Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la plaza Virgen de los Reyes, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 16 de junio, es el aniversario (16 de junio de 1946) del nombramiento oficial como patrona de la Archidiócesis, de Nuestra Señora de los Reyes por el papa Pío XII, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la plaza Virgen de los Reyes, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La plaza Virgen de los Reyes es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de Santa Cruz, del Distrito Casco Antiguo, y está delimitada por las calles Mateos Gago, Don Remondo, Cardenal Amigo Vallejo, y las plazas del Triunfo y de Santa Marta.
La plaza (desde el punto de vista urbanístico, y como definición, responde a un tipo de espacio urbano más abierto, menos lineal, excepción hecha de jardines y parques. La tipología de las plazas, sólo las del casco histórico, es mucho más rica que la de los espacios lineales; baste indicar que su morfología se encuentra fuertemente condicionada, bien por su génesis, bien por su funcionalidad, cuando no por ambas simultáneamente. Con todo, hay elocuentes ejemplos que ponen de manifiesto que, a veces, la consideración de calle o plaza no es sino un convencionalismo, o una intuición popular, relacionada con las funciones de centralidad y relación que ese espacio posee para el vecindario, que dignifica así una calle elevándola a la categoría de la plaza, siendo considerada genéricamente el ensanche del viario) está dedicada a la Virgen de los Reyes, patrona de la Archidiócesis.
Desde la conquista de la ciudad (1248) recibió indistintamente las denominaciones de plaza o plazuela del Arzobispo y Corral de los Olmos, por encontrarse en este lugar las casas de los arzobispos y en edificio próximo el citado corral; éste fue parte de la gran mezquita, concedida por Fernando III al cabildo eclesiástico, que tuvo allí su sede hasta el s. XVI. También fue conocida como de Santa Marta, por el hospital que allí existía. Y de Santa María, en clara referencia a la Catedral puesta bajo la advocaci6n de la Virgen. De estos dos topónimos no hay documentación fidedigna. Pablo de Olavide la rotularía en su plano (1771) como plaza del Arzobispo, y Sartorius en el suyo (1848) ya recoge la denominación oficial de plaza del Palacio Arzobispal acordada oficialmente en 1845; estas denominaciones, que se habían impuesto a las otras, estaban justificadas por tener su residencia en ella los arzobispos desde que Fernando III donara al obispo Raimundo unas casas sobre las que en el s. XVII se construyó el palacio que aún se conserva. Con los cambio de rotulación que trajo la Revolución de 1868, pasó a denominarse plaza de la Giralda, en razón de la universal torre, y poco después Cardenal Lluch, en homenaje al arzobispo fray Joaquín de Lluch (1816-1882), con ocasión de su fallecimiento. Con la Segunda República pasó a denominarse plaza de Andalucía (1931) hasta finales de 1936, en que recibió el de Virgen de los Reyes por petición de la Academia de Bellas Artes, que asimismo se comprometió a colocar un azulejo con la efigie de la patrona de Sevilla para conmemorar el 18 de julio de 1936, quedando sin efecto el acuerdo municipal de rotularla unos meses antes como Calvo Sotelo. En realidad se trataba de una permuta, pues la Puerta de Jerez, que había sido rotulada en 1928 como Virgen de los Reyes, sería la que recibiría, con mejor criterio, la denominación de Calvo Sotelo, por las relaciones de este lugar con los comienzos de la guerra civil; y la de Andalucía, nombre poco querido por la ideología triunfante, pasó a denominarse Virgen de los Reyes.
