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viernes, 30 de junio de 2023

Los principales monumentos (Oratorio de la Santa Cueva; Iglesia del Rosario; Casa de los Mora; e Iglesia del Convento de San Francisco) de la localidad de Cádiz (VI), en la provincia de Cádiz


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Cádiz, déjame ExplicArte los principales monumentos (Oratorio de la Santa Cueva; Iglesia del Rosario; Casa de los Mora; e Iglesia del Convento de San Francisco) de la localidad de Cádiz (VI), en la provincia de Cádiz.

Oratorio de la Santa Cueva
     Contiguo a la parroquia del Rosario se levanta el oratorio que perteneció a la Congregación del Retiro Espiritual, surgida en Cádiz hacia 1730 y dedicada a las prácticas piadosas en torno a la pasión de Cristo. Entre sus miembros se contaron los personajes más destacados de la sociedad ga­ditana del siglo XVIII, algunos de los cuales podemos ver retratados en torno a la Virgen del Refugio, en el lienzo que realizó el pintor de origen alemán Franz Xavier Riedmayer para el retablo callejero, ubicado en la fachada del oratorio. Uno de ellos, el padre Sáenz de Santa María, Marqués de Valde-Íñigo, empleó gran parte de la fortuna familiar, procedente de las transacciones comerciales con México, en la construcción del actual oratorio.
     Dividido en dos ámbitos, uno subterráneo dedicado a la pasión y muerte de Cristo y otro superior consagrado a la exaltación de la Eucaristía, constituye este conjunto una muestra excep­cional de la integración de todas las artes al servicio de un estudiado programa de inspiración jesuítica. La capilla inferior, inaugurada en 1783, fue diseñada por Torcuato Cayón como un recinto austero, adecuado a las rígidas prácticas penitenciales de los congregantes.
     En 1793 el Marqués se convirtió en heredero de toda la fortuna familiar, que decidió invertir en la mejora y ampliación de la parroquia del Rosario y Oratorio de la San­ta Cueva. Se aprovechó esta ocasión para dar una entrada independiente al oratorio y se varió la orientación de la capilla baja; pero la gran empresa fue la construcción de la capilla eucarística. La fachada del conjunto es de gran sencillez, articulándose por medio de pilastras dó­ricas, entre las cuales se alo­ja el retablo público, con el lienzo pintado por Riedmayer. Se accede por un pequeño atrio, en cuyo frente hay una hornacina con la Virgen de la Soledad, expresiva talla policromada del escultor academicista granadino Manuel González. En los muros hay diversas inscripciones que refuerzan la intención del programa iconográfico. A la capilla sub­terránea se accede a través de una escalera de doble tiro, que parte de ambos extremos del  atrio hasta sendos vestíbulos, en los que se sitúan hornacinas con las imágenes de Cristo atado a la Columna y Jesús Caído, atribuida esta última también a Manuel González. La capilla se concibió como un edificio de planta basilical con tres naves, donde sólo destaca el calvario del altar mayor, cuyo dramatismo es acentuado por una tenue luz cenital, que penetra por la linterna de la bóveda elíptica que cubre el presbiterio. Este conjunto lo componen tallas de los autores genoveses José Gandulfo y Jácome Vaccaro. Dos parejas de pequeños ángeles lampareros, obra de Cosme Velázquez, flanquean el presbiterio. A los pies de la nave principal hay una tribuna, desde donde se dirigían los ejercicios y disciplinas de la Congregación. Todos los años tiene lugar aquí, en la mañana del viernes Santo, la ceremonia del sermón de las Siete Palabras, acompañado musicalmente por un cuarteto que interpreta un oratorio de Joseph Haydn, compuesto para este lugar por encargo de Valde-Íñigo. La capilla alta ofrece, por su riqueza decorativa, un intencionado contraste con el ámbito penitencial. Se acce­de a ella mediante una escalera de tipo imperial con balaustrada de mármol, en cuya meseta hay una hornacina con el Corazón de Jesús.
     El atrio de entrada cobija la tumba del fundador, un sencillo monumento neoclásico realizado en mármoles, y junto a él se dispone una vitrina que contiene la imagen del Buen Pastor, realizada por Manuel González. La capilla sacramental fue realizada entre 1792 y 1796 por Torcuato Benjumeda, que concibió un espacio unitario de planta oval, siguiendo la tradición manierista, aunque recogiendo las aportaciones barrocas derivadas de Bernini, tan frecuentes en la arquitectura española de la Ilustración. Sus muros se articulan mediante ocho medias columnas jónicas, realizadas en jaspe, y sobre el entablamento se dispone la bóveda, a la que se abren ocho vanos circulares. En el presbiterio se levanta un sagra­rio-tabernáculo de mármoles, con puerta en plata cincelada, flanqueado por dos ángeles mancebos en actitud de oración, realizados en madera policromada en blanco, al igual que el resto de las esculturas que decoran la capilla. El templete fue diseñado por Torcuato Benjumeda y las esculturas son de Cosme Velázquez, inspirándose el conjunto en la disposición ideada por Bernini para la capilla del sagrario de la Basílica de San Pedro en Roma. A Cosme Velázquez también se deben los altorrelieves situados en los intercolumnios centrales de la capilla, que representan la comunión de San Estanislao de Kostka y la de San Luis Gonzaga. La decoración escultórica se completa con los ángeles lampareros, situados a ambos lados del arco de acceso al presbiterio, y varios ángeles niños, distribuidos por las cornisas y guardapolvos de las puertas, todos ellos de Cosme Velázquez.
     La bóveda fue decorada al fresco por Antonio Cavallini, a fines del siglo XIX, quién realizó un trampantojo imitando yeserías y relieves inscritos en óvalos. Sobre el arco del presbiterio hay un lienzo con el retrato del marqués de Valde-Íñigo, realizado por Riedmayer hacia 1804, tras la muerte del mecenas.
     La parte superior de los cinco intercolumnios, desprovistos de altar, contiene lienzos de medio punto, que fueron pintados por Zacarías González Velázquez, José Camarón y Francisco de Goya. A los primeros corresponden las Bodas de Caná y el Rocío del Maná, mientras que Goya es el autor de los tres restantes, que representan La multiplicación de los panes y los peces, La parábola del invitado a la boda y la Santa Cena.
     Son tres espléndidas muestras de la plena madurez de este artista, que ha dejado en ella uno de sus más logrados conjuntos de temática religiosa. Especial interés tiene, desde el punto iconográfico, el carácter arqueológico con el que se han resuelto algunas escenas y elementos, especialmente la disposición de la Santa Cena, en un triclinio, recurso que puede obedecer al influjo jansenista.
     El edificio posee diversas piezas de artes suntuarias, entre las que destacan la lámpara central, de cristal de la Granja, y el mobiliario inglés.
Centro de interpretación.
