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viernes, 23 de junio de 2023

Los principales monumentos (Iglesia de Santa Cruz; Museo Catedralicio; y Catedral) de la localidad de Cádiz (IV), en la provincia de Cádiz


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Cádiz, déjame ExplicArte los principales monumentos (Iglesia de Santa Cruz; Museo Catedralicio; y Catedral) de la localidad de Cádiz (IV), en la provincia de Cádiz.

Iglesia de Santa Cruz (Catedral Vieja)
     La primitiva catedral es el templo más antiguo de la ciudad. Es posible que tras ser tomada la ciudad por las tropas de Alfonso X el Sabio, la mezquita mayor fuese adaptada para el cul­to cristiano, hasta que más tarde se reemplazó por una construcción gótico-mudéjar, que respondería al modelo habitual en la Baja Andalucía, es decir, tres naves, separadas por pilares rematados por arcos apuntados que sustentaban cubiertas de madera y cabecera abovedada. A la estructura original se fueron incorporando nuevas estructuras, siendo especialmente importantes las acometidas a inicios del siglo XVI, cuando se realizó un nuevo artesonado y se levantaron algunas capillas. En 1572 el obispo García de Haro emprendió una profunda remodelación, al sustituir los antiguos pilares por columnas clásicas de orden dórico, que hacían más diáfano el espacio y situar el coro tras el altar mayor.
     Esta novedosa disposición del presbiterio, la primera de las que tenemos noticia en el territorio español, plasma las recomendaciones del Concilio de Trento, en una solución espacial que no llegó a consolidarse posteriormente, dado el apego a los grandes retablos parietales y el arraigo de ubicar los coros ocupando parte de la nave principal. Para esta capilla mayor realizaron una sillería de coro y púlpito Jerónimo de Valencia y Cristóbal de Voisín.
     El edificio actual es fruto de la reconstrucción llevada a cabo tras el asalto anglo-holandés de 1596, que dejó su fábrica muy dañada por un incendio en el que desapareció la cubierta de madera. La reconstrucción fue rápida, pues los trabajos concluyeron en 1606, y se aprovechó la ocasión para ampliar el templo por la cabecera, con la disposición de un falso crucero ante la capilla mayor y se abovedaron todas las cubiertas, para evitar los efectos de otros posibles incendios. Las obras fueron dirigidas por el ar­quitecto Ginés Martínez de Aranda, formado en el círculo giennense, donde se relacionó con el obispo Maximiliano de Austria. Las trazas se han atribuido tradicionalmente al ingeniero militar Cristóbal de Rojas, que por aquellos fechas dirigía los trabajos en las defensas de la ciudad, y de quien sabemos que realizó el diseño de la primitiva portada lateral catedralicia, aunque en la actualidad la crítica se inclina por asignarlas a Martínez de Aranda.
     Tiene planta de salón con falso transepto y está dividida en tres naves por columnas de or­den dórico que sostienen arcos de medio punto. Las naves se cubren por bóvedas esquifadas, el transepto por bóvedas de medio cañón y ante el presbiterio se sitúa una cúpula semiesférica sobre pechinas, decorada con motivos geométricos de corte manierista. Las capillas, que se abren a las naves laterales, están cubiertas por bóvedas vaídas con linternas, excepto la bautismal, situada en el último tramo del lado del evangelio, que presenta cubierta de crucería sobre arcos de medio punto, pues su estructura tardogótica es anterior al saqueo de 1596. Igualmente es gó­tico el arco existente en el muro del testero de los pies situado junto a esta capilla.
     Los tres últimos tramos del lado de la epís­tola están ocupados por la capilla sacramental, monumental obra de la segunda mitad del siglo XVII, que fue diseñada por Felipe de Gálvez y concluida en 1770 por Torcuato Cayón. Es de planta cuadrada y al exterior su estructura cúbi­ca sobresale, a modo de torreón, en el conjunto del templo. Su interior fue concluido por Tor­cuato Cayón, a quién se debe la cúpula semiesférica sobre pechinas, de estructura encamonada. Originalmente todos los soportes, roscas de los arcos y marcos iban enfoscados en blanco, si bien en la actualidad aparece la cantería vista, como fruto de una intervención llevada a cabo a mediados del siglo XX. Tras el presbiterio se disponen varias dependencias catedralicias entre las que destaca la antigua capilla de reliquias, construida en 1670, con planta elíptica y las salas destinadas a cabildo y antecabildo.
     El exterior es de gran sencillez y evoca el as­pecto de las iglesias-fortaleza, a lo que contribuye la gran estructura cuadrangular de la capilla del sagrario. La sobriedad se refuerza por haber sido despojada durante la primera mitad del siglo XIX de la monumental portada lateral, realizada por el genovés Andrea Andreoli en 1673. Estaba realizada en mármoles de colores y constaba de dos cuerpos, sustentados por columnas salomónicas. Las esculturas, hoy conservadas en la Catedral Nueva, fueron realizadas por Esteban Frugoni. Para el vano de los pies también se encargó a Génova una portada similar, que no llegó a realizarse, y los únicos elementos decora­tivos que presenta son tres escudos situados so­bre el dintel con los emblemas de los Reyes Ca­tólicos, el catedralicio y el del obispo García de Haro. Las bóvedas son trasdosadas y van cubiertas de cerámica vidriada, realizada en Triana, siguiendo una tradición  de origen mudéjar.
     La torre se construyó separada de la fábrica de la Iglesia, en un ángulo del edificio de la Contaduría eclesiástica. Su fábrica es mudéjar, aunque transformada posteriormente y tiene planta rectangular rematada por un chapitel poligonal, re­cubierto de cerámica vidriada. Cuando en 1838 se abrió al culto la Catedral Nueva, este templo fue desposeído de gran parte de su patrimonio mueble, que pasó a enriquecer las dependencias del nuevo edificio. En este proceso también se perdieron muchas piezas, entre las que se cuen­tan la mayoría de los retablos laterales y el con­junto del coro, que ocupaba parte de la nave central.
Capilla mayor. El retablo que la preside, pieza fun­damental del barroco gaditano seiscentista, fue trazado y ejecutado por Alejandro de Saavedra a partir de 1639 y policromado por Juan Gómez Couto, mientras que las esculturas las concertó Alonso Martínez en 1658. Toda la estructura, realizada en madera, es de gran originalidad y ocupa el testero, los laterales del ámbito del presbiterio y su bóveda. Presenta un sólo cuerpo, que se eleva sobre un alto zócalo de jaspes blancos y negros, realizado por Francisco Ze­drún en 1666, y está dividido en cinco calles por pilastras y columnas acanaladas, entre las que se abren hornacinas rematadas por diversos tipos de frontones. En la bóveda se disponen caseto­nes que albergan una profusa decoración a base de motivos vegetales.
     La calle central está resaltada por columnas salomónicas y tiene forma de hemiciclo con doce pequeñas hornacinas que albergan un apostola­do. Nos encontramos ante uno de los ejemplos más tempranos de la utilización de este tipo de soporte a gran escala en la retablística española, empleadas aquí con sentido simbólico para evo­car las columnas del Templo de Jerusalén, pues originalmente flanqueaban un gran tabernáculo de ébano y plata, hoy desaparecido, en el que se situaba una pequeña talla de la Inmaculada sobre el sagrario. A los lados, en las hornacinas de las calles laterales, van las tallas de San Pedro y San Pablo. En la actualidad ocupa el lugar del tabernáculo una talla de la Inmaculada, debida al escultor genovés, quien la realizó en 1774 para presidir la capilla del sagrario. 
   El repertorio iconográfico recoge también di­versos santos relacionados con la diócesis gaditana, como San Servando, San Germán, Santa Marta, Santa Susana, San Basileo y San Epitacio, en tanto que el ático está presidido por la Santa Cruz, titular del templo, rodeada por un coro de ángeles músicos en altorrelieve. Rematan el conjunto representaciones de las tres Virtudes Teologales, situadas en torno al arco de embocadura.
Capilla de los genoveses. Los genoveses poseían, desde 1487, una capilla en el colateral del evangelio y tras la reconstrucción del templo ocuparon el mismo colateral del nuevo transepto. En 1651 el cabildo catedralicio les cedió la imagen del Cristo de Aguinaga, que había presidido hasta entonces la capilla mayor; con tal motivo decidieron encargar a los talleres genoveses de Tomaso y Giovanni Tomaso Orsolino un retablo de mármoles de colores, que no se instaló en la capilla hasta 1671.
     Se articula esta pieza en banco, un cuerpo de cinco calles y ático. Las calles se enmarcan por pilastras de capitel compuesto en los laterales y columnas salomónicas en el testero. Predominan los mármoles de diversa procedencia con tonos blancos, negros y rojos, así como otras piedras polícromas que resaltan los elementos decorativos, tanto en embutidos como en relieve, de formas carnosas propias del barroco seiscentista.
     El repertorio iconográfico recoge, en los laterales, las imágenes en mármol de cuatro santos relacionados con la república genovesa; San Lorenzo, San Jorge, San Bernardo y San Juan Bautista; ocupa el lugar del Cristo de Aguinaga un crucificado de madera realizado a inicios del siglo XVII y que procede del antiguo retablo de los vizcaínos. La calle central tiene una hornacina con la imagen de la Virgen del Rosario de los Milagros, obra italiana en alabastro policromado de formas manieristas, realizada a inicios del siglo XVII. En el ático, preside todo el conjunto la figura del Padre Eterno flanqueado por dos ángeles, grupo de mármol en el que aún se aprecian restos de la policromía original.
     Las dos capillas siguientes están ocupadas por imágenes contemporáneas pertenecientes a las cofradías del Cristo del Mayor Dolor y del Perdón, este último obra de Luis Ortega Brú, realizada en 1980. Del mismo autor son la dolorosa y el San Juan que le acompañan. Inmediatas a la puerta lateral se encuentran las capillas de la cofradía de la Soledad y Santo Entierro. En la primera se expone la urna procesional, de plata de ley cincelada, realizada en estilo isabelino por el platero gaditano Manuel Ramírez, según el di­seño ejecutado en 1848 por Diego María del Valle. Destacan en ella las elegantes formas curvilíneas, que recuerdan la disposición habitual de los herrajes de la época en las casas gaditanas. El Cristo yacente, de 1624, es obra en madera policromada del escultor montañesino Francisco de Villegas, aunque presenta evidentes reformas del siglo XVIII. La Virgen de la Soledad es talla an­tigua de candelero, cuyo autor se desconoce, que ha sido sustancialmente alterada por intervenciones contemporáneas.
Capilla bautismal. Como se ha indicado, la estructura de esta capilla responde a las formas tardogóticas y fue levantada por voluntad del obispo Pedro de Solís a finales del siglo XV. En su centro se dispone la pila bautismal de mármol blanco, realizada en Génova en el siglo XVII, cuya base, en forma de balaustre, presenta un relieve con el bautismo de Cristo. Se conservan en este recinto una imagen de la Virgen de la Consolación, obra en mármol policromado del siglo XVI, una talla dieciochesca de San Fructuoso y un lienzo decimonónico de Rodríguez Losada en el que copia el milagro del Moisés de Murillo.
     A ambos lados de la puerta de los pies, que se cierra mediante un cancel con decoración rococó, hay dos esculturas de madera policroma­da, un San José de la escuela sevillana del siglo XVIII y un San Francisco de Paula, talla de can­delero realizada a mediados del mismo siglo. Los tres últimos tramos del lado de la epístola están ocupados por la capilla del Sagrario, actualmente aislada del templo y privada de su primitivo ajuar mueble. Ante uno de los vanos de acceso originales se sitúa un retablo rococó en madera dorada, presidido por la imagen de San Antonio de Padua, talla de madera policromada, realizada por Luisa Roldán coincidiendo con su estancia en la ciudad durante las últimas décadas del siglo XVII. En las calles laterales y banco hay diversas pinturas fechables a mediados del siglo XVIII .
