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Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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jueves, 8 de junio de 2023

Los principales monumentos (Castillo-Palacio del Fontanar; Ermita del Calvario; Iglesias de la Resurrección, y de Santo Domingo de Guzmán; y otros lugares de interés) de la localidad de Bornos, en la provincia de Cádiz

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Cádiz, déjame ExplicArte los principales monumentos (Castillo-Palacio del Fontanar; Ermita del Calvario; Iglesias de la Resurrección, y de Santo Domingo de Guzmán; y otros lugares de interés) de la localidad de Bornos, en la provincia de Cádiz.
          Durante la época musulmana y tras el abandono de la cercana población romana de Carissa Aurelia, se establece en el solar de Bornos un pequeño asentamiento en torno a una torre fortificada que más adelante se convertirá en el castillo del Fontanar. Una vez en manos cristianas, en 1258, Alfonso X dona la villa a Per del Castel, comenzando la vinculación de Bornos a ciertos linajes, hasta que a fines del siglo XIV pasa a pertenecer a Per Afán de Ribera, en cuya familia ha permanecido durante siglos protagonizando en la población una labor promocional de primera entidad (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).   
     La población se asienta sobre la falda oriental de la Sierra del Calvario, junto al antiguo cauce del Río Guadalete -hoy embalse o pantano de Bornos- desde donde se domina una amplia panorámica de su campiña y de la sierra. Su núcleo urbano está orientado al Este-Noreste.
     El modo de ocupación territorial, en el límite entre la sierra y la campiña gaditana, en la falda de la Sierra del Calvario y su relación con el agua, hacen de Bornos un lugar de intercambio de culturas que ha marcado su desarrollo posterior. La proximidad de Carissa Aurelia permite identificar restos cerámicos y utensilios de los primeros pobladores. No obstante el desarrollo de la estructura actual, gira en torno a una torre fortificada que tomó especial protagonismo en época árabe.
     De carácter eminentemente militar este Castillo de Bornos, toma pronto un marcado protagonismo urbanístico, pasando a ser el núcleo organizador.
     Los elementos que contribuyen a valorar el núcleo urbano de Bornos y en especial su casco histórico están sustentados principalmente en la valoración histórica del proceso de formación de la ciudad, que permite identificar suficientemente las estructuras arquitectónicas y la morfología urbana que caracteriza el núcleo más antiguo de Bornos.
     Fundaciones de carácter religioso tales como el Monasterio de los Jerónimos al norte, el Monasterio de los Franciscanos al sur y fundaciones asistenciales como la Ermita del Calvario y la de la Resurrección, así como el Colegio de la Sangre y el Convento de Corpus Christi, crean nuevos focos de atracción alejados del centro amurallado, que apoyados en las vías de comunicación influyen directamente en el urbanismo interior. Las clases más pudientes se sitúan en torno a los centros cívicos y religiosos de más categoría social y artística, hecho que ocurrió en sentido contrario con las ermitas más humildes, que originaron en su entorno una tipología edificatoria más precaria. Por ello, para el trazado de la delimitación se ha identificado cada uno de los elementos históricos destacados dentro de la imagen urbana y analizado su influencia en el proceso de organización de la trama parcelaria, comprobando su capacidad vertebradora y estructurante de la morfología urbana.
     Bornos constituye uno de los focos de importancia en el Renacimiento de la Baja Andalucía, ya que la familia de los Ribera, duques de Alcalá de los Gazules, reforman profundamente el Castillo de Fontanar, dotándolo de un carácter más residencial y encargando al arquitecto napolitano Benvenuto Tortelo el diseño del jardín a la italiana.
     A nivel doméstico son muchas las familias con cierto prestigio que se sienten atraídas por este refinamiento y se sitúan en torno a estos centros cívicos y religiosos dando lugar a importantes casas señoriales, como la de los Ordóñez o del Pintado, con marcado simbolismo de distinción social.
     La estructura arquitectónica y urbana desarrollada a lo largo del tiempo aún pervive, tanto dentro del perímetro de la antigua villa como en su ampliación, siguiendo las trazas primitivas y permitiendo una armonía de conjunto. El crecimiento urbano presenta una coherencia en su desarrollo, supeditado a las distintas épocas históricas, creando etapas bien diferenciadas e identificadas en su estructura urbana.
     Su actual casco urbano responde en líneas generales a los moldes arquitectónicos imperantes en la zona durante los siglos XVII, XVIII y XIX. La trama urbana está ordenada según el sistema ortogonal, que hace que sus calles sean mayoritariamente rectilíneas, aunque con secciones variables, y con mayores pendientes en aquellas que están orientadas Este-Oeste que en las Norte-Sur. Sus manzanas son de formas variadas, pero de gran tamaño. Poseen mayores irregularidades en las cercanías del Castillo-Palacio, que es la parte más antigua.
     Entre las tipologías residenciales predominantes encontramos la vivienda unifamiliar entremedianeras, tradicional en la zona, y algunos ejemplos de casas solariegas, generalmente con portadas de mármol que alcanzan las dos primeras plantas. Estas casa suelen tener patios porticados sobre columnas. La altura del caserío oscila entre las dos y las tres plantas. Sus fachadas están encaladas y los vanos se cierran con la forja tradicional. Las cubiertas son mayoritariamente de teja árabe. En él destacan la confluencia de culturas que han marcado su desarrollo histórico, el conjunto de fundaciones de carácter religioso y una muestra de arte renacentista de las más importantes de la Baja Andalucía, sintetizado todo ello en una estructura arquitectónica y urbana desarrollada a lo largo del tiempo, que pervive aún tanto dentro del perímetro de la antigua villa como en su ampliación (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Bornos, a la orilla del embalse de su nombre. La población, que actualmente cuenta con algo más de 8.000 habitantes, surgió, como en Espera, tras la destrucción de Carissa Aurelia en tiempos islámicos. Aquí los fugitivos se reunieron al pie de un torreón que acabaría convirtiéndose en el gran castillo-palacio del Fontanar*, privile­giado atractivo de la ciudad. La edifica­ción actual, que cuenta con unos deliciosos jardines y que es propiedad del Ayuntamiento, se debe a Fadrique Enríquez de Ribera, primer marqués de Tarifa, quien reconstruyó el antiguo castillo siguiendo modelos renacentistas italianos que había descubierto en su peregrinación a Tierra Santa.