Un pequeño espacio, ubicado sobre la nave de la epístola de la capilla subterránea, acoge un centro de interpretación, en el cual se exponen algunos documentos re­lativos al conjunto y piezas de artes suntuarias, entre las que destacan una custodia, un cáliz, un juego de candelabros y parte de algunos ternos bordados, todos contemporáneos de la capilla. También se exhiben una imagen del Niño Jesús en su cuna, talla policromada de fines del siglo XVIII y un pequeño calvario, que posiblemente fuera el que presidió la capilla subterránea hasta el año 1793.
     El último ámbito coincide con la tribuna abier­ta al presbiterio, donde tradicionalmente se situaba el cuarteto de cuerda que interpretaba las Siete Palabras de Haydn. También se expone aquí una representación de la Pentecostés, rea­lizada sobre tablas recortadas, parte de un altar efímero que se instalaba en el presbiterio de la capilla penitencial durante dicha festividad (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
El Oratorio de la Santa Cueva supone una de las muestras más completas del neoclasicismo gaditano y responde en su trazado a las devociones de la Congregación de Madre Antigua.
     El interior consta de dos capillas superpuestas, una superior o capilla alta, de extraordinaria riqueza y luminosidad, y otra subterránea o capilla baja de mayor austeridad y recogimiento. Se accede por un pequeño atrio en cuyo frente hay una hornacina con la Virgen de la Soledad. A la capilla subterránea se accede a través de una escalera de doble tiro, que parte de ambos extremos del atrio hasta sendos vestíbulos. Esta capilla fue trazada por Torcuato Cayón, inaugurándose en 1783. Tiene planta rectangular dividida en tres naves por pilares cruciformes con presbiterio, también triangular. La cubierta es de bóvedas de aristas en las laterales, mientras que el presbiterio se cubre por bóveda elíptica con lucernario.
     A los pies de la nave principal hay una tribuna para dirigir desde allí las disciplinas de la Congregación.
     La capilla alta fue realizada entre 1793 y 1796 por Torcuato Benjumeda y está dedicada a la exaltación de la Eucaristía, por lo que presenta una suntuosidad totalmente opuesta al ascetismo de la capilla subterránea, a la que se accede mediante una escalera de tipo imperial con balaustrada de mármol. El oratorio es de planta elíptica con presbiterio de igual planta. Sus muros se articulan mediante ocho medias columnas jónicas, realizadas en jaspe, y sobre el entablamento se dispone la bóveda a la que se abren ocho vanos circulares. En el presbiterio se levanta un tabernáculo de mármoles que fue diseñado por Torcuato Benjumeda.
     El exterior es de una gran sobriedad, presenta dos cuerpos recorrido por pilastras toscanas que compartimentan el frontispicio. Entre ellas se coloca la puerta y la ventana rematando sus dinteles con frontones, de los cuales el central es semicircular y los laterales triangulares. Separado por una moldura comienza el segundo cuerpo al que se abren tres ventanas de idéntica fabrica. Apoyada sobre los capiteles de las pilastras corre un pequeño entablamento donde se observan las metopas y los triglifos.
     Este Oratorio tiene su origen en la congregación de la Madre Antigua, asociación religiosa que centraba sus objetivos en las prácticas contemplativas y penitenciales. Entre sus miembros se contaba el marqués de Vade- Iñigo, personaje destacado en la vida gaditana de fines del siglo XVIII que financió las obras de la Santa Cueva para que la hermandad tuviese una sede adecuada para sus fines. También él patrocinó las obras de reconstrucción de la contigua parroquia del Rosario, apreciándose en estas empresas un especial cuidado en plasmar las mejores representaciones del arte en su época, por lo que podemos considerarlo un auténtico mecenas.
     La obra fue proyectada por Torcuato Cayón de la Vega hacia el año 1781 y la dirige desde entonces y hasta el año 1796, siendo acabada por su ahijado y discípulo Torcuato Benjumeda en estilo neoclásico, aunque con ciertas reminiscencias barrocas (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Siguiendo por San Francisco, se alcanza Columela, que aquí nace o aquí concluye, según se mire. Entrando por ella, la primera bocacalle es Rosario, que corre paralela a San Francisco. Doblando a la derecha, en dos pasos se llega a este extraordinario templo, el más inquietante y siniestro no sólo de la capital, sino de toda la provincia y, al mismo tiempo, una joya artística de primera categoría. En su día perteneció a la Congregación del Reino Espiritual, que hizo su aparición en Cádiz en 1730 en torno a la Pasión de Cristo.
     El oratorio como tal se debe al padre Sáenz de Santa María, marqués de Valde-Íñigo. Este sacerdote secular era hijo de un acaudalado comerciante que alcanzó a conseguir el título de marqués de las Torres y del que heredó una inmensa fortuna. Transido de fervor, decidió emplear su dinero en engrandecer la Congregación del Retiro Espiritual. Con este propósito, adquirió una capilla subterránea que aquí se encontraba y, a continuación, las casas que sobre ella existían. Seguidamente, procedió a reconstruir enteramente la cueva y a edificar en la planta superior una capilla de nueva planta. Empezó por la cueva, cuyo proyecto encargó a Torcuato Cayón, llevando luego la dirección de las obras Torcuato Benjumeda.
     El oratorio de la Santa Cueva es en rea­lidad una cripta lóbrega y fría. Se com­pone de tres naves separadas por gruesos pilares, sin más adorno ni decoración que un Calvario situado en el presbiterio, sobre el que, a través de la linterna de la cúpula elíptica que cubre el espacio, cae dramá­ticamente un hilo de luz, única iluminación de la capilla. En este tenebroso lugar se reunían los miembros de la Congregación -sólo hombres, ya que las mujeres tenían prohibida la entrada- para flagelarse las espaldas con disciplinas hechas de cuerda con gruesos nudos y al ritmo que imponían las jaculatorias de un sacerdote sentado en un alto sillón situado en el fondo de la cripta. Ahora ya nadie practica estos ritos, pero todos los años, en la mañana del Viernes Santo, se celebra en este lugar el sermón de las Siete Palabras, ceremonia durante la que se interpreta el Oratorio que Joseph Haydn, por entonces el músico más importante de Europa, escribió expresamente para la Cueva por encargo del padre Santa María.
