diferentes encargos, en su mayoría para monumentos públicos, son realizados por artistas de moda en el país, como Mariano Benlliure y Aniceto Marinas.
     Durante los últimos años se viene produciendo un cierto impulso y renovación en las manifestaciones artísticas, pero la falta de perspectiva histórica hace que renunciemos a referir obras recientes (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
Historia y Geografía
    La leyenda dice que el mítico Hércules separó Europa de África y así surgió el Estrecho de Gibraltar. Y es que Cádiz es parte de esa mitología, no en vano es la ciudad más antigua de Europa, con tres mil años a sus espaldas. Situada en una península, antigua Isla de León, fue fundada hacia el 1100 antes de Cristo por los fenicios, que la llamaron Gadir. Cartaginesa después y también romana, siempre fue una ciudad próspera. Los romanos y visigodos también dejaron sus huellas y a partir del año 711 fue territorio musulmán, hasta que Alfonso X El Sabio la reconquistó en la segunda mitad del siglo XIII incorporándola al Reino de Castilla.
     Desde esta provincia se contribuyó notablemente al descubrimiento y colonización de América durante el siglo XV. Cristóbal Colón y otros ilustres marinos utilizaron sus puertos como punto de partida hacia el Nuevo Continente. En el siglo XVIII, Siglo de Oro de Cádiz, se monopoliza el comercio de ultramar, lo que le imprime un carácter cosmopolita, penetrando nuevas ideas que dieron lugar a la apertura liberal y democrática recogida en la Constitución de 1812. Ciudad marinera y llena de luz, Cádiz cuenta con una población que ronda los 140.000 habitantes. Las Murallas de las Puertas de Tierra, separan claramente la parte moderna de la antigua; ésta, de calles estrechas, pequeñas plazas y lugares de gran tipismo, como La Viña, antiguo barrio de pescadores; los barrios del Mentidero o Santa María, verdadera sede del cante flamenco; la Plaza de San Juan de Dios o el barrio de El Pópulo, antigua villa medieval. La temperatura media anual es de 18º C. Tiene unas 2.846 horas del sol al año.
Monumentos y museos
     Desde la Torre de Tavira, la más elevada de cuantas alberga la ciudad, puede observarse un paisaje asombroso: la ciudad de Cádiz parece una isla. Desde cualquiera de sus calles o paseando por sus contornos amurallados se descubren retazos de un mar intensamente azul. La fenicia Gadir, con 3.000 años de antigüedad, enfilada hacia el Atlántico alcanza su época dorada durante el siglo XVIII, cuando se convierte en metrópolis del continente americano y mantiene una relación de ida y vuelta que deja su huella en su arquitectura de aire colonial. El casco antiguo, en el que se entra a través de la Puerta de la Tierra, recalca su fisonomía con impresionantes baluartes y edificios de elegante arquitectura. Cádiz es una suma interminable de callejones, playas, rompientes, castillos, placetas, casonas, plazas, bodegas, mercados, museos y jardines. Toda esta amalgama se vislumbra desde el puerto tras la imponente fachada de piedra blanca de la Catedral, con cúpula de ladrillo amarillo que reverbera con la luz gaditana, flanqueada por dos torres. 
     La playa de la Caleta, situada frente al casco histórico de la ciudad, se encuentra rodeada del barrio marinero y desde ella se observan el castillo de Santa Catalina y el de San Sebastián. La historia ha dejado sus huellas en la ciudad: restos de un teatro romano, el recinto amurallado, un urbanismo intrincado y laberíntico, casas pintadas de colores vivos, castillos dieciochescos; el Hospital de Mujeres, joya barroca; el Oratorio de la Santa Cueva, edificio neoclásico enriquecido con pinturas de Goya; el Oratorio de San Felipe Neri, donde se proclamó la primera constitución española, llamada popularmente La Pepa. El Palacio de los Mora, la Casa del Almirante, o la Casa de las Cadenas, son buenos ejemplos del florecimiento de la ciudad durante los siglos XVIII y XIX. El Teatro Falla, sede de los populares carnavales gaditanos, es de estilo neomudéjar y data de 1909, cuando fue construido sobre un antiguo teatro de madera. 
     El Museo de Cádiz se creó en 1970 para integrar los tradicionales museos de Bellas Artes y Arqueología cuyos orígenes se remontan a 1847 y 1887 respectivamente. La presente instalación se inauguró en 1990 y comprende 17 salas de exposición permanente que muestran los fondos más representativos del Museo de Cádiz.
Fiestas y Tradiciones
     La historial del Carnaval de Cádiz se remonta hasta el siglo XVII. Espectáculo multicolor que ve nacer hacia la mitad del siglo XIX las primeras agrupaciones o coros, chirigotas, cuartetos y comparsas que cantan sus coplas por calles y plazas durante los días que dura el Carnaval. Prohibido su ambiente profano en 1937, hacia 1950 nacen las Fiestas típicas gaditanas que en 1977 volverían a convertirse en genuino carnaval, esplendoroso y libre, que hace de la calle su escenario. Lo que caracteriza al Carnaval gaditano son las agrupaciones musicales, coros, chirigotas, cuartetos y comparsas que anualmente reflejan en letras llenas de gracia e ingenio que no dejan títere con cabeza, los acontecimientos más relevantes y cercanos de la ciudad y los no menos relevantes de la actualidad nacional. La protagonista del Carnaval es la calle: en el barrio de la Viña, hasta la madrugada, pueden encontrarse agrupaciones o tipos con insólitos disfraces que llenan de alegría, música y color la noche gaditana.