     La población, de casas inmaculadas, no hay que decirlo, se desparrama asomada al embalse de su nombre. Entre el caserío sobresale la iglesia de Santo Domingo de Guzmán. Construida en el siglo XV, ha sufrido diversas reformas que han enmascarado su inicial estilo gótico. Tiene un gran retablo mayor de principios del siglo XVIII, obra de Juan de Valen­cia. Gran interés reviste también el Cristo del Capítulo, hecho en América, proba­blemente en México, de pasta de maíz.
     Otro hito importante es el convento del Corpus Christi, ocupado por monjas clarisas de 1597 a 1973 (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).  
     Bornos, a la orilla del pantano del mismo nombre, alimentado principalmente por las aguas del Guadalete.
     Con sus 8.000 habitantes, Bornos puede ser la antigua ciudad ibérica de Brana, citada por el romano Plinio en sus comentarios sobre la Bética. Hay que visitar el castillo del Fontanal y el de los Rivera, enorme caserón con encantadores jardines; la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, con un interesante conjunto de pinturas, y el convento del Corpus Christi, en el que destaca el patio de estilo sevillano (Rafael Arjona. Guía Total, Andalucía. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2005).

ruinas de Carissa Aurelia
     El yacimiento de Carissa Aurelia está enclavado en una zona de pequeñas colinas y cerros de escasa altura, a unos 200-274 metros sobre el nivel del mar, que forman parte de las estribaciones de la Sierra de Gamaza y Sierra del Calvario.
     Domina por el Este la zona de Coto de Bornos y por el Oeste la campiña del valle del río Salado. Esta zona ha sufrido profundos cambios desde hace unas décadas debido, esencialmente, a la tala masiva de árboles y a los cambios de cultivo, y, aunque se trata de tierras de una gran calidad agrícola, las transformaciones edafológicas han contribuido a una cierta desertización de este área.
     La ciudad es citada en los textos clásicos en escasas ocasiones y las indicaciones que éstos nos proporcionan se refieren principalmente a su situación geográfica y a su estatus. Plinio la ubica en el Conventus Gaditanus, como una ciudad de derecho latino, conocida por el cognomine de Aurelia. Ptolomeo sólo precisa su ubicación: entre Hispalis y Nabrissa. Tácito la menciona refriéndose al cognomen, afirmando que éste se vincula con Cornelia, madre de los Graco y con Atia, madre de Augusto. Hay que esperar al siglo XVII para volver a encontrar referencias sobre la ciudad. Rodrigo Caro, apoyándose en Plinio, rebate la tesis de aquéllos que sitúan la ciudad fuera del Conventus Gaditanus. Nos habla también de restos visibles, que en su época aún se conservaban y de los objetos provenientes de allí. Cita una lápida que, posteriormente, Hübner recogería en el Corpus Inscriptorum Latinarum. Romero de Torres, posteriormente, hará un recorrido sobre lo que ya se conocía, siendo lo más interesante las indicaciones que ofrece sobre piezas provenientes del yacimiento.
     De las distintas investigaciones, especialmente las llevadas a cabo entre 1985 y 1986 por Mª Luisa Lavado y Lorenzo Perdigones, se observa como el poblamiento se inicia en el Neolítico final o Calcolítico, a juzgar por los silos aparecidos y que perdura hasta época medieval, a juzgar por las inhumaciones en fosa sin ajuar aparecidas en las necrópolis. Sin embargo, el período de mayor esplendor se produce durante la época romana, cuando Carissa se convierte en ciudad de derecho latino, favorecida por César, cuyo cognomen es seguro que proviene de la madre de éste, y se contaba entre las
veintisiete ciudades que a finales del siglo I a. C. poseían el ius latii, perteneciendo muchos de sus habitantes a la tribu Galeria. La ciudad se abandona en época tardorromana, tras su destrucción en el 560 d.C., por los vándalos.
     El conjunto de Carissa Aurelia comprende una gran extensión y en él se pueden distinguir varios elementos:
        La Ciudad. La integra un despoblado formado por una serie de colinas donde se aprecian con claridad las diferentes partes de la ciudad; con una zona aplanada donde probablemente se ubicaron los edificios públicos. Una vía, que aún hoy día se conserva, flanqueada por los restos de lo que fueron las puertas de la ciudad. También son visibles los restos de su muralla. En superficie, se evidencian restos de muros y estructuras edilicias, así como materiales dispersos de construcción.
        Necrópolis Norte. Excavada durante las campañas de 1985 y 1986. Ha arrojado importantes testimonios sobre el ritual funerario de incineración con diversas tipologías en fosa simple y en doble fosa, éstas últimas con cubiertas de sillares, de ladrillos o de tegulae. Las de tegulae, dispuestas a dos aguas o con tapa horizontal; incineración de urna dentro de fosa con cubierta de ladrillo o tegulae o fosas recortadas y urnas dentro de funda de plomo. También son de interés los columbarios, simples o compuestos, asociados u otro tipo de incineraciones. En cuanto al ritual de inhumación, están presentes los de fosa simple, rectangulares o cuadrangulares; fosa irregular o antropomorfa; inhumación con fosa con cubierta de tegulae, a dos aguas o con tapa horizontal, o de ladrillos. Además están presentes las tumbas de sillares simples o mixtas con construcción de ladrillos y tegulae.
        Estructuras siliformes. Se trata de un conjunto de cinco estructuras siliformes, aparecidas en el transcurso de la excavación de la necrópolis tardorromana del Trigal Noroeste, de época prehistórica y que podría corresponder a un asentamiento al aire libre.
        Camino interior de la Necrópolis. Perteneciente a época romana, se encuentra relacionado con la Necrópolis Norte. Este camino se encuentra situado en la caída Este, con una anchura de un metro y con dos canales laterales de desagüe.
     Probablemente rodeaba la necrópolis por el Este y permitía el tránsito por el interior del cementerio desde la ciudad.