     Todo lo que de sombrío y tenebroso tiene la capilla subterránea se convierte en luminosidad, brillo y esplendor en la capilla superior. Ésta es una gema dorada que deslumbra y fascina al visitante. Responde al proyecto de Torcuato José de Benjumeda, quien dirigió también la construcción, realizada entre 1792 y 1796. Consiste en un salón neoclásico de planta oval, con ocho vanos articulados mediante columnas jónicas de jaspe adosadas al paramento. Sobre ellas corre un entablamento en el que descansa una cúpula horadada con ocho vanos circulares por los que penetra la luz a raudales. Está cúpula lleva una decoración a base de pinturas geométricas, tan hábilmente realizadas que ofrecen la impresión de ser relieves. Son de finales del siglo XIX y su ejecución se debe a Antonio Cavallini. La capilla está consagrada al Santísimo Sacramento sobre un templete circular formado por columnas corintias sobre las que apea la cúpula, en el que se ubica un espléndido sagrario con la puerta de plata tallada, flanqueado por dos ángeles orantes que, junto con los que figuran en la cúpula, fueron realizados por Cosme Velásquez. También son de este escultor los ángeles lampareros existentes en el arco de acceso al presbiterio, sobre el que cuelga el retrato del padre Sáenz de Santa María, pintado por el alemán Franz Xavier Riedmayer tras la muerte del fundador del oratorio, cuya tumba se encuentra a la entrada de la capilla. En los intercolumnios centrales, enfrentados uno al otro, hay dos extraordinarios relieves labrados también por Cosme Velásquez. Representan La comunión de San Estanislao de Kostka y La comunión de San Luis Gonzaga. La parte superior de los intercolumnios restantes la ocupan pinturas. Tres de ellas corresponden a Goya: La Santa Cena, El milagro de los panes y los peces y El invitado a las bodas; una a José Camarón, El rocío de Maná, y otra a González Velásquez, Las bodas de Caná. Sólo por ver los tres lienzos de Goya ya merece la pena la visita al oratorio (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

Iglesia de Rosario
     Esta iglesia tiene su origen en una ermita que se levantó a mediados del siglo XVI, como sede de una comunidad de monjas agustinas, que más tarde pasó al Convento de la Candelaria. Desde 1593 fue ayuda de parroquia y desde mediados del siglo XVII albergó la cofra­día de la Virgen del Rosario de los negros, advocación de la que tomó su actual título el templo. La construcción original sufrió varias reformas, siendo reconstruida totalmente a principios del siglo XVIII. A fines del mismo siglo, bajo el patrocinio del Marqués de Valde-Íñigo y el Conde de Reparáz, Torcuato Benjumeda llevó a cabo una amplia renovación, dotando al antiguo templo de dos naves laterales y dándole su actual fisonomía academicista.
     Tiene planta de cruz latina con tres naves, dividiéndose la principal en cuatro tramos separados por pilastras dóricas, sobre las que corre un en­tablamento con friso articulado por triglifos. Se cubre esta nave por bóveda de medio cañón con lunetos, decorada con molduras geométricas y tanto los brazos laterales del crucero, como los tramos de las naves menores, presentan bóvedas vaídas. En ellas se alternan las decoradas con molduras cuadradas y las que llevan un casquete circular, solución estrechamente relacionada con la utilizada por Tor­cuato Cayón en las cubiertas de la Catedral Nueva. En el crucero se eleva una cúpula semiesférica con linterna, sobre pechinas y el coro se sitúa en alto, a los pies del templo, ocupando el primer tramo de las tres naves. La fachada se articula mediante cuatro pilastras jónicas que la dividen en tres calles, constando la central de un ático rematado por frontón triangular. La portada, de mármol, es obra barroca de origen genovés, fechable a inicios del siglo XVIII. Se corona por un amplio frontón curvo, que alberga hornacinas con las imágenes de la Virgen del Rosario, San Pedro y San Pablo. Flanquean esta fachada dos torres, cuyo cuerpo de campanas es de planta cuadrada con columnas jónicas adosadas en las esquinas, rematándose con un chapitel bulboso. El interior presenta un interesante conjunto de retablos academicistas, realizados en mármoles de colores y proyectados por Torcuato Benjumeda, con la colaboración escultórica de Cosme Velázquez, aunque las esculturas que los presiden son, en su mayoría, de cronología anterior. El mayor, realizado entre 1796 y 1806, consta de un cuerpo articulado en tres calles por columnas jónicas y ático. La hornacina central alberga la imagen de candelero de la Virgen del Rosario, realizado a fines del siglo XVIII y a sus lados se sitúan las tallas policromadas de San Servando y San Germán, obras del siglo XVII atribuidas a Francisco de Villegas, que proceden de la sala capitular del Ayuntamiento. En el ático hay un altorrelieve que representa la Pentecostés, conjunto barroco de mediados del siglo XVIII, policromado imitando bronce dorado en el periodo neoclásico, cercano a la producción de Benito de Hita y Castillo. En los muros laterales del ámbi­to del presbiterio hay dos lienzos, realizados por el pintor academicista gaditano Juan de Herre­ra, que representan la Trinidad y la entrega de la casulla a San Ildefonso. Los ángeles lampare­ros que flanquean el conjunto son tallas barrocas del siglo XVIII, relacionables con José Montes de Oca, que proceden del antiguo Convento de los descalzos y formaban pareja con los que actualmente se sitúan en el presbiterio de la igle­sia de San Pablo.
     En el testero del lado izquierdo del crucero se eleva el retablo de San José, realizado entre 1783 y 1786 como sagrario del templo. Consta de un cuerpo flanqueado por columnas corintias, que enmarcan una hornacina en la que se sitúa la imagen barroca de su titular, destacada talla ge­novesa de mediados del siglo XVIII.
     En la nave de este lado, el primer retablo fue realizado entre 1803 y 1805, bajo la dirección de Juan de Cuevas. Está presidido por el crucificado de las Misericordias, talla de escuela genovesa de mediados del siglo XVIII. A sus lados van las imágenes neoclásicas de San Francisco de Borja y San Luis Gonzaga. En el tramo contiguo se conserva un retablo realizado entre 1785 y 1804, para la archicofradía de la Virgen de los Ángeles, que alberga la notable imagen en madera policromada de su titular, realizada a mediados del siglo XVIII por Benito de Hita y Castillo, con policromía de Francisco María Mortola. En los laterales se sitúan las tallas de San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán, de cronología similar. El tercer retablo se fecha entre 1790 y 1796 y está presidido por el grupo barroco de San Joaquín y Santa Ana con la Virgen  Niña, obra de escuela dieciochesca sevillana, atribuible al círculo de Pedro Duque Cornejo. Las tallas de Santa Teresa y San Sebastián, situadas en los laterales, son obras también sevillanas de mediados del siglo XVIII. Al último tramo de este lado se abre la capilla del bautismo, de planta elíptica y decorada con pinturas del siglo XIX.
     El tramo de los pies de la nave, la epístola, está ocupado por un pequeño retablo, realizado entre 1790 y 1796, con la imagen barroca de San Cayetano. A continuación se encuentra el dedi­cado a San Antonio, que fue construido hacia 1813 y está presidido por una talla dieciochesca de su titular, atribuible a Benito de Hita y Castillo. De igual cronología son las imágenes de San Ramón Nonato y San Francisco de Paula que se sitúan a sus lados, El siguiente retablo, construi­do hacia 1790, está presidido por una dolorosa dieciochesca de candelero, a cuyos lados van las tallas de San Nicolás de Bari y San Vicente Fe­rrer, contemporáneas del retablo. El situado en el tramo inmediato al crucero fue dedicado por los navarros a su patrono, San Fermín, en 1784. La imagen del titular es academicista y se atribu­ye a Cosme Velázquez. Con el mismo autor pueden relacionarse las tallas de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier situadas a los lados. El testero de este lado del crucero está ocupado por el retablo de la antigua cofradía de morenos de Cádiz, integrada por la colonia de negros que residía en la ciudad. Fue construido hacia 1813 y consta de un cuerpo dividido en tres calles por columnas corintias y ático. Lo preside la imagen de la Virgen de la Salud, obra del siglo XVII en madera policromada, atribuida al escultor flamenco Van Pomberge, ocupando las calles laterales las tallas dieciochescas de Santa Ifigenia y San Benito de Palermo.
