Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la pintura "Juan Centeno y su cuadrilla", de Vázquez Díaz, en la sala XIV del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
Hoy, 15 de enero, es el aniversario del nacimiento (15 de enero de 1882) de Daniel Vázquez Díaz, autor de la obra reseñada, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la pintura "Juan Centeno y su cuadrilla", de Vázquez Díaz, en la sala XIV, del Museo de Bellas Artes, de Sevilla.
El Museo de Bellas Artes (antiguo Convento de la Merced Calzada) [nº 15 en el plano oficial del Ayuntamiento de Sevilla; y nº 59 en el plano oficial de la Junta de Andalucía], se encuentra en la Plaza del Museo, 9; en el Barrio del Museo, del Distrito Casco Antiguo.
En la sala XIV del Museo de Bellas Artes podemos contemplar la pintura "Juan Centeno y su cuadrilla", de Vázquez Díaz (1882-1969), siendo un óleo sobre lienzo, pintado en 1953, en estilo cubista, con unas medidas de 2'26 x 1'81 m., procedente del depósito del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en 1970.
Retrato del torero Juan Centeno Ortiz y toda su cuadrilla compuesta por los subalternos y el picador. Dos de ellos flanquean la figura del diestro, vestido de grana y azabache, que aparece en el centro de la obra sentado en una silla. En segundo plano, y a la izquierda de la composición, se disponen los otros dos personajes. En esta obra, los cuerpos, que se podrían considerar de trazas escultóricas, y la rotundidad del color nos sitúan al autor dentro de su propia interpretación del cubismo y de la renovación de la pintura española de la primera mitad del siglo XX (web oficial del Museo de Bellas Artes de Sevilla).
El gran pintor onubense Daniel Vázquez Díaz (1882-1963) se encuentra representado en el Museo con un cuadro prototípico de su estilo: Juan Centeno y su cuadrilla en el que el tema de los toreros constituye un pretexto para el artista de captar figuras de sobria estructura y contundente volumen, propias de un artista que había conocido el cubismo en París y que lo practicó de forma atemperada en España para no violentarse con la tradición académica española reacia a todo tipo de innovación extranjerizante (Enrique Valdivieso González, Pintura en Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tomo II. Ed. Gever, Sevilla, 1991).
Daniel Vázquez Díaz. (Nerva, Huelva, 15 de enero de 1882 – Madrid, 17 de marzo de 1969). Pintor.
Daniel Vázquez Díaz es uno de los artistas más influyentes de la pintura española del siglo XX. Considerado el introductor de una nueva estética que aunaba los conceptos de tradición y modernidad, su trayectoria artística resulta clave para la comprensión del proceso de renovación formal de la pintura española del primer tercio de siglo. El contacto con la pintura francesa y, sobre todo, la evolución de su pintura ya en Madrid entre finales de los años diez y principios de los veinte, acabaron por moldear un nuevo orden pictórico para la pintura española, que quedaría inmortalizado en los frescos del Monasterio de Santa María de la Rábida de 1930. Es indiscutible, además, su papel de retratista de la época y su labor pedagógica sobre buena parte de los artistas de la vanguardia española de posguerra.
Daniel Vázquez Díaz se inició en la pintura en Sevilla a finales de siglo XIX, asistiendo a clases nocturnas de dibujo y pintura en el Ateneo, y visitando con asiduidad el Museo de Bellas Artes, donde admiró principalmente a Zurbarán. Entabló una profunda amistad con el escritor Juan Ramón Jiménez y compartió inquietudes con los artistas Francisco Iturrino, Javier de Winthuysen y Ricard Canals, hasta que en 1903, un año después de graduarse como profesor mercantil, decidió dedicarse plenamente a la pintura y marchó a Madrid. Su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando fue rechazado, por lo que continuó su aprendizaje autodidacta en el Museo del Prado, interesado especialmente en Velázquez. Participó en las ediciones de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1904 y de 1906, donde recibió una Mención de Honor y ese mismo año, en julio, se trasladó a San Sebastián, a la espera de viajar hacia París. El descubrimiento del paisaje vasco marcó un punto de inflexión en su carrera al convertirse en una de sus más importantes fuentes de inspiración. Al extenso repertorio de paisajes, fruto de sus constantes estancias en el País Vasco entre 1906 y, aproximadamente, 1935, les acabó llamando Vázquez Díaz los “Instantes Vascos”.