     Comienza el Carnaval en viernes con el pregón, en el que se elige a la Diosa del Carnaval, aunque ya se ha venido celebrando toda serie de actos festivos: concursos de gastronomía, concurso oficial de agrupaciones, la cabalgata para los más pequeños... Los coros ofrecen sus coplas desde las carrozas y la plaza del Mercado se convierte en un hervidero de gente, sonidos disparatados y alegría contagiosa. Cádiz abre sus puertas al visitante y le regala con una fiesta multicolor y un trato cordial que gusta del contacto humano.
Gastronomía y Artesanía
     La cocina gaditana está influenciada sobre todo por los vinos que se producen en la provincia y por la amplia gama de pescados propios del litoral gaditano: doradas, urtas, róbalos, acedías, mojarras, entre otras muchas especies, así como por sus mariscos: gambas, cigalas, bocas, cañaíllas..., y los célebres langostinos de Sanlúcar de Barrameda. No hay que olvidar los quesos artesanales, chacinas y carnes en los pueblos de la sierra. La repostería, riquísima, con clara influencia de los árabes y la aportación de los conventos de las monjas. Son deliciosos el tocino de cielo, los alfajores de Medina Sidonia, el turrón y los churros de Cádiz, y los famosos pestiños, exquisitos dulces navideños típico en toda la provincia. Numerosos restaurantes, bares, marisquerías, tabernas y chiringuitos (bares junto a la playa) nos dan la oportunidad de probar esta variada gastronomía y sus excelentes vinos: finos, amontillados, olorosos, manzanillas, así como sus brandys criados en la provincia, y que dan un especial carácter a esta tierra.
     La artesanía en Cádiz es rica y muy variada. La primera industria de la marroquinería andaluza tiene su centro en Ubrique, junto a sus vecinos de Prado del Rey y Villamartín. También son famosos los telares de mantas y ponchos en Grazalema; los trabajos en mimbre, caña, o anea en Medina Sidonia, Setenil, Bornos y Vejer o los botos camperos en Alcalá de los Gazules y Espera.
Rutas por Cádiz
     Cádiz es la ciudad más antigua de occidente. Tres mil años la contemplan. Marinera, abierta al mar, y ciudad donde se proclamó la primera Constitución española, La Pepa, en 1812. Y la provincia cercada por aguas del Mediterráneo y del Atlántico, con pueblos marineros y turísticos, y los pueblos blancos del interior, junto a las inmensas llanuras de vides y arrozales. Cádiz tiene carácter peninsular, lo que lo le impide ser capital de una tierra de fronteras que, desde las escarpadas cumbres de las sierras, se precipita al mar, donde el Estrecho de Gibraltar hermana las orillas de dos continentes.
    Los puertos del Atlántico
     Las ciudades gaditanas cuentan con un elevado número de edificios relacionados con la Carrera de Indias, resultado de su actuación desde los primeros momentos del Descubrimiento y de la hegemonía de Cádiz desde finales del siglo XVII en los intercambios con América. Así, Sanlúcar de Barrameda, en la desembocadura del río Guadalquivir, se convirtió en nudo de comunicaciones fundamental al controlar la navegación del puerto de Sevilla. Cádiz y el Puerto de Santa María adquieren el carácter de emporios comerciales en el siglo XVIII al centralizarse el tráfico con América en la bahía gaditana. Fruto y reflejo de esta actividad, se conservan hoy casas de comerciantes, fortificaciones y fundaciones religiosas. Cádiz, capital de los puertos del Atlántico, adquiere en el siglo XVIII una fisonomía caracterizada por los Castillos y Baluartes (siglos XVII-XVIII) que la ciñen y por un singular paisaje aéreo de Torres Vigía (siglos XVII-XVIII). Cádiz llegaría a contar con 160 de estos miradores elevados para divisar la llegada de las embarcaciones procedentes de América. Entre los edificios religiosos sobresalen el Convento de Santo Domingo y la Iglesia del Rosario (siglos XVII-XVIII), cuya virgen titular era patrona de la ciudad y de la Carrera de Indias, la monumental obra de la Iglesia Catedral (siglo XVIII) gaditana, financiada por los caudales de ultramar, la Iglesia del Carmen, modelo de estilo colonial iberoamericano y el Oratorio de San Felipe Neri, donde se promulgó la Constitución Liberal de 1812, determinante en la evolución política de América Latina. A esta nómina cabe añadir la rica arquitectura civil del barroco gaditano, casi siempre propiedad de cargadores u oficiales de las flotas: la Casa del Almirante (siglo XVII); la Casa de las Cadenas; la Casa de las Cuatro Torres, modelo de típica construcción gaditana; la de Tavira, con la torre vigía más elevada, y la de los Estopiñán, así como la Casa de la Camorra, lugar de reunión de mercaderes extranjeros dedicados al comercio americano.
