Por amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle San Alonso de Orozco, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 19 de septiembre, Conmemoración, en Madrid, en España, de San Alonso de Orozco, presbítero de la Orden de Ermitaños de San Agustín, que, encargado de la predicación en el palacio del rey, siempre se mostró austero y humilde (1591) [según el Martirologio Romano reformado por mandato del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II y promulgado con la autoridad del papa Juan Pablo II].
Y qué mejor día que hoy, para ExplicArte la calle San Alonso de Orozco, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle San Alonso de Orozco es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de San Roque, del Distrito Nervión; y va de la calle Recaredo, a la calle Amador de los Ríos.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta.
También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
Rotulada entre 1886-1888, en memoria de este fraile (+1366), miembro de la comunidad del vecino convento de San Agustín. Trazada sobre la antigua huerta de dicho convento, fue, durante muchos años, de dominio particular, como lo atestigua la protesta de la Empresa del Gas, en 1899, denunciando la existencia, en esta calle, de una cancela que trastornaba el encendido y apagado de los mecheros. Pavimentada con asfalto, su acerado es de losas de cemento; existen aparcamientos en batería pavimentados con asfalto. En la acera de los impares se encuentran varios bloques de seis plantas, con locales comerciales, talleres y bares en los bajos. En los pares, se alzan los restos del antiguo convento de San Agustín, fundado en 1292 por los agustinos calzados, en unas casas que donó Arias Yáñez Carranza. Suprimido en 1832 se aplicó, desde 1837 y por algunos años, a presidio correccional; actualmente sólo se conserva el claustro, el patio trasero y el refectorio que da a esta calle. Tras el convento se ha construido, recientemente, viviendas de protección oficial [Eduardo Camacho Rueda, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Fray Alonso, 2. CONVENTO DE SAN AGUSTÍN. Convertido en almacén y oficinas, sólo se conservan el refectorio y el claustro. El primero es una gran sala, dividida en siete tramos por arcos fajones apuntados y cubierta con bóvedas de crucería. Fue construido entre los años 1362 y 1366. El claustro ha sufrido más deterioro al estar dedicado a garaje y almacén de maderas. Consta de tres plantas, todas ellas con arquerías, la inferior sobre pilares, la segunda sobre columnas pareadas y la tercera también sobre pilares [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor la Biografía de San Alonso de Orozco, a quien está dedicada la calle reseñada;
San Alonso de Orozco, El santo de San Felipe. (Oropesa, Toledo, 17 de octubre de 1500 – Madrid, 19 de septiembre de 1591). Agustino (OSA), escritor espiritual, predicador real y fundador de conventos.
Hijo de Hernando de Orozco, alcaide del castillo de Oropesa, y de María de Mena. Hermano pequeño de una familia compuesta por dos varones y dos mujeres. Antes de su nacimiento murieron otros dos hermanos. Conmovida por estas muertes, la madre ofreció a san Ildefonso el hijo que esperaba, para que, si era varón, fuera capellán de la Virgen como san Ildefonso. En su honor le puso por nombre Alonso, equivalente a Ildefonso. Se conocen estos y otros muchos datos gracias a su escrito autobiográfico titulado Confesiones de este pecador, Fr. Alonso de Orozco, redactado cuando era octogenario, con prohibición de publicarlo antes de su muerte.
Tenía en torno a ocho años cuando la familia se trasladó a Talavera, “por salir de tierra de señor”. Por deseo paterno, comenzó a ejercer de monaguillo en la iglesia colegiata de Santa María la Mayor. Con once años fue enviado a Toledo “para servir en el coro de la Iglesia mayor” como niño cantor, en el grupo de los “seises”. Este tiempo de formación dejó en Alonso un profundo amor a la música y alguna habilidad para tocar el clavicordio. A los catorce años sus padres le enviaron a estudiar a Salamanca, donde ya lo hacía su hermano Francisco. Cursó en Salamanca “artes y derechos”.
