Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia de San Pedro, en Carmona (Sevilla).
Hoy 29 de junio, la Iglesia celebra la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles. Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, fue el primero entre los discípulos que confesó a Cristo como Hijo de Dios vivo, y por ello fue llamado Pedro. Pablo, apóstol de los gentiles, predicó a Cristo crucificado a judíos y griegos. Los dos, con la fuerza de la fe y el amor a Jesucristo, anunciaron el Evangelio en la ciudad de Roma, donde, en tiempo del emperador Nerón, ambos sufrieron el martirio: Pedro, como narra la tradición, crucificado cabeza abajo y sepultado en el Vaticano, cerca de la vía Triunfal, y Pablo, degollado y enterrado en la vía Ostiense. En este día, su triunfo es celebrado por todo el mundo con honor y veneración (s. I) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y que mejor día que hoy para ExplicArte la Iglesia de San Pedro, en Carmona (Sevilla).
La Iglesia de San Pedro, se encuentra en la calle San Pedro, 14; en Carmona (Sevilla).
Iglesia de planta basilical, con tres naves, crucero y capilla mayor de testero plano. Los soportes son pilares cuadrangulares, que presentan columnas adosadas en sus frentes menores, sobre los que descansan arcos apuntados. Las cubiertas son bóvedas de arista, en las naves laterales, y bóveda de cañón con lunetos y arcos fajones, en los brazos del crucero y en la nave central. Una cúpula sobre pechinas se eleva en el crucero, apareciendo esta misma cubierta en dos de las capillas abiertas en el muro derecho, entre las que destaca la Capilla Sacramental, abierta en el crucero, que presenta planta circular con exedras y nichos en los machones. Son tres las portadas que tiene la iglesia, una situada en el muro de los pies y las otras dos en cada una de las naves laterales. En el muro izquierdo, a los pies de la nave, se adosa la torre, que está rematada por un cuerpo de campanas inspirado en la Giralda.
La construcción del templo puede fecharse en el siglo XV, si bien reformas posteriores alteraron sustancialmente el edificio. Hacia 1565 el arquitecto Hernán Ruiz II elaboró las trazas para la torre, cuya construcción no se concluiría hasta el siglo XVIII. Entre fines del siglo XVI y el primer tercio del XVII se llevó a cabo la edificación de la Capilla de la Merced. También durante el siglo XVIII se remodelaron las naves, se construyó el crucero, las puertas y la Capilla Sacramental.
Este recinto es una interesante obra barroca en la que se siguen muy de cerca las soluciones obtenidas en la iglesia de San Luis de Sevilla. Su diseño se debe al arquitecto Ambrosio de Figueroa y se fecha en 1760. Con posterioridad a su construcción se procedió a decorar su interior y a dotarla de una portada de movido diseño, tareas ambas en las que pudo intervenir Antonio Matías de Figueroa. En las obras del crucero y de las cubiertas colaboró el arquitecto Diego Antonio Díaz, quien al respecto emitió un informe en 1728. Nueve años antes Díaz había trabajado para la iglesia, presentando un informe sobre las obras de la torre, que aún estaba por concluir. En 1771 José de Acevedo realizaba la portada principal, siendo el mismo artista quien cinco años más tarde levantaba la linterna del crucero y realizaba los Evangelistas de las pechinas. En 1777, tras un informe de Antonio Matías de Figueroa, se dio un nuevo impulso en la construcción del campanario, que finalmente se acabó en 1784 con la realización del Giraldillo por el maestro Francisco Acosta. Dos años después José Valdés procedió a dorarlo, en unión de las azucenas que rematan el primer cuerpo.
El retablo mayor está recompuesto con elementos de los siglos XVII y XVIII. En la hornacina central aparece una imagen de candelero de la Virgen del Carmen del XVIII; en los laterales se encuentran las esculturas de Santiago y San Andrés de ese mismo siglo y en el ático se sitúa otra de San Pedro de principios del XVII. De mediados del XVIII son los dos ángeles lampareros situados en los extremos de la mesa del altar. En el centro del presbiterio se encuentra un baldaquino neoclásico ejecutado en 1880 y en el muro izquierdo se halla un retablo de estípites de Tomás González Guisado el joven, realizado entre 1760 y 1764, en el que figuran las esculturas de esa misma fecha del Cautivo, San Lorenzo y San Juan Evangelista.