     En la nave central se sitúa el pulpito, realizado en mármol a mediados del siglo XVIII, con tornavoz y escalera rococó en madera tallada. Del mismo momento son cuatro confesionarios que se distribuyen entre las naves. En la Iglesia y sus dependencias se conserva un rico conjunto de piezas de artes suntuarias, tanto de orfebrería como de bordados. Entre ellas se cuentan los blandones neoclásicos, realizados en plata, de la capilla de San José, y los jarrones y ramos de plata del altar mayor, la custodia y diversos utensilios litúrgicos, en su mayoría de formas barrocas dieciochescas. Destacan especialmente un copón y cáliz de estilo imperio y la valiosa colección de joyas mexicanas de la Virgen del Rosario, que cuenta con un gran rosario de oro y un rico aderezo de oro y piedras preciosas. De las piezas bordadas sobresalen las vestiduras de las Vírgenes del Rosario y de Los Dolores y las vestiduras litúrgicas, todas de fines del siglo XVIII o inicios del siglo XIX (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     La fisonomía actual corresponde a la restauración llevada a cabo en 1793. La fachada es de estilo neoclásico, fue construida entre 1795 y 1796, con mármol de Génova La portada adintelada se flanquea por pilastras jónicas que se repiten en los ejes verticales entre los siguientes vanos. Sobre una saliente cornisa se abren tres hornacinas, la del centro con la imagen del Rosario. Un gran frontón curvo remata esta composición.
     Los vanos del piso bajo llevan frontones triangulares, los del piso superior se cubren con cierres de forja.
     La fachada se remata en piñón flanqueado por dos torres con columnas jónicas en esquinas que se cubren con cupulín de perfil barroco.
     El interior es de tres naves, la central se cubre con bóveda de cañón con lunetos, laterales con bóvedas vaídas.
     El presbiterio y pilastras de los arcos torales se decoran con ovas y dentículos y los arcos torales con casetones.
     Molduras radiales, además de ovas y ménsulas adornan la cúpula (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Se encuentra al lado del Oratorio. Tiene su origen en la ermita de San Antonio, levan­tada en el siglo XVI por la comunidad de agustinas que más tarde se trasladó a la plaza de la Candelaria. En 1593, la ermita cambió de nombre al trasladarse a ella la cofradía del Rosario, fundada por negros, o por morenos, como se les llamaba, residentes en la ciudad, muchos de ellos como esclavos, que tenían por titular a la Virgen del Rosario. Tras diversos avatares que se prolongaron durante largo tiempo, esta cofradía, junto con la imagen titular, les sería arrebatada a los morenos por los frailes dominicos, quienes trasladaron la sede a Santo Domingo. Los negros fundaron entonces la cofradía de Santa María de la Salud y San Benito de Palermo y Santa Ifigenia, dos santos negros, cofradía que perduró hasta 1764 en que fue prohibida por el Consejo de Castilla. Para entonces, la antigua ermita se había convertido en el templo que ahora puede verse, primero con la reconstrucción del viejo edificio a principios del siglo XVIII y, más tarde, al final del mismo siglo, con la reforma y ampliación llevada a cabo bajo el patrocinio del padre Sáenz de Santa María y el conde de Reparaz. Tanto el proyecto como la dirección de esta ampliación fueron realizados por el arquitecto gaditano Torcuato José de Benjumeda, quien procedió a añadir dos naves laterales a la única del templo primitivo y a decorar el conjunto adaptándolo a la estética academicista propia del momento.
     El academicismo aparece ya en la fachada, articulada en tres calles mediante pilastras jónicas, con el remate de un frontón triangular en la central, aunque Benjumeda respetó la portada, que es barroca, de principios del siglo XVIII, a un lado y a otro de la cual se alzan sendas torres campanario. En el interior, la planta central aparece dividida en cuatro tramos mediante pilares con pilastras dóricas adosadas, entre los que apoya un friso con triglifos. Lleva bóveda de medio cañón con lunetos, adornada con molduras geométricas.
     El crucero se cubre con una amplia cúpula de media naranja con linterna sobre pechinas. El templo reúne un buen conjunto de retablos neoclásicos o academicistas, que responden al proyecto de Benjumeda y a la ejecución de Cosme Velásquez. El mayor es de mármol jaspeado. Consta de banco, cuerpo dividido en tres calles por colum­nas jónicas y ático. En él se encuentra una imagen de candelero de la Virgen del Rosario, que no es la de la cofradía de los Morenos, realizada a finales del siglo XVIII, así como las imágenes de lo patronos gaditanos, san Servando y san Germán, ambas del siglo XVII, atribuidas a Francisco de Villegas. En el lado derecho del crucero se sitúa el altar de la antigua cofradía de los Morenos. Lo preside la imagen en madera policromada de la Virgen de la Salud, cuya talla se remonta al siglo XVII, habiéndose atribuido al imaginero flamenco van Pom­berge. El primer retablo de la nave del evangelio acoge al Cristo de la Misericordia, una muy buena imagen tallada en Génova a mediado del siglo XVIII. Otra espléndida imagen de la Virgen de los Ángeles, situada en el altar siguiente al del Cristo. Se trata de una impecable talla en madera policromada realizada por Benito de Hita hacia la mitad del siglo XVIII (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

Casa de los Mora
     Este edificio fue diseñado por el arquitecto Juan de la Vega y se inauguró con un baile de gala, presidido por la reina Isabel II, el 26 de septiembre de 1862. Su fisonomía responde al estilo isabelino y se puede considerar como una de las construcciones civiles más destacadas del siglo XIX en la ciudad de Cádiz.
     La fachada se compone de tres cuerpos divididos en otras tantas calles, albergando la central el vano de acceso, sobre el que se sitúa una amplia balconada de columnas jónicas de mármol, sustentada por atlantes.
     Los vanos de las calles laterales presentan en el cuerpo principal, cierras de fundición de complejo diseño.
     El zaguán da acceso a un patio de galerías abalaustradas con escalera monumental al fondo, tras la cual se dispone un pequeño espacio ajardinado. Conserva el palacio la decoración y mobiliario originales, con una interesante colección de obras de arte, entre las que hay porcelanas, relojes y diferentes lienzos de los siglos XVII al XIX con obras de Zurbarán, Arellano, Eugenio Lucas, etc (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     La casa-palacio de los Mora está situada en la parte central del casco antiguo de Cádiz, ocupando una de las fincas de la calle Ancha. A pesar de que fue edificada sustituyendo varios de los edificios que la precedieron y que tiene una fachada de gran empaque, se ciñó obedientemente a los condicionantes de la trama urbana y queda, en cierto sentido, disimulada en el caserío, confirmando la traza del espacio público.