     La capilla siguiente está ocupada por la ima­gen de candelero de San Pedro apóstol, obra de mediados del siglo XVIII, que fue titular de la cofradía de venerables sacerdotes. A continua­ción se sitúan dos capillas ocupadas por los titulares de la cofradía de Medinaceli; la prime­ra perteneció, desde 1598, al regidor Juan de Soto y Avilés y está presidida por un retablo en madera de formas manieristas, realizado hacia 1620, con mesa de mármoles genoveses fechable a fines del mismo siglo.
     Este retablo estuvo dedicado originalmente a la Virgen de la Antigua, pintura probablemente realizada en el siglo XVI sobre láminas de plomo, hoy desplazada a uno de los muros del templo, ocupando su lugar la imagen contemporánea del Cristo de Medinaceli, debida a Miguel Láinez (1938). En la segunda capilla se encuentra un interesante relieve de madera policromada que representa la coronación de la Virgen, obra del napolitano Gaetano Patalano, quien la firmó en 1694. En el testero se conserva una mesa de altar de mármoles genoveses realizada a finales del sigo XVII, sobre la cual hay una hornacina ocupada por la imágenes contemporáneas de la Virgen de la Trinidad (1972) y San Juan evangelista, tallas de candelero realizadas por Francisco Buiza en el año 1972.
Capilla de los vizcaínos. Desde 1487 poseían los vizcaínos una capilla en el colateral de la epístola del primer templo gaditano. Tras el saqueo de 1596 ocuparon el transepto del mismo lado y en 1619 levantaron un retablo, que fue destruido a medidos del siglo XX.
     En 1694 el escultor napolitano Gaetano Pa­talano realizó para esta capilla un conjunto de esculturas, hoy dispersas en ambas catedrales. En la actualidad en el testero de la capilla se abre el coro mediante dos arcos de medio punto. Las paredes de este ámbito albergan varias tablas que pertenecieron al desaparecido retablo y dos lienzos, uno representando la última comunión de San Fernando, que puede vincularse a Juan Gómez Couto y otro posiblemente de Cornelio Schut que representa a los santos Vito y Crescencia; ambas obras debieron formar parte de un conjunto pictórico encargado por el obispo Vázquez de Toledo, cuando mandó levantar en 1670 la capilla de las reliquias. A éste mismo conjunto deben pertenecer los lienzos de Santa Teresa, San Firmo y Santa Úrsula conservados actualmente en la Catedral Nueva y el Museo Catedralicio.
     La sacristía, ubicada tras el presbiterio, conserva la galería de acceso al manifestador, obra contemporánea del retablo mayor y realizada tam­bién por Alejandro de Saavedra. Se trata de una estructura articulada mediante pilastras entre las que se abren arcos de medio punto, todo ello con rica policromía contemporánea, que se pue­de vincular a Juan Gómez Couto. Preside la sa­cristía un crucificado de talla realizado en 1771 por Doménico Giscardi. A este ámbito se abre la primitiva capilla de reliquias, hoy despacho parroquial, que aún conserva la reja original con las armas del obispo Vázquez de Toledo (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     Edificada poco después de la reconquista, la Catedral Vieja ha experimentado diversas reformas y transformaciones, resultando un edificio que poco tiene que ver con su primitiva estructura. La mayor parte de su imagen actual proviene de las obras realizadas a fines del siglo XVI, según proyecto de Cristóbal de Rojas, tras el incendio sufrido con motivo del asalto inglés de 1596. La Catedral Vieja pertenece al grupo de iglesias de tipología "columnarias", cuya estructura es de origen propiamente español del siglo XVI.
     La planta del inmueble se distingue por su irregularidad como resultado de las diversas agregaciones que se han ido adosando al núcleo primitivo a lo largo del templo. Igualmente actúa como elemento fundamental en esta irregularidad de la planta la integración en ella de los edificios de la Contaduría y el Colegio de Santa Cruz, cuyas plantas individuales presentan al mismo tiempo una gran irregularidad. En planta general se establecen dos sectores claramente diferenciados:
        - Sector A: El templo con sus capillas y dependencias anexas. La planta del templo es de salón con inserción de cruz latina, subdividida en tres naves mediante columnas centrales y arcos de medio punto y peraltados, que fragmentan el espacio al mismo tiempo en seis tramos, a los que se agrega el crucero y el ábside de la cabecera plana. A ambos lados de las naves se encuentran capillas adosadas, destacando entre ellas la Capilla del Sagrario por su mayor amplitud, que viene a ocupar en planta el triple del espacio ocupado por una de las otras capillas. La irregularidad de la planta domina el templo. Así, los seis tramos en que se subdividen las naves son distintos entre sí. Igualmente los arcos que sostienen son también desiguales, siendo sólo idénticos los de las naves laterales. Las capillas dispuestas al lado de la epístola son más profundas que las del lado del evangelio. Acentúa aún más la irregularidad el hecho de que la nave del crucero presenta sus brazos desiguales, de forma que mientras que el del lado del evangelio se alinea a la coordenada de fachada que marcan las capillas anexas, el del lado de la epístola no llega a alcanzar la línea marcada por las capillas de este lado, quedando por tanto retranqueado con respecto a dicha coordenada.
     La cabecera del templo es plana y está resuelta con escasa profundidad. En la zona posterior al altar mayor y cabeceras de las naves laterales se sitúan una serie de dependencias. La puerta principal del templo se sitúa sus pies, presentando otro acceso lateral por el lado del evangelio, que da a la Plaza Fray Félix.
    - Sector B: El volumen compuesto por la Contaduría, torre de la iglesia y Colegio de Santa Cruz.
     Ambos sectores se encuentran unidos por una dependencia o Antesacristía. Entre los dos sectores se sitúa un espacio abierto a modo de pequeño atrio, que está conformado por una lado, por la continuación de la línea de fachada del lado del evangelio del templo, y por el otro, por la fachada de la torre y del edificio de la Contaduría.
     Unido al templo por el muro lateral izquierdo de la antesacristía, se localiza el edificio del Colegio de Santa Cruz, de planta irregular, que ofrece una de sus fachadas al pequeño espacio abierto o atrio que queda entre esta construcción y la fachada del evangelio de la iglesia.
     El edificio de la Contaduría Eclesiástica, adosado al Colegio y construido igualmente en base a una planta irregular, se organiza en trono al denominado "patio mudéjar" y a un segundo patio rectangular que se encuentra muy modificado.
     En uno de los ángulos de fachada de la Contaduría, frente a la fachada de la Epístola del templo, se ubica la torre-campanario del templo, de planta rectangular. Esta disposición separada de la iglesia ha hecho pensar en su posible origen musulmán, correspondiente al alminar de la antigua mezquita mayor que aquí se situaba, por lo que se podría haber aprovechado la base de dicho alminar para el primer cuerpo de la torre.
     Exteriormente, los muros perimetrales del edificio, de ladrillo tocho, se encuentran enfoscados y encalados en su totalidad, a excepción de las sencillas portadas del templo "en sillería vista y pintada de amarillo albero-, así como la pétrea portada de la Contaduría. En general, la edificación se distingue por su sobriedad y sencillez, presentando un aspecto de iglesia-fortaleza, cuyo carácter se ve reforzado por la voluminosidad de la robusta estructura cuadrangular correspondiente a la Capilla del Sagrario, cuyas fachadas se presentan en sillería vista.
      La fachada lateral de la epístola viene actuando tradicionalmente como principal acceso al templo, en base al mayor espacio delantero que ofrece la Plaza de Fray Félix. Por ello, en el siglo XVII se ennobleció esta fachada con una rica portada de mármol, que más tarde fue retirada, así como con una escalinata apretilada al objeto de salvar la diferencia de nivel existente entre la plaza y el templo. Este elemento delantero refuerza notablemente el protagonismo visual del inmueble desde esta fachada, a la que se le confere la relevancia suficiente para ser la única fachada del inmueble.
     La antigua Casa de la Contaduría Eclesiástica, y el Colegio de Santa Cruz presentan igualmente fachadas de gran simplicidad, destacando en ellas arquitectónicamente la portada de la Contaduría y el vano gótico del Colegio.
     En 1262 tras la conquista de la ciudad, Alfonso X solicita al papa la creación de una nueva sede episcopal para la diócesis de Cádiz-Algeciras, así como la creación de una Iglesia Catedral en honor de Santa Cruz, la cual sirviese también para su propia sepultura. Así iniciado en 1263, parece que el templo se realizó de forma modesta. Ya en los primeros años del siglo XVI la catedral se encontraba en mal estado y con peligro de caerse.
     No se construyó una nueva catedral, pero el viejo templo medieval que se había enriquecido y transformado, hubo de ser reedificada en dos ocasiones a lo largo del siglo XVI, gracias al mecenazgo de los obispos García de Haro y Zapata de Cisneros, por haber sido primero quemada por los portugueses y después destruida durante el saqueo anglo-holandés, durante el cual el templo se vio muy afectado. En 1602 se reanudó el culto en el templo, aunque las obras no concluyeron hasta 1606.
     En 1674 se producen los primeros intentos de edificar una catedral de nueva planta que sustituyese a la que consideraban de reducidas proporciones para la ciudad. Sin embargo esta idea no se llevó a la práctica hasta el siglo XVIII en que la ciudad de Cádiz alcanzó un fuerte crecimiento económico gracias al comercio americano.
     En 1838 inaugurada la Catedral Nueva, el templo pasó a denominarse como "Catedral Vieja" ejerciendo funciones de Sagrario de la nueva y como parroquia. En la actualidad la iglesia sigue con las mismas funciones, si bien las dependencias anejas de Contaduría son sede de la Escuela- Taller del Pópulo que está llevando a cabo labores de rehabilitación (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
      En la parte más alta del desnivel de la plaza de San Félix, con una escalinata y un antepecho, se sitúa la iglesia de Santa Cruz, también conocida como catedral vieja, por ser el primer templo catedralicio con el que Cádiz contó. Se levantó en el siglo XII sobre las ruinas dela mezquita aljama y bajo los parámetros del estilo gótico-mudéjar. En el siglo XVI, a instancias del obispo García de Haro, sufrió una primera reforma mediante la que los pilares fueron sustituidos por columnas dóricas; aunque su mayor transformación la sufriría más tarde, debido a los daños que en 1596 le causaron los asaltantes anglo-holandeses. De este momento data su aspecto actual.
     El exterior es muy sencillo. Ofrece la imagen de iglesia fortaleza, una imagen, sin duda, semejante a la que debió tener en el momento de su construcción. El acceso se realiza por el lateral que da a la plaza, del que a principios del siglo XIX retiraron, para utilizar sus piezas en la catedral nueva, la extraordinaria portada a base de mármoles genoveses que en 1673 había labrado el también genovés Andrea Andreoli. A pesar de las reformas, el interior presenta un aspecto arcaizante muy sugerente. Tiene planta de salón, con tres naves formadas por arcos de medio punto que soportan bóvedas esquifadas. En el falso crucero se alza una bóveda de media naranja sobre pechinas.