    Las columnas de Hércules
     Las costas del extremo meridional, que custodian el paso del Mediterráneo al Atlántico, han constituido uno de los parajes míticos de las civilizaciones: las Columnas de Hércules, confín occidental del mundo conocido. Su función como puerto de la Baja Andalucía, su estratégica situación y sus producciones convierten el litoral gaditano en potente polo de atracción de sucesivos colonizadores. Los asentamientos indígenas, datados desde la prehistoria, las colonias fenicias y púnicas, las ciudades romanas, se entrecruzan y superponen tejiendo un poderoso sustrato cultural. 
     Las márgenes del Océano fueron las más favorecidas por las colonizaciones, con un rosario de ciudades dedicadas a las actividades mercantiles, náuticas y pesqueras. El más importante núcleo gravita en torno a la Bahía de Cádiz, centro complementario del mundo tartésico de las provincias de Huelva y Sevilla.
     En el Puerto de Santa María, carretera del Portal, se excava la ciudad protohistórica del Castillo de Doña Blanca (siglos VIII-IV a.C.), con impresionantes ruinas. Los objetos encontrados en este yacimiento, expuestos en el museo de la ciudad, guardan relación con la vecina Gadir, actual Cádiz, emporio comercial de Occidente durante la antigüedad. Los frecuentes hallazgos fenicios, púnicos, romanos, dan fe de su pujanza. El Museo de Cádiz atesora piezas de primer orden como joyas y ajuares, espléndidos sarcófagos o la estatuilla de Melkart, entre otros vestigios de sus pobladores semitas. Rumbo al sur, antes de Tarifa, resplandece la presencia romana en la ciudad de Bolonia, Baelo Claudia, dedicada a la industria de conservas de pescado. Mantiene en buen estado las murallas, sus calles, el foro con sus templos, el mercado, la basílica, el teatro y las factorías de salazones, que alcanzaran fama en todo el Imperio. Haciendo un paréntesis en el urbanismo latino, el yacimiento de Los Algarbes, en Tarifa, en la carretera a Punta Paloma, dispone de una necrópolis hipogea de la Edad del Cobre. La ciudad romana de Carteia, en San Roque, colonia comercial del Estrecho de Gibraltar donde se han excavado termas, el teatro, el foro con sus templos y el mercado, culmina esta ruta.
    De playas por Cádiz
     La playa de la Victoria es entre las del término municipal de Cádiz, la que más destaca, tanto por sus propias características físicas, como por la intensidad de uso a la que se ve sometida. Se extiende al pie del casco urbano de Cádiz, ocupando el lado occidental del istmo en que se asienta la ciudad. El fuerte de Cortadura, cuyo espolón Oeste se introduce en las arenas de la playa, constituye el límite Sur de la misma. Por el lado Norte, el límite queda marcado, de forma más difusa, por los bajos rocosos del Cabezo. Entre ellos se extiende con planta rectilínea la Playa Victoria, con una longitud de unos 2.500 m, y una media de 185 m, de anchura en bajamar, después de las obras de regeneración que se han llevado a cabo. El límite trasero de la superficie de arenas está constituido por el muro del paseo marítimo que le bordea en toda su longitud. En una playa urbanizada, abierta y rectilínea.
     Obtuvo la bandera azul en la primera campaña del año 87, renovándose ininterrumpidamente hasta hoy. La Caleta es una playa situada en el centro histórico de la ciudad de Cádiz. Fue el puerto natural por el que penetraron fenicios, cartagineses y romanos. Es la playa de menor extensión de toda la ciudad, aislada del resto. Su principal atractivo radica en su ubicación, un escenario que ha inspirado a músicos y poetas como Isaac Albéniz, José María Pemán, Paco Alba o Carlos Cano. La flanquean los castillos de San Sebastián y Santa Catalina, frente a la facultad de Ciencias Económicas y Empresariales (antiguo hospital de Mora) del Campus de Cádiz. Ha sido partícipe de varias películas de cine tales como 007: Muere otro día, y El capitán Alatriste. Los gaditanos la consideran como uno de los lugares más emblemáticos de su ciudad, siendo tema recurrente en coplas de Carnaval.
     La Playa de Santa María del Mar es la septentrional de las abiertas a poniente del término municipal de Cádiz. Con una longitud de unos 400 m, se extiende entre los restos de las antiguas murallas de temporal del casco antiguo y la laja de Poniente, frente a la desembocadura de la c/ Condesa Villafuente Bermeja. Su trasera está constituida por el terraplén de acceso al Paseo  de Amílcar Barca, que la limita en su totalidad. Es una playa urbanizada, apoyada artificialmente por espigones de escolleras y aportación de arena. La Playa del Chato está localizada entre la Playa Cortadura y la Playa de Camposoto, accediéndose por la primera.
     La Playa de la Anegada es una playa en estado natural, con su superficie en dos niveles y muy irregular, que forma parte de una zona militar donde está restringido el paso. Esta playa, junto con la Playa del Chato, también se le conoce con el nombre de Playa Urrutia.