La actual plaza, de planta trapezoidal, no se parece a la que existía desde la conquista. Sobre un espacio abierto o plazuela, a la que daban las fachadas de las casas del arzobispo y del Corral de los Olmos, situado delante de la Giralda y de la cabecera de la Catedral, penetraban profundamente las viviendas que conformaban Borceguinería (hoy Mateos Gago) y las colaterales de Don Remondo y Santa Marta. También lindaba con la plazuela el Hospital de Santa Marta, separado del Corral de los Olmos por una callejuela que la comunicaba con la actual plaza del Triunfo. Cerraban la plaza otros edificios con dos arcos en ángulo; uno de ellos se apoyaba en el Palacio Arzobispal y la Giralda y servía para pasar desde el palacio a la Catedral, y el otro tenía puerta de madera y estaba próximo a la llamada de los Palos, en clara alusión a su origen. Sobre este espacio se comenzará a actuar a mediados del s. XVIII, siendo derribados los arcos que había entre el Palacio Arzobispal y la Puerta de los Palos. Al final del siglo se demolerán los edificios que quedaban del Corral de los Olmos, marcándose en el suelo el plano del edificio derribado, quizás por las diferencias que surgieron entre el cabildo eclesiástico y la ciudad por la incorporación de los solares a la vía pública y que terminaron en un ruidoso pleito. Apareció a la vista la Puerta de las Campanillas de la Catedral y se construyeron rejas para ésta y la de los Palos, delimitándose el espacio sagrado con columnas unidas con cadenas. En la década de los veinte y al amparo de la legislación de la Exposición Iberoamericana, se expropiaron varias casas d ela plaza, eliminándose los tacones que penetraban en ella a amos lados de Mateos Gago, quedando alineada Don Remondo y ensanchado el acceso a la plaza de Santa Marta. Con la construcción de la fuente-farola en 1929, quedó configurada la plaza tal como se la conoce actualmente.
En el s. XV estuvo enladrillada y posteriormente empedrada hasta 1886, en que se adoquinó; en esta operación se eliminaron las piedras que señalaban el contorno del Corral de los Olmos y que habían sido colocadas tras su demolición (1790). A principios de este siglo se la dotó de candelabros de gas y en 1961 de nuevo alumbrado eléctrico y asfaltado. Posteriormente, a comienzos de los años 70 fue extendida una nueva capa asfáltica, la denominada "marea negra". Bajo el asfalto han quedado los raíles del tranvía que atravesaban la plaza próximos a la Catedral. Sobre el acerado de losas de cemento, se abren alcorques con naranjos y se apoyan farolas fernandinas de tres brazos. Un verdadero monumento constituye la fuente-candelabro de cinco brazos y farolas de forja, levantada por José Lafitta en 1929, inspirada en el monumento del Triunfo, rodeada de una fuente y una roseta de chino lavado y que sustituyó a un urinario público que allí existía.
Eta plaza fue desde la época musulmana un centro importante, pues en ella tenía su sede la gran mezquita; tras la conquista y en el Corral de los Olmos tendrán su sede los cabildos civil y eclesiástico. Este corral, que fue abandonado primero por el cabildo civil (1533) al trasladarse a su nueva sede en la plaza de San Francisco, y posteriormente (1592) por el eclesiástico al irse a la Sala Capitular de la Catedral, pasará a ser bodegón y, finalmente, será demolido por el cabildo eclesiástico en 1790. En sus proximidades se construyó entre los s. XV y XVI la Catedral gótica, cuyo ábside y las dos puertas colaterales al mismo la delimitan. Estas presentan en sus frontales, respectivamente, la Adoración de los Reyes y la Entrada en Jerusalén, obras de Miguel Florentín (1520). Junto a ella cierra este lado la Giralda (1184-1198), torre almohade mandada construir por el sultán Abu Yacub Yusuf y ejecutada por Alí de Gomara y por ben Baso. El Palacio Arzobispal, que enmarca otro de los lados, se levantó sobre las primitivas casas del obispo Raimundo, de las que nada se conserva. El actual edificio se construyó en la segunda mitad del s. XVI, añadiéndose la magnífica escalera en el XVII, y entre 1703 y 1705 la portada barroca, una de las obras más notables de Sevilla en este estilo. En el frente por el que confluye la calle Mateos Gago se construyó un edificio (1928-30) del arquitecto Vicente Traver para la viuda de Marañón, de tres plantas, con numerosos adornos de ladrillo visto que le dan un aire barroquizante. Cierra la plaza el convento de Santa Mara o de la Encarnación, fundado en 1385 como hospital por el arcediano de Écija, Fernán Martínez, sobre la antigua mezquita de los Osos, y cedido a las monjas agustinas en el s. XIX por demolición del suyo en la plaza de la Encarnación. La parte más notable la ofrece la capilla, de finales del s. XIV. Exteriormente está enjalbegado en su totalidad, llamando la atención su aspecto popular, más patente, si cabe, en una plaza con tan nobles edificios. En su fachada aparece un azulejo de la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla, fechado el 18 de julio de 1936, y placa cervantina con la cita de El rufián dichoso referida al Corral de los Olmos.