     A pesar de que buena parte de su ajuar fue trasladado a la catedral nueva, este templo guarda aún bellas y valiosas obras de arte. El retablo mayor es una de ellas. Se trata de una inmejorable pieza del primer barroco gaditano, realizado hacia 1650 por Alejandro Saavedra, siendo Alonso Martínez el autor de las imágenes. Sobre un alto basamento de jaspe se alzan un cuerpo y un ático, articulados en cinco calles por columnas acanaladas y salomónicas, respectivamente. En la calle cen­tral del cuerpo inferior preside el conjunto una Inmaculada genovesa de 1774. Envuelve a la Virgen una especie de camarín semicircular en el que figuran doce pequeñas hornacinas con los doce após­toles. En el ático se encuentra la Cruz rode­ada de ángeles músicos, completándose la decoración iconográfica con un serie de santos relacionados con la diócesis de la ciudad. Otro de los grandes elementos del templo es la capilla de los Genoveses, eri­gida y dotada, como su nombre indica, por los comerciantes de la antigua república italiana afincados en Cádiz. Tiene un portentoso altar de mármoles de colores, obra de los de los genoveses Tomaso y Giovanni Orsolino, quienes lo concluyeron en 1671. Lo preside la Virgen de los Milagros, preciosa talla manierista en alabastro policromado de comienzos del siglo XVII. El Crucificado que se sitúa sobre esta imagen es una interesante y turbadora ima­gen de la misma época que la Virgen. El tercero de los grandes tesoros de esta iglesia es la capilla bautismal, porque es un resto del templo original, circunstancia que se aprecia perfectamente en la bóveda de crucería que la cubre. La pila bautismal es de mármol blanco y fue realizada también en Génova en el siglo XVII. Las imágenes que se veneran en las dos capillas siguientes a la de los Genoveses pertenecen a las cofradías del Cristo del Mayor Dolor y del Cristo del Perdón. Ambas, junto con la de La Dolorosa y la de San Juan, son tallas realizadas en 1980 por Luis Ortega Bru. Al otro lado de la puerta de acceso están las capillas de la Soledad y del Santo Entierro. El Cristo yacente es de 1624 y se debe a la gubia de Francisco Villegas, en tanto la urna es una pieza de plata cincelada de estilo isabelino, realizada hacia la mitad del siglo XIX por el orfebre gaditano Manuel Ramírez. A la entrada de la capilla del Sagrario, en el lado de la epístola, se encuentra, en su correspondiente altar, San Antonio de Padua. Se trata de una primorosa imagen tallada por Luisa Roldán a finales del siglo XVII. En el mismo lado, en sus correspondientes capillas, figu­ran el Cristo de Medinaceli, tallado por Miguel Laínez en 1938, así como un pre­cioso relieve con la Coronación de la Virgen, bellísima pieza en madera policromada que el napolitano Gaetano Patalano firmó en 1694 (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

Museo Catedralicio
       Ocupa las antiguas dependencias de la Casa de la Contaduría y Colegio de Santa Cruz, edificios inmediatos a la Catedral Vieja. La antigua casa de la Contaduría eclesiástica es una construcción de formas sencillas, en uno de cuyos ángulos se levanta el campanario de la Catedral. Su portada es de piedra arenisca y se compone de un vano rectangular enmarcado por sendas pilastras tos­ canas de fuste cajeado, con decoración de puntas de diamante, obra tradicional manierista.
     En el interior, la escalera es de tipo conventual y consta de dos tramos; se cubre por bóveda vaída de piedra arenisca, decorada con motivos geométricos, también de tipo manierista y cen­trado por una tarja con el escudo del cabildo ca­tedralicio.
     El antiguo colegio de Santa Cruz, conocido a su vez como el «Patio Mudéjar», fue sede durante un tiempo de los seises del primer templo gaditano. Es una construcción tardogótica con elementos de tradición mudéjar fechable en las primeras décadas del siglo XVI.
     En su fachada se sitúan una portada adinte­lada realizada en piedra arenisca con dovelas engatilladas y una ventana geminada de arcos apuntados inscritos en un alfiz, con decoración gótica. El interior tiene un patio de cuatro crujías, cuya planta baja se sustenta mediante columnas de mármol con capitel de moño, sobre las que descansan arcos rebajados de molduración gótica. En la planta superior se abren galerías en dos de los frentes, con arcos peraltados sobre columnillas de mármol con capiteles de moño.
Sala de los obispos. Se exponen aquí diversos retratos de prelados de la diócesis y otros ecle­siásticos nacidos en la ciudad. El de Marcial Ló­pez Criado es obra de Federico Godoy, los de Vicente Calvo y Valero y Tomás del Valle son de Silvera y Rodríguez; Losada firmó, en 1861, el que representa al arzobispo De la Puente. También se exhibe en este espacio un paño gremial del siglo XVIII realizado en tisú bordado en oro.
Patio Terminelli. Alberga dos facsímiles del perfil y sección longitudinal de la Catedral, realizados por Vicente de Acero, con marcos barrocos de decoración chinesca. En una vitrina se guardan diversas medallas conmemorativas.
     Al patio se abre una sala dedicada al siglo XIX, en la que gran parte de sus fondos pertenecen al legado De la Puente. La aparición de la Virgen a San Ildefonso es obra firmada en 1847 de José María Romero López; San Hermenegildo, San Fernando y Santa Inés de J. Payer y Santa Isabel y Santa Elena, están firmados por Gutiérrez de la Vega.
     En una vitrina se exponen dos apuntes reali­zados por Luisa Roldán, hallados en el interior del busto del «Ecce-Homo», que se guarda en la capilla de San Sebastián de la Catedral Nueva; también hay un expresivo crucificado de bronce de Mariano Benlliure.
Patio mudéjar. Se exponen en este ámbito dos lienzos de interés; el que representa a San Firmo fue realizado por Cornelio Schut en  1669 y está  inspirado en modelos rubenianos, origen que también delata el que contiene la historia de Sara y Agar.
     Un arco peraltado de formas mudéjares da acceso a excavaciones arqueológicas, en las que se han localizado fragmentos de calles medievales y de la estructura del teatro romano, sobre el cual se asientan.
Sala del asalto. Se dedica al recuerdo del saqueo del asalto anglo-holandés de 1596 y en ella se expone una sencilla cruz realizada con dos tablones que presidió la primera misa tras la destrucción del templo catedralicio y un lienzo en el que se representa la profanación de la imagen de la Virgen del Pópulo, interesante documento iconográfico para conocer el Cádiz de la época.
Sala de levante. Guarda esta sala dos pinturas sobre tabla que representan el Prendimiento y la Coronación de Espinas, ambas vinculables a la escuela toledana de principios del siglo XVI. De principios del XVII son los bajorrelieves de madera policromada de la Encarnación y la Adoración de los pastores, obras manieristas de escue­la sevillana; a la segunda mitad de dicho siglo pertenecen una cruz de ébano del viernes Santo, con el Cristo pintado, y dos lienzos ochavados, que contienen la Anunciación y una Santa María Magdalena, todos ellos enmarcables en la escuela sevillana.
Sala de los marfiles. La rica colección de marfiles de la Catedral está representada por diversas pie­zas; el expresivo crucificado del arzobispo Vera, obra sevillana de finales del siglo XVIII, realiza­da por Pedro José Muñoz; las imágenes de San Servando y San Germán, tallas policromadas del siglo XIX, con las carnes en marfil procedentes de talleres filipinos. Destacan también una co­lección de crucificados españoles y filipinos y un Buen Pastor, de escuela indo-portuguesa, y una delicada Inmaculada, procedente de la Catedral Vieja, obra italiana del siglo XVIII. Por último se exponen un marco dieciochesco de filigrana de plata, con la reproducción del Santo rostro de Jaén y un excelente «Ecce-Homo», en barro cocido, de los hermanos García.
Crujía superior del Patio Mudéjar. Se exponen varias pinturas barrocas, entre ellas un San Jeróni­mo, firmado  en 1679 por el holandés Bernardo Keilhav, un San Juan Evangelista, de escuela fla­menca del siglo XVII,  derivado  de  un  modelo de Rubens y una Anunciación con los profetas, vinculable a Pablo Legot. Asimismo hay una in­teresante guirnalda flamenca, que contiene en su centro la Asunción de María y otras obras sevillanas del siglo XVII.
Sala de los diezmos. Junto a las tablas de diezmos obra de talla de la segunda mitad del siglo XVII, y las pesas de la cerería del cabildo, también se expone aquí un lienzo murillesco con una gloria de ángeles y San Antonio, de José García Chicano, realizado según modelos de Murillo en 1843.
     Preside la sala una maqueta de monumento del Jueves Santo, realizado por Torcuato Cayón en 1780. En ella podemos observar reproducciones de las esculturas que lo decoraban, entre las que se encuentra el grupo de ángeles, tallados por Luisa Roldán en 1687 para un monumento an­terior. En la actualidad podemos ver dos de ellos en las hornacinas laterales del arco de acceso a la capilla del Sagrario de la Catedral Nueva.
Sala de los ternos. Recoge una selección del ajuar de piezas bordadas que guarda el primer templo gaditano, entre ellas algunas de comienzos del XVII, pertenecientes al terno de San Pedro, con bordados en oro e imaginería, y otras del XVIII, del terno del Corpus, ricamente bordado en oro y sedas sobre tisú. Una vitrina acoge la escultura en mármol de San Cristóbal, obra genovesa del XVIII atribuida a Bernardo Schiaffino.
Sala de la Inmaculada de la Contratación. El lienzo que da nombre a la sala, que presidió el oratorio de la Casa de Contratación, es obra murillesca debida a Alonso Miguel de Tovar. El mexicano Miguel Cabrera es el autor de la Inmaculada Apocalíptica, obra de dinámica composición e interesante iconografía.
     De México procede igualmente una representación de la Virgen de Guadalupe firmada por Antonio de Torres. Se exponen también diversas pinturas barrocas, de pequeño formato y una Inmaculada en mármol, realizada en talleres genoveses durante el XVIII.
Sala de las custodias. Pueden contemplarse  en esta sala las piezas más ricas que guarda el ajuar de la Catedral. Al periodo tardogótico pertene­cen un cáliz de abundante decoración, una pate­na con un relieve del Padre Eterno, la base de la denominada cruz de los juramentos, cuya zona superior responde a una reforma manierista y la Custodia de asiento, denominada del Cogollo, extraordinaria pieza de asiento que se atribuye a Enrique de Arfe, a la que Antonio Suárez añadió la peana en los últimos años del siglo XVII. La cruz procesional del cabildo catedralicio es una delicada obra plateresca, decorada con relieves alusivos a la vida de Cristo. El relicario de San Agustín también presenta formas renacentistas en su zona superior si bien la base responde a una reforma dieciochesca, y barroco de media­dos del siglo XVII es el de la Santa Espina, mien­tras que el que guarda la reliquia del Lignum Crucis fue realizado a inicios del siglo XVIII.
     Pieza estelar del siglo XVIII es la llamada Custodia del Millón, ostensorio así denominado por su extraordinaria riqueza en perlas y piedras preciosas. Fue realizado en 1721 por el orfebre madrileño Pedro Vicente de  Ceballos y donado a la Catedral como exvoto por Pedro Calderón de la Barca, como acción de gracias por ha­berse salvado de un naufragio. Otro ostensorio rococó de plata, es obra de mediados del siglo XVIII.
     Entre las bandejas que se exponen hay una realizada en oro y ágatas, de delicada factura, fechable a mediados del siglo XVII, dos rococó Damián de Cas­tro y otras de carácter neoclásico. A la estética rococó corresponden también diversas piezas de plata pertenecientes a la imagen de San Pedro, titular  de la antigua cofradía de venerables sacerdotes. Del siglo XIX son un copón y cáliz ostensorio, de estilo imperio al gusto neogótico; corresponde a la custodia de asiento regalada por Ana de Viya para ser utilizada en las ceremonias de la octava del Corpus, obra que realizó el orfebre Manuel Ramírez en 1890.
     Completan la sala dos armarios barrocos de excelente talla, destinados originalmente a guardar algunas de las piezas de orfebrería aquí expuestas, cuyo interior está forrado de azulejos holandeses dieciochescos.
Sala de la plata. Continúa la exposición de piezas de orfebrería, junto a la cual se exhiben algunos relicarios. Entre ellos dos con los bustos de talla de los santos Servando y Germán, que pueden relacionarse con el estilo de Alonso Martínez y otros realizados a finales del siglo XVII. De las piezas de plata cabe destacar un relicario de San Francisco, de corte academicista, y algunas piezas firmadas por Vicente Fajardo, como una cruz de 1780 y una jarra de plata sobre­ dorada.