    Ruta romana por la costa de Cádiz
     La incorporación de Cádiz (Gades) al Imperio Romano se inicia en el año 206 a.C. cuando la ciudad acuerda aliarse con Roma, entonces empeñada en sus guerras contra los púnicos. Cádiz era una ciudad romana cuya importancia económica sólo era superada en el Imperio por la capital, Roma, y por Padua. El Teatro Romano, erigido por iniciativa de Balbo el Menor, e inaugurado con motivo de una de las visitas realizadas a Cádiz por Julio César (hacia el año 45 a.C.) es, posiblemente, la mayor construcción de este tipo de entre las levantadas en la España romana y la única que conserva características de tipo helenístico. Con un diámetro de unos 120 metros y 30 metros de altura en su estructura original, disponía de un aforo para acoger a 25.000 espectadores. Aunque en período de recuperación arqueológica, el Teatro Romano es visitable, pudiéndose admirar parte de las gradas y del escenario y la galería subterránea, perfectamente conservada, con sus lucernarios y vomitorios (www.andalucia.org).
     Cádiz se sitúa en la costa suroccidental andaluza, entre la desembocadura del río Guadalquivir y el estrecho de Gibraltar, a la entrada de la bahía que lleva su nombre. La ciudad se presenta envuelta por el mar que dibuja todo su borde urbano, distinguiendo dos partes diferenciadas; la ciudad antigua situada a la entrada de la bahía y que contuvo hasta 1950 la totalidad de la ciudad, y la urbe más moderna, que se asiente sobre una lengua de tierra que une la ciudad antigua con tierra firme.
     Esto explica que hasta la construcción en el siglo XVIII del arrecife que la unió con tierra firme, Cádiz fue una isla, siendo la única manera de entrar y salir de la ciudad la comunicación marítima.
     El auge de la ciudad y su transformación urbana se explica porque Cádiz tuvo en esa época una actividad comercial muy importante con América Latina.
     El espacio amurallado se colmata con edificaciones e instalaciones que den respuesta a esta actividad comercial y de comunicación con América Latina, surgen tipologías edificatorias nuevas que transforman la casa palacio y casa burguesa en casas de vecinos o casas patio, que albergan varias familias, adoptando una ordenación de patios-galerías como la solución más idónea para densificar la trama urbana, al no poder crecer por su condición insular.
     Una singularidad de estas tipologías son la aparición de torres y miradores que permitieran el control sobre los movimientos de la flota por un lado, y la búsqueda de soleamiento y lugar de esparcimiento ante la estrechez de la trama urbana. Las edificaciones de los comerciantes de Cádiz tenían unas plantas bajas que eran utilizadas como almacén de las materias primas provenientes de América.
     La trama urbana en la ciudad histórica apenas ha cambiado salvo las transformaciones puntuales, algo excepcional en las ciudades españolas, sobre todo después de las transformaciones urbanas del XIX de la ciudad burguesa, y la apertura de grandes ejes y avenidas y la transformación del caserío tradicional por el inmueble de renta.
     Desconocemos elementos urbanos del Gadir fenicio y pocas huellas poseemos de la Gades romana, aunque el núcleo de la ciudad histórica actual se desarrolló en torno a las ruinas, excavadas en parte, del teatro de la Neápolis de Balbo. Esta zona donde se asentó la pequeña medina islámica y posterior villa cristiana recuperada por Alfonso X, es el denominado Barrio del Pópulo.
     A finales del siglo XV ya estaban consolidados a extramuros del recinto medieval los arrabales de Santa María y Santiago. Entre ambos se localiza la antigua plaza mayor, denominada actualmente de San Juan de Dios. En ella se ubica el edificio neoclásico del Ayuntamiento. El barrio de Santa María se extiende hasta la Puerta de Tierra de la muralla. Tiene un trazado medieval de estrechas calles. En la zona alta del barrio se localiza el Monasterio de Santa María. En el entorno del barrio se construyeron la Cárcel Real, una de las mejores muestras de la arquitectura neoclásica y la antigua Fábrica de Tabacos, edificio ecléctico de finales del siglo XIX. La zona occidental del primitivo recinto medieval es la más extensa del casco antiguo. En ella se localiza el primitivo arrabal de Santiago y la zona de expansión de los siglos XVIII y XIX.
     Ocupando parte del barrio del Pópulo y del arrabal se levantó, a partir de la tercera década del siglo XVIII, la Catedral Nueva, la construcción más notable de todo el conjunto histórico.
     Las calles que se trazan a partir de las últimas décadas del siglo XVII, son rectas, de una longitud extraordinaria en relación con su estrechez. Su eje principal lo forman la calle Ancha y la Plaza de San Antonio. La arquitectura doméstica conjuga armoniosamente viviendas burguesas y barrocas, rematadas casi todas por torre-miradores.
     La ciudad del siglo XVIII culmina su configuración urbanística cuando a finales de la centuria se construye el barrio de San Carlos. Tras este importante colofón a los siglos de expansión gaditana aún quedaban por crear algunos espacios ajardinados en terrenos desamortizados durante el siglo XIX, entre ellos las plazas de Mina y Candelaria. También la plaza de España, surgida tras el derribo de las murallas en 1906 y presidida por el Monumento a las Cortes de Cádiz constituye actualmente otro espacio significativo.
