Por Amor al Arte, déjame ExplicArte Sevilla, déjame ExplicArte la calle Palacios Malaver, de Sevilla, dando un paseo por ella.
Hoy, 9 de enero, es el aniversario del fallecimiento (9 de enero de 1811) de Bernardo Palacios Malaver, así que hoy es el mejor día para ExplicArte la calle Palacios Malaver, de Sevilla, dando un paseo por ella.
La calle Palacios Malaver es, en el Callejero Sevillano, una vía que se encuentra en el Barrio de la Feria, del Distrito Casco Antiguo; y va de la calle Feria, a la calle Peris Mencheta.
La calle, desde el punto de vista urbanístico, y como definición, aparece perfectamente delimitada en la población histórica y en los sectores urbanos donde predomina la edificación compacta o en manzana, y constituye el espacio libre, de tránsito, cuya linealidad queda marcada por las fachadas de las edificaciones colindantes entre si. En cambio, en los sectores de periferia donde predomina la edificación abierta, constituida por bloques exentos, la calle, como ámbito lineal de relación, se pierde, y el espacio jurídicamente público y el de carácter privado se confunden en términos físicos y planimétricos. En las calles el sistema es numerar con los pares una acera y con los impares la opuesta. También hay una reglamentación establecida para el origen de esta numeración en cada vía, y es que se comienza a partir del extremo más próximo a la calle José Gestoso, que se consideraba, incorrectamente el centro geográfico de Sevilla, cuando este sistema se impuso. En la periferia unas veces se olvida esta norma y otras es difícil de establecer.
Los nombres primitivos con que se la conoce son los de Santo Domingo o Santo Domingo de Silos y Botica o Boticarios. Ambos responden a sendos hospitales que existían hasta finales del s. XVI, el segundo bajo la advocación de Santa María de los Caballeros y Santiago. El primero aparece ya citado en 1462, pero no se conoce ninguna otra alusión al mismo, salvo la que hace González de León. El de Botica va a permanecer, no se sabe si identificando toda la calle actual o sólo el tramo entre Cruz Verde y Omnium Sanctorum, tal y como aparece en un documento de 1740. En un apeo de casas de la Catedral de 1502 se cita como calle del Mesón del Barco la parte donde se encontraba el Hospital de Santo Domingo. En 1868 se le cambió por el de Palacios, en memoria de Bernardo Palacios Malaver, batihoja, nacido en la calle, que fue ejecutado por los franceses en 1811, junto con José González Cuadrado, al no delatar a sus compañeros de conspiración. En 1879 se le añadió el segundo apellido.
El trazado relativamente recto, se va distorsionando por los frecuentes entrantes y salientes que ofrece la línea de fachada de los pares, en parte, consecuencia de procesos de alineación que no se han concluido, de todos los cuales hay noticias para la década de 1880. Está dividida en dos por Cruz Verde. Existen datos de que a fines del s. XIX se acordó pavimentarla con cemento, para en 1911 sustituirlo por adoquines; en la década de 1970 se vertió sobre ellos una capa de asfalto, que ha sido levantada recientemente y restaurado el adoquinado en el primer tramo. Las aceras son de cemento y están degradadas, sobre todo en el segundo tramo. En 1934 contaba con iluminación de gas, y en este año se le añade un punto de luz eléctrica; en la actualidad cuenta con farolas sobre brazos de fundición adosados a las fachadas. Las casas constan de tres plantas la mayor parte. Las más antiguas pueden remontarse al s. XVIII, aunque la mayoría son de la segunda mirad del XIX y comienzos del actual. Álvarez-Benavides la conceptuaba en 1873 como de primer orden y de mucho tránsito; hoy estas características las ha perdido, aunque es usada como lugar de aparcamiento. Existen algunos pequeños comercios y talleres especialmente en el segundo tramo [Antonio Collantes de Terán Sánchez, en Diccionario histórico de las calles de Sevilla, 1993].