Sala de libros cantorales. Se guardan en ella los libros de coro, mostrándose algunas páginas iluminadas del siglo XVIII. Completan esta sala un relicario, que contiene una carta autógrafa de San Teresa de Jesús firmada en 1581 y una es­cultura en cera del siglo XVIII, que representa la cabeza de San Pedro de Alcántara. En la escalera se exhibe un lienzo de la Inmaculada, fechable a inicios del XVIII (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     La planta del inmueble se distingue por su irregularidad como resultado de las diversas agregaciones que se han ido adosando al núcleo primitivo a lo largo de la iglesia Parroquial del Sagrario. Igualmente actúa como elemento fundamental en esta irregularidad de la planta la integración en ella de los edificios de la Contaduría y el Colegio de Santa Cruz, cuyas plantas individuales presentan al mismo tiempo una gran irregularidad. En planta general se establecen dos sectores claramente diferenciados:
    Sector A: La Iglesia Parroquial del Sagrario con sus capillas y dependencias anexas
    Sector B: El volumen compuesto por la Contaduría, torre de la iglesia y Colegio de Santa Cruz
     Ambos sectores se encuentran unidos por una dependencia o Antesacristía. Entre los dos sectores se sitúa un espacio abierto a modo de pequeño atrio, que está conformado por una lado, por la continuación de la línea de fachada del lado del evangelio del templo, y por el otro, por la fachada de la torre y del edificio de la Contaduría.
    -Sector B:
     Unido al templo por el muro lateral izquierdo de la antesacristía, se localiza el edificio del Colegio de Santa Cruz, de planta irregular, que ofrece una de sus fachadas al pequeño espacio abierto o atrio que queda entre esta construcción y la fachada del evangelio de la iglesia.
     El edificio de la Contaduría Eclesiástica, adosado al Colegio y construido igualmente en base a una planta irregular, se organiza en trono al denominado "patio mudéjar" y a un segundo patio rectangular que se encuentra muy modificado.
     En uno de los ángulos de fachada de la Contaduría, frente a la fachada de la Epístola del templo, se ubica la torre-campanario del templo, de planta rectangular. Esta disposición separada de la iglesia ha hecho pensar en su posible origen musulmán, correspondiente al alminar de la antigua mezquita mayor que aquí se situaba, por lo que se podría haber aprovechado la base de dicho alminar para el primer cuerpo de la torre.
     Exteriormente, los muros perimetrales del edificio, de ladrillo tocho, se encuentran enfoscados y encalados en su totalidad, a excepción de las sencillas portadas del templo "en sillería vista y pintada de amarillo albero-, así como la pétrea portada de la Contaduría. En general, la edificación se distingue por su sobriedad y sencillez, presentando un aspecto de iglesia-fortaleza, cuyo carácter se ve reforzado por la voluminosidad de la robusta estructura cuadrangular correspondiente a la Capilla del Sagrario, cuyas fachadas se presentan en sillería vista. La fachada lateral de la epístola viene actuando tradicionalmente como principal acceso al templo, en base al mayor espacio delantero que ofrece la Plaza de Fray Félix. Por ello, en el siglo XVII se ennobleció esta fachada con una rica portada de mármol, que más tarde fue retirada, así como con una escalinata apretilada al objeto de salvar la diferencia de nivel existente entre la plaza y el templo. Este elemento delantero refuerza notablemente el protagonismo visual del inmueble desde esta fachada, a la que se le confiere la relevancia suficiente para ser la única fachada del inmueble.
     La antigua Casa de la Contaduría Eclesiástica, y el Colegio de Santa Cruz presentan igualmente fachadas de gran simplicidad, destacando en ellas arquitectónicamente la portada de la Contaduría y el vano gótico del Colegio. La construcción se puede situar en las primeras décadas del siglo XVI. Debido a su deficiente estado de conservación este edificio sólo conserva su integridad la fachada y patio principal. La fachada presenta dos plantas, en la primera se abre la portada principal, de vano particular adintelado. En la planta superior se sitúa un vano rectangular geminado, cuya zona alta está decorada con tracerías góticas.
     El patio es de planta cuadrada y presenta cuatro crujías. La planta baja está sustentada por cuatro columnas de capitel de moño, sobre las que van arcos de medio punto rebajado. Los accesos a las dependencias de esta planta desde el patio están resueltos por arcos de medio punto peraltado, enmarcados por un alfiz. La planta superior sólo presenta dos  frentes porticados al patio, resueltos por arcos de medio punto que descansan sobre columnillas con capitel de moño.
     Se trata de un ejemplo de la pervivencia de las formas góticas en los años en que comienzan a introducirse en España los modelos renacentistas (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Al lado de la iglesia se levanta el antiguo edificio de la Contaduría Eclesiástica, cuya fachada responde a los últimos coletazos del Renacimiento. En un ángulo de esta edificación, y separada por tanto de su templo, al estilo islámico, se alza la torre de la antigua catedral. Es de estilo mudéjar, aunque con reformas posteriores, y aparece rematada por un chapitel cubierto de azulejos vidriados.
     Junto a la Contaduría, está el colegio de la Santa Cruz, construcción anterior a 1596, con un buen patio gótico mudéjar, residencia de los seises, niños que cantaban en determinadas funciones religiosas de la catedral. 
     Uno y otro edificio, Contaduría y colegio, han sido rehabilitados recientemente y en ellos se ha instalado el Museo Cate­dralicio*, interesantísima institución que en el conjunto de sus treces salas o espacios expositivos reúne una brillante colección de objetos sacros que, a no dudar, cau­sarán las delicias del visitante. En la sala de los Obispos se guardan una serie de retratos de prelados de la diócesis. En el patio Terminelli aparece el proyecto de la Catedral. El patio mudéjar es el lugar en el que se exponen dos estupendos lienzos: San Firmito, de Cornelio Scout, firmado en 1669, y la Historia de Sara y Agar, de mano anónima. Aquí pueden verse además las excavaciones arqueológicas que han sacado a la luz algunas calles medievales y fragmentos del teatro romano sobre el que se tendieron. Como su nombre indica, la sala del Asalto guarda recuerdos relacionados con el asalto anglo-holan­dés de 1596, el más dañino de cuantos la ciudad soportó. En la sala de Levante se guardan, entre otros, pinturas y relieves. Una magnífica colección de piezas talla­das en marfil puede verse en la sala de los Marfiles, mientras que en la crujía superior del patio mudéjar se exponen diversas pinturas de estilo barroco. La sala de los diezmos recoge tablas de este impuesto eclesiástico y otros objetos muy curiosos. La sala de los Ternos reúne casullas y piezas de ajuar con las que los eclesiásticos realizan las funciones religiosas. Siguiendo las líneas de las que hacía Murillo, es muy buena la pintura de la Inmaculada que da nombre a la sala de la Inmaculada de la Contratación, que reúne además piezas mexicanas. Y la sala de las custodias, ¿qué había de guardar? Pues custodias, naturalmente, todas con las que cuenta la catedral, entre ellas, la famosa del Cogollo, de Enrique de Arfe. Por su parte, en la sala de la plata se guardan objetos labrados en este metal, lo mismo que en la sala de los libros cantorales, última de la serie, se guardan principalmente libros de coro, aunque también otro tipo de objetos, como, por ejemplo, una carta manuscrita por Santa Teresa de Jesús en 1581 (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

Catedral
      La idea de construir una nueva catedral va unida al progresivo enriquecimiento de la ciudad tras el descubrimiento de América. En 1595 se intentó levantar un nuevo edificio, diseñado por Francisco de Mora, proyecto que se vio frustrado por el saqueo anglo-holandés del año siguiente. Una vez superada la crisis económica que obligó a conformarse con la reconstrucción  de la primitiva fábrica, en 1644 se proyectó un nuevo templo, y más tarde, en 1674, se retoma esta idea con un diseño más ambicioso, que pretendía levantar un edificio de mayores dimensiones en el mismo ámbito del barrio del Pópulo. El elevado coste de esta operación, que implicaba la compra de diversos solares, hizo fracasar de nuevo el intento, por lo que se llegó a plantear la construcción de la nueva catedral sobre el solar de la antigua, ampliando sus dimensiones en lo posi­ble. El autor de las trazas de esta última empresa fue el arquitecto Diego Moreno Meléndez.
     El momento propicio para abordar definitiva­ mente tan ambicioso proyecto se ofreció, precisamente, un año antes del traslado de la Casa de Contratación a Cádiz, cuando se vivía una etapa muy favorable para la economía de la ciudad. Al logro de esta empresa contribuyó decisivamente el espíritu emprendedor del obispo Lorenzo Armengual de la Mota, propulsor de otras iniciativas artísticas de importancia en la ciudad, como son la parroquia de San Lorenzo y el Hos­pital de Mujeres. Para su realización se planteó un concurso en el que sabemos que tomaron parte Diego Antonio Díaz, Melchor de Aguirre y Vicente de Acero.
     Las obras dieron comienzo en 1722, según las trazas de Vicente de Acero, maestro cántabro formado junto a Francisco  Hurtado Izquierdo en obras tan señeras como los sagrarios de las cartujas de Granada y el Paular. Acero, admirador de la obra de Diego de Siloé y buen conocedor de las novedades de la arquitectura italiana, concibió un grandioso templo barroco en el que los recuerdos de las catedrales de Granada y Guadix, en las que también trabajó, son evidentes. La genialidad  del autor supo darle un aire realmente nuevo al conjugar la tradición arquitectónica española con las formas barrocas pro­cedentes de Italia, que de algún modo queda­ban resumidas en los tratados de Andrea Pozzo. Coinciden en consecuencia una planta de origen gótico, con potente girola, y el rico movimiento de líneas típico de las realizaciones de Borromini, Longhena y Guarini.
     Debido a la envergadura de la empresa, la construcción se vio sometida a diversos proyectos que modificaron los planes originales, aunque el espíritu de Acero domina en todo el conjunto. El cambio más importante viene motivado por los nuevos gustos clasicistas, que según avanzaba el siglo se iban imponiendo. El continuador de Acero fue Gaspar Cayón, maestro de la catedral de Guadix, que siguió con bastante fidelidad sus planteamientos. Más tarde, en 1759, dirigió las obras Torcuato Cayón, sobrino de Gaspar, reali­zando nuevas trazas para las cubiertas de marcado acento academicista, siempre armónicas con el proyecto precedente. También es Torcuato el autor de un segundo diseño para las torres y la cúpula que no llegaron a realizarse.
     Tras la muerte de Torcuato Cayón en 1783, fue nombrado maestro mayor Miguel de Olivares, pero hasta 1790 con la llegada de Manuel Machuca, enviado por la Academia de San Fernando, no se plantearon cambios de importancia en el diseño. Este autor planteó diversas modificaciones radicales para la conclusión de la obra, con las que intentaba adaptarla a un aca­demismo mucho más puro. Es por ello que en las zonas más altas, cúpula, torres y remate de la fachada principal, queda patente la introducción de esta nueva estética. A partir de aquí las circunstancias económicas obligaron a paralizar las obras, que no se reemprenderían hasta 1832, cuando Juan Daura cierra el último tramo de la nave central y levanta una cúpula de nuevo diseño acorde con las escasas posibilidades económicas del momento. En 1838 el templo fue consagrado, pero las obras se prolongaron hasta 1852, cuando Juan de la Vega remató las torres respetando el diseño de Manuel Machuca.
     La envergadura de la obra atrajo a numerosos canteros entre los que cabe destacar la intervención del portugués Cayetano de Acosta, quien realizó diversos capiteles, claves, quicialeras de la portada principal y decoración del techo del pasillo de acceso a la sacristía.
     El templo tiene planta de cruz latina con tres naves, girola y capillas laterales. En el interior, acabado en mármol y piedra blanca, las naves se separan mediante pilares de planta elíptica con columnas corintias de fuste estriado en los extremos, sobre los que va un entablamento con acusada cornisa de ricas líneas y friso profusamente decorado a base de rocallas. Las capillas tienen un movido juego de líneas en las que las formas arquitectónicas se imponen al conjunto y las cubiertas son de bóvedas vaídas con profusa decoración de tipo clasicista, alternándose en las naves menores y girola las de fajas rectangulares concéntricas con las que simulan un casquete.