En la cabecera de la nave izquierda se encuentra un retablo de la primera mitad del siglo XVIII en el que figuran las esculturas de la misma época de la Inmaculada, San José, San Cayetano y San Antonio de Padua. A continuación se halla una pintura sobre tabla de hacia 1610 en la que se representan cuatro Apóstoles y un retablo de estípites de mediados del XVIII en el que aparecen, en el centro, una imagen de candelero de la Virgen del Rosario y, en las calles laterales, las esculturas del Niño Jesús y San Marcial, todas ellas de la fecha del retablo. El retablo de la Virgen de los Dolores corresponde al último cuarto del siglo XVII y se atribuye a Juan del Castillo. En su hornacina central, flanqueada por columnas salomónicas, se sitúa la imagen de candelero de la titular y en el ático un relieve de la Imposición de la casulla a San Ildefonso del momento del retablo. Siguiendo el muro se halla otro retablo de principios del XVIII en el que se sitúa una imagen de candelero de Nuestra Señora de Gracia de igual cronología. En la capilla bautismal destaca un relicario de metal dorado en forma de pináculo ejecutado entre 1609 y 1613 y en la de los pies sobresalen una escultura de San Antonio de Padua de la primera mitad del XVII y un lienzo del Niño Jesús Pasionario de mediados del XVIII.
El retablo de cabecera de la nave derecha es de 1760-1764, obra de Tomás González Guisado el joven, figurando en la hornacina central, flanqueada por estípites, una escultura de la Virgen de la Antigua de mediados del siglo XVI, que pertenece al círculo de Roque Balduque, y en las calles laterales las esculturas de San Miguel y San Rafael, realizadas en la época del retablo. A continuación se halla la capilla sacramental, verdadera joya del barroco sevillano. Los retablos e imágenes que en ella figuran, así como la portada y la decoración general de la capilla, se sitúan entre 1780 y 1790 y se atribuyen a Francisco de Acosta el mayor y Tomás González Guisado el joven. La portada se configura a modo de un gran arco triunfal, situándose en el remate las figuras alegóricas de la Fe, la Esperanza y la Caridad. El retablo central, compartimentado por medio de columnas, está dedicado a la Inmaculada, figurando una escultura de esa advocación del primer tercio del siglo XVII en la hornacina del segundo cuerpo y las de San Joaquín y Santa Ana, del momento del retablo, en el intradós del gran arco que alberga el conjunto. Completa el retablo una serie de relieves, apareciendo sobre el sagrario que ocupa el primer cuerpo una escultura del Niño Jesús. A ambos lados del retablo central se encuentran dos retablos-hornacinas rematados por doseletes en forma de baldaquinos sostenidos por ángeles en los que figuran las imágenes de candelero de San Francisco de Paula y San Cayetano. A continuación se hallan otros dos retablos en los que se sitúan las esculturas de San Teodomiro y San Buenaventura. A ambos lados de la puerta de ingreso figuran otros dos retablos-hornacinas similares a los anteriores en los que aparecen las imágenes de San Juan Nepomuceno y Santa Bárbara. La decoración de la capilla se complementa con las esculturas de los Evangelistas y los Padres de la Iglesia que aparecen en las hornacinas del tambor de la cúpula y con los relieves de San Elías, San Benito, San Nicolás de Bari y San Bernardo, situados en la cúpula.
