Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia de Nuestra Señora de la Oliva, en Salteras (Sevilla).
Hoy, sábado 2 de septiembre, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado.
Y que mejor día que hoy para Explicarte la Iglesia de Nuestra Señora de la Oliva, en Salteras (Sevilla).
La Iglesia de Nuestra Señora de la Oliva, se encuentra en la calle Nuestra Señora de la Oliva, s/n; en Salteras (Sevilla).
Construcción mudéjar de grandes proporciones, organizada en tres naves separadas por pilares que sostienen arcos apuntados. Las naves están cubiertas por estructuras de madera, teniendo la capilla mayor bóveda vaída. Al exterior muestra tres sencillas portadas, una en cada fachada del templo. La torre, situada a los pies de la nave izquierda, presenta un campanario de dos cuerpos y chapitel piramidal recubierto de azulejos. Fue terminada en el siglo XVII. La iglesia puede fecharse a fines del siglo XV o comienzos del XVI, salvo la cabecera y las portadas que datan de fines de este siglo. Consta que en 1727 el maestro alarife Andrés de Silva realizó diversas reparaciones y que en 1762 Marcos Lebrón trabajaba, bajo la dirección de Pedro de Silva, en una nueva armadura para la nave central.
El gran retablo mayor consta de cinco calles y presenta pinturas con escenas de la vida de la Virgen. En la calle central aparece un lienzo de la Inmaculada sostenida por cuatro ángeles y en el remate un grupo escultórico del Calvario. En el presbiterio hay algunas pinturas del siglo XVII, de gran tamaño, como la que representa la Aparición del Ángel a los Pastores, que recuerda a los Bassano, y la del Ecce Homo.
En la nave izquierda hay varias esculturas, entre las que pueden citarse la de Santa Ana enseñando a la Virgen, ambas con coronas de plata, del siglo XVIII, y la del Crucificado, imagen de tamaño natural, de fina talla y afilados pliegues en el sudario, de comienzos del siglo XVI, que aparece acompañado de una Virgen de vestir y una Magdalena de talla, esta última de la primera mitad del siglo XVII. En cuanto a las pinturas destacan un gran lienzo de la Trinidad de la primera mitad del siglo XVIII, con marco de la época, aunque en mal estado de conservación, y una Inmaculada de inspiración murillesca, de la misma época. Incrustada en el muro y cercana al presbiterio se halla una lápida de época visigoda fechada en el 520 con reinscripción de 1612, fecha en que debió de colocarse en este lugar. A la nave izquierda se abre la capilla del Sagrario en la que destaca un gran lienzo de la Inmaculada rodeada de ángeles y vestida con los colores rojo y azul, que puede situarse en la primera mitad del siglo XVII. En la misma capilla hay una escultura de San Miguel de mediano tamaño de fines del siglo XVII y otra de San Ginés, algo posterior y de carácter más popular. La primera lleva escudo de plata con rayos ondeantes y lisos, copia del escudo primitivo que tuvo la imagen. El actual es obra de comienzos del XIX con los punzones de la ciudad de Sevilla, del contraste García y del autor Quesada. Es de destacar también un magnífico frontal de altar de madera tallada, que imita un tejido, de la primera mitad del siglo XVIII.
En la nave derecha hay un pequeño retablo de un solo cuerpo, pilastras corintias, hornacina central y frontón, que puede situarse en la primera mitad del siglo XVII, época en la que se datan las pinturas que lo adornan. En la misma nave se halla una mesa de altar, con Sagrario y frontal de madera tallada y pintada al estilo rococó, sobre los que se apoya un Niño Jesús de escuela montañesina. En cuanto a la pintura, merecen mencionarse un Ecce Homo y una Santa Faz, ambas del siglo XVIII.
En la sacristía se conserva un exvoto dedicado al beato Fray Diego de Cádiz, que representa uno de sus milagros y está fechado en 1801. Piezas de orfebrería de interés son una lámpara fechada en 1769, decorada con rocallas y con los punzones del contraste Cárdenas y el autor Amat, un ostensorio manierista, de la primera mitad del siglo XVII, y varios cálices y copones del siglo XVIII (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
Es una iglesia de estilo mudéjar, de finales del s. XV o principios del XVI. Dispone de tres naves separadas por pilares. El gran retablo mayor consta de cinco calles, con pinturas relativas a la vida de la Virgen. En ella destacan lienzos del siglo XVII con representaciones religiosas, esculturas, una lápida funeraria visigoda de Susana Fámula, así como un retablo neogótico que data del XVII. Destacar también su rica orfebrería.
Constituye un conjunto de torre y campanario que se construyeron en el siglo XVII. Situada en la nave lateral izquierda o del Evangelio. Se compone de tres cuerpos, culminándose el cuerpo de campanas con chapitel. La torre es de planta cuadrada, con acceso directo desde la iglesia, en el cual la escalera abovedada sustituye la antigua de madera.
El primer cuerpo de campanas se adorna con cornisa de triglifos y metopas. En el segundo cuerpo se alzan cuatros pináculos en las esquinas, culminándose por un chapitel de planta octogonal y sección tronco-piramidal, revestido de azulejos azules y blancos, que representan estrellas de cinco puntas.
La torre campanario fue concluida en 1619, destruida por un rayo a finales del siglo XIX, la restauró Ignacio Ayuso Quintana, parcialmente, en 1939 (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
Su autoría recae en Alonso Beltrán, Pedro Díaz de Palacio, Juan de Burgos y Pedro Silva. De planta basilical y distribuida en tres naves interiores, entre sus elementos más característicos se encuentra la torre, adosada a los pies de la nave izquierda y concluida en el siglo XVII. Está rematada con un campanario de dos cuerpos y un chapitel ochavado recubierto de azulejos.
En su interior destacan pinturas y esculturas del siglo XVII, piezas de orfebrería de los siglos XVII y XVIII, y una lápida funeraria visigoda fechada en el año 520 perteneciente a la mártir cristiana Susanna Fámula, martirizada durante el reinado de Leovigildo. Es de gran valor histórico y cultural el retablo clásico que preside el templo, de connotaciones herrerianas esculiarienses, fechado en el siglo XVII y que dispone de algunos lienzos pertenecientes a la escuela de Ocampo.
Otro de sus elementos singulares es el reloj de su torre, que constituye un monumento a la mecánica relojera y al arte de construir relojes mecánicos, una profesión artesanal que tiende a desaparecer. Se construyó por iniciativa del Ayuntamiento de Salteras y, tras la autorización de la diócesis de Sevilla para su colocación en el templo, quedó completamente colocado el 1 de septiembre de 1865. Realizado en Bilbao en la fábrica de José Zugasti e Hijos, similar al de la iglesia de San Lorenzo de Sevilla, ha sufrido diversas reparaciones y restauraciones, la última ejecutada en el año 2004 y que supuso su retorno a lo alto de la torre tras varios años en el Consistorio.
Es sede del patrón de Salteras, San Sebastián, la Hermandad del Nazareno y la del Rocío (Turismo de la Provincia de Sevilla).
Conozcamos mejor la sobre el Significado y la Iconografía de la Virgen con el Niño;
Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad
Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nombre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques.
Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres.
Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.
El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien acaricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Conozcamos mejor la historia de la Sabatina como culto mariano;
Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual. Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos.
En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.
De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe.
El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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