Las funciones sociales vienen dadas por la existencia de los monumentos religiosos mas importantes de la ciudad, la Catedral y el Palacio Arzobispal. Consecuentemente ha sido testigo de numerosas ceremonias a lo largo de los siglos, tales como las honras fúnebres por los arzobispos, ceremonias por la entronización de los reyes. levantamiento de pendones, procesiones de rogativas, muestras de adhesión a la jerarquía eclesiástica, etc. Pero de todas ellas las más populares, sin duda, han sido la procesión de la Virgen de los Reyes el 15 de agosto, la Semana Santa y el Corpus, que tradicionalmente han salido por la Puerta de los Palos y tras recorrer total o parcialmente la plaza se dirigen hacia Cardenal Amigo Vallejo, Mateos Gago o plaza del Triunfo. En el siglo XV ya se entoldaba el Corral de los Olmos para la salida de la procesión del Corpus. Durante los s. XVI y XVII este espacio hubo de estar muy animado pues el famoso corral, tras su abandono por el cabildo eclesiástico, fue alquilado, instalándose allí un bodegón frecuentado por tahúres y marginados que alcanzó tal fama, que de ella se hicieron eco Quevedo, Vélez de Guevara y Cervantes, quien en El rufián dichoso escribió:
"Del Corral de los Olmos
do está la jacarandina
sale Reguilete el jaque
Otros muchos escritores se han referido a la plaza en su conjunto: Fernández y González, Cela, Antonio Burgos, Manuel Ferrand y Cortines Murube, entre otros. En la actualidad es muy frecuentada por el turismo, que encuentra, además de los monumentos, tiendas de recuerdos, antigüedades y mantones de Manila, parada de coches de caballo y establecimientos de hostelería, que ocupan con sus mesas el espacio que anteriormente estaba invadido por los vehículos estacionados. Recientemente ha sido cerrada la Puerta de los Palos para la visita turística. Los martes, tradicionalmente, acudían a rezar las jóvenes a Santa Marta, a pedir ayuda para encontrar marido [Salvador Rodríguez Becerra, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Virgen de los Reyes, plaza de la. PALACIO ARZOBISPAL. Construido sobre el solar de la primitiva residencia de los arzobispos de Sevilla, tras la reconquista de la ciudad, el edificio actual es obra de la segunda mitad del siglo XVII. La portada principal se debe a Lorenzo Fernández de Iglesia, fechada en 1704. A través de una galería abovedada se llega al gran apeadero a cuyo fondo se encuentra una suntuosa escalera de mármol, de tres tramos, cubierta por una bóveda de media naranja. Este palacio encierra una rica pinacoteca, en la que destaca la galería de prelados y obras de Murillo, Valdés Leal y Juan de Espinal [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la imagen de Nuestra Señora de los Reyes, a la que está dedicada la plaza;
Es la Patrona de Sevilla y de la Archidiócesis. Preside el retablo principal de la Capilla Real Catedralicia. Goza de extraordinaria devoción, pudiendo considerarse como la Virgen de Sevilla, en esta tan justamente llamada «Tierra de María Santísima».
La imagen (mide 1'76 mts.), -que porta al Niño en sus faldas, cual Trono de Salomón- tiene excepcional interés iconográfico y artístico.