        Necrópolis Sur. Situada a ambos lados de uno de los caminos que daba acceso a la ciudad. Como característica común de esta necrópolis es que hasta ahora sólo está presente en ella el ritual de incineración. Los enterramientos presentan diversas tipologías, con tumbas de planta de cruz griega; troncocónicas o con cubierta a dos aguas. También aparecen tumbas de planta cuadrada construidas en mampostería, incineraciones simples en urnas e hipogeos (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

Castillo-Palacio del Fontanar
     De ser el bastión defensivo que dio origen a la localidad, pasó a convertirse en una de las residencias de los Adelantados Mayores de Andalucía. Esta transformación fue promovida por los Enríquez de Ribera durante años, con la intervención de algunos de los más renombrados arquitectos de los siglos XVI y XVII, como Benve­nuto Tortello, Giuliano Meniquini, Hernán Ruiz, Gil de Hontañón o Diego de Riaño.
     La torre del homenaje, pieza netamente militar, nos devuelve al periodo musulmán; de igual modo lo hacen algunos lienzos de la muralla y un macizo en el ángulo noroeste del conjunto palaciego. Todo ello en buena fábrica de cantería e integrado en el resto de las dependencias palaciegas, construidas en las primeras décadas del siglo XVI. Se añadió entonces la crujía de fachada, un cuerpo principal con zaguán que conecta el núcleo fortificado y el patio principal, de dos plantas y con galerías de arcos peraltados. El cuerpo superior está recorrido por una bella balaustrada tardogótica de parecida cronología a la portada de piedra que se abre en el muro septentrional, adintelada, y decorada con cardinas, figuras geométricas, relieves zoomorfos y la corona ducal. Parecida decoración presenta el torreón oriental, llamado de Gallardo, enriquecido con decoración goticista y rematado con una crestería de flores de lis. De Italia procede la fuente de mármol del centro del patio, con los escudos de Ribera.
     Hacia el norte del conjunto de encuentran los jardines, en los que se conjugan las formas vegetales y arquitectónicas, de acuerdo al diseño renacentista que se ha recuperado en la restauración promovida hace pocos años por el duque de Segorbe. Fue Fadrique Enríquez de Ribera, el primer marqués de Tarifa, quien los construyó inspirándose en los modelos italianos conocidos durante su viaje, pues desde este lugar partió hacia Tierra Santa (1518-1520). A la vuelta, no sólo reprodujo el Vía Crucis en un itinerario que desde el monasterio jerónimo llegaba al templete de la cruz de Esperilla, también se dejó influir por los modelos renacentistas al reformar el castillo para convertirlo en palacio.
     Una estructura de calles y plazoletas, con cuidadas perspectivas, ordena la rica vegetación de los jardines y culmina en la logia edificada en el siglo XVI por el milanés Benvenuto Tortello. Originariamente estuvo decorada con las esculturas clásicas y modernas obtenidas por el arquitecto Meniquini, agente de la familia en Roma, algunas de las cuales podrían haber pasado a la Casa de Pilatos, residencia de los Ribera en Sevilla. Desde 1949 el palacio es propiedad del Ayuntamiento de Bornos. Junto al jardín secreto del palacio, en el lugar donde estaba el baño de la Duquesa, se construyó en torno a 1721 la ermita de la Caridad, de la que sólo queda el recuerdo. Algunos vecinos pretendían dar en ella entierro digno a los pobres y tenía, además de la capilla, sacristía y casa del santero (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).  
     Castillo medieval y palacio renacentista.
     Del Castillo sólo queda en la actualidad, en la esquina suroeste del recinto, el robusto torreón del homenaje, de sillería, compartimentado en varias cámaras, y un potente macizo adosado al ángulo noroeste.
     El Palacio, que ya se hallaba muy deteriorado a mitad del siglo XVIII, ocupa los lados norte y oeste de un patio central al que se accede por un vano apuntado practicado en la crujía sur que constituye de hecho, sin relevancia arquitectónica, la fachada principal del edificio. La crujía norte se desdobla en tres niveles habitacionales que se alcanzan sucesivamente desde el propio patio y desde las mesetas de una amplia escalera de dos tramos, situada en el extremo este. Por el contrario, la crujía del lado oeste, presenta sólo dos plantas compartimentadas en numerosas estancias, rematadas en el extremo sur por el propio torreón del homenaje del castillo primitivo.
     Ambas crujías se abren al patio central en forma de claustro bajo y de galería alta que llaman poderosamente la atención por su rítmica y equilibrada esbeltez obtenida con arquerías peraltadas de medio punto, apeadas en sencillas columnas marmóreas. De una tercera arquería que cerraba por el lado este el patio sólo es visible aún, en planta baja, el estribo de arranque del arco de enteste en esquina con el de la galería contigua. Las concesiones ornamentales de este conjunto interior se centran en la gárgolas y la crestería calada ojival que, a modo de antepecho, perdura sin enfoscar en la galería oeste, y en los motivos de estilo gótico tardío -isabelino o protoplateresco- que decora una de las puertas de la galería norte; jambeado y dintel con friso de toscos leoncillos, animales mitológicos y cardinas al sur, montados por una faja de roleos lobulados, flanqueada por repisas en las que apoyan, arrodillados, dos pajecillos que alzan una colosal corona ducal.
     En el ángulo noroeste, se destaca hacia el exterior del cuerpo principal del edificio una torre de planta cuadrangular, denominada de Gallardo, que presenta en tres de sus fachadas unos vanos de ventana decorados con motivos similares a los de la puerta de la galería interior, completa la decoración de esta torre unos enfoscados de tracería segoviana y una coronación pétrea de flores de lis de la que sólo restan algunos ejemplares. Por los flancos norte y oeste rodean al edificio unos espaciosos jardines presididos entre arriates de Boj y arrayanes, por un templete decorado con azulejería de la época. Cierra los jardines por el sur una loggia deliciosamente italiana, con hornacinas en otra época ocupadas por estatuaria mandada esculpir ex profeso por los propios duques.
     Conjunto de planta cuadrangular formado por los restos de un primitivo castillo, denominado de Fontanar, y un palacio de estilo gótico tardío mandado construir en el siglo XVI por Fadrique Enríquez de Ribera, primer Marqués de Tarifa, a la sazón Señor de la Villa de Bornos (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Jardín en forma de L, dividido en dos partes con un camino central en cada brazo que se remata en elementos arquitectónicos (grutescos, loggia o portadas de acceso). Caminos secundarios acceden hacia el central desde los lados, formando parterres geométricos. Un tercer nivel del jardín, ya perdido, es accesible mediante una escalera flanqueada por una acequia.
     Dos espacios ambientes quedan reflejados en este jardín. Por un lado, el que conforma la avenida principal en eje con el ingreso del parque con una masa vegetal muy tupida, y por otro, la zona del jardín más recoleta que termina en la loggia que linda con el palacio. Una gran alberca sirve de articulación entre las dos partes.