     En el crucero se eleva una cúpula semiesférica decorada con casetones sobre tambor con vanos termales. La capilla mayor destaca por la policromía de los mármoles allí empleados. Es de planta circular sustentada por columnas corintias de jaspe rojo y cubierta por bóveda de cas­quetes. Los arcos que se abren a la girola presentan en su intradós una doble faja de casetones y las pilastras sobre las que descansan van decora­das con motivos geométricos a base de taraceas de  mármol.
     Sobre los arcos se disponen molduras rectan­gulares para albergar pinturas. El presbiterio se abre al crucero por medio de un gran arco de valiente perfil alabeado, decorado con caseto­nes. Destaca en el conjunto la compleja girola en cuya planta se advierten soluciones derivadas de la Catedral de Toledo y de la iglesia de la Salute de Venecia, al utilizarse alternativamente bóve­das de planta triangular y cuadrada, con las que se corresponden también tipos alternativos de capillas.
     La fachada principal, enmarcada por dos grandes torres que aumentan su amplitud, se divide en tres calles de movidas formas cóncavas y convexas, articuladas por pilastras cajeadas de capitel jónico. La central alberga la portada principal, realizada en mármol blanco y dividida en dos cuerpos sustentados por columnas corintias cuyo fuste presenta abundantes rocallas, decoraciones realizadas a partir de 1752 por José Ruiz Pacheco y Salvador de Alcaraz y Valdés. Flanquean el segundo cuerpo las imágenes en mármol de San Servando y San Germán, obras del carrarés Esteban Frugoni, realizadas en 1673 para la portada lateral de la Catedral Vieja. Al igual que el resto de la estatuaria que decoraba esta portada, hoy repartida por diferentes luga­res de este templo, presentan el movimiento ca­racterístico del barroco berninesco.
     Esta calle central se cierra con un gran arco abocinado, decorado con casetones, y rematado por un frontón triangular. Sobre el vértice del frontón se sitúa la imagen en mármol del Salva­dor, realizada también por Esteban Frugoni para la antigua portada de la Catedral Vieja, y a cada lado van dos grandes flameros. Las calles laterales presentan sendas portadas, dedicadas a San Pedro y San Pablo, que se enmarcan por baque­tón mixtilíneo y complejo frontón roto de diseño muy barroco, sobre las que van grandes vanos circulares con decoración clasicista.
     A ambos lados de cada una de ellas se abren otras puertas más pequeñas, enmarcadas por baquetón mixtilíneo y rematadas por un movido frontón, en las que van los escudos pontificios y catedralicios realizados por Carlos de Vargas en el año 1735.
     Las torres tienen planta octogonal, alternan­do lados convexos con otros rectilíneos, y constan de tres cuerpos. El primero, perteneciente a la fase barroca del templo, decora sus ángulos mediante almohadillado y lleva vanos circu­lares y rectangulares con frontón, mientras que los dos cuerpos restantes se realizaron según las trazas de Manuel Machuca. El intermedio abandona la decoración almohadillada, presentando en las caras planas una molduración geométrica a base de círculos inscritos en rectángulos y en las convexas vanos rectangulares rematados por frontón curvo. El último, que es el de campanas, tiene planta que se hace circular, aunque evoca la articulación de los inferiores mediante columnas de orden compuesto sobre las que se quiebra el entablamento. Todo ello se remata con una cu­bierta semiesférica sobre zócalo, que se coronaba con un gran flamero, actualmente perdido. En el conjunto de esta fachada es donde se evidencian con más claridad las diferentes fases constructivas del templo y el resultado armonioso de las distintas estéticas que la animaron.
     Las fachadas laterales articulan su zona supe­rior mediante fajas rematadas por pinjantes, en­tre las que se abren vanos barrocos de diferentes formas. A la altura del crucero se sitúan sendas portadas dedicadas a San Servando y San Germán. Tienen planta cóncava, que sigue la dinámica de movimiento de la fachada principal y se articulan en tres cuerpos mediante pilastras, entre las que se disponen hornacinas, enmarcando al vano de entrada un baquetón mixtilíneo.
     La cúpula, situada sobre el crucero, presenta el tambor articulado por fajas que flanquean ventanas termales, entre las que se intercalan parejas de esculturas. La media naranja está  recubierta de azulejos vidriados de color  amarillo y  en su base se levantan las esculturas de los cuatro Evangelistas.
     Tras ella, a menor altura, se trasdosan los casquetes que cubren el presbiterio, rematados por la escultura en mármol del apóstol Santiago, obra de Esteban Frugoni, también procedente de la antigua portada de la Catedral Vieja.
Capilla de San Pedro. Es la primera de las situa­das al lado del evangelio y está presidida por un retablo neoclásico, realizado en piedra blanca por Carlos Requejo hacia 1838, cuya sencilla estructura se resuelve mediante una hornacina central flanqueada por pilastras dóricas de fuste estriado. Ocupa la hornacina la imagen en mármol del titular, obra de Esteban Frugoni (1673) y perteneciente a la desaparecida portada de la Catedral Vieja. Sobre el retablo va un lienzo circular contemporáneo del retablo, que representa a San Francisco de Paula, realizado por José Freüller Alcalá Galiano.
Capilla de la Asunción. Fue la primera que tuvo cul­to en el templo, desde mediados del siglo XVIII, aún antes de terminarse las obras. Tiene un rico pavimento de mármoles de colores y presenta un retablo italiano también de mármol, realizado hacia 1750, obra que relacionamos con Alessandro Aprile. Presenta formas barrocas claramente inspiradas en los modelos del padre Pozzo, sustentado por columnas salomónicas pareadas que flanquean una hornacina central, donde se sitúa la imagen titular, cuidada obra del mismo origen y material, atribuida a Francesco María Schiaffino. Las hornacinas laterales de la capilla están ocupadas por las tallas de San Martín de la Asunción y San Fermín, obras realizadas en 1694 por Gaetano Patalano para el retablo de los vizcaínos de la Catedral Vieja.
Capilla de San Sebastián. En el testero de esta ca­pilla se conserva un lienzo que representa al titu­lar, obra de elegantes formas atribuida al pintor manierista genovés Andrea Ansaldi y fechada en 1621. Ante él hay una imagen del «Ecce-Homo» en madera policromada, procedente del desaparecido Convento de los descalzos.
     Luisa Roldán firmó en 1684 esta expresiva talla, concebida en principio como un busto, si bien durante la segunda mitad del siglo XVIII se amplió para darle su actual fisonomía de cuerpo entero.
     En las hornacinas laterales se sitúan las tallas de San Antonio de Padua y San Pascual Bailón, realizadas por Ignacio Vergara a mediados del siglo XVIII, para los Descalzos. Sobre las taquillas hay dos cobres de escuela flamenca del siglo XVII que representan a Cristo con los niños y el Sermón de la Montaña.
Capilla de Santo Tomás de Villanueva. La primera capilla de la girola está  presidida por un lienzo que representa a Santo Tomás de Villanueva, copia de Murillo realizada por el pintor decimonónico Antonio Quesada, hacia 1838, quién también ejecutó el lienzo que se sitúa sobre él, representando al mismo Santo niño repartiendo su ropa entre los pobres. En la mesa del altar se sitúa una pequeña imagen de Cristo resucitado, talla de escuela sevillana de mediados del siglo XVII vinculable a la producción de Alonso Martínez, muy restaurada en nuestros días. Las hornacinas laterales están ocupadas por las imágenes en mármol de Santa Clara y San Fernando, obras de corte neoclásico realizadas por J. Bover en 1856.
Capilla del Santo Ángel de la Guarda. El altar tiene un lienzo que representa a su titular, realizado por el pintor romántico Joaquín Manuel Fer­nández Cruzado en 1838, sobre el que se sitúa otro representando a San Benito, debido al mismo autor. Las pinturas situadas sobre las taquillas laterales son obras flamencas del siglo XVII, realizadas en cobre y representan escenas de la vida de Santa María Magdalena.
Capilla del beato Diego
. Estuvo dedicada original­mente a Santa Gertrudis y la preside un retablo realizado en mármoles y diseñado por Carlos Requejo, a mediados del siglo XIX. El cuerpo principal tiene una hornacina con columnas pa­readas de orden compuesto a sus lados y sobre él va un ático rematado por frontón curvo. Está presidido por la imagen de madera policroma­da del Beato Diego José de Cádiz, realizada por Diego García Alonso en 1890, mientras que en el ático hay un  relieve de mármol contemporáneo del retablo que representa a Santa Gertrudis.
Capilla de San Benito. La cuarta capilla está pre­sidida por un lienzo que representa a San Benito, realizado por Carlos Blanco en 1838, sobre el que se sitúa otro de menores proporciones con una escena de la vida del Santo titular, realizado por Jerónimo Marín en el mismo año.
     En la mesa del altar hay una talla barroca de San Antonio, de escuela genovesa del siglo XVIII; las hornacinas laterales están ocupadas por las imágenes en mármol de San Antonio, obra italiana del siglo XVII, y la Virgen de la Es­peranza, imagen manierista de origen holandés, fechable a finales del siglo XVI, procedente del Convento de la Merced.
Capillas de San Servando y San Germán. Situadas a ambos lados de la entrada a la de reliquias, en el eje del edificio, tienen retablos neoclásicos ge­melos de mediados del siglo XIX, diseñados por Juan de la Vega. Están presididos por las imáge­nes de San Servando y San Germán, que fueron encargadas por el cabildo municipal a Luisa Roldán, en 1687, para formar parte del cortejo pro­cesional del Corpus Christi.
     Son piezas de gran interés, que responden al diseño de Pedro Roldán y evidencian la expresividad barroca propia de la obra de La Roldana. La policromía actual fue realizada en 1756 por Francisco María Mortola.
Capilla de las reliquias (actual sagrario). Se sitúa en el eje de la girola y es de planta octogonal, articulándose sus muros mediante  pilastras  corin­tias. La cubierta es de bóveda de casquetes en los que se alternan vanos circulares y medallones con bajorrelieves, que representan a los padres de la Iglesia latina. En su interior se guardan diversas pinturas. Preside el altar una Inmaculada dieciochesca de escuela sevillana; sobre las cuatro vitrinas, que contienen los relicarios, van lienzos decimonónicos que representan a San Hiscio, de Javier de Urrutia, San Basileo, de J. José Urmeneta, San Lorenzo, de Victoria Martín del Campo y San Vicente, de Jerónimo Ma­rín. Sobre las puertas laterales van los que representan la aparición de la Virgen a San Bernardo y a San Lucas, ambas, obras barrocas italianas, relacionándose la última con la producción de Mattia Pretti. En las vitrinas de reliquias, que proceden mayoritariamente de la Catedral Vieja, se guarda una interesante colección de relicarios de diversos tipos, fechados en los siglos XVII al XIX. La reja, de hierro fundido, que cierra el conjunto, fue realizada por Eugenio Uceta. En el ámbito de acceso a la capilla, dos pequeñas hornacinas contienen ángeles mancebos tallados por Luisa Roldán, que forman parte del conjun­to realizado por esta escultora para el antiguo monumento de la Semana Santa.
     En la sacristía de esta capilla se conserva una cajonera rococó, de movidas formas, sobre la que hay varias vitrinas de talla dorada, que con­ tienen esculturas de la misma época. Las puertas de acceso son de madera profusamente tallada y fechadas en el año 1704.
Capilla de Santa Teresa. Está presidida por un lienzo que representa a su titular, realizado por Cornelio Schut en 1668. En las hornacinas la­terales se sitúan las tallas policromadas de San Francisco Javier y San Ignacio de Loyola, ambas del siglo XVIII y relacionables con la producción de Pedro Duque Cornejo.
Antiguo sagrario. Se expone en esta capilla la cus­todia procesional del Corpus Christi, realizada en plata entre 1649 y 1664 por el orfebre por­tugués Antonio Suárez, que siguió un diseño de Alejandro de Saavedra. Está resuelta a base de tres cuerpos de planta octogonal, sustentados por columnas de diferentes fustes abalaustrados o entorchados.
