Por Amor al Arte, déjame ExplicArte la provincia de Sevilla, déjame ExplicArte la Iglesia de Nuestra Señora de la Estrella, en Valencina de la Concepción (Sevilla).
Hoy, sábado 14 de octubre, como todos los sábados, se celebra la Sabatina, oficio propio del sábado dedicado a la Santísima Virgen María, siendo una palabra que etimológicamente proviene del latín sabbàtum, es decir sábado.
Y que mejor día que hoy para Explicarte la Iglesia de Nuestra Señora de la Estrella, en Valencina de la Concepción (Sevilla).
La Iglesia de Nuestra Señora de la Estrella, se encuentra en la plaza Nuestra Señora de la Estrella, s/n; en Valencina de la Concepción (Sevilla).
Tiene planta de cruz latina de una sola nave, cubierta con bóveda de medio cañón y bóveda vaída en el crucero. Los brazos del crucero están convertidos en capillas, presentando bóvedas de cañón la del lado izquierdo y una falsa cúpula la del derecho. El templo fue restaurado en profundidad por Diego Antonio Díaz en 1731 y posteriormente por Juan Miguel Leal, maestro albañil, y Manuel Delgado, carpintero, en el año 1819, según consta en una lápida de la fachada. De la fábrica anterior se conserva la capilla del Sagrario, que puede datarse en el siglo XVII. Al exterior se abren dos puertas en los muros laterales, presentando uno de ellos un azulejo de Ánimas fechado en 1846.
El retablo mayor es neoclásico, de una sola calle, con columnas corintias y pintura de jaspeado que imita al mármol, presidiéndolo la Virgen de la Estrella, imagen de candelero del siglo XVIII. En el lado izquierdo, y contiguo a la puerta, se halla un retablo rococó con baldaquino, que aloja a un Crucificado de talla y dos pinturas de la Virgen y San Juan, conjunto fechable en la segunda mitad del siglo XVIII. En la capilla del crucero, que es la Bautismal, hay un retablo del Sagrado Corazón moderno y la pila bautismal fechada en 1631. De nuevo en la nave encontramos un retablo rococó ocupado por San José y el Niño, conjunto de la segunda mitad del siglo XVIII y otro retablo neoclásico con tres calles y dos cuerpos, con las esculturas de San Roque, San Pedro, San Pablo, San Sebastián y un Ecce Homo como figura central, imágenes todas de fines del XVIII.
En el lado derecho se halla un retablito rococó, con la imagen de San Antonio. Del mismo estilo pero sin apenas dorado es el dedicado a la Virgen del Carmen con las Ánimas del Purgatorio, cuyos relieves son de tipo popular. La mesa de altar es de la misma época. Al fondo de este testero y bajo el coro se halla un retablo barroco de comienzos del siglo XVIII, de un solo cuerpo, con hornacina y columnas salomónicas que lo encuadran, faltándole el remate, que debió de ser cortado al colocar el coro. Lo ocupa un Cristo, con una Cruz de la época del retablo, de talla completa y de buena calidad. La Capilla Sacramental, que ocupa el brazo del crucero, es la parte más antigua del edificio, cubierta con media naranja y decorada con yeserías y pinturas del primer barroco. El retablo consta de tres calles con hornacina central y un remate, organizándose con cuatro columnas corintias, entablamento, frontones rotos y guirnaldas de frutas. Las pinturas representan a San Juan Bautista, San Bartolomé, la Imposición de la Casulla a San Ildefonso y la Virgen de los Reyes, apareciendo el Padre Eterno en el remate. Esta obra podría identificarse con la que Andrés de Ocampo, escultor, y Antonio Pérez, pintor, contrataron con la parroquia en 1609. La hornacina central está ocupada por la Virgen del Rosario, imagen de candelero del siglo XVIII. De fines de este siglo es la puerta del Sagrario, de terciopelo, con aplicaciones de plata, donde aparecen las marcas de los plateros sevillanos Amat y Pedrajas.
En el intradós del arco que comunica esta capilla con la nave hay una hornacina que aloja una magnífica escultura del Ecce Homo, de medio cuerpo, relacionable con maestros granadinos del siglo XVII.
A los pies y en alto se halla el coro, que contiene un órgano del siglo XIX. Posee también la iglesia un Crucificado de tamaño algo mayor del natural, de comienzos del siglo XVI.
