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Intervención en el programa de radio "Más de uno Sevilla", de Onda Cero, para conmemorar los 800 años de la Torre del Oro

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domingo, 18 de junio de 2023

Los principales monumentos (Murallas de Puerta de Tierra; Museo Litográfico; Casa de Iberoamérica - Antigua Cárcel Real; Iglesias de Santa María, y de Santo Domingo) de la localidad de Cádiz (II), en la provincia de Cádiz


     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Cádiz, déjame ExplicArte los principales monumentos (Murallas de Puerta de Tierra; Museo Litográfico; Casa de Iberoamérica - Antigua Cárcel Real; Iglesias de Santa María, y de Santo Domingo) de la localidad de Cádiz (II), en la provincia de Cádiz.

Murallas de Puerta de Tierra
           En el siglo XVI, cuando la primitiva cerca medieval había sido desbordada por el crecimiento de la ciudad, se construyó en el lugar un muro, cuya puerta de acceso aún puede contemplarse embutida en uno de los lienzos del conjunto de­fensivo actual. En 1574 Jacobo Fratín realizó una primera ampliación para protegerlo con dos baluartes; tras el asalto de 1596 Tiburcio Espano­qui ideó convertirlo en ciudadela, proyecto que no llegó a realizarse, por la lentitud de las obras, durante toda la primera mitad del siglo XVII. Hasta la centuria siguiente la Puerta de Tierra no adquirió su fisonomía definitiva, a causa de las importantes reformas introducidas por Ignacio Sala y Juan Martín Cerreño.
     En el centro, marca el eje de todo el conjunto un torreón bajo el que se abre el vano de acceso, que está enmarcado por portada de mármol, diseñada en 1756 por José Barnola y ejecutada bajo la dirección de Torcuato Gayón. Una inscripción alude a la construcción de la puerta y sobre ella van el escudo real y el de la ciudad, acompañados por una alegoría militar, trabajos que pueden relacionarse con la producción de Cayetano de Acosta. Para la fachada que da a la ciudad levantó Cayón, por las mismas fechas, un elegante pórtico de mármol dispuesto a modo de arco de triunfo. Avanzan en ambos lados dos grandes baluartes, llamados de San Roque y Santa Elena por su respectiva cercanía a unas ermitas allí existentes. Éstas fueron derribadas en 1737 al construirse los cuarteles de la zona interior, según el diseño de Ignacio Sala y Próspero Verboon. Originalmente se accedía a la puerta a través de un puente que salvaba el foso, al que precedía un complejo sistema defensivo de glacis, actualmente desaparecido.
     La expansión urbana por la zona de extramu­ros, llevó a que durante la primera mitad del siglo XX se plantease el derribo de este complejo defensivo, considerado entonces como un obstáculo para el desarrollo de la ciudad. Tras barajarse diferentes posibilidades, a mediados de siglo se optó por una solución intermedia, que consistió en el derribo de los glacis, relleno parcial de los fosos y apertura de grandes arcos en los lienzos de muralla para el paso de vehículos y peatones, trabajos que fueron dirigidos por Antonio Sánchez Esteve; poco después se reformó la torre.
     En la explanada central que se creó ante la Puerta de Tierra, se sitúan actualmente los dos triunfos de mármol, dedicados a los patronos de Cádiz, que fueron realizados en Génova a inicios del siglo XVIII por los hermanos Andreoli, para presidir la entrada del puerto (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     El baluarte de Puerta de Tierra, forma parte del sistema defensivo del mismo nombre. Forma parte del conjunto defensivo formado por el Semibaluarte de San Roque, el Semibaluarte de Santa Elena y la Puerta de Tierra con su torre.
     La zona fue levantada en el siglo XVIII, controlando el acceso a la ciudad desde tierra, estando protegida por una serie de glacis que permitían una mejor defensa. Además, cada baluarte estaba unido por un lienzo de muralla.
     Aunque la parte central está más ricamente adornada y decorada, los lienzos de muralla y los baluartes fueron construidos en piedra ostionera, menos atractiva a la vista pero muy resistente y fácil de obtener, ya que era una roca típica de la zona.
     En general su estado de conservación es bueno aunque a finales de los años cuarenta del siglo pasado fue horadado por dos amplios arcos que permitían la comunicación viaria con la tercera zona de expansión de la ciudad, se hizo desaparecer parte de los glacis dejando solamente dos fosos, y se derribó parte del baluarte de San Roque.
     La última defensa de Cádiz en caso de que los franceses hubiesen podido tomar San Fernando y atravesar el fuerte de La Cortadura habría sido Puerta Tierra, un baluarte que daba acceso a la ciudad, y flanqueado al oriente por el Baluarte de Santa Elena y al occidente por el Baluarte de San Roque.
     El acceso era una pequeña puerta central, a la que había que acceder a través de una serie de glacis que convertían la entrada a la ciudad en un auténtico campo de tiro al blanco. También existían túneles, la mayoría de ellos hoy desaparecidos u olvidados, que conectaban los glacis con el interior de la ciudad, y que podían ayudar a hostigar a las fuerzas invasoras en caso de que llegasen hasta las puertas de la urbe gaditana.
     Las obras del Frente de Tierra fueron llevadas a cabo durante los siglos XVII y XVIII, siendo dirigidas por varios ingenieros militares, destacando Ignacio Sala (1731-1749), autor también de las murallas del frente noroeste de la ciudad, de las bóvedas de los cuarteles de Santa Elena y San Roque, y de la intrincada red de túneles contraminas bajo los glacis denominadas popularmente como las "Cuevas de María Moco".
     El ingeniero brigadier José de Barnola crea la estructura de mármol de la Puerta de Tierra en 1755. El torreón central se adaptó a mediados del siglo XIX con objeto de formar parte de la línea de telégrafos. Se denominó "Torre Mathé" debido al sistema telegráfico empleado (sistema de telégrafo óptico de Mathé) (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
        El puente de Carranza, inaugurado en octubre de 1969, cruza la bahía frente al castillo de Cortadura. Aquí comienza el casco moderno de Cádiz. El viejo Camino Real, que en otro tiempo llevaba hasta San Femando a través de tierras pantanosas y semibaldías, sigue constituyendo hoy la vía principal que conduce hacia el casco histórico, convertido en una larga avenida saturada de tráfico que va cambiando de nombre a medida que progresa. Son algo más de 3 km que concluyen en los muros de la puerta de Tierra. Este formidable baluarte es, sin duda, el mejor lugar para iniciar la vista a la ciudad. Al lado mismo se encuentra la estación del ferrocarril y un poco más abajo, en la cuesta de las Calesas, hay un aparcamiento público en el que puede dejarse el coche, si es este el medio de locomoción en el que se ha venido.