Palacios Malaver, 19. Casa de tipo popular, del siglo XVIII, esquina a Cruz Verde, 9, acc. El ángulo del edificio apea en un pilar en la primera y segunda plantas, con balcón de ángulo sostenido por tornapuntas de hierro y encima azulejo con la Virgen del Carmen.
Palacios Malaver, 27. Casa del siglo XVIII, de tres plantas en la crujía de fachada, con portada resaltada sobre medias pilastras toscanas. Sobre ella balcón con jambas decoradas con molduras mixtilíneas [Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis Gómez Estern, Arquitectura Civil Sevillana, Excmo. Ayuntamiento de Sevilla, 1984].
Conozcamos mejor los hechos de la muerte de Bernardo Palacios Malaver, a quien está dedicada esta vía del callejero sevillano;
Me quedo de piedra. Como la piedra de la lápida fechada en el año 1811 que me muestra mi amigo Moisés, historiador de vocación.
Pensaba que conocía mi ciudad, pero ahora me toca reconocer con humildad que sólo sé que no sé nada, como aquel que dijo. Y es que no tenía ni idea sobre este suceso, impresionante y verídico, que tuvo como protagonistas a dos héroes de Sevilla. Cero sobre cero. Nada. Pegaera total, como diría un estudiante.
… Luis, Bernardo y José eran amigos desde niños. Los tres fueron educados en el buen hacer del honor a la palabra dada y en la entrega incondicional a sus vecinos.
El primero, Luis Daoiz, se inclina por la vida militar. En la guerra contra Francia es capturado por el enemigo en 1794. Los franceses perciben que es listo como el hambre e intentan pescarlo con el señuelo de triplicarle su paga como capitán de artillería si cambia su casaca española por la de oficial francés. ¡Que ilusos son estos gabachos! Están tratando con un sevillano de la vieja escuela y su respuesta es diáfana: No.
Tras ser liberado por un intercambio de prisioneros se instala en Madrid, donde muere heroicamente el 2 de mayo de 1808, luchando contra los invasores franceses.
Cuando recibe la noticia su novia, una piadosa muchacha de Utrera que preparaba su boda con él para ese mismo año, decide servir a Dios, ingresando como novicia en un convento.
Y sus amigos de siempre, Bernardo Palacios Malaver y José González Cuadrado, organizan en nuestra ciudad el llamado “Secreto Congreso Hispalense” en la calle Quebrantahuesos (hoy Orfila), con misiones de sabotaje a la intendencia gala y de suministro de valiosísima información a la guerrilla sobre los movimientos de las tropas napoleónicas.
Ambos aman a su ciudad y no se creen de la Misa la media de aquellos entorchados gerifaltes franchutes, que tanto alardean de modernidad y gaitas pero que – además de haberles arrebatado a su amigo Daoiz – entran en Sevilla como una recua de mulas en una cacharrería, deslabazando tradiciones al antojo del Petit Bonaparte, con los soldados del Mariscal Soult, amante del arte y del arte ajeno, trincando a punta de bayoneta objetos artísticos de iglesia y templos, y expoliando cuadros de Murillo como su inigualable Inmaculada.
Mientras que Bernardo va reclutando, en absoluto secreto, a arriscados conspiradores patriotas, con influencia y con padrinos para la causa, José sale de Sevilla en borrico, disfrazado de tratante de ganado, o de mendigo o de fraile, para contactar con los partisanos de la sierra y coordinar golpes de arte.
Pero “El pantalones”, conocido pendenciero y delincuente común, bajo la condición de ser puesto en libertad, de una botella de vino y un fajo de billetes, da el soplo al contraespionaje francés: Bernardo y José participan en una trama oculta contra todo lo que huela a Francia.
Los detienen en Castilleja de la Cuesta el 28 de diciembre de 1810 y los dos van a dar con sus huesos a una mazmorra de la cárcel real.
Intentan hacerles confesar quienes son los demás sevillanos que forman parte del “Secreto Congreso Hispalense”, pero guardan un silencio sepulcral. Espías y policías les garantizan la vida a cambio de que les faciliten los nombres de los demás asociados. Nada.