El 11 de septiembre de 1906 llegó a París, última parada para aquellos artistas españoles en búsqueda de una modernidad de difícil acceso en España. Instalado en Montmartre, entabló amistad con el pintor italiano Amadeo Modigliani, a quién retrató. En la capital francesa Vázquez Díaz se convirtió en un excelente receptor de influencias que iría conjugando con su propio estilo todavía en gestación. Aunque asistió al nacimiento de las vanguardias históricas, focalizó principalmente su interés en el posimpresionismo y, en concreto, en la obra de Paul Cézanne. Su obra se movió en París ajena a la vanguardia, a diferencia de su gran amigo Juan Gris a quien recibió él mismo en 1907 y que se adhirió rápidamente al cubismo. Vázquez Díaz se rodeó de la comunidad de pintores españoles residentes en París, especialmente, de los vascos que se agrupaban en torno al escultor Paco Durrio. De la mano de Juan Echevarría se interesó por el grupo de pintores nabi, de los que aprendió el sentido de la utilización moderna del color y el sintetismo de la forma. La libertad de las ataduras académicas le permitió experimentar con nuevos registros formales que supo asimilar, sobre todo, en los paisajes vascos realizados en sus estancias veraniegas en Guipúzcoa. Sin embargo, la pintura de toreros y manolas con resabios zuluoaguescos y del naturalismo y simbolismo francés, fue la que le favoreció la entrada a los salones franceses y el aprecio de la crítica reacia a las vanguardias.
La primera exposición individual de Vázquez Díaz en la capital francesa se celebró al poco tiempo de su llegada, en la casa del marchante holandés Calisk, quien ya había adquirido un cuadro suyo, El pozo y la higuera, en Sevilla en 1897. En 1907, mostró nuevamente su obra en la Galería Achille Astre, despertando los primeros comentarios en prensa. Ese mismo año colgó sus lienzos, por primera vez, en el V Salon d’Autonme y un año más tarde, en el Salon des Independants.
Desde entonces su obra no faltó a la cita de estos dos salones de arte anuales hasta que fueron suspendidos con el estallido de la Primera Guerra Mundial.
El carácter de sus envíos estuvo dominado por los temas andaluces, si bien, los primeros paisajes vascos fueron expuestos en el Salon des Indépendants de 1914. Poco a poco su nombre alcanzó protagonismo y desde 1910 empezó una carrera ascendente como ilustrador en las revistas hispanoamericanas Gustos y Gestos, Elegancias y Mundial Magazine, y en las francesas Revue de la Vie Mondaine y Je sais tout, entre otras.
A partir de entonces empezó a cosechar bastante fama a través de exposiciones individuales (Galería Chevalier, diciembre de 1910-enero de 1911 y Salones de la Revue de la Vie Mondaine, marzo de 1911) y de la celebrada con el pintor argentino Ramaugué en la Ville des Arts en marzo de 1912. El éxito definitivo le llegó cuando en 1911 participó por primera y única vez en el Salon Officiel d’Artistes Français con el cuadro Retorno de la fiesta del Cristo de la Vega en Toledo y el dibujo Dolor y, en 1913, cuando su lienzo La muerte del torero fue admitido en el Salon National des Beaux Arts de París. Acontecimiento que volvió a producirse en 1914 con los lienzos Los ídolos y Retrato del escritor Graça Aranha. Ese mismo año, sin embargo, su paisajes vascos fueron los verdaderos protagonistas en la exposición que organizó, junto a Jean Mayodan, en la Galería Boutet de Monvel de París.
