Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Retrato de María Roy", de Gonzalo Bilbao, en la sala XIII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
Hoy, 1 de junio, se conmemora el aniversario (1 de junio de 1926) de la donación por parte de Gonzalo Bilbao, de la pintura "Retrato de María Roy", así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura "Retrato de María Roy", de Gonzalo Bilbao, en la sala XIII, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala XIII del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Retrato de María Roy, de Gonzalo Bilbao (1860-1938), siendo un óleo sobre lienzo, pintado en 1890, en estilo romántico, con unas medidas de 1'37 x 1'81 m., y procedente de la Donación del propio Gonzalo Bilbao, el 1 de junio de 1926.
Retrato de sugerente belleza es este dedicado a su esposa María Roy. Aparece recostada sobre un diván envuelta en una piel blanca. La figura emerge sobre un fondo oscuro que acentúa aun más la elegancia de la escena (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
A Velázquez la realización de Las Meninas le hubiera bastado para consagrarse en la historia del Arte. En tono menor, pero con suficiente resonancia, a Gonzalo Bilbao le consagró en Sevilla la ejecución de Las Cigarreras, pintura que le otorgó una gran celebridad en el ámbito popular. Como quiera que esta pintura forma parte de los fondos del Museo de Sevilla, hay que señalar que su presencia en ellos otorga categoría y realce a la colección de obras pertenecientes a los años finales finales del siglo XIX y del siglo XX, que por cierto no es muy relevante.
La vida de Gonzalo Bilbao transcurrió desde 1860 en que nació en Sevilla hasta 1938, año en que falleció en Madrid. Como todos los pintores de generación completó su formación sevillana con estancias en Roma y París, al tiempo que viajó por el norte de África buscando exóticos motivos de inspiración.
La personalidad artística de Gonzalo Bilbao está basada en la habilidad y soltura de su dibujo, la utilización de un colorido rico y suntuoso y finalmente el empleo de un sentido de la luz intenso y contrastado. En la utilización de recursos lumínicos puede decirse que es uno de los pintores más audaces después de Sorolla y en la aplicación de la pincelada se advierte por su soltura y agilidad que en muchas ocasiones se acerca a la técnica de los impresionistas. En este sentido fue consciente del ambiente poco progresista a nivel artístico que imperaba en la mentalidad de la crítica y de la clientela sevillana, y por ello moderó su soltura técnica, evitando excesos que hubieran exacerbado a los partidarios del academicismo.
En sus comienzos, como todos los jóvenes que pintaron en las dos últimas décadas del siglo XIX, fue practicante de una pintura orientada en su temática a evocaciones del pasado. Pero cumplido tal purgatorio no volvió a insistir en esta temática y se dedicó a lo que realmente emanaba de sus instinto artístico: la práctica de una pintura basada en la luz y el color de su tierra. Tiene sobre todo Bilbao un grupo de obras con tema rural, en donde exalta el esfuerzo del trabajo al aire libre en el ambiente agrícola durante el verano, que forma parte de lo mejor, de su producción.
También supo ser pintor de la ciudad, recreando aspectos costumbristas de gran belleza como funciones religiosas, escenas laborales o diversiones populares; hay incluso algunas pinturas suyas que tratan el tema del desnudo femenino y al contemplar los estudios de la luz sobre la piel, el esplendor y la belleza que otorga a las formas corporales, se suscita el lamento porque no hubiese prodigado con más intensidad este tema.
Fue también Bilbao un hábil retratista especialmente en su época de madurez, pudiéndose decir que ante su caballete posó la mejor sociedad sevillana. Algunos de sus retratos en el Museo merecen especial mención por su importancia histórica, como el de don Francisco Rodríguez Marín y don José Gestoso. Otros lo merecen por su prestancia y belleza como el de doña Flora Bilbao, su hermana, y el de doña María Roy, su esposa.
Puede decirse que Gonzalo Bilbao fue el último gran costumbrista de la pintura sevillana. Heredero de la tradición romántica, transformó profundamente esta tendencia merced a la alegría de su pincel y al vigor de su colorido (Enrique Valdivieso González, Pintura, en El Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo I. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Conozcamos mejor la Biografía de Gonzalo Bilbao, autor de la obra de arte reseñada;
Gonzalo Bilbao Martínez (Sevilla, 27 de mayo de 1860 – Madrid, 4 de diciembre de 1938). Pintor, catedrático de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla y ateneísta.
Nació en el seno de una familia hispalense acomodada. Tras sus estudios primarios en el Instituto de San Isidoro, cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla, que terminó en 1880. No obstante, sus habilidades artísticas, demostradas desde niño, le decantaron hacia la práctica exclusiva de las artes, especialmente de la pintura que, según referencias, siguió en los primeros años de juventud cerca de los maestros Francisco y Pedro Vega. A los veinte años de edad y tras una previa formación sevillana y madrileña en el Museo del Prado, realizó un ansiado viaje a Italia, visitando Venecia, Nápoles y Roma. En Roma contactó con la colonia artística postfortuniana. Tuvo ocasión entonces de ejecutar preciosos y luminosos “tableautines”, aún muy demandados porque constituían el punto de arranque del moderno paisaje “plenearista”, que tanto gustaba practicar el pintor. Después de una breve estancia en Sevilla, donde participó en la Exposición de 1882 de la Academia Libre de Bellas Artes, viajó al año siguiente a París para completar su formación. Allí obtuvo la Tercera Medalla en la célebre Exposición del Centenario de la Revolución.