     El alto muro de la puerta de Tierra marca la separación entre la ciudad histórica y la ciudad moderna. Ante ella, al final de la avenida de Andalucía, se abre la plaza de la Constitución, en la que sendos monolitos labrados en Génova por los hermanos Andreoli a principios del siglo XVIII recuerdan, en medio de una pradera de césped, a los patronos de Cádiz, san Servando y san Germán. La puerta presenta un aspecto imponente. Formó parte de la antigua muralla que rodeaba la población, pero en su aspecto actual data del siglo XVIII, cuando todo el conjunto fue reformado por Ignacio Sala y Juan Cerreño. Lo componen los baluartes de San Roque y de Santa Elena, en la conjunción de los cuales se encuentra la puerta bajo un airoso torreón, con la cara exterior entre colum­nas pareadas y la interior a modo de arco triunfal. La cara externa responde al pro­yecto de José Barnola, en tanto la ejecu­ción y el proyecto de la cara interior son obra de Torcuato Cayón (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

Museo Litográfico
          Se recogen en este museo toda la maquinaria, piedras litográficas, pruebas de imprenta y otros elementos pertenecientes a una pequeña indus­tria de Artes Gráficas, activa en Cádiz durante más de un siglo. La técnica litográfica descubierta en Baviera a finales del siglo XVIII, se utilizaba en Madrid y Barcelona a comienzos de la centuria siguiente y poco después lo hizo en Cá­diz, donde llegó en 1820, por iniciativa de la Sociedad Gaditana de Amigos del País. A mediados del siglo funcionaba la imprenta y litografía de la Revista Médica, donde se comenzó a imprimir poco después el Diario de Cádiz y por esas fechas se tienen noticias de que existió también otra litografía. En 1861 se instaló en la ciudad Jorge Wasermán, un grabador de origen suizo, que se asoció al alemán Nicolaus Müller y terminó haciéndose con el negocio, que llegó a alcanzar gran prosperidad.
     A su muerte los herederos mantuvieron el taller durante varias generaciones, conservando la excelente maquinaria antigua y un número extraordinario de piedras, que constituyen un valiosísimo fondo artístico y documental, ya que a través de su temática podemos conocer diversos aspectos de las actividades económicas, culturales o religiosas gaditanas del siglo XIX y del siglo XX (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     A la izquierda de la puerta de Tierra, en la misma plaza de la Constitución, se sitúa el Museo Litográfico, en el que se guarda un amplio muestrario de máquinas de imprimir, piedras litográficas y gran número de elementos pertenecientes a la potente industria de litografía que existió en la ciudad a partir de 1820, gracias a la iniciativa de la Sociedad Gaditana de Amigos del País. Su visita constituye una agradable sorpresa, sobre todo porque a través de sus fondos se descubren interesantes aspectos de las actividades culturales, sociales, económicas y religiosas de la ciudad durante el siglo XIX y la mayor parte del XX (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

Casa de Iberoamérica (Antigua Cárcel Real)
     A finales del siglo XVIII se decidió trasladar la Cárcel Real, que había estado situada durante varios siglos junto al ayuntamiento, a un solar junto a las murallas de vendaval, cercano al monasterio de Santa María. La nueva cárcel es uno de los edificios más significativos del arte de la Ilustración en Cádiz, fiel reflejo de las inquietudes sociales de aquella época. Sus obras comenzaron en 1794, según el proyecto realizado por Torcuato Benjumeda, y fueron concluidas en 1836 por Juan Dau­ra. A finales del siglo XIX se realizaron algunas reformas y tras años de abandono fue sometido a una intensa restauración en 1990 para adaptarlo a sede de la Audiencia Provincial. Benjumeda concibió un diseño de fachada articulada por pilastras y un cuerpo central, a modo de pórtico, sostenido por columnas dóricas, consiguiendo con ello romper la horizontalidad del conjunto y a su vez darle el carácter monumental adecuado a su función como edificio público. El interior se organiza en torno a tres patios, siendo el central el de mayor entidad. Presenta éste dos cuerpos; el inferior, con arcos de medio punto sobre pilares avitolados y el segundo, articulado por pilastras dóricas entre las que también se abren arcos de medio punto (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     Consta de planta rectangular y está construida en piedra de sillería. El alzado se compone de dos plantas. En el centro de la fachada presenta un cuerpo saliente donde se abre la portada compuesta de tres arcos de medio punto sobre soportes rectangulares. La parte frontal de este cuerpo saliente se adorna, además, con cuatro columnas toscanas adosadas y en las esquinas dos pilares toscanos que sustituyen a las correspondientes columnas. En los laterales del cuerpo central, se abre un vano rectangular en la planta baja y óculo enmarcado por arco ciego.
     En el resto del edificio, los vanos de la planta baja son rectangulares y se cubren con guardapolvos de piedra. Los de la segunda planta, son cuadrados y se alinean sobre los ejes de los anteriores.
     Pilastras toscanas que arrancan de zócalo corrido y alcanzan la cornisa, flanquean los ejes de los vanos, sustentando un entablamento que recorre todo el edificio, con friso decorado con triglifos y metopas.
     El interior de la Cárcel vieja se desarrolla en torno a un patio central y dos laterales, con gran número de compartimentos (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     En el número 37 de la calle Santo Domingo, una placa recuerda que aquí nació Juan Manuel Ramírez Sarabia, más conocido como Chano Lobato, uno de los cantaores flamencos más representativos de los cantes gaditanos, gozosamente vivo todavía y en activo, a pesar de que ya ha cumplido los ochenta años.
     La calle Santo Domingo lleva hasta la muralla de San Roque, que en su con­fluencia con Concepción Arenal forma una plaza que se asoma al mar, en esta ocasión sobre la playa de Santa María, cuyas arenas doradas se extienden debajo del baluarte. En la plaza hay una fuente con una estatua de Lucio Cornelio Balbo el Menor, primer extranjero que subió en triunfo al Capitolio de Roma, después de sus éxitos militares en África.