     Los jardines de interés cultural que han pervivido en Cádiz y su provincia pertenecen, en su mayoría, al ámbito público (parques, paseos y plazas) aunque existen también una buena representación de los ligados a los grandes edificios palaciegos, a viviendas burguesas o a espacios de trabajo, como es el caso de algunas bodegas. Desgraciadamente, los fuertes procesos de transformación que han sufrido muchos de los edificios conventuales ocasionado que queden escasos ejemplos de esta tipología.
     La muestra que ha pervivido pertenece a muy distintas épocas remontándose el más antiguo que se conserva al siglo XVI y existiendo un predominio de los que tienen su origen en el siglo XIX. Los estilos más frecuentes son el Romanticismo (Historicista, Pintoresco, Paisajista y Morisco), Francés (Geométrico), Modernista, Regionalista y Clasicista.
     Son muchos los jardines de Cádiz de los que se desconoce su autor. Los autores conocidos provienen en algún caso de la vida pública (Eduardo Genovés y Puit que fue Alcalde de Cádiz) pero predominan los del mundo de la arquitectura (Guillermo Thompson, Juan Talavera, Juan de la Vega). Planimétricamente, presentan una variada tipología sin que pueda hallarse una tónica predominante adaptándose a los espacios urbanos en los que se ubican (alamedas, paseos, vacíos urbanos que se destinan a este uso). Encontramos así plantas rectangulares, trapezoidales, rectangulares, cuadradas, etc.
     Los elementos decorativos son de muy distintas naturalezas y estilos predominando el monumento tradicional (al Marqués de Comillas, al aviador Durán González, a Rubén Darío, a la Duquesa de la Victoria, a José María Pemán, a Félix Rodríguez de la Fuente, a César Vallejo y a Castelar), los bustos de personajes históricos, esculturas clásicas y de temática religiosa (Beato Fray Diego de Cádiz, Santa Rosa de Viterbo, San José y San Pedro) y elementos de mobiliario urbano como farolas y bancos.
     Entre las especies vegetales, las autóctonas están en mescolanza con otras de todo el planeta: Acacias, acebuches, adelfas, aguacates, alcornoques, naranjos, limoneros, aligustres, araucarias, Árbol del amor, Árbol de los dioses, cipreses, macrocarpas, eucaliptos, fícus, grevillea, hibisco de china, jacaranda, laurel, nogal americano, olmos pumila, palmera canaria, pinos (pinsapos), magnolios, pitos porum, jacarandas, celindos, jazmines, etc (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

Ermita del Calvario
     Hacia 1670 se construyó en la parte más alta del pueblo una pequeña ermita con el apoyo económico de la familia Soto. Poco antes de acabar el siglo se alojaría en el albergue inmediato un ermitaño, conocido como el hermano Mendoza que, con ayuda de una de las comunidades de frailes de la localidad, franciscanos o jerónimos, agregó a la edificación un nuevo cuarto cubierto con media naranja.
     Los religiosos fomentaron el culto en la ermita, estableciendo un Víacrucis a imitación del crea­do en la centuria anterior por Fadrique Enríquez de Ribera, que arrancaba del propio monasterio jerónimo. Todavía pueden verse algunos restos de este itinerario, como la cruz de cerámi­ca embutida en una de las casas de la calle de la ermita.
      La fachada es de perfil escalonado y rematada en espadaña, con una calle central en la que se ubican una portada de sencilla estructura arquitectónica y una hornacina. En la cabecera, como puede apreciarse al encontrarse exento, se levantan ostensiblemente las cubiertas a cuatro aguas del crucero.
     El edificio es de una sola nave, cubierta por bóveda de cañón con lunetos y arcos fajones, con cúpula sobre pechinas ante el altar mayor. Éste posee un profundo camarín, con una estructura de acceso a través de una dependencia situada en el muro de la derecha.
     Los altares se encuentran empotrados en los muros. En el interior se conservan espacios y formas arquitectónicas de gran sabor popular, carácter que comparten los elementos decorativos, como las pinturas pasionistas del camarín. La sacristía y el almacén están adosados al lateral izquierdo del templo.
     El retablo mayor posee banco, cuerpo de tres calles y ático. Es de orden compuesto, con poli­cromía que imita mármoles de colores. Decorado con motivos pasionistas. En las calles laterales hay dos santos del XVIII, San Antonio y San Pedro de Alcántara. El camarín se cubre con cúpula sobre pechinas y acoge el Crucificado del Calvario, de anatomía muy sumaria, elaborado en pasta de madera y articulado, que está acompañado de la Virgen de la Soledad -antes de la Amargu­ra-, San Juan, la Magdalena y las Marías, tallas del siglo XIX. A la izquierda del altar mayor hay un lienzo con el Arcángel que sigue el modelo zurbaranesco. Pasada la puerta de la sacristía se localiza el altar del Santo Entierro, quizá procedente de la capilla de la Resurrección. El Cristo yace en una curiosa urna de cristal, con columni­llas en las esquinas de orden compuesto, que fue hecha en San Fernando por el escultor Juan de Morales (1791). A continuación hay una representación escultórica de Santa Clara, de fines del siglo XVII, que forma pareja con un San Francisco situado en el muro de enfrente. Al final del muro cuelga un lienzo de la segunda mitad del siglo XVII, en el que aparece recortado un San Miguel que podría relacionarse con una representación de las Ánimas del Purgatorio representadas en el fragmento perdido. Frente a ella se sitúa el cuadro del Entierro de Cristo, que se ha identi­ficado como obra de escuela italiana procedente del Colegio de la Sangre, pero en realidad es una modesta versión del tema de Carracci. A conti­nuación una escultura de San Francisco de Asís y en el retablo-hornacina siguiente, que se trajo a fines del XVIII de la parroquia de Santo Domingo, hay una talla de San Francisco de Paula. El mueble es de la primera mitad del siglo XVIII, en tanto que el santo es más moderno. Antes de llegar al presbiterio se encuentra una última escultura de San José, anónima y sevillana y de mediados del XVIII (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).  