     En 1692-1693 fue reformada por el orfebre romano Bernardo Centollini, quien añadió el pequeño zócalo sobre el que se asienta. Las andas son también de plata y fueron realizadas en 1740 por el orfebre Juan Pastor.
     Se articulan mediante estípites, entre los que se disponen relieves enmarcados por abundante decoración de hojarasca. Los cuatro faroles de los ángulos, de cuidado diseño, también se arti­culan mediante estípites y fueron ejecutados en 1740 por Sebastián Alcaide.
Capilla de San José. Guarda un lienzo de formas neoclásicas que representa a su titular, realizado por José García Chicano en 1838, sobre el que se dispone otro, representando a San Antonio, obra del mismo autor. En la mesa de altar se si­túa la imagen de la Inmaculada, talla policroma­da debida a Ignacio Vergara que presenta la característica estilización y movimiento de formas de este autor. Al igual que el resto de las obras de Vergara que conserva el templo, procede del desaparecido Convento de los descalzos.
     En una de las hornacinas situadas sobre las taquillas laterales hay una pequeña Virgen del Rosario, realizada en mármol blanco, escultura de agitadas formas dieciochescas que puede atri­buirse a Cayetano de Acosta .
Capilla del Niño Perdido (hoy de San Juan Bautista de la Salle). Tiene una imagen contemporánea de San Juan Bautista de la Salle realizada por Víctor de los Ríos, a mediados del siglo XX, y sobre ella un lienzo dieciochesco de escuela sevillana, que representa a Jesús entre los doctores. En las hornacinas laterales  se sitúan las tallas barrocas de la Virgen y San José, obras sevillanas del siglo XVIII cercanas al estilo de Benito de Hita y Cas­ tillo, cuya policromía original  está cubierta por un repinte que imita el mármol blanco.
Capilla del Sagrado Corazón de Jesús. Esta capilla se dedicó en principio a San Firmo y en ella se declaró un incendio en 1832, que sirvió de revul­sivo para que el obispo Silos Moreno emprendie­se la conclusión de las obras catedralicias.
     La preside un grupo escultórico en bronce del Corazón de Jesús, realizado por Mariano Benlliure en 1930, conjunto destinado a un monumento público que no pudo ser inaugurado por las circunstancias políticas del momento. 
   Sobre la mesa de altar hay una pequeña ima­gen-relicario de San Judas Tadeo, obra genove­sa de la primera mitad del siglo XVIII. En las hornacinas laterales se sitúan las imágenes de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, tallas policromadas procedentes de la capilla de los vizcaínos de la Catedral Vieja, realizadas por Gaetano Patalano en 1694. Sobre las taquillas la­terales hay dos pinturas flamencas en cobre del siglo XVII con escenas de la vida de Cristo.
Capilla de Jesús Nazareno. El lienzo de la Ado­ración de los Pastores, que ocupa su testero, es obra de Pablo Legot fechable en torno a 1642, en la que es evidente el origen rubeniano de la composición. El óvalo con San Jerónimo situado sobre él se relaciona con la producción de Clemente de Torres. Sobre la mesa de altar hay una talla en madera policromada de Jesús Nazareno, realizada por el escultor italiano Pedro Campa­na en 1703. Se trata de una imagen vicaria del Nazareno de Santa María, que hasta el siglo XIX presidió la sala capitular del Ayuntamiento gaditano, como exvoto por haberse librado la ciudad de un posible asalto de las tropas anglo-holandesas, que apoyaban al archiduque Carlos en el transcurso de la Guerra de Sucesión. En las hor­nacinas laterales se sitúan las Imágenes de Santo Tomás y San Patricio, ambas obras barrocas del siglo XVIII.
Capilla de San Pablo. La preside un retablo, del mismo autor y características del frontero, dedicado a San Pedro; la imagen del titular, de már­mol blanco, también fue realizada por Esteban Frugoni, quien la firmó en 1672. El tondo, con San Antonio Abad, que remata el conjunto es, asimismo, obra de José Früller Alcalá Galiano.
Capilla mayor. El presbiterio tiene en su centro un templete neoclásico con planta circular, realiza­do en mármoles de colores y bronce dorado.
     Está sustentado por columnas pareadas, de orden corintio y fuste estriado, dispuestas en sen­tido radial, sobre las que se quiebra el entablamento y se cubre por cúpula semiesférica sobre zócalo, con vanos rectangulares y circulares alter­nativos, entre los que van esculturas de mármol blanco. Fue construido, entre 1862 y 1866, por el marmolista suizo José Frapolli, bajo la direc­ción de Juan de la Vega, que siguió con bastante fidelidad el proyecto realizado por Manuel Ma­chuca hacia 1790. El Interior está ocupado por un sagrario-manifestador de gusto ecléctico, realizado en bronce en 1875 y diseñado por Juan Rosado. En él se sitúan una cruz de plata dora da de mediados del siglo XVIII y una pequeña imagen de madera policromada de la Inmaculada Concepción, obra de Alonso Martínez, que presidió el desaparecido tabernáculo del retablo mayor de la Catedral Vieja.
     A los lados del presbiterio se abren sendas portadas barrocas enmarcadas por baquetones mixtilíneos, que dan acceso a los púlpitos. Éstos, de estilo isabelino con decoración de inspiración plateresca, están realizados en bronce dorado y fueron diseñados por Juan de la Vega. Los ángeles lampareros son obras barrocas italianas del siglo XVIII, realizados en madera policromada y posteriormente repintados para imitar mármol blanco, mientras que las lámparas que portan son de plata repujada, realizadas a mediados del siglo XIX. En las molduras rectangulares, situadas sobre los arcos que se abren a la girola, hay lienzos decimonónicos de diferentes pintores ga­ditanos, alumnos de la Academia de Bellas Artes; todas ellas fueron realizadas a mediados del siglo XIX. La Invención de la Cruz es de José Ma­ría Fernández  Cuadrado; los que representan La exaltación y el triunfo de la Cruz, son de Francisco de la Vega; Antonio Silvera realizó el dedicado a los santos Servando y Germán, mientras que el que representa la toma de Cádiz por Al­fonso X el Sabio, es una obra más tardía, que firmó Juan José Bottaro en 1904. De este último au­tor son también los lienzos situados sobre los púlpitos, que representan La Ascensión de Cristo y la Asunción de María. Sobre las gradas de acceso al presbiterio, se disponen cuatro blandones neoclásicos de plata realizados en 1831 por Alejandro Sivelio.
Coro. Ocupa el segundo tramo de la nave central y con­tiene una sillería doble. La alta fue realizada entre 1697 y 1701, por el ensamblador Juan de Valencia y el escultor Agustín de Perea, para la cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla y trasladada a este lugar en 1858. Sus sitiales se enmarcan por columnas salomónicas, entre las que van tallas en altorrelieve y en la parte superior medallones con bustos de santos, todo ello rematado por una crestería con pequeños ángeles músicos. Tanto en la composición arquitectónica como en las es­culturas de este notable conjunto se evidencia la riqueza expresiva del pleno barroco sevillano.
     La sillería baja, que procede de la Catedral Vieja, de líneas sencillas, fue realizada en el siglo XVIII y se decora con motivos vegetales inscritos en molduras geométricas. Tanto los paneles correspondientes a San Servando y San Germán, como los marcos  d e  las  pe­queñas puertas laterales se realizaron a mediados del siglo XIX, bajo diseño de Juan de la Vega, en el transcurso de la adaptación de am­bas sillerías a su nuevo emplazamiento. El facistol, que completa el conjunto, es obra   tardobarroca de inspiración clasicista, firmada por José María Garibaldo en 1807, quien lo realizó para la Car­tuja sevillana de las Cuevas. Sobre los laterales se disponen dos órganos, uno con caja barroca del siglo XVIII y el otro isabelino diseñado por Juan de la Vega, cerrando el ámbito del coro una gran reja de hierro, diseñada por el mismo autor a mediados del XIX y construida en Sevilla por Manuel Grosso. Está decorada con motivos isabelinos y rematada por una crestería, de la que sobresalen el escudo catedralicio y los bustos de San Servando y San Germán.
     El cierre exterior del coro, tanto en trascoro como en los laterales, sigue la misma distribución arquitectónica utilizada en los cercanos re­tablos de San Pedro y San Pablo, ya que fue dise­ñado por el mismo autor, Carlos Requejo, hacia 1838. Se articula mediante arcos ciegos de medio punto sustentados por pilastras toscanas de fuste estriado y en sus paramentos se sitúa una interesante colección de pinturas flamencas sobre cobre del siglo XVII, que representan escenas de la vida de Cristo y la Conversión de San Pablo. El espacio central del trascoro está ocupado por un lienzo del siglo XVIII con la Virgen del Rosario, firmado por el mexicano Miguel Cabrera y en los extremos, frente a los accesos laterales del templo, hay dos pilas de agua bendita realizadas en mármol blanco, obras italianas del siglo XVIII, cuya coincidencia formal con las existentes en el Oratorio de San Felipe Neri permite suponer que procedan de dicha iglesia.
     En los brazos de crucero se disponen algunas piezas artísticas de interés. Entre ellas, los lienzos que representan a Santa Úrsula y las once mil vírgenes, obra relacionada con Cornelio Schut, aunque parece algo anterior; Jesús entre los Doctores, obra manierista de origen flamenco, fechable a fines del siglo XVI, aunque fue repintada en el XIX, y Santo Domingo de Silos, del pintor decimonónico. El lado correspondiente a la puerta de San Servando tiene dos pilas para agua bendita, de origen genovés, que deben ser las contratadas con Andrea Andreoli para la Catedral Vieja en 1673. En la contraportada de los pies, a los lados del vano central, se disponen cuatro lienzos. Los que representan a San Francisco de Asís y la Crucifixión de San Pedro son del siglo XVII, mientras que los que conmemo­ran la consagración de la Catedral son decimo­nónicos.
Cripta. Se accede a ella mediante unas escaleras situadas a los lados del presbiterio. Esta cripta, construida para enterramiento de los miembros del cabildo catedralicio, se extiende bajo todo la cabecera del templo y fue diseñada por Vicente de Acero, quien la concluyó en 1726, mostrando en su ejecución un absoluto dominio de las técnicas de la cantería. Se organiza en torno a un espacio circular cubierto por una audaz bóveda plana, que soporta todo el peso del templete del altar mayor, al que se abren dependencias que coinciden con las capillas de la girola. Las ga­lerías, que a ella convergen, son rectangulares y tienen cubiertas adinteladas de sillería.
     Preside el conjunto un espacio rectangular con nichos para enterramiento, en cuyo testero hay un altar de mármoles genoveses de fines del si­glo XVII, con la imagen en mármol blanco de la Virgen del Rosario. Se trata de una escultura italiana de gran calidad y movidas formas barro­cas, atribuida al escultor italiano del siglo XVII Alessandro Algardi, aunque parece más cercana a la estética del genovés Filippo Parodi. En el lado opuesto, al fondo de una galería, hay una estancia circular donde se sitúan enterramientos de obispos de la diócesis. La preside un crucifi­cado de pasta, de procedencia mexicana, que fue regalado en 1600 a la Catedral por Clemente de Aguinaga y que hasta el siglo XIX presidió el retablo de los genoveses. En otra de sus dependencias están enterrados el célebre compositor gaditano Manuel de Falla y el escritor José Ma­ría Pemán.
Sacristía. Se dispone adosada al brazo derecho del crucero y fue realizada según proyecto de Juan Daura en 1843. Se accede a ella a través de un pasillo curvo con cubierta profusa­mente decorada por motivos rococó. Obra relacionada con la producción de Cayetano de Acosta, en sus muros hay dos lienzos con los bustos del «Ecce-Homo» y la Dolorosa, realizados por Victoria  Mar­tín del Campo. La antesacristía es de planta octogonal cubierta por cúpula con linterna, articulándose los muros mediante pi­lastras jónicas. En dos vitrinas se exponen diversas piezas de orfebrería, entre ellas un gran copón rococó y otro neogótico, un ostensorio neoclásico, dos juegos de candeleros barrocos del siglo XVII y una colección de cálices de los siglos XVIII y XIX.