Aprendieron desde su infancia por relatos de sus abuelos, que estos últimos escucharon de los suyos, que el valor de un ser humano se mide por su palabra y que esta va al cielo cuando se ha cerrado un trato con un apretón de manos o cuando se ha jurado sobre la Biblia, como han hecho los nobles miembros de la patriótica asociación, para no soltar una sola pista. Nunca. A nadie. Así que no pierdan el tiempo, gendarmes de la dulce Francia. No va a piar ni el loro.
Todos aprecian el buen hacer de estos vecinos. Bernardo es batidor de oro …
– Don Bernardo, vengo a pagarle el collar de oro que hizo para el bautizo de mi nieta.
– No hay prisa. Cuando termine la celebración pasa usted por aquí y saldamos la cuenta. Siempre que le quede bien a su niña.
… y José es escribano …
– Soy Hermano de la Santa Caridad, Don José. Dígame cuánto nos llevará por redactar la escritura de un padre que ha reconocido a un hijo suyo que tenemos en la institución de niños expósitos de la calle Cuna.
– No cobro nada por eso. Es para mi un honor poder servir a su hermandad.
Las autoridades se dan prisa. Saben que el pueblo apoya a los dos hombres y quieren liquidar el asunto cuanto antes.
Las malas lenguas dicen (y las buenas también) que el cura del Sagrario es simpatizante de la secreta asociación y que, de hecho, él fue quien ideó la gran evasión de los cuadros de Zurbarán a Cádiz, antes de que el infausto Mariscal Soult los cogiera prestados de la Capillita de San José.
Pero no hay pruebas y, al parecer, nadie ha visto nada. De modo que acompaña al batidor y al escribano en la noche de insomnio previa al fatídico día.
“El amor conduce a la muerte y esta a la resurrección y a la vida”, les dice a los dos, que le escuchan con el alma.
Su amor por Sevilla les lleva a morir por ella. Pero en breve se encontrarán Allá Arriba con su amigo Daoiz y pasearán felices junto a una Giralda engalanada y bellísima, en una Sevilla libre.
A ultimísima hora, camino ya del patíbulo en la Plaza de San Francisco, un emisario de Soult les presenta una orden de indulto firmada por este. Para hacerla efectiva solo tienen que decirle la identidad de alguno de los otros confabulados. Sólo de alguno.
En un arrebato de dignidad y sevillanía, Bernardo estalla … “Prefiero la muerte a seguir viviendo bajo el yugo de la canalla francesa”, mientras que José va absorto en sus oraciones …
– “Señor del Gran Poder y de la eternidad. Siempre acepté cualquier pago por mi trabajo, aunque alguna vez advirtiera que me entregaban dinero falso. Yo soy sólo una falsa moneda. Demuestra ahora tu misericordia y ten compasión de este pobre pecador”.
9 de enero de 1811. Los hermanos de la Caridad recogen los dos cuerpos y los entierran en la fosa común del Patio de los Naranjos, reservada a los ajusticiados.
¿Bernardo y José ajusticiados? Malamente puede usarse esta palabra. Más bien cabría decir “eliminados” o “ejecutados”. Por su amor a Sevilla.
De piedra. Me quedo de piedra leyendo el antiquísimo grabado de la lápida …
“En honor de Dios y memoria indeleble del heroísmo con que los invictos sevillanos Bernardo Palacios Malaver y José González Cuadrado coronaron su servicio a la patria bajo la tiranía de Napoleón, prefiriendo el cadalso a la manifestación de sus compañeros el 9 de enero de 1811′.
Ese día fue nuestro 2 de mayo. Es cierto que no tuvimos la carga de los mamelucos, sino el chivatazo de un impresentable. Tampoco hubo fusilamientos en el Parque de María Luisa, como sucedió en el retiro de Madrid. Pero dos de nuestros vecinos afrontaron con entereza la muerte mediante garrote vil, como si fueran dos vulgares malhechores, para que los demás viviéramos.