Iglesia de la Resurrección
     Fue edificada formando parte de un  hospital por voluntad del vecino de Bornos Diego Álvarez de Bohórquez, como dejó mandado en su testamento que se fecha en enero de 1555. Para ello debía usarse el solar de sus casas y otras adquiridas con tal fin. Todavía a mediados del siglo XVII la capilla estaba cerrándose con la cubierta de madera y el tejado de canal y redoblón, pero en 1689 se concluye el dorado de la techumbre. Parece que en la enfermería hubo un cuadro de Cristo en la cruz, que fue retocado por Murillo hacia 1668, pero en la actualidad sólo permanece en pie la iglesia, que es de una nave, cubierta con la armadura original y con los altares empo­trados en el muro.
     En este recinto recién restaurado sobresale el retablo barroco del testero principal, que se compone de banco y dos cuerpos de tres calles separadas por columnas salomónicas. Posee una extraña configuración, puesto que alternan las formas salomónicas con las mixtilíneas de las cornisas. Los documentos ofrecen noticias sobre su construcción en torno a 1721, con la participación del maestro Juan Soto. Pero la presencia del orden salomónico hace pensar en ciertas preexistencias. En 1746 fue dorado y la imagen del Resucitado renovada por Miguel Carreño. La mesa de altar se encuentra revestida de azulejos barrocos y la portezuela del sagrario está pintada con una imagen del Niño Jesús. En el cuerpo inferior aparecen dos santos flanqueando a la Virgen de las Angustias, del XVIII, de candelero, con corona y ráfagas; en el superior dos arcángeles a los lados de un Resucitado renacentista, renovado en 1694 por el pintor Diego de Armario.
     En la misma la capilla mayor cuelgan dos lienzos con la dedicatoria de la fundación efectuada a favor de la Virgen del Carmen por doña Ma­riana Carrasco, conocida por su meritoria acción promotora durante los años cuarenta del siglo XVIII. A la izquierda está representada la Virgen del Carmen dando el escapulario a un carmelita; y en el otro lado aparece San Elías. Ambas obras son muy descriptivas, pero de una discreta calidad artística.
     En el muro de la izquierda e inmediato a la capilla mayor, se sitúa un retablo-hornacina de la segunda mitad del siglo XVII que parece de acarreo; un lienzo de San Sebastián decora el ático y lleva la siguiente inscripción: «Este retablo mandó dorar D. Sebastián Muñoz de Mendoza y Dª. Marina Ponce de León, su mujer, por su devoción. Púsose en 19 de diciembre 1691». La figura principal del retablo es una escultura de tamaño natural del Santo Cristo de la Flagelación, obra sevillana de gran valor y realizada por un artista muy próximo a Pedro Roldán, que fue traída a la ermita en 1683.
     A continuación se muestra un cuadro de me­diana calidad que representa a la Virgen de los Dolores, testimonio de la presencia en la capilla de la Venerable Orden de los Siervos de María Santísima, cuyo establecimiento se produjo en 1775. El lienzo de las dos Trinidades, que cuelga cerca de la puerta, es una obra del siglo XVII, al igual que la pintura de San Cristóbal situada enfrente. El Niño Jesús dormido pintado sobre lienzo es una obra de inspiración murillesca que figura en el siguiente tramo de la nave, y le sigue un pequeño retablo-hornacina de la Virgen del Carmen realizado a principios del siglo XVIII.
     Por último, la sacristía contiene una bella pin­tura murillesca del último cuarto del XVII, que representa el busto de una mujer cubierta por un manto, y podría tratarse tanto de una Dolorosa como del retrato de una viuda, quizás la beata María Jiménez, hospitalera enterrada en 1698 a los pies del templo (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005). 
      La ermita, que se encuentra retranqueada respecto del viario público, por estar precedida por un atrio cercado por un elevado muro almenado, posee planta rectangular de una sola nave, con testero plano y altares adosados a los muros laterales, y está cubierta con un artesonado mudéjar de par y nudillo, limas, bordón, harneruelo de triple lacería, la central con un rosetón de mocárabe, en rueda de a cocho, y tres tirantes dobles enlazados por la típicas aspas. Esta techumbre ha perdido el enlatado y la teja morisca de cubrición que ha sido sustituida por unos faldones de chapas onduladas.
     La fachada, de rasgos mudejarizantes, presenta una portada con arco de medio punto, aparejado de ladrillos vistos, enmarcado por dos pilastras y un frontón recto túmido. El hastial, en forma de piñón escalonado, se reviste con sus espadañas de un solo ojo, enmarcado por un alfiz que se corona con otro frontón recto (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     
Iglesia de Santo Domingo de Guzmán
     Fue construida a fines del siglo XV pero su fá­brica gótica quedó enmascarada por las intervenciones posteriores. En 1559 Hernán Ruiz II se encarga de sustituir los viejos pilares y, aunque estos soportes no sean los actuales, se ha supuesto que la reforma fue muy relevante y afectó a la estructura general del edificio, la construcción del cuerpo de iglesia y la portada principal. Durante el barroco se rehízo la cabecera y en 1792 se levantó la torre.
     Es de planta de salón, con tres naves cubiertas por bóvedas de cañón con lunetos y arcos fajones que diferencian los cuatro tramos de que se componen. Separada por la nave transversal, se alza la gran cabecera, que tiene la anchura del cuerpo de iglesia y mayor altura, ordenada con grandes pilares en posición radiocéntrica. La decoración de yesos, con motivos geométricos y rocallas, acrecienta la diferencia entre estos dos ámbitos. Las capillas se organizan en función de esta diversidad compositiva. Unas alineadas con el cuerpo de iglesia y otras dispuestas radialmen­te entre los contrafuertes de la cabecera.
     La portada es de diseño muy clasicista, orga­nizada en dos cuerpos, con frontón recto. En el cuerpo inferior, el vano de acceso flanqueado por dos columnas toscanas, sobre el que descansa un sencillo entablamento. El superior es mucho más herreriano, con apilastrado jónico, cartabones y un vano a eje con la puerta, que se adorna con columnillas toscanas y el alfiz. A la derecha del vano se ha embutido un ara visigoda que rememora a varios santos mártires del cristianismo primitivo.
     En el interior destaca el retablo mayor, obra del sevillano Juan de Valencia, de principios del XVIII.