Entre sus amistades en París, se cuentan el grupo de escritores hispanoamericanos reunidos en torno a Gómez Carrillo y Rubén Darío, el crítico de arte Henri Barbusse y la escultora danesa Eva Aggerholm, con quien contrajo matrimonio en 1910, fruto del cual nacería su hijo Rafael. Muy especial fue también su relación con el escultor francés Antoine Bourdelle, con el que aprendió la técnica del fresco tras encargarse de los procesos técnicos de la decoración que Bourdelle realizó en el Teatro de Champs Elysées en 1913. Del mismo modo, Vázquez Díaz nunca quiso cortar los vínculos que le unían al panorama artístico español durante su estancia en la capital francesa. No cesaron sus envíos a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de Madrid, e incluso, fue galardonado en la edición de 1915 con una Tercera Medalla por el lienzo La muerte del torero. Durante los veranos aprovechó para pasar largas temporadas en Nerva y regresó periódicamente al País Vasco. En concreto fue la ciudad de San Sebastián el escenario de su primera exposición individual en España celebrada en julio de 1910 en el saloncito del diario donostiarra El Pueblo Vasco.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial el pintor no regresó a España sino que encontró en los frentes de Arrás, Verdún y Reims, nuevos temas de inspiración. No obstante, sus visitas a la Península fueron más frecuentes. En 1916 el lujoso Círculo Easonense de San Sebastián acogió una exposición de su obra, aclamada por la crítica local como el verdadero modelo a seguir para la pintura vasca. Durante ese verano en el País Vasco su pintura acusó una evolución hacia una depuración formal que coincidió con su encuentro, en Fuenterrabía, con el pintor francés Robert Delaunay. Al año siguiente, recibió, por segunda vez, la Medalla de Tercera Clase en la Nacional española por su tríptico de grabados Impresiones de la guerra y otros dibujos alusivos a la contienda participaron en la Exposición de Legionarios celebrada en Madrid. Finalmente, en 1918 Vázquez Díaz decidió abandonar París e instalarse de forma definitiva en la capital española, no sin antes pasar unos meses en Fuenterrabía dedicado a la ejecución de nuevos paisajes.
La presentación de Vázquez Díaz en Madrid tuvo lugar en el Salón Lacoste durante los días 8 y 22 de junio de 1918, donde expuso principalmente paisajes vascos. La muestra provocó el rechazo de buena parte de la crítica de arte española, que vio en su pintura claros signos de “afrancesamiento”. La polémica no desanimó al artista sino todo lo contrario. En Madrid Vázquez Díaz se arrimó a los círculos más renovadores del arte y llegó a relacionarse con el grupo ultraísta liderado por su amigo Guillermo de Torre. Continuó su labor de ilustrador en El Fígaro, El Sol, La Esfera, Reflector y ABC, periódico este último para el que realizaría una serie de retratos de hombres ilustres como había hecho ya en París para Mundial Magazine. Estrechó relación con los artistas e intelectuales de la Residencia de Estudiantes y, muy especialmente, con el escritor Eugenio d’Ors, que por entonces se disponía a difundir la estética noucentista en la capital como ya lo había hecho en el País Vasco. En este sentido el arte de Vázquez Díaz sintonizó perfectamente con los nuevos ideales novecentistas de arquitectura de la forma y clasicismo renovado, propio de la década de los años veinte, y en el que participaron otros artistas como Sunyer, Arteta o García Maroto, muy estrechamente unidos a él. Todas estas conexiones acabaron por configurar un nuevo horizonte estético que, si bien utilizaba aspectos formales de la vanguardia, en concreto del cubismo, no rompía totalmente con la tradición.
Paralelamente, Vázquez Díaz siguió enviando obras de su etapa anterior a exposiciones oficiales de arte español fuera de España (Petit Palais, París, 1919 y Royal Academy, Londres, 1920) y no dejó de concurrir a las Exposiciones Nacionales en su empeño por llevar su arte a la Academia de San Fernando. En 1920 obtuvo una Medalla de Tercera Clase en grabado y en las ediciones de 1924 y 1928, la Medalla de Segunda Clase en Pintura. Tras participar en otras exposiciones colectivas en 1919, como la Exposición Hispano-Francesa de Zaragoza, la Exposición de Pintura de Santander y la Primera Exposición Internacional de Pintura y Escultura de Bilbao, Vázquez Díaz recibió el respaldo definitivo de los círculos renovadores del arte en la exitosa exposición individual en la sala Majestic Hall de Bilbao. Esta muestra puso de manifiesto la enorme sintonía de Vázquez Díaz con la pintura vasca, mucho más abierta a un proceso de renovación formal. Tal era el espíritu que encarnaba la obra de Vázquez Díaz en ese momento para la pintura española que Juan Ramón Jiménez no dudó en presentarle, al año siguiente en Madrid, como el paradigma de la nueva pintura a propósito de su nueva exposición en el Palacio de Bibliotecas y Museos. Razón que explica también el que fuera recibido por la prensa local catalana como un pintor afín a la estética noucentista en la exposición celebrada ese mismo año en las Galerías Dalmau de Barcelona. Poco después y de vuelta en Madrid, Vázquez Díaz formó parte del comité organizador del fallido Salón de los Primeros Independientes en España.
Entre 1922 y 1923, el pintor viajó a Portugal donde realizó exposiciones en Lisboa, Oporto y Coimbra.