     La calle Concepción Arenal desciende levemente orillada al baluarte que llaman del Vendaval, por razones que no necesitan explicación. El mar se abre por aquí claro y limpio, ofreciendo un gallardo panorama que incluye, hacia la izquierda, la línea de la costa a lo largo de todo el istmo. Casi al comienzo de la calle se encuentra este sólido edificio de la antigua Cárcel Real, destinado actualmente a Audiencia Provincial. Durante mucho tiempo, la cárcel gaditana estuvo situada junto al Ayun­tamiento, pero a finales del siglo XVIII se decidió su traslado a esta zona por moti­vos de seguridad. El proyecto se debe a Torcuato José de Benjumeda, pero como las obras se prolongaron nada menos que desde 1794 a 1836, fue terminado por Juan Daura. Es una hermosa construcción de estilo neoclásico, a base de sillares de pie­dra ostionera, marcada por la robustez y la horizontalidad. La fachada presenta un gran pórtico central ligeramente adelantado, compuesto por tres arcos de medio punto sobre pilares de base cuadrada con pilastras dóricas adosadas, continuándose el muro, a un lado y a otro, con arcos ciegos igualmente entre pilastras. En el interior se suceden tres patios, alrededor de los cuales se distribuyen las distintas dependencias (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

Iglesia de Santa María
     Este monasterio de franciscanas concepcionistas es el primer Convento que se erigió en la ciudad. La  fundación se data en 1527, fecha en la que se solicitó su ubicación en la antigua ermita de Santa María. El asalto anglo-holandés de 1596 dejó la fábrica del edificio en tan malas condiciones que fue necesario emprender su total reconstrucción a inicios del siglo siguiente.
     Las dependencias conventuales se centran en torno a un claustro, levantado en 1631 por Gabriel del Valle y Juan de Cuadros, que presenta crujías organizadas en dos cuerpos, el bajo con arcos de medio punto sustentados por columnas toscanas y el alto con vanos rectangulares en forma de balcón. A él se abre una escalera barroca cubierta con bóveda elíptica de cornisa rizada, rea­lizada en 1760. La iglesia es producto de dos fases constructivas llevadas a cabo por autores diferentes. A principio del siglo XVII, Luis Ramírez realizó un templo de cajón con cabecera plana, con el que se corresponden el actual cuerpo de la nave y coro. Años después, en 1616, al concederse el patronato de la capilla mayor a Esteban Blanqueto, se decidió ampliar el templo por la cabe­cera, añadiéndole un crucero diseñado por Alon­so de Vandelvira, resultando de ello una planta de cruz latina.
     En esa misma fecha se levantó, adosada al lado de la epístola de la nave, la capilla de Jesús Nazareno, trazada también por Vandelvira, que a la vez diseñó la portada exterior. La torre-campanario que se eleva sobre ella es obra barroca, realizada en 1760 por el alarife Juan Parcero.
     La nave está dividida en tres tramos por medio de fajas, a modo de pilastras, entre las que se abren arcos que dan acceso a las ca­pillas. Tiene cubierta de bóveda de cañón con arcos fajones y en el crucero se levanta una cúpula de media naranja sobre pechinas, decorada con casetones, motivo que se repite en las bóvedas del crucero y presbiterio. Las claves de estas bóvedas y las pechinas presentan cartelas con los escudos de la familia Blanqueto. En el exterior destaca la portada, de clara composición manierista, articulada en dos cuerpos, el primero organizado mediante medias columnas toscanas pareadas, entre las que se disponen hornacinas, mientras que el segundo es un ático en forma de serliana, rematado por frontón triangular. La torre se corona por un chapitel poligonal con azulejos sevillanos del siglo XVIII.
     El retablo mayor, de madera dorada, fue realizado en 1765 por José Benítez Melón y dorado el año siguiente por Lucio Barba, mientras que la puerta del sagrario, de plata, es de 1767 y se debe a Vicente Fajardo. Se compone de banco, un cuerpo de tres calles, separadas por columnas corintias, con decoración de rocallas en sus fustes, y ático. En las hornacinas laterales se en­cuentran las tallas de Santo Domingo de Guz­mán y San Francisco de Asís y el ático está ocupado por un relieve que representa la Trinidad con San Antonio y San Bernardino a sus lados. Todas ellas son obras sevillanas contemporáneas del retablo y cercanas al estilo de Benito de Hita y Castillo y procedentes del desaparecido Con­vento de los Descalzos, salvo el relieve del áti­co, que es obra de Samuel Hove y es la única pieza realizada para este retablo. En el ámbito del presbiterio se abren tribunas con celosías de madera dorada, obra de José Benítez y también se sitúan dos ángeles lampareros, que talló y policromó Lucio Barba en 1766.
     En el crucero hay tres retablos de madera dora­da, realizados a mediados del siglo XVIII. El del lado del evangelio se sustenta mediante estípites y el frontero fue realizado en 1766 por José Be­nítez Melón, obra rococó muy cercana a la estética del retablo mayor, que alberga un crucificado de la Esperanza, talla policromada realizada en la misma época. Junto a este retablo se sitúa otro de pequeñas proporciones y del mismo estilo. El pulpito, del siglo XVII, es obra de Alejandro de Saavedra. Está realizado en mármol rojizo y se cubre con tornavoz rococó de madera dorada y policromada.
     A la nave del Evangelio se abren dos capillas, la primera de la cuales fue edificada por la familia Villavicencio y está presidida por un retablo manierista, concertado con el escultor Francisco de la Gándara en 1607, si bien presenta im­portantes alteraciones de los siglos XVIII y XIX. De su conjunto iconográfico original aún se conservan las pinturas del banco y las del ático, flanqueando éstas últimas un bajorrelieve de la Coronación de la Virgen. La segunda capilla, de la que fue propietaria la familia Vernalt, está de­dicada a Santa Ana y es posible que su estructura, aunque reformada, pertenezca a la primitiva ermita bajomedieval de Santa María. La preside un retablo barroco de mediados del siglo XVII y se cierra por una reja de madera torneada del mismo siglo. A los pies de la nave se abren los coros alto y bajo, cerrados por celosía barroca de madera policromada. El bajo tiene una sencilla sillería, con decoración rococó, presidida por un templete de talla dorada con la imagen policromada de la Asunción.