     La zona más popular del casco antiguo es el barrio de la Viña. Algunos edificios localizados en él son los templos barrocos de San Lorenzo, Divina Pastora o la Palma, el antiguo Hospicio, el Hospital de Mora o el Teatro Falla (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Cádiz es una ciudad entrañable. Rodeada casi enteramente por el mar, muchos la han comparado con una tacita de plata y también de oro, pero, en realidad, vista a vuelo de pájaro, su aspecto es más bien el de una sartén con un mango muy largo o el de una cazuela con forma de pentágono irregular; una sartén o cazuela, eso sí, cálida, luminosa, acariciada por los cambiantes vientos que, en ocasiones, alcanzan a despeinarla, y arrullada por el azul de un mar que es océano y que parece mecerla entre sus ondas de armiño.
     Cádiz es, sin duda, la ciudad de personalidad más clara de toda Andalucía. Gozosamente varada la mayor parte de ella en el siglo XVIII, en lo que a su traza y a su arquitectura se refiere, tiene la dulce exquisitez de las ciudades antillanas y es hermosa y leve como un ave marina. Es también una ciudad antigua. De entre las que han logrado sobrevivir a los azares del tiempo, la más antigua de Andalucía y aun de Europa. Esta circunstancia no es baladí. Las ciudades son obra de las gentes que en ellas viven, pero a su vez marcan el carácter de sus habitantes. Cádiz, además, hasta hace relativamente poco tiempo, ha sido una isla. Esta doble vertiente, la de la antigüedad y la de la insularidad, constituye el marco en el que se plasma su idiosincrasia.
     Cádiz ha visto arribar a sus costas cul­turas que parecían eternas; ha crecido a la sombra de un imperio en el que alcanzó cotas increíbles de esplendor y lo ha visto disolverse en las contradicciones de la historia como un azucarillo en una taza de café; ha caído y se ha levantado; ha cruzado el Atlántico en naves que regresaban una y otra vez cargadas de tesoros; ha visto sus calles llenas de gentes exóticas que alcanzaban con pasmosa facilidad el puente de mando; ha conocido, en fin, mejor que nadie, el trágico vaivén de los tiempos, la levedad de los principios y la fuerza de la incertidumbre como valor primero con el que se teje el paño de la vida.
La gracia gaditana
     Los isleños, por otra parte, son una gente especial. Perpetuamente sufren en sus carnes una insoslayable contradicción: aislados del mundo y sin otra vía de comuni­cación que la que le brindan las tenebrosas praderas marinas, cuyos invisibles caminos se pierden en el horizonte, no tienen más remedio que mostrarse acogedores con el viajero que llega a sus riberas; al mismo tiempo, sin embargo, experimentan más intensamente que las gentes de tierra firme el temor a lo desconocido, pues, avezados a las iras del mar que los rodea, a sus acechanzas y peligros, no pueden evitar que todo lo que de él llega les resulte turbulento y amenazador. De este modo, el gaditano es tan celoso de su intimidad como abierto a las novedades. Sabe que la vida es un círculo tan breve como su isla y tan inestable e inseguro como las aguas que lo rodean y, reducido a él, ama ante todo la libertad, pasando por todo lo demás con la misma ligereza que una barquichuela sobre las ondas del océano. Es también esta doble perspectiva la que empuja al gaditano a echar constantemente mano del recurso del humor. En esa gracia indudable de Cádiz, en esa chispa, en esa jovialidad, muchos sólo ven una actitud de indiferencia ante la vida, cuando de lo que en realidad se trata es de sabiduría. En Cádiz, es cierto, se pierden las coordenadas con pasmosa facilidad.
     Nada tiene de extraño que el visitante se sienta arrastrado, sin tiempo para advertirlo, por la bullanga mágica que lo rodea tan pronto como pisa la calle y, en ella sumergido, no acierte a distinguir el azul del cielo del verde de la mar. Pero pegue usted el oído un momento, alce la cabeza y preste atención y en pocos sitios como en Cádiz escuchará usted juicios tan atinados acerca de los asuntos más profundos que inquietan a los filósofos desde los orígenes de la humanidad. Y es que Cádiz no es propiamente una ciudad: es la fron­tera que separa el espejismo de la realidad. El gaditano es un tipo acuoso y un hombre de luz. Hasta el aparente desaliño del lenguaje, tan denostado en otras latitudes, es una prueba más de la entereza con la que la gente de Cádiz se enfrenta a los sin­ sabores de la vida. El gaditano está de vuelta de todo, ese es su mérito principal. Por eso ríe y hace reír, pero su risa no es síntoma alguno de vacuidad o ligereza y mucho menos de jactancia. La risa de Cádiz pone de relieve que el humor es el arma más poderosa de que el ser humano dispone para alzarse tanto sobre los reveses como sobre los favores de la fortuna.