De nuevo en la nave, en primer lugar se encuentra un retablo de la segunda mitad del siglo XVIII en cuya hornacina central, flanqueada por estípites, aparece una escultura del Crucificado ejecutada en 1632 por Martín de Andújar. A continuación se encuentra la capilla de San Juan Grande, en la que figuran un retablo neoclásico con una escultura de esa advocación y la pila bautismal de la iglesia, firmada por Juan Sanches Vachero a principios del siglo XVI y realizada en cerámica verde vidriada decorada con pámpanos. Junto a esta capilla se encuentra un retablo hornacina del XVIII en el que aparece una escultura del Crucificado y cuatro ángeles pasionarios de ese mismo siglo. En la capilla siguiente, cerrada por medio de una reja fechada en 1756, se encuentran tres retablos. El central lo concertó en 1616 Luis Ortiz de Vargas, que hizo toda la obra de escultura y arquitectura, excepto la talla de la hornacina central y el gran relieve del segundo cuerpo con la Imposición de la casulla a San Ildefonso, que son obra de Francisco de Ocampo, quien la contrató en 1617. En el banco aparecen dos pinturas de esa fecha de San Juan de la Cruz y Santa Teresa que se deben a Fernando de Luque, pintor local. En el primer cuerpo aparecen relieves de San Juan Bautista, San Martín de Tours, San Francisco de Paula y San Carlos Borromeo, y en el ático los de San José con el Niño, y Santa Ana y la Virgen. En la hornacina central aparece una imagen de candelero de la Virgen de la Merced de principios del XIX. Los otros dos retablos son neoclásicos y de principios del XIX, figurando en ellos imágenes de la misma época de San Luis Gonzaga y Santa Filomena. El último retablo de la nave es del siglo XVIII, figurando en el banco una escultura de Cristo yacente de finales del XVI y en la hornacina central y en las calles laterales las de Nuestra Señora de la Soledad, San Elías y San Francisco, de principios del XIX.
El coro situado a los pies de la nave central es del primer cuarto del siglo XVII. De fines de ese mismo siglo son las pinturas con escenas de la Pasión que aparecen en los pilares de la nave central. En la sacristía destacan las puertas realizadas en 1717 por Juan Gatica, además de una pintura sobre tabla de hacia 1610 en la que figuran San Andrés y Santiago, que formó parte del mismo conjunto que las situadas en el lado izquierdo del crucero de la iglesia. Como ellas, fue restaurada en 1845.
La parroquia cuenta con numerosas y valiosas piezas de orfebrería. Entre las correspondientes al siglo XVI son de destacar la gran custodia de plata en forma de torre que hasta hace poco se atribuía a Francisco de Alfaro. En cambio, recientes investigaciones han demostrado, que, si bien es obra inspirada en el mencionado orfebre, la realizaron en 1750 los plateros locales Antonio y Francisco de Luna. El modelo se debe al arquitecto de retablos Tomás Guisado, quien lo diseñó en 1731. Otras piezas sobresalientes son una cruz parroquial sobredorada, con el nudo de principios del XVI y el resto de finales de ese mismo siglo; un copón sobredorado punzonado con tres lises, una mano coronada y una S y una bandeja de metal dorado del tipo «dinanderie». Del siglo XVII hay que citar un copón sobredorado de principios de ese siglo; un cáliz de igual cronología y un acetre y dos pértigas de plata de la segunda mitad de esa centuria. Al siglo XVIII corresponden la mayoría de las piezas que se conservan en la parroquia. Entre ellas sobresalen dos portapaces sobredorados de principios de ese siglo con la imagen de San Pedro en el centro y otros dos de igual fecha con las alegorías de la Eucaristía y el escudo de San Pedro; un juego de vinajeras y campanilla de finales del XVIII que presenta el punzón del platero cordobés Castro; un cáliz dorado de igual procedencia que ostenta los punzones de los plateros Castro y Amat; un ostensorio de plata dorada de fines de ese siglo con los punzones de Sevilla y de los plateros Azada y García; una bandeja petitoria fechada en 1789, que ostenta los punzones de Sevilla y de los plateros Juan Ruiz y García; y una naveta de finales del XVIII con el punzón del platero Ramírez (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e Iconografía de San Pedro, apóstol;
HISTORIA Y LEYENDA
Pescador en Cafarnaúm, Galilea, en el lago de Genezaret, él y su hermano Andrés fueron los primeros apóstoles reclutados por Jesús.
Su verdadero nombre era Simón. Recibió de Cristo el mote arameo Kefás (gr.: Petras), para significar que sería la piedra angular de la Iglesia. Su mote ha suplantado por completo a su nombre.