      La tipología del edificio corresponde fielmente al modelo más ortodoxo de la casa decimonónica de estilo isabelino. El edificio se compone de planta baja, primera, segunda y cubiertas, con fachadas a la calle y todas las dependencias giran en torno a un patio principal, otro posterior y a un jardín. Tiene en su parte posterior apeadero para carruajes diversos. Se mantiene la costumbre típica andaluza de distinguir la casa de verano y la de invierno. El enlace entre ambas se hace mediante una escalera imperial con dos tramos de ida que desembocan en uno central de acceso. Posee también el mirador característico de las casas gaditanas.
     En su organización interna se aprecian además dos patios claramente diferenciados; uno descubierto y otro central cubierto, al que convergen las principales habitaciones reservando la fachada para los salones y la parte posterior para corredores, fumadores y capilla. En altura, responde también a lo más ortodoxo de la tipología, haciendo acopio en la primera planta de las estancias de mayor nobleza, entre las que, las principales, se sitúan como grandes salones, en la crujía de fachada. En la cubierta del edificio, destaca la torre-mirador, situada en la medianera de fondo del solar, y la montera del patio principal, acristalada y de gran vistosidad.
     Volumétricamente constituye una casa entre medianeras, rematada con terraza, de altura similar a la de sus vecinas, correspondiendo a la fachada, la carga principal y única de su presencia en los espacios públicos inmediatos. La estructura vertical del edificio parece basada en el uso mayoritario del muro de ladrillo, complementado con soportes metálicos embutidos en los muros y columnas de mármol en los apoyos visibles de la zona del patio. Existen también dudas sobre los materiales empleados en la estructura horizontal, donde se hace evidente la existencia de forjados de madera y metálicos según las zonas del edificio, sin que se tengan datos precisos sobre los que soportan las estancias mas nobles del edificio.
     La fachada esta conformada con piedra ostionera y mármol, que como en el resto de los elementos que se citan de este material, fue traído especialmente de Carrara, Italia. El pavimento es de mármol en las dos plantas nobles y de baldosa pétrea o cerámica en la superior, según las estancias. La fachada principal del palacio es de grandes dimensiones dividiéndose en tres cuerpos más un ático, que se desarrolla sobre la zona central. Toda la fachada se articula en tres calles destacando por su especial composición la central. El cuerpo bajo, posee un zócalo que recorre toda la fachada y sobre el que descansan los ventanales. El frontispicio se conforma en su zona central mediante franjas horizontales de gran tamaño entre las que se han colocado barras de mampostería de escaso grosor y de sección triangular. En este cuerpo central se ubica la portada, flanqueada por una ventana a cada lado. Tanto el vano de ingreso, en el que se resalta su clave con un mascarón, como los de iluminación terminan en arco de medio punto, remarcado por molduras. En cada una de las bandas laterales se abren dos ventanales terminados en arcos escarzanos, decorados con molduras.
     El cuerpo principal sobresale tanto por sus mayores dimensiones, como por el carácter noble de su composición. Esta primera planta presenta un gran balcón corrido con haces de columnas dobles y exentas que modulan sus espacios. El vuelo de este es soportado por ménsulas de formas humanas. En este balcón los huecos se resuelven con arcos semicirculares cuyas jambas y arquivoltas se destacan por la utilización de mármoles. Los dos vanos de cada una de las calles laterales son adintelados y se protegen por grandes balcones de hierro fundido muy ornamentados característicos del período.
     El segundo piso repite el mismo esquema, aunque con menores proporciones. El tramo central se compone mediante tres huecos formados por arcos de medio punto separados por pilastras cajeadas con cartelas de grutescos. Los tramos laterales, como en el piso principal se resuelven con vanos adintelados, protegidos por antepechos de hierro fundido. El altillo, o tercer cuerpo, tan sólo se desarrolla en el tramo central. Este se articula en tres vanos de arcos rebajados, que quedan separados por pilastras cajeadas. Sus antepechos son de mampostería, prolongándose por toda la fachada, conformando el pretil de la azotea.
     En cuanto a las portadas, la principal es simple, quedando formada por un vano de ingreso formado por un arco de medio punto, que se decora mediante un baquetón con molduras en los que destaca el especial tratamiento de la clave.
     En la primera planta, tras la portada de ingreso se abre el zaguán que permite el acceso a un gran patio en torno al cual se distribuyen las principales dependencias. Este se encuentra rodeado en sus diferentes pisos por galerías abalaustradas abiertas. El acceso a la zona superior se realiza mediante una escalera imperial que se abre en la crujía del frente principal del patio. Esta tiene un doble arranque uniéndose en una meseta de la que parte un sólo tiro que dará acceso al primer cuerpo. La escalera se flanquea por los vanos de acceso a las dependencias que se ubican en torno al jardín.
     Estos vanos adintelados destacan sobre los del resto de la planta baja del patio por los pequeños frontones que los rematan. Además, estos se enmarcan en arcos casi escarzanos que apoyan en su lado más cercano a la escalera en columnas toscanas. En el frente opuesto la galería apoya igualmente sobre columnas de orden toscano. El resto de los vanos que dan acceso a las diversas dependencias que se abren al patio en sus laterales se cierran mediante arcos de medio punto que se remarcan mediante molduras y que quedan separados por pilastras adosadas al muro.
     El patio se cubre con una montera de hierro y cristales, típica del momento de su construcción.
     El ala izquierda del patio se compartimenta desde la crujía de fachada hacia el interior en varias dependencias. A todas ellas se puede acceder desde el patio, aunque internamente también están comunicadas. Especial interés posee en este flanco izquierdo la biblioteca que fue construida en 1942, utilizando la antigua sala de costura. En ella se ubica el ascensor a los pisos superiores. En esta planta baja, la crujía principal del patio la ocupan la caja de la escalera principal y los pasillos de acceso al jardín. El flanco derecho del patio se encuentra igualmente compartimentado en salones y dormitorios. Todas las plantas de las dependencias en la planta baja son rectangulares, cubriéndose con techos planos que se unen a la pared mediante una pequeña curvatura, que se decora normalmente con baquetones y molduras.
     Bajo la bóveda de la escalera principal se encuentra el acceso al jardín trasero, en torno al cual se sitúan siguiendo el mismo movimiento del reloj, la "bodega Álvaro Picardo", los garajes, que se abren ya a la calle trasera, y el comedor de verano, que se abre al jardín mediante tres vanos. Este permite por su zona derecha llegar a otro comedor más simple que se sitúa junto a la cocina y a varias dependencias de servicio. Todas estas dependencias presentan planta rectangular, cubriéndose el pasillo de acceso al comedor y este con el mismo tipo de techo de toda la planta baja, es decir, cubierta plana que se curva para unirse a la pared resaltándose esta unión mediante molduras de escayola. El resto, la bodega y las dependencias de la cocina se cubren con viguería simple de madera.
     En la planta principal, el patio sigue siendo el distribuidor de espacios. A este se abren todos los vanos permitiendo el acceso directo a las diversas dependencias. En la planta noble todos los vanos son adintelados, separados por pilastras cajeadas. Los vanos que forman la escalera se han resuelto con arcos escarzanos que apoyan sobre columnas toscanas.