Algunos datos
     Cádiz es la capital de la provincia de su nombre. Geográfica y políticamente se inscribe en la Comunidad Autónoma de Andalucía. Tiene 131.813 habitantes. La ciudad se sitúa a cuatro metros sobre el nivel del mar; en el extremo sur occidental de España y, por tanto, de Europa, en una longitud de 06º 17' oeste y una latitud de 36º 32' norte, en la bahía de su nombre y en una pequeña península unida a tierra firme por un largo y estrecho tómbolo o istmo y rodeada prácticamente por completo por las aguas del océano Atlántico.
     Con esta situación, goza de un clima intermedio entre el Mediterráneo y el Atlántico, con una temperatura media anual de 18,1º C, alcanzando máximas de 34,7º C en el mes de agosto y mínimas de 9,9º C en el de enero. La pluviometría anual es de 603,7 l/m2 cuadrado, repartida en 74 días de lluvia. Goza igualmente de una larga insolación, que se traduce en un total de ocho horas diarias, la mayor de España. En ocasiones, la azota un viento de Levante moderado.
     El término municipal dispone sólo de 1.110 ha, careciendo absolutamente de recursos, salvo los que le proporciona el mar. Entre éstos, hay que mencionar, además de la pesca y el puerto, cuatro preciosas playas, La Caleta, Santa María, La Victoria y Cortadura, las cuatro abiertas a la inmensidad del Atlántico (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).
     La Sirena del Océano -como quería Lord Byron- la popular Tacita de Plata se extiende sobre una estrecha faja de tierra que penetra en el mar cerrando la bahía de Cádiz.
Historia
     La ciudad fue fundada por los comerciantes fenicios de Tiro en el año 1100 a.C. con el nombre de Gadir, aunque existen noticias mucho más antiguas que darían a su origen un carácter casi mitológico. Platón, por ejemplo, sitúa la fabulosa Atlántida al este de Gadeira (Cádiz). Durante toda la antigüedad, primero con sus fundadores y luego con los cartagineses, Gadir, entonces todavía una isla separada de tierra firme por un brazo de mar, fue un emporio comercial de primer orden. La dominación romana trajo consigo un periodo de especial es­plendor. En la Gades imperial se crean los primeros astilleros, crece la demografía, se lleva a cabo una importante ampliación urbanística, surgen escritores como Columella y algunos senadores que influyen en la política del imperio.
     Toda esta importancia desaparece prácticamente durante las épocas goda y árabe. En 1262, Alfonso X toma la ciudad para la hueste cristiana. El Descubrimiento de América abre la puerta a un nuevo periodo de protagonismo y de grandeza. El segundo y cuarto viaje de Colón tienen como punto de partida Cádiz. En 1509, la ciudad recibe el derecho para el registro de las naves de Indias y, en 1558, para la descarga del cuero y el azúcar procedentes de las Antillas. Todavía competía con Sevilla por el comercio americano, pero esta competencia finaliza cuando en el siglo XVIII se produce el traspaso a Cádiz de la Casa de Contratación ubicada en Sevilla.
     Los siglos XVIII y XIX son de rápido creci­miento de la ciudad. Surge una burguesía comercial de gran potencia que, durante un tiempo, llega a influir incluso en la política nacional. En 1812, durante la Guerra de la Independencia, las Cortes Generales, reunidas en Cádiz, proclaman la primera Constitución española. De carácter liberal, promulgaba entre otras cosas la libertad de prensa, la abolición del régimen de seño­ríos y la supresión de la tortura y de la Inquisición. A partir de 1947, año en el que la explo­sión de un almacén de minas destruyó la parte de extramuros, la fisonomía de la ciudad ha sufrido profundas transformaciones, extendiéndose a lo largo de todo el istmo.
Gastronomía
     El marisco es el auténtico rey de la mesa gaditana. Pescados propios del litoral como la dorada, la urta, el róbalo, la acedía, los boquerones y la merluza constituyen soberbios personajes de la corte real. Uno de los platos más tradicionales es el pescaíto frito, que puede degustarse en cualquiera de las múltiples freidurías y restaurantes.
     Platos de larga tradición, considerados como frituras, son la urta a la roteña, el cazón en adobo y la urta al brandy. Muy gaditanos son también la caballa asada con piriñaca, picadillo de tomate, cebolla y pimiento verde aliñado; la tortilla de camarones y el bien­mesabe, pescado crudo pasado por un adobo condimentado con vinagre. Por último cabe citar el afamado turrón de Cádiz, a base de mazapán y frutas.
Fiestas
     En febrero, el Carnaval, declarado de Inte­rés Turístico Nacional, pone patas arriba a la ciudad. La fiesta en sí se prolonga desde el Domingo de Cuasimodo, antes de Cuaresma, al de Piñata, pero con anterioridad tiene un prólogo de más de un mes que se abre con la erizada, degustación popular de este suculento molusco, y prosigue con el Concurso de Coros, Comparsas y Chirigotas que se celebra en el Teatro Falla. Tras el concurso, generalmente muy reñido, los grupos recorren las calles de la ciudad, especialmente la zona histórica, como los barrios de la Viña, del Pópulo, Mentidero o de Santa María, cantando sus coplillas, sus tangos, sus cuplés o sus pasodobles, de fuerte contenido satírico y erótico. Toda la ciudad participa en la celebración. Junto a los grupos organizados, cantan y danzan una enorme cantidad de máscaras, en un estallido de alegría y de color que alcanza su punto culminante en la gran cabalgata del domingo de Piñata.