Por el impacto de la predicación del agustino Tomás de Villanueva y el elevado fervor religioso de la juventud salmantina, Alonso vivió en los años de estudiante una profunda experiencia espiritual. Al comunicarle su hermano Francisco el propósito de abrazar la vida religiosa agustiniana, Alonso quiso acompañarle. Juntos entraron en 1522 en el noviciado del convento de san Agustín, conocido por su observancia como “de los santos”. Se trata del convento probablemente más significativo de la historia de la Orden de san Agustín por la calidad humana, intelectual y espiritual de sus moradores. Tres santos canonizados, san Juan de Sahagún, santo Tomás de Villanueva y san Alonso de Orozco, fueron conventuales, así como otros muchos que murieron con fama de santidad. Lo fueron también catedráticos de universidad, literatos del prestigio de fray Luis de León, o Diego González, y más de cien religiosos que misionaron en América. Según Tomás de Herrera en su Historia del convento de san Agustín de Salamanca (1652), fueron hijos de esta casa al menos treinta obispos, siete arzobispos, dieciséis predicadores y confesores reales y setenta y uno vicarios generales.
El convento agustiniano de san Agustín formaba parte de la reformada provincia de Castilla. Era un señalado exponente de la situación espiritual vivida por las órdenes religiosas a raíz de la reforma iniciada por el cardenal Cisneros, en tiempo de Isabel la Católica.
Una renovación que afectaba no sólo a las órdenes religiosas, sino a toda la vida de la Iglesia. Resultado de este esfuerzo transformador fue una jerarquía renovada, que acabó con las corruptelas más recurrentes de los períodos anteriores y que anticipó en España los beneficios del reformismo católico, presente a partir del concilio de Trento. España vivió un auténtico siglo de oro en el orden cultural y religioso, aunque fuera al precio de un notable aislamiento político e ideológico frente a las corrientes de los restantes países europeos. A partir de los Reyes Católicos, la unidad religiosa constituyó una base irrenunciable de la unidad política de España, siendo defendida de cualquier contaminación o amenaza por medio del tribunal de la Inquisición.
En 1517, cinco años antes de la entrada de Orozco en la vida religiosa, comenzó en España el reinado de Carlos V y nacía en Alemania el movimiento protestante, de la mano del agustino Martín Lutero, perteneciente a un grupo reformado de la Orden, la Congregación de observancia de Alemania. Rigorismo ascético, estudio de la Biblia y uso de la lengua vulgar fueron elementos comunes en la experiencia de Lutero y Orozco, que llevaron al monje alemán a la rebelión, mientras que florecieron en Orozco y en España en espléndidos frutos de santidad.
Alonso se formó como religioso y realizó los estudios eclesiásticos en el convento de san Agustín, con profesores de la Orden, recibiendo una excelente formación bíblica y asimilando el profundo espíritu religioso de la comunidad. Como afirmó el padre J. Márquez, biógrafo del santo, su vida fue “parca en el sustento, reformada en el vestido, corta en el sueño y larga en asperezas y rigores. Siempre duró en este tesón.
Su hermano Francisco enfermó y murió durante el noviciado, produciéndole un profundo pesar. También se sabe por sus Confesiones que sufrió ese año tentaciones de abandono, por la dureza de la vida abrazada y el deseo de amor humano, superadas a medida en que interiorizó su vocación a la vida religiosa, bajo la suave guía de su santo maestro de novicios, el venerable Luis de Montoya.
Compañeros de formación y estudios en el convento de san Agustín fueron varios misioneros de las primeras barcadas de agustinos que fueron a América, algunos de ellos enviados por santo Tomás de Villanueva siendo provincial. Destacan las figuras de los obispos Agustín de Coruña y Luis López de Solís, o el apóstol de Michoacán Juan Bautista Moya, por citar sólo aquellos cuyas causas de beatificación han sido introducidas ante la Congregación para las Causas de los Santos por su labor ejemplar en la evangelización de América. La selección de misioneros era, en efecto, muy cuidada, procurando enviar únicamente, como ordenó el entonces general de la Orden Girolamo Seripando, “religiosos íntegros, eruditos y sensatos, que deseen ir libremente a las Indias, sin coacción, para predicar a aquellos pueblos la Palabra de Dios, es decir, el Evangelio de Jesucristo y la mejora moral de las costumbres”.