     Compuesto de banco, tres cuerpos con otras tan­tas calles separadas por columnas salomónicas de seis espiras y ático con medallón trilobulado. Todo ello organizado con distintas dimensiones, puesto que los dos cuerpos inferiores están unidos por cuatro grandes columnas y en la calle central se disponen sagrario y manifestador. El tramo superior tiene parecida altura que los dos inferiores unidos, aunque las columnas evolucionen en distinto sentido. En la calle central, de arriba abajo se alojan un pequeño crucifijo, un Niño Jesús atribuido a La Roldana, y Santo Do­mingo, en tanto que en los laterales se encuen­tran las esculturas de los cuatro evangelistas y los obispos sevillanos Leandro e Isidoro.
     Por el lado derecho, la capilla inmediata a la mayor es la de San Pedro, que posiblemente per­teneció a una hermandad de sacerdotes. Posee un retablo hornacina, donde se aloja el santo titular. Es obra del tercer cuarto del siglo XVIII, diseñada de acuerdo al modelo de Cayetano de Acosta, con columnas corintias de fuste de rocallas y rematado con una gran crestería rococó. La escultura del Pontífice es contemporánea a la arquitectura.
     La capilla contigua aloja el Sagrario y se cubre con una cúpula decorada por exuberantes yeserías barrocas. El retablo de estípites fue realizado en Sevilla en el segundo cuarto del siglo XVIII, por un maestro cercano a José Maestre. Está presidido por la patrona de la localidad, una talla del siglo XVIII de la Virgen del Rosario con el Niño dormido en sus brazos, y en el ático pre­senta un relieve de la entrega del Rosario a Santo Domingo. De las paredes cuelgan diversos cuadros interesantes, como los dos pequeños cobres que representan a San Francisco y San Jerónimo, una Virgen de Belén de aire italiano y otra versión en tondo inspirada en el modelo murillesco, obra cercana a Juan Ruiz Soriano.
     La gran capilla de Ánimas contiene varios retablos, el principal es de mediados del XVIII y está influido por la arquitectura de Manuel García de Santiago, está dedicado a las Almas del Purgatorio, que se representan en un relieve de la época. En el muro frontero cuelga, bajo dosel y con un banco con decoración geométrica y ro­leos, el Santísimo Cristo de la Vera Cruz, obra del segundo tercio del XVI, procedente de la ór­bita de Roque Balduque. El retablo-hornacina del Niño Jesús lo preside una bella talla com­pleta infantil de un artista próximo a La Rolda­na, bajo la cual se sitúa una pintura italiana del siglo XVII, de la Virgen de Belén, con la que se vincula la dedicatoria: «A devoción de Dª Apolo­nia Pelaes i La». El mueble posee estípites y deco­ración vegetal, fechándose en la primera mitad del XVIII. La Virgen de los Remedios, de cande­lero, se encuentra en un sencillo altar de roca­llas de mediados del XVIII, completándose la decoración de esta capilla con un pequeño lienzo dieciochesco que muestra la aparición del Niño Jesús a Santa Rosa de Lima, y otro de la Virgen de la Rosa, con el Niño en brazos y un libro en la mano, en que se lee: «Volvió el rostro Cristo por no ver un sacrilegio». Este cuadro, el Crucifijo y la Virgen de los Reme­dios, proceden de la  ermita de la Veracruz.
     Al exterior de la capilla se sitúa el altar de San Juan Nepomuceno con retablo neoclásico. La escultura, con una primorosa policromía rococó, es una interesante obra sevillana del segundo tercio del XVIII, pertene­ciente a un artista afín a Duque Cornejo. En el mismo tramo de muro hay una pintura sevillana del siglo XVI, que se ha relacionado con Alejo Fernández y muestra a la Virgen de la Antigua, obra en la que destacan la bella decoración floral de la túnica y la cenefa dorada del manto, así como la cuidada descripción de los ramilletes de flores situados a los lados de la imagen. De menor calidad, pero con interés ico­nográfico, es la Verdadera efigie del Venerable Juan de Ribera, pintada en 1718.
     En la capilla del Cristo del Capítulo se encuen­tra el Crucificado que le da nombre y que, como su título indica, presidió la Sala Capitular en el monas­terio de los jerónimos. Según un historiador antiguo, el padre Mariscal, se trata de una imagen hecha en papiro y procedente de Indias. Es posible que se trate de una escultura elaborada con la tradicional pasta de maíz en algún taller de México, entre los siglos XVII y XVIII. A los lados se muestran dos tallas modernas de San Juan y la Virgen. Concluye el recorrido por este lateral en el último tramo, donde se encuen­tran dos lienzos, ambos de principios del XIX, con las representaciones de Santa Catalina mártir y San Dimas, «avogado de afligidos i Caminantes i de tormentas».
     El coro, situado a mediados de la nave central, está cerrado por una reja de ma­dera con balaustres torneados sobre un zócalo de piedra labrada y calada con motivos de rosetas. La sillería es de ocho escaños por banda, con ligeros toques de gubia, motivos geométricos, los estalos bordeados con temas vegetales y el dintel de la puerta  decorado con roleos barrocos. El conjunto podría corresponderse con el trabajo efectuado por el maestro Juan Ley María, en la década de los sesenta del siglo XVII. El órgano, sobre el lateral derecho, es una valiosa pieza con toda su canutería, construido por el maestro José Antonio Morón en 1782, cuya caja tiene una pro­fusa talla rococó, realizada por el sevillano Francisco de Acosta en las mismas fechas.
     En la nave del Evangelio, junto al muro de los pies, cuelga un cuadro de San Cristóbal del siglo XVII y a continuación la capilla del Nazareno agrupa varios altares de similares características. Tiene doble acceso, uno cerrado por una cancela de madera con balaustres, y otro a través de la capilla aneja de San Laureano, con la que está unida, marcando la diferencia espacial un arco. El altar del Nazareno se encuentra en el testero; es un retablo neoclásico de madera jaspeada y con columnas corintias de atípico fuste estria­do, construido en torno a 1828. El titular es de vestir, con la cruz a cuestas, expresiva obra del XVII, que se acompaña de dos tallas de menor tamaño en los nichos laterales, un San Sebastián de sumarios trazos y una Inmaculada dieciochesca de pose teatral. El retablo-hornacina contiguo es de Bartolomé García de Santiago (1730) y está dedicado a la Dolorosa; tiene estípites y abundante decoración vegetal. Al lado, se sitúa el cuadro de la Virgen de Guadalupe, obra mexi­cana del XVIII con un elaborado marco barroco, que procede del desaparecido convento de San Jerónimo. Sin solución de continuidad siguen los retablos-hornacinas de la capilla de San Laureano. El santo titular se aloja en el retablo cen­tral, que es gemelo al anterior. A la derecha, otro altar que no tiene soportes y está decorado con rocallas, que vino de San Bernardino, donde se aloja un Cristo de Humildad y Paciencia, que podría ser del XVI. En el otro lado, una Santa Bárbara barroca en un altar que, pese a tener columnas salomónicas, está fechado en 1747 y contiene la siguiente inscripción: «Se hizo esta obra y se doró a devoción del sr dn Juan Pelaes de Alaraz». La mesa de altar está ocupada por un San Juan Bautista del siglo XVIII.