     La Semana Santa reviste la espectaculari­dad de la mayoría de las capitales andaluzas, con momentos culminantes como los desfiles, el Jueves Santo, de la Hermandad de los Afligidos, que sale de la parroquia de San Lorenzo, y la del Nazareno, apodado El Greñúo, o las saetas que se cantan a las imágenes a su paso por calles y plazas.
     El 24 de junio se celebra en los barrios tradicionales de la ciudad la quema del juanillo, muñeco confeccionado con trapos y ropa vieja.
     A finales de agosto se celebra el renombrado trofeo de fútbol Ramón de Carranza.
Vida urbana
     El mar, el cante flamenco, el Carnaval cons­tituyen tres de los grandes focos alrededor de los cuales organizan su ocio los gaditanos. Barrios como el del Pópulo, el de Santa María y, sobre todo, el de la Viña bullen de tascas y bares donde ensayan y preparan su actuación durante la mayor parte del año los grupos carnavaleros. Es en estos barrios y en el paseo marítimo donde tradicionalmente se ha concentrado el ambiente juvenil, aunque desde hace poco el Ayuntamiento ha inaugurado un gran espacio en la punta de San Felipe, fuera de la ciudad, con todo tipo de atracciones para la juventud.
     A un lado y a otro del gran eje que forma la avenida de Benito Pérez Galdós, calle Cervantes, Calle Ancha, etc. se sitúa lo mejor del comercio gaditano, con buenas tiendas y almacenes en las que pueden encontrarse una enorme variedad de productos.
VISITA
El acceso
     El magnífico puente sobre la bahía, que evita un rodeo de un buen número de kilómetros para llegar a la ciudad, da entrada al Cádiz moderno surgido tras la expansión pro­ducida a partir de 1947. Las Puertas de Tie­rra, en la plaza de la Constitución, constituyen el primitivo acceso a la ciudad amurallada y uno de los puntos neurálgicos de la población.
     La muralla establece una línea de separación entre el mar y las edificaciones a lo largo de todo el perímetro de la ciudad y en su teórico adarve se suceden los paseos y las zonas ajardinadas, como el Parque Genovés o la alameda de Apodaca. En la plaza de España, en las proximidades del puerto comercial, se levanta el monumento a las Cortes.
La ciudad primera
     El Cádiz primordial se concentra en los alrededores de la plaza de San Juan de Dios, lugar con sabor antillano, con coloridas casas de estilo colonial y un buen número de restaurantes y marisquerías. Esta plaza cuenta con el hospital de San Juan de Dios, obra barroca del siglo XVIII, y el Ayuntamiento, en cuya fachada, rematada en 1861, se observa la mezcla de los estilos neoclásico e isabelino.
     Muy cerca, a través de la calle de la Pelota, se alcanza la catedral**, situada en la plaza de Pío XII (aunque todo el mundo la llama de la Catedral), que fue urbanizada en 1838 dentro de un plan establecido para mejorar los accesos al templo.
     Hacia 1715 la antigua catedral gaditana se estaba quedando pequeña, máxime teniendo en cuenta que estaba ya anunciado el traslado de la Casa de Contratación desde Sevilla, con lo que, al concentrarse en Cádiz el comercio con América, habría de aumentar necesariamente la población. El Ayuntamiento decidió entonces construir un nuevo edificio para la catedral. La idea cuajó entre la cada vez más pujante burguesía y en 1722 se colocó la primera piedra de un edificio cuyo proyecto había sido redactado por el arquitecto Vicente Acero. Por diversos motivos, las obras se prolongaron hasta 1838, siendo su retraso la causa principal de que convivan en la edificación diversos estilos, desde el barroco al neoclásico.
     Posee la catedral gaditana un soberbio aspecto exterior. Su fachada principal es esencialmente neoclásica. Cuenta con tres accesos sobre una amplia escalinata, flanqueados por dos robustas torres cuyo último cuerpo, circular y rematado por una graciosa cúpula, acoge el campanario. El interior impresiona por la sensación de movimiento que causa la disposición de sus elementos constructivos.
     Tiene planta de cruz latina con tres naves, una amplia girola y capillas adosadas a los muros laterales. Grupos de pilares corintios consti­tuyen el soporte en el que se apoya la cubierta, constituida por bóvedas de excelente decora­ción clasicista. El altar mayor refleja el influjo del monasterio de El Escorial y es obra de Juan de la Vega, quien elaboró un tabernáculo de planta mixtilínea con profusión de pilares corintios en cuyo interior se encuentra el Sagrario. El coro es una talla barroca procedente de la Cartuja de Sevilla y la reja que cierra el con­junto es de estilo renacentista, aunque construida en 1859, año en el que se concluyó igualmente el altar. De las capillas laterales hay que destacar la tercera de la izquierda empezando por los pies y de ella un magnífico Ecce Homo del siglo XVII atribuido a la famosa imaginera sevillana La Roldana. La primera de la derecha tiene una estupenda imagen del Sagrado Corazón, obra de Mariano Benlliure.