Su vida se divide en tres períodos muy claros:
1. Envida de Jesús, lo acompañó, con los otros discípulos, desde el comienzo del ministerio galileo hasta su Prendimiento en el Huerto de los Olivos, luego, después de la Resurrección, hasta la Ascensión.
2. Después de la desaparición de su maestro, residió en Jerusalén, donde fue encarcelado por el tetrarca Herodes Agripa.
3. Luego habría viajado a Roma de la cual fue el primer obispo. Otra vez fue encarcelado y crucificado por orden de Nerón.
Durante el primer período, la actividad de san Pedro estuvo estrechamente ligada a la de Jesucristo, siguió tras los pasos de éste, por decirlo así. De ahí que hayamos debido remitir a la iconografía del Nuevo Testamento todas las escenas de la Vida de Jesús donde san Pedro tiene algún papel: la Vocación y la Tradición de las llaves, el Lavatorio de los pies y la Santa Cena, el Prendimiento en el Monte de los Olivos, donde corta la oreja de Malco, la Negación, la Transfiguración y las Apariciones de Galilea. Tampoco volveremos a tratar ciertas escenas posteriores a la Ascensión de Cristo, tales como la Pentecostés y el Tránsito de la Virgen, donde él está, por fuerza. El apostolado y los milagros de san Pedro en Jerusalén y en Roma son los únicos hechos de su leyenda que comportan hagiografía propiamente dicha. Abandonamos por ello el terreno de los Evangelios para abordar los dominios de los Hechos de los Apóstoles y de la Leyenda Dorada.
Antes de abordar el estudio del culto y de la iconografía de san Pedro, es menester discernir entre la leyenda y la historia, exponiendo objetivamente las doctrinas contradictorias de los católicos y de los racionalistas, ya protestantes, ya agnósticos.
Oigamos las dos campanas, porque si debemos creer en un viejo proverbio «Quien oye sólo una campana no oye más que un sonido».
l. La tradición católica
La actividad de Pedro en Palestina después de la Ascensión de Jesús se habría prolongado hasta el año 44. Fue entonces cuando, después de haber consumado numerosos milagros (Resurrección de Tabita, Curación de los enfermos con su sombra), habría sido encarcelado por Herodes y liberado por un ángel.
Según una tradición, venerable por su antigüedad, habría pasado en Roma los veintitrés últimos años de su vida, desde 44 hasta 67. Triunfó contra los sortilegios de Simón el Mago, favorito del emperador Nerón. Preso en la cárcel Mamertina, se fugó con la complicidad de sus carceleros a quienes había convertido. Dándose a la fuga por temor a las persecuciones, en la Vía Apia se encontró con Cristo con la cruz a cuestas, a quien preguntó: Qua vadis, Domine y éste le respondió: «Voy a Roma para ser crucificado allí otra vez». Pedro, avergonzado por su cobardía, regresó entonces a Roma donde padeció el martirio al mismo tiempo que san Pablo; pero mientras a éste, que era ciudadano romano, lo decapitaron, Pedro, que sólo era un judío, fue crucificado.
Los Padres de la Iglesia enseñaban que san Pedro, que no quería morir de la misma manera que Jesucristo, por humildad había pedido que lo crucificasen cabeza abajo. Se contaba que su cruz había sido levantada inter duas metas, es decir, entre los dos hitos del circo de Nerón. A finales de la Edad Media se creyó que se trataba de los dos hitos antiguos de Rómulo, cerca del Vaticano (Meta Romuli), y Cestio, en la puerta de San Pablo. Se buscó un sitio intermedio entre estos dos puntos de referencia, y fue así como el martirio se localizó sobre el Janículo, en el lugar donde se levanta la iglesia de San Pietro in Montorio. La disputa entre el Janículo y el Vaticano aún continúa abierta.
A falta de testimonios que sirvan de prueba de la llegada de san Pedro a Roma, la fecha de ésta y la duración de su estadía, así como acerca del lugar en que se realizó su crufixión, los defensores de la tradición católica recurrieron a dos argumentos indirectos: el silencio de las iglesias rivales de Oriente (Palestina o Siria) que nunca reivindicaron las reliquias del Príncipe de los apóstoles y la edificación de la Basílica Constantiniana a orillas del Tíber, sobre la colina del Vaticano.