Se pasa a la sacristía por una puerta de casetones fechada en 1789, conteniéndose en esta estancia algunos objetos de interés, entre los que destacan un Crucifijo algo menor del natural y algunas pinturas de santas, de tipo popular, piezas todas del siglo XVIII. La pieza de orfebrería más antigua es un copón gótico, de peana lobulada, nudo de tracería y remate cónico con cruz flordelisada. Obra importante es el ostensorio, que puede datarse a comienzos del siglo XVII. Existen también dos crismeras de fines de este mismo siglo, una concha bautismal con el punzón de Domínguez, platero sevillano de la primera mitad del XVIII, y un portaviático cordobés, fechado en 1727. Hay también varios cálices de distintas épocas y una naveta del XVII, muy restaurada. Objetos interesantísimos, que se guardan en la sacristía, son dos imágenes de marfil que representan a Santa Rosa de Lima y a la Inmaculada, obras hispano-filipinas del siglo XVII, aunque en la segunda se advierte cierta influencia luso-india (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo II. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
Del templo primitivo sólo tenemos referencias de que existía en 1609, pues en esa fecha se realizó el retablo que actualmente se encuentra en el sagrario, y de esa época data también la capilla. De la iglesia actual sabemos que fue restaurada en 1731 por Diego Antonio Díaz y a este período se debe el estilo general del templo.
En un inicio fue titular del templo el patrón del pueblo, San Roque, pero en los libros parroquiales aparece ya como parroquia de Santa María de la Estrella sobre el 1800.
El edificio está compuesto por una sola nave con planta de cruz latina y crucero poco acusado. Los brazos del crucero forman sendas capillas que se cubren con bóveda de cañón: la del lado izquierdo (capilla del sagrario) y la del lado derecho (capilla de la Virgen de los Dolores), ambas alicatadas con paños de azulejos a media pared.
La torre del templo está ubicada en el lado derecho y posee un cuerpo con cuatro campanas con balconadas a los cuatro puntos cardinales. Su remate es de figura octagonal cubierto con azulejos azules y blancos en diagonal y esfera metálica en la cúspide, completándose con la veleta. La techumbre del templo está cubierta de tejas árabes y en la cúspide del presbiterio se halla un remate artístico con esferas en cerámica.
A los pies del templo, a su derecha, se halla situada la antigua capilla bautismal, cerrada con cierre de madera artística, dedicada actualmente al Sagrado Corazón de Jesús. El templo recibe luz natural a través de nueve huecos cubiertos por vidrieras artísticas. Entre ellas, destaca en el presbiterio las que representan a la Virgen de la Estrella y al Santísimo Cristo de Torrijos.
Horario
Horario de invierno (según el cambio de hora oficial: desde el último sábado de octubre hasta el último sábado de marzo)
Martes a sábado (salvo último viernes de mes): 19:30.
Domingos y festivos: 10.30, 12:00 y 19:30.
Horario de verano (desde el último sábado de marzo hasta el 15 de junio y desde el 15 de septiembre hasta el último sábado de octubre)
Martes a sábado (salvo último viernes de mes): 20:00.
Domingos y festivos: 10:30 y 20:00.
Horario de verano (desde el 15 de junio hasta el 15 de septiembre )
Martes a sábado (salvo último viernes de mes): 21:00 h.
Domingos y festivos: 10:30 y 21:00.
(Turismo de la Provincia de Sevilla).
Conozcamos mejor la sobre el Significado y la Iconografía de la Virgen con el Niño;
Tal como ocurre en el arte bizantino, que suministró a Occidente los prototipos, las representaciones de la Virgen con el Niño se reparten en dos series: las Vírgenes de Majestad y las Vírgenes de Ternura.
La Virgen de Majestad
Este tema iconográfico, que desde el siglo IV aparecía en la escena de la Adoración de los Magos, se caracteriza por la actitud rigurosamente frontal de la Virgen sentada sobre un trono, con el Niño Jesús sobre las rodillas; y por su expresión grave, solemne, casi hierática.
En el arte francés, los ejemplos más antiguos de Vírgenes de Majestad son las estatuas relicarios de Auvernia, que datan de los siglos X u XI. Antiguamente, en la catedral de Clermont había una Virgen de oro que se mencionaba con el nombre de Majesté de sainte Marie, acerca de la cual puede dar una idea la Majestad de sainte Foy, que se conserva en el tesoro de la abadía de Conques.
Este tipo deriva de un icono bizantino que el obispo de Clermont hizo emplear como modelo para la ejecución, en 946, de esta Virgen de oro macizo destinada a guardar las reliquias en su interior.