Y me parece ciertamente penoso que este 9 de enero, efemérides del acceso al paraíso de Bernardo y José, vuelva a pasar de largo, sin pena ni gloria y sin un triste recordatorio por parte del equipo de gobierno municipal.
Me asegura mi colega Moisés que la inmensa mayoría de los sevillanos desconocen esta historia. Nuestro particular y glorioso 2 de mayo.
En un cuestionario que él hizo entre un millar de vecinos, preguntando sencillamente que le sugerían los nombres “Bernardo Palacios Malaver” y “José González Cuadrado”, valga como muestra un botón, correspondiente a la respuesta de un sesudo intelectual cuyo nombre omito: “En la primera calle hay una buena zapatería y en la segunda vive mi cuñado”. Es decir, flores de las marismas. Ni la más remota idea.
Mientras que un león del Congreso lleva por nombre “Daoiz”, y mientras que este militar tiene su estatua erigida en una plaza céntrica sevillana donde se le rinden honores cada 2 de mayo (todo lo cual es magnífico), el olvido parece haberse apoderado de la memoria de Bernardo y José, siendo significativo que la lápida a la que me refiero permanezca tras una mampara de nuestra Catedral, junto a materiales de albañilería y desechos.
Por ello, apoyo plenamente las iniciativas de mi amigo Moisés: que esta lápida se coloque en un lugar visible de la Catedral, con una breve explicación, en los principales idiomas, de la historia que alberga; que tal historia se exponga también junto a los rótulos de las dos calles de la ciudad con el nombre de nuestros héroes; y que, al menos, en la página web del Ayuntamiento se haga una breve reseña de estos dos vecinos, cuyo ejemplo tanto ha contribuido a forjar el carácter, la identidad y el señorío de nuestra gran Sevilla.
Porque vayan ustedes a saber, mirando a su alrededor, cuántos de los vecinos a los que hoy saludan descienden de los demás juramentados a los que nuestros héroes se negaron a delatar. Que la muerte engendra vida, parafraseando al cura del Sagrario la noche en la que los condenados se hallaban en capilla.
Y hasta podría ser que, a usted que me lee, se le ocurra tirar del hilo de su árbol genealógico y se sorprenda cuando halle entre sus ancestros de 1811 a algún noble juramentado en la dignísima entidad secreta. Algún noble que pudo contarlo (como también puede hablar de esto usted mismo)
gracias a dos vecinos de palabra que antepusieron el honor a su propia vida. Bernardo Palacios Malaver y José González Cuadrado.
Aunque en muchas estampas aparece don Luís Daoíz en figura de joven y gallardo militar, lo cierto es que había nacido en 1767, y por lo tanto, tenía cuarenta y un años de edad; y ya su cara, quemada por el sol de las campañas de Orán, por el salitre del mar, en el que también luchó dos años como teniente de la Artillería naval, y finalmente, surcada por las amarguras de más de un año de prisión al ser capturado por los enemigos de España, era ya, la cara rugosa, de un hombre a quien la vida maltrató mucho.
Perteneció don Luís Daoíz a una de las familias más ilustres de Sevilla, y aunque no vivió sino escaso tiempo en nuestra ciudad, tenía aquí muchos y buenos amigos.
Entre ellos se contaban don Bernardo Palacios y Malaver, y don José Martín Justo González Cuadrado, los cuales al enterarse de la muerte heroica de su amigo Daoíz, hicieron propósito de vengarle, más aún habiendo muerto a manos de los enemigos de nuestra Patria.
González Cuadrado y Palacios Malaver, tomaron parte inmediatamente en la conspiración que se promovió en toda Andalucía contra los franceses de Napoleón y la casa número 18 de la calle Águilas, donde vivía González Cuadrado, se convirtió en centro de reuniones de los patriotas.