1. Si san Pedro estaba muerto y había sido sepultado en Jerusalén, las Iglesias orientales nunca habrían dejado de invocarlo para apoyar sus pretensiones al primado en la Iglesia cristiana. Ahora bien, nunca se produjo ninguna reivindicación de ese género.
2. ¿Se habrían atrevido a construir la Basílica Constantiniana sobre el emplazamiento de un cementerio, profanando una multitud de tumbas no sólo paganas sino también cristianas si no hubiesen estado persuadidos de que allí se encontraba la tumba de san Pedro?Esta suposición parece también más inverosímil por cuanto la naturaleza del terreno arcilloso, sobre la ladera de una colina, impuso enormes trabajos de nivelación; se necesitaban poderosas razones para emprenderlos.
Después de las excavaciones dirigidas por Enrico Josi bajo las grutas del Vaticano, estos argumentos fueron esgrimidos en numerosas oportunidades por G. Carcopino. Según sus propios términos, «las investigaciones de los arqueólogos han confirmado la tradición y puesto fin a las polémicas de los eruditos. A partir de ahora queda probado que san Pedro fue inhumado en el Vaticano. Las reliquias del Príncipe de los apóstoles habrían sido trasladadas hacia 258 ad Catacumbas, sobre la Via Apia, pero de vueltas por Constantino al Vaticano en 336».
2. La tesis protestante y racionalista
La crítica racionalista cuestiona el valor de estos argumentos y la base en que se fundan estas tradiciones.
Pretende que no se ha probado que san Pedro haya estado en Roma, y que en cualquier caso, la tradición acerca de su cuarto de siglo de episcopado romano no reposa en fundamento histórico alguno.
El silencio de las Iglesias de Oriente sin duda resulta impresionante, pero el argumentum e silentio del cual se ha abusado con frecuencia, a lo sumo no constituye más que una presunción.
La verdad es que ningún texto contemporáneo digno de fe menciona el viaje de san Pedro a Roma. Los Hechos de los Apóstoles (12: 17) nos informan, simplemente, que después de haber dejado la prisión de Herodes, Pedro salió, yéndose a otro lugar, sin aclarar cual fuese. Aunque un proverbio
dice que «todos los caminos conducen a Roma» es de desear una información más precisa. Dicho silencio es tanto más sorprendente por cuanto el autor insiste con abundancia (capítulos 27 y 28) en las peripecias del viaje de Pablo a Roma.
La creencia en que Pedro pasó a orillas del Tíber los últimos años de su vida sólo aparece en los escritos de Ireneo y Tertuliano.
Y hasta los católicos admiten que las fábulas populares de origen romano no pueden considerarse como pruebas.
El arqueólogo pontificio Enrico Josi no vacila en calificar él mismo de «leyendas», el encarcelamiento de san Pedro en la cárcel Mamertina, donde habría bautizado a sus carceleros, el duelo con Simón el Mago en presencia del emperador Nerón y el diálogo con Jesucristo con la cruz a cuestas en la Vía Apia (Quo vadis).
Estos relatos dramáticos o poéticos apuntan a acreditar la apostolicidad de la fundación de la Santa Sede, que no lo está más que la de una multitud de sedes episcopales donde no se vaciló en antidatar la fundación, a veces en muchos siglos, con el objeto de aumentar su prestigio y justificar su primado.
Hasta el mismo hecho de la crucifixión del Príncipe de los apóstoles es dudoso. Se trataría de una falsa interpretación de las palabras: «Extenderás tus manos».
En cuanto a su localización en el Janículo, no fue imaginada antes del siglo XV, cuando los franciscanos de Roma quisieron justificar las pretensiones de su iglesia de San Pietro in Montorio, patrocinada por los reyes de España. El teólogo protestante Cullmann consiente en admitir la historicidad de una tardía residencia de san Pedro en Roma. Según dicho autor, el apóstol habría abandonado Jerusalén en 44, dejando al apóstol Santiago como sucesor y jefe de la comunidad cristiana, para contentarse, como san Pablo, con el papel de misionero. Pero jamás habría ejercido funciones episcopales en la capital de los césares, de manera que los papas no pueden pretenderse sucesores suyos.