Con la ordenación sacerdotal, en 1527, concluyó el período de formación de Orozco, pasando a ocupar un lugar central el resto de su vida la celebración diaria de la eucaristía, junto con la recepción previa del sacramento de la reconciliación. Sólo en esos momentos del día se vio libre de los escrúpulos que le atormentaron durante treinta años. Una dura experiencia que le sirvió para madurar en la comprensión de los penitentes afectados por este mal.
A partir de la ordenación, su vida conocerá dos etapas claramente diferenciadas. La primera fue estrictamente conventual, debiendo ejercer pronto el servicio de la autoridad en varias comunidades de la Orden e iniciando su actividad como escritor. La segunda arranca de su designación por Carlos V como predicador real, el 13 de marzo de 1554. Esta segunda fase estuvo centrada en la predicación y el ministerio pastoral, principalmente al servicio de la Corte, compaginándolo con la publicación de libros espirituales y la atención a los pobres. No hubo una separación radical entre ambos períodos, pues, tras su designación como predicador real, recibió aún varios nombramientos en la Orden. Sin embargo, quedará paulatinamente libre de asumir responsabilidades internas, como la que quiso encomendarle el padre general de visitador de la provincia de México, por incompatibilidad con su cargo.
En sus primeros destinos como sacerdote realizó en diversos conventos las actividades pastorales propias de la Orden, sobre todo la administración de sacramentos, la predicación y el estudio. Durante esta primera etapa, Orozco fue miembro de las comunidades de Haro (1527), Arenas de San Pedro (Ávila), Medina del Campo (c. 1534, donde padeció una grave enfermedad), prior de Soria (1537) y prior de Medina del Campo (1540). En septiembre de 1541 participó en una Junta, convocada por el prior general, Girolamo Seripando, que decidió la unión de las provincias de Castilla y Andalucía en la Provincia de España de la Observancia. Elegido prior de Sevilla y definidor provincial de la provincia (1541), entonces o en el capítulo sucesivo fue nombrado visitador de Andalucía, una de las tres zonas en que fue organizada la provincia, que contaba con once conventos masculinos en la península y uno en Canarias, más otros cinco de monjas contemplativas. Posteriormente fue nombrado prior de Granada (1545) y de nuevo visitador de Andalucía. Al concluir este período solicitó ir como misionero a América. Le fue concedido en 1548, zarpando al año siguiente. Le movía el deseo de entregar la propia vida por la evangelización, asumiendo incluso el martirio. Pero no pudo cumplir su deseo, pues una recurrente y paralizante enfermedad artrítica, ya experimentada precedentemente, le impidió pasar de Canarias. A su regreso, residió en Montilla y Valladolid, donde fue prior del convento de san Agustín. Fue entonces confesor de la princesa regente doña Juana, infanta de Castilla y princesa de Portugal. Es probable que ella interviniera en el nombramiento de Orozco como predicador real. Aún será reelegido como prior de Valladolid (1554) y presidirá, en su condición de consejero provincial, el capítulo provincial celebrado en Dueñas (1557), en que el joven y fogoso fray Luis de León tuvo una encendida oración introductoria, denunciando falta de disciplina en la provincia, que el propio Orozco desmentirá, por exagerada, en su relación al prior general.
En el ejercicio de la predicación, Orozco se distinguió por la utilización de la Biblia, bien conocida por su formación salmantina, y por un estilo sencillo, afectivo e intimista, para llegar mejor al corazón de los oyentes. No hay que olvidar que para una población mayoritariamente analfabeta el púlpito era la única tribuna de formación religiosa. A. Cañizares considera a Orozco como “uno de los artífices de la renovación del ministerio eclesial de la predicación, acaecida en la primera mitad del siglo XVI” (A. Cañizares, 1986: 47).
Varias obras de Orozco se encaminan a enseñar cómo realizar el ministerio de la predicación. El predicador debe enseñar, deleitar y mover. En su predicación y en sus escritos subraya elementos negados o minusvalorados por el protestantismo, a pesar de tener en común con este movimiento el uso de la lengua vernácula y, sobre todo, la valoración de la Biblia, convertida en base de la predicación y utilizada profusamente en los escritos. Le alejaban del protestantismo los presupuestos teológicos más fundamentales, la valoración de los sacramentos, la necesidad de cooperar con Dios en la obra de la salvación, la consiguiente importancia de la ascesis, la devoción cálida y filial a María, muy presente en su espiritualidad y escritos, o la afirmación de la autoridad del Papa en la Iglesia. Se mostró siempre muy riguroso frente a la división introducida por el protestantismo, valorando muy negativamente no sólo ésta y otras herejías, sino también las religiones no cristianas, como el islam y el judaísmo.