Capilla de Jesús Nazareno. El lado de la Epístola está ocupado por la capilla de Jesús Nazareno, imagen de gran raigambre en la ciudad. Es de planta rectangular dividida en tres tramos, cubiertos por bóveda vaída con casquete circular el primero, cúpula semiesférica sobre pechinas el segundo y bóveda de cañón con lunetos el tercero. Este último responde a una ampliación de fi­nes del siglo XVII. El conjunto presenta decoración realizada a mediados del siglo XVIII a base yeserías geométricas y rocallas de madera dora­da que enmarcan relieves, lienzos y vanos, sien­do los trabajos de talla obra de Julián Jiménez.
     El retablo mayor, de madera dorada, fue con­tratado por Gonzalo Pomar en 1757 y dorado por Jerónimo de Molina. Consta de un cuerpo dividido en tres calles por medio de colum­nas corintias, con abundante decoración rococó, y ático. La calle central está presidida por un camarín, donde se sitúa la imagen de Jesús Nazareno, talla policromada para vestir de estilo manierista, realizada a inicios del siglo XVII por Andrés de Castillejos. De la obra original sólo se conserva la cabeza, pues las manos fueron rea­lizadas en el siglo XVIII y el cuerpo es contemporáneo. A sus lados van las tallas de candelero de San Juan, obra de Eslava, y de la Virgen de los Dolores, que realizó en 1944 Juan Luis Vasallo. En el ático hay un relieve que representa el Descendimiento, flanqueado por las tallas de San Pedro y la Verónica, coronando el conjunto el Padre Eterno, todas de igual cronología que el retablo. Al los lados del presbiterio hay dos ángeles lampareros, de mediados del siglo XVIII, realizados en madera policromada por el escultor genovés Francisco María Maggio.
     En el tramo central de la capilla se disponen dos pequeños retablos de madera dorada, realizados por el entallador sevillano Julián Jiménez en 1760. La hornacina del situado al lado de la epístola contiene una talla de candelero de la Magdalena, obra barroca de fines del siglo XVII, muy reformada en el XX.
     En los áticos van relieves de San Roque y San­tiago realizados por Benito de Hita y Castillo, autor también de los relieves de los Evangelistas que ocupan las pechinas y de los que representan a Santa Rita y Santa Gertrudis, situados en los pilares laterales. Al primer tramo se abre una tribuna rococó de madera dorada realizada a mediados del siglo XVIII por Gabriel de Ar­teaga. La capilla tiene un interesante zócalo de azulejos holandeses, donados a la cofradía entre 1670 y 1679 por los armenios David Jácome y Pablo de Zúcar. Los azulejos desarrollan un amplio repertorio iconográfico, con escenas del Antiguo y Nuevo Testamento y diferentes personajes históricos. Especial interés ofrecen aquellos que contienen inscripciones en armenio y castellano, en las que aparece la fecha de su ejecución. Pro­cedente de la misma donación es la pila de agua bendita, obra genovesa realizada en mármol en 1670. Se sustenta por un ángel y tiene un relieve del Nazareno con inscripción en caracteres armenios.
     Entre los enseres de la cofradía destacan una cruz procesional de carey, ébano y marfil, realizada en el siglo XVII, con orla de plata rococó, y un manto procesional de la Virgen de los Dolores, obra sevillana de fines del siglo XIX. La sacristía de la iglesia cuenta con un aguamanil rococó de mármol blanco, atribuido a Cayetano de Acosta, en cuya zona superior se sitúa un relieve con la imagen de la Inmaculada (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     La iglesia se fundó en 1527. En la actualidad, la iglesia se abre a la calle de Santa María a través de una sencilla portada de sillería en estilo renacentista. La puerta adintelada, va flanqueada por dos pares de columnas toscanas. Sobre el entablamento de triglifos bien labrados se alza un segundo cuerpo compuesto de tres hornacinas, la central de más altura coronada con frontón. Una cornisa saliente que corre por toda la fachada enmarca el frontón produciendo el efecto de un alfiz. Toda la composición se corona por una torre cuadrangular construida en sillería donde sé abren balcones que descansan sobre ménsulas curvas, muy barrocas. Los vanos se cubren con celosías. 
   En la capilla de Jesús Nazareno, se conserva un alicatado de azulejos de colores celestes y violeta, procedentes de Italia, representando paisajes del Antiguo y Nuevo Testamento. El interior del convento, posee dos claustros uno pequeño con arcadas en dos frentes, con arcos de medio punto sobre columnas toscanas. El grande tiene dos cuerpos el primero con arcadas de medio punto sobre columnas toscanas de mármol. El segundo piso tiene balcones rectangulares.
     La escalera es de caja rectangular posee cúpula elíptica. Se ilumina por vanos germinados con parteluz (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Algo más abajo de la Cárcel Real, detrás de Concepción Arenal, dando a la calle de su nombre, en la cumbre de una breve pendiente, aparece el monasterio de Santa María, cenobio de franciscanas concepcionistas cuya fundación data de 1527, siendo el primero que se constituyó en la ciudad.
     Su erección se llevó a cabo en una anti­gua ermita dedicada a la Purísima Concepción. Sin embargo, el ataque de la flota anglo-holandesa de 1596 le produjo tales daños que aconsejó una construcción de nueva planta, la cual se llevó a cabo a principios del siglo XVII. Tiene un hermoso claustro, diseñado en 1631 por Gabriel del Valle y Juan de Cuadros, con dos plantas, la inferior a base de arcos de medio punto sobre columnas toscanas, y la superior con balcones. De él parte una suntuosa escalera cubierta con bóveda elíptica enmarcada por una cornisa rizada.