De hecho, san Pedro nunca fue representado con el báculo, atributo episcopal por excelencia.
Acerca de la duración de su estadía en Roma, reina la misma incertidumbre. En su Dictionnaire d'Archeologie chrétienne, el erudito benedictino Dom Henri Le clerq, admite que si la estadía de san Pedro en Roma es a sus ojos un hecho cierto «suduración no lo es».
La fecha de su crucifixión sigue siendo problemática, o más bien, puede presumirse que se la hizo coincidir artificialmente con la decapitación de san Pablo, para asociar en la muerte a los dos Príncipes de los apóstoles. Las fechas propuestas son muy variables: 55, 58, 64, 67, tanto como decir que no se sabe nada.
Si en la Roma del siglo IV se creía que las reliquias de san Pedro habían sido devueltas al Vaticano, sólo se trata de una tradición.
A falta de textos habría podido esperarse que la arqueología nos deparase la solución del enigma. Desgraciadamente, las excavaciones dirigidas en 1939 y 1949 por Enrico Josi, director del Museo de Letrán y realizadas en el cementerio cristiano sobre el que se edificó la basílica de San Pedro no arrojó los resultados que se esperaban.
No pusieron a la luz la tumba primitiva del Príncipe de los apóstoles, que se supone destruida por los vándalos. El papa Gregorio Magno la habría reemplazado en el siglo VI por un trofeo cenotafio o memorial: simple monumento conmemorativo que no contiene reliquias.
Los resultados de las excavaciones vaticanas fueron cuestionados por Charles Delvoye (Latomus, 1954), Amable Audin (Byzantion, 1954), quien concluye que el memorial de san Pedro habría abrigado su púlpito y no su tumba.
Si el papa Pío XII hubiera estado convencido que los huesos del Príncipe de los apóstoles habían sido inhumados efectivamente en las criptas de la basílica vaticana ¿no se habría apresurado a proclamar Urbi et Orbi esta feliz nueva?¿Si no lo hizo no fue porque su conciencia escrupulosa se lo prohibió? Para no decepcionar la esperanza de los peregrinos debió contentarse con decretar al fin del Jubileo del Año Santo de 1950, el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen, en vez de promover la unión tan deseable de las iglesias cristianas, y aún a riesgo de profundizar las diferencias entre protestantes y católicos.
En suma, ni las investigaciones arqueológicas ni los textos nos permiten hasta el presente poner fin a un debate que siempre permanece abierto, y agregar así a las afirmaciones de la fe las certezas de la ciencia.
CULTO
Considerado muy pronto como «el Moisés de la Nueva Ley», san Pedro no es sólo un santo palestino, sino el santo universal por excelencia.
Además, si en su condición de fundador del papado es el principal personaje de la Iglesia oficial, al mismo tiempo, a título de portero del Paraíso, es un santo eminentemente popular.
Fiestas
Esta popularidad está probada por el número de sus fiestas que, excepcionalmente, son tres.
l. Su natalicio, es decir, el aniversario de su muerte, que se celebra el 29 de junio.
2. La fiesta de San Pedro ad Víncula (Petri Kettenfeier) ,que conmemora su liberación de la prisión, y se celebra el 1 de agosto.
3. Finalmente, la fiesta de la Cátedra de san Pedro Apóstol (Cathedra Petri, Petri Stuhlfeier), que conmemora su primado, y que fue fijada el 22 de febrero.
Reliquias
Roma posee las más preciosas reliquias del Príncipe de los apóstoles: sus llaves (claves), sus cadenas (vincula) y su púlpito (cathedra); pero se trata de reliquias indirectas y no corporales.
El púlpito que Bernini introdujo en un relicario de suntuosa ejecución barroca se conserva en la basílica de San Pedro, reconstruida en el siglo XVI por Bramante y Miguel Ángel.