Artista inquieto y buscador de nuevas formas de expresión, realizó un periplo artístico por el norte de África, que le llevó en 1889 a viajar por Marruecos para captar sus efectos luminosos y coloristas, lo que plasmó en admirables obras neorrománticas pletóricas de vivacidad. Más tarde recorrió las regiones del norte hispano-francés, mostrando sus preferencias por las calidades pictóricas del paisaje de la costa y los alrededores de Fuenterrabía. Los paisajes castellanos también constituyeron cita obligada de su itinerario artístico, especialmente Toledo, ciudad que le produjo una viva impresión y a la que dedicó una serie variada de paisajes.
En 1893 fue elegido académico de Bellas Artes de Sevilla y logró la Medalla Única en la Exposición Universal de Chicago. Al año siguiente fue nombrado secretario del Centro de Bellas Artes de Sevilla; inició así una fructífera relación con el Ateneo y la Sociedad de Excursiones, que presidió ocho años después.
Desde 1903 —año en que sustituyó al pintor José Jiménez Aranda—, ejerció como profesor de Composición Decorativa en la Escuela de Artes, Industria y Bellas Artes, cuya dirección ostentó más tarde. Al año siguiente, en Madrid, contrajo matrimonio con María Roy Lhardy, con la que no tuvo descendencia. Aprovechaba sus estancias en Madrid, desde entonces cada vez más frecuentes, para acudir al Museo del Prado en calidad de copista, sobre todo de artistas clásicos y de Velázquez, en cuya práctica encontraba el apoyo y la amistad de su paisano y entonces director de la pinacoteca, el pintor José Villegas.
En los inicios del nuevo siglo, el pintor se incorporó a algún movimiento estético entonces en boga; entre otros, el simbolismo, tendencia con la que resuelve algunos temas, por ejemplo, las alegorías marianas del Protectorado de la Infancia de Triana (Sevilla). Por otra parte, hay que vincular el calado social de su arte al regionalismo.
En 1910 fue nombrado delegado regio; acompañó a la infanta Isabel en el cortejo oficial de los actos celebrados en Argentina con motivo del centenario de su independencia. Aprovechó la circunstancia para estrechar las relaciones artísticas hispano-argentinas, lo que se plasmó más tarde en el certamen iberoamericano de Sevilla de 1929. En Buenos Aires participó en la Exposición Internacional, en la que obtuvo la Primera Medalla. Logró el mismo galardón en la Exposición Internacional de Santiago de Chile.
Gonzalo Bilbao, que gozaba de una acomodada posición y ejercía como distinguido retratista de la Corona, la nobleza y la alta burguesía, llegó a alcanzar gran popularidad como pintor costumbrista, pues utilizó hábilmente una iconografía que se identificaba con la idiosincrasia andaluza. Su serie dedicada a las cigarreras fue un éxito; cabe destacar el clamor popular cuando se le negó recompensa por su cuadro Las cigarreras en la fábrica (Museo de Bellas Artes de Sevilla), presentado en la Exposición Nacional de 1915. Sin embargo, como pintor cosmopolita, ese mismo año obtuvo la Primera Medalla en la Exposición Internacional de San Francisco (California) y, al año siguiente, expuso en la Casa Demotte de París, donde se encontraba como delegado del Estado español en la Exposición de Arte Hispánico. También participó entonces en la Exposición Internacional de Panamá, en la que recibió la Primera Medalla.
En 1925 fue nombrado presidente de la Comisión de Arte de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. Al mismo tiempo, fue elegido para presidir el patronato del Museo de Bellas Artes y la Real Academia de Santa Isabel de Hungría de la misma ciudad. El retrato de 1934 a Rodríguez Marín fue como un anticipo a su discurso de ingreso en la Academia de San Fernando de Madrid, leído el 27 de marzo de 1935, acerca de El Museo de Bellas Artes de Sevilla. Fue una lección de erudición, en la que comparó el arte encerrado en esa pinacoteca con el arte contemporáneo.
En 1930 participó en la Exposición de Primavera de Sevilla, y tres años después, el madrileño Círculo de Bellas Artes le dedicó un magno certamen individual en el que expuso más de noventa cuadros, verdadera muestra antológica y colofón a su carrera.
Gonzalo Bilbao recibió innumerables reconocimientos públicos nacionales e internacionales, como la Gran Cruz de Isabel la Católica, la Cruz de Alfonso XII, la Encomienda de Carlos III. Asimismo, fue nombrado comendador de la Legión de Honor francesa y oficial de la Corona de Bélgica (Gerardo Pérez Calero, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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