     La cubierta de esta galería está decorada con pinturas murales de motivos arquitectónicos y de lacerías en cuyos ángulos se han colocado medallones con diversas imágenes femeninas
     La sala principal, conocida como "Salón del baile", es un gran espacio rectangular, que se conserva con el mobiliario concebido para su inauguración. Sus cubiertas están decoradas con pinturas murales. A través del Salón del Baile accedemos al gran balcón, conocido por sala del piano. Sus vanos de comunicación se realizan mediante arcos de medio punto, modulándose la pared mediante pilastras jónicas decoradas con guirnaldas. Su cubierta también plana como la del salón que le precede se decora con molduras de escayola. A través de ella se puede acceder al dormitorio de doña Carmen Carranza, aunque la puerta está inutilizada. El resto de las dependencias del ala izquierda, presentan planta rectangular y techo de idénticas características a los ya citados. Desde estos se pasa a la galería que forma la caja de la escalera, cuya cubierta se encuentra decorada por pinturas murales y por yeserías. Esta galería permite el acceso al comedor de verano, sala de planta rectangular y techo plano con las curvaturas ya citadas en las salas anteriores. Sus techos están igualmente decorados por pinturas murales. A través de este se accede al salón de fumadores, una pieza de proporciones alargadas y planta rectangular que se cubre mediante montera de hierro y cristales curvos. Sus paredes se modulan mediante pilastras cajeadas sobre las que corre una cornisa formada con diversas molduras, que da paso a una pequeña curvatura sobre la que se asienta la citada montera.
     La galería de la caja de la escalera comunica por su flanco derecho con varias dependencias destinadas al servicio, mientras que en el ala derecha del patio principal se ubica el dormitorio de verano. A la segunda planta, se accede a través de una escalera situada en el ala derecha del edificio en la zona de servicios. Toda esta segunda planta se dedica a habitaciones del servicio y de las diferentes labores, lavaderos y zona para la plancha entre otras. Las plantas de estas dependencias son rectangulares quedando cubiertas mediante viguería de maderas.
     La construcción del Palacio de los Mora o de Moreno de Mora se produce en un momento histórico en que la ciudad había empezado a resurgir del declive poblacional de los inicios del siglo XIX. La curva descendente había alcanzado su máximo nivel en la década de 1830. A partir de aquí la población quedará estabilizada durante las dos décadas siguientes. La construcción del Palacio de los Mora se puede considerar como el culmen del proceso dinamizador de la arquitectura y el urbanismo gaditano que había venido caracterizado por el desarrollo propiciado por el potenciamiento de una clase media elevada de origen comercial o funcionarial.
     Es este el momento en que se crean las mejoras obras de la arquitectura isabelina en la capital. La construcción del Palacio de los Mora se produjo cuando la preocupación de las autoridades nacionales y locales por la observancia de la buena construcción y ornato público habían encontrado su máximo exponente en la confección de una serie de Ordenanzas Municipales. Los factores estéticos y técnicos quedaban codificados en función del "buen gusto", el saneamiento y el rigor urbanístico. El Palacio de los Mora se levantaba, de acorde con la categoría social de su propietario, en uno de los considerados barrios ricos. La Calle Ancha unida a la Plaza de San Antonio se había convertido en uno de los lugares claves de la vida social y económica de la ciudad. En sus alrededores se encontraban las mejores fincas y la población de mayor nivel económico.
     Su inauguración se produjo la noche del 30 de septiembre de 1862 con un gran baile que el Ayuntamiento de la ciudad ofreció a Sus Majestades Isabel II y su esposo Francisco de Asís, con la colaboración de los propietarios de la vivienda (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     La casa más valiosa de la calle, con diferencia, y una de las más valiosas de la ciudad, es el palacio de los Mora, que ocupa los números 28 y 30. Se trata de una espléndida construcción de carácter isabelino realizada por el arquitecto Juan de la Vega para la familia Moreno de Mora. El estilo constructivo no pudo ser más oportuno, pues su inauguración se realizó el 26 de septiembre de 1862, con ocasión de la visita a la ciudad de la reina Isabel II, a la que se la homenajeó con un baile de gala en sus salones. La fachada, de tres cuerpos, divididos a su vez en tres calles, muestra una abundante pero equilibrada decora­ción a base de pilastras, columnas jónicas, ménsulas, molduras y rejería, destacando en el conjunto la gran balconada de la primera planta y los cierros o miradores acristalados que la flanquean. El interior es más suntuoso aún. El zaguán franquea el paso a un espléndido patio en el que los macetones de sombra, las delicadas esculturas, las galerías abalaustradas de las plantas superiores crean un espacio tan bello como acogedor. El palacio, parcialmente visitable, conserva el mobiliario y la decoración originales, con una importante colección de obras de arte representada por relojes, porcelanas, lám­paras y pinturas de los siglos XVII al XIX (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

Iglesia Convento de San Francisco
     Este Convento, casa-grande de los franciscanos en Cádiz, fue fundado en 1566 y se reedificó a finales del siglo XVII, sufriendo su iglesia una sustancial reforma a mediados del siglo XVIII, bajo la dirección de José Francisco Badaraco, que le confirió su fisonomía barroca actual.
     Las dependencias conventuales, notablemente reducidas tras la desamortización, se centran en torno a un claustro manierista, de planta rectangular con arcadas sustentadas por columnas dóricas en su primer cuerpo y jónicas en la galería superior. La escalera principal del Convento, que comunica el claustro con las dependencias altas, fue realizada a mediados del siglo XVII y se desarrolla en dos tramos, cubriéndose por cúpula sobre pechi­nas decorada con yeserías. En los muros de la escalera principal se conservan al­gunas pinturas de interés, entre ellas una Asunción, de dinámica composición, fechable en la segunda mitad del siglo XVII y que parece muy cercana al quehacer de Francisco de Herrera «el mozo». El lienzo que representa a San Jerónimo es también del siglo XVII y su marco rococó fue dorado en 1769 por Francisco María Mortola. Una de las crujías está ocupada por la sacristía, donde se conserva una cajonera del siglo XVII y varias obras pictóricas y escultóricas, entre las que sobresalen una imagen de candelero, que representa a San Diego de Alcalá, atribuida a Juan Martínez Montañés y fechable en 1589, y Cristo resucitado, que talló Francisco María Galeano en 1732.
     La iglesia, de planta rectangular, es de una sola nave, a la que se fueron incorporando una serie de capillas, que le confieren un falso aspecto de templo de tres naves. A los pies de la nave, en alto y ocupando su primer tramo, se sitúa el coro. La cubierta es de bóveda de medio cañón con lunetos y arcos fajones, situándose ante el presbiterio un cimborrio de dos cuerpos, con cúpula encamonada sobre pechinas en su interior. Bajo la cúpula, en los muros laterales, se abren dos grandes arcos que dan acceso a sendas capillas que van cubiertas con cúpulas semiesféricas sobre pechinas, conformando una especie de crucero. Todas las bóvedas presentan decoración de yesería a base de lacerías geométricas, complementado por las rocallas de madera dorada en las pechinas, cúpulas y tribunas. La bóveda del presbiterio también conserva la policromía dorada y al fresco con motivos florales.