Las Vírgenes de Majestad esculpidas sobre los tímpanos de la portada Real de Chartres (hacia 1150), la portada Sainte Anne de Notre Dame de París (hacia 1170) y la nave norte de la catedral de Reims (hacia 1175) se parecen a aquellas estatuas relicarios de Auvernia, a causa de un origen común antes que por influencia directa. Casi todas están rematadas por un baldaquino que no es, como se ha creído, la imitación de un dosel procesional, sino el símbolo de la Jerusalén celeste en forma de iglesia de cúpula rodeada de torres.
Siempre bajo las mismas influencias bizantinas, la Virgen de Majestad aparece más tarde con el nombre de Maestà, en la pintura italiana del Trecento, transportada sobre un trono por ángeles.
Basta recordar la Madonna de Cimabue, la Maestà pintada por Duccio para el altar mayor de la catedral de Siena y el fresco de Simone Martini en el Palacio Comunal de Siena.
En la escultura francesa del siglo XII, los pies desnudos del Niño Jesús a quien la Virgen lleva en brazos, están sostenidos por dos pequeños ángeles arrodillados. La estatua de madera llamada La Diège (Dei genitrix), en la iglesia de Jouy en Jozas, es un ejemplo de este tipo.
El trono de Salomón
Una variante interesante de la Virgen de Majestad o Sedes Sapientiae, es la Virgen sentada sobre el trono con los leones de Salomón, rodeada de figuras alegóricas en forma de mujeres coronadas, que simbolizan sus virtudes en el momento de la Encarnación del Redentor.
Son la Soledad (Solitudo), porque el ángel Gabriel encontró a la Virgen sola en el oratorio, la Modestia (Verecundia), porque se espantó al oír la salutación angélica, la Prudencia (Prudentia), porque se preguntó como se realizaría esa promesa, la Virginidad (Virginitas), porque respondió: No conocí hombre alguno (Virum non cognosco), la Humildad (Humilitas), porque agregó: Soy la sierva del Señor (Ecce ancilla Domini) y finalmente la Obediencia (Obedientia), porque dijo: Que se haga según tu palabra (Secundum verbum tuum).
Pueden citarse algunos ejemplos de este tema en las miniaturas francesas del siglo XIII, que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia. Pero sobre todo ha inspirado esculturas y pinturas monumentales en los países de lengua alemana.
La Virgen de Ternura
A la Virgen de Majestad, que dominó el arte del siglo XII, sucedió un tipo de Virgen más humana que no se contenta más con servir de trono al Niño divino y presentarlo a la adoración de los fieles, sino que es una verdadera madre relacionada con su hijo por todas las fibras de su carne, como si -contrariamente a lo que postula la doctrina de la Iglesia- lo hubiese concebido en la voluptuosidad y parido con dolor.
La expresión de ternura maternal comporta matices infinitamente más variados que la gravedad sacerdotal. Las actitudes son también más libres e imprevistas, naturalmente. Una Virgen de Majestad siempre está sentada en su trono; por el contrario, las Vírgenes de Ternura pueden estar indistintamente sentadas o de pie, acostadas o de rodillas. Por ello, no puede estudiárselas en conjunto y necesariamente deben introducir en su clasificación numerosas subdivisiones.
El tipo más común es la Virgen nodriza. Pero se la representa también sobre su lecho de parturienta o participando en los juegos del Niño.
El niño Jesús acariciando la barbilla de su madre
Entre las innumerables representaciones de la Virgen madre, las más frecuentes no son aquellas donde amamanta al Niño sino esas otras donde, a veces sola, a veces con santa Ana y san José, tiene al Niño en brazos, lo acaricia tiernamente, juega con él. Esas maternidades sonrientes, flores exquisitas del arte cristiano, son ciertamente, junto a las Maternidades dolorosas llamadas Vírgenes de Piedad, las imágenes que más han contribuido a acercar a la Santísima Virgen al corazón de los fieles.
A decir verdad, las Vírgenes pintadas o esculpidas de la Edad Media están menos sonrientes de lo que se cree: la expresión de María es generalmente grave e incluso preocupada, como si previera los dolores que le deparará el futuro, la espada que le atravesará el corazón. Sucede con frecuencia que ni siquiera mire al Niño que tiene en los brazos, y es raro que participe en sus juegos. Es el Niño quien acaricia el mentón y la mejilla de su madre, quien sonríe y le tiende los brazos, como si quisiera alegrarla, arrancarla de sus sombríos pensamientos.