A partir de su estancia en Sevilla inició una fecunda trayectoria como escritor espiritual, abriendo su biografía a una nueva perspectiva que cultivó hasta su muerte. En sus Confesiones afirma que comenzó a escribir por orden reiterada de la Virgen en sueños.
Toda su producción literaria es de carácter espiritual y está al servicio de la evangelización y dirección espiritual, constituyendo una importante dimensión de su actividad pastoral. Sus escritos están llenos de unción y tienen un lenguaje clásico de gran eficacia, belleza y gracejo. Gracias a su estilo afectivo consigue llegar al lector y mover el corazón a sentimientos de agradecimiento y amor a Dios. Es considerado como uno de los escritores más destacados de la literatura espiritual del siglo XVI español. Dentro de la Orden, D. Gutiérrez le valora como el autor “más fecundo, el más uniforme y —con santo Tomás de Villanueva y Tomé de Jesús— el más devoto de todos nuestros autores espirituales” (D. Gutiérrez, 1959: 173). Su doctrina espiritual se basa, según G. Tejerina, en cuatro pilares: la Biblia, como más importante y central; la cultura y filosofía clásica; la tradición teológica de Padres y teólogos; y el magisterio oficial de la Iglesia.
Escribió en latín y en español, siendo Orozco uno de los precursores del uso de la lengua romance para la exposición de materias espirituales, a pesar de la desconfianza que generaba esta práctica al ser reivindicada por los protestantes. Justificaba su empleo en la exigencia de llegar mejor al pueblo y en el derecho a escribir en la propia lengua. Así lo motivó en el tratado de Las siete palabras que la Virgen sacratísima nuestra Señora habló: “Cada nación usó mucho escribir su propia lengua; solamente los españoles, amigos de trajes peregrinos y costumbres extranjeras, tenemos en poco lo que se escribe en nuestra lengua, siendo la que más estimada debe ser en elegancia y perfección, después de la latina. De mí digo que alabo al Señor cuando leo libros en romance de buena y provechosa doctrina. Mayormente que mi fin no es hablar en este libro con predicadores y personas sabias, de quien yo tengo de oír y aprender. A los pequeños deseo consolar y aprovechar”. Orozco fue un autor espiritual tan prolífico como leído en su época.
Algunas obras alcanzaron varias ediciones ya en vida, e incluso fueron traducidas a otras lenguas. Antes y después de su muerte se publicaron varias recopilaciones de sus obras completas.
En su condición de predicador real acompañó a la Corte en su breve estancia toledana, siguiéndola en su asentamiento definitivo en Madrid, en 1561.
Hasta 1589 residió en una humilde celda del céntrico convento de san Felipe el Real, sito en plena puerta del Sol, esquina a la calle Mayor, y cercano al Palacio Real. El convento de san Felipe era popular en Madrid por sus gradas de acceso, conocidas como “el mentidero de la villa”, “de donde salían las nuevas primero que los sucesos”, como reza una inscripción conmemorativa.
Como predicador real, Orozco percibía un salario de la Corte, que con permiso de los superiores distribuía por tercios entre los pobres, un convento de agustinas de Talavera por él fundado y su propio convento de san Felipe. El cargo le confería también algunas exenciones a la disciplina del convento, a las que renunció públicamente, prefiriendo seguir la norma común. Por eso era asiduo en el coro y se atenía al rigor de la vida conventual, abundando personalmente en la ascesis, que era una característica de su espiritualidad. La fama de santidad hizo que “el bendito padre Orozco”, como era conocido en Palacio, fuera llamado muy frecuentemente, sobre todo cuando estaba enfermo algún miembro de la familia real. El propio Felipe II dio muestras de querer tenerle cerca, convocándole asiduamente y pidiendo sus oraciones en momentos de enfermedades familiares o problemas políticos relevantes. Varias veces solicitó Orozco retirarse a un convento apartado, sin que el Rey lo consintiera.
