Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia de Nuestra Señora de la Estrella, en Palomares del Río (Sevilla).
Hoy, sábado 3 de junio, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado.
Y que mejor día que hoy para Explicarte la Iglesia de Nuestra Señora de la Estrella, en Palomares del Río (Sevilla).
La Iglesia de Nuestra Señora de la Estrella se encuentra en la calle de la Iglesia, 7; en Palomares del Río (Sevilla).
Edificio de tres naves separadas por columnas de mármol blanco, que apean arcos de medio punto. La capilla mayor es un espacio cuadrangular cubierto con bóveda de cañón, que presenta una ligera distorsión con respecto al eje de la nave central. Ésta se cubre con armadura de tipo mudéjar y las laterales con estructura de madera en colgadizo. Las portadas, situadas en el muro de los pies y lateral izquierdo, son adinteladas y van flanqueadas por pilastras. La torre se halla en la cabecera del templo y presenta dos cuerpos, más un chapitel piramidal recubierto de azulejos. En aquéllos se sitúan una serie de ventanas decoradas con arcos de herradura y polilobulados, encuadrados por su correspondiente alfiz.
La iglesia es una construcción mudéjar que fue reformada en los siglos XVII y XVIII, perteneciendo a la etapa barroca los soportes, portadas y remate de la torre. Entre 1771 y 1773 Ambrosio de Figueroa interviene en la capilla mayor, sacristía y portada de los pies, construyendo además el cuerpo de campanas de la torre. Otras reformas efectuó entre 1778 y 1779 el arquitecto Pedro de Silva. El retablo mayor es una interesante obra contratada por Miguel Adán en 1588, aunque presenta transformaciones y elementos de los siglos XVIII y XX. En las calles laterales aparecen pinturas de San Estanislao de Kostka, San Antonio de Padua, Santa Rosa de Lima y San Francisco de Paula, fechables en el siglo XVIII. Contemporánea de ellas es la escultura de la Virgen de la Estrella, situada en la hornacina central. De la fecha original del retablo es la pintura situada sobre la puerta del Sagrario, con el Niño Jesús, y las del ático, que representan a la Trinidad, San Pedro y San Pablo, realizadas por Vasco Pereira. El retablo fue dorado a partir de 1664 por Juan Gómez Couto.
En la nave izquierda se sitúa una escultura de la Virgen del Rosario realizada en 1588 por Miguel Adán y repolicromada en el siglo XVIII, que originalmente presidió el altar mayor. El retablo de San José corresponde a la primera mitad del XVIII y presenta pinturas del Bautismo de Cristo, Ecce Homo, San Francisco de Asís, la Huida a Egipto y San José con el Niño, además de la escultura titular. La imagen del Crucificado, situada en la nave derecha, es una obra próxima a 1600. En el presbiterio existe una pintura del arcángel San Miguel, del siglo XVIII, copia de Rafael.
Buenas piezas de orfebrería son un cáliz de plata del último tercio del siglo XVIII con punzones Cárdenas y Páez; un copón de plata sobredorada decorado con rocallas, de la misma fecha; unas crismeras de primeros del XVII; y un ostensorio de plata sobredorada constituido por un ángel que sostiene el sol, obra mexicana de la primera mitad del siglo XVIII (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
La Iglesia de Nuestra Señora de la Estrella es una pequeña pero valiosa edificación. Cuenta con tres naves, con cubierta a dos aguas, una torre campanario y dos portadas, lo que es bastante común en las parroquias modestas de ámbito rural.
La Iglesia de Palomares del Río es de origen mudéjar, quedando como testigo de esta época, el primer cuerpo de la torre del campanario. El segundo cuerpo del campanario, es de época barroca tardía, con sus cuatro arcos de medio punto enmarcados por dos pilastras. Remata la torre un chapitel octogonal cubierto por los característicos azulejos del barroco sevillano: blanco y azul. El primer cuerpo del campanario, por su parte, es de época mudéjar (siglos XIII al XVI), con sus siete vanos de arcos polilobulados y de herradura enmarcados en un alfiz.
El estilo artístico del exterior denota un barroco tardío, ya que su estado actual se debe a remodelaciones realizadas en el siglo XVIII.
Las tres naves están cubiertas con techos de artesonado. La nave central, desemboca en el presbiterio, con un retablo mayor y cubierto con bóveda de medio cañón, decorado a ambos lados con arcos ojivales. El techo de la nave central presenta clara influencia mudéjar con estrellas entrelazadas de seis puntas, situadas en las vigas transversales que sirven de apoyo a la cubierta central.
Las naves laterales se comunican con la central por medio de arcos peraltados apoyados sobre columnas de mármol con capiteles dóricos y corintios estilizados. El retablo mayor situado en la cabecera de dicho templo está dedicado a la advocación de Nuestra Señora de la Estrella. El retablo es de fines del siglo XVII y principios del siglo XVIII.
El testimonio fechado más antiguo que tenemos, es la loza sepulcral de Gonzalo de Vaena, datada en datada en 1591. En 1755 se acometen obras en la iglesia debido a los desperfectos sufridos por el terremoto de Lisboa del mismo año. En 1772 se reanudan las obras y junto con las de 1778, que son las últimas realizadas, configuran prácticamente el estado actual de la Iglesia (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
El testimonio más antiguo que se tiene para conocer el origen de esta iglesia es la loza sepulcral de Gonzalo de Vaena datada en 1591.
En 1755 se acometieron obras debido a los desperfectos sufridos por el terremoto de Lisboa. En 1772 se reanudaron las obras y junto con las de 1778, últimas realizadas, configuran prácticamente el estado actual de la iglesia. La iglesia de Ntra. Sra. de la Estrella es una pequeña pero valiosa edificación. Cuenta con tres naves, cubierta a dos aguas, torre campanario y dos portadas, lo que es bastante común en las parroquias modestas de ámbito rural.
La iglesia de Palomares del Río es de origen mudéjar, quedando como testigo de esta época el primer cuerpo de la torre del campanario. Las tres naves están cubiertas con techos de artesonado; la nave central desemboca en el presbiterio, con un retablo mayor y cubierto con bóveda de medio cañón, decorado a ambos lados con arcos ojivales. Las naves laterales se comunican con la central por medio de arcos peraltados apoyados sobre columnas de mármol con capiteles dóricos y corintios estilizados.
El retablo mayor está en la cabecera de dicho templo dedicado a la advocación de Ntra. Sra. de la Estrella. Es de fines del siglo XVII y principios del siglo XVII. El estilo artístico del exterior denota un barroco tardío, ya que su estado actual se debe a las remodelaciones realizadas en el siglo XVIII (Turismo de la Provincia de Sevilla).
Conozcamos mejor la sobre el Significado y la Iconografía de la Virgen con el Niño;
Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad
Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nombre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques.
Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres.
Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.
El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien acaricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la historia de la Sabatina como culto mariano;
Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual. Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos.
En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.
De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe.
El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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