     Al exterior destacan el perfil del cimborrio y la portada lateral, fechable a mediados del si­glo XVIII. Esta última puede relacionarse con la producción de Cayetano de Acosta y está enmarcada por pilastras corintias y rematada con una hornacina que contiene la imagen en mármol de San Antonio, del mismo autor. La torre está separada del edificio de la iglesia y su construcción data de 1669. Tiene planta cuadrada, rematada por un cuerpo de campanas octogonal con cubierta semiesférica y linterna.
     El retablo mayor, de madera dorada, fue realizado en 1763 por Gonzalo Pomar y se terminó de dorar en 1771. Su planta ochavada se compone de banco, dos cuerpos divididos en tres calles por columnas corintias, cuyos fustes en ocasiones se suplantan por querubines, y ático, presentando una profusa decoración a base de rocallas. La hornacina principal está ocupada por una imagen de la Virgen de la Asunción, talla policromada que procede del desaparecido Convento de los Descalzos.
     Es obra dieciochesca que puede relacionarse con el escultor levantino José Esteve Bonet. En el cuerpo superior se sitúa el manifestador, donde se ha colocado la imagen de la Virgen de los Remedios, titular de la iglesia, talla del siglo XVII realizada por el escultor flamenco Van Pomberge. Las hornacinas laterales están ocupadas por las imágenes de San Francisco, Santo Domingo, Santa Clara y Santa Coleta, obras contemporá­neas del retablo, al igual que el altorrelieve de la Coronación de la Virgen que ocupa el ático.
     A ambos lados del presbiterio hay dos ángeles lampareros de madera policromada, tallas dieciochescas de escuela genovesa, y en la nave central se sitúa el púlpito, obra barroca de mediados del siglo XVIII, realizada en mármoles de colores, cuyo frente se decora con imágenes de santos, cubriéndose con tornavoz rococó de madera dorada. La fisonomía y los materiales empleados en esta pieza parecen indicar que se trata de una producción hispana, en contraste con el usual origen italiano de otros púlpitos conservados en la ciudad. En los muros de la nave se sitúan cuatro grandes lienzos, dos de ellos son parejos y representan la Oración en el Huerto y el pasaje de la Calle de la Amargura, obras barrocas de mediados del siglo XVII, muy cercanas a Juan de Valdés Leal. El que representa a San Luis es obra decimonónica, regalada por Napoleón III para decorar la capilla de los franceses.
Capilla de El Sagrario. La preside un retablo die­ciochesco de madera dorada sustentado por estípites y articulado en banco, un cuerpo dividido en tres calles y ático. Está centrado por un relieve genovés que representa la Pentecostés, a cuyos lados se sitúan las imágenes de Santa Clara y San Bernardino y en el ático un relieve con la Trinidad. Todas estas imágenes son obras barrocas de los siglos XVII y XVIII. El conjunto está flanqueado por dos ángeles lampareros, dieciochescos, en actitud de adoración y las pechinas se decoran con tallas doradas enmarcando lienzos. Paralela a esta capilla se dispone otra abierta al claustro, en cuyo testero hay un retablo de mármoles realizado a base de taraceas en el siglo XVIII; en él hay algunas imágenes contemporá­neas y una talla de San Sebastián del siglo XVII.
Capilla de la Vera-Cruz. Aloja a la cofradía peni­tencial más antigua de la ciudad, fundada en 1566, si bien su aspecto actual corresponde a la reforma que afectó al conjunto del templo a mediados del siglo XVIII. Tiene planta rectangular y va cubierta por bóveda de medio cañón con arcos fajones y lunetos, decorándose con yeserías geométricas, similares a las del resto del templo. La preside un retablo en madera policromada de mediados del siglo XVIII, con movidas formas y abundante decoración rococó. En él se sitúa la imagen titular de la cofradía, talla de Cristo crucificado realizada en Génova durante la segunda mitad del siglo XVIII. En el ático hay una imagen de Santiago a cuyos lados van dos ángeles lampareros en madera policromada de factura genovesa, obras contemporáneas del retablo. En el muro lateral se dispone un pequeño retablo de hechura similar al principal con la imagen de candelero contemporánea de la Virgen de la Soledad, obra de Sebastián Santos de 1945. A su lado hay una vitrina rococó, conteniendo la cruz de guía de la hermandad, obra en madera dorada y espejos, realizada en la primera mitad del siglo XVIII.
Capilla de San Diego. A los pies del lado de la Epístola se abre la primitiva capilla de la nación portuguesa. Es una  construcción del siglo XVI, de tradición mudéjar, con planta cuadrada y cubierta por bóveda octogonal sobre trompas. Los paños de la bóveda están decorados con trampantojos que imitan yeserías, relacionados con los trabajos que Cavallini llevó a cabo en la ciudad durante los últimos años del siglo XIX.
     El retablo principal, presidido por la talla dieciochesca de la Virgen de la Paz, es obra de principios del siglo XVII, aunque ha sido muy alterado en el XIX. En el muro frontero hay un pequeño retablo de estípites con la  imagen  de San Francisco, de principios del siglo XVIII, y un niño Jesús pasionario del mismo siglo.
     Uno de los testeros está ocupado por las imá­genes contemporáneas de la cofradía del Nazareno del Amor; la talla del Cristo, obra de José Rivera García en 1940 y la Dolorosa y San Juan, de Alfonso Barraquero.
Capilla de San Andrés. Fue levantada en 1612 por el ingeniero militar Cristóbal de Rojas, que la dedicó a San José.  Sus  herederos la vendieron en 1615 a los flamencos y desde entonces estuvo bajo el patronazgo de San Andrés. Su arquitec­tura ha sufrido diferentes reformas, siendo la de mayor entidad la realizada por Torcuato Cayón, en la segunda mitad del siglo XVIII. Va cubierta por bóveda de medio cañón y está presidida por un retablo protobarroco fechado en 1621, muy alterado por repintes posteriores.
     En él se encuentra la imagen contemporánea de la Inmaculada y a sus lados dos pinturas del siglo XVIII con marcos de talla, ajenas a la estructura del retablo.
Capilla de San Telmo. Fue erigida en 1567 y perteneció a los navegantes cántabros. Tiene planta rectangular y se cubre por bóveda esquifada, abriéndose en uno de sus muros la puerta lateral de la iglesia, que está protegida por un cancel fechable a mediados del siglo XVIII.
     En su ámbito se disponen cuatro pequeños retablos pertenecientes a distintas épocas; los dedicados a San Antonio y San José son obras de los siglos XVII y XVIII, el de las Aminas es neoclásico del siglo XIX y el de María Auxiliadora neogótico, firmado por Juan Rosado a prin­cipios del siglo XX. Todas las imágenes que los ocupan son de la primera mitad del siglo XX, algunas firmadas por Pío Mollar.