     La fachada de la iglesia, a base de sillares de piedra ostionera, la piedra gaditana por excelencia, es manierista. Fue dise­ñada por Alonso de Vandelvira y muestra un vano a dintel entre columnas toscanas pareadas que soportan un entablamento sobre el que apoya un trío de hornacinas, la central avenerada y coronada con un frontón triangular. La torre lleva balconadas de celosía en el campanario y aparece rematada por un chapitel octogonal recu­bierto de azulejos sevillanos del siglo XVIII. El interior tiene planta de cruz latina, de una sola nave con capillas laterales. La construcción se realizó en dos fases, concluyéndose en el primer tercio del siglo XVII. La primera fase, consistente en un templo de cajón, fue realizada por Luis Ramírez. Con posterioridad, esta nave se amplió por la cabecera, añadiéndole el crucero Alonso de Vandelvira, quien realizó también en el mismo tiempo la capilla de Jesús Nazareno, en el lado de la epístola. El retablo mayor, del siglo XVIII, obra de Benítez Melón, ofrece un barroco juego cargado de movimiento y de ornamentación de rocalla. Sobre el banco se alza un solo cuerpo abierto en tres calles por colum­nas corintias, y ático. En la hornacina central estuvo la imagen gótica de Santa María, hasta que fue destruida en el incendio de 1936. De las distintas esculturas que se ven, la única labrada para el retablo es La Trinidad, un relieve realizado por Samuel Hove. La segunda capilla del lado del evan­gelio está dedicada a Santa Ana. Se cree que su fábrica pertenece a la antigua ermita de la Concepción, aunque con reformas posteriores. Sin embargo, lo mejor del templo es la capilla de Jesús Nazareno, ubi­cada en el lado del evangelio. Tiene planta rectangular y se divide en tres tramos con rica decoración de yeserías geométricas y rocallas. Precioso es el zócalo de azulejos de Delft (Holanda), con escenas del Anti­guo y del Nuevo Testamento, donados por los armenios David Jácome y Pablo de Zúcar en 1670 y 1679, con inscripciones en español y en armenio. Jesús Nazareno, el famoso Greñúo, preside el altar mayor desde su camarín. Se trata de una talla manierista de magnífica factura, realizada por Andrés de Castillejos, aunque en este momento sólo la cabeza es original, ya que las manos se le rehicieron en el siglo XVIII y el cuerpo es de factura actual (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

Iglesia de Santo Domingo
     Tras varios intentos de fundación, la orden dominicana estableció en Cádiz un hospicio en 1630, logrando fundar su Convento nueve años más tarde. Como emplazamiento se eligió el lugar llamado del «boquete», donde los asaltantes anglo-holandeses habían arrojado la imagen de la Virgen del Rosario en 1596. La construcción del recinto conventual dio comienzo en 1645 y contó con el apoyo económico del comerciante vasco Domingo de Munárriz. El Convento alcanzó gran prestigio en el campo de la ense­ñanza, ya que desde 1681 acogió una casa de estudios, en la que se recopiló una importante bibliote­ca, perdida con la exclaustración. Tras sufrir graves daños, al ser incendiado en 1936, el conjunto fue restaurado entre 1945 y 1948.
     Las dependencias conventuales se centran en torno a un claustro barroco, fechable hacia 1660, que se organiza en cuatro crujías con tres cuerpos cada una. El prime­ro con columnas toscanas de mármol blanco, que sustentan arcos de medio punto; el segundo articulado mediante pilastras, entre las que se abren balcones de marco moldurado rematados con frontones curvos y triangulares y el último con remates adintelados y arcos rebajados.
     Completan el conjunto cuatro brocales de pozo, en mármol blanco italiano, con escudos dominicos y franciscanos en sus frentes. En uno de los ángulos del claustro se sitúa la escalera principal, de tipo conventual, resuelta en dos tramos con cubierta de bóveda plana. Paralela a una de las crujías del claustro está la antigua capilla de la V.O.T., obra de la primera mitad del siglo XVIII, diseñada por Juan Martín de León. Tiene planta rectangular y sus muros se articulan mediante pilastras corintias, sobre las que corren movidos fragmentos de entablamento. La cubierta es de bóveda de cañón rebajado con lunetos y va decorada con yeserías que evocan nervaduras de inspiración gótica, mientras que la portada está realizada en piedra y su vano se enmarca baquetón mixtilíneo con profusa deco­ración. La portada del Convento, realizada en piedra arenisca, está fechada en 1675 y consta de dos cuerpos, el inferior con un vano rectangular flanqueado por pilastras toscanas y el superior centra­do por una hornacina, rematada con frontón triangular. Ocupa la hornacina la imagen en mármol de Santo Domingo de Guzmán, obra italiana, contemporánea de la portada, y a sus lados dos escu­dos de la orden, también de már­mol, de igual procedencia. La Iglesia, santuario de la Virgen del Rosario, patrona de Cádiz,  fue iniciada por Antón Martín Calafate y Bartolomé Ruiz y concluida por Luis de Lojo en 1666. A mediados del siglo XVIII fue reformada, dotándola de una abundante decoración de yeserías, y tras el incendio de 1936 hubo de ser reconstruida parcialmente bajo la dirección de Aurelio Gómez Millán. La planta es de cruz latina inscrita en un rectángulo y consta de tres naves. La mayor se divide en cinco tramos por medio de pilastras toscanas, entre las que se abren arcos de medio punto, sobre los que van tribunas en forma de balcones. La cubierta es de bóveda de cañón con lunetos en la nave central, siendo de aristas en las laterales. En el crucero se levanta una cúpula semiesférica sobre pechinas y a los pies de la nave principal va el coro en alto, sobre bóveda de cañón rebajado. Todo el interior del templo está profusamente decorado con yeserías dieciochescas, en las que se mezclan motivos geométricos con rocallas, correspondiendo las situadas en las bóvedas y en los muros frontales del crucero a la restauración de Gómez Millán.
     Al exterior se abre una portada lateral, que es reproducción contemporánea de la del compás del Convento, en cuya hornacina hay una ima­gen barroca de la Virgen del Rosario, realizada en mármol blanco, obra genovesa del siglo XVII. En la confluencia de la fachada lateral con la principal se eleva la torre, con planta cuadrada y cuerpo de campanas octogonal, cubierto con casquete semiesférico y rematado por linterna.