     En la pared frontera hay tres cuadros interesantes. Una pintura dieciochesca de aire americano en la que se representa al beato Luis de Gonza­ga ante el altar de la Virgen del Buen Consejo, que procede de la ermita de la Resurrección. Y junto a ella los retratos del Padre Cabañuelas y de V. Gómez de Córdoba, obispo de Guatemala, ambas del siglo XVIII. A la misma  altura de la citada capilla, pero en la nave, cuelgan las pin­turas que representan a Santa Rita de Casia, de escuela zurbaranesca, y a San Fernando, obra del último cuarto del siglo XVII.
     En una de las exedras de la cabecera se en­cuentra un San Sebastián neoclásico, y en la siguiente el altar de San José, cuya imagen titu­lar sostiene al Niño dormido en los brazos. A los lados se ubican las esculturas de Santa Ana con la Virgen niña y San Joaquín. Y cerrando el recorrido, junto a la capilla mayor, la de la Virgen del Tránsito, una delicada talla vestida del siglo XVIII que representa a la Virgen muerta en su altar, de estructura clásica con decoración de rocallas.
     La sacristía guarda un retrato de Per Afán de Ribera, pintado a principios del  siglo XVIII, y una talla del Niño Jesús dormido en una sillita, curiosa pieza de la misma centuria que se apoya sobre el ropero del ajuar litúrgico. La pared del citado armario está decorada con una bella yesería rococó, aprovechando el volumen que gene­ra el camarín del altar mayor al trasdosarse. La ropa litúrgica es abundante, con algunas piezas de notable valor. Destaca un terno de terciope­lo rojo, con forros en seda del mismo color, y bordado con diferentes motivos figurativos en oro y sedas de colores. En la capa pluvial apare­ce la Virgen del Rosario bajo dosel de columnas salomónicas.
     Por último, hay que considerar la abundante platería que posee la parroquia. Resalta una custodia de pie en plata sobredorada, con base circular y profusa decoración vegetal, motivos eucarísticos y rostros angelicales, cuyo astil presenta un nudo piriforme de abultado relieve. En el viril se lee la inscripción: «siendo mayordomo de esta iglesia D. Juan Ruiz se hizo en Sevilla en casa de d. Manuel Guerrero, platero de la Sta. Iglesia». El templete de la custodia de plata en su color, con una gran cúpula calada, fue realiza­ do en 1763 y recorre su interior una inscripción que recuerda la donación de doña Josefa Peláez de Alaraz, hermana del presbítero de los mismos apellidos.
     Se atesora además un ostensorio neoclásico de plata en su color y con palmetas en el pie, que es de origen sevillano y lleva las marcas V FRANC y ROJAS. El relicario del Lignum Crucis, de plata sobredorada y decorado con rocallas, fue realizado en Sevilla en 1754, presentando las marcas VI y LIB/ER. La cruz parroquial presenta macollas clasicistas, con asas entre relieves, y la cruz de sección poligonal. El portaviático es sobredo­rado con águila bicéfala y cruz de filigrana de plata en su color. Y la campanilla, de 1781, lleva la inscripción de los donantes, d. Bartolomé Salvatierra Fabares y doña Catalina de la Barra y Gobantes. Los dos atriles de lámina y pie, con grandes y bellas rocallas repujadas, fueron he­chos en 1781 por Gargallo. El juego de sacras con rocallas para el altar mayor lleva las marcas de la ciudad, del fiel y el platero (CARDENAS y GARGALLO).
     Entre la amplia serie de cálices, merecen resal­tarse varios manieristas como el de plata sobre­dorada que presenta nudo de jarra con costillas y asas; el que posee un nudo de jarra clásica, y otro algo más moderno, con decoración de cabu­jones. Igualmente destacan dos cálices barrocos y sin decoración. Se conserva además un copón sobredorado de esmaltes, con un esbelto nudo, y blandones adornados con rocallas, marcados por JVNGVER (Guerrero) y DCARD (Cárdenas) (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).  
     El templo actual, reedificado a partir de una antigua Iglesia Medieval de estilo mudéjar, ha sufrido numerosas reformas a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII. En 1550 Hernán Ruiz sustituye por columnas los primitivos pilares góticos. A mitad del siglo XVIII, ante el arruinamiento de la Iglesia, el Arquitecto Diocesano Cristóbal Ortiz da las condiciones para la reconstrucción de la nave central y colaterales. Hacia 1.730 se realiza de nueva planta el crucero y el testero y se dan medios puntos y aristas a los arcos y las naves. Pedro de Silva de en 1.769 las condiciones para un nuevo techado y en 1.792 se da remate a las obras de cuerpo de campanas de la torre.
     La planta del cuerpo principal es de cruz latina, de tres naves de cuatro tramos con arcos de medio punto y bóvedas de aristas, crucero con bóveda hemisférica apeada en pechinas y torales de medio punto y testero plano ochavado por capillas absidales semicirculares con bóvedas de horno. Por ambos lados del cuerpo principal se adosan una serie de capillas de dimensiones y tipologías diversas. La cubierta son faldones de tejas moriscas sustentados por armaduras de madera. La fachada principal, situada al pie de la iglesia, es de estilo neoclásico, compuesta por un vano de medio punto, semicolumnas estriadas toscanas sobre podios y arquitrabe liso. El segundo orden es jónico de pilastras pareadas centradas por un vano de medio punto entre pilastras jónicas. El conjunto se corona con un frontón recto decorado con bolas, en cuyo tímpano figura un azulejo de Santo Domingo.