Iconográficamente es una veraz interpretación de la Virgen Majestad, cuya ascendencia devocional enraíza con la Orden del Cister. Es imagen de vestir, sedente, realizada en un maniquí de madera de alerce? cubierto de una piel como cabritilla, y con aparato escapular, que daría movimientos (posiblemente cefálicos y probablemente de los brazos), hoy inutilizado. Tiene tallados y policromados rostro y manos, con pabellones auriculares muy realistas y una excepcional cabellera compuesta de miles de hilos de seda que en su día estuvieron dorados. Los pies se cubren con unas calzas de cordoban, con tiradores en forma de flores de lis, en la bordura arquillos de herradura y en el campo estrellas de ocho puntas y la palabra «amor», todo ello de clara ascendencia mudejárica (miden 0'24 mts.).
El rostro ofrece una expresión de cierto hieratismo, profundamente simbólico, y las manos tienen la disposición de dedos en tenedor, característica de lo gótico.
El Niño es en un todo semejante: maniquí de madera articulado, aparato escapular de movimientos, talla policromadas, cabeza, piernas y pie (mide 0'64 mts.).
El rostro es extraordinariamente expresivo, muy realista, la cabellera ensortijada, tallada con concepto de piedra y en sus facies ofrece una sonrisa estereotipada, con cierto sentido arcaizante.
Artísticamente son imágenes relacionadas con el arte francés; con el maestro de las dos Madonnas, la Virgen, del núcleo parisino; y del círculo de Chartres el Niño, de gran interés.
Se pueden fechar en el segundo cuarto del siglo XIII, existiendo numerosas y curiosas tradiciones respecto a su origen y ejecución, la mayor parte de ellas de sentido poético y religioso motivadas por la profundidad y extensión devocional. Las más veraces estilísticamente, las consideran obras de artistas franceses, ejecutadas en tierras galas y donadas por San Luis a su primo San Fernando; o trabajadas por algunos talleres itinerantes de dicho país en suelo andaluz; o de núcleos castellanos, inspirados en lo que se hacía allende el Pirineo.
Ambas esculturas son piezas de singular significación, interés y trascendencia (las imágenes fueron estudiada s por Hernández Diaz en 1.946, con motivo del expediente canónico ante la Santa Sede para la declaración del Patronato. Posteriormente han sido restauradas por el catedrático de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla D. Francisco Arquillo y su equipo, en 1.980, pudiendo, pues estudiarse más detenidamente 35 años después. Con este motivo surge el interrogante de la cabellera y su cronología. ¿Será de la época de la escultura o quizás posterior, de tiempos modernos?. No hay hasta ahora ningún testimonio documental sobre ello y por tanto solo conjeturas e hipótesis de trabajo podemos formular, circunstancia extraña ya que se hizo para ser vista y lucir ante los fieles, singularmente en las procesiones, y ello llamaría la atención de todos. Para la época medieval es insólita y podemos afirmar que caso casi único; alguna vez he creído que pudiera ser moderna, quizás de hacia 1.579, cuando fue trasladada a la actual Capilla Real, o en la época del nuevo retablo o en el tiempo de la definitiva distribución de los sepulcros reales en momento ya de la teatralidad del barroco. Son interrogantes que atraen mi atención, aunque al final creo en lo medieval, donde el impacto popular de los movimientos referidos y la cascada aurea de la citada cabellera, debieron impresionar poderosamente a todos. Algo semejante podemos afirmar de los citados movimientos y del artilugio que los motivaba).
Según referencias fidedignas Felipe II la tituló «Reina de las imágenes de Nuestra Señora» (José Hernández Díaz, Retablos y Esculturas, en La Catedral de Sevilla. Ediciones Guadalquivir, Sevilla, 1991).