A su regreso se presentó sin éxito a la cátedra de Pintura al Aire Libre en la Real Academia de San Fernando, lo que provocó la revuelta de los alumnos, entre ellos, Salvador Dalí. Desde entonces intensificó su actividad en exposiciones colectivas como la Internacional de Pittsburgh en 1924, del Instituto Carnegie (1925, 1926, 1930, 1931, 1934, 1936, 1937 y 1938), la Bienal de Venecia (1926 y 1934), la Exposición de Arte Español Contemporáneo de Buenos Aires (1927) o la exposición de Arte Español en Oslo (1931). En 1924 volvió su obra a Bilbao, esta vez, a la Asociación de Artistas Vascos y, un año después, fue uno de los firmantes del Manifiesto de la Sociedad Artistas Ibéricos, pese a no llegar a exponer finalmente con ellos. Para entonces el pintor ya tenía en mente el proyecto de decoración del Monasterio de la Rábida, cuyo primer boceto mostró en la exposición del Palacio de Bibliotecas y Museos de Madrid y el conjunto total de dibujos en la Diputación Provincial de San Sebastián, en 1927. Por fin, en la fecha simbólica del 12 de octubre de 1929 y con el favor del Rey, Vázquez Díaz comenzó la preparación de los muros que contendrían la Epopeya del Descubrimiento, que comenzó a pintar en abril de 1930. El 12 de octubre de ese mismo año, los frescos de La Rábida quedaron oficialmente inaugurados en presencia de su majestad el rey Alfonso XIII.
La proclamación de la Segunda República en abril de 1931 instauró un nuevo Gobierno en España que respaldó la actividad de Vázquez Díaz. El pintor ganó protagonismo en las exposiciones organizadas por los Ibéricos en San Sebastián (1931), Copenhague (1932), Madrid (Feria del Dibujo, 1934) y París (1936), y fue nombrado Patrono del Museo de Arte Moderno, donde celebró una exposición de los bocetos de la Rábida en 1933. Sin embargo, en ese año de 1931 fue eliminado en las oposiciones a la Cátedra de Ropaje de la Real Escuela de Bellas Artes de San Fernando, triunfo que no consiguió hasta que en 1933 se hizo con la de Pintura y Composición Decorativa.
La actividad de Vázquez Díaz, al igual que la de sus contemporáneos, se vio interrumpida en 1936 con el estallido de la Guerra Civil española. El pintor permaneció recluido en su estudio y parte de su obra fue custodiada hasta 1939, tras la subida al poder del general Franco. El nuevo régimen fue favorable a Vázquez Díaz, a quien rápidamente consideraron un pintor consagrado afín a la nueva estética.
Su obra encabezó la Primera Exposición de Pintura y Escultura organizada por las J.O.N.S. en Valencia y al año siguiente, en 1940, el pintor recuperó su cátedra en San Fernando, a partir de entonces de Pintura Mural y que ocupó hasta 1952. La exposición de los bocetos de La Rábida inauguraron el nuevo programa del Museo de Arte Moderno en 1940 y el pintor recuperó su fama como retratista, retomando su afición por este género. En esta época descubrió la Pedriza madrileña, sobre la que proyectó la producción paisajística de los últimos años. Se multiplicaron las exposiciones nacionales sobre su obra y recibió el Premio a la Obra de un Pintor y el Premio de Honor en las Bienales Hispanoamericanas de Arte celebradas en Madrid en 1951 y 1956, respectivamente. Participó en las Bienales de Venecia (1942, 1949 y 1955) y en las Hispanoamericanas de La Habana (1953 y 1957), entre otras. No pararon de sucederse otros reconocimientos como la Exposición Homenaje en el Museo de Arte Moderno de Madrid y la concesión de la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio en 1953. Otras fueron la Medalla de Honor en la Exposición Nacional de 1954 por el lienzo La cuadrilla de Juan Centeno o la sala de Honor de 1962. Al año siguiente fue nombrado vicepresidente del Patronato del Museo de Arte Moderno y recibió la Medalla de Oro de la Villa de Madrid y la Gran Cruz de Isabel la Católica. En los últimos años publicó sus memorias en el diario ABC y el 15 de enero de 1967 ingresó formalmente como académico en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cargo que ostentó poco más de un año por fallecer el 17 de marzo de 1969, cinco días más tarde de haber recibido un homenaje en Huelva (Ana Berruguete del Ojo, en Biografías de la Real Academia de la Historia).
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