     La torre de planta cuadrada, situada en el lado de la Epístola de la fachada, tiene un primer cuerpo de gran esbeltez y un cuerpo de campanas de vanos entre pilastras toscanas decoradas con azulejos rematado con un chapitel ochavado bulbiforme decorado con azulejos (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).

Otros lugares de interés
     En Bornos existieron otras cuatro fundaciones vinculadas a los Enríquez de Ribera, dos de ellas se conservan parcialmente, el convento de Cor­pus Christi y el colegio de la Sangre, mientras que otras dos se hallan arruinadas, el convento de San Bernardino y el monasterio de Santa María del Rosario.
     El primer duque de Alcalá y marqués de Tarifa, Per Afán de Ribera, dispuso en su testamento la fundación de una casa-hospital para doce criados hidalgos de la casa. San Juan de Ribera, hijo del testador, fue el encargado de cumplir esta voluntad pero consideró que el edificio ya comenzado era inapropiado y lo entregó a unas monjas clarisas que lo mantuvieron como convento del Corpus Christi desde 1597 hasta 1973. En el proceso constructivo está documentada la participación de importantes artistas procedentes de Jerez y Sevilla. Significativa fue la actua­ción del cantero Juan de Cereceda, el arquitecto Baltasar Barón, el retablista y carpintero Juan Bautista Vázquez «El Mozo» y el pintor Sebastián de Barahona. Adaptado, después de profundas reformas, a Instituto de Enseñanza Secundaria, ha logrado mantener parte del aire conventual, con un gran claustro distribuidor de las distintas dependencias educativas. La antigua iglesia sirve como salón de actos, es de una sola nave pero de gran porte, con un gran arco toral sostenido por pilastras jónicas con las armas de la casa de Alcalá, que marca la separación de los ámbitos privado y público. En éste último se abren dos puertas de mármol con sendos frontones rectos. Destruida la iglesia en 1865, los servicios litúrgicos pasaron al oratorio o sacristía, hoy sala de medios audiovisuales, donde aún se conservan las tumbas de Francisco Enríquez de Ribera y su esposa Leonor Ponce de León, que proceden del convento jerónimo que fundaron. Una escalera monumental, que arranca de uno de los ángulos del patio y se cubre con bóveda octogonal con trompas, lleva al piso superior, donde hubo sesenta celdas.
     Se conserva en uso el pozo y la noria que abastecían de agua a la huerta. Las obras de arte que poseía la comunidad al abandonar el convento en 1973, fueron depositadas en las Clarisas de Regina, en Sanlúcar de Barrameda.
     Debido al cambio de uso del edificio anterior San Juan de Ribera fundó enfrente, en la misma plaza, el Colegio de la Sangre, actualmente habilitado con fines educativos. Es de una sola planta, con un patio distribuidor de rústico acabado, con columnas monolíticas de sección cuadrada, de un esquemático orden toscano. El resto de las dependencias son modernas. El convento de San Bernardino fue fundado en 1590 por el IV mar­qués de Tarifa, Femando Enríquez de Ribera, como casa de estudio y noviciado de franciscanos. Construido en lo esencial por el ingeniero y maestro mayor de obras, Andrés de Oviedo. De sus enseres se sabe que Luis de Figueroa intervino en 1629 en la ejecución del retablo mayor. En la actualidad quedan algunos restos, aparte de los muros perimetrales, parte de la torre y una de las portadas, con un azulejo de San Francisco del siglo XVI, todo ello en propiedad particular desde la desamortización.
     De la que fuera una de las primeras y más importantes fundaciones de los Ribera en Bornos, el monasterio jerónimo de Santa María del Rosario, sólo quedan en pie algunos lienzos de pared y un gran cubo que parece corresponder con la cúpula, además de la huerta, que próximamente será urbanizada. Fue fundado en 1505 por el Adelantado Mayor de Andalucía, Francisco En­ríquez de Ribera. De su importancia da cuenta el hecho de que se extendiera sobre un cuadro de ocho aranzadas de terreno. Poseía un gran claustro, de columnas genovesas con claraboyas caladas y una iglesia de planta de salón. Ésta fue amueblada en el primer siglo de existencia, con obras de algunos de los primeros maestros activos en Sevilla, como el tallista Pedro de Becerril y el pintor de imaginería Luis Hernández, que hicieron en 1572 dos retablos, uno dedicado a San Jerónimo y otro a Santa Ana. Después de un siglo XVIII de esplendor, con la presencia de diversos pensadores y eruditos en la comunidad jerónima, llegó la extinción en 1835, con la desamortización de Mendizábal. El amplio conjunto monumental de Bornos está salpicado de otras obras, como la Casa de la Cilla, hoy convertida en vivienda particular, aunque conserva la vistosa fachada con los símbolos de la Diócesis de Sevilla y una rica portada de piedra fechada en 1781. O el palacio de los Ordóñez, en la calle Granada, edificado en la segunda mitad del siglo XVIII y de sobria fachada blasonada (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).  
Convento del Corpus Christi
. Fundado a finales del siglo XVI por San Juan de Ribera para Asilo de Ancianos Hidalgos, fue ocupado desde su origen por las monjas de la orden clarisa, las cuales lo han mantenido como monasterio hasta no hace muchos años. El edificio labrado en cantería y ladrillo, de planta cuadrilonga a dos o tres alturas, desarrolla crujías subdivididas en estancias alrededor de un patio central con planta baja en arquería de medio punto apeada en columnas y planta alta en galería cerrada con balconada. Una serie de dependencias menores y patios secundarios completan por el fondo y los laterales el conjunto, en el cual destaca una monumental escalera de barandilla tallada en piedra.
     De la iglesia, que ocupa el a la derecha del frente del edificio según planta de cajón rectangular, por haber sufrido en 1685 un pavoroso incendio que destruyó la techumbre, sólo quedan los muros y un arco toral triunfal de medio punto apoyado con pilastras con enjutas decoradas con dos escudos de la casa de Alcalá que separa espacialmente el presbiterio del resto del templo, así como la torre cuadrada de limpios paños latericios con cuerpo de campanas entre pilastras rematado con un tejadillo trasdosado de azulejería blanca y azul. (La campana parece hallarse en algún lugar de Sanlúcar de Barrameda).
     Tras la acertada restauración llevada a cabo recientemente por la Caja de Ahorros de Jerez de la cual no ha escapado ni la noria existente en la huerta, el edificio presenta un aspecto magnífico cuyo ejemplo sería deseable considerar (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     
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