Las cadenas, cuyos eslabones proceden de la cárcel de Jerusalén y de la cárcel Mamertina de Roma y que se habrían soldado milagrosamente, se veneran en la basílica de San Pietro in Vincoli. Una tercera iglesia, San Pietro in Montorio, sobre el Janículo, señalaría el lugar de su martirio.
Su báculo milagroso, también embutido en una montura (Petrus stabhülle), se conserva en Alemania, en la catedral de Limburg del Lahn. En Venecia, en la iglesia del Redentor, se mostraba el cuchillo que usó el apóstol para cortar la oreja de Malco.
En Pavía, Lombardía, debe mencionarse la iglesia romana de San Pietro in Ciel d'Oro, cuyó ábside, como el de la iglesia de la Daurade, en Toulouse, estaba cubierto de mosaicos de esmalte dorado.
Además de protector de Roma y de Pavía, a san Pedro también se lo consideraba el de Milán, Lucca, Ancona, Orvieto, Nápoles, Calabria y Sicilia. En 1140 el rey Rogerio II de Sicilia, de origen normando, puso bajo su advocación la Capilla Palatina de Palermo.
Francia tiene numerosas iglesias puestas bajo la advocación de san Pedro. Su culto fue difundido por la orden de Cluny, cuya casa matriz, y casi todos los prioratos, comenzando por el de Moissac, estaban consagrados al Príncipe de los apóstoles, primer representante del papado al cual la orden respondía directamente, por derecho de exención.
Entre las catedrales góticas que llevan su nombre, basta recordar las de Beauvais, Troyes, Lisieux, Nantes, Poitiers, Angulema y Montpellier. Entre las iglesias abaciales o parroquiales, cabe citar, en París, la antigua capilla de Saint Pierre aux boeufs (Capella Sanct Petri de bobus), cuya portada decoraba la fachada de la actual Saint Severin; en Sens, la de Saint Pierre le Vif (invko); en Estrasburgo, la de Saint Pierre le Vieux y Saint Pierre le Jeune; en l'ours, la de Saint Pierre le Puellier (Monasterium S.Petri puellarum) y Saint Pierre des Corps; en Toulouse, la de Saint Pierre des Cuisines; en Normandía, Caen y Jumieges, en las regiones de Poitou, Saintonge, Airvault, Chauvigny y Aulnay. Además, numerosas localidades se bautizaron Dompierre o Dampierre. En España, mencionemos las de San Pedro de las Puellas, en Barcelona y San Pedro el Viejo en Huesca, Aragón.
En Suiza, la catedral de Ginebra, convertida en el santuario principal de la Roma protestante, estaba bajo la advocación de San Pierre es Liens (ad Vincula; cast.: encadenado, encarcelado).
En los Países Bajos, san Pedro era particularmente venerado en Lovaina, Bélgica y Maastricht, Holanda.
Antes de la Reforma Inglaterra no era menos devota, a juzgar por la advocación de la abadía de Westminster, y las de las catedrales de Norwich, Exxeter y Peterborough.
Para acabar con una nomenclatura, muy incompleta ciertamente, mencionemos la célebre abadía de San Pedro de Salzburgo, en Austria, y la Peterkirche de Munich, en Baviera.
Patronazgos de corporaciones
La popularidad del pescador de Cafarnaúm, convertido en el primero de los papas de Roma, además está probada por el gran número de corporaciones y gremios que reivindican su patronazgo: los pescadores, pescaderos. comerciantes de pescado, fabricantes de redes -en conmemoración de la Pesca milagrosa- albañiles -a causa del nombre del primer papa, que es la piedra viviente sobre la cual Cristo ha edificado la Iglesia; los herreros y doradores de metales, a causa de las cadenas de las cuales fue liberado; los cosechadores y cesteros porque se sirven de ligaduras; los cerrajeros, al igual que los relojeros quienes formaban parte de la misma corporación, porque san Pedro posee la llave del Paraíso.