     La sacristía es un espacio rectangular cubierto por bó­veda esquifada, en cuyos muros laterales se abren arcos de medio punto separados por pilastras jónicas de fuste liso. El testero se centra por un retablo neoclási­co de mármoles de colores, diseñado por Carlos Requejo a mediados del siglo XIX. Se compone de un cuerpo sustentado por columnas pareadas de orden compuesto y ático rematado por frontón curvo. Ocupa la hornacina  un  relieve dieciochesco, de origen genovés, realizado en mármol blanco durante la segunda mitad del siglo XVIII y atribuido a Francesco María Schiaffino, que representa  la aparición  de Cristo a Santa Catalina Fieschi, mientras que en el ático hay un lienzo barroco de la Virgen con el Niño. A ambos lados del retablo se abren vanos rectangulares con guardapolvos, sobre los que van molduras que al­bergan pinturas sobre cobre, de origen flamenco, del siglo XVII. En los muros laterales se disponen diversas pinturas, tres lienzos dieciochescos de escuela sevillana con escenas de la vida de Cristo; Adoración de los Magos, Entrada en Jerusalén y Oración en el Huerto; un San José, vinculable a Meneses Ossorio y un Santo Domingo, de escuela sevillana del siglo XVII. También se expone en este ámbito una talla de San Sebastián, obra del siglo XVIII, que recibía culto anual el día de su festivi­dad, como protector de la ciudad ante las epidemias. La reja del vano de acceso es obra isabelina de mediados del siglo XIX (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     El interior de la Catedral Nueva es más original y majestuosa de lo que parece desde el exterior, con las modificaciones y alteraciones que sufrió la fachada y los laterales a lo largo de los años. Tiene planta de cruz latina con tres naves con capillas laterales que se abren entre los contrafuertes. Dispone asimismo de un crucero y girola completada con capillas absidales.
     Los pilares son de sección mixtilínea, compuestos de pilastras y columnas acanaladas adosadas. Tanto el crucero como el altar mayor y brazo menor de la cruz se cubre con cúpula. El interior se distingue por la abundancia y riqueza de los mármoles, así como jaspes de colores que revisten casi toda su fábrica.
     En la prolongación de la nave central, sobrepasado el crucero y sobre el brazo menor de la cruz, se abre un espacio circular coronado por cúpula en cuyo centro se alza el altar mayor con su templete en forma de cimborrio. Las naves laterales forman un deambulatorio que se adapta a este centro, en cuyo contorno exterior se abren varias capillas.
     La fachada principal, enmarcada por dos grandes torres de cincuenta y siete metros que aumentan su amplitud, se divide en tres calles de movidas formas cóncavas y convexas, articuladas por pilastras cajeadas de capitel jónico. La calle central alberga la portada principal, de mármol blanco y dividida en dos cuerpos sustentados por columnas corintias de fuste abundantemente decorado por rocallas.
     Las torres tienen planta octogonal con tres cuerpos, alternando lados convexos con otros rectilíneos. En su conjunto, en esta fachada es donde se evidencian con más claridad las diferentes fases constructivas del templo y el resultado armonioso de las distintas técnicas que la animaron. Las fachadas laterales articulan su zona superior mediante fajas rematadas por pinjantes, entre las que se abren vanos de diferentes formas.
     La Catedral Nueva de Cádiz es un edificio de estilo barroco y neoclásico. Se empezó a construir en 1722 y no se terminó hasta el año 1838.
     Los gaditanos la denominan catedral Nueva en contraposición a la catedral Vieja, edificada en el siglo XVI sobre la antigua catedral gótica mandada construir por Alfonso X el Sabio, y que hoy cumple las funciones de iglesia parroquial.
     Está situada en el centro histórico de Cádiz, casi al borde del mar, y es visible desde casi cualquier punto de la ciudad.
     La idea de construir una nueva catedral va unida a la progresiva expansión del comercio americano. Ya en el siglo XVII se intentó levantar un edificio de mayores proporciones en el mismo barrio del Pópulo, pero el proyecto no llegó a término. El momento propicio se ofreció un año antes del traslado de la Casa de la Contratación a Cádiz, cuando se vivía una etapa muy favorable para la economía de la ciudad. Al logro de esta empresa contribuyó decisivamente el espíritu emprendedor del obispo Armengual, propulsor de otras iniciativas artísticas importantes de la ciudad.
     Las obras de la Catedral comenzaron en 1722 según las trazas del arquitecto Vicente Acero, que concibió un grandioso templo barroco en el que son evidentes los recuerdos de las catedrales de Granada y Guadix. Vicente Acero dimite y en 1739 se hace cargo de las obras Gaspar Cayón, pasando en 1757 a su sobrino Torcuato Cayón. Tras la muerte de éste en 1783, le sucede Miguel Olivares  hasta 1790, fecha en que las dirige Manuel Machuca. Finalmente desde 1832 hasta 1838, en que se dan por finalizadas las obras, las dirige Juan Daura.
     En todo este tiempo han transcurrido 116 años, a través de los cuales se ve el cambio de estilo y los gustos de los distintos arquitectos. La catedral se comienza en estilo Barroco, como su planta y el interior hasta el friso rococó y es terminada en estilo neoclásico, en su fachada, torres, cúpulas y el segundo cuerpo del interior, así como la mayoría de los retablos y el altar mayor (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
      Tras el descu­brimiento de América y el inicio del comer­cio con las colonias del otro lado del Atlántico, la catedral vieja se quedó pequeña, debido al rápido crecimiento experimen­tado por la ciudad. Como quiera que el dinero, además, empezó a afluir con largueza, las fuerzas vivas acordaron la cons­trucción de una catedral de nueva planta. En 1595, Francisco de Mora tenía diseñado el proyecto y estaba en disposición de iniciar las obras, pero los quebrantos económicos producidos por el saqueo anglo-holandés de 1596 dieron al traste con este plan. La idea de un nuevo templo se mantiene, sin embargo, latente. Incluso habrá un nuevo proyecto, en esta ocasión de Diego Moreno Meléndez, que igual­mente se abandona por motivos económicos. La ocasión propicia llegará, por fin, tras el traslado de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, siendo obispo de la ciu­dad Lorenzo Armengual de la Mota. Vicente Acero ganó entonces con su proyecto el correspondiente concurso y las obras se iniciaron en 1722 bajo su dirección. La construcción se fue dilatando en el tiempo, debido, más que nada, a las generosas dimensiones del nuevo edificio, circunstancia que tuvo como consecuencia la suce­sión de diversos arquitectos y la inclusión en el proyecto de los nuevos estilos que iban apareciendo. A Acero le sucedió Gas­par Cayón, y el proyecto original, concebido en un barroco de influencia italiana, pasó entonces por el filtro del clasicismo en boga. Al primer Cayón le sucedió en 1759 el segundo, su sobrino Torcuato, y a éste, Miguel de Olivares. En 1790, Manuel Machuca introdujo nuevos cambios en una línea academicista. Luego se produjo una parada en las obras, y en 1832 Juan Daura levantó la cúpula del crucero y cerró la nave central. El templo fue consagrado al fin en 1838, pero las obras se prolonga­ron todavía hasta 1852, fecha en que Juan de la Vega culminó las torres, siguiendo el proyecto de Manuel Machuca. Actual­mente, este soberbio edificio se encuentra en un proceso de restauración cuyos comienzo y final se ignoran.
Descripción. A la plaza de su nombre, la catedral muestra una potente fachada en la que se conjugan a maravilla el barroco y el clasicismo: el primero, perceptible en el movimiento de los planos verticales, y el segundo, en la pureza de los elementos constructivos y decorativos.
     Alzado sobre una amplia escalinata, el conjunto se presenta flanqueado por dos torres que aumentan prodigiosamente su tamaño, al tiempo que le prestan un aire de alada majestuosidad. Tres calles componen el espacio entre las torres, cada una con dos cuerpos y con su correspondiente portada. La calle central es la más amplia y la más ostentosa. La portada, en el cuerpo inferior, consiste en un medio punto de gran altura enmarcado entre sendos pares de columnas corintias, en tanto en el superior se abre una ventana bajo frontón triangular que apea sobre otros dos pares de columnas flanqueadas por las imágenes de los patronos de la ciudad. Encima de esta portada y como remate se alza un gran arco de medio punto aboci­nado y acasetonado, rematado con un frontón triangular que lleva en el vértice la imagen del Salvador. Las calles laterales, más estrechas, están dedicadas a san Pedro y san Pablo. Sus portadas son vanos a dintel coronados por frontones a base de roleos. Sendos óculos enrejados se abren en la parte superior. Las torres tienen un primer cuerpo octogonal, alternándose las caras curvas y las rectas, con ventanas y óculos ciegos, respectivamente; un segundo cuerpo, en el que van las campanas, circular y con columnas corintias, y sobre estos un tambor con óculos abier­tos y una cúpula. Dos tercios del muro son de piedra almohadillada; el resto, inclui­das las portadas y las torres, son de már­mol blanco.
     Las fachadas laterales y la posterior forman un gran bloque que asemeja el edi­ficio a una fortaleza, aunque con adornos de pinjantes y otros elementos para suavizar esta impresión, todo con el mismo movimiento característicamente barroco de la fachada principal.
     El interior impresiona por su solidez y envergadura. Es todo de mármol blanco. Tiene planta de cruz latina, distribuida en tres naves, gran girola y capillas laterales. Enormes pilares de planta elíptica con columnas corintias estriadas separan las naves, sobre aquéllos corre un entablamento con una potente cornisa y un friso decorado con rocallas. Cubre el crucero una cúpula de media naranja sobre tambor con casetones y huecos termales. El mismo movimiento que se aprecia en el exterior se adueña también del interior, produciendo la impresión de un incon­mensurable navío meciéndose sobre las olas del Atlántico.
Visita. En la actualidad y debido a su estado de conservación el templo no es visitable. No obstante, a continuación se describen las distintas dependencias, en la seguridad de que una vez concluida la restauración nada esencial habrá cambiado de las mismas.
Capilla de San Pedro. Iniciando el recorrido por los pies del muro del evangelio, ésta es la primera que aparece. La preside un retablo neoclásico a base de piedra blanca labrado por Carlos Requejo en 1838. En su correspondiente hornacina central se encuentra San Pedro, una escultura modelada por Esteban Frugoni en 1673 que estuvo en la portada de la catedral Vieja.
Capilla de la Asunción. Todo en ella es de mármol de sugestivos colores, ha­biendo sido consagrada hacia mediados del siglo XVIII. El altar es obra probable de Alessandro Aprile, fechada hacia la mitad del siglo XVIII. De estilo barroco, columnas salomónicas pareadas soportan un juego de movidas cornisas sobre las que apoya un frontón más movido aún flanqueado por sendos angelitos. En la hornacina central se encuentra la imagen titular, una sugerente obra que recuerda a Bernini, aunque su autor más probable es Francesco María Schiaffino. En las hornacinas laterales figuran San Martín y San Fermín, dos imágenes de Gaetano Patalano que estuvieron en la capilla de los Vizcaínos de la antigua catedral.
Capilla de San Sebastián. Se guarda aquí una estupenda imagen del Ecce Homo tallada y policromada por la imaginera sevillana Luisa Roldán, la Roldana, en 1684. Antes estuvo en el convento de los Descalzos. La imaginera la concibió como un busto, pero en el siglo XVIII se le aña­dió el resto del cuerpo. Sin embargo, el titular de este espacio, san Sebastián, se encuentra representado en un gran lienzo de estilo manierista, sumamente expre­sivo, que se cree fue pintado por el genovés Andrea Ansaldi hacia 1621.
