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sábado, 17 de septiembre de 2022

El Santuario de Nuestra Señora de Setefilla, en Lora del Río (Sevilla)

     Por Amor al Arte
, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte el Santuario de Nuestra Señora de Setefilla, en Lora del Río (Sevilla).
     Hoy, sábado 17 de septiembre, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado
        Y que mejor día que hoy para ExplicArte el Santuario de Nuestra Señora de Setefilla, en Lora del Río (Sevilla).
     El Santuario de Nuestra Señora de Setefilla, se encuentra a 12 kms. del casco urbano, junto al Castillo; en Lora del Río (Sevilla).
     Se encuentra situada en la sierra, junto a un antiguo recinto amurallado que sirvió de centro a una serie de núcleos de población hoy desaparecidos. La iglesia posee tres naves separadas por pilares y cubiertas con estructura de madera. La capilla mayor tiene un tramo cubierto con semiesfera sobre pechinas y otro con bóveda de cañón con lunetos. Originalmente fue una construcción mudéjar, pero las intervenciones barrocas alteraron su fisonomía. El altar mayor es obra de hacia 1730 y presenta un solo cuerpo, con estípites y columnas salomónicas, rematado por un ático. Además de la imagen titular se sitúan en el retablo las esculturas de Santa María Egipcíaca y de San José. La mesa de altar, de mármol rosa y decorada por alegorías marianas, está fechada en 1737. El retablo colateral izquierdo es obra de principios del siglo XIX y la escultura de su titular, San Antonio de Padua, de fines del XVII. En una dependencia aneja se sitúa una pintura de la Sagrada Cena con la inscripción: «Este quadro dio el licencia­do frey Juan Roman siendo prior de estas casas. Año 1617». Una buena colección de víctores, de los siglos XVIII, XIX y actuales, se distribuyen por la iglesia y una serie de exvotos en torno al camarín. El templete de la Virgen es obra de Diego Gallego quien lo realizó en 1694, y la corona es de 1800 y fue obra del platero sevillano Juan Ruiz. Otras piezas destacables son dos cálices de plata dorada, uno realizado en Guatemala en 1617 y el otro en Perú o Bolivia, a mediados del siglo XVIII (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
          Fernando III de Castilla conquistó a mediados del siglo XIII la Lawra árabe, importante núcleo de población y centro defensivo entre Córdoba y Sevilla, donándola, inmediatamente a la Orden Militar de San Juan de Jerusalén o de Malta, cuyos caballeros habían contribuido a su rendición. Con estos territorios la Orden organizó un pequeño señorío que acabó configurándose en una bailía y varias encomiendas, cuya capitalidad residía en la villa e Lora, jurídicamente establecida en la Carta Puebla de 1259.
     Su primer centro religioso fue esta iglesia, dotada de un beneficio eclesiástico simple que disfrutaba un prior, fraile de un convento sanjuanista de Santa maría del Monte de Consuegra, a cambio de servirla. Esta iglesia, documentada en 1280, fue dedicada a la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo y en ella se daba culto a una imagen de la Virgen con el Niño Jesús en sus brazos, colocada en un lugar principal del altar mayor, en un tabernáculo de madera y con un tapiz con los evangelistas a sus espaldas.
     La advocación tenía como justificación conmemorar y agradecer la fecha de la conquista de la zona, que fue el 25 de mayo de 1247, día en que la iglesia celebra el misterio de la Encarnación.
     La Iglesia de Nuestra Señora Santa María de Setefilla, actual Santuario, tuvo una notable importancia en la región que, tras la conquista, comprendía las villas y castillos de Setefilla y Lora, más los de Algorín, Almenara, Peñafor, Malapiel y Alcolea.
     La villa y castillo de Setefilla celebraban el día 8 de septiembre en los portales de la iglesia una feria o mercado anual que alcanzaba toda la comarca. A partir de 1259, con la Carta Puebla, comienza a tener importancia la localidad de Lora, produciéndose el consiguiente despoblamiento de Setefilla. Sin embargo, la iglesia continuó manteniendo la supremacía en la comarca con la conmemoración cada 25 de marzo del día de la Encarnación, en cumplimiento de un voto o promesa que el Concejo de Lora, como cabeza rectora de la bailía, había formulado, probablemente, en conmemoración a la conquista, vinculándose así los siete lugares de la bailía a la fiesta religiosa celebrada en la iglesia de Santa María de Setefilla. La celebración consistía en una procesión con cruz y clérigos y misa solemne con sermón. La noche anterior tenía lugar una velá pública, a la que asistían devotos de Lora y la comarca. El día de la fiesta, el Concejo de Lora y los clérigos encabezaban una procesión desde Lora del Río a la aldea de Setefilla, en cuya iglesia el prior celebraba una misa. La fiesta no carecía de alegría popular, con cantes, bailes y comida. Por la tarde se celebraba oficio de Vísperas regresándose posteriormente a Lora.
     Finalmente, la ermita es un importante foco de religiosidad popular, en torno a la Virgen de la Encarnación de Setefilla, que acoge con carácter anual una procesión y una romería que se celebra el día 8 de septiembre de cada año.
     El actual santuario se encuentra enclavado en las primeras estribaciones de Sierra Morena, junto a un antiguo recinto amurallado que sirvió de centro a una serie de núcleos de población hoy desaparecidos.       Su situación era estratégica al encontrarse en la antigua ruta que unía Sevilla con Extremadura, a la que se accede a través de una carretera que la une
con la localidad de Lora del Río, a una distancia de 12 kilómetros aproximadamente.
Se encuentra situada aledaña al castillo de Seteflla, fortaleza musulmana situada en la mesa del mismo nombre, que aparece citada por Alfonso X con el nombre de Septeflia o Sitre Fillas.