     El retablo mayor es una destacable pieza genovesa de mármoles de colores, realizada entre 1683 y 1691 por los hermanos Andreoli, aunque es posible que el diseño corresponda al maestro ensamblador Juan González de Herrera. Está considerado como uno de los ejemplos más sobresalientes de la retablística italiana del barroco en España. Se compone de banco, cuerpo divi­dido en tres calles por columnas salomónicas y ático. En la calle central se sitúa el camarín de la Virgen del Rosario, que fue levantado tras el maremoto de 1755, con abundante decoración de yeserías rococó, muy restaurado en la recons­trucción de Gómez Millán. La imagen es obra de candelero, realizada por Fernández Andes para reemplazar a la original, perdida en el incendio de 1936. En las calles laterales se sitúan las esculturas en mármol de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán, firmada esta última por J. A. Ponsonelli. El ático está ocupado por un relieve que representa la crucifixión, firmado por Este­ban Frugoni, a cuyos lados van las imágenes de Santo Tomás y Santa Rosa, del mismo autor.
     En los muros laterales del presbiterio se abren tribunas con profusa decoración de yeserías y antepecho de rocallas doradas, mientras que los ángeles lampareros son tallas, en madera policromada, de origen genovés, realizadas a media­dos del siglo XVIII. En el frontal del lado del evangelio del crucero se abre la capilla del sagrario, donde se da culto a una pequeña talla policromada de la Virgen del Rosario, conocida como la Galeona, que realizó Juan Luis Vasallo en 1943 evocando el modelo anterior, perdido en 1936. Es una pieza de especial significado histórico, pues acompañaba a la flota de Indias, de cuya Carrera era patrona.
     En los testeros del crucero hay dos retablos de igual traza. El situado al lado de la epístola, de mármoles de colores, lo realizó en Géno­va Alessandro Aprile en 1764, por encargo de la cofradía de la Misericordia, compuesta por genoveses. Se inspira en modelos del padre Pozzo y consta de un cuerpo, flanqueado por colum­nas salomónicas pareadas, y ático. La hornacina principal alberga actualmente una imagen contemporánea de Santo Domingo, mientras que en el ático y en las dos hornacinas clasicistas situadas a los lados del retablo, van las esculturas en mármol blanco de Cristo Crucificado, San Bernardo y San Juan Bautista, que pertenecen al programa iconográfico original. El retablo frontero del lado del evangelio, es una réplica en madera policromada de éste, realizada también a mediados del siglo XVIII. Está presidido por una talla genovesa de San José, contemporánea del retablo, y en una de las hornacinas la­terales hay un San Joaquín, de igual cronología y procedencia.
     El último tramo de la nave del evangelio está ocupado por la capilla del Cristo de la Salud, que aún conserva las yeserías originales en su bóveda. El Cristo es una talla policromada del siglo XVII, atribuida a Francisco de Villegas, si bien presenta importantes restauraciones posteriores. La Virgen de la Esperanza es una imagen de candelero, realizada por Luis Álvarez Duarte en el año 2004.
     La capilla que ocupa el mismo tramo en el lado de la epístola, contiene en uno de sus muros una lauda de mármol, obra genovesa de mediados del siglo XVII.
El púlpito, realizado en Génova en la segunda mitad del siglo XVII, es de mármoles de colores con tornavoz y escalera de madera, esta última con profusa decoración de taracea y tallada. En los pilares fronteros a la entrada lateral del templo hay dos pequeñas pilas de agua bendita, realizadas en mármol blanco de procedencia italiana, que se complementan con decoraciones de yeserías rococó en la zona superior.
­      El coro conserva una sillería atribuida a Juan González de Herrera, fechable a finales del siglo XVII. Consta de un doble orden de asientos, articulándose los respaldos del superior por columnas salomónicas, entre las que van paneles donde se representan en altorrelieve distintos santos, centrando el conjunto la Virgen del Rosario. Remata la sillería una sucesión de tarjas flanqueadas por ángeles niños (Juan Alonso de la Sierra, Lorenzo Alonso de la Serra, Ana Aranda Bernal, Ana Gómez Díaz-Franzón, Fernando Pérez Mulet, y Fernando Quiles García. Guía artística de Cádiz y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2005).
     El convento de Santo Domingo de Cádiz, emplazado en el borde del casco histórico, en las proximidades del puerto, respondiendo a la tipología tradicional de estos edificios, presenta claustro central con galerías perimetrales, adosándose la iglesia a uno de sus laterales. Esta es de planta de cruz latina inserta en un rectángulo, con tres naves y cabecera recta compartimentada en tres espacios. Las naves se separan por pilares cruciformes, siendo la central de mayor anchura y altura que las laterales. Las cubiertas en la nave central, el presbiterio y los brazos del crucero son de cañón con lunetos y fajones; las de las naves laterales, bóvedas de arista y en el crucero se dispone cúpula sobre pechinas. Los dos primeros tramos de los pies están ocupados por un coro que se sustenta por bóveda de cañón rebajado.
     Sobre las naves laterales se disponen tribunas que abren al interior de la central como balcones ricamente ornamentados. De ellos se singularizan los dos más próximos al coro, de mayor vuelo debido a que cumplían la función de albergar los órganos, y los del presbiterio, enfatizados por más complejos elementos decorativos. En el presbiterio y el frente del crucero es de mencionar el zócalo de tres metros de altura que los recubre. Fue realizado a fines del XVII junto al retablo mayor por los hermanos Andreoli y se conforma por paños rectangulares en sentido vertical en los que, en el mármol blanco, se incrustan piezas de otros mármoles rojos y negros para formar grandes motivos de rombos, estrellas y medallones polilobulados.
     Todo el interior del templo se halla profusamente decorado con yeserías dieciochescas en las que se mezclan los motivos geométricos con los vegetales, cartelas y rocallas. En las pechinas de la cúpula del crucero hay tondos con bustos de Papas. Adosados a los pilares del arco triunfal vuelan suspendidos en el aire dos ángeles lampadarios datados en 1684 y debidos a Gabriel de la Mata. El retablo mayor, ejecutado en mármoles de colores blanco, verde, rojo y negro, es obra del taller genovés de Andrea y Juan Antonio Andreoli de los años 1683-1691.
     En el testero derecho del crucero se encuentra el retablo de Santo Domingo, también de mármoles de colores, realizado en Génova en 1764 por Alessandro Aprile. En el testero izquierdo del crucero hay otro retablo igual al comentado y de la misma cronología, pero realizado en madera tallada y policromada, que acoge una imagen de San José de autor genovés anónimo de mediados del siglo XVIII. El San Joaquín de la hornacina situada a la izquierda del retablo es de las mismas fechas.