Patrona de Sevilla y de su Archidiócesis; primera efigie de la Virgen (por su categoría y rango devocional) en nuestra ciudad; la más alta y brillante lumbrera del firmamento mariano hispalense, con resplandores propios -no igualados ni superados- dentro de tan singular e interminable constelación. Es obra gótica (hacia la primera mitad del s. XIII). Deriva posiblemente de modelos franceses, aunque tiene rasgos únicos y especiales, no observados en otras efigies marianas de su época. Fue hecha expresamente para vestir (caso muy raro en aquel tiempo). Se muestra sentada en un sillón, con los ropajes y atributos propios del rango monárquico, llevando el Niño Jesús sobre sus rodillas. El conjunto iconográfico (Emperatriz sedente, Reina de reyes, Trono del nuevo Salomón...) impone por su fervoroso candor medieval, por su señera majestuosidad, no exenta -sin embargo- de un amable y sencillo aire familiar. Dos curiosos detalles arqueológicos son el dispositivo interno que debió servir para comunicar ciertos movimientos a ambas figuras, y la cabellera de hilos de seda (en su día dorados) que tiene la Virgen. Mide 1'76 m.; el Niño, 0'60. Imposible resumir aquí la enorme trascendencia histórica de tan augusto y milagroso icono, vinculado al rey San Fernando y Alfonso X el Sabio, los cuales yacen enterrados en su Real Capilla. Felipe II (que tan alto y carismático concepto tenía de tales cuestiones) la llamó "Reina de las imágenes de Nuestra Señora".
Y todavía resulta más difícil expresar su vinculación entrañable con el pueblo de Sevilla, que en esta Señora tiene depositada su espiritualidad más honda, sus afectos más genuinos, su emoción más pura. Sin olvidar numerosos eventos y salidas especiales durante la antigüedad (por rogativas, acciones de gracia, etc. ), puede decirse que en nuestra centuria es cuando su culto remachó su ya secular e indiscutible abolengo, alcanzando el más radiante y espléndido cénit.
Al cumplirse en 1904 el quincuagésimo aniversario del Dogma Concepcionista, fue la primera imagen de la ciudad coronada canónicamente. Una fabulosa diadema, donde van engastadas unas 11.900 piedras preciosas, y un hermoso vestido azul y plata, recuerdan aquella inolvidable efemérides, testimoniando la desprendida generosidad de los diversos estamentos sociales. Presidió la magna procesión del Congreso Mariano en 1929, ante una cincuentena de prelados de España, Portugal y América (jornada gloriosa, que mereció el inefable apelativo de "concilio de la ecuménica Hispanidad", y de "celebérrima y santísima"). Salió en procesión extraordinaria al terminar la guerra y le concedieron entonces honores militares. Fue proclamada canónicamente Patrona (aunque como tal la consideraban siempre) en 1946. Recibió la primera medalla de oro de la Ciudad en 1958 y tuvo al papa Juan Pablo II arrodillado a sus plantas en 1982. Posee un soberbio y exquisito tesoro artístico: coronas, mantos, joyas, sillón de carey... sin igual en su clase. Original y elegantísimo poso con palio de tumbilla (estrenado en 1924 y siguientes), sobre el cual recorre el perímetro externo de la Catedral en la mañana del 15 de Agosto, que es para los sevillanos "el día de la Virgen" por antonomasia: miles y miles de files se congregan para verla pasar, adornada por olorosas varas de nardo, mientras la Giralda derrama la impresionante catarata sonora de sus campanas. Mañana de sol y resplandores, de plegarias y recuerdos, de confidencias tiernas y lágrimas ocultas... Mañana que bastaría por sí sola para justificar que nuestra urbe se la llame "Tierra de María Santísima" (Juan Martínez Alcalde, Sevilla Mariana. Repertorio iconográfico. Ediciones Guadalquivir, Sevilla, 1997).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto, Significado y la Iconografía de la Virgen con el Niño;
Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad
Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nombre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques.
Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres.
Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.
El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien acaricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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La plaza Virgen de los Reyes, al detalle:
Placa Aniversario Año Murillo
Retablo cerámico de la Virgen de los Reyes
Placa cerámica conmemorativa de Cervantes
Edificio esquina con c/ Mateos Gago
Fuente-Farola
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