Los frutos, los pájaros que sirven de juguetes y sonajeros al Niño Jesús tenían, al menos en su origen, un significado simbólico que explica esta expresión de inquieta gravedad. El pájaro es el símbolo del alma salvada; la manzana y el racimo de uvas, aluden al pecado de Adán redimido por la sangre del Redentor.
A veces, el Niño está representado durante el sueño que la Virgen vela. Ella impone silencio a su compañero de juego, el pequeño san Juan Bautista, llevando un dedo a la boca.
Ella le enseña a escribir, es la que se llama Virgen del tintero (Louis Réau, Iconografía del Arte Cristiano. Ediciones del Serbal. Barcelona, 2000).
Semanalmente tenemos un culto sabatino mariano. Como dice el Directorio de Piedad Popular y Liturgia, en el nº 188: “Entre los días dedicados a la Virgen Santísima destaca el sábado, que tiene la categoría de memoria de santa María. Esta memoria se remonta a la época carolingia (siglo IX), pero no se conocen los motivos que llevaron a elegir el sábado como día de santa María. Posteriormente se dieron numerosas explicaciones que no acaban de satisfacer del todo a los estudiosos de la historia de la piedad”. En el ritmo semanal cristiano de la Iglesia primitiva, el domingo, día de la Resurrección del Señor, se constituye en su ápice como conmemoración del misterio pascual. Pronto se añadió en el viernes el recuerdo de la muerte de Cristo en la cruz, que se consolida en día de ayuno junto al miércoles, día de la traición de Judas. Al sábado, al principio no se le quiso subrayar con ninguna práctica especial para alejarse del judaísmo, pero ya en el siglo III en las Iglesias de Alejandría y de Roma era un tercer día de ayuno en recuerdo del reposo de Cristo en el sepulcro, mientras que en Oriente cae en la órbita del domingo y se le considera media fiesta, así como se hace sufragio por los difuntos al hacerse memoria del descenso de Cristo al Limbo para librar las almas de los justos.
En Occidente en la Alta Edad Media se empieza a dedicar el sábado a la Virgen. El benedictino anglosajón Alcuino de York (+804), consejero del Emperador Carlomagno y uno de los agentes principales de la reforma litúrgica carolingia, en el suplemento al sacramentario carolingio compiló siete misas votivas para los días de la semana sin conmemoración especial; el sábado, señaló la Santa María, que pasará también al Oficio. Al principio lo más significativo del Oficio mariano, desde Pascua a Adviento, era tres breves lecturas, como ocurría con la conmemoración de la Cruz el viernes, hasta que llegó a asumir la estructura del Oficio principal. Al principio, este Oficio podía sustituir al del día fuera de cuaresma y de fiestas, para luego en muchos casos pasar a ser añadido. En el X, en el monasterio suizo de Einsiedeln, encontramos ya un Oficio de Beata suplementario, con los textos eucológicos que Urbano II de Chantillon aprobó en el Concilio de Clermont (1095), para atraer sobre la I Cruzada la intercesión mariana.
De éste surgió el llamado Oficio Parvo, autónomo y completo, devoción mariana que se extendió no sólo entre el clero sino también entre los fieles, que ya se rezaba en tiempos de Berengario de Verdún (+962), y que se muestra como práctica extendida en el siglo XI. San Pedro Damián (+1072) fue un gran divulgador de esta devoción sabatina, mientras que Bernoldo de Constanza (+ca. 1100), poco después, señalaba esta misa votiva de la Virgen extendida por casi todas partes, y ya desde el siglo XIII es práctica general en los sábados no impedidos. Comienza a partir de aquí una tradición devocional incontestada y continua de dedicación a la Virgen del sábado, día en que María vivió probada en el crisol de la soledad ante el sepulcro, traspasada por la espada del dolor, el misterio de la fe.
El sábado se constituye en el día de la conmemoración de los dolores de la Madre como el viernes lo es del sacrificio de su Hijo. En la Iglesia Oriental es, sin embargo, el miércoles el día dedicado a la Virgen. San Pío V, en la reforma litúrgica postridentina avaló tanto el Oficio de Santa María en sábado, a combinar con el Oficio del día, como el Oficio Parvo, aunque los hizo potestativos. De aquí surgió el Común de Santa María, al que, para la eucaristía, ha venido a sumarse la Colección de misas de Santa María Virgen, publicada en 1989 bajo el pontificado de San Juan Pablo II Wojtyla (Ramón de la Campa Carmona, Las Fiestas de la Virgen en el año litúrgico católico, Regina Mater Misericordiae. Estudios Históricos, Artísticos y Antropológicos de Advocaciones Marianas. Córdoba, 2016).
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