González Cuadrado era al mismo tiempo, organizador en Sevilla, y enlace entre la Junta Nacional y los distintos lugares de la región. Así, para circular por pueblos y campos sin ser reconocido, adoptaba los más diversos disfraces, apareciendo unas veces vestido de arriero, otras de pastor, otras de fraile, y en fin de tratante de ganados, de comerciantes, y hasta de mendigo. De este modo, llevaba las órdenes de la Junta a las guerrillas alzadas en Sierra Morena y otros lugares de la región.
Había nacido en Sevilla un individuo apodado Pantalones, holgazán, borracho, pendenciero y delincuente habitual, muy conocido entre la gente del hampa, y frecuente huésped de la Cárcel.
Este Pantalones, fue utilizado por los franceses como confidente y delator, para perseguir a los patriotas.
El Pantalones actuó con siniestra eficacia, y la noche de Navidad de 1810, supo que González Cuadrado iba a efectuar un recorrido por diversos pueblos, amparado en que aquellos días, por ser fiestas, los franceses habrían aflojado un tanto la vigilancia.
Denunció el Pantalones su descubrimiento, y la Policía montó un servicio que dio por resultado detener tres días más tarde, el 28, a González Cuadrado, a Palacios Malaver, y, a la esposa de éste, doña Ana Gutiérrez, los tres portadores de mensajes y órdenes de la Junta y de una carta cifrada de don Francisco Cienfuegos. Desde Castilleja de la Cuesta, donde fueron apresados, se les condujo a Sevilla, encerrándoles en prisiones. Esto fue el 28 de diciembre de 1810.
El capitán General francés, duque de Dalmacia, encargó mucho que se les arrancase el secreto de la lista de nombres de los conspiradores andaluces, pero Gonzalo Cuadrado y Palacios Malaver se resistieron a declarar, prefiriendo morir ellos con tal de que se salvasen muchos valientes compatriotas.
Debe hacerse constar que el mariscal francés Soult, y el jefe de Policía don Miguel Ladrón de Guevara, no permitieron que se diera tormento para interrogarles, aunque todavía se usaba el tormento en España y el abogado defensor don Pablo Pérez Seoane tuvo acceso a visitarlos hasta el último momento.
Condenados a muerte por el Consejo de Guerra, ambos caballeros, y puestos en capilla, todavía el duque de Dalmacia insistió en su pretensión enviando un ayudante a la prisión, portando un pliego de indulto firmado por el propio Capitán General, ofreciéndoles a ambos perdonarles la vida a cambio de que declarasen.
Rechazaron los dos con energía el indulto a ese precio y el jueves, 9 de enero, de 1811 fueron sacados a las dos de la tarde de la prisión, y, llevados a la Plaza de San Francisco, donde se ejecutó la sentencia de muerte, tratándoles como a vulgares malhechores ya que a pesar de su calidad, se les dio garrote vil.
Los cadáveres de González Cuadrado y Palacios Malaver, fueron echados en la fosa común de los ajusticiados, que estaba en el Patio de los Naranjos de la Catedral.
La partida de defunción en la iglesia parroquial de San Ildefonso, está anotada al margen de la partida de Bautismo, y dice:
"Falleció en esta Ciudad con Muerte de garrote, Don Joseph María González y Cuadrado, la que prefirió por heroísmo a la condición que le exigían los enemigos para liberarse de ella si declaraba los sujetos que había en esta Ciudad, cómplices con el, en la comisión de observar sus operaciones y dar parte al legitimo Gobierno español."
Firma la nota el doctor Matías Espinosa, Cura propio. Por cierto, que como se escribió tardíamente, ya en 1813, hay un error en la fecha, que en el Libro figura como el 7 de enero. Yo poseo un escrito que dirigió al Rey la madre de Palacios Malaver y en él consta que su heroica muerte fue el día 9 de enero de 1811.
En el Patio de los Naranjos existe una lápida que recuerda la abnegación y heroísmo de ambos caballeros sevillanos (Sevilla Info).
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La calle Palacios Malaver, al detalle:
Edificio calle Palacios Malaver, 19
Edificio calle Palacios Malaver, 27
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