Capilla de San Luis de los franceses. La última capilla, contigua a la cabecera en el lado de la epístola, perteneció a la nación francesa y está presidida por un retablo barroco de madera policromada, realizado en 1673 por Damián Machado. Su cuerpo principal, dividido en tres calles separadas por columnas salomónicas, contiene la talla de San Luis, mientras que las hornacinas laterales están ocupadas por las de San Dionisio y San Remigio. El ático alberga un calvario, cuyo crucificado es obra de pasta de yute, realizado en México. El resto de las imágenes se deben a Pedro Roldán. En un lateral se sitúa la imagen barroca del Cristo de la Expiración, crucificado de madera policromada realizado por Jacin­to Pimentel en 1655. También se encuentra en esta capilla una talla de San Francisco, atribuida a Juan Martínez Montañés, fechable hacia 1605. Esta escultura ha sido recientemente rescatada de un lamentable abandono, a consecuencia del cual ha perdido la policromía y uno de sus brazos, no obstante se mantiene plena la elevada calidad de sus formas. En las dependencias conventuales se conserva un interesante conjunto de bordados, entre los que destacan dalmáticas del siglo XVII, con motivos figurativos en sedas de colores, varias casullas y un paño mortuorio del siglo XVIII. Igualmente la cofradía de la Vera-Cruz posee algunas piezas bordadas en el siglo XIX para la Dolorosa y demás tallas del misterio (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     La planta de la iglesia es de cruz latina. Se compartimenta en tres naves de las cuales la central posee mayor altura. Las cubiertas son de varios tipos. La capilla de los portugueses, en la nave de la epístola posee bóveda poligonal sobre trompas, en la misma nave de la capilla de los cántabros se cubre con bóveda esquifada, a ésta capilla se abre igualmente la puerta dedicada a San Antonio de carácter muy barroco, la central tiene cubierta de cañón formando lunetos donde se abren las ventanas. Esta se refuerza por arcos fajones. El crucero presenta en el transepto una cúpula sobre tambor con dos cuerpos, ambos pueden ser reconocidos por un balconaje lígneo. Los brazos de un crucero se cubren así mismo con cúpulas, pero en ésta ocasión, al igual que en la principal, son sustentadas por pechinas.
     El ingreso se hace por la ya comentada portada de San Antonio y por otra de igual barroquismo que se sitúa a los pies de la iglesia, en ésta última hay en su pilastra una moldura que forma un arco partido para dar lugar a la colocación del escudo de la Orden, sobre ésta se abre la hornacina rematada con arco de medio punto tras el cual aparece la ventana de fachada enmarcada por molduras de carácter muy barroco. El tejado a dos aguas.
      En el convento, destacan las escaleras con cúpulas decoradas y el claustro, donde se puede apreciar un forjado de madera de muy buena factura. Las cuatro puertas tienen columnas toscanas soportando arcos de medio punto (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Subiendo por Rosario, se llega enseguida a otro lugar lleno de encanto, la plaza de San Francisco. Mitad calle y mitad plaza, con librerías de viejo, con las terrazas de un buen número de bares y su jardín en el centro, a menudo lleno de colegiales, con la gran fachada del Hotel de Francia y París, constituye un rincón con mucha perso­nalidad, a lo que contribuye de manera específica la iglesia y el convento de San Francisco. La Casa Grande de los franciscanos data en Cádiz de 1566, fecha de su fundación. Entonces se levantaron tanto el convento como la iglesia, aunque sufrieron posteriormente notables reformas, el primero a finales del siglo XVII y la segunda hacia la mitad del XVIII. Tras la Desamor­tización del siglo XIX se redujeron mucho las dependencias conventuales. Las que en la actualidad se mantienen se articulan alrededor de un patio de esté­tica manierista, rectangular y de dos plantas a base de arquerías de medio punto, la inferior sobre columnas dóricas y la superior sobre columnas jónicas. En los muros de la escalera se conservan algunas pinturas que podrían ser de Francisco Herrera el Mozo.
     El templo muestra al exterior el juego de volúmenes característicos de buena parte de las iglesias franciscanas, sobresaliendo el cimborrio que se alza en el antepresbiterio y las cúpulas que cubren las dos capillas que junto a él se encuentran. La portada es obra probable de Cayetano de Acosta. Lleva pilastras corintias y, en la parte superior, una hornacina que da cobijo a una imagen de mármol de San Antonio labrada por Acosta. Separada del templo, se alza la torre. Tiene un cuerpo de planta cuadrada, sobre el que descansa otro, octogonal, en el que se alojan las campanas.
     En el interior, una sucesión de capillas laterales transmiten la impresión de tres naves, aunque el templo tiene sólo una, con cabecera plana y coro alto a los pies. Esta nave se cubre con bóveda de cañón, muy decorada con lacerías y motivos geométricos, decoración que se extiende a las cúpulas del antepresbiterio y de las dos capillas que, a través de grandes arcos, se abren en los lados, a manera de brazos de un teórico crucero, del que la iglesia carece. Pieza principal en el conjunto es el retablo mayor, valiosa joya del rococó gaditano. Lo labró Gonzalo Pomar en 1763 y tiene planta ochavada, dos cuerpos con tres calles separadas por columnas corintias, de fuste muy decorado, y ático. En la hornacina principal se encuentra una Virgen de la Asunción procedente del antiguo convento de los Descalzos. Por encima de ella, en la hornacina destinada inicialmente al manifestador, se ha colocado una imagen de la Virgen de los Remedios, talla en madera policromada que realizó Van Pomberge en el siglo XVII.
     En el lado izquierdo o del evangelio, sobresalen las capillas del Sagrario y de la Vera Cruz. En esta última, perteneciente a la cofradía más antigua de la Semana Santa gaditana, pues data de 1566, se encuentra el Cristo de la Vera Cruz, un Crucificado de espléndida talla y autor anónimo, traída de Génova en la segunda mitad del siglo XVIII. Las capillas de la derecha o lado de la epístola tienen la particularidad de haber estado dedicadas en su día a distintas regiones o naciones europeas. Así, la primera, empezando por la cabecera, es la de San Luis de los Franceses, que perteneció a Francia. La preside un retablo barroco labrado en 1763 por Damián Machado, en el que todas las imágenes son obra del imaginero sevillano Pedro Roldán, a excep­ción de San Luis, San Dionisio, San Remi­gio y el Calvario del ático, cuyo Crucificado es de pasta de yute y fue traído de México. En un lateral de esta capilla se encuentra el Cristo de la Expiración que tallara Jacinto Pimentel en 1655. A continuación está la capilla de San Telmo, erigida por los navegantes cántabros en 1567, a la que sigue la de San José, propiedad de los comerciantes flamencos desde 1615. La última de estas capillas, ya en los pies, es la de San Diego. Construida en el siglo XVI, perteneció a los portugueses y es la más interesante de las cuatro, debido a su estética de sabor mudéjar. Presenta planta cuadrada y se cubre con una bóveda octogonal sobre trompas decorada con trampantojos que simulan yeserías. Tiene también un buen retablo, el principal, del siglo XVII, aunque reformado en el XIX, en el que se encuentra la Virgen de la Paz, una virgen anónima también del siglo XVII (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

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