     Al encontrarse en un entorno rural, de sierra, destacan sus volúmenes encalados con cal, entre los que podemos mencionar las cubiertas a dos aguas de las naves, las cubiertas del camarín así como la espadaña y cubiertas de los edificios anejos a la cabecera.
     La ermita o santuario de la Virgen de Setefilla es originariamente una construcción mudéjar con intervenciones y transformaciones han acentuado su aspecto barroco.
     Es una iglesia de planta de salón con cabecera plana, que incluye presbiterio y camarín. Cuenta con tres naves, divididas en cinco tramos, separadas por pilares y cubiertas con estructura de madera a dos aguas. La Capilla Mayor tiene un tramo cubierto con cúpula sobre pechinas y otro con bóveda de cañón con lunetos, profusamente decorados con yeserías barrocas policromadas.
     La iglesia se encuentra rodeada por tres de sus frentes por un amplio porche formado por pilares en los que descansan arcos de medio punto y contrafuertes en sus laterales y parte posterior, ocupando la totalidad del frente del lado del Evangelio, mientras que en el lado de la Epístola llega hasta la portada situada en el tercer tramo de la referida nave.
     La fachada principal presenta una portada de acceso de dos cuerpos con estructura simple, realizada en ladrillo visto, lo que le hace destacar del resto del edificio que se presenta encalado en blanco. El cuerpo bajo se encuentra conformado por un arco de medio punto in antis sobre el que se asienta una espadaña, compuesta por una doble arcada de medio punto flanqueada por pilastras, sobre las que descansa un entablamento rematado por un frontón triangular, coronado al centro por un pedestal con remate piramidal sobre la que se eleva una cruz de forja.
     En su interior alberga una importante colección de bienes muebles.
     En 1543 la villa de Setefilla se despobló, marchando sus vecinos a Lora. No obstante se mantuvo abierta la iglesia al culto. La primitiva iglesia podría datarse en torno al siglo XV, con reformas en el XVI, siendo remodelada en 1709 al ser derribada por un huracán, según consta en una inscripción en el arco del presbiterio (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Se encuentra enclavado en la Sierra (a  11 km de Lora del Río), próximo al recinto amurallado que sirvió de centro a una serie de núcleos de población hoy desaparecidos.
     El templo posees tres naves separadas por pilares y cubiertas con estructura de madera. La capilla mayor tiene un tramo cubierto con cúpula sobre pechinas y otro con bóveda de cañón con lunetos. Dos portadas presenta la Iglesia, una situada en el muro de los pies y otra en la nave de la Epístola. Documentado en el siglo XIII (1280), es, en principio, un edificio mudéjar del siglo XV al que se efectuaron importantes reformas y ampliaciones en época barroca. Una de las intervenciones de mayor envergadura tuvo lugar en 1709, tras su derribo por un huracán.
     El altar mayor data de 1730 aproximadamente y presenta un solo cuerpo, con estípites y columnas salomónicas, rematado por un ático. Una escultura de San Antonio de Padua de mediados del siglo XVII, ocupa un retablo situado hacia los pies de esta misma nave.
     Este Santuario es visitado diariamente por numerosos fieles y devotos de Ntra. Sra. de Setefilla, como por grupos de excursiones llegadas de todos los puntos de la geografía española (Hermandad Mayor de la Virgen de Setefilla).
     Se encuentra situada aledaña al castillo de Setefilla, fortaleza musulmana en la mesa del mismo nombre, que aparece citada por Alfonso X con el nombre de Setefilia o Sitre Fillas.
     Es un edificio amplio y esbelto de traza mudéjar del siglo XV, reconstruido en el siglo XVIII. Una de las intervenciones de mayor envergadura tuvo lugar en 1709, tras su derribo por un huracán. Dedicado al culto de la patrona de la villa, situada a 12 km de la población.
     El templo posee tres naves separadas por pilares y cubiertas con estructura de madera. La capilla mayor tiene un tramo cubierto con cúpula sobre pechinas y otro con bóveda de cañón con lunetos, profusamente decorados con yeserías barrocas policromadas. La iglesia presenta dos portadas, una situada en el muro de los pies y otra en la nave de la epístola. Ambas, así como el pórtico que rodea el edificio, son modernas. La iglesia se encuentra rodeada por tres de sus frentes por un amplio porche formado por pilares en los que descansan arcos de medio punto y contrafuertes en sus laterales y parte posterior.
     El altar mayor es obra de hacia 1730 y presenta un solo cuerpo, con estípites y columnas salomónicas rematado por un ático. Además de la imagen titular, Ntra. Sra. de Setefilla, copia fidedigna de una talla tardogótica de tipo fernandino destruida en los sucesos de 1936, se sitúan en el retablo las esculturas de Santa María Egipcíaca y de San José.
     Una escultura de San Antonio de Padua de fines del siglo XVII ocupa el retablo colateral izquierdo, hoy trasladado hacia los pies de esta misma nave. Una buena colección de vítores de los siglos XVIII, XIX y XX, se distribuyen por los muros de la iglesia, y una serie de exvotos en torno al camarín.
Horario
     De 9:00 a 13:00 y de 18:00 a 21:00 (Turismo de la Provincia de Sevilla).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e  Iconografía de la Virgen con el Niño;  
    Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad 
     Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
     En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nom­bre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques. 
     Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior. 
   Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres. 
     Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
     Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
     En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
     Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
     Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
     Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
     A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
     La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.  
    El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
     Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
     A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien aca­ricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
     Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
     A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
     Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la historia de la Sabatina como culto mariano
    Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual.  Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos.  
     En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.
     De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe.  
      El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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