     El púlpito, de mármol blanco con embutidos de varios colores, se compone de pilar abalaustrado y tribuna hexagonal en la que se ubica un gran escudo de la orden dominica. Se le relaciona con la producción del taller de los Andreoli. Los elementos complementarios son de madera con tallas de estética rococó dieciochesca. La barandilla de la escalera se decora con molduras y baquetones superpuestos de perfil mixtilíneo que dibujan cartelas centrales en las que se inserta una menuda decoración vegetal; la entrada a la escalera se cierra con una puerta de dos hojas con rica decoración de tallas e incrustaciones. El tornavoz y su frontal son de madera dorada. Corona el conjunto la figura alegórica de la Fe.
     Piezas marmóreas y de origen genovés son también las dos pilas de agua bendita adosadas a pilares del segundo tramo de la nave del evangelio desde los pies. Las pilas, de taza octogonal, están sostenidas por ángeles-atlantes de más de medio cuerpo vestidos con túnicas. Hay otras dos pilas, éstas de mármol negro brocatel, en los pilares del primer tramo desde los pies. Se componen de pilar abalaustrado y taza gallonada.
     Deben mencionarse las lápidas del presbítero Núñez Chacón, fechada en 1672, y del regidor Olivares, de 1701, ambas con escudos heráldicos, y la de Diego de Munárriz, de igual fecha a la anterior, existente en el claustro junto a la puerta de acceso a la sacristía.
     La sillería del coro, obra anónima de la segunda mitad del siglo XVII, tiene doble orden de asientos, constando el alto de 33 y el bajo de 21. Los respaldos superiores se organizan mediante una sucesión de encasamentos separados por columnillas salomónicas, en los que se representan en altorrelieve figuras de santos.
     Al exterior, el edificio presenta exentos tres de sus frentes. En el muro de la cabecera se trasdosa el camarín de la Virgen del Rosario, realizado en 1756 y muy restaurado tras el incendio de 1936. El camarín descansa sobre una amplia peana moldurada de piedra ostionera y remata en perfil mixtilíneo con decoración de placas del que emerge un abovedamiento poligonal. 
   La iglesia se abre al exterior por dos portadas. La de los pies es un simple acceso adintelado. La de la nave del evangelio resulta ser la principal, al estar inserta en una fachada elevada sobre el nivel de la calle a la que se llega a través de una escalinata y un atrio acotado por barandillas metálicas entre netos pétreos. La portada, construida a mediados del siglo XX, está presidida por una imagen barroca de la Virgen del Rosario realizada en mármol blanco.
     A los pies de esa fachada del evangelio se dispone la torre, de cinco cuerpos separados por cornisas y planta cuadrada, que ofrece vistos sus sillares de piedra ostionera. El campanario de remate es octogonal y se corona por cúpula con linterna. El campanario conserva tres campanas, dos de ellas de fnes del siglo XIX y la otra del XVIII, todas con inscripciones. También conserva la maquinaria de un reloj fecha- da en 1881. Formando ángulo recto con la fachada de los pies de la iglesia, se encuentra la portada de Santo Domingo por la que se ingresa a la zona conventual y a la capilla de la Venerable Orden Tercera. Dicha portada, que ostenta la fecha de 1675 y está labrada en sillería de piedra arenisca, tiene dos cuerpos. El inferior es adintelado y moldurado con baquetón mixtilíneo y pilastras dobladas de orden toscano que sustentan un entablamento con inscripción alusiva a la fundación. Sobre el saliente de la cornisa se conforma un frontón curvo roto. En este segundo cuerpo, el centro lo ocupa una hornacina avenerada enmarcada por pilastras toscanas y frontón recto, que alberga una escultura italiana del XVII de mármol blanco de Santo Domingo de Guzmán, y los laterales sendos escudos de la Orden dominica, de la misma procedencia, cronología y material.
     Traspasada la portada de Santo Domingo, a través de un zaguán con zócalo de azulejos del XVII en el que aparecen reiterados los escudos de dominicos y franciscanos y solería de mármol genovés en damero, se hallan los accesos al claustro y a la capilla de la Venerable Orden Tercera levantada en la primera mitad del siglo XVIII.
     La portada interior de la capilla de la Venerable Orden Tercera ofrece un hueco adintelado que se cierra con una interesante puerta de madera tallada en maderas nobles de la primera mitad del siglo XVIII y se enmarca por baquetón moldurado de perfil mixtilíneo coronado por movidos fragmentos de frontón curvo. Flanqueando la portada hay dos pequeños altares, ornamentados con yeserías, que albergan imágenes del Niño Jesús y de la Virgen del Rosario.
     Interiormente, la única nave de esta capilla se subdivide en cinco tramos por fajones moldurados que descansan sobre pilastras con contrapilastras corintias. Cada uno de los tramos de la bóveda, de perfil muy rebajado, se ornamenta con yeserías que dibujan formas estrelladas semejando nervaduras góticas. También decorada con yeserías, de dentículos y ovas, se presenta la cornisa que recorre perimetralmente el espacio como línea de imposta de donde parte la bóveda.
     Sobre esta cornisa se sitúan angulosos y movidos fragmentos de entablamento sobre canes con hojarascas laterales. El arco triunfal de acceso al presbiterio presenta una carnosa decoración de guirnaldas de frutas y cartela central con el escudo dominico. A los pies, en alto, se sitúa el coro.
     Hacia 1660 se fecha el claustro, que organiza las dependencias conventuales. Tiene tres plantas de altura decreciente. La inferior, abierta, presenta arcadas de cinco vanos de medio punto sobre columnas toscanas de mármol blanco, con enjutas decoradas con molduras planas sobrepuestas. El segundo cuerpo se articula por pilastras entre las que se disponen vanos rectangulares a modo de balcones que se coronan por frontones, alternadamente curvos y triangulares, de los cuales, los situados en el centro de cada lado, albergan tarjas de mármol conteniendo escudos de la Orden. En el tercer piso la secuencia es de vanos ciegos rectangulares y arcos rebajados que cobijan ventanas adinteladas enmarcadas por molduras planas con orejetas.