      El barrio del Pópulo, el más antiguo de la ciudad, se abre a la izquierda de la catedral, a través de los arcos de la Rosa, del Pópulo y de los Blancos. En este barrio, en la plaza de Fray Félix, se encuentra la iglesia de la Santa Cruz, antigua catedral de la diócesis. De estilo gótico en su origen, las sucesivas remodelaciones han respetado sólo el arco de entrada y la bóveda de la capilla bautismal. En la plazuela de San Martín se alza la Casa del Almirante, bello palacio de 1686, con fachada de mármol traído expresamente de Génova.
     El barrio de Santa María, adyacente al del Pópulo, posee numerosos palacios barrocos convertidos en casas de vecinos. Uno de los más interesantes es el del número 11 de la calle Santa María, denominado palacio de los Lasquetty, con su portada de mármol entre pilas­tras toscanas, coronada por el escudo familiar. En la Cuesta de las Calesas se encuentra el convento de Santo Domingo*, sabia y bella combinación de manierismo y barroco, del que sobresale la iglesia y, de ésta, el retablo mayor a base de mármol de Génova, obra de los hermanos Andreoli.
La ciudad contemporánea
     Un Cádiz no menos importante, aunque más moderno que el anterior, surge en dirección al extremo de la pequeña península que ocupa el casco urbano.
     Entre la calle Sagasta y la avenida del Duque de Nájera, hacia la zona más meridional, se extiende el barrio de la Viña, al fondo del cual se encuentra la famosa playa de la Caleta, delimitada por los castillos de Santa Catalina, y de San Sebastián, éste situado en zona militar y por lo tanto no visitable. Antiguo barrio de pescadores, cuenta con abundantes lugares donde degustar pescaíto frito.
     Por encima del barrio de la Viña surge una zona más convencional, pero con un número importante de hermosos rinco­nes y bellos edificios. Uno de estos lugares es la plaza de la Libertad, donde se encuentra el Mercado de Abastos, de construcción neoclásica. Al lado mismo de la plaza se levanta el Hospital de Mujeres*, magnífico edificio barroco, en el que sobresalen los dos luminosos patios, separados por una esca­lera imperial; la capilla, que alberga el Éxtasis de San Francisco de El Greco, y su retablo mayor, de estilo neoclásico.
     Cerca, en la calle Marqués del Real Tesoro, se halla la Torre Tavira, una torre mirador con dos salas de exposiciones y una atracción única en España: la cámara oscura, en la que por medio de un complejo diseño se proyecta una imagen viva de lo que ocurre en ese instante en el exterior. (Abierta todos los días del año, ininterrumpidamente. De septiembre a mayo, de 10 h a 18 h, y de junio a agosto, de 10 h a 20 h).
     Al norte de la plaza de la Libertad, en la calle San José, aparece el Museo Municipal, que guarda entre otras piezas una valiosa maqueta de la ciudad. Lindando con él, el oratorio de San Felipe Neri**, extraordinario ejemplo del barroco andaluz del siglo XVIII, en el que sobresale el retablo mayor, coronado por una Inmaculada Concepción** pintada por Murillo en 1680.
     Más adelante, en la plaza de su nombre, se alza el Teatro Falla, obra singular de ladrillo rojo y estilo neomudéjar, terminado en 1905, en sustitución de otro anterior construido en madera en 1871 y que fue destruido por un incendio.
     Anexa a la de Falla, hasta el punto de que se confunde con ella, se abre la plaza de Fra­gela, en el número 1 de la cual se encuentra la Casa de las Viudas, buen ejemplo del barroco civil gaditano. Más allá de la plaza del Mentidero, la casa del número 3 de la calle Veedor es otro buen ejemplo de arquitectura civil, en este caso de estilo isabelino. Esta calle desemboca en la plaza de San Antonio, en la que, además de algunos palacetes como la casa del número 2 o la del número 15, actual casino, se levanta la iglesia de San Antonio, obra del siglo XVII y estilo barroco.
     La Calle Ancha es una de las más características de la ciudad. Posee un buen número de tiendas de antigüedades y de palacetes de los siglos XVIII y XIX, siendo el más interesante el palacete de los Mora, que ocupa los números 28 y 30.
     A través de la plaza de la Candelaria, donde hay una estatua de Emilio Castelar, se alcanza la calle de Colón. Aquí se levanta la Casa de las Cadenas, bello palacio de finales del siglo XVII, en estilo barroco. La calle de San Francisco conduce a una de las zonas de más ambiente, los alrededores de la plaza de la Mina, en la que se encuentra la casa natal de Falla y, entre algunos interesantes palacetes, se halla el Museo de Cádiz*, que alberga piezas tan valiosas como los sarcófagos fenicios y pinturas de Zurbarán, Alejo Fernández o Murillo.
     Un poco antes de esta plaza, en la calle del Rosario, aparece el oratorio de la Santa Cueva*, que guarda tres lienzos de Goya: Milagro de los panes y los peces**; El invitado a las bodas** y Santa Cena**; y el convento de San Francisco*, hermosa construcción barroca del siglo XVII en la que destaca el retablo mayor de la iglesia, ya en estilo rococó (Rafael Arjona. Guía Total, Andalucía. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005).

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