No se lo apreciaba menos como santo curador. Se lo invocaba contra la fiebre, los ataques de locura, las picaduras de serpiente. Para curar la rabia, enfermedad contra la cual se lo consideraba idóneo porque pusiera en fuga a los perros que lanzara contra él Simón el Mago, se aplicaba, tanto a hombres como a animales, un hierro calentado que se llamaba «llave de san Pedro».
ICONOGRAFÍA
La iconografía del Príncipe de los apóstoles (Iconografía petriana) es de tal riqueza que desafía todo intento de enumeración.
l. Figuras
Tipo iconográfico, vestiduras y atributos
l. Tipo.
San Pedro se caracteriza no sólo por sus atributos sino por su tipo físico que es fácilmente reconocible.
El arte oriental le atribuyó una cabellera rizada. En Occidente, por el contrario, se lo representa calvo, con sólo un mechón de pelo sobre la frente. La tonsura recuerda que fue el primero de los sacerdotes cristianos.
Se contaba que los judíos de Antioquía le habían tonsurado la cabeza para escarnecerlo. Tal sería el origen de la tonsura clerical, convertida en un signo de honor, porque según los simbolistas evoca la corona de espinas de Jesucristo. Esta clase de tonsura se denomina tonsura scotica porque fue puesta de moda entre los clérigos por los misioneros irlandeses.
2.Vestiduras
Su indumentaria es muy diferente, según que esté representado como apóstol o como papa.
En el arte cristiano primitivo, como todos los apóstoles, lleva la toga antigua, la cabeza descubierta y los pies descalzos.
En la Edad Media su indumentaria era la de los papas, sus sucesores. Viste el palio, y a partir del siglo X, está tocado con la tiara cónica o la triple corona (triregnum). Estos ornamentos pontificios se convirtieron en la regla en el siglo XV: «San Pedro estará vestido de papa», se lee en un contrato acordado con un pintor en 1452.
ATRIBUTOS
Los atributos de san Pedro son excepcionalmente numerosos, y los lleva, ya él mismo, ya los ángeles que lo acompañan; unos le caracterizan como apóstol, otros como papa.
l. El más antiguo y difundido es la llave (clavis), que aparece por primera vez en un mosaico de mediados del siglo V, y que desde entonces se convirtió en su atributo constante. Pedro siempre es clavígero (Petrus claviger coeli).
A veces la llave es única, pero generalmente hay dos ,una de oro y otra de plata, llaves del cielo y de la tierra que simbolizan el poder de atar y desatar, de absolver y de excomulgar, que Cristo concediera al Príncipe de los apóstoles (Tibi daba claves regni coelorum). Dichas llaves están juntas porque el poder de abrir y el de cerrar es uno solo.
A causa del pasaje del Evangelio de Mateo acerca de la «Tradición de las llaves», san Pedro, en la creencia popular, se convirtió en el portero del Paraíso (jnnitor Coeli).
Cuando el número de llaves es tres, simbolizan el triple poder de san Pedro sobre el cielo, la tierra y el infierno.
2. La barca alude a su primer oficio, pescador, y la pequeña barca de remos, es símbolo de la Iglesia.
3. El pez tiene el mismo significado, salvo que caracteriza no sólo al pescador de peces, sino también al pescador de hombres (Menschertfischer).
4. El gallo posado sobre una columna es el emblema de la negación y de su arrepentimiento. Dicho atributo, muy tardío, se difundió con el arte barroco del siglo XVIII.
5. Las cadenas recuerdan sus «cárceles», su triple encarcelamiento, en Antioquía, Jerusalén y Roma. La cadena partida simboliza su liberación por un ángel.
6. La cruz invertida evoca su crucifixión cabeza abajo.
7. La cruz de triple crucero, uno más que la de los arzobispos, es la insignia de la dignidad papal.
A estos numerosos atributos puede sumarse la imagen de Simón el Mago, padre de los simoníacos, quien le ofreciera dinero para adquirir el don del Espíritu Santo, ya quien el apóstol pisotea. A veces, aunque es muy infrecuente, derriba al emperador Nerón (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
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Página web oficial de la Iglesia de San Pedro, en Carmona (Sevilla): www.sanpedrocarmona.es
Más sobre la localidad de Carmona (Sevilla), en ExplicArte Sevilla.
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