En sus visitas a los enfermos de Palacio, al igual que en la asistencia a otros enfermos, leía un fragmento del evangelio, oraba por ellos y les imponía el libro sagrado en la zona dolorida o enferma. También a los enfermos pobres asistía con ayudas materiales.
El proceso de canonización ha dejado muchos testimonios de sus modos de obrar con pobres y enfermos, así como de su predicación en iglesias y monasterios pobres, o visitas a la cárcel, pues acudía siempre acompañado por otro religioso. Estos acompañantes consignaron además en el proceso anécdotas sabrosísimas, llenas de espiritualidad, buen sentido y hasta humor, que permiten conocer el lado humano y su inteligencia natural y nada afectada. Donde más se prodigaba pastoralmente era en la atención a los pobres, muy abundantes en la pequeña villa de Madrid, que atraía a tantos menesterosos en busca del amparo de la Corte. A los que eran vergonzantes atendía de modo secreto. Para lograr más fondos acudía a personas ricas y a anticipos de su salario como predicador, llegando a importunar varias veces al propio rey Felipe II para remediar necesidades concretas de gente especialmente necesitada, o para redimir deudas de padres de familia que les habían conducido a la cárcel. Orozco fue un auténtico padre de los pobres y esa dedicación, junto a su espíritu de oración y la fama de taumaturgo que gozó ante el pueblo hizo que fuera apodado como “el santo de san Felipe”.
Otra faceta de su personalidad fue la promoción de la vida religiosa, no sólo escribiendo libros para alimento espiritual de los consagrados, sino también fundando cinco conventos agustinos: uno de varones en Talavera de la Reina (1566) y otro en Madrid, el colegio de doña María de Aragón (1590; actual sede del senado), más tres de mujeres, el de san Ildefonso de Talavera (1575), y los de santa María Magdalena (1569) y santa Isabel (1588), en Madrid.
El último año de su vida lo pasó en el recién fundado convento de la Encarnación, o de doña María de Aragón, donde falleció el 19 de septiembre de 1591. Allí fue asistido y visitado en su última enfermedad por personas de la nobleza y por el mismo cardenal arzobispo de Toledo. Felipe II quiso estar diariamente informado desde El Escorial de la evolución de su enfermedad.
La muerte congregó en el convento a multitudes, por la fama de santidad que le había acompañado en vida. El cuerpo fue sepultado en la iglesia provisional del colegio, pasando, al ser incautado el convento en la revolución francesa para sede de las Cortes, al convento de la Magdalena y posteriormente al de la provincia de Filipinas en Valladolid, que era el único salvado por la exclaustración del siglo xix. Actualmente sus restos se encuentran en el nuevo emplazamiento madrileño del convento de santa María Magdalena, que ostenta el nuevo nombre de San Alonso de Orozco.
El proceso de canonización no se inició hasta 1618.
Seguramente el peso soportado por la provincia de Castilla con los procesos de san Juan de Sahagún y santo Tomás de Villanueva hizo demorar su inicio.
Constituye una fuente preciosa para el conocimiento de su biografía. En él testimoniaron varios centenares de testigos de todas las clases sociales. Su santidad se asienta en una intensa vida de oración, una ascesis muy exigente, la dedicación incondicional al ministerio de la Palabra, a la pluma y al servicio a los pobres.
Experimentó también fenómenos místicos, según refleja en sus Confesiones y en su complemento, el Memorial de favores.
El 15 de enero de 1882 Alonso de Orozco fue beatificado por León XIII. Juan Pablo II lo canonizó el 19 de mayo de 2002 (Miguel Ángel Orcasitas, OSA, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
Si quieres, por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle San Alonso de Orozco, de Sevilla, dando un paseo por ella. Sólo tienes que contactar con nosotros en Contacto, y a disfrutar de la ciudad.
Más sobre el Callejero de Sevilla, en ExplicArte Sevilla.
La calle San Alonso Orozco, al detalle:
No hay comentarios:
Publicar un comentario