Capilla de Santo Tomás de Villanueva. Es la primera de la girola y la preside un lienzo del titular que es copia de otro de Murillo realizado por Antonio Quesada en 1838, autor también del San Sebastián niño que se encuentra sobre aquél. Lo mejor, no obstante, de esta capilla es la pequeña imagen del Resucitado que se encuentra en el altar. Se trata de una pieza del siglo XVII perteneciente a la escuela sevillana, relacionada casi con toda segu­ridad con Alonso Martínez.
Capilla del Santo Ángel de la Guarda. Se conservan aquí excelentes pinturas sobre planchas de cobre que representan escenas de la vida de María Magdalena. Son obras flamencas del siglo XVII. El altar se encuentra presidido por una pintura del titular, sobre la que figura otra de san Benito. Ambas está fechadas en 1838 y corresponde al pintor Joaquín Fernández Cruzado, incluido en el movimiento romántico.
Capilla del Beato Diego. Este beato es José Francisco López Caamaño y García Pérez, Diego José de Cádiz, fraile capu­chino nacido en la ciudad en 1743 y beatificado en 1894 por León XIII, que recorrió España inflamando los corazones contra las ideas enciclopedistas que llegaban de Francia. Su imagen, labrada por Diego García Alonso en 1890, preside un altar de madera policromada desde una hornacina flanqueada por columnas corin­tias, en cuyo ático figura santa Gertrudis, antigua titular de este espacio sacro, en un relieve de mármol.
Capilla de San Benito. El barroco altar se encuentra presidido por un par de lien­zos del titular. Ambos son de 1838. En el primero se representa al santo y en el segundo una escena de su vida, siendo sus autores Carlos Blanco y Jerónimo Martín, respectivamente. Son mejores las imágenes, especialmente la de la Virgen de la Esperanza y la de San Antonio, que se encuentran en los laterales. La Virgen es holandesa, fue realizada en el siglo XVI por un autor anónimo y procede del convento de la Merced. El San Antonio es italiano, del siglo XVII. Ambos están labrados en mármol y son manieristas.
Capilla de San Servando. El centurión romano degollado en Cádiz, copatrono de la ciudad en unión de san Germán, pre­side el altar neoclásico del siglo XIX, obra de Juan de la Vega, que se encuentra en esta capilla. Se trata de una bellísima ima­gen barroca tallada por la Roldana en 1687, aunque la policromía data de 1756, fecha en que la realizó Francisco Mortola.
Capilla del Sagrario. Es de planta octo­gonal y se encuentra en el centro de la girola. Pilastras de orden compuesto sostienen una bóveda de paños adornada con tondos en los que aparecen esculpidos en relieve los padres de la Iglesia. Se deno­mina de las Reliquias debido a que aquí, en sus correspondientes urnas, se guar­dan las pertenecientes adversos santos, entre ellos los patronos, en un conjunto de bellos relicarios labrados entre los siglos XVII y XIX. El altar aparece presi­dido por un lienzo de la Inmaculada, pin­tado en Sevilla en el siglo XVIII. A su alre­dedor se distribuyen otros cuadros en los que se representa a san Hiscio, san Lorenzo, san Basileo y a san Vicente. La Aparición de la Virgen a San Bernardo y San Lucas se encuentran en las puertas laterales. Los ángeles que aparecen en la entrada a este espacio son también de Luisa Roldán.
Capilla de San Germán. La del otro copa­ trono de la ciudad se encuentra a conti­nuación de la de las Reliquias y es simé­trica con la de su compañero de martirio san Servando. Lleva un retablo igualmente neoclásico, del siglo XIX, diseñado como el anterior por Juan de la Vega. Del mismo modo, la imagen del santo es de la Rol­dana y la policromía de Mortola .
Capilla de Santa Teresa. La obra de Cor­nelio Schut en la que se representa a la santa es una de las mejores piezas de la catedral. Schut la pintó en 1668. En el mismo altar, en las hornacinas laterales, se encuentran también dos bellas imágenes, la de san Ignacio de Loyola y la de san Francisco Javier, ambas del siglo XVIII, de Pedro Duque Cornejo o, al menos, de su taller.
Antiguo sagrario. Siguiendo girola adelante rumbo a la nave de la epístola, se encuentra esta capilla en la que se guarda la custodia del Corpus Christi que en 1664 labrara el platero portugués Antonio Suárez. Es de plata y consta de tres cuerpos de planta octogonal formados a base de columnas de diferentes tipos y rematado todo por una cúpula semiesférica coronada por la imagen de la Victoria. El zócalo en el que apoya se debe a la reforma rea­lizada en 1693 por el platero romano Ber­nardo Centollini. Se encuentra sobre unas andas igualmente de plata, obra de Juan Pastor fechada en 1740, con estípites y abundante decoración en la que se impo­nen los roleos y los motivos vegetales. En las esquinas de las andas aparecen cuatro faroles de elegante trazo, cincelados por Sebastián Alcaide en 1740.
Capilla de San José. El titular preside el retablo desde un gran lienzo pintado por José García Chicano en 1838. Ahora bien, lo mejor de esta capilla es la imagen de la Inmaculada que aparece sobre la mesa del altar. Se trata de una bella obra rococó en madera policromada, realizada en el siglo XVIII por el escultor valenciano Ignacio Vergara para el antiguo convento de los Descalzos. Muy buena es también la Virgen del Rosario que se encuentra en una hornacina del lateral izquierdo. La labró en mármol Cayetano de Acosta, igualmente en el siglo XVIII.
Capilla de San Juan Bautista de la Salle. Se llamó del Niño Perdido por el lienzo que representa a Jesús entre los doctores del Templo, una pintura del siglo XVIII perteneciente a la escuela sevillana. Igualmente sevillanas y del mismo siglo son las tallas de San José y la Virgen, situadas en los laterales del altar que preside San Juan Bautista de la Salle, imagen de los años cincuenta del siglo XX esculpida por Víctor de los Ríos.
Capilla del Sagrado Corazón. Mariano Benlliure labró en 1930 el Sagrado Corazón que preside el altar, en cuya mesa hay una imagen de san Judas Tadeo de pequeñas dimensiones que es, a su vez, relicario, y fue tallada en Génova en la primera mitad del siglo XVIII. De la catedral vieja, y más concretamente de la capilla de los Vizcaínos, proceden las imá­genes de san Ignacio de Loyola y de san Francisco Javier de los laterales. Son obras de Gaetano Patalano realizadas en 1694. Sobre la predela, en sendas planchas de cobre, aparecen dos pinturas flamencas del siglo XVII en las que se representan escenas de la vida de Cristo.
Capilla de Jesús Nazareno. La pieza más importante de este espacio es la ima gen dedicada al titular. A principios del siglo XVIII, como consecuencia de la guerra de Sucesión, se temió un nuevo asalto de Cádiz por la armada anglo-holandesa, circunstancia que no se produjo gracias -se asegura- a la intervención de Jesús Nazareno, al que la ciudad se había encomen­dado. El Ayuntamiento encargó entonces una imagen que, a modo de exvoto, estuvo en la sala de plenos hasta el siglo XIX. La de esta capilla, tallada por el italiano Pedro Campana en 1703, es copia de aquélla. Aquí se encuentra además un precioso lienzo de Pablo Legot, fechado en 1642. Se trata de La adoración de los pastores.
Capilla de San Pablo. Enfrentada a la de San Pedro, es la última de las que se dis­tribuyen por los laterales del templo. El retablo es del mismo estilo y autor que el de la de San Pedro, es decir, neoclásico y de Carlos Requejo. Lo mismo ocurre con la imagen del titular, tallada como la de San Pedro, por Esteban Frugoni, aunque en este caso la fecha de su terminación es 1672, es decir, un año antes.
Capilla mayor. Se sitúa, como en la totalidad de los templos cristianos, en la nave central y, en este caso, justo al comienzo de la girola. Presenta planta circular arti­culada a base de columnas compuestas de jaspe rojo y la cubre una cúpula de gallones, con ventanales en cada unos de los cascos. Vanos de medio punto acasetona­dos franquean el paso a la girola. Al crucero ofrece un gran arco a bisel igualmente con el intradós adornado a base de case­ tones muy decorados con motivos geo­métricos y vegetales. En el centro se alza un gran templete circular de estilo neo­clásico en el que se combinan el bronce dorado y los mármoles de distintos colo­res. Se trata de una obra de gran sabor clá­sico, compuesta por un cuerpo inferior formado por pares de columnas corintias sobre las que descansa un entablamento quebrado y una cúpula sobre alto tambor perforado con óculos y huecos rectangu­lares alternativamente. En las repisas que se forman sobre las columnas aparecen una serie de ocho pequeñas esculturas de mármol blanco. El proyecto es de Manuel Machuca, aunque la dirección recayó en Juan de la Vega, siendo el autor material de la obra el marmolista de origen suizo José Frapolli.
El coro. Situado también en la nave cen­tral, se encuentra en el segundo tramo. Está formado por una doble hilera de asien­tos. La superior estuvo en la cartuja de Santa María de las Cuevas, de donde vino a la catedral gaditana en 1858, tras la exclaustración de los monjes. Su ejecución data de 1701, siendo sus autores Juan de Valencia, como ensamblador, y Agustín de Perea, como tallista. Se trata de una obra admirable, encuadrada plenamente en el mejor barroco sevillano. Cada sitial queda enmarcado por una pareja de columnas salomónicas, figurando entre ellas una talla en alto relieve y encima un medallón con la imagen de un santo. Corona el con­ junto una crestería adornada con ángeles músicos. La sillería baja vino de la catedral vieja. Es mucho más sencilla que la anterior y, en consecuencia, menos vistosa, toda vez que su decoración se limita a moti­vos geométricos y vegetales. Los órganos se sitúan en los laterales. Ambos son barro­cos, del siglo XVIII. La reja que delimita el espacio es de Juan de la Vega, aunque el autor material fue Manuel Grosso, quien la fundió en Sevilla hacia los años cin­cuenta del siglo XIX.
Cripta. Se encuentra debajo del presbite­rio y viene a ocupar la práctica totalidad de la cabecera del templo. En ella están enterrados varios obispos gaditanos, así como el músico Manuel de Falla y el escri­tor José María Pemán. Responde al pro­yecto de Vicente Acero, quien se encargó también de la dirección de la obra, dándola por concluida en 1726. El espacio se compone de dos partes: un área circular cubierta con una bóveda plana que soporta el peso del presbiterio, y una serie de depen­dencias que vienen a ocupar la zona correspondiente a las capillas de la girola, uni­das ambas partes con una serie de galerías. Un gran altar de mármoles de Génova preside el conjunto. Es del siglo XVII y en él figura una bella imagen de la Virgen del Rosario, de estética barroca, labrada en mármol blanco por el italiano Alessandro Algardi, aunque puede ser también de Filippo Parodi.
La sacristía. Se encuentra adosada al brazo derecho del crucero y se concluyó en 1843 bajo proyecto de Juan Daura. Se compone de dos partes, la antesacristía y la sacristía propiamente dicha. Un pasillo en curva, muy decorado al estilo rococó, une el templo a la primera. La antesacristía presenta planta octogonal y cúpula de linterna y los paños del muro se cierran mediante pilastras jónicas. La sacristía es rectangular, con bóveda esquifada, y en sus muros se abren arcos de medio punto entre pilastras jónicas. Presidiendo la sala, aparece un retablo de mármoles de colores del siglo XIX, obra de Carlos Requejo, en cuya hornacina central figura un relieve con la Aparición de Cristo a Santa Catalina Fieschi, pieza genovesa del siglo XVIII que se atribuye a Francesco María Schiaffino. Diversas pinturas cuelgan de los muros laterales, como la Adoración de los Magos, la Entrada en Jerusalén y la Oración en el Huerto.
La torre de Poniente. Es la única zona de la catedral visitable actualmente. Se trata de una de las dos torres del templo, la occidental. Es la torre más alta con que cuenta la ciudad. Se sube a ella a través de una rampa que introduce al visitante en el siglo XVIII, la edad dorada de la ciudad moderna. Desde el campanario se obtie­nen impresionantes vistas directas del case­río, de la bahía y del Atlántico (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

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