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sábado, 25 de septiembre de 2021

La Ermita de Nuestra Señora de Escardiel, en Castilblanco de los Arroyos (Sevilla)

     Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Ermita de Nuestra Señora de Escardiel, en Castilblanco de los Arroyos (Sevilla).  
   Hoy, sábado 25 de septiembre, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado
   Y que mejor día que hoy, para ExplicArte la Ermita de Nuestra Señora de Escardiel, en Castilblanco de los Arroyos (Sevilla).
    Situada también fuera del casco urbano, en la dehesa de La Resnera, a menos de tres kilómetros del pueblo. Es una iglesia de dos naves, considerándose como principal la que presenta mayores dimensiones. La construcción de ambas es de tipo mudéjar, conservándose parte de las cubiertas de madera primitivas. El hecho de presentar dos naves y un casquete semiesférico en el presbiterio de la nave mayor hace pensar que esta construcción se realizó a finales del siglo XV y que se reformó con posteriori­dad, adosándosele la nave menor. El retablo que contiene es del siglo XVIII (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     La Ermita de Nuestra Señora de Escardiel está enclavada a tres kilómetros al Norte/Noroeste de Castilblanco de los Arroyos, situada en el llamado ‘Chaparral de la Virgen’ o ‘Chaparral de Escardiel’ (42 hectáreas). Por tanto, el espacio sacro para albergar la imagen se situará junto al arroyo de la Señora (en clara alusión a la Virgen), a orillas de un lugar de tránsito: el Camino Real de Extremadura. Más prosaicamente conocido entre los naturales como Camino de Santa Olalla, esto es, la antigua Vía de la Plata, configuraba uno de los ramales más frecuentados de la ruta que unía Andalucía con la meseta o Portugal. La ubicación de la ermita junto al Camino Real constituye el quid de su esplendor, y lo será, especularmente, de su decadencia, toda vez que se vaya consolidando la preferencia de la travesía por el Camino de El Ronquillo.
     La fisionomía actual de la ermita ha sido notoriamente transformada merced a las aciagas vicisitudes históricas: el terremoto de Lisboa (1755), las desamortizaciones (1836-1856), la Guerra civil (1936-1939).
     Aunque hoy se configura como un templo de una sola nave (con un pórtico en el lado de la epístola, y un nártex) los documentos y las fotografías antiguas nos permiten conocer una fábrica más amplia: tres naves cubiertas por un artesonado mudéjar, que se transformaba en un una bóveda hemisférica hacia el presbiterio. Del artesonado aún se conservaban alfarjes poco antes de mediados del siglo XX. Ello sitúa el origen del edificio en la etapa bajomedieval, en consonancia con la raigambre de la imagen, aunque el primer dato documental referente a la arquitectura de la ermita se remonta 1600, cuando el ermitaño Pedro Alonso, lega diez ducados para que se hagan unas puertas nuevas.
     Existía un retablo de talla dorada que acogía a la imagen de la Virgen en una hornacina, y que será destruido al colapsar el presbiterio en 1773, como consecuencia terremoto de Lisboa. Dos años después comenzarían las obras de un nuevo retablo que : “pusieron estos devotos a su costa dicho retablo trayendo maestro de Sevilla”. Su aspecto solo puede ser conocido de forma parcial a través de fotografías y algún fragmento, pues fue incomprensiblemente quemado en 1980 debido a su lamentable estado de conservación. Constaba de una sola calle, estando flanqueada la hornacina por lienzos y era blanco, con los ornamentos en relieve pintados.
     Al santuario se añadían dependencias aledañas como las casas del santero, una hospedería y unas caballerizas, de las que hoy no queda rastro alguno, pero que sí se conservaban a comienzos del siglo XX. La Hospedería se construye a mediados de siglo, a raíz de la petición del administrador de ermitas quien, en carta al prior en 1743, solicita que se “se haga una Hospedería que sirva para los peregrinos que vienen andando a la Santa Imagen de la Señora”. En la décadas posteriores constan obras de ampliación y reparación; al igual que las caballerizas, cuya ampliación se registra en 1794, o el pozo, rehecho entre 1776 y 1774, cuando se instala “una imagen de Nuestra Señora para que siempre haya agua”.
Las Pinturas de la Ermita
 
     Las pinturas murales de la Ermita de Nuestra Señora de Escardiel, debían ser devocionales. Dejando a un lado la parte más académica de la Historia, quise inspirarme en el sentir de un pueblo. En la devoción de miles de personas que hacen que sus paredes se llenen de Fe y amor cada mes de septiembre. Debía ser pues, una pintura Mariana y Popular. Una pintura que aunara la leyenda y el costumbrismo del romero.
    La composición de las pinturas se divide en varios estadios. Pasando de uno a otro con transiciones suaves para graduar pictóricamente los distintos escenarios.
     La pared del Santísimo Cristo de los Vaqueros representa el momento en el que las tres Marías, junto a Juan Evangelista, vuelven del Gólgota. Un homenaje a la figura, a veces olvidada, de la mujer. Una ermita Mariana que enaltece su figura como pilar fundamental de la Historia.
     En la pared derecha se representa la leyenda, tan popular del pueblo de Castilblanco de los Arroyos, de la bellota y la encina. Dando importancia a esta creencia que perdura generación tras generación. Rodeada de una ornamentación floral que da luz al conjunto y apropiada para una imagen como nuestra Virgen de Escardiel.
     Dos de las pechinas, las dos traseras, están dedicadas a los Patrones de Castilblanco de los Arroyos. Otro homenaje a nuestras raíces y que acercan aún más estas pinturas al sentir popular. San Benito y la Virgen de Gracia en cada una de esas dos pechinas.
     En las pechinas frontales se representan dos momentos únicos y especiales para todo devoto de la Virgen. No se entiende un septiembre en Castilblanco sin esos dos momentos. Momentos que llegan con la Romería y con la noche. El rezo del Santo Rosario y la Salida Procesional de la Virgen.
     Siguiendo en las pechinas, necesitaba pintar una transición hacia lo divino. Y así es como aparecen las ocho bienaventuranzas. Dos en cada Pechina.
     La pintura se funde hacia el verde de la tierra de nuestro pueblo. El verde de nuestras encinas. Verde de un camino lleno de ilusión y Fe que reúne a un pueblo entero en sus arenas.
     El momento de la venida de nuestra Virgen al pueblo es la escena elegida para comenzar una cúpula que tenía que terminar con lo celestial.
     Un cielo de nubes con tonos de septiembre. Con ángeles que sostienen una oración y un rompimiento de gloria muy especial. La bellota y el rostro de Nuestra Señora de Escardiel (web oficial de la Hermandad de Escardiel).
Conozcamos mejor la Historia, Leyenda, Culto e  Iconografía de la Virgen con el Niño;  
  Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad 
 Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
   En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nom­bre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques. 
   Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
   Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres. 
   Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
   Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
   En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
   Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
   Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
   Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
   A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
   La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones. 
    El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
   Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
   A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien aca­ricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
   Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
   A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
   Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la historia de la Sabatina como culto mariano
  Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual.  Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos.  
   En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.
   De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe.  
    El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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Más sobre la localidad de Castilblanco de los Arroyos (Sevilla), en ExplicArte Sevilla.

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