     En el ángulo de la crujía frontera a la iglesia, se ubica la caja de escalera que arranca y desembarca en dependencias rectangulares centradas por doble arquería de medio punto que descansa sobre una robusta columna toscana de mármol. La escalera, de amplias dimensiones, se desarrolla en dos tramos con meseta central. Cada peldaño constituye una sola pieza de mármol blanco. Ocupando el centro del claustro se sitúan cuatro brocales de pozo iguales. Son de mármol blanco y forma octogonal. En cuatro de sus frentes se superponen, de forma alterna, tallas de escudos dominicos y franciscanos.
     En la sacristía interesa destacar la zona contigua a la iglesia, en cuyo frente hay dos puertas adinteladas y enmarcadas por baquetones mixtilíneos entre las cuales se ubica un aguamanil de mármol blanco sobre un fondo de azulejería.
     La iniciativa de fundar un convento dominico en Cádiz tiene su origen en las primeras décadas del siglo XVII, si bien fue paralizada ante la tenaz oposición del resto de las órdenes establecidas en la ciudad. En 1643 obtuvo la Orden permiso para establecer definitivamente su convento en la ciudad.
     Durante los siglos XVII y XVIII vivió este convento su mayor auge, circunstancia en la que influyó notablemente el hecho de ser la Virgen del Rosario patrona de la Carrera de Indias. La totalidad de sus capillas fueron ocupadas por las familias y corporaciones de gran importancia en la configuración social de Cádiz. También albergó este convento, desde 1772, una casa general de estudios, de notable influencia en la historia de la docencia gaditana. Fundamental en su historia fue la atribución de la salvación de la ciudad a la Virgen del Rosario durante el terremoto de 1755, origen de su patronazgo, otorgado oficialmente en 1867.
     En 1835, el convento fue exclaustrado, abandonándolo la orden de Santo Domingo hasta su restablecimiento en 1890.
     Durante esta etapa ocupó el edificio una comunidad de monjas capuchinas. En 1931 y 1936 sufrió sendos asaltos, siendo incendiadas sus dependencias en la segunda ocasión. Aunque el incendio afectó gravemente al conjunto, las estructuras fundamentales se conservaron, siendo restaurada su iglesia entre 1944 y 1947, según proyecto de Aurelio Gómez Millán (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     El callejón de los Negros da a la calle Plocia, en la que se encuentra el acceso posterior al Palacio de Congresos, que lleva hasta el convento de Santo Domingo, ya en la calle de su nombre. A partir de aquí y hacia el noroeste se encuentra la parte más alta de una población, por lo demás completamente llana, y precisamente en esta ligera elevación, ocupada por los barrios de Santa María y del Pópulo, sitúan los investigadores la ciudad primitiva. El convento constituye un buen ejemplo del manierismo tardío al que el barroco dotó de la abundante decoración propia del estilo. Su fundación data de 1630, aunque la cons­trucción no se inició hasta 1645. La institución, que gozó de un alto prestigio intelectual, contó con una casa de estudios y con una magnífica biblioteca que desapareció tras la exclaustración. Posteriormente, en 1936, el conjunto fue incendiado por la plebe, siendo restaurado entre 1945 y 1948. Tiene un armonioso claustro de tres plantas, la inferior con arcos de medio punto sobre columnas toscanas de mármol, la primera con balcones entre pilas­tras y la superior con ventanas. Cuatro brocales de pozo de mármol blanco ponen en el espacio abierto una nota evocadora de tiempos pasados.
     La iglesia, separada de la cota de la calle por una escalinata, es de 1666. Al exterior, sobresale la torre, un alto volumen de base cuadrada rematado por el cuerpo octogonal de campanas, al que corona un cas­quete semiesférico con linterna. La entrada al templo se hace por el lateral, a través de una portada sobre la que hay una hornacina con una imagen de la Virgen del Rosario realizada en Génova en el siglo XVII en mármol blanco.
     El interior deslumbra por la abundante decoración de yeserías y rocallas. Tiene planta de cruz latina con tres naves separadas por arcos de medio punto sobre pilares muy gruesos; la central, más ancha, lleva bóveda de cañón con lunetas y tribunas laterales. Una cúpula de media naranja sobre pechinas corona el crucero, en tanto a los pies se sitúa un coro alto sobre bóveda de medio cañón rebajado. Cuatro hermosas columnas salomónicas, de mármol negro, prestan su solemnidad al retablo mayor, una elegante máquina realizada en Génova por los hermanos Andreoli entre 1683 y 1691 en mármol de diversos colores, considerada como uno de los más bellos ejemplos del barroco español de origen italiano. Consta de banco y dos cuerpos. En un camarín situado en el cuerpo inferior se encuen­tra la Virgen del Rosario, patrona de la ciudad, obra de Fernández Andes realizada para sustituir a la original desapa­recida con el incendio de 1936. Cuatro bellas imágenes, también de mármol, completan el conjunto. En el cuerpo infe­rior están Santo Domingo de Guzmán y San Francisco, y en el superior o ático, Santo Tomás y Santa Rosa. En este último cuerpo figura también un Calvario en relieve labrado por Esteban Frugoni. En la capilla del Sagrario, situada en la cabe­cera de la nave del evangelio, se encuen­tra La Galeona, famosa imagen policromada de la Virgen del Rosario que viajaba en la nave capitana de la flota de Indias, de la que era patrona, aunque la actual es obra del imaginero gaditano Juan Luis Vasallo, realizada en 1943 para sustituir igualmente a la que fue quemada en 1936. En esta misma nave, en la última capilla, junto a los pies, se venera al Cristo de la Salud, imagen del siglo XVII, cuya talla se atribuye a Francisco de Villegas. Aquí mismo está también la Virgen de la Esperanza, que sigue al Cristo en su desfile del Miércoles Santo. Se trata de la talla que Luis Álvarez Duarte realizó en el año 2004. Aún puede verse otro bello altar labrado también en Génova. Es el situado en el lado derecho del crucero. Lo ejecutó Alessandro Aprile en 1764, también de mármoles de colores, un encargo de la cofradía de la Misericordia, cuyos hermanos eran genoveses residentes en la ciudad (Rafael Arjona, y Lola Wals. Guía Total, Cádiz, Costa de la Luz. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2008).

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